...Advertencia Este capítulo contiene escenas violentas, contenido sexual explícito y un vocabulario vulgar, además de contar con alto contenido de poder y dominio que pudieran afectar a un público sensible, si por algún motivo es sensible ante lo mencionado con anterioridad puede abandonar su lectura, en caso de no ser así, corre bajo su propia responsabilidad. Gracias....
Un reino prosperó, el Rey había unificado los cimientos de un reino que surgió de entre las cenizas, llevando el comercio por todo el continente de Hermea incluso navegando por aguas desconocidas el reino fue a la prosperidad.
Pero aun si desde el interior de aquellas murallas que protegían el pueblo de futuros ataques del enemigo la familia real se enfrentaba a lo que era la ley, herederos, la Reina prometida, Lidia, era portadora de grandeza y belleza, pero tenía un gran defecto, su vitalidad para brindar herederos estaba en duda. Después de años enteros la emperatriz reposaba de infertilidad que para el enemigo era como comer en bandeja de plata.
Con aquello a su favor y en duda la línea real del Rey, tal cual como buitres, los ataques y el inicio de una revolución en busca de destronar al hombre que los derrotó fácilmente no dudaron en atacar de la manera más cercana posible.
La familia real Valyrian del reino vecino Lyrian, era un apellido reconocido por la lealtad que tenía cuyo alto caballero ante el rey vecino, pero lo que nadie imaginaba aquello que se escondía detrás de esa sonrisa maquiavélica.
Sin duda era una familia importante para el rey, puesto que él respetó y mercado era controlado en parte por la cabeza de los Valyrian.
La apariencia era aquello con más importancia para tan reconocida familia, que sin problemas, sus herederos fueron numerosos, contando con cinco hijos que eran más que su mayor orgullo, o eso es lo que muchos imaginaban. Desde el interior de aquellas puertas, solo sirvientes y la familia sabia el trato hacia el tercer hijo.
Observando desde el gran ventanal yace su hermana pequeña con sus hermanos jugando con una gran sonrisa, una mirada triste y sin brillo los observaba, era así desde que cumplió sus cinco años, queriendo llamar la atención de sus padres, únicamente obtuvo la de su hermano mayor, creyendo que podría tener el amor de tan nada más que de sus hermanos, únicamente el mayor de ellos le dejó en claro que su palabra no tenía valía ante nadie.
Sufriendo los abusos de parte de su hermano, su refugio en él había sido destruido.
La sonrisa evidente en el rostro de la más pequeña y en la de sus hermanos menores apretó su agarre en aquella taza de té, tan miserable era su vida que llegó a envidiar aquella simple sonrisa preguntándose ¿Alguna vez reiré? Los audibles pasos escuchándose desde la puerta la hicieron girar su rostro entrelazando la mirada con aquellos ojos azules que brillaron al verla.
Sus rostros permanecieron en la seriedad hasta que ella decidió romper su conexión y tomar de aquel té con elegancia escuchando el acercamiento de su hermano.
Killian Valyrian era el hijo mayor y el más reconocido por sus aptitudes como caballero y gran portador del poder de la luz, acercándose hasta la menor, que él con su dedo enfundado en un guante tomó con su dedo índice la barbilla de su hermana y alzó su rostro para ver esos ojos azules grisáceo dando un toque más inusual y profundidad a su mirada casi triste.
—Mi querida hermana noto la melancolía en tu mirar, algo es de tu desagrado —. Hablo con tranquilidad incluso que hasta alguien dudaría de que pudiera correr peligro a manos de aquel hombre que servía por el bien del reino, pero su mirada sumisa escondía la realidad detrás de aquellas palabras.
—Hermano temo que tienes razón, pronto me iré lejos, de mi amado hogar y de ti querido hermano —. Hablo con la hipocresía que aprendió a utilizar a su favor sin ser detectada.
El hombre delante de ella soltó su barbilla y acaricio aquel cabello dorado idéntico al de su padre, pasando sus dedos por el largo de sus cabellos enredo uno de sus dedos llevándolo a su comisura y depositar un beso en el mechón para posteriormente soltarlo regresando a la posición en la que estaba antes.
—Mi pequeña hermana, no te angusties, que me aseguraré de ir a visitarte, en la oportunidad que tenga te llevaré obsequios de tu hogar para que nunca olvides —. Menciono aquello último con un tono oscuro que alteraron a la menor que él —Vamos nuestra familia aguarda —.
La joven dama asintió tomando el brazo que le fue ofrecido y caminaron bajo la atenta mirada de los criados, para ellos aquella pareja de hermanos era hermosa, cuyos rasgos elegantes portadores de ojos azules y de un admirable atractivo nublaban los ojos de aquellos ajenos a lo ocurrido entre ellos, pues la servidumbre sabían del extraño afecto que el joven amo tenía por su hermana menor, algunos han oído de la relación amorosa de ambos hermanos, incluso el servicio por las noches ha visto una luz por debajo de la puerta incluso han oído de la promiscuidad de la joven hija del rey.
Pero la realidad era otra, sus padres quienes se habían olvidado de ella y la veían como la deshonra de la familia, incluso sus hermanos apenas lograban verla como su familiar, solo el mayor de ellos logró verla como una hermana o más que ello, aquel frágil cuerpo resultó ser la satisfacción para saciar sus más oscuros deseos, así el verdadero infierno empezó para Evangeline Valyrian, sufriendo los incesantes insultos de su familia, los castigos atroces y los insaciables abusos de su hermano, la personalidad de la joven dama sucumbió a la tristeza cayendo en manos de una terrible enfermedad.
Comiendo en el comedor toda la familia se encontraba reunida, sentada al costado de su hermano, apenas y logró llevar un bocado a su boca cuando sintió las náuseas en su garganta queriendo devolver aquello que apenas y pudo probar.
—Querida hija, como te sientes con esta noticia de tu nuevo futuro esposo, será un príncipe —.
—Padre, me conmueve tu interés; sin embargo, me resulta difícil alejarme de mi hogar y de mi amada familia —. Menciono con ambos ojos cerrados mientras bebía del vino en su copa.
—Oh mi amada hija, no debes angustiarse en vano, tu familia siempre te recordará, pero debes prometerme... No volverás a decepcionarme como lo hiciste en tu primer matrimonio —. Aclaro con una afilada mirada.
—Padre, pero aquello cuyo en el pasado no fue mi culpa, ya te había mencionado con anterioridad el profundo amor que tenía por otra muj... —. Silencio sus palabras al escuchar el azote de las manos de su padre sobre la mesa.
—Evangeline —. La voz severa y gruesa de su hermano resonó en sus oídos haciendo que su rostro se pusiera pálido y guardará silencio.
—Lo siento padre, aquello fue error mío, esta vez, prometo que traeré la honra a tu nombre —. Soltó el aire retenido mientras sentía la suave caricia sobre su hombro, reconociendo aquella textura en su piel.
—Así se habla hija mía, vamos celebremos por tu matrimonio —. Dijo con una gran sonrisa en su rostro mientras alzaba la copa en brindis por ella que se limitó a sonreír ligeramente.
Así cayendo la noche con seriedad, sin nadie pasando por aquel pasillo, solo el sonido de los tacones resonaban en el mármol, con prisa viendo la luz de la luna que iluminaba su camino hasta aquella habitación que sería segura una vez que atravesara aquellas puertas, tomó el pomo y se dispuso a entrar en la habitación mientras el aire que retenía lo soltó relajando sus hombros, creyendo que se había salvado giró para cerrar la puerta, pero su corazón dio un vuelco al ver a su hermano delante de ella.
—Herm... —. Sin oportunidad de hablar una mano cubrió su boca empujándola, hasta que impacto con el tocador y su respiración se hizo irregular.
Al estar así la mano que sujetaba su cintura se apretó mientras que veía esos ojos azules como el cielo.
—Quitaré mi mano, pero no debes gritar, si, no me gustaría lastimar tu rostro, por favor no me hagas el malo, de acuerdo —. Pronunció mientras aflojaba su agarre al ver que ella había confirmado entender sus palabras.
Bajo el rostro mirando al pecho de su hermano que se encontraba ligeramente desalineado mostrando un poco de piel, sus ojos siguieron el movimiento de aquellas grandes manos que la tomaron por la cintura con fuerza pegando su cuerpo al de él, mientras la nariz de su hermano rozaba por encima de su ropa, lentamente aquellas manos subieron por sus costados llegando hasta sus hombros donde con un tirón rompió la tela de su vestido dejando libre su piel blanca, suave y tersa.
—Hermano —. Pronunció apenas en un susurro
—Mi hermana, mi amada hermana, supongo que estás feliz, tendrás un esposo, un castillo donde todos te servirán, pero sabes algo —. Se detuvo abruptamente mientras sus manos tomaban fuerza y apretaban los brazos de su hermana dejando la huella de aquello.
—Hermano, estas lastimándome —. Hablo mientras soltaba un ligero quejido para sus adentros.
—No te atrevas, nunca te atrevas a estar feliz con otro hombre, solo yo puedo verte feliz, has comprendido —. Con euforia y pasion desmedida beso aquel cuello buscando saciar el deseo que había surgido.
Con la intención de parar aquellos actos en contra de su voluntad, buscaba alejarlo, pero él fue más ávido en girarla y levantar su vestido sin tapujos, aquello ocurría en algunas noches, desde sus 17 años sobrevivió a los abusos imparables de su hermano que no hacían más que lastimarla haciéndola sucumbir a su desgarradora realidad, al término del acto tan deshonroso cayó de rodillas sobre la alfombra, deshecha, mientras se abrazaba a sí misma derramando lágrimas en el silencio, ya que si emitía algún ruido sabría que el hombre yace su hermano no la trataría con la delicadeza que se supone que la trata en sus encuentros por las noches, arreglando su ropa una vez satisfecho salió de la habitación sin ser visto y sin decir ni una sola palabra.
Una vez sola sin que nadie la viera en esos momentos tan humillantes se aferró a la alfombra mientras se mordía el labio inferior derramando las lágrimas que ya se le podía permitir derramar, estaba cansada de aquellos abusos, su primer matrimonio hubiera sido bueno para ella de no ser por su hermano que se encargó de que la humillaran regresándola a esa prisión llamada hogar, si está feliz, pues pronto saldría de ese castillo que no le ha traído más que tristezas y lamentos, no esperaba la hora para irse y nunca volver.
La mismísima reina regente Lidia II de Hermea, feliz de haber contraído matrimonio con el hombre al que amaba, hizo todo lo que estaba al alcance de sus manos por conceder un heredero a su amado esposo, el rey Cesar V de Hermea.
Pero sus luchas, sus batallas por estimular su vientre, fueron en vano, sus esperanzas se perdieron al tener un aborto espontáneo que casi cobro su vida, desde entonces, el rey mismo, ante la necesidad de encontrar alguna solución para los líderes del consejo, tomó como segundo esposa a una mujer de sangre noble, Rose Jifre.
La noticia, de que, la nueva regente, concedió a un sucesor barón, conmocionó a todos en el pueblo y juntos festejaron la dicha de su rey, quien no demoró en presentarlo, como el milagro, el sucesor que reinará por años al ser concedido entre tanta angustia y luchas incesantes por el poder.
Erick I de Hermea nació en una noche cálida y llena de expectación, lo que se esperaba, llegó a la vida del Rey y su reina. La reina Lidia, sucumbió en la tristeza al reconocer el vientre sano que concedió el hijo prometido. Pero aun si el rey le demostrará su valía, su afecto, nunca de los jamases superaría el hecho de que su esposo tuviera que dormir con alguien más para obtener un hijo que debió haber tenido ella misma.
Aunque el daño ya estuvo hecho, al niño, que nació fuera de sí, el verlo tras los médicos que lo mostraron ante sus ojos, la hicieron olvidar todo el resentimiento y lo vio como un hijo, al tomarlo en sus brazos, fue entonces que comprendió la dicha de aquel inolvidable momento.
—Está perdiendo demasiada sangre, doctor —. Al escuchar la alarma de una de las tantas criadas, con el niño en sus brazos corrió hasta la mujer encamada.
La escena era simplemente angustiante, la mujer con la cual su marido había dormido por un heredero, estaba muriendo ahí mismo tras el parto.
—Querida, puedes lograrlo, por tu hijo —. Dijo acercándose la pequeña vida a su rostro, para que pudiera verlo.
Tan solo era una joven rebosante de vida. Pero nadie sabía lo trágico que puede llegar a ser la labor de parto. Sabiendo que jamás volvería a recuperarse, con su piel pálida y la debilidad de sus extremidades derramó una gota de sus lágrimas antes de ver a la mujer y sonreír con alegría.
—Majestad, dejó a mi hijo en sus manos —.
La angustia no tardó en evidenciarse en todos aquellos que estaban en la habitación, hacían lo posible para que el sangrado cesará, pero nadie logró ayudarla a escapar de las garras de la muerte. El día del nacimiento del progenitor, fue el más feliz y triste.
La reina jamás abandono la habitación de aquella joven mujer, jamás aparto aquel bebé de aquella inerte mujer que murió con una sonrisa. Como podía, como podía sonreír así nada más, dejando a su criatura tan sola. Las promesas no tardaron en salir de sus labios, prometió criar y cuidar del pequeño bebé en su honor.
Sin temor, al postrarse delante de su marido, el rey de Hermea mostró al pequeño baroncito con el nombre Erick I de Hermea, hijo de Cesar V de Hermea. Aceptando aquel nuevo reto, ambos reyes se aventuraron en el mundo de los padres para que aquel niño surgiera siendo un hombre fuerte y vigorizante.
Pero así como muchos, la realeza, escondía sus más podridos secretos, el príncipe, desbocado por el poder que pronto le heredarán, fue entonces que surgió su libertinaje. De estar tras una y otra dama, de respirar aquel aroma que incentivaba sus sentidos.
—Mi príncipe —. Grito la joven, que estaba siendo embestida por detrás.
Su cabeza había caído sobre sus hombros, mirando al gran techo, sintiendo el placer, la estipulación que lograba obtener al entrar y salir de aquel c*ño. Mordió su labio inferior aumentando el ritmo de sus embestidas, el momento era simplemente emocionante, estaban tan sumergidos en su labor, hasta que la presencia de una mujer ya madura estaba a unos cuantos pasos de la puerta.
—Ajam
—Madre
Todo se terminó en el momento en que se dieron cuenta de haber sido descubiertos por la misma reina en persona.
—Majestad, yo, lo lamento tanto —. Dijo la joven cubriéndose con un vestido de la servidumbre e hizo con posterioridad una pequeña reverencia.
—Toma tus pertenecía y déjanos, debo hablar a solas con el príncipe —. Dijo levantando una mano y girando su rostro despreciando el acto que estaban cometiendo.
Con rapidez, la mujer de cabellos castaños y uniforme de un blanco con negro, dejó la habitación del príncipe. Colocándose unos pantalones y atando su bata, se sentó sobre uno sé los sillones con su cabeza recargada en el respaldo.
—A que se debe tu visita, madre
—Los rumores vuelan Erick, además Luis te tiene vigilado por mi petición…
—Y que madre, soy libre de hacer lo que desee
—Hijo mío, en unos días llegará tu prometida, la misma que elegiste tú, por qué no respetas que dentro de poco tiempo, serás un hombre de solo una mujer —. Dijo acercándose a su hijo quien suspiraba con cansancio.
Era cierto, su atención se había fijado en la hija de los Valyrian, una linda joven de ojos azules, y cabellos dorados casi idénticos a los suyos, solo que más brillante y claro, desde el momento en que la vio, su obsesión por tenerla se hizo más fuerte, por eso, cada noche salía con mujeres y no hacía más que soñar que era ella quien lo acompañaba.
—Eso terminará una vez mi prometida este aquí, madre, te lo juro —. Menciono esta vez, con la mirada fija en la mujer de cabellos rubios y rasgos ya maduros.
—Ojalá y tu palabra tuviera valía querido hijo, puesto que, cuando un hombre que es infiel, jamás cambia...
Sus ojos se cerrarán en decepción, al dejarlo solo completamente en la privacidad de la habitación real, del príncipe, este se permitió disfrutar de sus recuerdos donde aquella pequeña mujer rubia permanecía en cada una de sus fantasías.
No había logrado conciliar el sueño en toda la noche, la angustia, la preocupación por ver que la puerta de su habitación permaneciera cerrada la mantenía despierta.
No esperaba a nadie, su familia la ignoraba y no era secreto, casi podía percibir su deseo de que un día ya no estuviera ahí. Pero, no podía decir lo mismo con respecto a su hermano.
Este, si tenía un día complicado, o si cometía el más mínimo error, este no tardaba en desahogar todo en ella. Su piel ya era testigo de los incesantes azotes, su dignidad ya fue pisoteada. Lo único que deseaba, era que el príncipe, su prometido la salvará de su pesadilla.
Los suaves rayos que se asomaron por los enormes ventanales la hicieron ver que no había cerrado los ojos en toda la noche, con su cuerpo agotado, con un semblante soñoliento se colocó de pie a la par en que las damas de compañía entraban. Su semblante serio y neutral sigue alistándola, pues no hablaban, a menos de que pidieran una de sus opiniones.
Caminando hasta el cuarto de baño, una de las muchas mujeres la ayudó a bañarse, otra se dispuso a arreglarla, el corset lo ajustaban tanto, que en ocasiones perdía la respiración. Colocándole un vestido azul y un abrigo por el presente invierno que azotaba a Alyria, la ayudaron a arreglar su rostro demacrado y ojeroso.
Para las mujeres no era sorpresa ver las cicatrices en su espalda, de ver aquellos moretones y mordidas en su piel, pues todas sabían acerca de las visitas nocturnas del joven amo, en la habitación de la princesa.
Una vez terminaron, con una inclinación de sus cabezas, se retiraron, dejando a la princesa en la protección de su habitación.
Mirándose en el espejo reconoció el buen trabajo de las damas de compañía al esconder los hematomas de su cuello. No podía creer que era ella quien se veía en el espejo, era increíble lo que el maquillaje podía hacer, su rostro jamás a sido tocado, solo aquellas cuencas oscuras debajo de sus ojos era la imperfección de su rostro. Sus ojos se desviaron a los baúles donde sus pertenencias fueron puestas.
Era hora, hora de salir de los enormes muros de ese castillo, pronto partiría lejos de su familia y hermano, para poder ser libre.
Suspiro con alivio al recordar ya no vería más a su hermano mayor, que aunque fueran tristemente tan solo tres días de viaje, suspiraba con alivio al renacer que la distancia los mantenía lejos de ella, camino hasta el mueble de madera fina tomando aquel libro que la acompaño en toda su vida. Lo apretó con fuerza hasta que los suaves toques provenientes de la puerta sonaron, rompiendo su burbuja de protección, al temer saber de quién se trataba.
—Adelante —. Dejó el libro en su lugar y se giró sin moverse de su posición en lo que vio la cabellera oscura de su hermano, sujeto con más fuerza la chalina que traía sujeta entre sus brazos al verlo caminar hasta ella. La altura de su hermano la sobrepasaba, tanto que aún le intimidaba.
—Pronto partirás, no te despedirás de tu amado hermano —. Dijo acariciando un mechón de su cabello con demasiado cariño.
—No me gustan las despedidas querido hermano, me dolerá más mi partida —. Contestó, mintiendo al respecto de lo que en verdad sentía, la satisfacción de irse y no volver nunca, estaba más que segura de que aria lo posible por impedir que su hermano sé interpusiera en su nuevo matrimonio.
Las manos enfundadas con la piel de aquellos guantes, la tomaron por la barbilla y levantó su rostro para que pudiera verlo a los ojos directamente.
—Mi amada hermana, que are sin tu presencia —. Apretó su barbilla con una aura peligrosa que provocó una reacción que desencadenó una serie de nervios en la pequeña rubia quien escondió sus manos en su chal, empuñando de la suave tela con temor de lo que pudiera ocurrir en ese momento.
Por suerte, un toque proveniente de la puerta la salvo de lo que su hermano pudiera estar pensando en su perversa mente. Una mujer entró seguido de unos dos guardias quienes tomaron los baúles donde iban sus pertenencias.
—Señorita, el carruaje a llegado, su presencia es aguardada en la puerta principal —.
Asintió y sin darle la oportunidad de marcharse actuó con rapidez queriendo huir de su hermano, pero se vio interrumpida por este en el momento en que la tomó por los brazos y la azotó sin delicadeza contra la puerta.
—Hermano...
—No, no quieras provocarme Evangeline, espero que hayas comprendido que nadie más te pude amar como yo lo hago —Dijo en su oído con evidente resentimiento —Recuerda esto, no puedes ser feliz con él, no lo permitiré ni en una década, juro por mi mismo que te traeré de vuelta a mis brazos —.
La soltó con brusquedad y dejándola inmersa en su temor, la abandono en la habitación para salir después de dejar en claro aquella amenaza. Llevo una mano a su pecho sintiendo el inconstante palpitar de sí corazón. Era lo que se temía, desde la noche anterior, en que la poseyó de nuevo en su deshonra sus agresiones fueron más consistentes, más dolorosas, más humillantes.
Cerro los ojos, tratando de controlar el hecho de que el agua acumulada en ellos saliera con libertinaje, no quería mostrarse débil ante las palabras que no hicieron más que implantarle un miedo que la angustiaba. Conocía a su hermano y por ello mismo reconocía que el hombre cumpliría su palabra.
Con unas náuseas horribles, con el miedo hasta la punta de su cabello salió de la habitación que antes fue su refugio, que fue destruido junto con ella en la desgracia de ver como topo puede ser tan fácil de destruir. Cerro todo aquello que pudiera recordar le a su pasado. Puesto que pronto, un nuevo capítulo de su vida comenzaría, pronto su infierno terminaría.
Tomando una última respiración profunda, poniendo su semblante de niña triste al alejarse de su familia fue que salió donde su familia se encontraba. La hipocresía era una de sus mejores cartas, dio una suave reverencia a sus padres ausentes, se permitió abrazar a sus hermanos con una falsedad y al final su hermano mayor, quien la veía con fijación.
Lo abrazo con el corazón en la boca, sentía el miedo cuando aquellos brazos la tomaron fuerza y la estrecharon a su pecho firme y duro.
—Juro que te extrañaré Evangeline — Continuo diciendo tras hacer una ligera pausa —En todas mis noches lejos de ti—.
Aquello le dejo un mal sabor de boca, comprendía el mensaje oculto en esas palabras inocentes. Con rapidez se apartó de su familia y se introdujo en el carruaje queriendo huir cuanto antes de todos ellos. Agitó su mano una vez la carroza comenzó andar, fue entonces, que una vez fuera del alcance de su hermano, su mayor pesadilla, fue que se permitió soltar lágrimas, lágrimas de terror, de trizas y de felicidad al por fin salir, por fin comenzaría una nueva vida o al menos eso era lo que ella creía.
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