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ES VERDAD, NO LO SOÑE

Capitulo 1

Ana Martínez era una mujer común y corriente. Con sus 25 años recién cumplidos, había terminado sus estudios en Administración de Empresas y se encontraba inmersa en su  vida laboral. Trabajaba en una empresa de restaurantes elegantes, un lugar donde la sofisticación y el buen gusto eran parte de la marca registrada. Sin embargo, a pesar de estar rodeada de lujo y refinamiento, Ana sentía que algo le faltaba en su vida.

Desde joven, Ana había sentido una extraña fascinación por las épocas pasadas. Le encantaba sumergirse en libros de historia, perderse en las páginas que la transportaban a mundos lejanos y exquisitos. Soñaba despierta con vestidos suntuosos, bailes de salón y cartas de amor escritas a mano. Para ella, la elegancia y el glamour de tiempos pasados representaban una forma de escapar de la mundanidad de su vida cotidiana.

Aunque su trabajo en el restaurante le permitía estar rodeada de belleza y refinamiento, Ana sentía que algo no encajaba del todo. A menudo se encontraba mirando por la ventana, soñando despierta con un mundo que parecía estar fuera de su alcance. La rutina diaria se había vuelto monótona, y Ana anhelaba algo más, algo que no podía definir con palabras.

Cada mañana, Ana se levanta temprano y se sumerge en la vorágine del trabajo. Como especialista en redes sociales impulsando la fama de los restaurantes, pasa la mayor parte de su día frente a una pantalla, creando contenido, analizando métricas y respondiendo correos electrónicos. Aunque su trabajo es exigente y gratificante en muchos aspectos, también es solitario. La mayoría de sus compañeros de trabajo son simplemente colegas, y las interacciones sociales se limitan a reuniones de trabajo y conversaciones superficiales en la oficina.

Después de un largo día de trabajo, Ana regresa a su apartamento, un refugio silencioso en medio del bullicio urbano. Allí, se sumerge en sus propios pensamientos, encontrando consuelo en la tranquilidad de la soledad. A menudo pasa las noches leyendo libros, viendo películas o simplemente contemplando las luces de la ciudad desde la ventana de su sala de estar. Aunque disfruta de su tiempo a solas, a veces también siente la punzada de la soledad, especialmente en las noches frías y oscuras de invierno. anhelando un compañero de vida.

A pesar de su aparente resignación a la soledad, Ana también anhela una conexión más profunda con los demás. A veces se encuentra fantaseando sobre hacer nuevos amigos o encontrar el amor en algún lugar inesperado. Sin embargo, sus intentos de socializar suelen ser frustrados por su propia timidez y reserva. A menudo se encuentra retrocediendo en su caparazón, prefiriendo la seguridad de su propia compañía a las incertidumbres de las relaciones humanas.

A medida que pasa el tiempo, Ana se da cuenta de que la soledad es una parte inevitable de la vida moderna por eso sueña con vivir en la época antigua, ella cree que no pertenece a esta época. En un mundo cada vez más conectado digitalmente, las relaciones humanas se han vuelto más superficiales y efímeras. Las redes sociales y las aplicaciones de citas pueden ofrecer una ilusión de conexión, pero rara vez satisfacen el anhelo profundo de intimidad y conexión emocional.

A pesar de todo, Ana se niega a rendirse ante la soledad. Con cada día que pasa, se esfuerza por encontrar pequeñas alegrías y momentos de conexión en su vida cotidiana. Ya sea charlando con el barista en su cafetería favorita o compartiendo una sonrisa con un extraño en el metro, Ana busca activamente las pequeñas chispas de humanidad que iluminan su día a día.

A medida que el tiempo pasa, Ana descubre que la verdadera clave para superar la soledad no está en buscar la compañía de los demás, sino en cultivar una conexión más profunda consigo misma. A través de  la escritura creativa donde plasma sus sueños, ilusiones y deseos de como sueña que seria su vida en otra época . Ana encuentra una sensación de plenitud y satisfacción que va más allá de las limitaciones de la interacción social. Aprendiendo a disfrutar de su propia compañía, Ana descubre un oasis de paz y tranquilidad en medio del caos del mundo moderno.

Al final, Ana llega a comprender que la soledad no es su enemiga, sino su maestra. A través de su experiencia, aprende a valorar la importancia del autocuidado, la autocompasión y la autoaceptación. Y aunque su vida pueda parecer solitaria desde el exterior, Ana encuentra un profundo sentido de conexión y plenitud en su propia compañía, demostrando que la verdadera felicidad reside en el interior.

Capitulo 2

Como sabrán mi nombre es Ana Martínez, mi madre murió cuando yo estaba terminando mi bachillerato.  Ella estaba padeciendo de una enfermedad terrible cáncer de mama, nunca conocí a mi papa y no tuve hermanos. siempre fuimos mi madre y yo frente al mundo.

Fue un momento difícil, con sus sueños académicos pendiendo de un hilo. Aunque su madre siempre la estuvo preparando para el momento donde ella no estuviera. Había luchado contra viento y marea para llegar hasta aquí, pero los obstáculos parecían insuperables. La universidad, con sus altos costos, estaba fuera de su alcance, y la perspectiva de abandonar su educación era desgarradora, ese fue su refugio en todo momento.

Sin embargo, en medio de la oscuridad, un rayo de esperanza brilló en su vida. Una esperanza tejida con el amor y la previsión de su madre. Antes de partir de este mundo, su madre había ahorrado diligentemente cada centavo que podía, sacrificando lujos y comodidades para asegurar el futuro de su hija.

Ana, sumida en la desesperación, se encontró con una caja olvidada en el armario de su madre. Dentro de ella, envuelto en nostalgia y amor materno, encontró una carta junto a una considerable suma de dinero. La carta era un testamento de la dedicación de su madre hacia ella, expresando su deseo ferviente de que Ana persiguiera sus sueños, sin importar los obstáculos.

Con lágrimas en los ojos, Ana se dio cuenta del sacrificio silencioso que su madre había hecho por ella. Ese dinero no era solo un medio para financiar su educación, sino un símbolo del amor inquebrantable de su madre, un recordatorio de que siempre estaría con ella, incluso en su ausencia física.

Con el corazón lleno de gratitud y determinación, Ana se comprometió a honrar el legado de su madre. Con el dinero que había ahorrado, pudo inscribirse en la universidad y perseguir su carrera con renovado vigor. Cada clase, cada examen, cada desafío que enfrentaba, lo hacía con la imagen de su madre en mente, recordándole el propósito detrás de su lucha.

A medida que los años pasaban, Ana se graduó con honores, llevando consigo el legado de su madre y las lecciones de sacrificio y amor que le había enseñado. Su éxito no solo fue una victoria personal, sino también un tributo al espíritu indomable de su madre, cuyo amor y previsión habían allanado el camino hacia su triunfo.

Y así, gracias al ahorro prudente y al amor incondicional de su madre, Ana pudo no solo completar su carrera, sino también honrar el sacrificio que hizo posible su realización personal. Su historia se convirtió en un testimonio inspirador de cómo el amor y la determinación pueden superar incluso los desafíos más difíciles, iluminando el camino hacia un futuro brillante.

En la actualidad, el legado de su madre no terminó con su graduación; se convirtió en la fuerza impulsora detrás de cada paso que daba. La determinación de honrar el sacrificio de su madre la llevó a buscar oportunidades laborales que no solo le proporcionaran estabilidad económica, sino también un sentido de propósito y realización.

Fue así como Ana encontró un trabajo en una cadena de restaurantes. Al principio, la idea de trabajar en la industria de la restauración la intimidaba. Sin embargo, con el apoyo de su equipo y la dedicación que heredó de su madre, Ana se adaptó rápidamente a su nuevo entorno. Aprendió los entresijos del negocio, desde el servicio al cliente hasta la gestión de inventario, y se destacó por su ética laboral impecable y su actitud positiva.

Trabajar en el restaurante no solo le proporcionó un ingreso estable, sino también una sensación de comunidad y pertenencia. Se rodeó de personas que compartían su pasión por la gastronomía y el servicio al cliente, y encontró un sentido de camaradería que había estado buscando desde que su madre partió. Cada día en el trabajo era una oportunidad para honrar el legado de su madre, recordándole que su sacrificio no había sido en vano.

Pero trabajar en el restaurante también le enseñó una lección valiosa sobre el dinero y el consumo. A medida que se acostumbraba a vivir con un presupuesto limitado durante sus años de universidad, descubrió que no necesitaba gastar mucho para ser feliz. Aprendió a valorar las cosas simples de la vida: una comida casera con amigos, una tarde en el parque, una conversación sincera. Se dio cuenta de que la verdadera riqueza no se mide en términos de dinero, sino en experiencias compartidas y relaciones significativas.

Hoy en día, Ana no está abrumada por lo económico. Gracias al sacrificio de su madre y su propia determinación, ha encontrado un equilibrio entre sus responsabilidades financieras y su búsqueda de felicidad y realización personal. Trabajar en el restaurante no es solo un medio para ganarse la vida, sino una forma de honrar el legado de su madre y vivir una vida que esté a la altura de su ejemplo.

Y así, mientras Ana recorre su camino en la vida, lleva consigo el amor y el sacrificio de su madre como un faro que ilumina su camino. Con cada logro y desafío que enfrenta, se inspira en el espíritu indomable de su madre, recordándole que, aunque ya no esté físicamente presente, su amor sigue guiando cada paso que da.

A pesar de su fuerza y determinación para superar obstáculos, en lo personal Ana era una persona introvertida y solitaria. Sus inseguridades la mantenían en una especie de caparazón emocional, alejándola del mundo exterior. Aunque tenía amigos cercanos y compañeros de trabajo con los que se llevaba bien, siempre se sentía incómoda en situaciones sociales y prefería pasar tiempo a solas.

El amor era un territorio inexplorado para Ana. Nunca se había permitido abrir su corazón a esa experiencia tan compleja y vulnerable. Las relaciones románticas parecían un mundo ajeno, lleno de incertidumbre y riesgos emocionales que no estaba dispuesta a enfrentar. A pesar de que veía a parejas felices a su alrededor, nunca había sentido esa chispa romántica por sí misma.

Aunque su vida amorosa seguía siendo un enigma, Ana encontraba consuelo y satisfacción en otras áreas de su vida. Se sumergía en sus pasiones y hobbies, encontrando una conexión profunda consigo misma a través del arte, la literatura y la naturaleza. En su mundo interior, encontraba refugio y paz, liberándola de las presiones y expectativas del mundo exterior.

Fue en este momento, donde en el auge de su vida, experimentó un giro inesperado de los acontecimientos que la llevó a una nueva rencarnación en una época antigua donde anhelaba estar, pero sentía  miedo ya que creyó esto un imposible a vivir donde las calles empedradas y los castillos eran el telón de fondo de la historia.

Fue en un accidente trágico que la arrojó al abismo del tiempo. Un giro violento del destino que la arrancó de su vida moderna y la depositó en un mundo desconocido. Despertó en un lugar que no reconocía, en un cuerpo que no era el suyo, con la mente llena de recuerdos que no coincidían con su entorno.

Era una huérfana en la época antigua, una niña indefensa a merced del destino. Pero dentro de ella ardía la llama de una vida pasada, con todos los recuerdos y experiencias que había acumulado a lo largo de los años. A pesar de tener el cuerpo de una bebé, su mente albergaba la sabiduría y los conocimientos de una vida completa.

Fue acogida por una pareja de campesinos que la criaron como a su propia hija, ajena al hecho de que dentro de ese frágil cuerpo infantil residía el espíritu de alguien mucho más antiguo.

capitulo 3

La vida de Ana con los campesinos que la adoptaron fue una mezcla de amor, aprendizaje y desafíos. Aunque había sido arrojada a un mundo que no entendía completamente, encontró consuelo y calidez en el hogar de sus padres adoptivos Marina y Jesús Torres, quienes la criaron con amor y dedicación, la llamaron de la misma manera solo que ahora su apellido era Torres.

Desde una edad temprana, Ana demostró ser una niña especial. Aunque su cuerpo era el de una niña común, su mente albergaba conocimientos y experiencias que iban más allá de su edad. Se destacaba por su curiosidad insaciable y su inteligencia aguda, absorbiendo todo lo que podía de su entorno.

Sus padres adoptivos, aunque humildes campesinos, reconocieron el potencial único de Ana y la alentaron a seguir sus pasiones y perseguir sus intereses. A pesar de no entender completamente la naturaleza de su hija, la amaban incondicionalmente y estaban determinados a brindarle todas las oportunidades que pudieran.

Los primeros años de la infancia de Ana estuvieron marcados por la exploración y el descubrimiento. Pasaba horas explorando los campos y bosques que rodeaban su hogar, maravillándose ante la belleza y la majestuosidad de la naturaleza. Cada flor, cada árbol, cada animal era una fuente de fascinación y asombro para ella, y pasaba horas observando y aprendiendo de su entorno.

A medida que crecía, Ana demostraba una habilidad innata para aprender y adaptarse. Absorbía conocimientos como una esponja, devorando libros y preguntando incesantemente sobre el mundo que la rodeaba. A pesar de su juventud, tenía una comprensión sorprendente de temas que iban desde la historia hasta la ciencia, dejando perplejos a aquellos que la conocían.

Sin embargo, su naturaleza única también la hacía sentirse aislada a veces. A pesar del amor y el apoyo de sus padres adoptivos, Ana se sentía diferente de los demás niños de su edad. No podía relacionarse completamente con sus compañeros, cuyas preocupaciones y intereses eran muy diferentes de los suyos. A menudo se sentía sola, anhelando una conexión más profunda con alguien que entendiera su verdadera naturaleza.

Pero a pesar de sus luchas internas, Ana encontró consuelo en las pequeñas alegrías de la vida cotidiana. Pasaba horas ayudando a sus padres en los campos, aprendiendo los secretos de la agricultura y el cultivo. Aunque su cuerpo era pequeño y frágil, tenía una determinación feroz que la impulsaba a trabajar duro y superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

Los años pasaron, y Ana creció en una niña inteligente y diligente. A los diez años, ya era una experta en muchas de las tareas que requería la vida en el campo. Ayudaba a cuidar de los animales, cultivaba el huerto y ayudaba en la cocina, contribuyendo de manera significativa al bienestar de su familia.

Pero a pesar de su habilidad para adaptarse a la vida en el campo, Ana seguía sintiendo un vacío en su corazón. A medida que crecía, se daba cuenta cada vez más de la discrepancia entre su mente y su cuerpo. Sabía que era diferente de los demás niños de su edad, pero no entendía completamente por qué.

Fue durante esos años que Ana comenzó a reflexionar sobre su verdadera identidad y el propósito de su vida. ¿Por qué había sido arrancada de su vida anterior y arrojada a este mundo antiguo? ¿Qué significaba su presencia en esta época y lugar? Eran preguntas que la atormentaban en silencio, haciéndola cuestionar su lugar en el mundo y su propósito en la vida.

Pero a pesar de sus dudas y confusiones, Ana encontró consuelo en el amor y el apoyo de su familia. Aunque su naturaleza única los desconcertaba a veces, nunca dudaron en su amor por ella. En su hogar, encontró un refugio seguro donde podía ser ella misma sin miedo al juicio o la crítica.

Y así, mientras Ana continuaba su viaje por la vida, llevaba consigo el amor y la dedicación de sus padres adoptivos como un faro que iluminaba su camino. Con cada paso que daba y cada desafío que enfrentaba, se aferraba a la esperanza de que algún día encontraría las respuestas que tanto anhelaba y que su verdadero propósito en la vida se revelaría ante ella.

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