En el corazón de Tokio, la vida de Kaito era tan gris como el concreto que lo rodeaba. Kaito es un joven de cabello oscuro y ojos que reflejan el color del océano. Su físico es ágil, resultado de años de escapar de matones y perderse en videojuegos de aventuras. A pesar de su apariencia común, hay una intensidad en su mirada que sugiere una fuerza interior aún no descubierta. Kaito es curioso y tiene un amor por lo desconocido.
Su rutina diaria era un ciclo sin fin de evadir miradas y murmullos en los pasillos de la escuela, donde su existencia pasaba desapercibida entre la multitud de estudiantes. Pero todo cambió una tarde lluviosa de martes, cuando Kaito decidió tomar un camino diferente a casa.
Mientras las gotas de lluvia tamborileaban sobre su paraguas, una tienda de antigüedades, oculta entre las sombras de los edificios más altos, llamó su atención. Empujado por la curiosidad y el deseo de escapar del aguacero, Kaito entró.
El interior olía a madera vieja y a historias olvidadas. Entre los estantes llenos de objetos cubiertos de polvo, un pequeño relicario de bronce capturó su atención. Estaba adornado con símbolos que parecían danzar bajo la tenue luz de la tienda. Sin saber por qué, Kaito sintió que el relicario le llamaba.
Al abrirlo, una ráfaga de viento se desató en la tienda, apagando las luces y arrojando a Kaito a una oscuridad total. Cuando la luz regresó, ya no estaba en la tienda. En su lugar, se encontraba en medio de un bosque exuberante, donde los árboles susurraban secretos y el cielo estaba pintado con los colores de una aurora que nunca había visto.
Antes de que pudiera asimilar su nuevo entorno, una bandada de pájaros de cristal surcó el cielo, reflejando la luz de la aurora en un arcoíris de colores que danzaba sobre el suelo del bosque. Kaito observó maravillado cómo las criaturas aladas entonaban una melodía que parecía dar vida a la naturaleza a su alrededor.
No muy lejos, un grupo de pequeños Duendes con piel de musgo y ojos como perlas emergió de entre las raíces de un árbol centenario. Con gestos amistosos, le ofrecieron a Kaito frutos luminosos que brillaban con una luz propia. Al probar uno, sintió cómo su cuerpo se llenaba de una calidez reconfortante y su mente se agudizaba.
Continuando su camino, se topó con un río donde nadaban peces de plata que tejían el agua en patrones complejos, creando una sinfonía visual que hipnotizaba a Kaito.
Confundido y asustado, Kaito se levantó, sujetando el relicario con fuerza. Fue entonces cuando escuchó una voz familiar.
"¿Kaito? ¿Eres tú?" Era Hana, la joven más popular de la escuela, con su uniforme escolar manchado de barro y una expresión de asombro en su rostro. Con su cabello dorado y figura atlética, Hana parece una guerrera nacida de la luz del sol mismo. Su sonrisa puede ser encantadora, pero sus ojos revelan una determinación férrea. Es apasionada por la historia y los mitos antiguos.
"Hana, ¿cómo... qué haces aquí?" preguntó Kaito, su voz temblorosa por la sorpresa y el miedo.
"No lo sé, estaba en la biblioteca y de repente, todo se volvió oscuro, y ahora estoy aquí. ¿Dónde estamos?" respondió Hana, mirando a su alrededor con una mezcla de temor y fascinación.
"No tengo idea, pero esto no es Tokio. Mira esos pájaros y esos peces... es como algo sacado de un sueño," dijo Kaito, aún sin creer lo que sus ojos veían.
"Es hermoso, pero también aterrador. No sabemos qué peligros podrían acecharnos aquí," Hana murmuró, acercándose a Kaito en busca de consuelo.
Juntos, se dieron cuenta de que habían sido transportados a un mundo desconocido, un mundo que desafiaba todo lo que creían saber.
Mientras intentaban encontrar un camino de regreso, una criatura se les acercó. Era un lobo, pero no uno ordinario. Su pelaje azulado fluía como la niebla y sus ojos brillaban con la luz de la tormenta. El lobo les habló, no con palabras, sino con imágenes y emociones que llenaron sus mentes.
Les mostró visiones de Sylvarant, un mundo en el borde de la destrucción, y les habló de la profecía que los nombraba como los salvadores. Kaito y Hana eran los elegidos para encontrar los Fragmentos del Orbe de los Destinos y detener a la Reina de Espinas antes de que su oscuridad consumiera todo, incluyendo su propio mundo.
Kaito frunció el ceño, la incertidumbre en su voz. “Hana, ¿es posible que seamos… los elegidos?”
Hana, contemplando el abismo de posibilidades. “No lo sé, Kaito, pero si nosotros no lo intentamos, ¿quién lo hará?”
Con el corazón palpitante y el destino de dos mundos en sus manos, Kaito y Hana dieron el primer paso hacia la aventura más grande de sus vidas.
El viento soplaba con fuerza a través de las copas de los árboles, llevando consigo el murmullo de hojas y el susurro de una tierra que respiraba magia. Kaito y Hana, aún asimilando la realidad de su situación, seguían al misterioso lobo de la tempestad a través del Bosque Susurrante, donde cada sombra parecía moverse y cada rama parecía señalar el camino.
El lobo se detuvo y, con una mirada serena, se giró hacia ellos. "Los Fragmentos del Orbe son la esencia de Sylvarant," comenzó a explicar. "Están dispersos por todo el reino, protegidos por pruebas que solo los verdaderos corazones pueden superar."
"¿Y cómo los reconoceremos?" inquirió Hana, su curiosidad despertada por la revelación.
"Sabrán que han encontrado un Fragmento del Orbe cuando se enfrenten a un desafío que resuene con su propio espíritu," respondió el lobo. "Y cuando lo superen, el fragmento se revelará a ustedes, como si siempre hubiera sido suyo."
“¿Cómo vamos a encontrar esos fragmentos?” preguntó Kaito, su voz apenas audible sobre el viento.
Hana, con la mirada fija en el horizonte, respondió: “Confía en mí, encontraremos una manera. Siempre lo hago.”
No pasó mucho tiempo antes de que Kaito y Hana se encontraran con su primera prueba en su viaje. Una criatura imponente y majestuosa bloqueaba su camino, una bestia de la tempestad similar al lobo, pero esta irradiaba una aura de peligro y poder inmenso. Sus ojos eran dos tormentas furiosas, y su pelaje grisáceo se agitaba con la fuerza de un huracán.
“Es uno de los guardianes del bosque,” explicó el lobo con un tono de respeto reverente. “Para pasar, deben demostrar su valía y coraje”.
Kaito y Hana se miraron con determinación, entendiendo que no había vuelta atrás. Hana asintió con firmeza, y con una determinación que sorprendió incluso a Kaito, se adelantó para enfrentar al guardián.
“Somos los elegidos de la profecía,” declaró Hana con voz firme y clara. “Permítenos pasar y te prometemos proteger Sylvarant con todo lo que tenemos, con cada aliento y cada latido de nuestros corazones.”
La bestia gruñó, un sonido que resonó a través del bosque como el eco de un trueno lejano, y luego, para su sorpresa, se hizo a un lado con un movimiento grácil que contrastaba con su tamaño imponente. El lobo les guiñó un ojo, mostrando una chispa de orgullo en su mirada, como si estuviera orgulloso de su valentía y la verdad en sus palabras.
Continuaron su viaje, y con cada paso, el vínculo entre ellos crecía. Compartían historias de sus vidas, descubriendo que, a pesar de sus diferencias, tenían mucho en común. Kaito habló de su amor por los videojuegos y cómo siempre soñó con vivir una aventura real. Hana compartió su fascinación por los mitos y cómo siempre sintió que había algo más esperándola.
Hana sintió un vacío en su estómago. "Tengo hambre," admitió, mirando a su alrededor en busca de algo comestible.
El lobo, captando su necesidad, los guió a un claro donde crecían árboles cargados de frutas de colores vibrantes y formas inusuales. "Estas son Frutillas Estelares," explicó el lobo. "Son seguras para comer y os darán la energía que necesitáis para vuestra travesía."
Las frutas brillaban con un resplandor interno, como si contuvieran la luz de las estrellas mismas. Al morderlas, Kaito y Hana sintieron una oleada de vigor y claridad mental.
Hana le preguntó al lobo, su curiosidad brillando en sus ojos. "Tienes un nombre, ¿verdad? Alguien tan sabio y poderoso como tú debe tener uno," preguntó con gentileza.
El lobo los miró, sus ojos destellando con una inteligencia casi humana. "Sí, tengo un nombre," respondió con una voz que parecía llevar el peso de los siglos. "Pueden llamarme Hope, y fui elegido para ser el mensajero de los salvadores, aquellos que traerán equilibrio a Sylvarant."
Kaito observó la escena, impresionado por la solemnidad del momento. "Hope," repitió, probando el nombre en su lengua. "Es un nombre que inspira."
Mientras acampaban, una luz suave los envolvió. Era una Lumiflor, una flor luminiscente que se acercó volando lentamente a ellos, sus pétalos brillando con un resplandor cálido y acogedor.
“Es un regalo,” dijo Hope. “Las Lumiflores solo se acercan a aquellos Con corazones puros.”
Kaito extendió su mano, y la flor se posó en su palma, su luz iluminando su rostro con una sonrisa de asombro. Hana observaba, y por un momento, la máscara de la chica popular se desvaneció, revelando a alguien que, al igual que Kaito, buscaba su lugar en el mundo.
La noche pasó con historias y risas, y cuando el alba llegó, Kaito y Hana se levantaron, sabiendo que su viaje apenas comenzaba. Con el sabio mensajero Hope a su lado y la lumiflor en su mochila, se adentraron en lo desconocido, listos para enfrentar lo que Sylvarant les tenía preparado.
La luz del amanecer se filtraba a través de las hojas, bañando el campamento en tonos dorados y verdes. Kaito despertó al sonido de Hana hablando en voz baja con Hope. Se unió a ellos, frotándose los ojos, aún no acostumbrado a la idea de que su nueva realidad incluía conversaciones con seres mágicos.
“¿Qué está pasando?” preguntó Kaito.
“Hay un guardián en las Montañas Ardientes que puede ayudarnos,” explicó Hana, su tono era sereno pero sus ojos reflejaban la urgencia de su misión. “Pero llegar hasta él no será fácil.”
Mientras se preparaban para partir, Hope les advirtió: "En las Montañas Ardientes, encontrarán criaturas forjadas por el fuego y la piedra. Seres que nunca han visto la luz del sol y que se alimentan de las llamas y el azufre."
Kaito y Hana escucharon atentamente las palabras de Hope, conscientes de la gravedad de su próxima travesía.
"Esto ayudará," dijo Hope, revelando dos misteriosos brazaletes. "Brazaletes de Magma Fría, forjados en las profundidades de Sylvarant. Los protegerán de las altas temperaturas. Les deseo suerte."
Despidiendose de Hope, con gratitud, se adentraron en Las Montañas Ardientes, un nombre que evocaba imágenes de picos escarpados y cielos teñidos de rojo por la lava que fluía sin cesar. Eran conocidas por sus volcanes activos y ríos de lava, un terreno que ponía a prueba incluso a los aventureros más valientes. Sin embargo, la promesa de encontrar un aliado en su misión les dio a Kaito y Hana la determinación necesaria para enfrentar el peligro.
Con cautela, Kaito y Hana comenzaron su ascenso. No tardaron en encontrarse con las Salamandras de Lava, reptiles cuyas escamas parecían hechas de magma solidificado. Se deslizaban entre las rocas, dejando tras de sí un rastro de calor abrasador.
Más arriba, un grupo de Aves Piroclásticas sobrevoló el cielo, sus plumas eran como chispas voladoras que encendían pequeños fuegos donde caían. Estas aves raramente tocaban el suelo; su hogar era el aire caliente que ascendía de las entrañas de la tierra.
Al acercarse a la cima, se toparon con los Gatos de Obsidiana, felinos elegantes con ojos que reflejaban el resplandor de la lava. Estos gatos eran conocidos por su agilidad y su habilidad para navegar por los campos de lava sin dañarse.
El viaje fue arduo. El suelo bajo sus pies era inestable, traicionero, y el aire estaba lleno de ceniza y humo que quemaba los pulmones y empañaba la vista. A medida que ascendían, la vegetación daba paso a la roca y al fuego, y el calor se volvía casi insoportable.
Finalmente, llegaron a una meseta donde el calor parecía emanar de cada grieta en la tierra, como si la montaña misma respirara fuego. Frente a ellos se alzaba una figura imponente, un dragón cuyas escamas brillaban como el carbón encendido, un ser de poder antiguo y temible. Era el Guardián de las Llamas, y su presencia era tan abrumadora que Kaito y Hana no pudieron evitar sentirse pequeños ante él.
“Venimos en busca de tu sabiduría y tu fuerza,” dijo Hana, su voz firme a pesar del temor que sentía.
El dragón los observó, sus ojos como dos brasas que podían ver a través del alma, escudriñando sus intenciones y valor. “¿Por qué debería ayudarlos, humanos?” preguntó con una voz que resonaba como el trueno, un sonido que sacudía la tierra y llenaba el aire con la promesa de destrucción.
Kaito dio un paso adelante, su determinación era un faro en la tormenta. “Porque si no detenemos a la Reina de Espinas, no solo Sylvarant caerá, sino también nuestro mundo. Y no estamos dispuestos a dejar que eso suceda,” declaró con una convicción que sorprendió incluso a los vientos que susurraban entre las rocas.
"¿Y qué los hace dignos de mi ayuda? ¿Qué los diferencia de aquellos que han venido antes y han fallado?" desafió el Guardián, su voz era un rugido bajo que vibraba en el aire caliente.
"Nuestra determinación," respondió Hana, sin vacilar. "No buscamos poder ni gloria. Solo queremos salvar a aquellos que no pueden luchar por sí mismos."
El dragón pareció considerar sus palabras, y luego, con un movimiento de sus enormes alas, la meseta se transformó. La roca se partió, revelando un camino que descendía hacia el corazón de la montaña, un sendero oculto que solo los dignos podían ver.
“En las profundidades de estas montañas, encontrarán lo que buscan,” dijo el dragón, su voz ahora contenía un matiz de respeto. “Pero tened cuidado, pues el fuego no es el único peligro que acecha en la oscuridad.”
Con un agradecimiento que no necesitaba palabras, Kaito y Hana se adentraron en la montaña, siguiendo el camino que el Guardián de las Llamas había revelado. Lo que encontrarían allí, solo el tiempo lo diría, pero estaban listos para enfrentar cualquier desafío, juntos.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play