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Casada Con Un Desconocido

Capítulo 1

Alice

Rin, rin, rin…

Me despierto de mi maravilloso sueño cuando escucho la alarma. La verdad, odio levantarme temprano, pero tengo que ir a la escuela, y si no me levanto ya mismo, mi madre me regañará una vez más.

Me levanto y entro al baño a darme una ducha. Salgo de la ducha y me cepillo los dientes. Cuando salgo del baño, veo a mi madre poniendo mi uniforme en la cama. Mi madre es la mejor; a pesar de que tenemos personal de servicio, le gusta hacer todo por sí sola.

Carla, mamá de Alice: —Buenos días, princesa. ¿Cómo amaneció mi rayito de sol? Creo que bien, porque hoy no tuve que regañarte para que te despiertes.

Mientras decía eso, miraba a mi madre con cariño.

Mi madre es hermosa: piel blanca como la nieve, ojos azules y cabello rubio dorado. A pesar de su edad, tiene un cuerpo hermoso; parece mi hermana y no mi madre. Yo soy igual que ella, con la única diferencia de que tengo el cabello negro como mi padre.

—Buenos días, mamá —la saludo con un beso y me apresuro a vestirme.

Mi madre sale y baja a la cocina a prepararme el desayuno.

Procedo a peinarme y aplicarme mis productos para el cuidado del cabello, ya que para mí lo más importante es mi cabello. Me encanta mi color negro natural y lo largo que está; me llega a mitad de las nalgas, aunque casi no se nota, porque se me hacen unas ondas naturales, y eso es lo que más me encanta.

Después de terminar con mi cabello, me miro al espejo y, no es por nada, pero me gusta lo bien que se ha desarrollado mi cuerpo con solo 15 años.

A pesar de mi edad, mi cuerpo se ha desarrollado muy bien. Tengo pechos no tan grandes ni tan pequeños, cintura pequeña, piernas no tan gruesas y unas nalgas proporcionadas. Tengo mi cuerpo muy bien definido, ya que los fines de semana siempre voy a hacer ejercicio.

Después de terminar de arreglarme, bajo a desayunar. Mi padre me está esperando en el comedor. Lo saludo con un beso en la mejilla y él hace lo mismo.

Mientras desayunamos, charlamos un rato; mis padres siempre se dan muestras de cariño. La verdad, tengo una vida perfecta.

Luego de terminar de desayunar, me levanto y me despido de mis padres. Le doy un beso y un abrazo a mi madre.

Carla: —Adiós, princesa. Pórtate bien y que tengas un maravilloso día.

—Igualmente, mamá. Los amo.

Salgo; afuera ya me está esperando mi chofer. Me subo al auto y, en menos de media hora, llego a la escuela.

La verdad, este día es maravilloso. El clima está nublado, tal y como me gusta.

Cuando llego, voy directo a la biblioteca. Todavía falta media hora para que empiece mi primera clase. Llego a la biblioteca y encuentro a mi mejor amiga. Me acerco, la saludo y charlamos un rato.

Tania siempre tiene algo nuevo respecto a su vida. Sus padres están pasando por problemas financieros y, digamos, no han sido los mejores padres para ella. Siempre le doy mi apoyo, aunque ella se haga la fuerte.

Entramos a clases, y llega la hora de la salida. Le dije a Tania que fuéramos a almorzar a un restaurante y comiéramos un helado. Ella se había negado, ya que no podía permitirse gastar tanto dinero, pero le dije que yo invitaba, y después de pensarlo un poco, aceptó.

Fuimos a almorzar y el día transcurrió muy bien. Hoy era un día diferente, me la estaba pasando de maravilla con Tania, cuando de repente me llega una llamada de mi padre.

Cuando vi que era él, no sé por qué, pero tuve un mal presentimiento. No lo pensé mucho y contesté.

Robert, padre de Alice: —Hija, ¿dónde estás?

Alice: —Estoy almorzando con Tania, papá. ¿Por qué?

Robert: —Hija, ven ahora mismo a la clínica. Tu madre tuvo un accidente automovilístico y está muy grave. Ven de inmediato.

Cuando escuché lo que mi padre me decía, sentí cómo mi corazón se aceleraba cada vez más. Se me formó un nudo en la garganta y las lágrimas comenzaron a caer a cántaros.

Tania también estaba en shock, ya que tenía el teléfono en altavoz. Las dos nos apresuramos a salir del restaurante y nos subimos al coche. Unos minutos después, llegamos al hospital y vi a mi padre en la sala de espera.

Estaba destrozado. Me acerqué y le pregunté qué había pasado.

Robert: —No sé cómo pasó, hija. Yo estaba en la empresa cuando me llamaron para decirme que estaba aquí, muy grave. Ahora está en el quirófano.

Mientras mi padre me contaba lo poco que sabía, salió el médico del quirófano.

Médico: —Familiares de la señora Castle.

Rápidamente nos acercamos.

Robert: —Dígame, doctor, ¿cómo está mi esposa?

Médico: —Lo siento mucho… No pudimos hacer nada por su esposa. Perdió mucha sangre y le dio un paro cardíaco.

No podía creer lo que estaba escuchando. Rápidamente corrí a la sala, y lo que vi me dejó completamente en shock. El cuerpo de mi madre, sin vida, en esa camilla, me destrozó el corazón.

Se me estaba dificultando respirar. Me acerqué y abracé el cuerpo sin vida de mi madre, de mi hermosa y maravillosa madre. No podía creer lo que estaba pasando; en cuestión de minutos, mi vida dio un giro inesperado.

Perdí a la persona más importante para mí. Lloraba desconsoladamente, aferrada al cuerpo de mi madre. No pude controlarme y empecé a llorar más fuerte hasta que perdí la conciencia.

Después de casi una hora inconsciente, me desperté. Estaba en una habitación del hospital y vi a Tania a mi lado, con cara de preocupación.

Tania: —Ay, Alice, por fin estás despierta. Estaba muy preocupada por ti. ¿Cómo te sientes, amiga?

Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Le pregunté que me dijera que todo fue una pesadilla, que mi madre estaba viva. Tania me miró con tristeza y no logró pronunciar palabra. Ahí me di cuenta de que todo esto era real.

Capítulo 2

El día después del entierro de mi madre fue el más largo y silencioso de mi vida.

De regreso a casa, subí directamente a mi habitación. Mi padre y yo no nos habíamos dirigido la palabra desde ayer, y la verdad, no quería hacerlo. No quería hablar con nadie.

Cerré la puerta, me dejé caer sobre la cama y, sin poder contenerme más, rompí en llanto. Lloré hasta quedarme dormida, con la almohada empapada y el corazón vacío.

Me despertaron los rayos del sol colándose entre las cortinas. Todo seguía igual: el cuarto en silencio, el aire pesado, la soledad cubriéndome como una manta fría.

Entré al baño, me lavé la cara, los dientes, y salí con ropa cómoda. No tenía ganas de nada. Hoy tenía clases de chino, pero cancelé todo. Ni siquiera quería salir de mi habitación.

Pasaron las horas y apenas si me moví.

Hasta que escuché unos suaves golpes en la puerta.

—¿Quién es? —pregunté con la voz apagada.

—Soy yo, mi niña —respondió la voz cálida de mi nana Amanda.

Le dije que pasara. Entró despacio, con una bandeja en las manos.

La colocó en la mesita de noche con ese cuidado que solo ella tiene.

—Mi niña, te traje un poco de sopa. Ayer no comiste nada, y hoy tampoco has desayunado. Si sigues así, te vas a enfermar.

—No quiero nada, nana… no tengo hambre.

—Vamos, mi niña, come un poco, aunque sea unas cucharadas —dijo con ternura, acercándome la cuchara a los labios.

No tuve fuerzas para negarme más.

Mientras me daba de comer, la miré y pregunté:

—¿Has visto a mi padre?

Amanda bajó la mirada.

—No, mi niña. Ayer, apenas subiste a tu habitación, él se fue. No ha regresado desde entonces.

Sentí un nudo en el pecho.

Otra vez. Igual que en el hospital. Cuando desperté y pregunté por él, Tania me dijo que también se había marchado.

Ni siquiera se tomó la molestia de preguntar cómo estaba… ni de abrazarme.

Ni siquiera eso.

Después de comer un poco, mi nana me acarició el cabello y salió, dejándome sola con mis pensamientos.

Volví a acostarme, mirando al techo.

Recordaba a mamá, su risa, su voz, la forma en que me arropaba cada noche.

Y luego pensaba en papá… en cómo, en menos de un día, se había vuelto un extraño.

Así pasó el resto del día.

Cuando cayó la noche, me duché y me metí en la cama.

Otra vez sola. Otra vez vacía.

A la mañana siguiente me desperté tarde, con el estómago vacío y los ojos hinchados. Eran casi las once.

Me levanté con flojera y bajé por las escaleras, pero a mitad de camino me quedé paralizada.

En la sala estaban mi padre, una mujer rubia, y una chica de mi edad.

Reían, conversaban… como si nada hubiera pasado.

Como si mi madre no hubiera sido enterrada apenas dos días atrás.

Ellos se dieron cuenta de mi presencia y se pusieron de pie.

Caminaron hacia el inicio de las escaleras.

—Papá… ¿quiénes son ellas? —pregunté, con la voz temblorosa pero firme.

—Ellas son Luisa y Lisa —respondió con absoluta naturalidad—. Mi mujer… y mi hija. Tu media hermana.

Me quedé en shock.

Las palabras resonaron en mi cabeza como un disparo.

Mi mujer. Mi hija.

¿Lo decía en serio?

—A partir de hoy —continuó él, sin inmutarse—, ellas vivirán aquí. Quiero que las trates con respeto y que te comportes. Luisa será la nueva señora de la casa.

Mi cuerpo entero se tensó. Sentí cómo la sangre hervía en mis venas.

—¿Qué…? ¿Te volviste loco, papá? —alcé la voz, sin poder contenerme—. ¡Le fuiste infiel a mi madre con esa mujer! ¿Y ahora la traes a esta casa, la casa de mi madre, como si nada? ¿Qué te pasa?

Siempre me han dicho que tengo mal carácter, y es verdad.

Pero en ese momento no me importó. No iba a quedarme callada.

—¡Cómo te atreves a hablarme así, señorita! —gruñó mi padre, el rostro rojo de ira—. Esta ahora es mi casa, y puedo traer a quien quiera. Así que más te vale comportarte si no quieres tener problemas conmigo.

—Que yo sepa, esta casa no es tuya —respondí, con la voz firme—. Es mía. Mamá me la dejó a mí, junto con la empresa. Nada de lo que hay aquí te pertenece.

Así que ahora mismo, saca a esa mujer de esta casa y respeta la memoria de mi madre.

Papá apretó los puños. Vi cómo su mandíbula temblaba de rabia.

Avanzó hacia mí con pasos largos y levantó la mano para abofetearme.

Pero me moví antes de que pudiera tocarme.

Eso lo enfureció más.

—¡No te atrevas a pegarme! —le grité—. Ya entiendo por qué mamá me dejó todo a mí. Ella sabía lo que eras capaz de hacer.—Lo miré con odio—. ¿Cómo pudiste hacerle esto? ¿Cómo pudiste traer a tu amante y a tu hija ilegítima a esta casa? —Mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Tu esposa murió hace dos días, papá! ¡Dos días! ¿Y ya la reemplazaste?

—¡Escúchame, Alice! —gritó él, acercándose aún más—. Tu madre te dejó todo, sí, pero tú eres menor de edad. Solo tienes quince años. ¡Yo soy tu tutor legal! Y mientras vivas bajo este techo, harás lo que yo diga. Y no te atrevas a volver a hablar así de Luisa ni de Lisa, ¿me oíste? Soy tu padre, y me debes respeto.

Solté una risa amarga, llena de rabia.

—¿Respeto, padre? —repetí con ironía—. ¿Tú crees que después de esto tú, tu mujer o tu hija merecen algún respeto de mi parte?

Mis palabras quedaron flotando en el aire como una sentencia.

Lo miré por última vez, y por primera vez, supe que el hombre que estaba frente a mí ya no era mi padre.

Era un extraño.

Uno capaz de destruirlo todo, incluso la memoria de la mujer que alguna vez dijo amar.

Capítulo 3

Alice

Han pasado casi dos años desde la muerte de mi madre. Dos años desde que Luisa y Lisa llegaron a vivir a esta casa… si es que todavía se le puede llamar casa.

Desde que ellas cruzaron la puerta, este lugar dejó de ser mi hogar y se convirtió en una prisión decorada con lujo.

Mi padre y esas dos mujeres se han encargado de hacerme vivir un infierno, uno que no tiene descanso ni consuelo.

Hace apenas unos días cumplí diecisiete años. No quise celebrarlo; desde que mamá murió, los cumpleaños dejaron de tener sentido. Antes, ella era quien me despertaba con un pastel de chocolate y un beso en la frente.

Ahora, lo único que recibo son miradas de desprecio y un silencio tan denso que parece aplastarme.

No hay mucho que celebrar. Primero, porque mi padre, Luisa y Lisa se encargan de convertir ese día en uno de los peores del año.

Y segundo, porque cumplo en el mismo mes en que mamá falleció.

Cada vez que llega octubre, el aire se vuelve más pesado y todo me recuerda a ella: su risa, su perfume, su voz suave diciéndome “mi rayito de sol”.

La extraño.

Cada día que pasa, la extraño más. Y duele aún más cuando veo en qué tipo de persona se ha convertido mi padre.

Antes, él solía reír conmigo. Solíamos ver películas en el estudio los domingos, y mamá siempre nos traía palomitas. Ahora… apenas me mira. O cuando lo hace, es para gritarme o castigarme.

No entiendo en qué momento el hombre que me enseñó a montar bicicleta se convirtió en alguien tan cruel.

Hace unos meses intentó sacarme de la escuela por orden de Luisa. Según ella, estudiar es una pérdida de tiempo y debería aprender “cosas útiles” como atender invitados o servir la mesa.

Obviamente, me negué.

Luché por mi educación, como mi madre hubiera querido. A veces gano, otras pierdo, pero no siempre me rindo.

Luisa no soporta que no me doblegue.

Y Lisa… ella es peor.

Intentó convencer a mi padre de dejar de darme dinero para quedarse con todo. Dice que “las adolescentes no deberían manejar dinero”, cuando en realidad ella gasta sin medida. Compra ropa, joyas, perfumes… cosas que no necesita. Vive como si el dinero fuera eterno.

Aun así, no consiguió lo que quería.

Aunque terminé pagando el precio: una cachetada de mi padre. Todo porque Lisa me insultó y yo le respondí.

“¿Cómo te atreves a hablarle así a mi tesoro?”, gritó mi padre antes de abofetearme. Tesoro, así le dice. A ella.

Desde que Lisa llegó, supe que algo en ella no estaba bien. Es envidiosa, falsa, manipuladora.

Cuando vio que yo era buena en todo lo que hacía, despertó una especie de odio silencioso hacia mí.

Con solo diez años ya hablaba tres idiomas. Ahora hablo seis: francés, ruso, inglés, chino, italiano y, por supuesto, español.

Mi madre solía decir que tenía facilidad para los idiomas, y que debía aprovecharlo.

Lisa, en cambio, apenas puede hablar inglés correctamente, y eso que es su lengua natal. No tiene paciencia ni interés por aprender nada.

Siempre he sido la mejor en clase, la que ocupa los primeros lugares. Y eso, para Lisa, es imperdonable.

Ella, que apenas logra pasar el curso, me culpa de su mediocridad.

Pero lo que más duele no es su odio, sino el favoritismo de mi padre.

A quien deberían reprender es a ella, no a mí. Sin embargo, cada vez que Lisa hace algo mal, termino siendo yo la castigada.

Y no son simples castigos. ¡No!

Lisa siempre se hace la víctima. Finge llorar, inventa historias, dice que la insulté, que la empujé, que soy una malcriada…

Y mi padre, sin escucharme, le cree.

Entonces ordena a uno de sus guardaespaldas que me encierren en el sótano.

El frío de ese lugar es insoportable.

Me atan las manos y los pies, y me dejan allí, a oscuras, durante horas.

A veces mi padre baja después, con la mirada perdida, con rabia acumulada.

No me grita. No necesita hacerlo.

Solo me mira como si yo fuera la causa de todo lo que salió mal en su vida.

Y cuando él no está, son Lisa y Luisa las que se encargan de “corregirme”.

Me empujan, me insultan, me arrojan agua fría, me dicen que soy una inútil, una carga, una copia mal hecha de mi madre.

A veces creo que disfrutan verme sufrir.

La única persona que me protege es mi nana, Julia.

Ella me ha cuidado desde que nací, y aunque ya tiene más de sesenta años, todavía encuentra la fuerza para defenderme.

Cuando se da cuenta de que me han encerrado, espera a que todos duerman y baja al sótano con su linterna vieja.

Me desata, me cubre con una manta y me abraza sin decir una palabra.

Su silencio vale más que cualquier consuelo.

Mi padre no se atreve a levantarle la voz. Creo que le tiene respeto, tal vez porque ella conoció a mi abuela y sabe secretos de la familia que nadie más conoce.

Pero cuando mi nana no está… empieza mi verdadero infierno.

He aprendido defensa personal.

Mi madre me enseñó lo básico antes de morir, y después practiqué por mi cuenta, viendo videos o leyendo manuales.

Sin embargo, a veces me agarran desprevenida. Me toman por la fuerza, me encierran, y no puedo hacer nada más que esperar a que Julia regrese.

Pero ya tomé una decisión.

No pienso seguir aguantando.

Me iré de esta casa.

Solo estoy esperando terminar la escuela.

El próximo año cumplo dieciocho, y entonces me marcharé.

Y cuando eso ocurra… volveré por todo lo que le quitaron a mi madre.

Por su dignidad.

Por su memoria.

Y por mí.

Porque juro que este infierno no será eterno.

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