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Nacido Para Reinar Destinado A Morir

El Rey Ha Muerto

Capítulo 1 - "El Rey ha Muerto"

Las campanas repicaban con fuerza, su lúgubre tañido contrastando con el cielo despejado que se extendía sobre la capital. En el ambiente se respiraba una tensión palpable, un silencio cargado de incertidumbre que parecía envolver cada rincón de las calles.

La noticia se había extendido rápidamente como un reguero de pólvora: el rey había muerto. Sin previo aviso, sin signos de enfermedad, el monarca había fallecido en su lecho, dejando a todo el reino sumido en un estado de conmoción.

En el imponente castillo, la reina Elisa luchaba por mantener la compostura mientras se enfrentaba a la abrumadora tarea de asumir el gobierno del reino. Había sido testigo de la rápida declinación de su esposo en las últimas horas, y ahora se veía obligada a tomar las riendas de un reino que parecía tambalearse ante la ausencia de su líder.

Con el corazón oprimido por el dolor, Elisa recorría los pasillos de palacio, buscando consuelo en los rostros de sus más leales consejeros. Sabía que debía actuar con rapidez y determinación, pues en tiempos de crisis, el reino necesitaba una mano firme que lo guiara a través de la tormenta.

—Mi lady, el príncipe Damián está aquí. Desea verla con urgencia —anunció uno de los guardias, interrumpiendo sus pensamientos.

Elisa sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones. Su único hijo, el legítimo heredero al trono, se encontraba en el castillo. Hasta ese momento, el príncipe Damián había permanecido en los dominios familiares, lejos de la agitación de la capital. Pero ahora, en el momento más crucial, había regresado.

—Hazlo pasar de inmediato —ordenó Elisa, recomponiendo su semblante.

Momentos después, las puertas se abrieron y el joven príncipe entró en la sala. Su rostro, normalmente sereno, mostraba una expresión de profunda angustia. Sin mediar palabra, se acercó a su madre y la estrechó entre sus brazos con fuerza.

—Madre, lo siento tanto —murmuró Damián, con la voz quebrada por la emoción—. Cuando recibí la noticia, no pude quedarme allí. Tenía que venir.

Elisa correspondió al abrazo de su hijo, sintiendo cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Juntos, compartieron el dolor de la pérdida, pero también el peso de las responsabilidades que pronto recaerían sobre los hombros del joven príncipe.

—Damián, mi querido hijo —dijo Elisa, tomando el rostro de su hijo entre sus manos—. Ahora más que nunca necesitamos tu fortaleza. El reino te necesita.

El príncipe asintió en silencio, consciente del enorme desafío que se cernía sobre él. Desde pequeño, había sido entrenado para asumir el trono, pero nada lo había preparado para enfrentar una situación tan abrupta e inesperada.

—Madre, ¿qué sucederá ahora? —preguntó Damián, con la preocupación reflejada en sus ojos.

—Debemos convocar a los líderes más influyentes del reino —respondió Elisa, con determinación—. Juntos, decidiremos los próximos pasos a seguir. El reino no puede permanecer sin un rey.

Damián asintió, comprendiendo la gravedad del asunto. Sabía que, como heredero al trono, le correspondía asumir el mando y guiar al reino en esos momentos cruciales. Pero en el fondo, no podía evitar sentir un profundo temor. ¿Estaría a la altura de las circunstancias?

—Madre, deseo ver a mi padre. —dijo Damián con voz temblorosa—. Necesito despedirme de él.

Elisa asintió con tristeza, entendiendo la necesidad de su hijo. Juntos, salieron de la sala y se dirigieron a los aposentos reales, donde el cuerpo sin vida del rey yacía en su lecho.

Al entrar, Damián sintió cómo su corazón se encogía. Allí, frente a él, estaba su padre, el hombre al que había admirado y respetado toda su vida. Ahora, su imponente figura se encontraba inmóvil, con la serenidad de la muerte impresa en su semblante.

Lentamente, Damián se acercó a la cama y tomó la mano de su padre. Una oleada de recuerdos lo inundó: las largas cabalgatas por los bosques, las noches junto al fuego escuchando sus historias, los sabios consejos que había recibido a lo largo de los años. Todo aquello se había extinguido en un instante, y el príncipe se vio consumido por la angustia y la desolación.

—Padre —susurró Damián, con la voz quebrada—. Perdóname por no haber estado aquí. Perdóname por no haber sido el hijo que merecías.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, mientras Elisa observaba en silencio, incapaz de contener su propio dolor. Ambos sabían que, a partir de ese momento, nada volvería a ser lo mismo.

Tras permanecer un largo rato junto al cuerpo inerte del rey, Damián se levantó con resolución. Sentía que el peso del mundo había caído sobre sus hombros, pero no podía permitirse el lujo del lamento. Un reino lo esperaba, y debía estar a la altura de las circunstancias.

—Madre, es hora de convocar a los líderes del reino —dijo Damián, secándose las lágrimas—. Nuestro pueblo necesita un rey.

Elisa asintió, consciente de que su hijo había madurado en cuestión de momentos. Juntos, salieron de los aposentos reales, dispuestos a enfrentar los desafíos que se avecinaban. El futuro del reino pendía de un hilo, y Damián sabía que debía estar preparado para asumir su papel como gobernante.

Mientras se dirigían a la sala del consejo, el príncipe sentía cómo el miedo y la incertidumbre se apoderaban de él. Pero al mismo tiempo, una nueva determinación nacía en su corazón. Haría todo lo que estuviera a su alcance para honrar la memoria de su padre y proteger a su pueblo. Ese era su deber como futuro rey.

La convocatoria

Capítulo 2 - "La Convocatoria"

La sala del consejo se encontraba repleta de rostros familiares, pero la tensión en el ambiente era palpable. Todos los líderes más influyentes del reino se habían reunido a petición urgente de la reina Elisa y el príncipe Damián.

Damián se paseaba nerviosamente por la estancia, consciente de que todos los ojos estaban fijos en él. Apenas unas horas atrás, era un joven príncipe que vivía ajeno a los asuntos de gobierno; ahora, se encontraba ante la enorme responsabilidad de tomar las riendas de un reino sumido en la incertidumbre.

Junto a él, Elisa se mantenía serena, pero Damián podía notar la preocupación en sus ojos. Ella, como reina, también se enfrentaba a un momento crucial. Juntos, debían guiar al reino a través de los tormentosos días que se avecinaban.

Finalmente, Elisa se aclaró la garganta y se dirigió a la asamblea:

—Gracias a todos por venir con tanta premura. Lamentablemente, nos encontramos aquí por una terrible noticia: nuestro amado rey ha fallecido.

Un murmullo de consternación recorrió la sala. Algunos de los líderes intercambiaron miradas de preocupación, mientras otros se mantenían en silencio, absortos en sus propios pensamientos.

—Sé que esta es una noticia que nos ha dejado a todos conmocionados —continuó Elisa, con voz firme—. Pero en estos momentos de crisis, el reino necesita de nuestra fortaleza y determinación más que nunca.

Damián observaba a los presentes, estudiando sus reacciones. Algunos parecían genuinamente afligidos por la pérdida del rey, mientras que otros mostraban una expresión más cautelosa, como si estuvieran sopesando las implicaciones políticas de la situación.

—Como todos saben, nuestro único hijo, el príncipe Damián, es el legítimo heredero al trono —anunció Elisa, posando una mano sobre el hombro de su hijo—. Es por ello que hemos convocado esta reunión urgente. Debemos decidir los próximos pasos a seguir para asegurar una transición pacífica del poder.

Damián sintió cómo todos los ojos se centraban en él, y tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la compostura. Sabía que, a partir de ese momento, cada una de sus acciones y decisiones serían escrutadas con minuciosidad.

Un hombre de avanzada edad, con el cabello plateado y la mirada penetrante, se puso de pie.

—Majestad, mi más sentido pésame por la pérdida de nuestro rey —dijo con solemnidad—. Como líder del consejo de ancianos, permítame expresar mi más sincero apoyo al príncipe Damián en este momento tan delicado.

Damián asintió con gratitud, aliviado de contar con el respaldo de uno de los miembros más influyentes del reino.

—Sin embargo —prosiguió el anciano, con tono grave—, debemos tener en cuenta que, dada la naturaleza imprevista de la muerte del rey, es imperativo que se lleve a cabo una ceremonia de coronación lo antes posible. El reino no puede permanecer sin un soberano.

Otros líderes asintieron en señal de acuerdo, y Damián sintió cómo el peso de la responsabilidad se incrementaba sobre sus hombros.

—Estoy de acuerdo —intervino Elisa—. Es por eso que hemos convocado esta reunión. Necesitamos establecer un plan de acción para garantizar una transición fluida y segura.

—Majestad, permítame ser franco —dijo un hombre de rostro severo, poniéndose de pie—. Si bien el príncipe Damián es el heredero legítimo, hay quienes podrían aprovechar esta oportunidad para cuestionar su ascenso al trono.

Damián sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Acaso habría quienes se opondrían a su coronación?

—¿Qué quiere decir con eso, lord Víctor? —preguntó Elisa, con un deje de preocupación en su voz.

—Existen rumores de que algunos señores feudales podrían intentar aprovechar esta crisis para promover sus propias aspiraciones al trono —explicó Víctor, con tono grave—. Debemos estar preparados para enfrentar posibles desafíos a la sucesión.

Un tenso silencio se apoderó de la sala. Damián pudo ver cómo varios de los presentes intercambiaban miradas inquietas, como si sopesaran las implicaciones de las palabras de Víctor.

—Entiendo su preocupación, lord Víctor —intervino Damián, sorprendiendo a todos con su firmeza—. Pero les aseguro que haré todo lo que esté en mi poder para garantizar la estabilidad y la unidad del reino. Mi único objetivo es servir y proteger a nuestro pueblo.

Víctor lo observó con detenimiento, como si estuviera evaluando la sinceridad de sus palabras. Finalmente, asintió con gravedad.

—Eso espero, príncipe Damián —dijo, retomando su asiento—. El futuro del reino depende de ello.

Elisa observó con orgullo cómo su hijo se había enfrentado a la situación con entereza. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero confiaba en que Damián estuviera a la altura de las circunstancias.

—Bien, entonces debemos proceder a planificar la ceremonia de coronación —declaró Elisa, retomando el control de la reunión—. Sugiero que se realice lo antes posible, para brindar estabilidad y certeza al reino.

Los demás líderes asintieron, y comenzaron a discutir los detalles logísticos y protocolarios de la ceremonia. Damián escuchaba atentamente, consciente de que cada decisión que se tomara tendría un impacto significativo en su futuro como rey.

A medida que la discusión avanzaba, Damián notó que algunos de los presentes parecían más interesados en asegurar sus propios intereses que en velar por el bienestar del reino. Podía ver la tensión y la ambición reflejadas en sus miradas, y eso lo inquietaba profundamente.

Finalmente, después de varias horas de deliberaciones, se llegó a un acuerdo: la ceremonia de coronación se llevaría a cabo en cinco días, dando tiempo suficiente para que todos los líderes del reino pudieran asistir.

Cuando la reunión concluyó, Damián se acercó a su madre, con una expresión de preocupación en su rostro.

—Madre, ¿crees que podremos confiar en todos estos hombres? —preguntó, con evidente inquietud—. Sentí cierta tensión en la sala, como si algunos de ellos tuvieran sus propias ambiciones.

Elisa suspiró, y colocó una mano tranquilizadora sobre el hombro de su hijo.

—Lo sé, Damián —dijo, con pesar—. Estos son tiempos turbulentos, y es natural que algunos busquen sacar provecho de la situación. Pero debes mantenerte firme y hacer valer tu legítimo derecho al trono.

Damián asintió, pero no pudo evitar sentir un nudo en el estómago.

Preparativos

Capítulo 3 - "Preparativos"

Los días previos a la ceremonia de coronación transcurrieron en un torbellino de actividad. El castillo se había transformado en un hervidero de preparativos, mientras los sirvientes y los guardias se afanaban en los últimos detalles.

Damián observaba todo el ajetreo con una mezcla de nerviosismo y determinación. Sabía que cada paso que diera a partir de ese momento sería crucial para asegurar su posición como rey y evitar cualquier desafío a su autoridad.

Bajo la atenta mirada de su madre, el joven príncipe pasaba largas horas en reuniones con los consejeros, discutiendo los aspectos protocolarios y legales de la coronación. Aprendía rápidamente los sutiles juegos de poder que se escondían detrás de cada gesto y cada palabra.

—Debes tener cuidado con lord Víctor —le advirtió Elisa en una de esas reuniones—. Es un hombre ambicioso y no dudo que intentará sacar provecho de esta situación.

Damián asintió, recordando las palabras del anciano en la reunión del consejo. Sabía que debía mantenerse alerta y no confiar ciegamente en nadie, por más respetable que fuera su posición.

Mientras tanto, los rumores sobre posibles conspiraciones y levantamientos en algunos señoríos lejanos llegaban cada vez con más insistencia a los oídos del príncipe. Aunque intentaba mantener la calma, no podía evitar sentir una creciente preocupación por la estabilidad del reino.

—Debemos reforzar la seguridad en el castillo y en la capital —ordenó Damián a uno de sus capitanes de la guardia—. No podemos permitir que nada interfiera con la ceremonia de coronación.

El capitán asintió con determinación, y de inmediato puso en marcha los preparativos para aumentar la vigilancia y la presencia militar en los puntos estratégicos.

Mientras tanto, en las calles de la capital, el pueblo se preparaba para recibir a su nuevo rey. Los comerciantes colgaban estandartes y adornos en las fachadas de sus tiendas, mientras que las mujeres tejían coronas de flores para arrojarlas al paso del futuro monarca.

Damián se asomó a una de las ventanas del castillo y contempló la escena, sintiendo cómo su corazón se llenaba de orgullo y determinación. Esos eran su pueblo, y él haría todo lo posible por protegerlos y guiarlos hacia un futuro próspero.

Dos días antes de la coronación, Damián fue convocado a una nueva reunión con los líderes del reino. Esta vez, el ambiente era aún más tenso que en la ocasión anterior.

—Príncipe Damián, tenemos un asunto urgente que discutir —declaró lord Víctor, con semblante grave—. Hemos recibido informes inquietantes sobre posibles levantamientos en algunas provincias lejanas.

Damián sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Aquello era justo lo que temía.

—¿Qué tipo de levantamientos? —preguntó, con voz firme, intentando ocultar su preocupación.

—Parece que algunos señores feudales se niegan a reconocer su ascenso al trono —explicó Víctor, con tono grave—. Alegan que usted no está preparado para asumir el mando del reino.

Damián apretó los puños, conteniendo la ira que amenazaba con desbordarse. ¿Cómo se atrevían a cuestionar su legitimidad?

—¿Qué proponen que hagamos? —inquirió, tratando de mantener la calma.

—Debemos actuar con firmeza —intervino otro de los líderes—. Enviar tropas a las provincias rebeldes y sofocar cualquier intento de insurrección. No podemos permitir que cuestionen la autoridad del príncipe.

Damián observó a los presentes, notando cómo algunos asentían con determinación mientras que otros parecían más cautelosos. Sabía que aquella era una decisión crucial, que podría marcar el rumbo de su reinado.

—Entiendo vuestra preocupación —dijo Damián, con voz serena—. Pero creo que debemos intentar una solución más diplomática antes de recurrir a la fuerza.

Varios de los líderes intercambiaron miradas incrédulas, y lord Víctor lo miró con evidente desaprobación.

—Príncipe Damián, entiendo que usted aún es joven y no tiene experiencia en estos asuntos —dijo Víctor, con tono condescendiente—. Pero le aseguro que la diplomacia no será suficiente para mantener la unidad del reino en estos momentos de crisis.

Damián sintió cómo la sangre le hervía, pero se esforzó por mantener la compostura.

—Les pido que me den la oportunidad de intentarlo —insistió—. Creo que si logramos establecer un diálogo con esos señores feudales, quizás podamos llegar a un acuerdo sin necesidad de derramamiento de sangre.

Elisa, que había permanecido en silencio hasta ese momento, intervino con firmeza.

—Lord Víctor tiene razón en una cosa: no podemos permitir que nada interfiera con la coronación del príncipe Damián —dijo, con voz grave—. Pero creo que deberíamos al menos intentar la vía diplomática antes de recurrir a la fuerza.

Víctor pareció a punto de objetar, pero Elisa lo detuvo con un gesto.

—Si las negociaciones fracasan, entonces estaremos dispuestos a tomar medidas más enérgicas —concluyó la reina.

Tras un tenso silencio, los líderes presentes finalmente accedieron a darle a Damián la oportunidad de intentar una solución pacífica. El príncipe asintió con determinación, sabiendo que se jugaba mucho en aquella apuesta.

Esa misma tarde, Damián se reunió con sus consejeros más cercanos para trazar un plan de acción. Debía actuar con rapidez y elegir cuidadosamente a sus emisarios, pues la estabilidad del reino dependía del éxito de esas negociaciones.

Mientras tanto, los preparativos para la coronación continuaban a toda marcha. Los artesanos trabajaban sin descanso, creando suntuosos trajes, joyas y estandartes que realzarían la magnificencia del evento.

Damián, sin embargo, se sentía cada vez más abrumado por la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Sabía que, una vez que asumiera el trono, tendría que enfrentar innumerables desafíos, tanto internos como externos. Y la posibilidad de una guerra civil le quitaba el sueño por las noches.

Dos días antes de la ceremonia, Damián reunió a los emisarios que había elegido cuidadosamente para que partieran de inmediato hacia las provincias rebeldes. Les encomendó la delicada tarea de convencer a los señores feudales de que reconocieran su autoridad y se unieran a la celebración de su coronación.

—Deben lograr un acuerdo a toda costa —les dijo, con tono solemne—. El futuro del reino depende de ello.

Los emisarios asintieron con determinación y partieron sin demora, conscientes de la importancia de su misión. Damián los observó alejarse, rezando para que lograran su cometido.

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