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Post Mortem

Repetición

...𝐀𝐃𝐕𝐄𝐑𝐓𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀...

...Esta historia es un Omegaverse, un universo ficticio donde las personas se dividen en alfas, betas y omegas, con dinámicas sociales y biológicas diferentes a las del mundo real. No se explicará en detalle qué es el Omegaverse, y puede resultar confuso para aquellos que no estén familiarizados con este concepto. Se recomienda discreción al leer....

...©AuraScritp...

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—Amor—, susurré mientras acariciaba su mejilla suavemente, —te amo más de lo que las palabras pueden expresar—.

Ella sonrió con ternura y se recostó contra mi pecho. —Y yo te amo más de lo que puedas imaginar, Damien.—

Con un beso en su frente, dejé que mi mirada se perdiera en el paisaje frente a nosotros. El sol se ponía lentamente, pintando el cielo de tonos dorados y rosados.

—Estoy tan feliz de ser tu esposo—, le dije con sinceridad. —Eres mi todo, mi razón de ser.—

Ella colocó su mano sobre la mía y la apretó suavemente. —Y tú eres el mío, Damien. No podría imaginar mi vida sin ti.—

Mis dedos se deslizaron sobre su barriga, ahora más grande de lo habitual, albergando a nuestra hija que pronto llegaría al mundo.

—Estoy ansioso por conocer a nuestra pequeña—, murmuré, emocionado. —Ya quiero tenerla en mis brazos, cuidarla y amarla tanto como te amo a ti.—

Ella se acomodó aún más contra mí, envolviéndome en su cálido abrazo. —Serás el mejor padre, Damien. Nuestra hija será afortunada de tenerte.—

El amor y la emoción llenaban el aire mientras nos quedábamos allí, disfrutando de la tranquilidad del momento y la anticipación del futuro juntos.

Todo parecía perfecto, el amor palpable en el aire, pero de repente todo se distorsionó a mi alrededor. Los sonidos de las máquinas del hospital se volvieron ensordecedores, perforando mi mente y haciéndome retorcer de dolor.

—¡Maldita sea, qué está pasando!— grité, luchando por mantener la cordura mientras el caos se apoderaba de mí.

Intenté levantarme, pero mis fuerzas me abandonaron y caí de nuevo sobre la fría superficie de la cama. Mis manos temblaban mientras intentaba agarrar algo, cualquier cosa que me devolviera a la realidad.

De repente, di un salto y mis ojos se abrieron de par en par. Estaba en una sala de hospital, rodeado de enfermeras y médicos que me sujetaban con fuerza, sus voces resonando en mi cabeza.

—¡Cálmese, señor White! ¡Está bien, está a salvo!— gritaban, pero sus palabras eran solo murmullos distantes en medio de mi confusión.

—¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está mi hija?— pregunté con desesperación, pero nadie respondió. El silencio que siguió fue como un golpe en el pecho, haciéndome sentir una agonía que nunca antes había experimentado.

Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras miraba a mi alrededor, viendo los cables y tubos conectados a mi cuerpo, recordándome que algo terrible había sucedido.

—¡Por favor, díganme que están bien! ¡No puedo soportar esto!— grité, mi voz llena de angustia y horror.

Pero nadie respondió. El vacío en mi pecho se hizo más profundo, consumiéndome con una sensación de pérdida abrumadora. Y en medio de la oscuridad, me aferré a la esperanza de que algún día volvería a ver a mi esposa y a mi hija, sanas y salvas.

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...Damien White...

...Tenia 25 años antes del accidente, ahora tiene 30, mide 1,92, después del accidente se muestra como alguien muy sombrío y taciturno, es un alfa....

Traición

Me quedé mirando al vacío, incapaz de asimilar lo que estaba viviendo. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del accidente volvían a mi mente, como un tormento que nunca cesaba. Recordaba el chirrido de los neumáticos, el impacto brutal, el dolor agudo que me atravesaba el cuerpo. Y luego, la oscuridad.

Mis manos temblaban mientras intentaba comprender cómo había llegado a este punto. Recordaba estar en el año 2007, emocionado por la llegada de nuestra hija, y ahora, de repente, era 2012. Cinco años habían pasado en un instante, dejándome atrapado en un laberinto de confusión y desesperación.

Las lágrimas comenzaron a emerger de mis ojos, mezclándose con la sensación de vacío que me consumía por dentro. No tenía muy claro lo que había pasado, solo sabía que estaba lejos de casa, lejos de mi esposa y de nuestra hija que acababa de nacer.

Intenté recordar cada detalle del accidente, cada momento que había llevado a este giro inesperado del destino, pero las piezas se desvanecían entre mis dedos como arena. Me sentía atrapado en un sueño febril del que no podía despertar, luchando por encontrar una salida en medio de la neblina de la confusión.

La abrumadora oleada de sentimientos me envolvía, dejándome sin aliento en la oscuridad de mi propia mente. No sabía qué quería, qué esperaba, solo deseaba que todo volviera a ser como antes, antes del accidente, antes de despertar en este extraño y desorientador lugar.

El golpeteo en la puerta rompió el silencio, y la voz de un enfermero anunció que tenía visitas. ¿Visitas? ¿Quién podría estar aquí para verme en este estado, en este lugar de pesadilla?

El sonido de los tacones resonó en la habitación, y levanté la mirada con sorpresa y esperanza. Y allí estaba ella, Eleanor, mi amada esposa, con su belleza etérea y su presencia reconfortante.

—Eleanor—, murmuré su nombre con cariño, pero la sonrisa se desvaneció de mis labios al notar algo diferente en ella. Su mirada era fría, distante, como si fuera una extraña que había ocupado el lugar de la mujer que tanto amaba.

—Eleanor, cariño, ¿qué está pasando?— pregunté, la tensión palpable en el aire mientras esperaba desesperadamente una respuesta que nunca llegó.

Ella se acercó con elegancia, pero su presencia me envolvía con una sensación de incomodidad que no podía ignorar. —Damien—, dijo con voz suave pero cortante, —tenemos mucho de qué hablar—.

Mis entrañas se retorcieron ante sus palabras, sintiendo que algo terrible se avecinaba en el horizonte.

Intenté tranquilizarme mientras Eleanor se acercaba, pero el nudo en mi garganta se hizo más apretado con cada paso que daba. Algo no estaba bien, lo sabía en lo más profundo de mi ser, pero no estaba preparado para lo que estaba por venir.

—Damien—, comenzó Eleanor, su voz resonando en mi mente como un eco lejano, —han pasado muchos años y las cosas ya no pueden seguir como antes. Nada será igual para siempre—.

Mis ojos buscaron los suyos en busca de alguna señal de esperanza, pero lo que encontré fue un vacío frío y desolador. —¿Qué quieres decir, Eleanor? ¿Qué está pasando?— pregunté, luchando por entender lo que ella intentaba decirme.

Pero antes de que pudiera formular más palabras, ella soltó la bomba que destrozó mi mundo en pedazos. —No voy a darle más vueltas, Damien. He conocido a alguien más, alguien que me hace feliz, y quiero el divorcio—.

El golpe fue devastador, como si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies y me hubiera tragado entero. Todo rastro de felicidad se desvaneció en un instante, dejándome sumido en la oscuridad de la desesperación.

—¿Cómo puedes decirme esto, Eleanor? ¿Cómo puedes destrozarme así?— pregunté, mi voz temblorosa y cargada de dolor. Pero ella simplemente me miró con indiferencia, como si ya hubiera superado nuestra relación y estuviera lista para seguir adelante sin mirar atrás.

El mundo se desmoronaba a mi alrededor, y yo me quedaba allí, perdido en un mar de emociones que amenazaban con arrastrarme hacia la locura. Y mientras el dolor me consumía, supe que nada volvería a ser igual, que había perdido no solo a mi esposa, sino también una parte de mí mismo que nunca podría recuperar.

Pregunté por nuestra hija, necesitaba saber cómo había sido su llegada al mundo, pero Eleanor simplemente se cruzó de brazos, mirándome con frialdad.

—Cuando salgas del hospital, podrás conocerla—, fue su respuesta, cortante y sin emociones.

El corazón me dio un vuelco ante su actitud, pero no me rendí. —¿Cómo se llama? ¿Cómo se llama nuestra hija?— pregunté, esperando encontrar un destello de humanidad en su mirada.

—Se llama Summer—, respondió, y aunque sus palabras fueron como un rayo de luz en la oscuridad, la crueldad en su tono me golpeó como un puñetazo en el estómago.

Una sonrisa se formó en mis labios, pero una lágrima traicionera escapó de mis ojos, una mezcla de alegría por conocer el nombre de mi hija y tristeza por la forma en que Eleanor había cambiado, la forma en que había destrozado todo lo que alguna vez habíamos sido juntos.

Eleanor era cruel, sin tacto, y su falta de empatía me golpeó como un balde de agua fría. No solo a mi esposa, sino también la ilusión de que algún día volveríamos a ser una familia feliz.

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...Eleanor Gibbs...

...(su apellido de soltera es Gibbs y White su apellido de casada)...

...Tiene 30 años, mide 1,63 y es una mujer ambiciosa y fría, aunque por dentro es alguien muy dulce y bondadosa, ella es Beta....

Perdido

Los meses pasaron lentamente, cada día una batalla para recuperar lo que había perdido en aquel fatídico accidente. Los médicos decían que había sufrido lesiones graves en la cabeza, que el coma había sido mi única opción de sobrevivir. Pero mientras mi cuerpo sanaba, mi mente seguía atrapada en un laberinto de confusión y dolor.

Eleanor venía a visitarme cada fin de semana, cuidándome con una ternura que me desconcertaba. Pero ya no era mi esposa, sino más bien una extraña que se había infiltrado en mi vida en medio de la oscuridad. Aún así, su presencia era reconfortante, su tacto suave y familiar, aunque sabía que detrás de su máscara de cuidado y preocupación se escondía la misma crueldad que me había destrozado antes.

Poco a poco, fui recuperando fragmentos de mi antigua vida, recuerdos borrosos que se desvanecían entre mis dedos como el humo. Recordaba a nuestra hija, Summer, y el dolor de no poder estar con ella en sus primeros momentos de vida me consumía por dentro. Recordaba también mis sueños y aspiraciones, todo lo que había dejado atrás en aquel accidente que cambió mi vida para siempre.

Después de cinco años en coma, el proceso de recuperación fue largo y doloroso. Fisioterapia, terapia ocupacional, visitas al psicólogo para tratar de lidiar con el trauma que había dejado cicatrices invisibles en mi mente. Cada pequeño avance era una victoria, pero también un recordatorio constante de lo mucho que había perdido y lo lejos que aún estaba de ser quien solía ser.

Pero a pesar de todo, una cosa no cambió: seguía viendo a Eleanor tan hermosa como siempre, con su cabello oscuro y sus ojos que alguna vez habían sido mi refugio en medio de la tormenta. Y aunque sabía que nuestra relación nunca volvería a ser lo que fue, aún encontraba consuelo en su presencia.

Finalmente llegó el día en que estaba listo para dejar el hospital. Era mi último día allí, mi última oportunidad de pasear por los pasillos que habían sido mi hogar durante tanto tiempo. Pero mientras caminaba por los corredores, me sentía como un extraño en un mundo que ya no reconocía.

La vida ahora se veía diferente, distorsionada por el filtro de la melancolía y la desconexión. Miraba a mi alrededor, observando a las personas que iban y venían, preguntándome cómo haría para seguir adelante, cómo reconstruiría lo que había perdido en aquel accidente que me había arrebatado tanto.

Todo era tan confuso, tan abrumador. Las emociones se agolpaban en mi pecho, luchando por salir, pero yo las mantenía a raya, temeroso de dejarme llevar por la corriente tumultuosa que amenazaba con arrastrarme hacia la oscuridad.

Cada paso que daba era un recordatorio de lo lejos que aún estaba de ser quien solía ser, de la vida que había dejado atrás en mi lucha por sobrevivir.

Suspiré mientras me detenía frente a uno de los cristales que adornaban los pasillos del hospital. Mi cabello, notablemente más largo que antes del accidente, caía desordenado sobre mis hombros, dándome un aspecto descuidado pero extrañamente reconfortante. Sin embargo, mi rostro estaba borroso en el reflejo, como si fuera una sombra de mi antiguo yo.

Un vacío se instaló en mi pecho, pesado y opresivo. A veces, simplemente deseaba no estar vivo, anhelando la paz que la muerte podría ofrecerme. ¿Acaso hubiera sido mejor si no hubiera sobrevivido aquel fatídico día en el que todo cambió?

Decidido a alejarme de mis pensamientos oscuros, me giré para continuar mi camino, pero antes de dar un solo paso, alguien chocó contra mi hombro, provocando un quejido silencioso de dolor. Al levantar la vista, vi a un joven frente a mí, con una marca roja y abultada rodeándole el cuello, como si hubiera sido estrangulado con una cuerda.

Quise preguntarle qué le había pasado, qué había llevado a esa horrible marca en su piel, pero antes de que pudiera abrir la boca, el joven salió corriendo, desapareciendo en un parpadeo.

Me quedé allí, perplejo y desconcertado, preguntándome qué demonios acababa de presenciar. ¿Qué había sucedido para que ese joven tuviera una marca tan espantosa en su cuello? Y más importante aún, ¿por qué había huido tan rápido, como si estuviera huyendo de algo o de alguien?

Las preguntas resonaron en mi mente mientras seguía mirando el lugar donde el joven había estado, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

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