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La Felicidad NO Esta Hecha Para Mi

La Vida Antes De La tragedia

Capítulo 1: La Vida Antes de la Tragedia

Hoy es uno de esos días en los que me despierto con una sonrisa en el rostro. El sol se filtra a través de las cortinas de mi habitación, llenándolo todo de una cálida luz dorada. Estiro los brazos y exhalo profundamente, sintiendo cómo la pereza de la noche da paso a la energía del día.

Me levanto de la cama y me acerco a la ventana, contemplando el hermoso paisaje que se extiende frente a mí. Nuestra casa está rodeada de una vasta extensión de campos verdes, con algunos árboles dispersos y a lo lejos, las montañas que se recortan contra el cielo azul. Es un lugar idílico, tranquilo y alejado del bullicio de la ciudad, justo como a mí me gusta.

Sonrío al imaginar a mi familia despertándose también, listos para un nuevo día lleno de posibilidades. Puedo oír los pasos de mi madre en la cocina, preparando el desayuno, y los jugueteos de mis hermanos pequeños en el patio. Mi padre debe estar ya revisando los campos, asegurándose de que todo esté en orden para la época de cosecha.

Salgo de mi cuarto y me dirijo hacia la cocina, donde mi madre me recibe con un cálido abrazo y un beso en la mejilla. "Buenos días, mi amor", me dice con esa sonrisa que tanto me reconforta. Le devuelvo el gesto y me siento a la mesa, donde mi padre ya está leyendo el periódico mientras bebe su taza de café.

"¿Listo para otro día de trabajo en el campo?", me pregunta con una sonrisa. Asiento entusiasmado, pues disfruto mucho de las labores agrícolas. Desde que era niño, me ha fascinado todo el proceso, desde preparar la tierra hasta cosechar los frutos. Es una labor dura, pero saber que el resultado de nuestro esfuerzo alimentará a nuestras familias y a la comunidad me llena de orgullo.

Desayunamos juntos, entre risas y charlas sobre los planes del día. Mis hermanos más pequeños, Mateo y Lucía, nos cuentan emocionados sobre el juego que inventaron ayer en el patio. Mi madre les escucha atentamente, dándoles consejos y alentándolos a seguir explorando su creatividad. Yo me siento afortunado de tener una familia tan unida y cariñosa.

Una vez terminado el desayuno, me dirijo con mi padre al campo. Juntos revisamos que todo esté en orden, inspeccionamos los cultivos y preparamos las herramientas que usaremos durante la jornada. Mi padre me enseña nuevas técnicas y yo le ayudo con las tareas más pesadas, disfrutando de este tiempo a solas con él.

Trabajamos arduamente bajo el sol, pero el esfuerzo se ve recompensado cuando vemos cómo nuestros cultivos crecen y prosperan. Mi padre me sonríe, orgulloso de ver cómo me he convertido en un joven responsable y dedicado. Yo me siento igual de orgulloso de poder contribuir al sustento de nuestra familia.

Después de un breve descanso, regresamos a casa, donde mi madre y mis hermanos nos esperan con un almuerzo delicioso. Comemos juntos, riendo y compartiendo anécdotas sobre nuestro día. Lavo los platos junto a Lucía, mientras Mateo y mi padre se sientan en el patio a fumar un cigarrillo.

Por la tarde, decido ir a visitar a mi mejor amigo, Alex, que vive unas cuantas casas más abajo. Él también trabaja en los campos con su familia, así que entendemos perfectamente nuestras rutinas y nos apoyamos mutuamente. Charlamos por un rato, comentando nuestros planes para el fin de semana. Quizás podamos ir juntos al pueblo a visitar la feria.

Cuando regreso a casa, mi madre me recibe con una taza de té caliente y galletas recién horneadas. Me siento a su lado en el porche y disfrutamos del atardecer juntos, hablando de todo un poco. Le cuento sobre mi visita a Alejandro y ella me sonríe, feliz de ver que mantengo una amistad tan cercana.

Poco a poco, el cielo se tiñe de naranjas y rosas, hasta que finalmente la noche cae sobre nosotros. Mi padre enciende las luces del patio y mi madre llama a mis hermanos para la cena. Nos sentamos alrededor de la mesa, degustando el delicioso estofado que ha preparado. Conversamos animadamente, riendo y compartiendo nuestras experiencias del día.

Después de la cena, me dirijo a mi habitación para prepararme para dormir. Me asomo por la ventana una vez más, contemplando las estrellas que brillan en el cielo nocturno. Me siento afortunado, rodeado del amor de mi familia y viviendo en este hermoso lugar. No puedo evitar sonreír al pensar en lo feliz que soy.

Me acuesto en la cama, sintiendo cómo el cansancio del día me invade. Cierro los ojos, deseando que mañana traiga más momentos como estos, llenos de amor, risas y tranquilidad.

Sé que no todo será perfecto, que habrá días difíciles y desafíos que enfrentar. Pero con mi familia a mi lado, sé que podremos superarlo todo. Son mi mayor tesoro y la razón por la que soy tan feliz.

Mientras me dejo llevar por el sueño, una última sonrisa se dibuja en mi rostro. No puedo imaginar que mi vida pueda cambiar tan drásticamente en tan solo unas horas. Ojalá pudiera quedarme para siempre en este momento de completa dicha y serenidad.

El Despertar de una Pesadilla

Capítulo 2: El Despertar de una Pesadilla

Años después…

Abro los ojos, deseando que el día de hoy sea tan perfecto como el que acabo de soñar. Pero al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que no estoy en mi cómoda cama, sino en una pequeña habitación de dormitorio universitario.

Los recuerdos de ayer vuelven a mí: me he mudado a la ciudad para comenzar mis estudios en la universidad.

Me levanto lentamente, estirando mis músculos agarrotados. Miro el reloj en mi mesa de noche y me sorprendo al ver que ya son las 8:00 am. ¡Debo darme prisa o llegaré tarde a mi primera clase! Me visto rápidamente y salgo corriendo del dormitorio, saludando con un gesto a mi compañero de cuarto que aún duerme.

Camino apresurado por el bullicioso campus, esquivando a otros estudiantes que como yo se dirigen a sus respectivas aulas. Finalmente, llego al edificio donde se imparte mi primera lección del día y entro al salón justo a tiempo. Me siento en uno de los pupitres vacíos y comienzo a sacar mis cuadernos y bolígrafos.

La clase transcurre sin mayores complicaciones. El profesor hace una breve introducción sobre el temario que veremos a lo largo del semestre y yo tomo apuntes diligentemente, emocionado por comenzar esta nueva etapa de mi vida. Cuando la hora termina, me uno a un grupo de compañeros que se dirigen a la cafetería del campus.

"¡Eh, tú! ¿Eres nuevo por aquí, verdad?", me pregunta un chico de cabello castaño y ojos vivaces. Asiento con una sonrisa tímida. "Mi nombre es Alejandro, es un gusto conocerte. ¿Cómo te llamas?"

"Mucho gusto, Alejandro. Yo soy Martín", le respondo, estrechando su mano. Enseguida, Alejandro me presenta a sus amigos: Sofía, una chica de cabello rizado y ojos verdes, y Lucas, un joven de aspecto atlético.

Nos sentamos juntos en la cafetería y comenzamos a charlar animadamente. Descubro que Alejandro y Lucas también son de mi misma carrera, por lo que me siento más tranquilo al saber que tendré a alguien con quien compartir esta nueva experiencia. Sofía, por su parte, estudia Arquitectura, pero parece llevarse muy bien con los chicos.

Entre risas y anécdotas, el tiempo pasa volando. Hablo sobre mi vida en el campo y ellos me cuentan sobre sus propias historias. Me alegra sentir que ya he hecho algunos amigos en este nuevo entorno.

Cuando termina el receso, nos despedimos y cada uno se dirige a su siguiente clase. Yo me encamino hacia el edificio de Agronomía, donde me espera una lección práctica en los laboratorios. Me gusta mucho esta parte de la carrera, pues me permite poner en práctica los conocimientos teóricos que he ido adquiriendo.

Durante la sesión, me concentro plenamente en las instrucciones del profesor y en las tareas que debo realizar. Me fascinan los diversos procedimientos y experimentos que llevamos a cabo, pues me recuerdan a los días en el campo, trabajando junto a mi padre. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al pensar en él y en lo mucho que debe estar extrañándome.

Cuando termina la clase, me despido de mis compañeros y salgo del edificio. Camino de vuelta a los dormitorios, disfrutando del agradable clima y contemplando el bullicio que hay en el campus. Me siento realmente afortunado de poder estudiar en esta prestigiosa universidad.

Al llegar a mi habitación, me dejo caer sobre la cama, exhausto pero satisfecho. Saco mi teléfono y veo que tengo algunas llamadas perdidas de mi familia. Me apresuro a marcar el número de mi casa, ansioso por escuchar sus voces.

Sin embargo, tras varios tonos, es la voz de un oficial de policía la que responde. Siento como si un balde de agua fría me cayera encima cuando me informa que ha ocurrido un accidente automovilístico y que mi familia... Ha fallecido.

No puedo creer lo que estoy escuchando. Mis peores temores se hacen realidad y el mundo a mi alrededor parece desvanecerse. ¿Cómo es posible que en cuestión de horas mi vida haya dado un giro tan dramático? Siento que me falta el aire y las lágrimas brotan incontrolables de mis ojos.

El oficial me da más detalles sobre el incidente y me informa que debo regresar a casa de inmediato. Apenas si puedo articular palabra, pero logro decirle que estaré ahí lo antes posible. Cuelgo el teléfono y me quedo paralizado, abrumado por la devastadora noticia.

¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo puedo enfrentar la pérdida de mi familia? Recuerdo la felicidad que sentí al despertar esta mañana, pensando en el maravilloso día que me esperaba. Y ahora todo se ha derrumbado.

Con manos temblorosas, comienzo a guardar algunas de mis pertenencias en una maleta. Debo regresar a casa cuanto antes. Necesito ver con mis propios ojos que todo esto no es más que una horrible pesadilla de la que pronto voy a despertar.

Salgo a toda prisa del dormitorio, ignorando los saludos y preguntas de mis compañeros. Ni siquiera me molesto en cancelar mis clases; en este momento, nada de eso tiene importancia. Lo único que me importa es llegar a mi hogar lo más rápido posible.

Durante todo el trayecto en autobús, no puedo dejar de pensar en mi familia. ¿Cómo estará mi hermanita Lucía? ¿Habrá sobrevivido al accidente? Las imágenes de mis padres y hermanos inundan mi mente, llenándome de una angustia indescriptible.

Finalmente, llego a mi pueblo y corro desesperadamente hacia nuestra casa. Pero al acercarme, veo las luces de las patrullas de policía y a un grupo de vecinos congregados frente a la entrada. Me invade un terror paralizante al imaginar lo peor.

Un oficial se acerca a mí y pone una mano en mi hombro, con una expresión de sincera consternación en su rostro. "Lo lamento mucho, hijo. Tus padres y tus hermanos... No lograron sobrevivir al accidente. Pero hay una buena noticia: tu hermanita Lucía está viva."

Mis piernas flaqueam y caigo de rodillas al suelo, incapaz de contener el llanto desgarrador que brota de lo más profundo de mi ser. ¿Cómo voy a poder seguir adelante sin ellos? Eran mi mundo entero, mi razón de vivir. Y ahora ya no están.

Logro incorporarme con la ayuda del oficial y le pido que me lleve con Lucía. Necesito verla, asegurarme de que está a salvo. Cuando entro a la casa, la encuentro acurrucada en el sofá, envuelta en una manta y llorando desconsoladamente. Al verme, se lanza a mis brazos y nos fundimos en un abrazo cargado de dolor y desesperación.

"¿Dónde están mamá y papá? ¿Y Mateo y Lucia?

Enfrentando la Pérdida

Capítulo 3: Enfrentando la Pérdida

Lucía se aferra a mí con todas sus fuerzas, sollozando inconsolablemente. Su pequeño cuerpo tiembla mientras yo intento consolarla, acariciando su cabello con ternura.

"Tranquila, mi amor. Estoy aquí contigo", le susurro con voz quebrada, luchando por mantener la compostura.

Pero en el fondo, sé que nada de lo que diga podrá aliviar el profundo dolor que ambos estamos sintiendo. Nuestros padres y hermanos han fallecido en ese terrible accidente y nada volverá a ser como antes.

El oficial que me recibió se acerca con cautela y pone una mano en mi hombro, brindándome su apoyo en silencio. Siento que las fuerzas me abandonan y me dejo caer en el sofá, aún con Lucía entre mis brazos.

"¿Qué voy a hacer ahora?", susurro, más para mí mismo que para el policía. "Ellos eran todo para mí. No puedo imaginar mi vida sin ellos."

El oficial me mira con pesar y responde con suavidad: "Lo sé, hijo. Sé que nada de lo que diga podrá consolar tu dolor en este momento. Pero debes ser fuerte, por ti y por tu hermana. Ella te necesita más que nunca."

Sus palabras hacen eco en mi mente y me obligan a mirar a Lucía, que aún llora desconsolada. Debo ser fuerte por ella, por la única familia que me queda. No puedo darme el lujo de desmoronarme, debo mantenerme firme y cuidar de mi hermanita.

Con un suspiro profundo, me seco las lágrimas y beso la frente de Lucía. "Tranquila, pequeña. Estoy aquí contigo y no voy a dejarte sola. Juntos vamos a superar esto, ¿de acuerdo?"

Ella levanta la mirada, sus ojos hinchados y enrojecidos por el llanto. Asiente en silencio y se acurruca más cerca de mí, buscando consuelo en mi abrazo. El oficial nos observa con empatía y se ofrece a ayudarnos en lo que necesitemos.

Durante las siguientes horas, familiares y amigos comienzan a llegar a la casa. Todos expresan sus condolencias y ofrecen su apoyo incondicional. Mi tía Mariana, la hermana de mi madre, se hace cargo de Lucía mientras yo me reúno con el oficial y los demás para recibir más detalles sobre el accidente.

Me entero de que mi familia viajaba de regreso a casa después de visitar a unos familiares cuando ocurrió la tragedia. Un conductor ebrio invadió el carril contrario y chocó de frente contra el auto de mis padres. Ellos y Mateo fallecieron en el acto, mientras que Lucía, que iba en el asiento trasero, resultó gravemente herida.

Siento como si me hubieran arrancado el corazón cuando escucho los detalles. Pensar que mi familia, mis seres más amados, ya no están conmigo es una realidad que aún me cuesta asimilar. Aprieto los puños con impotencia, deseando poder retroceder el tiempo y evitar todo esto.

Pero nada de eso es posible. La dolorosa verdad es que ellos se han ido y yo debo afrontar la nueva realidad que se me presenta. Debo ser fuerte por Lucía, la única que ahora depende de mí.

Cuando finalmente me reúno con mi tía, ella me recibe con un abrazo cálido y lleno de consuelo. "Oh, mi niño. Cuánto lo siento", murmura con la voz entrecortada. "Sé que nada de lo que diga podrá aliviar tu pena, pero quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites. Cuidaré de Lucía como si fuera mi propia hija."

Le agradezco con un asentimiento, sintiéndome afortunado de tener a alguien tan incondicional en mi vida. Lucía se aferra a mí una vez más y yo la envuelvo con mis brazos, deseando poder protegerla de todo este dolor.

Esa noche, mientras Lucía duerme acurrucada a mi lado, no puedo conciliar el sueño. Las imágenes de mi familia feliz y llena de vida se intercalan con los horribles recuerdos del accidente, atormentando mi mente.

¿Cómo voy a poder seguir adelante sin ellos? Mis padres eran mi modelo a seguir, mi fuente de fuerza y sabiduría. Mateo y Lucía, mis hermanos, eran la alegría que iluminaba cada uno de mis días. Y ahora... ya no están.

Aprieto con fuerza la pequeña mano de Lucía, sintiendo cómo las lágrimas vuelven a brotar de mis ojos. Ella es lo único que me queda, mi razón para continuar. Debo ser fuerte por ella, debo sacarla adelante.

Con ese pensamiento en mente, me obligo a descansar, sabiendo que mañana será un día difícil. Tendré que enfrentarme a los preparativos del funeral y a la despedida final de mis seres queridos. Un escalofrío me recorre al imaginar tener que decirles adiós.

A la mañana siguiente, me levanto con los ojos hinchados y el corazón pesado. Lucía también se despierta, y al verme, una expresión de profunda tristeza se dibuja en su rostro. Sé que ella también está sufriendo esta terrible pérdida.

Nos vestimos en silencio y salimos de la casa, encontrándonos con el resto de la familia. Juntos, nos dirigimos al funeral, donde amigos, vecinos y conocidos nos esperan para brindar su último adiós a mis padres y hermanos.

La ceremonia es desgarradora. Uno por uno, nos acercamos al féretro para despedirnos de ellos. Dejo que las lágrimas fluyan libremente mientras toco por última vez sus rostros y les susurro cuánto los amo. Lucía se aferra a mí, sollozando sin consuelo.

Cuando finalmente llegamos al cementerio, veo cómo uno a uno los ataúdes son descendidos a la tierra. Es en ese momento cuando la realidad me golpea con toda su fuerza: ellos ya no volverán. Mis padres, Mateo... todos se han ido para siempre.

Caigo de rodillas, incapaz de contener mi llanto. Grito desesperado, dejando que todo el dolor y la frustración que siento se liberen. Lucía llora a mi lado, y la tía Mariana nos abraza a ambos con lágrimas en los ojos.

Cuando finalmente me calmo, me levanto y camino lentamente hasta las tumbas recién cavadas. Deposito flores sobre ellas y les hablo en susurros, pidiéndoles perdón por no haber estado ahí para protegerlos. Les prometo que cuidaré de Lucía y que honraré su memoria por siempre.

De regreso a casa, Lucía y yo nos sentamos en el porche, contemplando en silencio el atardecer. Siento cómo ella se acurruca a mi lado, buscando consuelo. Paso un brazo alrededor de sus hombros y la acerco a mí, deseando poder aliviar su sufrimiento.

"¿Qué vamos a hacer ahora, hermano?

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