Alejandro
Desde siempre, me habían atraído las mujeres delgadas y estilizadas. Esas que encajan a la perfección con el ideal de belleza que la sociedad nos ha impuesto desde pequeños. Altas, de piel tersa, curvas suaves y envidiables. Esas eran el tipo de chicas con las que yo salía, con las que me sentía cómodo y seguro.
¿Pero qué es esto que siento al ver a esta mujer? Nunca me había planteado fijarme en otra cosa, hasta que un día la vi. Entró como una ráfaga de aire fresco en mi aburrida rutina, llamando la atención de todos los presentes en aquel café. Su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros, enmarcando un rostro que derrochaba vitalidad y seguridad en sí misma. Pero lo que más me impactó fueron sus curvas, generosas y tentadoras, que parecían querer escapar de la ropa que las contenía.
¿Por qué no puedo apartar la mirada de ella? Me quedé embobado mirándola, sin poder apartar los ojos de ella. Era como si el mundo a mi alrededor se hubiese difuminado, dejando solo su figura como el centro de mi atención. Ni siquiera supe en qué momento se acercó a la barra y pidió su orden. Solo reaccioné cuando nuestras miradas se cruzaron y sentí como si un rayo me hubiese atravesado.
¿Qué será de mi ahora? Ahí, en ese instante, supe que mi vida iba a cambiar para siempre. Esa mujer, con sus formas voluptuosas y su belleza arrolladora, se había adueñado de mis pensamientos sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Y lo peor de todo es que ni siquiera sabía su nombre.
¿Debería acercarme a hablarle? Decidí reunir el valor suficiente para acercarme a ella y presentarme. Quería conocerla, saber más sobre esa fascinante criatura que había logrado capturar mi atención de una manera tan intensa e inesperada. Pero justo cuando estaba a punto de dar el primer paso, ella recogió su pedido y se dirigió a una de las mesas, perdiéndose entre la multitud.
¿Y si nunca vuelvo a verla? Maldije mi suerte en silencio, sintiéndome como un tonto por no haberme movido antes. Sin embargo, algo en mi interior me decía que esa mujer volvería a cruzarse en mi camino. Y cuando eso ocurriera, no dejaría escapar la oportunidad de conocerla.
Su sonrisa radiante iluminó la habitación, atrayendo mi mirada como un imán irresistible. Sus curvas, esculpidas por la naturaleza con una gracia inigualable, cautivaron mi atención por completo. En ese instante, mi corazón experimentó una aceleración vertiginosa, latiendo con una intensidad que nunca antes había conocido. Una llama ardiente se encendió en mi interior, un fuego avivado por una emoción indescriptible. Mis dedos, impulsados por una fuerza desconocida, rozaron mis labios, sintiendo la suavidad carmín que los caracterizaba.
En ese preciso momento, supe que había encontrado algo especial, algo que jamás había experimentado antes. Una conexión profunda, una atracción magnética que me impulsaba hacia ella con una fuerza irresistible. Era como si nuestros destinos se hubieran entrelazado en ese instante, creando un vínculo inquebrantable.
Su presencia era como una sinfonía para mis sentidos, una melodía que llenaba mi alma de una dicha indescriptible. Su belleza exterior era solo un reflejo de la extraordinaria mujer que habitaba en su interior, una mujer llena de bondad, inteligencia y una chispa que la hacía única…
Nota de autor.
Estoy Mejoraron en las conversaciones que se repiten, fue un error técnico. Lo siento tanto…
Sofia
Caminé hacia la mesa que había escogido, sintiendo cómo la mirada penetrante de aquel hombre me seguía. Sabía que no era la primera vez que me observaban de esa manera, pero algo en sus ojos me había cautivado de una forma que no lograba explicar.
Mientras tomaba asiento, no pude evitar echar un vistazo furtivo en su dirección. Nuestras miradas se cruzaron por un instante y juro que sentí como si una descarga eléctrica me recorriera el cuerpo. Aparté la vista rápidamente, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban ligeramente.
¿Quién era ese hombre? ¿Por qué parecía estar tan interesado en mí? Normalmente estaba acostumbrada a que la gente me mirara con lástima o con rechazo, pero en sus ojos no vi nada de eso. Sólo una mezcla de fascinación y... ¿asombro, quizás?
Intenté concentrarme en mi café, pero mi mente no dejaba de divagar. ¿Sería posible que, por una vez, alguien me viera más allá de mi apariencia física? ¿Que no me juzgara por mis kilos de más o por no encajar en los cánones de belleza establecidos?
Una parte de mí se moría de curiosidad por acercarme a ese hombre y entablar una conversación. Quería saber más sobre él, entender qué era lo que le había llamado la atención de mí. Pero al mismo tiempo, el miedo a ser rechazada una vez más me frenaba. No estaba segura de poder lidiar con otra decepción.
Finalmente, tras unos minutos que se me hicieron eternos, me levanté de la mesa y me dirigí a la salida. Mientras caminaba, podía sentir su mirada clavada en mi espalda, como si me estuviera siguiendo con la vista. Y por alguna razón, esa idea no me desagradaba en lo más mínimo.
Quizás, solo quizás, este encuentro fortuito podría ser el comienzo de algo inesperado. Algo que me ayudara a creer que el amor podía ir más allá de las apariencias.
De camino a casa, no pude dejar de pensar en aquel hombre. Su imagen seguía grabada en mi mente, su mirada intensa y su porte elegante. ¿Quién sería? ¿Qué haría en la vida? Y lo más importante, ¿volvería a verlo?
Durante los días siguientes, el encuentro en el café se convirtió en el centro de mis pensamientos. Cada vez que salía a la calle, no podía evitar mirar a mi alrededor, buscando esa figura que tanto me había cautivado. Pero por más que lo intentaba, no volvía a verlo.
Empecé a cuestionarme si todo había sido producto de mi imaginación. Quizás lo había idealizado sin razón, dejándome llevar por una ilusión fugaz. Después de todo, ¿por qué iba a fijarse en mí un hombre tan apuesto y seguramente exitoso?
Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, podía revivir esa mirada que me había calado hasta lo más profundo. Y una pequeña chispa de esperanza se encendía en mi interior, haciéndome creer que tal vez, sólo tal vez, yo también podría ser digna de ser deseada.
Fue una tarde, mientras caminaba distraída por el parque, que lo volví a ver. Allí estaba, sentado en una de las bancas, con la vista perdida en el horizonte. Mi corazón se aceleró de inmediato, y sin pensarlo dos veces, me acerqué a él.
-Hola -dije, con voz tímida-. Disculpa, ¿te molesto?
Él levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Una sonrisa se dibujó en su rostro, iluminándolo por completo.
-No, en absoluto -respondió, haciéndome un gesto para que me sentara a su lado-. Es un placer volver a verte.
Sentí como si el mundo a mi alrededor se detuviera en ese momento. Aquí estaba yo, frente a ese hombre misterioso que había ocupado mis pensamientos durante tantos días, y parecía estar genuinamente contento de verme.
-Yo... también me alegro de verte -murmuré, sintiéndome de pronto increíblemente nerviosa.
-Me llamo Alejandro -dijo él, extendiendo su mano hacia mí-. ¿Y tú eres...?
-Sofía -respondí, estrechando su mano con suavidad. Su tacto envió una descarga eléctrica a través de mi cuerpo.
-Sofía -repitió él, saboreando cada sílaba-. Es un nombre hermoso.
Nos quedamos en silencio por unos instantes, mirándonos el uno al otro sin saber muy bien qué decir. Finalmente, fue Alejandro quien rompió el hielo.
-Dime, Sofía, ¿qué te trae por aquí en un día tan hermoso como este?
-Oh, bueno, yo... -titubeé, sintiendo como si las palabras se atoraran en mi garganta-. Sólo estaba dando un paseo, disfrutando del clima.
-Entiendo -asintió él, sin dejar de observarme con esa mirada que me hacía sentir tan vulnerable y, a la vez, tan segura-. ¿Te apetecería acompañarme? Conozco un lugar realmente encantador, no muy lejos de aquí.
Su invitación me tomó por sorpresa. ¿Realmente me estaba pidiendo que pasara más tiempo con él? Una parte de mí quería aceptar sin dudarlo, pero otra parte se debatía entre la emoción y el miedo.
-Yo... no sé si -balbuceé, sintiendo como si mi corazón fuera a salírseme del pecho en cualquier momento.
-Por favor -insistió él, con voz suave-. Me encantaría poder conocerte mejor.
Sus ojos me imploraban en silencio, y poco a poco fui cediendo a esa mirada cautivadora.
-De acuerdo -acepté finalmente, esbozando una tímida sonrisa-. Me encantaría ir contigo.
La expresión de Alejandro se iluminó como si le hubieran regalado el mejor de los días. Se levantó de la banca y me ofreció su brazo, que yo acepté con cierta timidez.
Juntos, emprendimos el camino hacia ese lugar que él había mencionado, sumidos en un silencio cómodo pero cargado de expectativa. A cada paso que dábamos, sentía que me acercaba más a un mundo desconocido, pero a la vez lleno de posibilidades.
¿Qué me depararía este encuentro? ¿Sería posible que, después de tantas decepciones, finalmente encontrara a alguien que me viera más allá de mi apariencia? Mis dudas se mezclaban con una emoción que hacía mucho tiempo no experimentaba.
Alejandro, por su parte, parecía estar tan emocionado como yo. Su mirada brillaba con una intensidad que me quitaba el aliento, y no podía evitar preguntarme qué era lo que veía en mí que lo había cautivado de esa manera.
Sofia
Conforme avanzábamos, la tensión entre nosotros parecía ir en aumento. Podía sentir su mirada clavada en mí, observando cada uno de mis movimientos con una mezcla de fascinación y delicadeza. Por mi parte, intentaba mantener la compostura, pero era evidente que los nervios me traicionaban.
Finalmente, llegamos a nuestro destino: un pequeño café escondido entre los árboles, con una terraza que ofrecía una vista panorámica del parque. Alejandro me guió con caballerosidad hacia una de las mesas, retirando mi silla para que pudiera sentarme.
Una vez acomodados, un silencio incómodo se apoderó del ambiente. Ambos parecíamos estar buscando las palabras adecuadas para romper el hielo, pero la emoción del momento nos tenía ligeramente desconcertados.
Fue Alejandro quien finalmente se atrevió a hablar.
-Dime, Sofía, ¿vienes a menudo por aquí? -preguntó, con una sonrisa amable.
-La verdad es que no -respondí, sintiéndome más relajada al escuchar su voz-. Suelo pasear por el parque, pero este lugar es nuevo para mí.
-Ya veo -asintió él, mientras sus ojos recorrían mi rostro con deliberada lentitud-. Entonces me alegro de haber podido mostrártelo. Es un sitio realmente encantador, perfecto para disfrutar de un buen café y de una agradable compañía.
Sentí como si mi corazón fuera a salírseme del pecho en cualquier momento. ¿Acaso esa última frase había sido una indirecta? ¿Estaba insinuando que disfrutaba de mi compañía?
Antes de que pudiera responder, un mesero se acercó a tomar nuestra orden. Alejandro pidió un café con leche y yo opté por un té de hierbas, a pesar de que en realidad me moría por un chocolate caliente.
Una vez que el mesero se retiró, volvimos a quedarnos en silencio, mirándonos de reojo y sin saber muy bien qué decir. Finalmente, fue él quien rompió el hielo.
-Dime, Sofía, ¿a qué te dedicas?
-Bueno, yo... soy contadora -respondí, sintiendo un leve rubor en mis mejillas-. Nada demasiado emocionante, pero es un trabajo estable y que me gusta.
-¿Contadora, eh? -repitió él, con una sonrisa-. Eso es impresionante. Siempre me ha parecido un trabajo muy exigente y, a la vez, fascinante.
-¿En serio? -pregunté, sorprendida-. La mayoría de la gente suele pensar que es aburrido.
-Pues yo no lo creo -aseguró Alejandro, con un brillo de sinceridad en sus ojos-. Me parece una profesión que requiere de mucha habilidad y disciplina. Y me imagino que debe ser muy gratificante poder ayudar a las empresas a mantener sus finanzas en orden.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. No estaba acostumbrada a que alguien se interesara de esa manera por lo que hacía. Normalmente, la gente solía cambiar rápidamente de tema cuando sacaba a relucir mi profesión.
-Bueno, sí, supongo que tiene sus momentos -admití, sintiéndome cada vez más cómoda en su presencia-. Pero me gusta poder utilizar mis habilidades para ayudar a otros.
-Eso es admirable -asintió él, con una expresión sincera-. Me alegra saber que te apasiona tu trabajo.
En ese momento, el mesero regresó con nuestros pedidos, interrumpiendo momentáneamente nuestra conversación. Aprovechamos para dar un sorbo a nuestras bebidas, disfrutando del aroma y la suavidad de cada trago.
Cuando volví a levantar la mirada, me encontré con los ojos de Alejandro clavados en mí. Había una intensidad en su mirada que me quitaba el aliento, como si quisiera transmitirme un mensaje sin necesidad de palabras.
-Sofía -dijo, en voz baja-. Me alegro mucho de haberte encontrado de nuevo.
Su sinceridad me conmovió profundamente. Sabía que debía mantener la guardia alta, que no podía dejarme llevar por ilusiones que podrían terminar en decepción. Pero algo en la forma en que me miraba y en la calidez de su voz, me hizo creer que tal vez, sólo tal vez, esta vez podría ser diferente.
-Yo también me alegro -respondí, con una sonrisa tímida-. Y espero que... -me detuve, dudando por un momento- que podamos volver a vernos.
La expresión de Alejandro se iluminó como si le hubieran regalado el mejor de los días. Su sonrisa era tan amplia y sincera que me hizo sentir como si, por una vez, alguien en este mundo me viera tal y como soy.
-Me encantaría -aseguró él, con una mirada llena de promesas-. Espero que este sea el comienzo de una maravillosa amistad.
Asentí en silencio, sintiendo como si una mariposa hubiera comenzado a aletear dentro de mi pecho. Tal vez, sólo tal vez, este encuentro inesperado podría transformarse en algo mucho más especial de lo que jamás hubiera imaginado.
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