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ANASTASIA, LAS DOCE PRINCESAS BAILARINAS

PRÓLOGO

Luego de varias horas en que el equipo médico de la mansión ducal revisaran a las cuatro hijas mayores, estos solo reportaron anomalías físicas en las dos hijas mayores, Anastasia como Beatrice. La abuela Baba, quien era la que más tenía confianza con la familia, aceptó ser ella quien le comunicara todo a los duques y a Scott.

—¿A qué se refieren con "anomalías físicas"?—cuestionó dudosa Serena.

—Lastimosamente, Anastasia ya no es virgen—fue directa la anciana—y, aparte de las marcas en sus cuellos, ambas solo tienen agotamiento, como si hubieran estado bailando toda la noche y no hubieran dormido nada.

Todos en el despacho de la duquesa quedaron fríos, incluyendo Scott, quien sentía una opresión en su corazón al escuchar como Anastasia había perdido su virginidad. No obstante, ya todos habían confirmado lo que más temían: aunque no tuvieran imágenes que lo demostraran, la maldición que una vez había puesto Selena, antes de morir, se estaba cumpliendo.

Scott, luego de terminar la reunión, fue a la habitación de Anastasia, quien a duras penas había accedido a comer un poco de sopa. No obstante, lo hacía de manera tan lenta, que daba a entender que no tenía hambre.

—¿Ana?—preguntó Scott.

Luego de tocar la puerta, el hombre entró y se sentó al lado de la cama. Esperaba que, al menos con el apodo de cariño que él le había dado, ella reaccionara; sin embargo, seguía con la mirada vacía.

—Sir Scott—susurró Anastasia.

—¿Sir?—preguntó de nuevo desconcertado.

Aquella no era Anastasia, no era la dulce chica que siempre expresaba su deseo por casarse con él. Ahora era solo una mujer fría, con apariencia enfermiza y una mirada distante que le hacía doler el corazón a Scott.

—Le agradezco todo el apoyo que me ha dado a mí y a mis hermanas desde que nacimos—habló con frialdad—pero ya no es necesario su presencia conmigo, así que le agradezco que no vuelva a acercarse a mí.

—¿Qué está diciendo, princesa?—cuestionó dudoso—¿Ana, qué ocurre?

—Ahora soy una mujer prometida, mi destinado ha llegado—lo miró directo a los ojos—me disculpo por haberlo incomodado con mi capricho infantil, ya no es necesario que se sienta obligado a estar a mi lado.

Después de pedirle que la dejara sola, Scott solo salió en silencio, mirando al piso con una sensación de mareo. Recostándose contra la pared del pasillo, llevó su mano a su corazón, ante una fuerte punzada de dolor que provocó que se desmayara.

Anastasia seguía observando con la mirada vacía el plato de comida, había cenado tanto desde que estuvo en aquel mundo con su pareja destinada, qué hambre no tenía. Aparte, había tenido quizá la prueba de amor más grande de aquel hombre hacia ella.

Pensando en eso, cerró los ojos, recordando como sentía por primera vez el gozo de ser amada. Su pareja destinada, quien sabía que sufría de un amor no correspondido por parte de Scott, el cual jamás la quiso por su edad, no solo la aceptó, sino que juró amarla y hacerla feliz.

—Soy una mujer idiota, una desechada—susurró acostándose de nuevo—es mejor así, estar con alguien que me ama de manera recíproca...

Recordó cada una de sus aventuras con Scott, incluyendo como este la salvó de caerse de un árbol el cual escaló hasta la cima. Lo amaba, no le importaba su edad, no le importaba que fuera el mejor amigo de su padre. Sin embargo, este siempre la rechazó.

Debía agradecer a la vida, había encontrado a alguien que la aceptó como era y que le hizo finalmente el amor, devorando poco a poco aquellos sentimientos que tenía de niña. No obstante, ya no podía entender a su familia, ni siquiera a su madre.

La duquesa por muchos años la sobreprotegió junto con sus hermanas, temía que el momento en que fueran reclamadas por los demonios llegaran y dejaran el mundo de los vivos para siempre.

Sin embargo, aquel hombre, quien supuestamente era un demonio, la amaba y no le haría ningún daño. Todo lo contrario a sir Scott, que muchas veces le había lastimado su corazón a causa del rechazo.

Al verla descansando finalmente, la criada retiró la comida y la dejó durmiendo, sin darse cuenta de que habían puesto a su segunda hermana en otra cama de la misma habitación. Por fin, la maldición, con la que fueron malditas desde antes de nacer, estaba siendo puesta en marcha.

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Cuando llegó la noche, una mariposa se posó de nuevo en su frente, despertándola con el corazón latiendo a mil por hora. Observando que su hermana Beatrice dormía, se levantó de la cama y entró al closet vacío de la habitación. Como había ocurrido en la noche anterior.

Bajando, encantada por lo que veía, por una escalera en forma de caracol, llegó de nuevo al pequeño bosquecito que la había recibido en el primer día y en sus pies estaban aquellas zapatillas de baile carmesí con las que había bailado las últimas dos noches.

—¡Alfonso!—gritó emocionada.

En frente suyo, un hombre mucho más hermoso que Scott, la saludaba con alegría. Corriendo hasta sus brazos, saltó para poder darle un tierno beso en sus labios. Aquel hombre, su pareja destinada, le hacía sentir una dicha infinita.

Tomándola en brazos, como si de verdad estuvieran recién casados, la condujo hasta un bote cuyos remos comenzaron a moverse solos hasta el castillo en el centro del lago. Y, como había ocurrido anteriormente, hizo que Anastasia bailara con él casi toda la noche, hasta que sus pies comenzaron a sangrar.

—Recuerda, mi princesa, las otras dos condiciones que me juraste—habló dando una vuelta en el baile—¿puede decirme la tercera condición?

—Si me llego a enamorar de otro y a entregar mi corazón...—susurró con la mirada vacía—matarás a mi familia...

—Así es—respondió acercándola a él—mataré a todo lo que tú amas, así que tu corazón deberá seguir siendo mío.

Asintiendo, encandilada ante el aliento de Alfonso en su cuello, dejó que el demonio disfrazado de príncipe volviera a morder su cuello, esta vez con tanta fuerza que comenzó a sangrar, de modo que su marca territorial se remarcara aun más.

CAPÍTULO 1

16 AÑOS ANTES...

El cuerpo de una joven mujer, atado al tronco de un árbol, bajo la luz de una luna roja, poco a poco estaba siendo absorbido por el árbol, provocando que sus hojas comenzaran a caer marchitas. Sus ojos negros, y venas oscuras, hacían juego con su sonrisa macabra.

—Doce hijas tendrán—le comentó a las dos personas frente a ellas—cuatro hijas en cada embarazo, cada dos años. Cuando cumplan la mayoría de edad, al inicio de cada invierno, poderosos demonios vendrán a reclamarlas como suyas... y, en la última campanada de media noche, del último día de invierno, morirán sin que ni el más santo de la iglesia pueda ayudarlas.

La duquesa, quien palideció ante la maldición de la que una vez fue su prima, se desmayaría al ver como el cuerpo de la bruja empezaría a quemarse con ti árbol, provocando una risa tan grande que hasta terminaría por asustar a los cuervos y búhos en las cercanías.

El esposo de la duquesa, temiendo por la vida del amor de su alma y de su embarazo, que se suponía ahora eran sus futuras cuatro hijas, la tomó en brazos y la llevó hasta el carruaje que los esperaba a unos minutos de distancia.

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Macabro es el destino contra aquellas personas cuyo corazón bondadoso no deberían sufrir cosas malvadas en este mundo. Aquel era el pensamiento de muchos pueblerinos que, al escuchar los rumores de la maldición que se le fue puesta a las futuras princesas, tenían con mucho pesar.

No solo estimaban al duque de Rosaria, por ser el padre de la ahora reina, sino también por su caridad en el hospital de la capital. Así mismo, admiraban a la duquesa, por ser la primera mujer en heredar un título nobiliario y su corazón presto a muchos actos de caridad para los pobres.

Cada nacimiento de sus hijas, era una dicha amarga para los duques, quienes pese a ser bendecidos con tres embarazos múltiples, sabían que sus hijas morirían en el futuro. Incluso, en su desesperación, la duquesa Serena ofreció dar su título nobiliario al hombre que pudiera salvar a sus retoños, pero ni siquiera el más valiente y ambiciosos de los candidatos logró el cometido de encontrar una forma de romper la maldición.

—¿Y si las perdemos?—preguntó la duquesa.

La mujer se encontraba en el cuarto de sus primeras cuatro bebés, las cuales habían nombrado en orden. La mayor de ellas, Anastasia, era la viva imagen de su media hermana mayor. La reina, quien adoraba a su padre, también estaba ayudando a sus hermanas, pero tampoco había encontrado una solución para su problema.

—Primero se llevan mi alma antes que alguna de nuestras hijas—la consoló el duque.

A través de la puerta entre abierta, un pequeño niño pelinegro observaba a los dos desconsolados padres. Veía con tristeza como hasta su salvador, el hombre por el cual él también llevaba su mismo nombre, solo podía abrazar a su esposa llena de lágrimas, mientras sus pequeñas hijas dormían en sus cunas.

Escondidos tras una esquina, en aquel pasillo oscuro, una anciana y un hombre observaban al protegido de los duques. El hombre no estaba de acuerdo con lo que la abuela Baba planeaba; sin embargo, no podía negar que varias veces había acertado con sus decisiones.

—Aún es muy niño—le dijo el hombre en un susurro—puede que aparezca alguien que sea capaz de luchar contra la maldición, no quiero que el pequeño quede envuelto con demonios.

—No sigas negando lo obvio, Scott—regañó la anciana—ese niño será el único capaz de conducir a las princesas a su verdadero destino y sellar los demonios. Así que si no quieres que él muera en el intento, ¡te vas a convertir en su maestro!

Scott suspiró con pesadez, antes de irse directo a sus aposentos. Como colega de la academia de medicina del duque, así como su amigo, había intentado ayudarlo, por eso hizo uso de todas sus influencias como sacerdote y negó a seguir en viajes misionales; sin embargo, para lo que estaban planeando, al parecer el pequeño Jeremy era la pieza que faltaba en el rompecabezas.

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Así como los nueve meses que duró el primer embarazo de la duquesa, Serena intentaba por todos los medios no dar más mente a la cruel realidad de sus hijas, a medida que se cumplía los dos primeros años, justo en el primer día de invierno, dio a la luz al segundo cuarteto de hijas.

Cada maldita palabra de la bruja de su prima se estaba cumpliendo, no solo acertando en sus tres embarazos, sino también en los cumpleaños casi iguales de estas. Lo único que les dio un poco de paz, fue una visión que la abuela Baba había tenido.

Si era cierto lo que aquella mujer dijo, solo el amor verdadero sería capaz de romper el hechizo; sin embargo, para que aquello funcionara, primero debían declararle la guerra a los demonios que encantarían a sus hijas. Serena, ante tal posibilidad, así fuera pequeña, rezó al cielo que hubiera alguna forma de que los hombres no se asustaran al estar en contacto con sus hijas.

—¿Por qué le das falsas ilusiones a la duquesa, abuela Baba?—preguntó en forma de regaño.

Para su investigación, la duquesa permitió que él tuviera su propio despacho, en el cual se encerraba casi todo el tiempo con la anciana. La mujer, al sentirse regañada por Scott, lo golpeó con el libro que estaba leyendo en la cabeza.

—No son falsas ilusiones, solo le dije una posibilidad—le respondió la abuela—por cierto, ¿el pequeño Jeremy está por cumplir ocho años?

—¡Te dije que lo dejes quieto hasta que el momento llegue!—se defendió tomando el libro—si ese niño tiene que involucrarse, será cuando sea mayor de edad, ¿Entendido?

Scott se levantó para servirse un poco de whisky, la investigación estaba siendo menos fructifica de lo que él pensaba. Si bien tenía gran ayuda gracias al libro del rey Salomón que la abuela Baba le prestó, en el cual estaba diversos conocimientos de demonología, estaban sin poder avanzar gran cosa, ya que aún no sabían cuáles eran los demonios que reclamarían a las princesas.

CAPÍTULO 2

15 AÑOS DESPUÉS...

Las lágrimas de una mujer desconsolada alcanzaban a ser escuchadas en el pasillo fuera de la habitación principal de una mansión. Por momentos, aquel sollozo se calmaba; sin embargo, solo era un intento en vano por evitar ser escuchada, antes de que la tristeza volviera a tomar el control.

Su esposo, también desconsolado, debía aguantar la tristeza para ser el soporte de la mujer que amaba. Pese a que debían estar alegres, puesto que mañana era el cumpleaños de sus hijas mayores.

—¿Y si las enviamos lejos?—preguntó la mujer—un lugar donde ellas...

—Ya escuchaste a la abuela Baba, aquellos demonios las encontrarán—interrumpió aguanto el quiebre en su voz.

Su problema era grande, ya que no solo sus hijas mayores estaban malditas, sino que también las menores. Aunque intentarán salvarlas, a las más pequeñas en cuestión de meses, cuándo cumplieran también su mayoría de edad, les esperaría el mismo destino que las otras.

A las afueras, un joven hombre vestido de mayordomo, escuchaba el dolor de los duques. Deseando poder ayudar a las personas que lo salvaron de ser un huérfano, el hombre caminó hasta una de las habitaciones del segundo piso.

—¡Oh! ¡Jeremy!—saludó una anciana—¡Adelante! ¡Entra!

La abuela Baba recibió con una sonrisa al chico, quien se paró al lado de un hombre mayor que él. Ambos, en silencio, observaban expectantes a la señora.

—¿Qué? ¿Ya pensaron en mi oferta?—preguntó.

La anciana, quien era ciega, tomó su bastón y se sentó en su cama, en espera de lo que los dos hombres habían decidido. Jeremy, tras varios segundos, observó al hombre a su lado.

—Soy solo un simple mayordomo, el conocimiento que tengo no es de magia ni medicina—respondió—pero haré lo posible para ayudar a las doce princesas y que la duquesa no pierda su título.

—Entiendo lo que dices, muchacho—le habló—pero estamos hablando de demonología, ya es...

—¡No tengo miedo, sir Scott!—afirmó el joven mayordomo.

Tras ver la motivación del protegido de la duquesa, el hombre aceptó enseñarle. Por muchos años había ideado un plan para detener a los demonios destinados a matar a las princesas, pero necesitaba ayuda y debía comenzar con Jeremy, aunque estuviera en contra.

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Cuando las primeras campanadas de la media noche sonaron, anunciando así la llegada del invierno y el cumpleaños de las hijas mayores del ducado, la puerta de su habitación se cerró con una magia impresionante.

Sin embargo, de las cuatro primogénitas del matrimonio, solo la primera abrió sus ojos. Anastasia, al sentir como algo se posaba en su nariz, abrió los ojos con sorpresa. Una bella mariposa revoloteaba juguetona frente a ella. Levantándose, comenzó a caminar para perseguirla, hasta que llegó al gran ropero que compartía con sus otras tres hermanas. La hermosa mujer de cabellera rubia ondulada abrió sin miedo alguno las puertas.

En vez de encontrarse con sus ropas, había una extraña escalera dorada con hermosas flores y hojas plateadas adornándola. Siguiendo a la juguetona mariposa, descendió en esta hasta llegar a la parte trasera de lo que parecía ser un bosquecito.

Sin darse cuenta de que solo estaba vestida con su casi transparente bata, caminó mientras zapatillas de rubí se materializaban en sus pies. A medida que avanzaba, la suave brisa chocaba con ella, haciendo que su gran busto se erizara aún más.

Cuándo llegó a las orillas de un lago, encontró en un puente a un hombre con un traje de gala, esperando al lado de una barca.

Su corazón latía más fuerte a medida que avanzaba, aunque solo podía ver su espalda, se notaba lo alto que era y los músculos tan marcados que en cualquier movimiento podían romper la lujosa tela.

—¿Disculpe?—preguntó nerviosa.

No recordaba nada, ni siquiera cómo había llegado, solo sabía que sentía una fuerza extraña atrayéndola hacia él. Cuando al fin el desconocido hombre se dio la vuelta, notó la belleza de este. Observó que su cabello negro estaba bien pulido y sus ojos de color esmeralda que parecían ser dos joyas pulcramente hechas en el cielo.

—¡Anastasia!—la profunda voz hizo que temblara.

No sabía como, pero el solo escuchar su nombre de sus labios, hizo que sintiera algo cálido emerger de su feminidad y que sus piernas temblaran con fuerza.

El hombre se acercó hasta ella y tomó su mano para darle un dulce beso en sus nudillos, los cuales se intensificaron hasta que finalmente pasó la punta de su lengua en su palma. Anastasia respiraba con pesadez, la sensación era tan fuerte que ni siquiera recordaba a sus hermanas durmiendo aún en su habitación.

—¿Quién eres? ¿Te conozco?—preguntó la joven encantada ante el cálido tacto.

—Te he estado esperando tanto, mi querida Anastasia—respondió, acercándose aún más a ella—desde que las estrellas anunciaron tu nacimiento y tu llegada hacia mí.

—¿Mi llegada?—cuestionó curiosa.

El hombre la tomó de su mano y con los dedos firmemente entrelazados, la llevó hasta la barca. Como si los remos estuvieran con vida propia, comenzaron a moverse, siendo acompañados por pequeños orbes que danzaban a la par de la mariposa.

—Eres mía, Anastasia—susurró el hombre apretando su agarre.

Encantada y somnolienta, Anastasia dejó que el extraño hombre la acunara en sus brazos para dormir un poco, mientras veía como poco a poco se acercaban a un hermoso e inmenso castillo.

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A la mañana siguiente, apenas la institutriz de las cuatro hijas mayores entró para despertarlas, dio un grito tan alto que no solo despertó a las allí presentes, sino que también a los duques en el piso superior. Allí, sin saber lo que había ocurrido, observaron como su hija mayor estaba siendo auxiliada por sus hermanas.

—¿Hija?—preguntó la duquesa desconsolada—¿Esa marca que tienes en tu cuello, quién la hizo?

Anastasia, quien estaba en un estado tranquilo, se tocó el cuello; sin embargo, negó con la cabeza. No recordaba nada, para ella había sido una noche normal de sueño. Aquel día, en vez de ser un día feliz por su cumpleaños, los duques estaban aterrados porque la primera marca en forma de rosa había aparecido en su hija mayor, vaticinando pronto la muerte de ella como de sus otras hermanas.

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