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CONTRATO CON EL CEO

I.

...PALABRAS DE LA AUTORA ...

Primeramente, quiero agradecer a cada uno de ustedes, mis lectores por todo el apoyo que me dan, desde un like hasta un mensajito.

Viene a mi memoria un recuerdo de mi profesora de Lengua y Literatura que decía que un buen libro produce emociones, estas podrían ser emociones de alegría, tristeza, enojo y todos sus emociones derivadas. Espero que está historia produzca en ustedes emociones y les dejé al final una lección, porque de todo lo que leemos siempre nos queda algo.

Finalizo estás palabras compartiendo una frase de Mario Benedetti.

“Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón”.

...Un saludo y muchas bendiciones....

...****************...

Me levanté asustado, mi cuerpo temblaba de miedo, mi frente empapada de sudor. Continuamente, una pesadilla me agobiaba cada noche desde hace dos años. Esa pesadilla en su momento fue una dura y fea realidad.

Soy Larry Russo, un hombre de origen italiano de 28 años, CEO de una empresa, soltero, sin hijos que vive actualmente en la Ciudad de New York.

Tengo problemas para dormir, esto debido a un trauma. Hace un par de años cuando la vida era perfecta para mí, porque tenía un compromiso con Aurora, la mujer que amaba y que quería hacer mi esposa. Desgraciadamente, un día saliendo de un restaurante a eso de las 9 de la noche, fuimos interceptados por unos delincuentes que le pusieron fin a la vida de Aurora tras un disparo en la cabeza. No lograron asaltarnos, pero me quitaron lo que más amaba.

Aunque los delincuentes están en la cárcel, eso no va a devolverle la vida de mi Aurora.

Lloré lágrimas de dolor y amargura. Sigo sin comprender los designios de la vida. Mengué mi dolor trabajando día y noche, el estrés y el sueño se fueron acumulando y mi cuerpo empezaba a resentirse. Me había vuelto amargado, todo me disgustaba y había puesto una pared entre las mujeres y yo.

Después de cada pesadilla, me levantaba de la cama e iba directo a la cocina a buscar una botella de vino, me servía una copa y me sentaba frente a la ventana a ver el cielo estrellado hasta que llegaba el amanecer.

Está vez logré dormir dos horas.

Me fui al baño, me di una ducha y salí a alistarme para ir a la empresa. Cuando llegaba, los empleados me recibían con respeto.

—Buenos días, señor Russo. Llegó esta invitación de la universidad.

— Gracias Luz.

Tomé el sobre y me fui a la oficina. Esta es la quinta invitación que recibo este mes. El decano de la facultad de Economía quería que yo diera una conferencia a los estudiantes del último año de Economía empresarial. Guardé la invitación en la gaveta del escritorio. Empecé a trabajar en mi computador.

Tocan la puerta y abren, era Luz.

— Señor Russo, la joven que trajo la invitación, insiste en hablar con usted.

— No quiero ver a nadie. Dile que se retire. Solo atiendo una cita con seis meses de antelación.

— Está bien, señor Russo— Luz cerró la puerta de mi oficina.

Saqué de la gaveta el sobre de la invitación y lo leí. Está era la primera vez que el decano envía a alguien que insiste en verme. Mis ojos fueron directos a la fecha y hora.

Cerré mis ojos pensando un poco si debo ir para que me dejen de molestar o simplemente sigo ignorando cada invitación.

¿Qué tan importante puede ser lo que yo les diga a unos jóvenes que seguramente no tienen futuro? Si uno de cada diez, a lo mucho encontrará trabajo y el resto trabajará en cualquier cosa.

Dentro de la invitación habia una tarjeta de presentación con el número del decano. Llamé al decano y confirmé la asistencia para la conferencia, pensando que por fin dejaría de recibir esas invitaciones absurdas.

II.

LARRY RUSSO

Que sin sentido puede resultar la vida cuando no tienes a la persona que amas.

— Larry— era la voz de una mujer, giré hacia ella para ver quién era— soy Sofía, del área de finanzas. Me preguntaba si aceptarías una salida para tomar un vinito.

No dije nada. Solo puse esa cara característica de mis últimos dos años. Continué caminando, ya era bastante tarde.

— Eres un maleducado. Deberías por lo menos responder con un no, si no quieres.

— No quiero salir contigo. Buenas noches.

Fui al parqueo a buscar mi carro.

Me lamenté por millonésima vez la muerte de Aurora. Subí al auto y conduje hasta mi casa.

El decano de la facultad de economía me llamó.

Es por esto que no quería aceptar esa bendita invitación. Odio que me molesten sin sentido.

— Hola. Buenas noches, CEO Russo, soy Ernesto el decano, quería ver si puede presentarse mañana en la facultad, hubo un ligero cambio de planes.

— ¿Mañana? La conferencia era en dos días, mañana tengo una agenda ocupada.

— Sí, lo sé. Pero tendremos una visita especial y queremos que usted nos ayude con eso. Se lo pido por favor.

— Está bien. Solo por esta vez les voy a colaborar. Recuerde que tengo una agenda muy apretada y se me dificulta salirme de esa rutina.

— Muchas Gracias. Estaré eternamente agradecido.

— Okey. Buenas noches — Colgué la llamada.

Nana, la única sirvienta que había conservado, me sirvió la cena. Me senté a comer, ella era la única mujer que respetaba, era algo así como una mamá, aunque no lo era de sangre. Nana era una mujer de unos 50 años, llevaba unos 30 años sirviendo a la familia. Ella me vio nacer y fue mi niñera hasta los 18. De todas las sirvientas de la familia la escogí a ella para que viniera conmigo a vivir a New York.

Terminé de cenar. Fui a mi habitación, abrí la laptop y me puse a trabajar en la presentación de mañana.

Las horas pasaron sin sentirlas. Eran las 2 y media de la mañana. Me fui a la cama. Dormí 2 horas y media. Me levanté sudoroso, inquieto, el sueño se repetía cada noche.

Me bañé, me alisté, preparé la laptop y salí de la casa sin desayunar. Pasé por la empresa antes de ir a la universidad.

Sentía esas miradas curiosas. Subí a mi oficina.

— Luz, acompáñame a la oficina.

— Si señor Russo— Entramos a la oficina.

— ¿Cuál es la novedad ahora? Sentí las miradas de los empleados.

— Bueno— Luz suspiró— Sofía ha comentado de su actitud del día de ayer y ha dicho que usted es un grosero maleducado y aduce que usted es homosexual.

— Soy homosexual porque ella no me interesa. —. Me puse a reír — Despídela inmediatamente.

— Entendido.

Salí de la empresa a la universidad. Ya todo estaba listo para presentarme. Y uno a uno fueron entrando los estudiantes. El auditorio estaba lleno.

Empecé a presentar.

Entró una mujer de cabello largo, ojos verdes, al verla sentí como una explosión en el pecho. No podía creer lo que mis ojos estaban mirando.

Esa mujer era una copia de Aurora, con la única diferencia en el color de sus ojos, Aurora tenía ojos marrones.

Terminé la presentación. Estaba inquieto. Busqué a la mujer entre todos los alumnos, Pero mi momento fue interrumpido por Ernesto.

— Muchas Gracias por todo.

— Está bien. Ernesto, por aquí estaba una mujer de cabello largo, ojos color verde, algo alta. ¿El auditorio tiene cámaras? Necesito hablar con ella.

El decano se quedó pensativo.

—No hay cámaras de seguridad, Pero tal vez en las fotos que tomaron los comunicadores sale ella, solo viéndola le podre ayudar.

— Llame a los comunicadores. Creo que ella es alguien que conozco.

Ernesto le hizo señas a un muchacho que tenía una cámara en sus manos. Él nos mostró las fotos.

— Es ella.

— ¿Ella?

— Si. ¿La conoce? ¿Cómo se llama?

Sobre todas las cosas quería saber su nombre

— Ella es profesora de aquí, se llama Abigaíl.

— ¿Abigaíl? Está seguro. Es que se parece a alguien que conozco como Aurora.

— Si quiere se la puedo presentar y así puede preguntarle lo que desee. Vamos a ir a su oficina.

La buscamos en su oficina y no estaba por ningún lado. Así que regresé a la empresa.

Abigail Grubstein, 25 años, profesora de Economía de la facultad H.

III.

LARRY RUSSO

Después de ver a esa mujer, todos los recuerdos de Aurora vinieron frescos a mi mente. Esa noche no dormí las casuales dos horas de siempre. Tenía viva la imagen de la profesora Abigail.

Me presenté en la universidad en la mañana con el pretexto de que no encontraba mi USB, yo sé que esé pretexto es muy tonto, pero no tenía de otra.

 Saludé a Ernesto prácticamente cruzando los portones de la facultad.

Ella, Abigaíl, bajaba de su auto. No sé si mi corazón está confundido, pero se agitó tanto que sentía que mi corazón se iba a detener. Se acercó a saludar a Ernesto. Me dió un buen día algo seco. Ernesto nos presentó.

— Abigaíl, es el Larry Russo, quien nos iluminó con toda la sabiduría el día de ayer.

— Un gusto saludarle.

— El gusto es mío— le di la mano para el saludo, ella extendió su mano para devolver el saludo.

— Espero que a futuro comparta con nosotros sus conocimientos — hablaba Ernesto.

— Claro que sí. Me gustaría que la profesora Abigaíl me mostrará un poco la facultad, me interesa ir creando conexiones con ustedes y con los espacios que está solemne universidad.

— Claro que sí, Abigaíl te pido el favor de que le muestre nuestra facultad.

— Profesor Ernesto, tengo clase con un grupo.

— Usted no se preocupe por eso, vaya con el señor Russo.

— Está bien. Solo deme un minuto, voy a dejar mis cosas en mi oficina. Ya regreso.

— Puedo acompañarte y empezar desde ahí a conocer los rincones de la facultad.

Ella miró de reojos a Ernesto, se notaba su descontento. Ella era tan distinta a Aurora, su personalidad era tan altiva y soberbia. Ella caminaba a su oficina, yo la seguía.

— Puede esperar afuera. En un momento salgo.

— Trata muy mal tu visita, es de mala educación dejar tu visita afuera.

— No soy mal educada, solo que mi oficina está desordenada. Si se sintió ofendido, le pido disculpas. Un minuto es lo que pido.

Ella salió de la oficina.

— Seré directo, no me interesa el tour por la facultad. ¿Conoces a alguien que se llame Aurora Ricci?

— No conozco a nadie con ese nombre.

— Eso era todo. Me retiro entonces, profesora Abigaíl.

Me retiré de la facultad y fui a la empresa. En la puerta estaba Sofía, bloqueando mi entrada.

— Es injusto que me despidan. No voy a aceptar esa decisión.

— ¿Quién eres? — le pregunté.

— Tú sabes quién soy. Soy Sofía.

— Solamente eres Sofía, no eres la dueña de la empresa. Yo decido a quien despido y quién se queda. Puedo demandarte por difamación.

— ¿En qué lo difamé?

— Tú sabes lo que dijiste, si no aceptas mi decisión, entonces voy a proceder con los abogados. Antes de andar regando la noticia que te rechacé y que soy homosexual, valora primero quién es la persona de la que quieres hablar. Así que, si no te mueves ya, voy a llamar a mis abogados para la demanda millonaria que te voy a poner.

Sofía solo dio un sonido molesto y se fue.

Estando en mi oficina, intenté trabajar, pero las caras de Aurora y Abigaíl no me dejaban en paz.

Puedo ser muy obsesivo a veces, jamás pensé encontrar a una mujer con un parecido a Aurora. Sentía un poco de ansiedad.

En la noche decidí dar un paseo por un bar, con la intención de distraer la mente. Aunque sea el CEO de una empresa, solo soy un hombre de 28 años.

Eran las 9 de la noche. Había tomado un par de copas. El bar tender me había entablado una conversación, él hablaba de todo, era muy elocuente.

— Mire ya llegó la estrella de la noche— me señaló con la vista a un lado del bar.

Me giré un poco para ver de quien hablaba. Una mujer de minifalda roja, escote muy a la vista todo y acompañada de un grupo de amigas se sentaba en una de las mesas, era Abigaíl.

— ¿Ella frecuenta este lugar?— le pregunté al bar tender.

— Si, cuando tiene un par de copas adentro, se pone a bailar. Al parecer no tolera el alcohol, pero siempre pide el más fuerte. Pronto disfrutemos de sus movimientos.

— ¿Qué días viene la señorita de falda roja?

— Viernes o sábado.

—¿Siempre viene con ese grupo?

— No siempre, a veces con ellas y otras con algún chico.

Me sentí un poco molesto.

Media hora después, ella se puso de pie y empezó a bailar con movimientos sensuales, sus amigas la acompañaban. Todos los hombres que estaban en el bar la miraban con morbo.

No me debe importar, ella no es Aurora. Pero estaba molesto. Le pagué mis bebidas al bar tender. Me levanté y me dirigí dónde Abigaíl. Ella al verme se sorprendió un poco. Le tomé la mano y la jalé afuera.

— Deja de andar haciendo estás cosas.

— Es mi vida, puedo hacer lo que yo quiera.

— No con esa cara— ella me dio una cachetada.

Ella tiene razón, es su vida, puede hacer lo que le dé la gana. La dejé ahí y me fui a buscar mi auto que lo había dejado en el parqueo.

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