El viento helado de octubre soplaba con fuerza en las calles empedradas de Salem. El aire estaba cargado de una energía antigua, casi tangible, como si la ciudad misma susurrara secretos del pasado. Emma no era una chica común; había algo en su mirada que la separaba del resto. Algo que ella misma no podía entender... hasta ahora.
Esa tarde, Emma se dirigía al Museo de la Brujería de Salem, un lugar que siempre había sentido una atracción inexplicable. Sus pasos eran lentos, casi inseguros, como si una parte de ella supiera que después de hoy, nada volvería a ser igual.
Al entrar, el sonido de la puerta resonó en la sala principal. El ambiente estaba cargado de misterio, con vitrinas llenas de objetos antiguos y recortes de periódicos amarillentos que narraban los horrores de los juicios de brujas de 1692.
Una voz susurrante la hizo voltear.
—Bienvenida, Emma —dijo una mujer anciana detrás del mostrador. Sus ojos, profundos y conocedores, la observaban con una mezcla de curiosidad y respeto.
Emma frunció el ceño, sorprendida de que la conociera.
—¿Cómo sabes mi nombre?
La anciana sonrió de manera enigmática y señaló una puerta al fondo de la sala.
—Hay algo que debes ver. Algo que te pertenece.
Intrigada y un poco nerviosa, Emma caminó hacia la puerta. Al cruzar el umbral, se encontró en una habitación oscura, iluminada solo por la luz de una vela en el centro. En la mesa, había un libro antiguo, encuadernado en cuero y adornado con símbolos arcanos.
Al tocar el libro, sintió una descarga de energía recorrer su cuerpo. La habitación parecía desvanecerse y de repente, se encontró en un campo abierto, rodeada por figuras espectrales de mujeres. Eran las brujas de Salem.
—Emma —dijo una de las figuras, acercándose—, somos tus antepasadas. Tu sangre lleva la marca de la magia, un legado que debes aceptar.
Emma retrocedió un paso, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
—¿Qué quieren de mí?
Otra de las figuras habló, su voz era suave pero firme.
—Buscamos justicia, no solo por nosotras, sino por todas las almas inocentes que fueron torturadas y condenadas. Tú eres nuestra vengadora.
Emma sintió un torbellino de emociones. Su mente intentaba procesar lo que estaba ocurriendo, pero una parte de ella ya sabía la verdad.
—¿Cómo puedo ayudarlas? Soy solo una chica... —su voz se quebró al final.
La figura líder se acercó más, colocando una mano etérea sobre el hombro de Emma.
—Eres mucho más que eso. Dentro de ti reside un poder que no puedes imaginar. Pero debes aceptarlo y usarlo sabiamente.
De repente, Emma se encontró de vuelta en la habitación del museo, el libro aún en sus manos. La anciana estaba a su lado, observándola con atención.
—Has visto a tus antepasadas, ¿verdad? —preguntó la anciana.
Emma asintió lentamente.
—Sí... y me han dicho que debo buscar justicia. Pero, ¿cómo?
La anciana tomó el libro y lo abrió en una página específica, revelando un mapa antiguo de Salem.
—Debes encontrar a los descendientes de aquellos que nos condenaron. Sus almas deben pagar por el sufrimiento que causaron. Pero cuidado, este camino es peligroso y oscuro. Tus enemigos no serán fáciles de derrotar.
Emma miró el mapa y luego a la anciana, sintiendo cómo una determinación feroz crecía dentro de ella.
—Haré lo que sea necesario. No permitiré que su sufrimiento quede impune.
La anciana sonrió con una mezcla de tristeza y orgullo.
—Entonces, estás lista para comenzar tu viaje. Recuerda, Emma, siempre estarás guiada por las almas de tus antepasadas. Y nunca olvides quién eres.
Emma salió del museo, sintiendo el peso de su destino sobre sus hombros, pero también una fuerza renovada en su interior. La luna llena brillaba en el cielo, y con cada paso, sentía cómo la magia de Salem despertaba dentro de ella.
La venganza había comenzado.
El amanecer bañaba Salem con un resplandor suave y dorado. Emma no había dormido esa noche; su mente estaba ocupada con pensamientos sobre lo que había descubierto. Sentada en su cama, miraba fijamente el libro antiguo que ahora reposaba en su escritorio. Sus palabras seguían resonando en su mente: "Eres nuestra vengadora".
Decidida a no quedarse de brazos cruzados, Emma se dirigió a la cocina donde su madre, Alice, estaba preparando el desayuno.
—Buenos días, mamá —dijo Emma, tratando de sonar normal.
Alice le sonrió, aunque su mirada mostraba preocupación.
—Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien?
Emma dudó un momento antes de responder.
—Sí, más o menos. Estuve pensando en un proyecto de la escuela.
Alice dejó lo que estaba haciendo y se sentó frente a Emma.
—Emma, sabes que puedes hablar conmigo sobre cualquier cosa, ¿verdad? He notado que has estado diferente últimamente.
Emma sintió un nudo en la garganta. Quería contarle todo a su madre, pero no estaba segura de cómo lo tomaría. Finalmente, decidió mantenerlo en secreto por ahora.
—Sí, mamá. Lo sé. Solo... solo necesito tiempo para ordenar mis pensamientos.
Alice asintió, aunque parecía insatisfecha con la respuesta.
—Está bien, pero recuerda que estoy aquí para ti.
Emma salió de la casa después del desayuno, llevando el libro antiguo en su mochila. Su destino era el cementerio de Salem, un lugar donde siempre había sentido una conexión inexplicable. Al llegar, buscó una lápida en particular, una que había visitado muchas veces antes: la de Sarah Good, una de las primeras mujeres acusadas de brujería en 1692.
—Sarah Good —susurró Emma, arrodillándose frente a la lápida—, sé que puedes oírme. Necesito tu guía.
Una brisa suave acarició su rostro, y Emma sintió una presencia a su lado. Cerró los ojos y dejó que la energía la envolviera.
—Emma, estás aquí —la voz de Sarah resonó en su mente—. Sabía que vendrías.
Emma abrió los ojos y vio a Sarah, una figura espectral y hermosa, con un halo de tristeza y poder.
—Necesito saber qué hacer. ¿Cómo encuentro a los descendientes de aquellos que nos condenaron? —preguntó Emma.
Sarah extendió una mano, señalando el libro que Emma había traído.
—Este libro contiene los nombres y las ubicaciones de nuestros enemigos. Debes estudiar cada página y seguir las pistas que te llevarán a ellos. Pero ten cuidado, algunos han heredado la crueldad de sus antepasados y no dudarán en hacerte daño.
Emma asintió, sintiendo un renovado sentido de propósito.
—Lo haré. No descansaré hasta que hayan pagado por lo que hicieron.
Sarah le sonrió con tristeza.
—Eres fuerte, Emma. Pero recuerda, la venganza puede consumir tu alma si no tienes cuidado. Mantén tu corazón puro y no te dejes llevar por el odio.
Emma se levantó y apretó el libro contra su pecho.
—Gracias, Sarah. Prometo no dejar que el odio me consuma.
Con una última mirada a la lápida, Emma dejó el cementerio y se dirigió a la biblioteca de la ciudad. Sabía que necesitaba toda la información posible para enfrentar su misión. En la biblioteca, se instaló en una mesa aislada y comenzó a leer el libro con atención. Las páginas estaban llenas de nombres, fechas y lugares, todos relacionados con los juicios de Salem y sus consecuencias.
Horas más tarde, una figura alta y esbelta se acercó a la mesa. Era Lucas, un compañero de clase y uno de los pocos amigos de Emma.
—Hey, Emma, ¿qué haces aquí? —preguntó Lucas, mirando el libro con curiosidad.
Emma levantó la vista, sorprendida de verlo.
—Hola, Lucas. Solo... investigando para un proyecto de historia.
Lucas se sentó frente a ella, sus ojos llenos de interés.
—¿Puedo ayudar? Sabes que me encanta la historia.
Emma dudó por un momento, pero luego decidió que podría usar toda la ayuda posible.
—De hecho, sí. Estoy buscando información sobre las familias de los jueces y acusadores de los juicios de Salem. Necesito saber si hay descendientes viviendo aquí.
Lucas asintió, tomando uno de los libros de la pila que Emma había acumulado.
—Cuenta conmigo. Siempre he querido saber más sobre esa parte oscura de nuestra historia.
Juntos, comenzaron a desentrañar los hilos del pasado, sin saber que cada página que leían los acercaba más a un enfrentamiento con fuerzas mucho más poderosas y oscuras de lo que podrían haber imaginado.
El sol se ocultaba tras el horizonte cuando Emma y Lucas finalmente abandonaron la biblioteca, cargados con notas y copias de documentos antiguos. El frío de la noche de Salem se infiltraba en sus huesos, pero la determinación de Emma ardía con más fuerza que nunca.
—Esto es increíble —dijo Lucas, con los ojos brillantes de emoción—. No puedo creer todo lo que hemos encontrado. Los descendientes de los jueces y acusadores están esparcidos por toda la ciudad.
Emma asintió, su mente aún procesando la cantidad de información que habían recopilado.
—Sí, pero no es solo encontrar sus nombres y direcciones. Necesitamos entender quiénes son ahora, qué tipo de personas son. No todos merecen ser castigados por los pecados de sus antepasados.
Lucas miró a Emma con admiración.
—Tienes razón. Pero, ¿cómo decidimos quién merece... justicia?
Emma miró las notas que sostenía en sus manos, sintiendo el peso de su misión.
—Primero, vamos a empezar con los descendientes directos de los jueces más influyentes. Aquellos que tomaron las decisiones más crueles. Y debemos ser cuidadosos, Lucas. Esto no es un juego.
Lucas asintió solemnemente.
—Entendido. Estoy contigo, Emma. No estás sola en esto.
De regreso a su casa, Emma se sumergió en el libro una vez más. Las páginas parecían cobrar vida bajo sus dedos, cada palabra un eco del pasado que clamaba por justicia. Esa noche, el sueño la eludió mientras las voces de sus antepasadas susurraban en sus sueños, mostrándole visiones del sufrimiento que habían soportado.
A la mañana siguiente, Emma se despertó con una determinación renovada. Hoy comenzaría su búsqueda. Decidió empezar por la familia Hawthorne, descendientes directos del juez John Hathorne, uno de los jueces más notorios de los juicios de Salem.
Lucas la esperaba fuera de su casa, su rostro reflejando una mezcla de emoción y preocupación.
—¿Lista para esto? —preguntó, entregándole un café caliente.
Emma asintió, aceptando el café con una sonrisa.
—Más que nunca. Vamos.
Caminaron en silencio hasta la casa de los Hawthorne, una antigua mansión que había sido restaurada varias veces pero que aún conservaba un aire de misterio. Tocaron el timbre y esperaron, sus corazones latiendo con fuerza.
La puerta se abrió lentamente, revelando a una mujer de mediana edad con el cabello canoso y una expresión severa.
—¿Sí? —preguntó, mirándolos con curiosidad.
Emma respiró hondo antes de hablar.
—Hola, mi nombre es Emma, y él es mi amigo Lucas. Estamos haciendo una investigación sobre la historia de Salem y nos gustaría hablar con usted sobre su familia.
La mujer los miró fijamente por un momento antes de asentir.
—Pase, pero no tengo mucho tiempo. Soy Abigail Hawthorne.
Dentro de la casa, el ambiente era cálido y acogedor, aunque las paredes estaban adornadas con retratos antiguos que parecían observarlos con desdén. Abigail los condujo a una sala de estar y les ofreció asiento.
—¿Qué quieren saber? —preguntó, sentándose frente a ellos.
Emma sacó sus notas y el libro antiguo, sintiendo el peso de las miradas de los retratos sobre ella.
—Queremos entender más sobre el juez John Hathorne y su papel en los juicios de Salem. Sabemos que fue uno de los jueces principales, y estamos tratando de comprender el impacto que eso ha tenido en su familia a lo largo de los años.
Abigail frunció el ceño, claramente incómoda con el tema.
—El juez Hathorne fue mi ancestro, sí. Pero eso fue hace siglos. Mi familia ha tratado de distanciarse de ese oscuro legado. ¿Por qué están interesados en esto ahora?
Emma dudó, buscando las palabras correctas.
—Es parte de nuestra historia y creemos que es importante entenderla completamente. Además, hay algo personal en esto para mí. Descubrí que soy descendiente de una de las mujeres acusadas. Quiero justicia para ellas.
Abigail la miró con ojos penetrantes, evaluándola.
—La justicia es un concepto complicado, joven. Mi familia ha cargado con la culpa de los actos de Hathorne durante generaciones. No es fácil vivir con ese legado.
Emma sintió un destello de compasión por Abigail. Decidió ser honesta.
—No estoy aquí para juzgar a su familia. Solo quiero asegurarme de que el sufrimiento de mis antepasadas no sea olvidado.
Abigail asintió lentamente.
—Entiendo. Hay muchas cosas que no se cuentan en los libros de historia. Si realmente quieres saber la verdad, hay un diario que ha pasado por generaciones en mi familia. Puede que encuentres respuestas ahí. Espérenme aquí.
Abigail se levantó y salió de la habitación, dejándolos a solas por un momento.
Lucas se inclinó hacia Emma, susurrando.
—Esto es más grande de lo que pensé. ¿Estás segura de que podemos manejarlo?
Emma lo miró, decidida.
—No lo sé, pero no tenemos otra opción. Tenemos que intentarlo.
Cuando Abigail regresó, traía consigo un diario antiguo, con la tapa desgastada y las páginas amarillentas.
—Este es el diario de John Hathorne. Tal vez les ayude a entender mejor lo que sucedió. Pero les advierto, la verdad puede ser más oscura de lo que imaginan.
Emma aceptó el diario con gratitud.
—Gracias, señora Hawthorne. Prometemos tratarlo con el respeto que merece.
De regreso a casa, Emma se sentó en su escritorio, con el diario frente a ella. Al abrirlo, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las primeras páginas estaban llenas de anotaciones meticulosas, detallando los juicios, las acusaciones y las condenas.
—Aquí está todo —murmuró, sintiendo la magnitud de lo que tenían entre manos.
Lucas, a su lado, asintió.
—Esto es solo el comienzo, Emma. Estamos desenterrando secretos que han estado enterrados por siglos.
Emma tomó una profunda respiración, sabiendo que su misión apenas comenzaba. Las palabras de Sarah Good resonaban en su mente, recordándole la importancia de mantener su corazón puro y su objetivo claro.
—Vamos a hacer justicia —dijo, más para sí misma que para Lucas—. Por todas las almas inocentes.
Y con esa determinación, continuaron su viaje, conscientes de que cada revelación los acercaba más a un enfrentamiento con el oscuro legado de Salem.
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