Hace más de 20 años, lo que alguna vez pareció un cuento de hadas se convirtió en mi peor pesadilla hecha realidad. El fin del mundo llegó de la manera más abrupta y catastrófica que jamás pudimos imaginar. Grandes estructuras cayeron del cielo, cayendo con estrépito y desatando el caos en todo el mundo. Las criaturas que emergieron de estos pilares no distinguían entre personas y animales; su locura los llevaba a atacar a cualquier ser vivo que no fuera como ellos.
Desde la ventana de mi habitación, fui testigo de cómo estos pilares se alzaban en el horizonte, mientras mis padres intentaban desesperadamente alejarnos de aquel escenario apocalíptico. Los gritos de terror y desesperación resonaban en el aire, y pronto la locura se apoderó de quienes ya habían sido afectados, convirtiéndolos en seres irreconocibles y peligrosos. Estos seres, rápidos y fuertes, parecían no cansarse nunca, quizás consumidos por una locura que los hacía olvidar la fatiga en su búsqueda de víctimas.
En un instante, todo se desencadenó. Un choque violento nos lanzó fuera del camino, dejándome aturdido y herido en el interior del automóvil destrozado. Al recobrar el conocimiento, el mundo a mi alrededor era un caos. Intenté buscar a mis padres entre los escombros y el caos, pero la devastación ya los había reclamado. Con dolor en cada fibra de mi ser, escapé con una mochila llena de suministros escasos que habíamos preparado para emergencias.
Corrí sin rumbo, hasta que mis fuerzas flaquearon y me encontré en un lugar desconocido. Busqué refugio en una casa abandonada, pero solo hallé horror. Un joven estaba siendo atacado por uno de los infectados, y mi instinto de supervivencia me obligó a luchar por mi vida y la de aquel desconocido. Golpeé con furia al agresor hasta que dejó de moverse, dejándome con un torbellino de emociones indescriptibles.
Así, entre el horror y la supervivencia, desperté al amanecer en un mundo transformado, por lo que desde entonces se conocería como "El Descenso de los Ángeles", un nombre que evoca tanto el terror como la pérdida que marcó el inicio de una era oscura y desconocida para la humanidad. Las cicatrices físicas y emocionales de aquellos días siguen siendo una constante recordatoria de la fragilidad de nuestra existencia en un mundo que cambió de forma irreversible.
En la actualidad, me desempeño como explorador y mercenario, aprovechando mis habilidades físicas y de rastreo para sobrevivir en este mundo transformado. Aunque no me considero el mejor, tengo una buena reputación en mi campo. Mis misiones suelen implicar la búsqueda de exploradores anteriores, a menudo llegando tarde para salvarlos, o la localización de recursos vitales como comida, agua y medicinas.
Como mercenario, mi tarea principal es limpiar zonas infestadas por esos seres infectados, criaturas que se alimentan de carne cruda, ya sea de animales o de personas atrapadas en su camino. No sé si la transformación provocada por los pilares, a los que llamamos "Ángeles", altera su biología o aumenta su resistencia a enfermedades, pero sé dónde atacar para detenerlos.
Un día, regresando de una misión de abastecimiento al anochecer, encontré a una niña de unos 8 años dormida en medio del bosque. Parecía haber sido abandonada, y aunque desconozco las circunstancias que la llevaron allí, decidí llevarla conmigo. Por el momento, la protegeré y cuidaré hasta encontrar el lugar adecuado para ella.
Cinco años después de la aparición de los pilares gigantes, celebré mi décimo octavo cumpleaños. Mi supervivencia hasta entonces se debió a la solidaridad de la gente que construyó refugios, y a mi condición de niño de trece años cuando todo comenzó, lo que me permitió ser acogido durante un tiempo sin mayores exigencias, realizando trabajos simples de transporte o mensajería. Aunque apenas conocía a las personas que me rodeaban y estaba devastado por la pérdida de mis padres, quienes me acogieron ya no están en mi memoria, ya que la mayoría de ellos cumplían 18 años y se iban a trabajos de campo donde muchos no regresaban.
Mis días en el refugio eran solitarios, con pocas personas de mi edad con quien relacionarme. Sin embargo, encontré en dos individuos a mis únicos amigos. Uno era hábil para obtener recursos escabulléndose y robando, lo que aseguraba nuestra supervivencia en el refugio. La otra persona destacaba por su habilidad para inventar y reparar cosas. Gracias a ellos, mis días nunca fueron del todo oscuros, pudiendo encontrar momentos de alegría y risas en medio de la adversidad. Aunque ya no sé dónde están, ya que salieron antes que yo y nunca regresaron de su primera expedición. Aunque no tengo confirmación de su destino, mantengo la esperanza de reencontrarlos algún día.
Cuando finalmente salí del refugio a los 18 años, mi objetivo era encontrar a mis amigos perdidos, aunque mis esfuerzos no dieron frutos. La mayoría de mis intentos de contacto resultaron infructuosos, encontrando más desolación y muerte que supervivientes. Esta búsqueda solitaria se vio interrumpida dos años después por una revuelta en el refugio, donde la población, harta de las condiciones restrictivas y la falta de recursos, estalló en conflicto.
Decidí apartarme de este ambiente tumultuoso, sintiendo que mi lugar estaba en otro lado. Aunque carecía de experiencia y conocimientos, estaba decidido a buscar a mis amigos perdidos y a encontrar un nuevo propósito en un mundo transformado por la tragedia de los Ángeles. Aunque el camino fuera difícil y lleno de incertidumbre, estaba determinado a seguir adelante, buscando respuestas y un lugar donde pertenecer en esta nueva realidad desafiante.
Me dediqué durante varios meses a mejorar todas mis habilidades necesarias para sobrevivir en este mundo postapocalíptico: combate, recolección, primeros auxilios, y más. Aunque carecía de un mentor que me guiara, pude construir sobre las bases que aprendí en el refugio. Sin embargo, avanzar sin una dirección clara era un desafío constante.
Después de un período de cuatro meses en solitario, finalmente encontré a otros supervivientes. Eran un grupo de cinco personas: dos mujeres, dos niños y un hombre. A pesar de que parecían una familia unida, el hombre estaba agotado y solo no podría protegerlos por mucho tiempo. Les ofrecí mi protección a cambio de un poco de comida, y así nos unimos para emprender un viaje hacia un refugio al oeste conocido como "La Luz". Decidí que ese sería también mi destino por el momento.
Al conocer más sobre el grupo, descubrí que el hombre era el esposo de una de las mujeres y padre de los dos niños, mientras que la otra mujer era la hermana del hombre. Habían escapado recientemente de otro refugio con condiciones de vida insoportables. El hombre, a pesar de sus 42 años y el agotamiento de los esfuerzos de protección, seguía firme en su determinación de mantener a su familia a salvo. Me impresionó su dedicación y esfuerzo incansable por proteger a los suyos.
Esa noche, le sugerí al hombre que descansara mientras yo tomaba su turno de guardia. Mientras velaba por el grupo, reflexionaba sobre la familia que había perdido y sobre la nueva familia que había encontrado. Me di cuenta de que ahora vivía no solo por mí, sino también por ellos, al igual que este hombre que demostraba una fuerza y determinación que me inspiraban a seguir adelante en este mundo implacable.
Después de aquella noche, estreché aún más mis lazos con el grupo. Descubrí que el hombre, a pesar de su edad avanzada, había sido un deportista talentoso en su juventud, aunque nunca alcanzó la fama debido a su dedicación a cuidar de su familia. Se había convertido en un hábil carpintero, mientras que su esposa y hermana se encargaban del hogar y de cuidar a los niños, además de trabajar en una tienda que tenían en casa. Los niños, de solo 12 y 11 años, parecían mantener su positividad a pesar de la difícil situación, confiando plenamente en sus padres. Mi objetivo era hacer que se sintieran seguros y acompañados, evitando que el miedo los abrumara.
Durante las siguientes dos semanas, experimentamos una relativa calma, interrumpida solo por algunos ataques esporádicos de bandidos o infectados. Para mí, que ya estaba acostumbrado a tales situaciones, fue relativamente fácil superar estos desafíos. Finalmente, llegamos al refugio conocido como "La Luz", que resultó ser considerablemente más grande que nuestro refugio anterior, aunque la población era similar, probablemente debido a la escasez de gente o a la distribución limitada de los refugios.
Al entrar, me sorprendió la seguridad y organización del lugar. Había una presencia militar marcada en las entradas y la gente parecía vivir en relativa paz y armonía, cada uno desempeñando su papel y trabajando en sus tareas asignadas. Decidí buscar un trabajo temporal para mantenerme y contribuir al refugio. Me dirigí al ayuntamiento, donde fui recibido por un anciano de aspecto distinguido, probablemente el responsable de la administración del refugio. Le pregunté sobre las opciones laborales y me ofrecieron ser recolector, una tarea que me permitiría explorar la zona mientras trabajaba.
Al caer la noche y dirigirme a la casa asignada, experimenté una tranquilidad que no había sentido desde antes del Descenso de los Ángeles. Por primera vez en mucho tiempo, pude dormir sin sobresaltos ni preocupaciones, disfrutando de una noche completamente pacífica después de tanto tiempo en la incertidumbre y el peligro constante.
Al despertar, mi primer paso fue dirigirme al área de contratación para exploradores. Al llegar, me encontré con otras cuatro personas que también aspiraban a ese rol. Dado el reducido número de solicitantes, nos aceptaron a todos después de someternos a pruebas de conocimientos sobre plantas medicinales y comestibles. Tras una breve orientación sobre la zona, nos encomendaron la tarea de recolectar plantas como la bromelia, conocida por sus propiedades contra el humo, y especialmente azaleas, fundamentales para mantener un ambiente fresco y puro en el refugio.
Partimos en grupo, compuesto por tres chicos y una chica, quienes parecían llevarse bien y estar familiarizados entre sí. Al adentrarnos en el bosque cercano, descubrimos algunas flores y suministros abandonados en mochilas, aparentemente olvidadas hace poco tiempo. Aprovechamos estas oportunidades para cargar más provisiones, en caso de hallar algo útil durante nuestra expedición.
A medida que avanzaba la tarde, nuestros hallazgos no se correspondían del todo con lo que nos habían encomendado, pero la experiencia en sí fue enriquecedora para todos. Además, los conocimientos adquiridos sobre la zona nos brindaban pistas sobre dónde buscar en el futuro, especialmente en mi caso, donde también buscaba pistas de mis antiguos amigos.
Sin embargo, la tranquilidad de la exploración se vio abruptamente interrumpida por un estruendo proveniente del bosque seguido de un grito desgarrador. Mi mente se apresuró a considerar la posibilidad de un encuentro con los infectados. Mis compañeros, sin experiencia en combate, intentaron huir presos del pánico, pero pronto se dieron cuenta de que escapar era difícil. Ante esta situación, asumí la responsabilidad de protegerlos, siendo nuestra única opción enfrentar lo que sea que se avecinaba.
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