Los declaro marido y mujer- escucharon la sentencia del cura que había estado oficiando la boda y y que a esta altura seguramente estaba preguntándose si hacía lo correcto casando a aquellos dos- Puedes besar a la novia.
Él se inclinó y aún sin quitar el velo que cubría su rostro le susurró con odio al oído.
- Debiste decir que no cuando te preguntaron, ahora es tarde, bienvenida a tu infierno personal, hasta que la muerte nos separe.
Y tomó el final de la fina tela blanca que los separaba para levantarla y volver a ver al fin el rostro de la mujer que le habían impuesto como esposa.
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Muchos, muchos años antes.
- Que me traigan los balances contables del último mes.- Xavier le habló con fuerza a la secretaria de la presidencia de la empresa Patel, por ayudar a su amigo se estaba cargando de trabajo llevando dos grandes multinacionales a la vez y para colmo había dado con la primera mujer que lo rechazó en toda su vida y lo hacía sentir que nada de lo que había alcanzado hasta ahora era suficiente si ella no volteaba a mirarlo.
- Ya se los alcanzo cuando la secretaria de economía me los entregue.- le respondió la mujer sumisa pues el nuevo jefe temporal llevaba unos días de espanto y en la empresa nadie sabía que le pasaba al siempre amable y risueño Xavier Hudson.
- No, que los traiga ella y que me los entregue y que dé las explicaciones que yo necesite, ese es su trabajo o si no que se vaya.
La mujer abrió los ojos como platos y sin contestar nada salió corriendo de la oficina de la presidencia hacia la de economía, lo mejor era no seguir delante de aquel hombre o corrías el riesgo de ser salpicado por su mal humor.
Xavier hasta el momento llevaba una vida tranquila y relajada, nunca tuvo que preocuparse por agradar a las mujeres, al contrario, a veces tenía que espantarlas de su lado, pero tuvo que aparecer esta, tuvo que cruzarse en su camino una mujer pequeña con el pelo rizado y de un color que parecia que llevaba fuego con ella y terminar con sus días de paz.
- Señor Hudson, la secretaria de economía está aquí.- recibió el aviso por el intercomunicador.
- Que pase y que no me molesten, no estoy de humor- gruñó más que hablar.
Y allí estaba ella entrando por la puerta, se veía tan frágil, tan hermosa, era como una muñeca de porcelana de esas que se guardan dentro de estanterías de cristal para que no se rompan, de las que traen rizos rojos alrededor de la cara y que sonríen con unos labios rosados que agradan solo de mirarlos.
- Dígame que quiere ahora señor Hudson.
Puf la magia se rompió cuando la escuchó reclamarle, era la tercera vez que la hacía venir a su despacho en la semana por algo que podía resolver con un simple mensaje de texto y aún era martes, eso sin contar que el jueves anterior se había llevado a su casa como premio los cinco dedos de la mano derecha de la chica en su cara por intentar besarla.
- Lo que yo desee señorita Leicy, y si no le gusta venir hasta aquí, la puerta es ancha, puede irse cuando quiera.
Le dijo sin miramientos, él era un Hudson y ella una simple secretaria y eso tenía que quedar claro.
La chica apretó las carpetas que traía en las manos aguantando las ganas de lanzárselas a la cabeza y respiró hondo.
- No sabe usted lo ancha que se me está haciendo esa puerta.
Le contestó con el mismo aparente odio que él le hablaba y sintió la mirada del hombre como cuchillos en sus carnes.
Ella era una chica cuya familia había trabajado mucho para que estudiara, su padre minero de toda la vida y su madre lavandera de gente acomodada.
Había recibido muchos desplantes en sus cortos veintidós años de parte de los que se consideraban superiores por tener dinero, incluso había escuchado a su primer novio burlarse de ella junto a sus amigos por no ser suficiente y había visto también muchas veces a su madre sufrir por lo mismo, pero eso no la convertía en una tonta sumisa de la riqueza de otros, y si por desgracia perdía su trabajo por no dejarse pisotear, pues ellos se lo perdían, se iría a otro lugar.
Pero lo que le estaba sucediendo con este niño rico era lo último que esperó, él quería convertirla en su jueguito del momento.
- Va a decir lo que quiere o me voy.- le dijo y no fue una pregunta, fue casi una orden.
- Usted sabe muy bien lo que quiero.- le contestó reclinándose en su asiento y mostrando una sonrisa ladina.
Zas, Xavier escuchó un sonido y sin tener tiempo a reaccionar sintió como las carpetas que ella traía hasta hace un momento en las manos dieron contra su cara.
- Si sabe lo que quiere búsquelo usted mismo, pero a mi no vuelva a molestarme.- le gritó después de su certero lanzamiento y salió de la presidencia dando un portazo que seguramente se escuchó hasta en el sótano del edificio.
- Ahhh- las cosas del escritorio del hombre volaron hacia todos lados, más de un objeto cayó hecho mil pedazos y las maldiciones llovieron dentro de aquel despacho.- Te odio, te odio, eres la mujer más petulante que he conocido en la vida, te odio.
Xavier montaba un berrinche como si todavía tuviera tres años y le negaron un juguete, él, el que siempre había tenido todo incluso si no lo quería se había encontrado con alguien que no estaba a sus pies.
- Carmela- gritó cuando ya no le quedó nada que tirar y la secretaria apareció corriendo.
La mujer miró a todos lados asustada, aquello parecía una zona de guerra después de un bombardeo.
- Encárgate de que todo vuelva a la normalidad, tengo otras cosas que hacer.- y salió de allí con ganas de no regresar nunca más, si la cosa seguía así en muy poco tiempo iba a tener una deuda muy grande con su amigo Gabriel por los destrozos de su oficina.
Leicy llegó hasta su puesto pero antes se pasó por el baño para con un poco de agua fría en la cara contener el remolino de emociones que llevaba, después de esto era muy posible que la despidieran, pero ese hombre ya la tenía cansada.
Ya la semana anterior le había dejado claro y sin ningún tipo de tapujos que era lo que quería de ella, tenerla en su cama, sin rodeos se lo había dicho, quería quitarse las ganas con ella, según sus propias palabras estaba deseando escucharla gemir.
Otro riquillo que no la había defraudado, nunca se equivocaba con ellos, y que este fuera extremadamente guapo y oliera como los dioses no lo hacía diferente, por el contrario, verlo era como ver un imán de malas decisiones o escuchar cantos de sirena para engañarte, a veces pensaba que Dios los hacía así para compensar delante de los demás la poca empatía que les había otorgado.
Pero igual, lo hecho hecho está y si la despedían se iría con gusto.
Una semana ya había pasado de aquel incidente en el que Leicy terminó descargando su furia contra el rostro de Xavier Hudson y contrario a lo que creyó la chica, no tuvo ningún problema, como tampoco habían vuelto a llamarla a la oficina de la presidencia para aclarar ningún informe.
En cambio para Xavier la vida no iba tan fácil, se moría de ganas por tener cerca otra vez a la peliroja de los mil demonios, pero también se moría de la vergüenza imaginando lo que ella pensaría de él.
El único heredero de Henry Hudson no entendía que le estaba pasando con esa chica, él nunca le había hablado así a ninguna mujer ni había intentado intimidar a ninguna para que estuviera en su cama.
Pero aquel hobbit de rizos rojos lo sacaba de sus casillas ¿ Porqué no podía ser como las otras y caer a sus pies? Ellos eran adultos, se daban un buen revolcón, se quitaban las ganas y aquí paz y en el cielo gloria ¿O no?
Ya ni estaba seguro de si era eso lo que quería, a estas alturas le parecía que con un revolcón no iba a tener, quizás dos, o tres, o cuatro, eso lo vería después, por el momento si se la encontraba en el ascensor ya con eso le bastaba, pero para su mala suerte ni siquiera usaban el mismo ascensor.
Miró las cosas sobre el escritorio y tuvo ganas de tirarlas otra vez pero se contuvo, no podía seguir rompiendo todo por una chica que ni giraba a verlo.
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- Leicy no olvides nuestra cita de mañana.
Xavier escuchó a una chica gritar dentro del aparcamiento cuando él iba rumbo a su vehículo e instintivamente buscó a la causante de que se hubiera vuelto un ogro, pero lo único que pudo ver fue un pequeño auto azul que ya se iba y una mano estirada por encima del techo con un pulgar arriba.
Siguió su camino, era viernes y estaba cansado así que lo único que quería era ir a darse un baño y tirarse en su cama para olvidar unos rizos rojos que ni comer lo dejaban en paz, pero mientras caminaba, a sus espaldas escuchó una voz que por su acento no le pareció inglesa.
- Jefe ¿Quiere acompañarnos a nuestra noche de diversión?
El hombre se giró y vio una mujer despampanante, unos ojos azules que brillaban y un pelo lleno de mechas doradas que gritaba las muchas horas que pasaba con el estilista.
- ¿Noche de diversión?- preguntó.
- Sí- Xavier intentó descubrir su acento, parecía sueca- Una vez al mes algunos nos reunimos en una discoteca o en un pub para liberar el estrés de trabajar en una empresa como esta.
La mujer jugueteaba con un mechón de pelo mientras hablaba con un claro coqueteo.
- ¿Tan mal los tratan aquí?- Xavier la miraba y a su mente solo venía la idea de que seguramente lo estaba invitando al mismo lugar en el que estaría su muñequita de porcelana.
- No es eso.- le contestó con una risilla ridícula- Pero no me va a negar que es bueno liberar endorfinas de vez en cuando.
- Claro, por eso voy a aceptar la invitación, pero creo que debes decirme en que lugar los encuentro.
- ¿Me presta su teléfono?- le dijo con una sonrisa ladina y él le sonrió igual.
Xavier sacó el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón, a diferencia de su gran amigo Gabriel a él le gustaba mucho vestir informal, lo desbloqueó y lo entregó a la mujer, ella buscó una página y le dejó señalada una ubicación.
- Aquí estaremos mañana a las nueve de la noche, no lo olvide jefe, no me deje esperando.- le guiñó un ojo a la vez que le entregaba el teléfono y siguió hasta un auto color rojo pasión aparcado un poco más allá del de él.
Xavier sonrió a la nada, allí estaría, claro que estaría, aquella invitación acababa de borrar todo el cansancio de su sistema.
El joven llegó a su casa con una cara de tonto de feria que daba gusto, hasta su padre se dio cuenta y se alegró, hacía días que ni hablar se podía con él, si no contestaba enfadado contestaba con monosílabos.
Se bañó y aunque antes tenía pensado ir directamente a la cama, bajo al comedor y cenó junto a su progenitor, comentaron algo de fútbol y de como iba su equipo favorito para la copa, elogió a la cocinera por la comida y subió a su habitación, todo parecía indicar que estaba de vuelta Xavier Hudson.
...............
- No me molestes Gabriel- contestó por el manos libres mientras se ejercitaba temprano en la mañana en la cinta de correr que tenía en el gimnasio de su casa- No voy a permitir que acabes con mi buen humor de hoy, necesito estar tranquilo aunque sea el sábado.
Su amigo se rió del otro lado, desde que estaba en Italia era él quien se pasaba los días dándole la tabarra y molestando para que volviera y quería preguntarle antes de que Mariana despertara que qué le pasaba que aún no lo había llamado para discutir.
- No voy a molestarte- siguió riendo- Solo quería verificar que estabas bien, te llamo mañana- y terminó la conversación.
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La noche llegó y uno a uno fueron juntándose todos los que habían quedado en salir a divertirse.
- ¿Por qué está él aquí?- le preguntó Leicy a la chica que tenía al lado en la mesa que ocupaban al ver a el jefe dirigirse a ellos.
- ¿No leíste el mensaje que puso Elsa en el grupo de WhatsApp?- la pelirroja negó- Es su nueva presa.
Elsa era una sueca como pensaba Xavier que llevaba un tiempo en la empresa, de su propia boca el equipo de compañeros antiestrés, como se hacían llamar, supo que tenía un problema con el sexo y que asistía a un grupo de ayuda, pero que ayudar no ayudaba mucho porque ya se había comido hasta a el padrino de abstinencia que le asignaron y esta noche pensaba pasarla bien con el jefe, según ella él se veía como el tipo de los que no descansan ni para tomar agua y ese era el hombre que ella necesitaba.
Hola a todos- saludó Xavier al encontrarse en la discoteca con una pequeña parte de la plantilla de la empresa Patel y sus ojos rodaron hasta Leicy que como los demás respondió el saludo, pero sin detenerse a mirarle a la cara al hombre.
Y es que en realidad Leicy no podía mirarlo, lo vio venir hacia ellos y ya con eso tenía para sudar en ciertos sitios de su cuerpo, o quizás aquella humedad no era sudor, no lo sabía, lo que sí sabía era que aunque el jefe fuera un engreído e impresentable la chica no podía negar que tenía de todo en los lugares adecuados y por demás bien puesto.
El hombre venía vestido elegante pero informal como era su gusto, traía una camisa blanca con las mangas dobladas hasta debajo de los codos con los dos primeros botones abiertos para dejar ver su ancho y bien depilado pecho y traía colgando de su cuello una fina cadena dorada que terminaba en una medalla de las que se le regalan a los niños por su bautizo, lo que lo hacía ver tierno pero a la vez apetecible.
Tenerlo así frente a ella ya era motivo suficiente para que la chica le hiciera más de un reclamo a Dios por gastar tan buen material en alguien con tanta estulticia.
Los tragos y los bailes no se hicieron esperar en el pasar de la noche y venían siempre acompañados por los chistes y las risas de unos cuantos jóvenes que aunque no eran amigos íntimos se llevaban lo suficientemente bien como para pasar una noche divertida.
A Xavier le estaba gustando aquel ambiente, era la primera vez que compartía con un grupo que no ostentaba su mismo nivel adquisitivo y no era por prejuicio, si no porque nunca se había dado la invitación, y no podía negar que se sentía muy bien entre ellos.
Ahora estaba sentado riendo con cuatro de los chicos que habían venido, Elsa, que era la que lo había invitado ya había desaparecido con alguien que conoció allí mismo y Leicy, que era la causa por la que él había venido bailaba en la pista con algunos otros compañeros.
- Creo que mañana no podré mover los pies.- la escuchó llegar a la mesa y la vio tomar asiento sudada pero feliz.
- Pues sabes algo, es tu turno para quedarte cuidando nuestros tragos mientras bailamos ahora nosotros,- le dijo una de las chicas y todos se levantaron con apuro dejando a la peliroja sola con el causante de todas sus blasfemias.
- ¿Por qué siempre le sonríes a todos menos a mi?- habló él después de unos minutos de silencio en la mesa.
Ella levantó la vista y se dio cuenta de que el hombre no la miraba, su atención estaba en el trago de whisky que tomaba y en el hielo que flotaba dentro de este.
- Perdón señor Hudson, pero creo que tiene una mala perspectiva de la situación, como usted mismo dijo yo le sonrío a todos, aquí el que siempre me mira con cara de perro amarrado al sol y sin agua es usted.
- ¿Es así como me ves? - a él le causó gracia la metáfora y ella hizo un gesto con los hombros.
- Más o menos- le contestó.
- ¿Crees que podamos empezar a conocernos?- ella volvió a mirarlo y ahora chocó con sus ojos.
- Mejor cómprese un Lamborghini señor Hudson y déjeme a mi tranquila, le saldrá un poco más caro, pero estoy segura de que le dará más satisfacción cuando lo exhiba delante de sus amigos.
- Yo no soy el imbécil que te he mostrado en estos días, te lo aseguro.
Él trató de disculparse y la chica se quedó observándolo sin decir nada.
- Te juro que no sé lo que me pasa contigo, pero yo no soy así, nunca he irrespetado a una mujer o he intentado que haga algo condicionándola, te pido que me perdones.
- Está bien, creo que puedo olvidarlo.
Le dijo intentando quitar presión al asunto y lo vio sonreír, al final ella se había desquitado bien, todavía le ardía la mano después de la bofetada que le dio unos días antes por intentar besarla.
- ¿Podemos empezar de cero entonces?- ella asintió y él volvió a sonreír- ¿Quieres ir a bailar conmigo?
- Me toca custodiar los tragos ¿recuerda?- le dijo en broma.
- Pues te acompaño en tu guardia y después bailamos, y mientras podemos hablar un poco, quiero borrar la imagen vergonzosa que dejé en ti.
Ella le devolvió la sonrisa de hacía un momento, al parecer la noche además de liberar estrés, iba a servir para limar asperezas.
Unos tragos más tarde y las risas y las palabras iban a mejor entre aquellos dos, para cuando les tocó volver a bailar ya no sabían muy bien lo que hacían o donde estaban y para colmo la canción que se escuchaba cuando salieron juntos a la pista no era de las más tranquilas, y los cuerpos se rozaban uno con el otro haciendo que saltaran chispas entre ellos.
Aquella noche, sin saber siquiera como salió de la discoteca, Leicy tuvo lo que creyó un sueño erótico bastante real con el que por ese tiempo era su jefe, el mejor sueño que había tenido hasta el momento, le parecía tan real lo que hacía en aquella cama que hasta sintió un verdadero dolor cuando en la ensoñación que tenía supuestamente perdió su virginidad.
Y los orgasmos que tuvo, uf esos fueron los mejores que ha tenido, ni dándose placer ella misma en la vida real, que era todo lo que conocía de sexo los iba a poder superar jamás, no sabía que tenían aquellos tragos que tomó pero no había dudas de que la hicieron sentir que estaba en el tercer cielo y que hasta allí la había llevado un angel disfrazado de hombre.
Y él no se quedaba atrás, no sabía a ciencia cierta quien era la mujer con la que estaba ni como había llegado con ella a aquella habitación de hotel, pero si sabía que estaba disfrutando como nunca lo había hecho antes, era como si aquel cuerpo le estuviera dando todo lo que estuvo necesitando, y así continuó hasta que cayó rendido sobre ella, hasta que ninguno de los dos pudo más.
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Gracias a todas las que ya están acompañándome en esta nueva novela, espero que les guste y que no odien tanto a estos personajes.
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