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Caoba

EL DESASTROSO FUTURO DUQUE

...EDWARD:...

Ni el whisky, ni la horrible droga que se usaba para apaciguar el dolor pudo calmar la fiebre que me atrapó. La cama en la que me hallaba parecía dar vueltas sin parar. Estaba mareado y el dolor en mi hombro se extendía hasta la punta de mis dedos.

El sudor me cubría el cuerpo como una segunda piel y a nadie parecía importarle.

La familia Roster cuestionaba la gravedad de mi herida, se burlaban descaradamente de mi situación, incluso Lean.

Abrí mis ojos, buscando a tientas la copa sobre la mesita de noche para otro trago.

Se cayó al suelo, haciendo un tormentoso ruido que me hizo fruncir el ceño.

La puerta se abrió y unos pasos hicieron eco en el suelo.

La cabeza me dolía y entre abrí los ojos cuando una figura se detuvo al pie de la cama.

¿Una diosa? ¿Un ángel?

Esa criatura perfecta me observó desde su altura, con tanta prepotencia, sin compasión ante mi situación. La jueza o la muerte, no sabía si era una alucinación.

Parpadeé varias veces.

Aquella aparición era hermosa, tenía el cabello brillante de color miel, una piel inmaculada de tono claro y unos ojos grises brillantes, con pestañas rizadas. Los labios rosas eran gruesos y redondos, como una rosa en pleno abrir de sus pétalos y un cuerpo esbelto, con un vestido tono crema cuyo escote insinuaba recatadamente los dos frutos llenos que se asomaban tímidamente por el borde de la tela.

No, no era una aparición.

La conciencia me volvió y con una ella la irritación.

Esa mujer.

— ¿Qué hace usted aquí? — Gruñí, tratando de elevar mi cabeza de la almohada, pero no pude.

Me observó despectivamente, paseando su mirada por mi cuerpo como si fuese un miserable animal moribundo. No le causó nada que estuviera sin camisa y que solo me cubriera una sábana por debajo de mi abdomen.

Esa mujer no parecía estar viéndome a mí, sino a algo despreciable.

— Vaya, pensé que estando herido sería más cordial — Dijo, cruzando sus finos brazos.

— No seré cordial con la causante de ésta maldita fiebre.

— Usted no termina de entender que fue un accidente.

— Y usted me trata como si hubiera disparado con todo la intención de matarme — Me llevé una mano a la cabeza — Largo de aquí. No estoy en condiciones para discutir con usted.

— Si por lo menos hubiera mostrado un poco de consideración — Estaba enrojecida de la furia.

Me reí, pero tuve que parar porque la punzada de dolor en mi hombro.

— ¿Consideración? ¿Por qué tenerlo con la culpable...

— ¡Yo no tengo culpa alguna! — Estalló, apretando sus puños — ¡He dicho ya que fue un accidente y que lo siento!

— ¡No grite! ¿Qué no ve que tengo fiebre y que el dolor ya es lo suficientemente insoportable? — Gruñí, apretando mis dientes — ¿A qué rayos vino?

— A disculparme, por lo menos tengo la intención de reconocer mi error, no debí tomar ese arco, pero por más que se empeñe en señalarme como culpable, no es así, ya que no fue con intención — Mantuvo la barbilla elevada — Por más que quisiese darle un merecido, me faltan atributos para ser una experta arquera.

— Usted pudo haberme matado con su negligencia ¿Qué hubiera hecho si la flecha hubiera tomado otra dirección? ¿Mi cabeza por ejemplo? — Jadeé, cuando la bruma de la fiebre volvió con otro golpe de escalofríos — Su negligencia y su estupidez causaron éste desastre.

— Eso no pasó, usted está vivo, así que pensar en otra posibilidades para hacerme sentir culpable no sirve de nada — Dijo, la muy descarada — Fue un accidente que no pasó a mayores. Ahora le pido un poco más de respeto. Ya me han puesto al tanto la clase de hombre que usted. ¿Qué se puede esperar de un sujeto que no tiene respeto por las mujeres casadas?

¿Quién era esa mujer? ¿Cómo se atrevía a hablarme así?

— Eso no es de su incumbencia. No es quién para meterse en mi vida — Me moví, gran error, solté un gemido cuando el dolor me atravesó.

— Es cierto, pero Marta es mi amiga.

Se acercó y mi cuerpo se tensó cuando se inclinó sobre mí, pero en su mirada no había deseo, ni ninguna sensación que causaba en todas las damas. No había ni siquiera una pizca de nerviosismo.

Eso me desconcertó.

Me observó a los ojos, sin una pizca de timidez.

Solo había desprecio y odio.

La furia me poseyó con más fuerza cuando acercó su rostro al mío, logrando que por primera vez me recorrieran unos nervios frente a una mujer.

No, yo siempre tenía el control de causar esos efectos, me negaba a que los papeles se cambiaran y más por causa de una señorita.

— No vuelva a acercarse a mi amiga, por si no se da cuenta, ella es una mujer casada y además felíz — Me amenazó, aplastando con su mirada mi firmeza — Sin mencionar el hecho de que está casada con un hombre que le puede ofrecer mucho más que usted. ¿Qué puede dar un sujeto de su calaña? ¿Solo sus urgencias masculinas? — Otra mirada desdeñosa a mi cuerpo y luego resopló, su aliento cálido me acarició el rostro y se apartó, volviendo a su postura erguida — Tan poca cosa.

Jamás sentí tanto enojo.

La infeliz se había atrevido a humillarme. A mí. ¿Qué estaba ocurriendo? Primero el desprecio de la Señorita Marta y su preferencia por Lean antes que a mí, luego el flechazo y ahora la causante se atrevía a hacerme sentir como una porquería. Nadie me había tratado así en años.

— Desgraciada...

— Aleje sus malas intenciones de Marta — Me interrumpió sin molestarse en escucharme — Si por accidente logré aventarlo de su caballo con un flechazo, no se imagina lo que soy capaz de hacer al actuar voluntariamente para defender a Marta, ella ya ha sufrido lo suficiente para que usted se interponga en su felicidad con el conde.

— Escuche señorita...

— Queda advertido — Dijo, girando su cuerpo hacia la puerta, me dió otra mirada al abrirla — No quiero volver a verlo cerca de ella.

...****************...

Las tierras de mi hermano eran tan bastas y abarcaban la mayor parte de la región. Tenía campesinos arrendados y muchas propiedades de importante valor.

Me había alojado en una de ellas, pasé todo el invierno visitando a mi hermano convaleciente, ayudando en todas sus demandas y organizando todo su papeleo. Mi hermano mayor, Guillermo, tenía una enfermedad pulmonar, siempre sufrió problemas respiratorios, pero su condición se había agudizado conforme pasaba el tiempo hasta que terminó en cama, tan pálido y esquelético, ahogándose en ocasiones con su propia saliva, tosiendo sin cesar.

Tenía el tiempo contado y yo también.

Casi podía sentir en lo que se convertiría mi vida después de la muerte de mi hermano. Tantos años huyendo de mi linaje, queriendo aparentar ser un hombre común y corriente ¿Para qué? La mala suerte me estaba persiguiendo.

— Edward, hermano, si no es por mi enfermedad no te apareces — Jadeó, respirando costosamente sobre la cama en la que estaba postrado.

— Tenía muchas ocupaciones — Me excusé, al pie de su cama.

— ¿Hablas de las mujeres? — Me observó, con los ojos pesados — Te conozco hermanito, huiste de tu familia para vivir tu propia vida, una vida llena de libertinaje, sin preocupaciones, ni responsabilidades ... — La tos lo interrumpió — Querías seguir tus propias normas, regir tu vida, pero mira, no se puede huir de nuestro linaje... Lamentablemente, no pude quitarte el peso del título, ahora recaerá sobre tus hombros.

Incluso estando enfermo me daba sermones.

— Ésta vida no era para mí. No es que quisiera dejarte a tu suerte.

— ¿No era para ti? O ¿No quisiste que fuera para ti?

— Guillermo.

— Edward, no quiero que termines solo, aunque sean circunstancias diferentes, yo le di más peso a mis negocios y mi deber tanto como tú le das a las fiestas y el placer — Volvió a toser.

— No te esfuerces...

— Déjame hablar — Demandó, tan temperamental y autoritario como mi padre, tan parecido, en cambio yo, fui como la oveja negra de la familia — ¿Mira cómo terminé? — Señaló esa habitación fría y llena de eco — Solo, sin esposa, ni hijos... Me empeñé en dejar de último lo que era más importante y el tiempo se me escapó de las manos, no quiero que tu vayas por el mismo camino.

No mencioné nada al respecto, me límite a observarlo.

— Quiero que entiendas esto.

— Guillermo, no todo fue malo — Dije al fin, para consolarlo — Mantuviste el título de duque en alto y también las riquezas...

— Si, pero ¿De qué sirvió?

— De mucho, le brindaste honor a nuestro padre... Hiciste lo que él tanto quería.

— Sí, lo hice, pero por hacerlo, dejé mi vida y mis deseos de lado, por eso siempre envidié un poco tu forma de ser, hacías lo que querías sin importar lo que mi padre pensara — Sacudió su cabeza sobre la almohada para tratar de mantenerse consciente — Pensabas en ti mismo.

— No tenía el peso del título sobre mis hombros, por eso no me preocupaba en lo absoluto obedecer a mi padre, tampoco ha comportarme como lo demandaba, pero tú, siempre tuviste que anteponer el deber que conllevaba heredar el ducado.

— El ducado será tuyo — Me dió una sonrisa débil.

— No sé si podré llevar la misma vida que tú.

— No, no la lleves, tampoco la que tienes ahora, has las cosas diferentes.

...****************...

— Espera, espera — Me senté sobre la cama.

— ¿Qué sucede mi amor? Ya no te gusto — Dijo Wina, pasando sus manos por mis hombros, besando mi espaldas.

— No es eso, eres hermosa — La observé — Es que no me siento bien. Lo siento si te hice perder el tiempo, pero es que no puedo hacerlo, no tengo ganas.

Hizo un gesto de reproche y se levantó, completamente desnuda.

— Ya es la quinta vez ésta semana que me haces venir por gusto — Tomó su vestido arrugado del suelo.

— Te lo voy a recompensar.

— Entiendo que debes estar preocupado por tu hermano, pero no me gusta que me hagan perder el tiempo, son muchas horas de ida y vuelta — Gruñó, colocándose la ropa y recogiendo su cabello.

— Lo sé — Estaba avergonzado y frustrado, no había nada más humillante que el que no me funcionara frente a una mujer, no sabía que era lo que estaba pasando, pero hasta mi vida de amante estaba por el suelo — La próxima vez que vengas, será como antes.

— Ese es el problema — Elevó una ceja, mientras se colocaba las medias — Ya no eres el de antes Edward ¿Qué sucedió con el hombre viril y deseoso de placer?

Me levanté, tomando una bata de uno de los sillones para cubrir mi desnudes.

— Solo es cansancio.

— Eso espero, porque sería una verdadera lástima que tú ya no puedas complacer a las damas.

Se colocó las zapatillas y se marchó de la habitación.

Maldita humillación.

Me serví un poco de vino de la vitrina y bebí, observando desde la ventana como Wina llegaba al patio para subirse a un carruaje sin mirar atrás. Tal era la última vez, ya no iba a volver, no después de que la citara por el gusto.

Todo estaba saliendo mal.

Ni siquiera podía estar con una dama, no desde que recibí ese maldito flechazo que fue el detonante para mi mala suerte.

Esa mujer.

Apreté la copa hasta reventarla.

Ella era la culpable de toda mi mala suerte.

Solté un gruñido, el calambre en mi brazo volvió, se tornó rígido y solté lo que quedaba de la copa.

Estaba casi inservible.

El maldito doctor se había equivocado, incluso él se había burlado en mi cara, insinuando que no era para tanto.

Volví a recordar a esa señorita.

Aquellos meses no habían sido suficientes para olvidar su rostro y su prepotencia.

Su aparición en mi vida era claramente un anuncio de todas mis desgracias.

Lo que tenía hermosa, lo tenía de peligrosa.

Odiaba esa mujer, por primera vez detestaba a una dama y esperaba no volver a encontrarla en mi vida.

El mayordomo abrió la puerta, sin molestarse en tocar, fingiendo no haberse encontrado con una mujer insatisfecha en el vestíbulo de la casa.

— Mi lord, llegó una misiva.

Me acerqué a grandes zancadas y tomé el sobre que me tendió.

Abrí el sobre y leí.

Mi mundo se tambaleó.

— La trajo el mensajero de su hermano ¿Está todo bien?

Negué con la cabeza, soltando la carta.

— Mi hermano, ha muerto.

MALDITA CONDICIÓN

...EDWARD:...

El cuerpo de mi hermano fue enterrado en las tierras del palacio principal, cerca de los jardines, bajo un árbol inmenso y junto a la tumba de mis padres.

Mi padre, un sabor amargo me recorrió al volver a ver su tumba.

Ese hombre nunca me trató como a Guillermo, siempre lo felicitó por sus logros y sus hazañas, prefiriendo a él antes que a mí. Jugaba, reía, celebraba y pasaba tiempo con su primogénito, mientras que a mí me criticaba y reprendía por todo. Nunca lo entendí, nunca estuvo satisfecho con mis acciones y por esa misma rabia y falta de cariño, fue que me empeñé en decepcionarlo más y más.

Ahora era el único vivo de su familia. Yo, la oveja negra, estaba de pie mientras ellos descansaban eternamente.

No sentí ningún tipo de satisfacción, especialmente al recordar el día que mi padre murió.

No me sorprendió la presencia de Erick, mi antipático primo, quien se mantuvo a distancia y en silencio mientras se llevaba a cabo el entierro.

Ese sujeto era un fanfarrón y desgraciadamente era el único pariente que me quedaba, pero para mí, estaba en la lista de mis enemigos. Siempre fue como una piedra en el zapato y no solo eso, me echaba en cara que yo era una vergüenza para el linaje Delacroix.

Un abogado llegó cuando volví a la mansión.

— Lord Delacroix — Me saludó cuando estuve en el vestíbulo, dispuesto a beber una enorme cantidad de licor.

— ¿Señor?

— Soy Aron, el abogado de su difunto hermano y he venido a leer el testamento.

— ¿Testamento? No tenía ni idea de que Guillermo hiciera un testamento — Dije, con una expresión desconcertada.

— Si hubieras invertido tu tiempo en los deberes, sabrías que tu hermano hizo un testamento — Intervino Erick, acercándose.

Le dí una mirada de disgusto y volví mi vista al abogado.

— Dado que soy el único heredero pensé que no era necesario un testamento — Dije, por lo visto a mi hermano le faltó contarme cosas.

— Si, es cierto, pero su hermano lo quiso así.

— Delacroix, claramente no te mereces el título — Comentó Erick — Ya imagino la clase de lugar en que va a convertirse éste palacio y las tierras de Guillermo, con tus vicios, es evidente que harás de esto un burdel, vas a mancillar el legado de tu hermano.

— ¡Lo que haga o deje de hacer no es de tu incumbencia, primo, deja de estar metiendo tu maldita enorme nariz en mis asuntos! — Gruñí, pero sonrió abiertamente.

— Déjame decirte que esto me concierne y mucho, fuí citado por el abogado y eso a mi parecer es suficiente prueba de que mi querido primo me incluyó en su testamento — Me observó con suficiencia, ajustando el pañuelo en su cuello.

Esto era insólito ¿Cómo se le ocurre a mi hermano dejarle algo a ese idiota? A Guillermo tampoco le simpatía o eso es lo que creía, tal vez en mis años de ausencia eso había cambiado.

— ¿Es eso cierto? — Le pregunté al abogado.

— Así es, mi lord. De hecho, deberíamos pasar al estudio para leer el testamento.

Tomé una larga respiración.

— De acuerdo, adelante.

Lo invité y mi primo me siguió por los pasillos.

— Edward, Edward, Edward — Se burló Erick, alcanzando mi andar afanoso, hacía tiempo que no oía mi primer nombre, en aquellos días se había vuelto común y en la voz irritante de mi primo me provocaba romperle los dientes —La vida está llena de sorpresas ¿No lo crees? Te imaginas que Guillermo me haya nombrado duque a mí en lugar de ti.

Resoplé — No sueñes tanto.

— Ambos sabemos que yo estoy mucho más calificado para llevar el título.

— Y también que eres un ambicioso — Apresuré mi andar, con más ímpetu.

— Tu padre siempre te consideró un fracaso, Edward — Soltó, dándome donde más me dolía, me detuve y él también — ¿Cómo es qué te llamaba? Debe estar revolcándose en su tumba sabiendo que un irresponsable y vicioso a fornicar está por convertirse en duque.

No pude evitarlo, lo tomé del cuello y lo sacudí.

— ¡Vuelve a mencionar algo al respecto y te romperé el maldito hocico! — Lo amenacé, soltando bruscamente, retrocedió, apoyándose de la pared.

— No tienes más armas que la violencia, sabes que es verdad y por eso te duele tanto — Tiró de su chaqueta y se peinó el fleco de su cabello.

Seguí caminando, apretando mis puños y sintiendo enojo.

Todos me escupían lo que era, primero fue mi padre, luego mi hermano, después los conocidos y demás idiotas que se atrevían a murmurar sobre mí. Por eso había huido, porque en ese lugar todos me conocían como el fracaso de la familia Delacroix, al menos en la costa tenía un poco de respiro, podía hacer lo que se me viniera en gana y nadie me conocía, todos me creían un simple hombre de negocios, incluso Lean al principio, después le conté al conde todo sobre mí y también me observó de la misma forma que mi familia. Por eso odiaba tener sangre noble, porque al darme al conocer, mis actitudes tenían más peso y ahora tendrían mucho más.

Era un duque.

Me senté frente al escritorio y Erick se dejó caer a mi lado.

El abogado se tomó su tiempo, colocándose las gafas y sacando los papeles de su maletín.

Apoyé la cabeza de mi mano, agitando mis dedos de la impaciencia y moviendo la punta de mi bota de arriba hacia abajo, en señal de impaciencia.

— Su excelencia, el Duque Guillermo — Comenzó a hablar el abogado — Ha dejado por escrito que por derecho le corresponde el título, las riquezas y propiedades a Edward Delacroix — Me observó y me tensé, estaba acabado, mi némesis me había reclamado, Erick a mi lado tensó su mandíbula, disgustado por la declaración — Pero, con una condición — Continuó el abogado y me erguí sobre el asiento — Si en un mes no contrae matrimonio, el título y las propiedades pasarán a mi primo, Erick Delacroix — El gesto de mi primo había cambiado, me dedicó una mirada prepotente y victoriosa.

— ¿Cómo dijo? — Fruncí el ceño, no había asimilado sus palabras.

— Tiene que casarse en un mes para poder heredar el ducado, de lo contrario, el caballero aquí presente será el sucesor de Guillermo — El abogado ondeó su mano hacia mi primo.

— ¿Casarme? — Apenas y pude pronunciar semejante cosa.

— Así es ¿Tiene algún problema con cumplir con esa petición?

Erick se rió — ¿Qué si lo tiene? Éste sujeto prefiere acostarse con un hombre antes de que casarse.

— ¡Cierra la boca! — Gruñí, a punto de perder la paciencia.

— Oh, vamos, primo querido, deberías estar aliviado, ya no tendrás que asumir tal responsabilidad.

Me froté la ceja.

— Esto tiene que ser una maldita broma — Apreté los dientes, no llevaba ni dos horas de enterrado y ya mi hermano me estaba poniendo las cosas difíciles.

¿Casarme? ¿A caso se volvió loco? Yo jamás me iba a casar y mucho menos para heredar un título que yo no deseaba. No, yo no creía en el matrimonio. Había visto lo falsa y desastrosa que era la relación de mis padres, yo no quería una vida así.

— Puede renunciar voluntariamente si lo desea — Sugirió el abogado, quitándose las gafas.

Me quedé callado.

Esa sería una buena solución, volvería a mi vida.

Observé a mi primo, quien no se molestaba en fingir su satisfacción por lo que me había hecho mi hermano. Nuestra última conversación debió darme señales. Guillermo tenía la intención de acabar con mi vida libre y llena de diversión, con aquella condición que me dejaba entre la espada y la pared.

Si renunciaba, todo volvería a ser como antes, pero había un detalle, mi primo. Ese idiota siempre había ansiado el ducado y envidiaba todos los logros de mi padre y mi hermano. Si se lo ponía en bandeja de plata, él a acabaría con todo de tanta insatisfacción, si yo tenía obsesión por el placer, él la tenía por la plata.

No, no iba a dejar el ducado en sus manos.

Tampoco quería casarme, ya pensaría en una forma de librarme de semejante compromiso.

— No, en lo absoluto, no tengo porque renunciar — Me mostré seguro e impecable en mi traje negro.

— ¿Acepta la condición?

— Oh, vamos, no hace falta preguntar ¿A caso es esto una boda? — Entorné una expresión despreocupada — En un mes estaré casado y voy a heredar el título, de eso no tenga duda.

— Recuerde que sino tiene éxito, será su primo el futuro duque.

Moví mi mano con desdén.

— No tengo problema, pero le aseguro de que no fracasaré.

El abogado cerró su maletín y nos levantamos.

— Volveré en un mes, para comprobar sus palabras — Avisó cuando volvimos al vestíbulo.

— ¿Y mientras tanto qué? ¿Puedo quedarme o hay otra condición para eso? — Pregunté, llevando mis manos a los bolsillos de mis pantalones.

— Es hermano del fallecido duque así que puede quedarse aquí todo lo que quiera, cuando se cumpla un mes se verá si es usted o su primo quien será dueño de éste palacio y todas las propiedades — Se colocó su sombrero e hizo una reverencia — Con su permiso, caballeros.

Incliné mi cabeza en despedida y el hombre se marchó.

Crucé mis brazos, hacia Erick.

— ¿En serio piensas cumplir con la condición?

— ¿Lo dudas? — Elevé una ceja.

— Ambos sabemos que eres un mentiroso y que ni todas las riquezas o títulos del mundo harán que te cases, nunca dejarás de ser un mujeriego, empedernido, sucio, irresponsable...

— Deberías encontrar otros calificativos, ya que esos están tan repetitivos que empiezan a causarme fatiga — Ahogué un bostezo — Cree lo que quieras, yo tomaré el título y tú te irás con el rabo entre las piernas, tragando todas esas palabras.

Negó con la cabeza.

— No te mereces el título, ni siquiera puedes actuar como noble — Me dió una mirada despectiva.

Era cierto, yo no era un ejemplo de deber y responsabilidad, no era un caballero, tampoco el orgullo de los Delacroix.

— A diferencia de ti no necesito actuar como uno, mi sangre habla por si sola — Le enseñé mi palma, señalando mis venas.

— No vas a asumir el título, antes de que se cumpla el plazo vas a renunciar para volver a tus juergas, no vas a soportar, porque nunca vas a cambiar — Aseguró, inflando su pecho — Tu padre tenía tanta razón.

— Mi padre está muerto.

— Por tu culpa ¿No es así?

Lo fulminé con la mirada.

— No fue mi culpa. Ya deja de acusarme de algo en lo que no tuve que ver.

Elevó una comisura.

— Nos vemos dentro de un mes y espero que muestres tus respetos ante el nuevo duque.

Erick se marchó.

No, ese maldito no iba a verme derrotado, si no lograba obtener mi título como duque, le daría la razón y ya estaba harto de que me escupieran en el rostro que era el peor Delacroix nacido desde los ancestros.

Yo no iba a permitirlo, no más.

Aunque fuese un mujeriego, un fiestero y un libertino, yo era un noble y por más que lo intenté, no pude huir de eso.

Ni modo, debía sacrificar mi libertad.

Me iba a casar.

LA PROPUESTA VENTAJOSA

...DAILA:...

Roguina entró en mi habitación.

— Tus padres ya están aquí.

Me levanté del sillón y empecé a caminar de un lado a otro.

— Diles que no estoy.

— Ya hablamos de esto.

Me detuve en seco.

— Me retracto, voy a esconderme mientras les dices que no estoy — Caminé rápidamente hacia la cama, para meterme debajo de ella.

— Daila, les dije que estabas aquí.

Me levanté — ¿Qué? Pero, Roguina...

— Me diste tu palabra de que ibas a enfrentar a tus padres. Bastante tuve que soportar que me acusaran de haber influido en tus decisiones.

— ¿Ellos dijeron eso?

Asintió con la cabeza.

— No me sorprende — Resoplé — Si cuando fuiste a buscar refugio a mi casa te trataron tan pésimo, debiste echarlos, hacerles lo mismo.

— Ganas no me faltaron, pero son tus padres y es mejor que aclares todo esto — Mantuvo la puerta abierta — Nunca fuiste una cobarde, Daila.

— No, no lo soy, pero los conozco bien y no saldrá nada bueno de esto. No tendrán contemplaciones a pesar de que soy su hija.

— Yo estaré contigo y te defenderé como tu lo hiciste la vez que acudí a ti — Me tranquilizó, tomando mi mano — Ve al salón, los voy a guiar hacia allá.

Acomodé mi vestido color rojo y asentí con firmeza.

Me dirigí al salón y esperé de pie junto a la chimenea, con los nervios de punta. Siempre fui valiente y decidida, tenía un temple de acero, pero no fue gracias a mis padres. Cuando tenía quince años pasé una temporada con mi tía, una mujer mayor, viuda, pero de espíritu libre. Ella era impresionante, a pesar de ser mujer hacía todo lo que quisiese, practicaba todo lo que estaba prohibido para las damas, su voz tenía fuerza, cuando llegaba a un sitio los hombres tomaban en cuenta sus opiniones y era ella quien tenía amantes, tenía un talento para las apuestas y solía dejar a los hombres sin habla cuando hacían una crítica hacia ella.

Yo la admiraba fervientemente y quería ser como ella, por eso cuando estuve a su cuidado me empeñé aprender de eso y ella me enseñó a ser valiente, a no intimidar mi postura ante nada, ni ante nadie, a dar mi opinión sin importar si no era del agrado de nadie y me habló de los temas tabús que estaban prohibidos para las señoritas, quitándome así la ingenuidad y la inocencia, ella decía que si una mujer era demasiado inocente sería engañada más fácilmente por los caballeros, así que por eso me había aclarado mucho sobre el matrimonio, pero también las mañas a las que recurrían los supuestos caballeros para engatusar a las señoritas. Mi tía Estela era la causante de mi supuesta rebeldía, pues la adolescente sumisa y dócil que se había marchado a la casa de su tia jamás volvió, en su lugar llegó una chica con voz, desafiando a sus padres y aplastando las intenciones de los malos pretendientes. Mis padres le echaron la culpa a mi tía, como era de esperarse y jamás me dejaron volver con ella. Así que Estela se marchó, para viajar por el mundo como solía a ser siempre y no la volví a ver, fue tal el insulto de mis padres hacia ella, que no quiso tener contacto con mi familia, pero sus enseñanzas permanecían en mí y se mantendrían siempre, así les pareciera escandalosa, impertinente y rebelde a los hombres y mujeres de la alta sociedad, eso a mí no me importaba en lo más mínimo.

Por eso estaba soltera, porque ningún hombre soportó mis modos y mi supuesta falta de cordialidad. No me arrepentí de haberles hablado sin tapujos, me había librado de viejos, gordos, machistas y egocéntricos. No quería tener ningún marido de ese tipo, prefería estar sola a soportar toda la vida con un hombre que me quisiera pisotear.

Salí de mis pensamientos cuando mis padres entraron, observando todo como si fuera una pocilga, con expresiones de desagrado.

Roguina iba detrás, haciéndole gestos grotescos a mis padres. Quise reír, pero me mantuve seria cuando sus ojos se posaron en los míos, severos y disgustados.

Se detuvieron frente a mí.

— Padre, madre — Saludé.

— Vaya, vaya, pero que sin vergüenza te has vuelto — Gruñó mi padre, observándome detenidamente, como si pudiera hallar algún indicio de suciedad — Me haz causado miles de problemas, eres una deshonra.

— ¿Cómo se te ocurre perseguir a tus amiguitas hasta acá? — Reclamó mi madre, abanicando su rostro maquillado con la mano.

— Estoy bien, gracias por preguntar — Dije, con sarcasmo.

— Sabía que tus supuestas amistades serían un mal ejemplo para ti — Le echó una mirada desdeñosa a Roguina, ella cruzó sus brazos.

— Señora, está en mi casa, le sugiero respetar — Gruñó ella.

Mi madre chasqueó la lengua — Usted es la causante de todo esto, por eso no es bueno socializar con gente de sangre común.

— A mis amigas las respetas, ni que sangraras azul, madre — Dije, elevando mi barbilla y mi padre enrojeció de la ira — Tengo mi propio criterio y mis propio razonamiento, yo vine aquí por voluntad y no por influencia de ellas.

— Deberías estar pidiendo perdón, arrodillada por el grandísimo error que has cometido — Gruñó mi padre, señalando el suelo — No rebelde y contestona, pero claro, desde que tu tía te metió esas ideas en la cabeza eres un caso perdido.

— No tengo la cabeza hueca, por eso soy como mi tía, lo único que hago en defender mis deseos y sueños por encima de sus imposiciones — Perdí la paciencia y sentí como me ardían las ojos por el enojo — Si vinieron acá para reclamarme entonces perdieron el tiempo.

— ¿Tienes idea del gran desastre que has causado con tu huida? — Preguntó mi padre, apretando los puños — ¿No se te pasó por la mente los daños que ibas a causar con tu libertad malsana?

Los observé, calmando mi respiración.

— Ustedes siempre ponen por encima el que dirán.

— Somos nobles, todo lo que hagamos repercute en nuestras vidas y tú comportamiento, señorita, no pasó desapercibido, arruinaste nuestra reputación — Dijo mi madre, observándome con decepción — Nadie nos habla, nos rechazan y tu padre está perdiendo muchos clientes.

— Lo siento, pero eso no tiene que ver conmigo.

Soltaron gemidos de indignación.

— Eres tan irresponsable — Las fosas nasales de mi padre se dilataron — No estás en boca de todos por ser una señorita de intachable comportamiento.

— No tengo la culpa de que la sociedad sea hipócrita y éste llena de prejuicios.

— Eres la hija de dos condes, sabías en que mundo creciste, tenías total conciencia de que una mala decisión puede hundir nuestra familia completa — Mi padre estaba echando chispas — Pero, no, a ti no te importó en lo absoluto llevarte por delante a todos con tus ideas.

— ¡No, no puedo! — Jadeé, temblando por el enojo — ¡No puedo ser perfecta, ni tolerar a la gente que me rodeaba en Hilaria, estoy harta de tener que fingir algo que no soy y de que tenga que actuar sin libertad solo para mantener una imagen intachable! — Elevé la voz — ¡Si, huí, porque no soportaba más la vida que tenía y tampoco sus imposiciones, me estaba ahogando! — Derramé dos lágrimas — ¡Ustedes solo querian moldear mi vida a su antojo!

Mi padre elevó una mano, haciendo ademán de pegarme, pero no lo hizo, porque mi madre lo detuvo.

— Pegarle no hará que cambie de parecer, recuerda a lo que vinimos — Dijo mi madre y él suspiró pesadamente, bajando su mano.

— No permitiré ese tipo de situación — Dijo Roguina, colocándose a mi lado — Si usted le pone una mano encima a mi amiga, los echaré, ésta es mi casa y no permito que nadie venga a irrespetar a mi invitada. Créame no le gustará que llame a mi esposo.

— Señora Roguina, esto no le concierne a usted, le pido respetuosamente que se retire y nos deje a solas con nuestra hija — Demandó mi padre — Debemos tratar un asunto privado.

— Mi amiga no se va...

Roguina contuvo las ganas de soltarle unas cuantas verdades a mi padre.

— Estaré afuera por si necesitas algo — Dijo, observándome firmemente, apretando mi mano, volvió a observar a mis padres — Quedan advertidos.

— Descuide, no voy a pegarle.

Mi amiga se marchó.

Me crucé de brazos.

— Hija — Dijo mi padre calmando su respiración — Si vinimos hasta aquí fue para buscarle solución a todo esto.

— No volveré a Hilaria — Dije y fruncieron el ceño.

— Tendrás que volver — Insistió mi madre.

— ¿Para qué? ¿Para qué todo vuelva a ser como antes? ¿Por qué no me dejan ser yo? No quiero casarme por deber, quiero permanecer soltera, deberían conformarse con que mis hermanos estén casados, es suficiente con ellos, a mí, déjenme vivir a mi manera — Pedí, con una postura más calmada.

— Lo siento hija, pero te casarás con Lord Flitton — Ordenó mi padre y me sobresalté.

— ¿Lord Flitton? — Me espanté — ¿Qué rayos hicieron?

— Lord Flitton fue el único hombre dispuesto a pasar por alto tus deshonras, él es el único caballero que está dispuesto a casarse contigo para salvar a nuestra familia de la desgracia — Mi madre se aproximó e hizo ademán de tomar mi mano — Ya hemos arreglado todo, solo debes volver.

Me aparté de golpe.

— ¿Lord Flitton? ¿De todos los caballeros tenía que ser él?

— Fue el único que aceptó — Dijo mi padre y resoplé.

— ¡Tiene sesenta años, podría ser mi abuelo! — Gruñí, con indignación — ¡Nada de lo que acabo de decir tuvo valor para ustedes, jamás van a escucharme!

— Entiende, solo hay una forma de arreglar todo esto y es casándote con un caballero de sangre noble que tenga suficiente influencia para tapar todo el escándalo que has causado — Mi madre me observó con suavidad, claro, le convenía tratarme con mucho tacto para que accediera — Lord Flitton ha sido muy generoso al aceptarte, ya que tu reputación está por el suelo, la gente de Hilaria especula que te han deshonrado y que has huido con un hombre.

— No voy a casarme, no con ese viejo asqueroso.

— Hija, es lo mínimo que puedes hacer, si te casas con ese noble entonces todo volverá a su buen curso — Mi padre me evaluó detenidamente — Hazlo por tu familia.

— ¿Qué hay de mí? Ustedes no están dispuestos de dejarme ser como soy, no están pensando en mí, solo piensan en sus intereses y si creen que voy a consentir casarme con un viejo decrépito están muy equivocados, váyanse y déjenme en paz — Gruñí, dándoles la espalda.

Era increíble, mi familia era tan hipócrita, pensé erróneamente que podían haber cambiado de parecer, que habían venido por preocupación y no para que les resolviera su situación.

Era una tonta, mis padres jamás cambiarían de parecer.

— ¿Quieres seguir siendo una recogida? — Cuestionó mi madre — Estoy segura de que ya no te quedan piezas y que estás aquí viviendo de la caridad de tu amiga. ¿Por cuánto tiempo crees que va a soportar mantenerte? Tengo entendido que tienes dos hijas ¿Crees que es justo para ella?

Me giré — Mi amiga no me ve como un estorbo, a diferencia de ustedes, conseguiré trabajo, puedo valer por mí misma sin ningún problema. Dejen de manipularme.

— No nos iremos de aquí, no vamos a permitir que tú sigas actuando así. Te casarás con Lord Flitton y punto.

No había forma de zafarme de ellos, si escapaba, me iban a encontrar, yo no conocía Floris, solo las casas de mis amigas, pero nada más y tampoco sabía como conseguir trabajo, no quería molestar a Roguina, ya era suficiente que me diera asilo, pero tampoco iba a casarme, no con ese anciano.

Se me ocurrió una idea.

— ¿Si me caso, dejarán de imponerme cosas?

Mi padre observó a mi madre.

— Ya no serás de nuestra incumbencia, sino la de tu esposo.

— Dijeron que mi esposo debía ser un lord, con riquezas e influencias — Sopesé.

— Lord Flitton para ser exactos.

— ¿Y si no me caso con Lord Flitton sino con otro noble? — Sugerí.

Mi padre negó con la cabeza.

— Ningún noble de Hilaria querrá casarse contigo.

— De Hilaria no — Me llevé una mano a la barbilla — Pero de Floris, sí.

— Hija, no quieras salirte con la tuya.

— No me saldré con la mía, piensen bien, aquí en Floris hay muchos nobles con muchas más riquezas que en Hilaria, hay un montón de opciones — Dije, usando las armas que me había dado mi tía, observando a ambos a los ojos, sin ceder a mi dea, sonriendo y agitando mis pestañas, algo para convencer a los hombres, pero también funcionaba en otras personas — Mejores prospectos que Lord Flitton y mucho más jóvenes.

— Pero eres una señorita en deshonra.

— Sí, pero la ventaja es que aquí nadie me conoce, que no he asistido a eventos públicos y que los tengo a ustedes para formar una cuartada perfecta — Agité mi mano, mis padres se quedaron sopesando mi idea — La nobleza de Floris se sentirá claramente curiosa al tener a una familia de Hilaria, a dos condes con su adorada hija en edad casadera, seremos la atracción de los bailes.

— Nadie nos invitará a eventos.

— Padre, dijiste una vez que tenías un conocido aquí en Floris, usa sus contactos, convence al hombre para que nos consiga invitaciones y riegue el rumor de que unos condes de intachable reputación de Hilaria están en Floris.

Mi padre insistió en alejarse, tomando a mi madre del brazo para hablar con ella.

Oculté mi sonrisa, habían mordido el anzuelo y agradecí en mi mente a Estela por pulir mi don de convencimiento.

Tal vez no tenía habilidades físicas como mis amigas, pero si una mente inteligente y maquiavélica, era un don poderoso que debía usar con sumo cuidado.

Así conseguí los boletos a un precio más bajo. Me reí internamente.

Mis padres volvieron.

— De acuerdo, pero tienes un mes — Accedió mi padre.

¿Un mes?

— ¿Para qué?

— Un mes para conseguir un esposo noble y con fortuna aquí en Floris, de no cumplirla en ese tiempo volverás a Hilaria y te casarás con Lord Flitton.

Vaya, no había tomado en cuenta que mi padre era un hueso duro de roer, pero un mes me daba el tiempo necesario para retrasar los planes de mis padres y tratar de encontrar alguna forma de escapar. Si tocaba con suerte de encontrar a un hombre con esos atributos y que me gustara, entonces sí me casaría, pero lo dudaba.

— Está bien, lo haré.

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