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EL REY ES UNA REINA

Capítulo 1. El Color Rosa.

El día que nació, fue considerado uno de los peores días que vivió su familia.

Fue un día muy malo y decepcionante para el rey de aquel entonces, Rey Kao tercero de la dinastía Altaluna, y todo por el hecho de que su esposa la reina, después de tantas dificultades por quedar embarazada terminó dando a luz a una niña. Y para empeorar la situación, la reina falleció poco después.

Una de las leyes principales en el reino era que el heredero al trono debía ser un hombre sobre todas las cosas, en cambio las mujeres eran vistas como débiles e incapaces de gobernar hasta sus propias vidas.

Por eso aquel día fue espantoso para el Rey Kao, y con su esposa muerta no podía procrear más herederos. Decepcionado y envuelto en su propia ira se negó a siquiera mirar a la pequeña princesa, pasaron días en los que la bebé fue abandonada y ni siquiera tenía un nombre.

Dos nodrizas que atendieron el parto decidieron cuidarla por respeto a la reina a pesar de que no era su obligación. No podían descuidar a la niña, había nacido tan hermosa con sus ojos verdes y sedoso cabello rubio. Las nodrizas llamaron a la bebé como a su madre, Yara, o al menos sería provisional hasta que el rey decidiera que hacer con ella.

Aunque lo más seguro para todos es que la mandaría a matar.

El rey Kao era un hombre cruel, controlador, un guerrero y conquistador innato, era una personalidad de familia. Por lo tanto, no iba a dañar su reputación y mucho menos ser humillado por los demás reyes gracias a un miserable error, como lo fue tener una niña.

Pero tampoco podía casarse de nuevo, ya que fue en contra de las normas del reino al casarse con Yara y no con la mujer que su padre le había asignado. En su defensa, esa mujer era fea, rica, pero fea. Sin embargo, en estos momentos estaba seguro de que al menos esa mujer fea le hubiese dado un varón sin morir en el intento.

En fin, después de pensarlo por varios días el rey dejó de lamentarse y arrepentirse de sus acciones, era hora de decidir un plan. ¿Qué iba a hacer al respecto? Su dinastía no podía desaparecer por su culpa, debía ingeniárselas como diera lugar.

Fue así como una idea retorcida pasó por su mente, pero que en esos momentos era lo más factible. El Rey Kao acogió a su bebé luego de haberla abandonado por días, no obstante, con la siguiente condición: la persona que dijera que esa bebé era una niña, sería ejecutado de inmediato.

Las dos nodrizas que atendieron a la pequeña fueron asesinadas injustamente por ordenes del rey para guardar mejor el secreto. Afortunadamente, el nacimiento de la princesa no se expandió por el reino, lo que facilitó demasiado su estrategia.

Le puso a la niña su mismo nombre, Kao, y si el destino lo favorecía cuando llegara a gobernar sería Kao Cuarto. De esta manera, el rey la crió como si fuese un niño más; mantenía su cabello corto, la obligaba a jugar los juegos bruscos que amaban los hombres, se refiría a ella como "Él" y llamado bajo el título de "Príncipe Heredero".

Sin embargo, para mantener el engaño la niña era supervisada las 24 horas del día. Las personas con las que hablaba, las cuales eran pocas, también eran seleccionadas rigurosamente para que no sospecharan la verdad.

A medida que fue creciendo, ella misma se dio cuenta de que no era un hombre como los demás, se sentía atraída hacia las muñecas con las que jugaban las doncellas del palacio, quedaba encantada con los hermosos vestidos que llegaba a ver en celebraciones, al igual que las joyas y en el maquillaje.

Todo eso pasó cuando cumplió 10 años, y luego de varios días planeándolo se levantó una mañana, sacó un vestido que le había robado a una sirvienta y se lo puso. Tomó un velo transparente de color amarillo para ponérselo en la cabeza y simular que tenía su cabello largo.

Al mirarse al espejo quedó fascinada, se veía más bonita con ese vestido real que uno hecho con sábanas. Aún así, sentía que le faltaba algo, era el maquillaje en sus labios y mejillas que resaltaría su rostro, para eso robó algunas especias de la cocina.

Ese día sería inolvidable, aunque Yara descubrió algo que tenía oculto y le gustaba, no sería por ese hecho. Sino porque recibiría la peor paliza de su vida, y no sería la última.

—¡Kao! —El rey abrió las puertas de la habitación del príncipe sin avisar. —¡Vamos a llegar tarde!

El rey no supo como reaccionar al encontrar a su "príncipe" con un vestido robado y sus manos manchadas de pintura roja. De inmediato Yara se asustó, y el rey caminó lleno de furia hacia ella para darle una fuerte cachetada que la tiró al suelo.

La niña rompió en llanto al mismo tiempo que se acariciaba la mejilla golpeada y comenzó a temblar del miedo al ver el rostro furioso de su padre, que volvió a alzarle la mano mientras la regañaba.

—¿¡Qué mierda crees que haces!? —Gritaba el rey al golpearla. —¡Eso no es digno de un príncipe! ¡Eres una deshonra para la familia!

—¡Pe-Perdón! —La niña jadeaba de dolor. —Y-Yo solo quería...

—¿Qué querías? ¡¿Humillarme?! —Exclamó Kao alterado. —¿Qué se burlarán del príncipe heredero? ¿Qué la gente diga que engendré a un marica? ¡¿Eso querías?!

—N-No...

—¡¡Dímelo como un hombre!! —Exigió al darle otro golpe.

—¡No! —La niña forzó la voz a una más grave, así como su padre le enseñó a hacerlo hace tiempo.

—¡Tú eres un niño! ¿Entiendes? —Le recalcó su padre después de un último golpe. —¡Eres un hombre, actúa como tal!

Ese fue el inicio de bastantes golpes y maltratos, debido a que pronto descubría las muñecas que Yara escondía en su armario, las mandó a quemar junto a los vestidos y las telas finas qie se encontraban en su habitación. El Rey prohibió que hablaran de sexualidad y la presencia del color rosa ante la presencia de su hijo, como si el color hiciera algo malo.

A su vez aumentó las clases con espadas, los entrenamientos de artes marciales eran más estrictos y agotadores. El Rey le ordenó a los instructores que no tuviesen piedad con su hijo, por lo que los entrenamientos se volvieron rudos e incluso crueles para alguien tan débil y pequeña.

Todo empeoró cuando a la pobre Yara le empezó a crecer su busto, esto la confundia aún más con respecto a su identidad, ¿Si él era un hombre, por qué le crecían los senos como a las mujeres?

Su padre se dio cuenta, y sabía que pronto comenzaría a sangrar, lo cual sería otro problema. Solucionó lo de los pechos obligándola a sujetarlos todos los días con vendas hasta que quedara plano, si no quedaban bien amarrados le caería otra golpiza.

En cuanto a sus días de menstruación, esos días debía decir que estaba enfermo o indispuesto, por lo que se le prohibía salir. Esto era frustrante para Yara, no sabía porqué sangraba y por su culpa perdía clases o celebraciones interesantes. Se aburría de tener que estar encerrada en su habitación por casi una semana, sintiéndose relativamente bien.

¿Y qué pasaba si desobedecía? Adivinaron bien, otra golpiza. Para el rey Kao las golpizas eran necesarias en la crianza de un hombre, el fue criado de la misma forma por su padre. Sólo las mujeres eran criadas con amor y comprensión, por eso eran débiles.

Y su hijo no era una niña, se lo iba a repetir hasta el día de su muerte.

Capítulo 2. Mejor Amigo.

—Muy bien mi príncipe, repasemos sus clases. —Su maestro extendió un enorme mapa que venía de la biblioteca.

A los 12 años, Yara era una erudita en las artes marciales, destacaba su buena precisión con las armas y venció a la mayoría de sus maestros. Las horas extras de entrenamiento y la rigidez de ellos la convirtieron en una máquina, y su padre no podía estar más orgulloso de "él". Así que decidió que era hora de educar a su hijo en el arte de gobernar.

Iniciaron sus clases de historia, literatura, matemáticas, ciencias y geografía. Y aunque Yara prefería seguir entrenando, había algunas clases que despertaban su atención.

—Ubique el Reino de Platina, mi príncipe. Su reino. —Pidió el maestro señalando el mapamundi.

Fue fácil para Yara, pues su reino estaba justo en el centro del mundo. El Reino de Platina, llamado así porque sus mares eran tan brillantes como la plata, o algo así había leído. Al principio su reino era solamente un trozo de tierra en medio del mar que vivía de la pesca y la navegación, pero sus antepasados demostraron su poder conquistando reinos en tierra firme.

Ellos eran los dueños del mar, y nada pasaba por el sin su permiso.

—¿Quiénes son los aliados más leales del reino? —Preguntó el maestro.

—Los reinos de Arcelia, Idalia y Amirah. —Respondió el "principe", señalando los respectivos reinos en el mapamundi.

—¿Y los enemigos?

—El reino de Sorin.

—¿Por qué?

—Porque queremos su territorio. —Contestó con un poco de tristeza.

—Si lo dices así pareciera que lo estamos robando. —Bromeó el maestro, a pesar de que era verdad. —Ese territorio no es suyo, mi príncipe, nunca lo fue. Todas las islas y las costas son nuestras.

Ella asintió no muy de acuerdo. Su padre era un hombre amargado que se enojaba fácil, odiaba que lo molestaran, pero le gustaba tener todo bajo su control. Y cuando digo todo, es TODO en mayúsculas, sin objeción.

Su padre tenía el chip en la cabeza de querer ser recordado como un conquistador al igual que sus antepasados, y su misión era tener el control de todas las islas y costas existentes en el mar. No le bastaba con los terrenos que tenía, en tierra firme, los cuales morían de hambre, y quería más.

Y justo quería las islas del reino de Sorin, uno de los reinos con mayor fuerza militar del mundo.

Curiosamente la misma situación se estaba dando en el sur, con el Reino de Arcelia, que quería conquistar el territorio de los reinos vecinos. El Rey de Arcelia, Thomas Loretti, sabía que no le convenía conquistar los terrenos de su padre o sería aplastado como una cucaracha, y su odio mutuo por el Reino de Sorin los convirtió en aliados.

Ella sabía que los reyes tendrían su primera reunión hoy para planear como destruir al rey de Sorin, aunque le interesaba conocer al visitante de seguro se quedaría encerrada en su habitación, ya que a su padre no le gustaba mostrarla al mundo.

Luego de sus clases fue escoltada directo a su habitación, la cinta que amarraba sus pechos a veces le molestaba, pero ponía fuerza de voluntad para no quitárselas hasta el final del día. Por la ventana de su habitación alcanzó a ver al Rey Thomas Loretti, no negaba que era un hombre atractivo y que tenía una actitud coqueta, más extrovertida en comparación a su padre, un cascarrabias.

Sin embargo, se fijó en un joven de pelo castaño que acompañaba al Rey de Arcelia, parecía ser de su misma edad y su expresión reflejaba aburrimiento. Ella entendía perfectamente ese sentimiento.

Los dos reyes se retiraron a discutir sus asuntos, y el joven quedó solo en el jardín buscando una manera de entretenerse. Sintió curiosidad por verlo más de cerca, así que consiguió burlar a los guardias para escaparse al jardín.

Se quedó escondida en los arbustos, observando al joven hablando solo con un puchero en sus labios. De repente encontró un árbol con varios cerezos, decidió tratar de tirar alguno con la ayuda de piedras.

Irónicamente, el joven tenía una mala puntería y una de las piedras cayó por accidente en la cabeza de la muchacha oculta en los arbustos.

—¡Auch!

—¡Hey! —Exclamó el joven castaño al escuchar el quejido venir del arbusto. —¿Quién anda ahí?

—No hay nadie aquí, solo un arbusto. —Dijo permaneciendo escondida.

—Los arbustos no hablan. —Rió el joven con gracia. —Vamos, sal... ¿Quieres jugar?

La verdad si quería, pero tenía miedo de que su padre la descubriera o que ese joven la viera como un bicho raro. Después de tantas insistencias por parte del chico se dignó a salir, y el se mostró contento.

—Mucho gusto, soy Alexander. —Se presentó mientras extendía su mano. La niña vió la mano confundida. —¿Tú cómo te llamas?

—Soy Kao. —Saludó haciendo una reverencia, tal como le habían enseñado sus entrenadores de artes marciales.

—Veo que no es común estrechar la mano en este lugar.

—¿Estrechar la mano?

—Si, es un saludo común en mi reino. Yo extiendo la mano, tú la tuya y las apretamos. —Le enseñó Alexander extendiendo su mano de nuevo.

Con temor extendió la suya y como dijo el muchacho la apretó con todas sus fuerzas, provocando que a Alexander le doliera la mano y la apartara.

—¡Wow! Para ser pequeño eres fuerte. —Comentó Alexander asombrado. —Pero no creo que seas mejor peleando que yo.

Aquello lo tomó como un reto, y al instante la chica se puso en posición de pelea. Alexander aceptó eufórico y ambos empezaron a jugar a las peleas. A pesar de que estaban casi parejos, el ganador siempre resultaba ser el pequeño Kao.

—¡Me rindo, me rindo! —Gritó Alexander desde el suelo. La niña lo dejó y le hizo una reverencia. —Vaya, eres bueno ¿Cómo hiciste eso?

—¡KAO! —El grito de su padre la hizo estremecer. El rey llegó furioso acompañado del rey de Arcelia. —¿Quién te dio la orden de salir de tu habitación? ¡Muchacho insolente!

—¿Ese es tu hijo? —Preguntó el rey Thomas.

—¡No lo será cuando lo mate de una golpiza, por desobediente! —La niña agachó la mirada ante los regaños de su padre.

—Déjalo colega, solo están jugando. —Dijo el Rey de Arcelia, relajado. —Deja que se conozcan, ni que mi hijo se lo fuera a comer.

—Pero...

—Vamos, no seas berrinchudo. Sigamos hablando. —El rey Thomas terminó arrastrando a su padre para dejarlos jugar.

Era la primera vez que la defendían, pensaba que su padre la castigaría al finalizar el día, pero no lo hizo. Desde ese momento comenzó a apreciar cuando el Rey de Arcelia y su hijo le hacían visitas, era la única ocasión que podía jugar con un niño de su edad y que su padre la dejaba salir.

Con Alexander había pasado lo mismo, a él que no le gustaba viajar de un día para otro le rogaba a su padre para acompañarlo al Reino de Platinq para jugar con su amigo Kao. Ese día inició una amistad que con los años se haría más fuertes, hasta el punto de ser inseparables.

Alexander se volvió su mejor amigo.

Capítulo 3. La Princesa.

Dos años después, cuando ella tenía catorce y Alexander trece, un nuevo reino se sumó a los planes bélicos de sus padres. Con él, también llegó un nuevo compañero al círculo de juegos... o más bien, una compañera.

El aliado se trataba del rey Fabio Girardot de Idalya, quien realmente no tuvo muchas opciones: o se unía como aliado, o era conquistado. Y como era evidente, prefería evitar la humillación de una derrota.

Así que comenzó a asistir a las reuniones en la isla de Platina, llevando consigo a su hija menor. Aunque su presencia parecía casual, sus intenciones eran otras: asegurarle un matrimonio a su hija con alguno de los príncipes.

Al principio, el rey Kao Altaluna se opuso rotundamente a la presencia de la princesa, pero nada más unas cuantas palabras de Thomas Loretti bastaron para lograr convencerlo y hacerlo ceder.

Era curioso cómo Thomas Loretti lograba lo que nadie más podía: contradecir al rey de Platina sin despertar un tsunami.

Ella y Alexander solían bromear sobre eso, riéndose de cómo el padre de Alexander podía domar la rabia del suyo. Todo lo contrario a ellos, donde el liderazgo recaía casi siempre en ella.

Lo gracioso era que, a pesar de su menor tamaño, era el príncipe quien marcaba el rumbo, tomaba las decisiones y guiaba los juegos.

Cuando la princesa de Idalya llegó, fue ella quien tuvo que arrastrar a Alexander para que la acompañara a darle la bienvenida. El príncipe de Arcelia no mostraba interés en conocer a "una niña", prefería quedarse bajo el árbol de duraznos, absorto en sus libros, mientras Kao practicaba sus maniobras de artes marciales.

En cambio, ella estaba ansiosa. Nunca había conocido a una princesa, y la curiosidad le carcomía el pecho... ¿Cómo sería? ¿Cómo se comportaría alguien que vive rodeada de vestidos, joyas y protocolos?

Y la respuesta no la defraudó.

Era verdaderamente hermosa. Alta, no más que Alexander, pero sí más que ella. Ojos de un tono lima, casi dorados, y rizos largos color caramelo que caían como cascadas sobre sus hombros. Su vestido verde esmeralda brillaba bajo el sol, y por un instante, Kao se sintió hipnotizada. Alexander, por el contrario, ni se inmutó.

—Hola, soy Nicolle. —Se presentó la princesa con una cálida sonrisa.

—¿Y qué te doy, un premio? —Respondió Alexander, despectivo. Kao lo golpeó con un codazo.

—Yo soy Kao, y este es el idiota de Alexander. —Dijo, mientras hacía una reverencia en señal de respeto.

—Jeje, mucho gusto, príncipe Kao. —Contestó Nicolle con simpatía. El "príncipe" rubio de Platina le parecía encantador, de alguna forma. —¿Qué les gusta hacer, chicos? A mí me gusta leer, pasear...

—Seguramente nada que le interese a una niña como tú. —Interrumpió Alexander.

—Pero Alexander... a ti también te gusta leer. —Murmuró ella, desconcertada.

—Vámonos, Kao. Recuerda que es hora de ver la pelea de palomas. —Convidó el príncipe de Arcelia, tomando la mano de su amigo para llevárselo.

—¿Pelea de palomas? —Dudaron ella y Nicolle al unísono, confundidas.

—S—Sí... A nosotros los hombres nos gusta ver peleas de animales. —Dijo lo primero que se le ocurrió. —¿No es cierto, Kao?

—¿Pero eso no es muy cruel? —Cuestionó Nicolle, horrorizada.

—Una niña jamás lo entenderá. —Comentó Alexander, vanidoso. —Vámonos, Kao.

Ella estaba confundida, no entendía por qué su mejor amigo actuaba de esa manera tan cruel. Le dolió ver la expresión triste de la princesa Nicolle, siendo abandonada sin razón. Por lo que a mitad del camino, incapaz de contenerse, se detuvo y lo enfrentó.

—¿Por qué fuiste tan grosero con la princesa? —Reclamó, visiblemente molesta. —¡Las palomas ni siquiera pelean, ni que fueran gallos!

—Porque es una niña, y las niñas son estúpidas. Papá lo dice todo el tiempo. —Recalcó Alexander.

Aquella frase le provocó un vacío inexplicable en el pecho, tal vez porque era la misma que había escuchado tantas veces de los labios de su propio padre.

—¿O acaso te gusta? ¿Eh? ¿Es eso? —Añadió él, burlón.

—¡No! ¡Qué asco, no me gusta! —Exclamó, indignada. —Solo pensé que podía ser nuestra amiga. Le gusta leer, igual que a ti.

—Pero de seguro no leerá nada interesante, solo tonterías románticas. Yo leo cosas de verdad: libros de guerra, historia y estrategia. —Exageró, inflando su "masculinidad".

—Tú también lees esas cursilerías en secreto.

Alexander se detuvo de golpe.

—¿Qué? ¡Repite eso!

—¡Te gusta leer como las parejas se besan y hacen el amor! ¡Yo lo vi! —Le recriminó.

—¡Arrepiéntete! —Gritó el joven, rojo como un tomate.

Ella negó con la cabeza y empezó a hacer sonidos exagerados de besos, provocando que Alexander se enfadara aún más y diera inicio a una pelea improvisada, como tantas otras. Por supuesto, ella lo venció. Como siempre.

Pero esta vez era distinto, para Alexander no era juego. Esta vez, él quería ganar.

Al verse derrotado, el príncipe de Arcelia no se reincorporó con una sonrisa ni con la mejor actitud. Simplemente se levantó en silencio, con el orgullo herido, y se marchó sin mirar atrás.

Era la primera vez que Alexander se enojaba con ella.

Al principio se sintió mal, incluso culpable. Sin embargo, pensó que lo mejor era dejar a Alexander solo, tal vez así reflexionaría.

Mientras tanto, decidió buscar a Nicolle, quien paseaba sin rumbo por los jardines del palacio, claramente aburrida.

—Disculpa a Alexander... es un idiota. —Dijo ella desde detrás de la princesa, provocando que la princesa se sobresaltara.

A veces sin quererlo, terminaba siendo una maestra del sigilo.

—¡Oh, me asustaste, Kao! —Exclamó Nicolle con una risa nerviosa. —No te preocupes, estoy bien... ¿Fueron a ver la pelea?

—Las palomas no pelean. —Respondió, rodando los ojos por el invento de su amigo. —Son criaturas pacíficas. Solo lucharían por comida... y, bueno, ¿Quién no lo haría?

—Por algo son símbolo de la paz... —Murmuró Nicolle, bajando la mirada, acomplejada. —Oye, no le digas esto a nadie, sé que no me incumben los asuntos de hombres y que sonará tonto, pero... ¿Nunca has imaginado cómo sería un mundo sin guerras? Sin hambre, sin provocar sufrimiento...

—No es tonto. —Afirmó el príncipe de Platina, con una sinceridad que la sorprendió a sí misma. —Es lo más sensato que he escuchado en mucho tiempo. De hecho vivimos en relativa paz, y aun así buscamos la guerra intencionalmente. Se supone que eso es lo que les gusta a los hombres... y no entiendo por qué.

—¡Jaja! Pero tú eres hombre, deberías tener la respuesta. —Rió Nicolle.

Ella se tensó. Esa frase, dicha con tanta naturalidad, le removió otra vez esa duda punzante: ¿Por qué se sentía tan diferente a los demás hombres? ¿Por qué esa etiqueta la acomplejaba tanto?

Pero lastimosamente, eran pensamientos que no podía permitirse, sentimientos que debía reprimir. Así que solo sonrió, como si nada.

Decidió evadir el tema para evitar seguir pensando en lo que sentía, y propuso un juego. Era uno de búsqueda, sencillo pero entretenido: alguien escondía un objeto, y los demás debían encontrarlo guiados por pistas como "frío", "tibio" o "caliente", según la cercanía.

Ella y Nicolle jugaron durante toda la tarde, entre risas y carreras por los jardines. El juego no era brusco, pero tampoco aburrido. Hasta que en un momento, Alexander apareció a lo lejos, cabizbajo. Había estado observándolas desde la distancia, y no pudo resistir las ganas de participar.

—¿Pu-Puedo jugar con ustedes? —Titubeó Alexander, con el temor de no ser bien recibido.

El príncipe de Platina miró a Nicolle, dejándole la decisión. Esta simplemente liberó una sonrisa y le extendió la mano en gesto de bienvenida.

—¡Por supuesto! —Accedió.

Y así, el círculo de amigos creció. Eran, sin saberlo, el reflejo de la alianza que sus padres habían formado. Solo que ellos no buscaban poder, ni tierras, ni sangre... ellos solo querían jugar.

Mientras los adultos tejían pactos para destruir hogares y arrebatar vidas, ellos construían algo distinto: una amistad que, por ahora, era lo más valioso que conocían.

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