Con el corazón latiendo fuertemente en su pecho, Olivia ingresó lentamente a la iglesia, cuando la mayoría ya lo había hecho, y se sentó en el último banco para presenciar desde lejos la misa en memoria de Andreas Letsos, un hombre famoso en Grecia y Europa.
Al mirar hacia el frente, vio a Sonia Letsos, junto a su amiga Ángela Dmitrikis, su esposo Yannis Dmitrikis y Brad Lancing.
La iglesia estaba repleta de personas que querían despedirse de Andreas. Con un velo negro sobre su rostro, Olivia se estremeció, sumida en su dolor. Había pasado la mayor parte de su vida sola, compartiendo solo unos pocos meses con Andreas. Pero ahora ese hombre amoroso y sonriente se había ido, dejándole un vacío en el corazón.
Con lágrimas en sus ojos, miró el anillo con una esmeralda que llevaba en el dedo, preguntándose si alguien la amaría alguna vez como él lo había hecho.
El murmullo de las voces la sacó de su ensimismamiento. Se dio cuenta de que la misa había terminado y la iglesia casi estaba vacía de nuevo.
Se levantó y se dirigió hacia la salida, pero su velo se enganchó en el banco y perdió el equilibrio. Por suerte, una mano la sostuvo antes de caer al suelo.
—¿Estás bien? -preguntó una voz suave. Olivia asintió, agradecida por el apoyo. Pero cuando levantó la mirada, se encontró con Luciano Letsos, el hijo adoptivo de Andreas y Sonia.
Luciano le devolvió el velo y Olivia sintió una oleada de pánico al reconocerlo. Intentó escapar, pero él la detuvo, notando la esmeralda en su dedo.
—¿De dónde sacaste ese anillo? -preguntó Luciano, sorprendido. Olivia se retiró, decidida a irse.
Sintiendo la brisa invernal en su rostro, Olivia supo que era hora de regresar a Londres.
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Alexandro Dmitrikis salio de su reunión, en Italia como era de esperarse aun no habían llegado a un acuerdo, así que todo terminaría en un juicio.
A lo largo de los años se había cuestionado porque no había hecho diferentes las cosas, tal vez si él hubiera tomado otras decisiones hoy Zia estaría a su lado tendrían varios hijos.
Pero el tomo sus decisiones y en consecuencia Zia las suyas.
Y ahí estaba ella una vez más frente a él, su esposa la mujer que él había elegido con apenas diecisiete años a quien amaba locamente y juro cuidar, proteger hasta que la muerte los separara lo cual resultaba una ironia.
Xandro regreso a Atenas, a sus treinta y cinco años poseía todo el prestigio que un hombre en su posición podía pedir, era el abogado más prestigioso de Grecia, poseía una fortuna hecha con su propio esfuerzo y trabajo, también era accionista en algunos negocios.
Nada mal para el hijo de unos delincuentes y drogadictos.
Intentaba no pensar en el pasado, pero a veces era imposible.
Adoraba a sus padres adoptivos, Ángela lo había rescatado de todas las maneras posibles, de Yannis había aprendido el amor por las leyes y la pasión por el litigio, también habia aprendido a ser un hombre de palabra.
También tenía a su hermano Acheron siete años menor que era totalmente opuesto a lo que él era, Acheron era alegre, conversador un optimista de la vida, había diseñado un nuevo prototipo de coche que resultó un exito y ya estaba siendo fabricado sería un éxito rotundo en toda Grecia y ahora planeaba casarse, él había invertido en el proyecto y ganaria una fortuna.
Xandro regreso a Grecia, al llegar a casa de sus padres lo primero que vio fue la fotografía de su última amante en una revista junto a otro hombre.
Xandro era consciente de que Xiomara le estaba lanzando un guante que esperaba que recogiera. Suponía que él se pondría celoso, pero no había sido así. Suponía que se sentiría avergonzado, pero no lo estaba. Suponía que la deseaba tanto que olvidaría lo que le habia dicho cuando comenzaron la relación, pero él no iba a olvidarlo. No, Xiomara estaba jugando a perder, porque Xandro nunca se casaría, por obvias razones y sus relaciones solo eran sexuales, el podia proporcionarles todo lo que quisieran economicamente, y todo el sexo que quisieran pero jamas la palabra compromiso, solo eran compañía a lo sumo alguna que había durado más que un par de meses podía considerarse su querida una manera muy anticuada de decirlo, pero era así ninguna pasaría de amante jamás.
— Cariño no sabía que habías llegado dijo Ángela saludando a su hijo.
Xandro dejo la revista y se giró sobre sus talones para ver a su madre.
— Mamá, estás muy guapa ¿cómo está todo por aquí?, pregunto Xandro.
— Bien tu padre aún no ha llegado, tu ausencia le ha servido de excusa para pasársela todo el día en la oficina se quejó Ángela.
— Como si yo fuera el único abogado de la compañía, dijo Xandro riéndose. Él era la cabeza del estudio jurídico, pero todo funcionaba aún sin su presencia.
— Ya sabes como es dijo Ángela.
— ¿ Cómo está Sonia?, pregunto Xandro.
— Ha sido un golpe muy duro, aunque según dicen los últimos meses Andreas estuvo viviendo con una mujer mucho más joven en Corfu en una casa que había rentado dijo Ángela que había quedado sorprendida de ese rumor Andreas siempre había sido un hombre recto.
— Supongo que papá se ocupara de la lectura del testamento dijo Xandro.— ¿Dónde anda Romeo?.
— No le digas así, salio con Raissa comenzaran con los preparativos de la boda.
Olivia subió al ferry hacia Corfu, sintiendo una pesada carga en su pecho.
Andreas ya no estaba y nuevamente se encontraba sola. Gran parte de su vida había sido así.
Pero en unos pocos meses, Andreas le había dado el amor que tanto había anhelado. Una lágrima escapó de su ojo al recordarlo.
Caminó por las habitaciones silenciosas una vez más. Sin la presencia de Andreas, la casa parecía vacía. Una vez borrados sus rastros, cerraría la puerta y volvería a su propio mundo.
Sabía que su estancia allí no habría durado mucho. Amaba su libertad, aunque Andreas la había persuadido para que se quedara. Él había insistido, pero Olivia sabía que eventualmente se rebelaría.
—Soy una mujer independiente —le había dicho una vez.
—Tu independencia ha sido impuesta y ha sido una gran responsabilidad para alguien tan joven —había contraatacado Andreas, con gesto desaprobador—. Ahora no tienes que cargar con esa responsabilidad, porque me tienes a mí.
Olivia había discutido, pero sabía que Andreas no podía entender su vida, al igual que ella no podía comprender la suya. Sin embargo, habían intentado entenderse y hacer concesiones.
Había sido afortunada, pensó con amargura. Cinco meses de felicidad superaban una vida entera para muchos. Cinco meses de amor incondicional. Los buenos momentos eclipsaban los malos. Nadie podría arrebatárselos. Ni siquiera podían quitarle el anillo de la familia Letsos que Andreas le había dado con lágrimas en los ojos.
—Ahora volverá a cobrar vida, porque ahora estás donde realmente perteneces —le había dicho Andreas.
Recordó el encuentro con Luciano Letsos en la iglesia. Debería haberse ido antes, pero quería unos momentos a solas en la casa donde había perdido al hombre que apenas había conocido.
—¿Olivia? —se volvió al escuchar su nombre. Luciano estaba allí, bloqueando su salida. ¿ Te llamas Olivia verdad?
— ¿ Quién es usted?, pregunto ella asustada.
— No te hagas Sabes perfectamente quien soy exclamó furioso Luciano.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, temblando de miedo.
—Eres una manipuladora —la insultó, avanzando hacia ella con una mirada penetrante—. Quisiera borrarte de faz de la tierra, pero no puedo.
—No sé de qué estás hablando —respondió, confundida.
—¿Cómo pudiste persuadirlo para que sacrificara su honor y lealtad a su familia?
Olivia negó con la cabeza, aturdida. No entendía de qué hablaba Luciano.
—¿Sabes lo que hizo Andreas antes de morir? —preguntó Luciano con desprecio—. ¿Sabes lo que dijo cuando murió en mis brazos?
Olivia negó con la cabeza, desconcertada. No sabía que Luciano hubiera estado con su padre en ese momento. Pero eso le reconfortó. Andreas no había estado solo. Luciano había estado allí. Sin embargo, las palabras de Luciano la llenaron de terror.
— Me pidió que cuidara de ti, imagina mi sorpresa ni siquiera sabía quién eras. Eres la zorra por la que los últimos meses abandono a su esposa. Me hizo jurar por mi honor que te cuidaría comenzó a reírse de pura amargura
Cuando tenía ocho años, Luciano Letsos había perdido a sus padres, en un accidente de automóvil. Andreas y Sonia lo acogieron en su casa y lo habían criado como un hijo propio, incluso lo habian adoptado .
Redactó de nuevo el testamento, y si no fuera porque la publicidad destrozaría a Sonia, lo llevaría ante cualquier tribunal europeo para crucificarte, por avariciosa y calculadora, y para conseguir que no te lleves un céntimo exclamó Luciano.
—¿Un nuevo testamento? -apretó los dientes mientras aguantaba aquella serie de insultos. Su rostro fue recuperando poco a poco el color. Por lo menos ya entendía la razón de la presencia de Luciano en aquella casa, y el porqué de todo aquel enfrentamiento. Andreas le había dejado una parte de su herencia en el testamento, a pesar de que ella le había dicho que no quería ni necesitaba nada.
—Hace meses, Sonia empezó a sospechar que había otra mujer en su vida. ¡Y yo me reí de ella, diciendo que eran temores infundados! La convencí diciéndole que Andreas se pasaba tanto tiempo en Corfu porque dedicaba mucho tiempo al nuevo negocio. Qué ingenuo. No tuve en cuenta que incluso el hombre más honrado del mundo podía caer en las garras de una mujer joven y bella. Andreas estaba obsesionado contigo... murió pronunciando tu nombre.
—Me amaba -murmuró Olivia, con los ojos arrasados de lágrimas.
—¡Y yo estaría dispuesto a que me colgaran, antes de que Sonia se enterase de todo! -gruñó él.
Olivia comenzó a comprender la situación. Luciano no tenía idea de quién era ella. Él asumía que era simplemente otra amante que Andreas había instalado en una cómoda casa. La ironía no le resultaba divertida; todo lo contrario, le apretaba los labios con fuerza. Andreas había llevado su secreto a la tumba para proteger a su esposa. La traición que cometieron hace veinticinco años ya no importaba. Debía respetar los deseos de su padre. Revelar la verdad solo causaría más daño. Y, ¿qué ganaría con eso?
No necesitaba lo que Andreas le había dejado. Tenía su propia vida y no tenía interés en reclamar nada que legítimamente perteneciera a la viuda de su padre. Moralmente, no sería correcto. Sin embargo, el anillo era distinto. Era el único lazo con una herencia y un pasado del que había estado privada toda su vida.
—Como puedes ver, me marcho -Olivia levantó la cabeza y lo miró con antipatía-. No tienes nada de lo que preocuparte. No tenía pensado quedarme y poner en un apuro a nadie..
—Si fuera tan sencillo, no estaríamos manteniendo esta conversación tan desagradable -interrumpió Luciano. ¡Sería yo el que te habría echado de esta casa!
—¿De verdad? -le desafió.
Luciano miró la maleta que había sobre la cama. —Seguro que no habías pensado marcharte para siempre. Seguro que tenías pensado hacer un viaje y luego volver.
—¿Para qué voy a gastar saliva tratando de convencerte de lo contrario
—No estoy dispuesto a escuchar ningún insulto de una zorra -le contestó, muy acalorado.
Olivia no había pretendido insultarle, pero aquellas palabras la enojaron. —¡Márchate! -le gritó-. ¡Márchate y déjame sola, cerdo ignorante!
—Sólo cuando me respondas a una pregunta -respondió Luciano entre dientes-. ¿Estás embarazada? Olivia se quedó de piedra, bajó la mirada y enrojeció.
Nadie podría poner objeción alguna a que la hija de Andreas, aunque nadie supiera que existía, pudiera reclamar su herencia. Si le hubiera dicho la verdad, seguro que en aquel momento no la estaría insultando. Ella era la hija de Andreas, su única hija, la única que tenía sangre de los Letsos...
—¿Por qué no respondes? - Luciano avanzó unos pasos y apretó los puños-. En nada va a cambiar mi opinión sobre ti si estás embarazada, pero si lo estás, te pido disculpas por haberte gritado.
Olivia se quedó un poco sorprendida. ¿Se estaría arrepintiendo por la forma que la había tratado? ¿Tendría miedo de que ella fuera un peligro para conseguir el control de todos los negocios de Andreas? La idea de que ella pudiera estar embarazada de Andrea debía de ser un peligro para Luciano Letsos.
—Pero te aseguro una cosa -le advirtió-. Si estás embarazada tendrás que hacerte todas las pruebas necesarias para demostrar que el hijo es de él.
—¿No crees que eso sería algo terrible para Sonia?
Él dejó salir el aire de sus pulmones, haciendo un ruido sobrecogedor, con los ojos inyectados en sangre. —Tu maldad es increíble...
La verdad era que nada más pronunciar aquellas palabras, Olivia se había arrepentido.
Por un momento sintió deseos de arremeter contra Sonia y Luciano, pero se avergonzaba de haber sido tan rencorosa. Bajó la mirada, cerró la maleta y la retiró de la cama.
—No estoy embarazada. Puedes irte tranquilo, Luciano. No soy un peligro ni para ti, ni para Sonia -murmuró.
En aquel momento, se oyó el timbre de la puerta, rompiendo un poco la tensión que se sentía en aquella habitación.
—Debe de ser mi taxi -Olivia pasó a su lado. Le temblaron las piernas, pero la sostuvo un sentimiento de superioridad innata.
Su padre había estado muy confundido con respecto a Luciano, su guardián, su hijo en todos los aspectos menos el biológico. Se alegró al comprobar que Luciano no era Don Perfecto.
Andreas había sido bastante ingenuo al pensar que Luciano iba a recibir con los brazos abiertos a su hija natural. Olivia nunca se había creído lo que le había dicho Andreas, que Luciano se alegraría de saber que tenía una hermana. Él había reaccionado como ella había supuesto, ante la idea de que Ansreas pudiera tener otro hijo. Con sorpresa y horror, ante la posibilidad de que aquel hijo pudiera quitarle parte de su herencia. Levantó la cabeza muy alta, y pensó que ella era una persona con mejor corazón que Luciano Letsos.
—¡No abras esa puerta! -gritó Luciano.
Olivia volvió la cabeza. Estaban en mitad de la escalera y tenía la mirada clavada en ella.
—¿Pero qué...?
—¡Calla! -susurró él, moviendo su mano en tono arrogante, para poner más énfasis a sus palabras. Con una exasperación que no trató de ocultar, Olivia no le hizo caso y abrió la puerta. Se quedó helada al comprobar que la persona que había llamado no era el conductor del taxi.
Una mujer delgada y no muy alta, vestida de luto, la estaba mirando con cara de sorpresa. Cuando notó la presencia de Luciano detrás de ella, retrocedió unos pasos y frunció el ceño.
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