Miraba muy profundo, mientras escribía sus detenidos pensamientos y llegaba a sus metas poco a poco. Llegaba la hora de salida del trabajo, Makoto, muy entretenido, no miraba la hora de salida; el tiempo llegaba a altas horas de la noche. Recogió sus cosas y caminó a la puerta, despidiéndose del resto. Sin embargo, caminaba lentamente por una calle silenciosa y cubierta de una oscura niebla.
Al llegar a casa, cansado del trabajo, decidió hacer un poco de comida rápida y, mientras esperaba, se metió al baño, teniendo un baño un poco relajante. Al culminar su limpieza, se cambió.
Inició su rica y deliciosa cena.Se acercaba un sueño pesado.
Makoto terminó de comer, hizo la limpieza de los utensilios de cocina y se fue a su habitación.
Cuando se recostó en su fría cama, quedó mirando el techo por unos segundos y luego observó levemente el resplandor de una luz en el espejo que se reflejaba por un vehículo que pasaba por aquella oscura calle.
Makoto, cansado, se quedó dormido apenas cerró levemente sus ojos, pero los abrió nuevamente y se encontró en una calle iluminada por la luz de la luna.
Sorprendido por dónde se encontraba, caminó levemente hasta encontrar a personas sonriendo y divirtiéndose; sin embargo, otros estaban serios como un hielo en pleno verano.
Una chica se acercó y le dijo:—¿Eres nuevo? No te había visto por este lugar.
Makoto la miró y dijo:—Sí, soy nuevo, pero no entiendo nada de lo que pasa...
—Ah, eso —dijo ella, sonriendo leve—. La verdad es que estamos disfrutando de la luna, pero pronto verás algo más. Solo no vayas a gritar —le dijo seriamente.
Un chico se acercó.
—Van, no le asustes —dijo mientras caminaba para acercarse más a Makoto.
El chico sonrió leve y dijo:
—Mi nombre es Danny, ¿y el tuyo?
Makoto, algo curioso y nervioso, dijo su nombre para luego preguntar:
—¿Qué pasa si no hay luz de luna?
Danny quitó su pequeña sonrisa, miró detenidamente la luna y dijo:
—¿Sabes qué son los ojos rojos?
Makoto solo negó moviendo su cabeza.
Danny dijo:—Son aquellos ojos rojos que te observan en la oscuridad. Si haces un pequeño ruido o gritas, te atraparán y te llevarán al lugar más oscuro del universo si se enteran de que sabes de ellos...
Vane dijo:—Dan, no le digas así de un solo golpe. Dilo mejor: los ojos rojos te observan en cualquier lugar de la oscuridad. Si gritas y dices algo en voz alta, te llevan a lo más oscuro de la oscuridad.
Makoto no sabía cómo reaccionar. Solo pensaba: "¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué a este lugar? Lo único que recuerdo es que estaba en mi cama... ¡No puede ser! ¿Es un sueño?"Makoto pensaba, pero fue interrumpido.
—Ey, te estoy hablando —dijo Danny con un tono algo molesto.
Makoto salió de sus pensamientos y miró detenidamente la cara de Danny.
—Hay nubes en el cielo, pronto se irá la luz de la luna. Debemos acercarnos con los demás —dijo Vane.
Los chicos caminaron hasta donde estaban las demás personas, pero quedaron de pie y no había mucho espacio para sentarse. Las nubes taparon la luna, haciendo que todo quedara en una completa oscuridad, sin ninguna luz en toda la ciudad. Todos estaban callados, mirando con la cabeza agachada, pero Makoto miraba a su alrededor, intentando acostumbrarse para poder ver lo que estaba a su alrededor.
De repente, un sonido muy fuerte se escuchó. Los niños intentaban no gritar, mientras que los adultos les susurraban en sus oídos para que se calmaran.
Makoto detuvo sus ojos en un punto.
Unos ojos rojos miraban desde una esquina del lugar donde se encontraban. No se apreciaban, pero un pequeño grito, de un niño asustado por verlos, se escuchó.
Los ojos se movían de un lado a otro, tomando a aquel niño, dejando un pequeño grito que bajaba el sonido hasta desaparecer.
Las nubes estaban moviéndose.
La luz de la luna por fin se dejó ver por cada ojo de las personas, pero un llanto de una madre y un lamentable momento se presentó.
Makoto no entendía nada.
Miraba con algo de angustia.
Un sonido más fuerte llegó a los oídos de Makoto.
Las nubes regresaron y volvieron a tapar el brillo de la luna.
Unos grandes ojos amarillos brillantes se acercaban...
Makoto se asombró al ver ya que las nubes se fueron dejando ver la silueta de aquel fenómeno.
—¡No puede ser, esto no es real! —dijo Makoto.
Aquel animal se acercó, abrió su boca y así agarró a Makoto de un solo mordisco...
Makoto se levantó de su cama mirando a su alrededor.
—¿Fue un sueño? —dijo mirando al espejo.
Miró su reloj. —¡No puede ser! ¡Se me hará tarde! —dijo, corriendo hacia su trabajo.
Makoto estaba sentado en una esquina del espacio de trabajo, esperando ansiosamente que llegara la hora de salida. Su día había sido caótico; se había distraído constantemente, sumido en pensamientos sobre lo que había ocurrido la noche anterior. La preocupación y el miedo lo habían acompañado durante toda la jornada, nublando su mente.
Cuando finalmente sonó el timbre de salida, Makoto se levantó de un salto. La sensación de alivio lo invadió mientras se dirigía a la salida. Corría con prisa, con la esperanza de llegar a casa y encontrar un refugio en la normalidad de su hogar.
Al llegar a casa, se despojó rápidamente de sus prendas de trabajo, sintiendo una necesidad urgente de deshacerse de cualquier rastro del día estresante. Se dirigió al baño, se duchó con agua caliente, y el vapor del agua comenzó a relajar sus tensiones acumuladas. Rápidamente preparó una cena sencilla, apenas saboreando la comida mientras su mente seguía ocupada con los eventos recientes.
Con la cena terminada, se metió en la cama, buscando desesperadamente el consuelo del sueño. Miró su teléfono durante unos momentos, pero el cansancio le obligó a cerrar los ojos. Sin embargo, al volver a abrirlos, se encontró en medio de un bosque oscuro y desconocido.
El bosque estaba envuelto en una penumbra inquietante, y Makoto avanzó por los senderos sombríos, sintiendo la presión de la oscuridad que lo rodeaba. Finalmente llegó a un pequeño claro, donde vio a Vane y Danny a lo lejos. Ellos caminaban hacia una dirección, con la luz de la luna iluminando su camino.
Vane y Danny no parecían notar que Makoto los seguía. Su andar era despreocupado, como si nada pudiera perturbar su marcha. Makoto intentó acercarse más, sintiendo la luz de la luna como su única guía.
Llegaron a un pequeño pueblo que, a primera vista, parecía animado y lleno de vida. La gente se movía con una energía alegre, y la escena parecía normal. Sin embargo, a medida que Makoto se acercaba, notó un cambio en la atmósfera. La luz de la luna comenzó a desvanecerse lentamente.
Las personas en el pueblo se detuvieron en seco, como estatuas congeladas. Observaban a su alrededor con una calma inquietante, sus expresiones vacías y sus cuerpos inmóviles. La luz de la luna se extinguió, sumiendo todo en una oscuridad total.
—No deberías estar aquí, esa cosa te tragó por completo —susurró Danny, su voz cargada de preocupación.
—A veces, las cosas no son lo que parecen —respondió Makoto, intentando mantener la compostura mientras su mente se llenaba de confusión.
—¡Cállense! —exclamó Vane en un susurro agitado, su voz temblando de tensión.
Makoto y Danny intercambiaron miradas nerviosas, pero la oscuridad era tan intensa que apenas podían distinguirse entre sí. La presión del silencio y la inquietante calma del entorno creaban una atmósfera opresiva.
De repente, unos ojos rojos aparecieron de la nada. Brillaban con una intensidad perturbadora en la penumbra, y parecían observar a todos desde una corta distancia. La gente alrededor de ellos parecía no darse cuenta, demasiado distraída para notar la presencia amenazante.
Makoto giró lentamente la cabeza hacia un lado y escuchó una voz suave, casi etérea, que le provocó un leve dolor de cabeza.
—¡Makoto, no te acerques!
La voz parecía familiar y, a la vez, completamente desconocida. Cerró los ojos brevemente para intentar procesar la situación, y al abrirlos de nuevo, se encontró cara a cara con una presencia aterradora. Los ojos y una risa siniestra flotaban sobre él, y aunque estaba asustado, no parpadeó. En lugar de eso, le ofreció una sonrisa vacía y sin emoción, que dejaba un sabor amargo en el aire.
—¡Te encontraré al fin! —dijo la voz con un tono amenazante.
—¿En serio? Qué bien por ti —respondió Makoto, tratando de mantener una actitud desconcertante, como si conociera a la entidad.
No estaba sorprendido ni asustado, pero la situación seguía siendo inquietante. Nadie más parecía escuchar lo que se decía, y la presencia amenazante se intensificaba.
—¡No! ¡No te acerques a él! ¡Makoto, aléjate! —volvió a decir la voz, ahora con una profunda desesperación y nostalgia.
El corazón de Makoto latía desbocado, acelerándose con cada momento que pasaba. Cerró los ojos para tratar de calmarse, y cuando los volvió a abrir, se encontró de regreso en su habitación. La sensación de inquietud y nostalgia persistía, y la voz de la mujer seguía resonando en su mente.
Miró el espejo, notando un cambio en su reflejo que nunca había visto antes. La diferencia era sutil pero evidente, como si algo hubiera cambiado profundamente en él.
—¿Qué es esto? —murmuró, observando detenidamente el reflejo en el espejo.
Se levantó de la cama, desconcertado y sorprendido. La visión ante sus ojos era casi incomprensible. Estaba en medio de una sensación abrumadora de incertidumbre y asombro.
—¡Al fin! ¡Por fin has regresado! ¡Te extrañamos tanto! ¡Regresa!
Makoto escuchó la voz de nuevo, esta vez más clara y llena de emoción. La sorpresa y la conmoción lo inundaron.
—¡Hermana! ¡Hikari! —exclamó Makoto, con lágrimas en los ojos.
Todo comenzó a desvanecerse lentamente, y el entorno se volvió una habitación en blanco. La voz de Hikari seguía resonando, pero el espacio se vaciaba.
—¡Abre los ojos, hermano!
Makoto sonrió mientras cerraba los ojos lentamente, dejando que todo desapareciera. La sensación de alivio y el deseo de volver a la realidad lo envolvieron por completo.
Solo quedó un grito resonando en su oído.
—¡DESPIERTA!
Makoto abrió los ojos y se encontró en una habitación de hospital, rodeado de aparatos médicos. Su pequeña y hermosa hermana estaba a su lado, sujetándole la mano y llorando desconsoladamente.
—¡Hermano! —exclamó Hikari, con la voz temblando de emoción y preocupación.
—¡Hikari! —dijo Makoto, con voz débil pero llena de alivio y gratitud.
Makoto sonrió al ver a su hermana y, aunque estaba exhausto, cerró los ojos lentamente. Cuando los volvió a abrir, era un día espléndido para despertar de un sueño profundo y angustiante.
—Al fin, pensé que no iba a salir de ese lugar —dijo Makoto, con voz baja pero sincera.
—Sabía que no lo ibas a hacer, así que tuve que hacer todo lo posible para traerte de regreso. ¡Finalmente lo logré! Regresaste al mundo al que perteneces —dijo Hikari, con un tono dramático pero lleno de cariño y alivio.
Makoto sintió una profunda gratitud hacia su hermana. Aunque todavía estaba procesando lo que había vivido, sabía que el regreso a la realidad era un regalo invaluable. La presencia de Hikari le proporcionaba una sensación de seguridad y esperanza mientras se enfrentaba a la recuperación.
Makoto observaba a su querida hermana Hikari con una leve sonrisa, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. La recuperación había sido ardua, pero ver a Hikari de nuevo le daba un consuelo que pocas cosas podían igualar. La expresión de Hikari era un torbellino de emociones; su rostro mostraba una combinación de preocupación, determinación y un toque de dramatismo que Makoto encontraba reconfortante y doloroso a la vez.
Hikari, con su habitual intensidad, se levantó de la silla junto a la cama de Makoto y se colocó al frente de él. Sus ojos estaban vidriosos, llenos de lágrimas que trataba de mantener bajo control. Su sonrisa, aunque temblorosa, reflejaba un sincero afecto.
—¿Vamos a hacer lo de siempre? —preguntó Hikari, su voz temblando levemente.
Makoto, aunque su expresión estaba marcada por la seriedad, no pudo evitar dejar escapar una pequeña sonrisa. La tensión de la situación estaba a punto de aliviarse, y el ritual que compartían siempre tenía un significado especial para ellos.
—Sí, lo de siempre —respondió Makoto con un tono decidido, pero su mirada revelaba un profundo cansancio.
La noche se estableció con un silencio que parecía pesar en el aire. Hikari se levantó de nuevo, con una sonrisa triste, y se despidió de Makoto. Abrió la puerta con suavidad, su figura se desvaneció en el pasillo y la puerta se cerró detrás de ella con un leve clic.
Makoto permaneció en la habitación, sus ojos fijados en el vacío mientras sus pensamientos vagaban por el reciente conflicto emocional. Cerró los ojos, tratando de encontrar paz en la oscuridad, pero un ruido repentino lo sacó de su trance. Las luces parpadearon y luego se apagaron completamente, sumiendo la habitación en una oscuridad total. En medio de esa oscuridad, unos ojos brillantes comenzaron a moverse alrededor de él.
—Hasta que al fin te atreves a venir —dijo una voz grave, resonando en el vacío.
Makoto abrió los ojos de par en par, ajustando su vista a la penumbra. Reconoció la voz al instante. Era Sebastián, su antiguo amante.
—Sabes que siempre he venido por ti, pero ni Hikari me ha dejado verte —dijo Sebastián, su tono cargado de una mezcla de reproche y tristeza.
—Sebastián, nunca me dices la verdad. Seguro te estabas metiendo con mujeres y hombres en mi ausencia —dijo Makoto con un tono dramático, su voz llena de resentimiento.
Sebastián guardó silencio, el peso de las palabras de Makoto cayendo sobre él. La verdad era innegable; su infidelidad durante el tiempo que Makoto estuvo postrado en la camilla no podía ser ignorada. Sebastián bajó la mirada, visiblemente afectado.
—Tienes razón, te fui infiel durante el tiempo que estuviste en esa maldita camilla —dijo Sebastián con un tono serio y arrepentido.
Makoto lo miraba con los ojos llenos de lágrimas, su corazón se rompía al escuchar la confesión. Cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse.
—Lárgate de aquí, no quiero verte más en esta vida —dijo Makoto con agonía, su voz apenas un susurro.
Sebastián quedó sorprendido por la intensidad del rechazo y, sin decir una palabra más, salió de la habitación. Cerró la puerta con suavidad, dejando a Makoto solo en la oscuridad. La última imagen que Makoto escuchó fue la voz de Sebastián alejándose, mientras él sollozaba en su soledad.
—Terminamos —dijo Makoto entre lágrimas, el nudo en su garganta casi impidiéndole hablar.
La habitación quedó en silencio, y Makoto se sumió en su dolor. Lloró durante un breve período, pero pronto su expresión cambió. Sus ojos, una vez rojos por el llanto, se tornaron más serios y decididos. Una sonrisa de maldad apareció en su rostro mientras sus pensamientos se volvían más oscuros.
—Por fin se terminó esta maldita relación —pensó Makoto, su mente llena de rencor y alivio—. Desde que comenzamos a salir, me aborrecía la idea de estar con este idiota.
Después de un rato, Makoto se levantó de la camilla con un nuevo sentido de determinación. Se puso lentamente las prendas de vestir, cada movimiento era una reafirmación de su decisión. Cuando salió de la habitación, la luz de la mañana le ofreció un contraste refrescante con la oscuridad que había enfrentado.
La vista se posó en el exterior, donde los colores vibrantes de las plantas y árboles creaban un paisaje encantador. El contraste con la tristeza de su interior era marcado, y Makoto encontró un momento de paz en la belleza natural que lo rodeaba.
—Ahí estás —dijo Hikari, apareciendo de repente a su lado.
—Hermana —respondió Makoto con una leve sonrisa, aliviado de ver a Hikari de nuevo.
Hikari observó su rostro, notando la seriedad que parecía haber tomado el lugar de la tristeza. Se acercó a él, preocupada.
—¿Lo has hecho? —preguntó Hikari con una mezcla de ansiedad y esperanza.
—Sí, lo hice. Terminé con Sebastián —dijo Makoto, su tono firme y resoluto.
—Bien hecho, se lo merecía. Ahora debemos hacer lo que falta y poder irnos de este maldito mundo de porquería —dijo Hikari, su expresión reflejando una mezcla de cansancio y frustración.
Makoto y Hikari se miraron por un momento, compartiendo una conexión silenciosa que hablaba más que cualquier palabra. Luego comenzaron a caminar por la calle llena de colores, cada paso una afirmación de su deseo de dejar atrás el pasado.
A medida que avanzaban, la gente a su alrededor los miraba con curiosidad y envidia. La apariencia inusual de los hermanos, combinada con la atmósfera que llevaban consigo, capturaba la atención de todos. Sus miradas eran una mezcla de sorpresa y desdén, como si su presencia desafiara el orden natural de las cosas.
—Personas como ustedes no deberían estar aquí —dijo una señora con un tono despectivo y envidioso.
Hikari sonrió tiernamente, mientras Makoto la imitaba. Su respuesta era tranquila pero cargada de significado.
—Gracias a ti somos libres —dijeron juntos, sus voces resonando en un eco de liberación.
Mientras sus palabras se desvanecían, Makoto y Hikari comenzaron a desaparecer lentamente, dejando a todos los que los miraban atónitos y sin palabras. La transformación fue gradual, casi etérea, y la gente quedó sorprendida, sin poder comprender lo que acababa de suceder.
—Ni la estrella más pequeña puede dejar de alumbrar en la inmensa oscuridad, ni siquiera la oscura tiniebla puede apagar una pequeña luz en todo el mundo. La luz es más colorida que una oscura habitación —dijeron al final antes de desvanecerse por completo.
Las palabras de Makoto y Hikari resonaron en el aire, un mensaje de esperanza y resistencia que perduraría incluso después de su partida. En el lugar que habían dejado atrás, los ecos de su declaración se mezclaron con el murmullo de la multitud, creando una sensación de misterio y maravilla.
La desaparición de los hermanos dejó una impresión duradera en los que los habían observado. La presencia de Makoto y Hikari, y el mensaje que habían compartido, resonaron en el corazón de aquellos que habían sido testigos de su salida. Mientras el paisaje volvía a la normalidad, una nueva perspectiva comenzaba a surgir en el aire, como un cambio sutil pero profundo en la atmósfera.
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