«Flashback»
El aire matutino del pequeño pueblo a las afueras de Londres tenía un frescor especial esa mañana. Laura despertó envuelta en una mezcla de calma y melancolía, acostada entre sábanas perfumadas con lavanda, el tenue crujido del suelo de madera resonando con cada uno de sus pasos al buscar sus pantuflas. Desde la ventana de su habitación, el mundo parecía contradecir su quietud interna: el sol bajo apenas acariciaba los tejados de teja roja, y el vapor de su respiración quedaba suspendido un instante antes de disiparse en el aire frío. Observó cómo los rayos dorados jugueteaban en el papel tapiz floreado, llenando el espacio de una luz cálida.
Aquella mañana, la rutina habitual se salpicó de inquietud: preparó café, pero apenas lo probó mientras hojeaba una vieja libreta donde anotaba frases sueltas, lecturas pendientes y, desde hacía unas semanas, pensamientos dispersos sobre su propio lugar en el mundo. Sintió un impulso súbito, la necesidad de salir a caminar más allá de las cuatro esquinas de siempre, impulsada por el susurro sutil de la soledad, como si el mismo pueblo le pidiera descubrir algo –o a alguien– ese día.
Tras vestirse sin mucho esmero, eligió un suéter sencillo y una bufanda que su abuela le había tejido antes de mudarse de la ciudad. Alcanzó la calle y el primer respiro de aire frío le devolvió parte de la energía ausente. Mientras caminaba, el aroma fresco del césped recién cortado se mezcló con el perfume húmedo de la tierra. Los árboles todavía sostenían hojas doradas y rojizas, las cuales formaban alfombras irregulares sobre las aceras. El canto de los pájaros era apenas perceptible sobre el murmullo de las conversaciones ajenas cuando pasaba por la panadería, desde donde la saludaron con una sonrisa cálida.
Laura adoraba perderse en los detalles: el sonido inconstante de sus pasos sobre las hojas secas, la textura áspera de la baranda frente a la plaza, el olor a pan recién horneado, o la forma en que la luz del sol atravesaba las ramas desnudas de los álamos. Pero nada la envolvía tanto como la sensación de entrar a la biblioteca local, ese santuario silencioso escondido entre casas antiguas.
Al cruzar el umbral de la biblioteca, el bullicio del mundo exterior se diluyó, reemplazado por una atmósfera de recogimiento. Las estanterías altas repletas de volúmenes antiguos y nuevos, los ventanales que filtraban la luz —blanca, dorada, casi mágica— sobre mesas gastadas de roble, el rumor de páginas al pasar y el suspiro ocasional de algún lector distraído. Laura inspiró profundamente: aquel lugar era el refugio donde podía ser simplemente ella misma, sin exigencias ni apariencias, apenas una lectora más en medio de cientos de historias.
Mientras recorría despacio los pasillos, con la yema de los dedos rozando los lomos de los libros, una presencia inesperada alteró la quietud. Del otro lado de una estantería, sentado en una mesa junto a la ventana, había un hombre absorto en la lectura de un libro antiguo de tapas de cuero. Tenía los hombros rectos y una elegancia casual, ese tipo de presencia que llama la atención por el simple hecho de encarnar naturalidad y confianza sin esfuerzo. El cabello oscuro, perfectamente peinado, parecía atrapado entre la solemnidad y el descuido de quien aprecia tanto las ideas como la imagen que proyecta. Y estaban sus ojos: un par de orbes oscuros, fijos e intensos, que apenas se movían bajo el destello de las letras impresas.
Laura se detuvo, el corazón aceleró pisando sus talones. Sentía las manos frías, no tanto por la temperatura sino por la marea de nervios que la recorría de pies a cabeza, provocando un dulce y tímido temblor. Hubo segundos en que dudó, creyendo que aquello no era más que una fantasía provocada por tantas novelas románticas leídas. Pero la curiosidad la empujó a continuar.
Le observó unos instantes: la línea de la mandíbula firme, la sombra suave de la barba incipiente, los labios ligeramente fruncidos por la concentración. De pronto, él levantó la vista. Sus miradas se encontraron por un instante que parecieron durar demasiado, y a Laura le pareció sentir no solo una chispa de interés, sino también una sombra de tristeza o soledad, una grieta invisible que la conmovió sin explicación.
Sintiendo el calor subir por sus mejillas, Laura improvisó una excusa para acercarse. Fingió buscar un libro en el estante cercano y, con una voz más baja de lo habitual, se atrevió:
—Disculpa… ¿Estás buscando algo en particular?
El hombre levantó completamente la cabeza, y la miró durante un par de segundos, como calculando si aquel momento era real o sólo parte de la rutina habitual de quien viene a leer en soledad. Sonrió, y en el gesto hubo simpatía aunque un dejo de melancolía seguía instalado en la profundidad de sus ojos.
—No, solo estoy hojeando un poco. ¿Y tú? —respondió en tono afable. Su voz tenía la calidez que invita a continuar una charla y, por alguna razón, a Laura le pareció que aquel desconocido relataba mucho más con sus pausas que con las palabras en sí.
Laura se notó atrapada por esa combinación de misterio y sencillez. Tragó saliva, tratando de calmar un cosquilleo nervioso.
—Busco algo nuevo para leer —contestó, consciente de que cada respuesta suya era examinada de cerca por el desconocido.
La conversación fluyó con naturalidad, aunque a Laura le parecía que el corazón le repiqueteaba en los oídos. Como quien lanza una soga a la curiosidad, se animó a preguntar:
—¿Tienes alguna recomendación?
Él sonrió, como si le agradara la invitación.
—Depende de tus gustos… ¿Qué tipo de libros te gustan?
Su respuesta parecía genuina; había algo en la manera en que inclinó la cabeza, en la sutil expresión de interés, que invitaba a Laura a revelarse un poco más. Detrás de toda su timidez, se asomó la lectora apasionada, la admiradora de los clásicos.
—¿De verdad quieres saber cuáles son mis autores favoritos? —replicó con un deje de sorpresa y esperanza infantil.
Él asintió, el leve movimiento de sus labios indicaba un estímulo silencioso para continuar.
—Bueno… creo que tengo debilidad por los clásicos —confesó Laura entre una risa nerviosa—. Jane Austen es una de mis favoritas. Hay algo en sus historias de amor y tragedia que me atrapan cada vez que las leo…
El rostro del hombre se iluminó con sincero interés, quizás porque reconocía en las palabras de Laura un entusiasmo que no era fingido.
—¡Eso es genial! Siempre he tenido curiosidad por Jane Austen, pero nunca me he animado a leer sus libros. ¿Por cuál empezaste?
Laura, entonces, se sintió más en su elemento. La pasión por los libros la ayudó a olvidarse de la vergüenza; sus mejillas se tiñeron de un rosa tenue, pero su voz sonó firme:
—Definitivamente te recomendaría empezar con ‘Orgullo y Prejuicio’. Es una historia inigualable sobre amor, prejuicios y segundas oportunidades. Creo que te sorprendería…
La charla fue adquiriendo el tono natural de dos espíritus afines. Hablaron de libros, de autores, de pasajes leídos en la noche bajo la luz de una lámpara y de las historias que despiertan emociones difíciles de poner en palabras. Entre anécdotas, coincidencias y descubrimientos, Laura perdió la noción del tiempo. Vio cómo el brillo de timidez fue cediendo en ambas miradas, el terreno antes desconocido se llenó de complicidad.
En algún momento, Laura advirtió que no se habían presentado.
—Por cierto, no nos hemos presentado. Me llamo Laura, ¿y tú? —preguntó, buscando corresponder la franqueza que empezaba a despuntar en sus palabras.
El desconocido se relajó aún más; la sonrisa de bienvenida en sus labios estaba ahora casi confiada.
—Soy Carlos, un placer conocerte, Laura.
La forma en que pronunció su nombre, reflejando familiaridad, le produjo a Laura una calidez inesperada. Sintió las paredes de la biblioteca acunarlos como si estuvieran solos, apartados del resto del mundo. Sus corazones latían en un mismo compás silencioso.
Queriendo estirar la magia de ese instante, Laura respiró hondo y se animó:
—Carlos, ¿te importaría si te pido tu número de celular o correo electrónico?
Su pregunta salió envuelta en una mezcla de ansiedad y esperanza. Carlos no dudó: sonrió y aceptó, preguntando con ternura si tenía dónde anotarlo. Laura le entregó el celular, y sintió cómo los dedos le temblaban mientras él lo escribía cuidadosamente.
—Listo, ahí lo tienes. No dudes en contactarme cuando quieras hablar de libros o cualquier otra cosa —afirmó, devolviendo el móvil y regalándole una serena sonrisa.
Después, caminaron juntos hacia la salida. En el umbral, el sol descendía en un ángulo perfecto, llenando de luz dorada la acera y tiñendo las sombras de tonos miel y caramelo. Se despidieron sin prisas, con la promesa tácita de que los caminos —o las historias— volverían a unirlos.
Al alejarse, Laura sentía la piel electrificada. Cruzó las calles en silencio, custodiada por el canto de los mirlos y el brillo de las hojas bajo sus pies. Había algo invisible que la ataba a esa escena en la biblioteca, un lazo sutil e irrompible. Intuyó que nada volvería a ser igual después de ese día.
Durante la semana, la promesa de un reencuentro actuó como faro. Laura empezó a visitar la biblioteca más a menudo, eligiendo horarios diferentes, explorando secciones poco habituales, inventando pretextos: devolver un libro, consultar la hemeroteca, revisar novedades. Cada vez que entraba, escudriñaba los pasillos, eligiendo un lugar que le permitiera ver la puerta de entrada.
Los días pasaron sin señal de Carlos. La decepción pesaba al volver a casa, donde releía pasajes recomendados en sus lecturas, preguntándose si el encuentro había sido real o un espejismo alimentado por su esperanza. Aun así, persistía. Se prometía a sí misma no perder la fe, convencida de que la vida debía darle otra oportunidad.
Por fin, una tarde soleada, cuando el suave calor del sol entraba por los vitrales y el aire olía a papel antiguo y madera pulida, Laura volvió a la biblioteca. Esta vez, se refugió en la sección de literatura clásica, su preferida desde niña. Deslizaba la palma por los lomos de los grandes autores ingleses cuando, de reojo, vio cómo la puerta se abría. Reconoció de inmediato la figura de Carlos entrando, su gesto pensativo, la seguridad en los movimientos. Todo su cuerpo parecía encenderse en un instante.
En un juego infantil, Laura se escondió tras la fila de libros, espiando los movimientos de él. Lo vio recorrer la sala con aire atento, buscando algo. Cuando se detuvo frente a los volúmenes de poesía, Laura respiró hondo y dio un paso adelante, consciente de que la adrenalina le corría por la sangre.
—¡Hola, Carlos! ¿Encontraste algo interesante? —saludó, esforzándose por parecer casual.
Él levantó la mirada, una chispa de sorpresa y alegría cruzando su rostro al verla.
—¡Hola, Laura! Sí, estaba buscando un libro de poesía para inspirarme un poco. ¿Tienes algún autor favorito en esta sección?
Laura se rió levemente, buscando las palabras para disimular que lo había estado espiando.
—Algo así. Estaba un poco perdida y no sabía cuál elegir, hasta que te vi y quise saludarte —confesó con nerviosismo sincero.
—¿Qué te parece si nos sentamos y hablamos sobre esos libros? —propuso Carlos, señalando una mesa vacía.
Ambos se sentaron bajo la luz dorada que se colaba desde los ventanales. El bullicio de la biblioteca era apenas un murmullo de fondo. Hablaron largo rato: de poemas, de autores desconocidos, de la música que escuchaban mientras leían o de los sueños personales que se guardan en cuadernos secretos.
El tiempo pareció diluirse hasta que el anochecer cubrió el pueblo. Al despedirse, Laura sintió que la magia del primer encuentro se multiplicaba, y que cada palabra compartida era una semilla de algo nuevo y profundo.
Ese día, al cruzar la puerta de la biblioteca hacia el aire frío de la noche, sintió dentro una certeza vibrante: la historia que llevaba esperando toda su vida tal vez acababa de comenzar.
Después de esos encuentros en la biblioteca, Laura no podía sacar a Carlos de su mente, cada momento libre que tenía, su mente automáticamente se dirigía hacia él.
Se encontraba revisando constantemente su celular en busca de mensajes nuevos, esperando ansiosamente cualquier excusa para volver a verlo.
Con el tiempo las interacciones con Carlos se volvieron más frecuentes.
Laura encontraba pretextos para pasar por la biblioteca con la esperanza de encontrarlo allí. Y cuando lo encontraba, su corazón daba un vuelco de emoción y nerviosismo.
Las conversaciones con Carlos se volvieron el centro de su universo.
Laura, guardaba cada una de sus palabras, buscando pistas sobre sus pensamientos y sentimientos, cada gesto amable de Carlos la llenaba de alegría y cada mirada fugaz la hacía sentir como si estuviera flotando en el aire.
Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con Carlos, más profunda se volvía su obsesión.
Empezó a buscarlo en las redes sociales, viendo cada foto y comentario en busca de pistas sobre su vida.
Se encontró imaginando nuevos futuros encuentros con él, planeando cada detalle en su mente como si estuviera obsesionada con la idea de estar con él.
A medida que su obsesión crecía, Laura comenzó a descuidar otras áreas de su vida, dejó de salir con sus amigos con la misma frecuencia, prefiriendo pasar su tiempo libre pensando en Carlos o planeando su próximo encuentro.
Incluso su trabajo comenzó a verse afectado, ya que su mente siempre estaba en otro lugar, perdida en fantasías sobre una vida junto a Carlos.
A pesar de los avisos de sus amigos y familiares sobre su comportamiento cada vez más preocupante, Laura no podía detenerse. Estaba tan profundamente atrapada en su obsesión con Carlos que no podía ver más allá de su deseo de estar con él, cueste lo que cueste.
Se obsesionó hasta el punto de seguirlo en secreto y aprendiendo todo sobre su vida a través de las redes sociales.
Ese encuentro casual en la biblioteca había sido el inicio de la obsesión de Laura por Carlos. Desde aquel día, se había convertido en una sombra sigilosa, siempre al acecho, esperando el momento adecuado para acercarse un poco más a él.
Laura había memorizado cada detalle de la vida de Carlos, sabía dónde vivía, dónde trabajaba, que comía, con quien estaba o con quien se encontraba y cuáles eran sus pasatiempos favoritos.
Estudiaba sus fotos y movimientos en las redes sociales como si fueran un arte sagrado, buscando más pistas sobre su personalidad, sus gustos y sus deseos más íntimos.
Hasta que un día unas voces en su cabeza le dijeron a Laura que tenía que enviar mensajes anónimos a Carlos a través de sus redes sociales con todo este descubrimiento, se encontraba extasiada con lo que podía hacer, empezó a enviar los mensajes, continuó enviándole más y más, hasta que se volvió más persistente y amenazante.
Cada vez que veía a Carlos una mezcla de emoción y ansiedad se apoderaba de ella. Se esforzaba por controlar sus impulsos y parecer indiferente, pero por dentro ardía un fuego incontrolable de deseo, obsesión y posesión.
Sin embargo Laura sabía que debía ser cautelosa, no podía permitir que Carlos sospechara de sus verdaderas intenciones.
Por eso, se mantenía en una calma casi inexistente y esperando el momento adecuado para ser parte de su vida de una vez por todas.
Un día, mientras Laura seguía a Carlos por las calles del pueblo, lo vio entrar en una cafetería acogedora. Laura se sintió emocionada por la oportunidad de volver a estar cerca de él, pero también nerviosa por otro reencuentro. Sin embargo, su obsesión superó sus temores y decidió seguirlo dentro.
Laura se sentó en una mesa cercana, intentando parecer casual mientras observaba a Carlos desde la distancia.
Su corazón latía con fuerza mientras lo veía hablar animadamente con el camarero y luego sumergirse en su lectura.
Después de un rato, el camarero se fue, Laura aprovechó la oportunidad para acercarse, cuando se levantó varias personas se sentaron en su lugar, se sintió muy ansiosa por esta gran oportunidad ya que la cafetería se llenó de gente, ella aprovecharía eso para poder sentarse con él y así hablarle.
Con el corazón en la garganta, se dirigió hacia él, tratando de contener su emoción y mantener la compostura.
—Hola, disculpa Carlos— dijo con voz temblorosa, llamando su atención.
Carlos la miró con sorpresa, y le sonrió, Laura sintió una oleada de ansiedad recorrer su cuerpo.
—¿Podría... podría sentarme contigo? Es que ya no hay lugar y quería tomar un café— preguntó tímidamente.
Carlos la miró con cautela, sin estar seguro de qué decir, miró alrededor y se dio cuenta de que el lugar estaba lleno.
Por un momento, Laura temió haber arruinado todo con su impulsividad, pero luego él asintió con una sonrisa amable y le indicó que se sentara.
A medida que Laura tomaba asiento frente a él, se sentía abrumada por la emoción de estar tan cerca de Carlos.
Su obsesión por él había alcanzado un nuevo nivel muy alto, y no había vuelta atrás, Laura se esforzó por mantener una conversación sobre libros con Carlos, aunque por dentro estaba eufórica por estar sentada frente a él.
El tiempo pasaba y Laura se sentía cada vez más confiada con la charla. Carlos disfrutaba de su compañía, más si la charla se trataba de libros y eso la impulsaba a seguir adelante con su plan de acercarse más a él.
Cuando finalmente se despidieron, Laura se fue de la cafetería con una sensación de éxtasis y determinación.
Estaba decidida a hacer todo lo posible para ganarse el corazón de Carlos, incluso si eso significaba cruzar límites peligrosos y adentrarse en terreno desconocido.
Mientras caminaba por las calles del pueblo, la oscuridad de la noche se posó sobre ella, pero Laura no sentía miedo, al contrario se sentía llena de energía y estaba impulsada por una fuerza más poderosa: la obsesión por Carlos que la consumía por dentro y la llevaría a lugares que nunca había imaginado.
Laura regresó a casa con la mente llena de pensamientos sobre Carlos, se pasó horas repasando cada detalle de su encuentro en la cafetería, reviviendo cada palabra que habían intercambiado una y otra vez.
Decidida a mantenerse cerca de Carlos, Laura comenzó a planear sus siguientes movimientos.
Consultó las redes sociales una vez más en busca de información adicional sobre él y buscó oportunidades para coincidir "casualmente" en otros lugares donde sabía que él estaría presente, se aseguraba de aparecer en la biblioteca, en la cafetería o en el parque, siempre esperando una oportunidad para cruzarse con él.
Con el paso de los días, Laura se sumergió cada vez más en su obsesión por Carlos.
Pasaba horas observando sus fotos en línea, imaginando una vida juntos, llena de amor y felicidad. Sin embargo, en su mente, la línea entre la realidad y la fantasía comenzaba a difuminarse, Laura se sumergía cada vez más en un mundo de su propia creación.
La obsesión de Laura por Carlos crecía más y más, también lo hacía su desesperación por ganarse su atención y afecto.
Sin embargo, lo que comenzó como un enamoramiento inocente pronto se convertiría en una peligrosa espiral descendente hacia la obsesión desenfrenada y el comportamiento abusivo..
A pesar de sus esfuerzos, los encuentros con Carlos siempre terminaban en decepción.
Él apenas la notaba, y cuando lo hacía, su mirada era de cortesía más que de interés genuino. A pesar de esto, Laura se negaba a rendirse.
Cada mala suerte solo alimentaba su determinación de ganarse su afecto. Sin embargo, cuanto más se esforzaba por acercarse a Carlos, más lejos parecía estar de alcanzar su objetivo.
Sus intentos de iniciar conversaciones eran torpes, desesperados y sus gestos de coqueteo eran ignorados o mal interpretados.
Pero Laura no se dejaba desanimar, en su mente obsesionada, Carlos era el único que importaba y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para tenerlo a su lado.
Las semanas pasaban y Laura se volvía más audaz en sus intentos de acercarse a Carlos.
Laura se encontraba en un estado de constante excitación y ansiedad, cada vez que veía a Carlos, su mente se nublaba. Pero, a pesar de sus esfuerzos, nunca parecía ser suficiente para llamar su atención, no de la manera que ella deseaba.
Él continuaba siendo amable pero distante, sin dar señales de un interés romántico en ella. Un día Carlos comienza a notar la presencia constante de Laura, se sentía incómodo con su atención no deseada y desconcertado por sus intentos persistentes de acercarse a él, pero no comprendía la verdadera magnitud de su obsesión.
Carlos comenzó a recibir mensajes en sus redes sociales de un perfil desconocido. Al abrirlo, quedó horrorizado al descubrir que el remitente parecía saber todo sobre su vida: dónde vivía, dónde trabajaba, incluso detalles íntimos que nunca había compartido públicamente.
Al principio, Carlos pensó que se trataba de una broma de mal gusto, pero cuando los mensajes se volvieron más persistentes y amenazantes, comenzó a sentir miedo por su seguridad.
Decidió investigar más a fondo y descubrió que el perfil pertenecía a Laura, la chica con la que había estado hablando en la biblioteca y en la cafetería, resulta que todo este tiempo lo estuvo siguiendo y acosando durante semanas sin que él se diera cuenta.
Carlos se sintió devastado y traicionado. No podía creer que alguien hubiera invadido su privacidad de esa manera, y mucho menos que fuera alguien que él conocía.
La noticia golpeó a Carlos como un balde de agua fría. Se sintió invadido, traicionado y furioso al descubrir que Laura ha estado siguiendo lo y vigilando lo de cerca. La confianza que había comenzado a construir en ella se desvaneció instantáneamente, reemplazada por una sensación de paranoia y desconfianza.
Con el corazón lleno de dudas y preocupaciones, Carlos decidió confrontar a Laura tratando de mantener la calma.
Cuando confrontó a Laura, ella trató de justificar sus acciones diciendo que solo quería estar cerca de él, que lo amaba y que haría cualquier cosa por él.
Pero Carlos no estaba dispuesto a aceptar sus excusas, le dejó claro que su comportamiento era inaceptable y que quería que se mantuviera alejada de él.
Laura quedó destrozada por el rechazo de Carlos. No podía entender cómo algo que ella consideraba amor había resultado ser tan destructivo y doloroso.
Sin embargo, su obsesión por él no disminuyó, en cambio se volvió aún más intensa y ya no había vuelta atrás.
A pesar del rechazo de Carlos, Laura se aferraba desesperadamente a la esperanza de que algún día él cambiaría de opinión. Continuaba con su acoso, enviándole mensajes y apareciendo en lugares donde sabía que estaría, ignorando por completo sus súplicas de que se mantuviera alejada.
La situación llegó a un punto crítico cuando Carlos se dio cuenta de que Laura lo estaba siguiendo incluso hasta su propia casa. Se sintió invadido y amenazado por su presencia constante, decidió tomar medidas drásticas para protegerse a sí mismo y a sus seres queridos.
Carlos buscó ayuda legal y presentó una orden de alejamiento contra Laura. Le dejó claro que no quería volver a verla ni tener ningún tipo de contacto con ella, y que si no respetaba sus deseos, estaría dispuesto a tomar medidas legales aún más serias.
Laura quedó devastada por la orden de alejamiento. Se sentía abandonada y traicionada por el hombre que creía amar, no podía entender por qué su obsesión por él había terminado de esta manera.
Sin embargo, en lugar de aceptar la realidad, decidió que haría cualquier cosa por estar con él, incluso si eso significaba cruzar límites peligrosos y poner en peligro su propia libertad.
Después de la confrontación con Carlos, Laura estaba en un estado de conmoción y angustia. Se dio cuenta de que había perdido la confianza y el respeto de la persona que más le importaba en el mundo, y se culpaba a sí misma por haber arruinado todo, pero eso no cambiaría nada en su personalidad ni en sus planes.
Una vez más fue en busca de Carlos para hablar con él, lo encontro en la plaza sentado en un banco un libro entre sus manos.
— ¡Carlos! — lo llama Laura, acercándose con cautela
— Necesito hablar contigo
Carlos levanta la mirada al escuchar su voz, su rostro endurecido por la ira, el dolor y el rencor.
— ¿Qué más tienes que decir, Laura? — responde él fríamente
— Ya has dicho y hecho lo suficiente, ¿Cómo pudiste hacer eso? — pregunta Carlos, su voz temblando de ira mientras miraba a Laura con una mezcla de incredulidad y disgusto
—¿Qué te dio el derecho de invadir mi privacidad de esta manera? ¡Esto es enfermizo!, hasta podría decir que es repugnante
Laura se encoge ante la furia de Carlos, pero trata de mantener la calma y se sienta a su lado, sintiendo el peso abrumador de su “aparente arrepentimiento”, trata de hablar lo más sincera posible, para que Carlos sienta que ella de verdad se encontraba arrepentida y que no descubra su verdadero objetivo.
.
— Lo siento, Carlos — comienza diciendo ella con una voz temblorosa que casi parece que de verdad se siente arrepentida
— Sé que no hay excusa para lo que hice, fue un comportamiento inaceptable y entiendo si ya no confías en mí — termina de decir sollozando
Carlos la mira con incredulidad, incapaz de comprender cómo alguien podría ser tan imprudente y egoísta.
— ¿Por qué, Laura? — pregunta él, con su tono de voz lleno de dolor
— ¿Por qué estabas tan obsesionada conmigo? ¿Qué te llevó a comportarte de esa manera?
Laura se toma un momento para pensar en algo que sea creíble antes de responder.
— Fue estupidez, Carlos — admite ella intentando parecer sincera
— Estaba sola y desesperada por sentirme conectada con alguien. Pensé que si te conocía mejor, podríamos tener algo especial. Pero me equivoqué — cuando termina de hablar Laura se voltea para limpiar sus ojos, mientras que tenía una sonrisa satisfecha en su cara, evidenciando que todo fue pura actuación, rápidamente volvió a mirar a Carlos para que él no se diera cuenta de nada.
Carlos la escuchaba en silencio, procesando sus palabras con cuidado.
—No puedo simplemente olvidar lo que pasó Laura — responde tajante Carlos
La decepción y el enojo de Carlos eran demasiados intensos como para ser disuadidos por una simple disculpa.
— No quiero volver a verte — le contesta Carlos con frialdad, apartando la mirada de Laura
— Esto ha ido demasiado lejos, no puedo confiar en alguien que es capaz de comportarse de esta manera, estoy mejor solo.
Con esas palabras Carlos se levanta, se da la vuelta y se aleja dejando a Laura sola.
Laura observa cómo Carlos se aleja, sintiendo un nudo en la garganta y un profundo dolor en su corazón. Por un momento, se queda inmóvil, incapaz de procesar completamente lo que acaba de suceder.
Sus palabras de rechazo resuenan en su mente, y se da cuenta de que ha perdido irremediablemente la única conexión significativa que tenía en su vida.
Las lágrimas corren por sus mejillas mientras se levanta lentamente del banco donde estaba sentada. Siente como si un abismo se hubiera abierto frente a ella arrojándola dentro, dejándola en la oscuridad y en una soledad profunda.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser una chispa de determinación comienza a arder.
Aunque Carlos la haya rechazado y se haya alejado de ella, Laura sabe que no puede rendirse tan fácilmente. No puede aceptar la idea de perderlo para siempre.
Con pasos vacilantes, se dirige hacia su hogar, su mente dando vueltas en busca de una solución.
Se promete a sí misma que encontraría la manera de recuperar a Carlos.
Mientras camina por las calles solitarias, una idea comienza a tomar forma en su mente, una idea audaz y arriesgada.
Decide que hará todo lo posible por recuperar a Carlos, sin importar los obstáculos que se interpongan en su camino.
Con determinación renovada, Laura se sumerge en la oscuridad de la noche, lista para enfrentar lo que sea necesario en su búsqueda desesperada de su amor.
Mientras Laura avanzaba por las sombras de la noche, su mente se llenaba de obsesión y desesperación por recuperar a Carlos. Cada paso que daba estaba marcado por la determinación de tenerlo solo para ella, sin importar las consecuencias.
Laura se sumergía aún más en su obsesión, convencida de que puede resolver el problema.
Comenzó a idear más planes, cada uno más elaborados y siniestros para acercarse a Carlos, incluso si eso significaba cruzar los límites legales y la orden de alejamiento que le puso Carlos en su contra..
Decide que la única manera de tener a Carlos para ella es eliminar cualquier obstáculo que se interponga en su camino.
Comienza de nuevo con su espionaje y está vez se encargó de que Carlos no descubra que lo seguía vigilando, saboteó sus relaciones con otras personas y manipulaba situaciones para asegurarse de que estén juntos, sin importar el costo.
Con una determinación enfermiza, Laura se sumerge aún más en su abismo de locura y obsesión, incapaz de ver más allá de su deseo de poseer a Carlos. A medida que avanzaba en su espiral descendente, su comportamiento se vuelve cada vez más errático y peligroso, llevándola a un punto sin retorno.
A pesar de los obstáculos, Laura estaba decidida a tener a Carlos para ella sola, sin importar las consecuencias devastadoras que puedan surgir. Su obsesión se convirtió en una fuerza implacable que la consumía por completo, llevándola a cometer actos cada vez más extremos en su búsqueda desesperada de amor y posesión.
Con cada día que pasaba, la obsesión de Laura por Carlos se intensificó hasta convertirse en una obsesión enfermiza. No había límite para lo lejos que estaba dispuesta a llegar con tal de tenerlo para ella sola.
Se infiltró en su vida de manera sigilosa, manipulando situaciones, incluso si eso significa recurrir a la mentira y la manipulación.
A medida que su comportamiento se volvía más desquiciado, Laura se sumergía en un estado de paranoia y delirio. Sus pensamientos la consumían y su obsesión por Carlos la llevaba a crear un mundo de fantasía en el que él es suyo y solo suyo.
Sin embargo, cuanto más se aferraba a su obsesión, más se desvanecía la realidad a su alrededor, su comportamiento era errático y peligroso, pero Laura estaba demasiado absorta en su obsesión como para darse cuenta del daño que estaba causando.
Finalmente, llegó un punto en el que Laura se dio cuenta de que no podía vivir sin Carlos, y estaba decidida a hacer cualquier cosa con tal de tenerlo a su lado. En un acto desesperado de amor enfermizo, Laura elaboró un plan para secuestrar a Carlos y mantenerlo prisionero, convencida de que solo así podrá tenerlo para ella sola, para siempre.
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