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Sombras De Venganza

Prologo

En la opulenta oficina que coronaba el edificio de Kostas Holdings, Andreas Kostas Papadopoulos contemplaba el horizonte urbano a través de la cristalera panorámica.

A su lado, Constantinos, su hijo mayor, se movía inquieto, absorbido por la magnitud del conglomerado familiar que un día heredaría. A sus dieciséis años, el joven mostraba una mezcla de entusiasmo y nerviosismo ante su primer día en la empresa.

—Tranquilo, Constantinos. —Andreas posó una mano sobre el hombro de su hijo, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora—. Hoy es solo un vistazo al mundo que construirás algún día.

Constantino se movió algo incómodo en el sillón frente al imponente escritorio de su padre.

—No estoy nervioso, papá —Dijo Constantinos a su padre —. Solo algo… emocionado.

Andreas le sonrió. Era la primera vez que miraría una reunión del consejo de la empresa que un día seria suya.

La puerta de la oficina se entreabrió y una secretaria, con una eficiencia discreta, asomó la cabeza.

—Señor Papadopoulos, la reunión con los accionistas está lista para comenzar.

—Gracias, Eleni. —Andreas se dirigió a Constantinos— Ven hijo. Observa, aprende, cualquier empresa que veas hoy, podría ser parte de tu legado.

Constantinos asintió, su expresión serena ocultaba el torbellino de emociones internas.

—Claro, papá.

En la sala de juntas, un grupo de hombres y mujeres vestidos con trajes a medida ocupaban los asientos alrededor de una larga mesa de caoba. Andreas tomó su lugar en la cabecera, su presencia dominante silenciando los murmullos. Los accionistas le miraban con una mezcla de respeto y anticipación.

—Hoy, —comenzó Andreas con voz firme— discutiremos la adquisición de una empresa de software de uso militar con sede en Virginia Occidental, en Estados Unidos. Es un paso audaz, pero necesario para nuestro crecimiento global.

Uno de los asesores, un hombre de mediana edad con el ceño fruncido, levantó la mano.

—Andreas, —dijo—, nunca hemos ingresado al mercado estadounidense. ¿Estás seguro de esto?

Andreas sostuvo su mirada, su expresión imperturbable.

—Ahora es el momento, William. —El nombre salió con una autoridad que no admitía réplicas—. Es una oportunidad que no podemos dejar pasar.

Justo en ese instante, la puerta de la sala se abrió de golpe. Todos los presentes se giraron hacia la intrusa, una mujer de unos treinta y cinco años, con cabello castaño oscuro y una pierna prostética visible bajo su falda elegante. Su porte era de confianza, su mirada fija en Andreas.

Uno de los socios se puso de pie, sorprendido por la interrupción.

—¿Quién es usted? —exclamó—. Creo que se ha equivocado de sala.

La mujer sonrió con una mezcla de desafío y seguridad.

—No, no me he equivocado. —Su voz llenó la sala con una autoridad que rivalizaba con la de Andreas—. Soy Ashley Larson, la heredera de la participación de Nikos Georgiou en esta empresa.

Un murmullo de sorpresa y desconcierto recorrió la sala. Andreas se levantó, su rostro una máscara de calma que apenas ocultaba la tormenta interna. Se enfrentaba al espectro de su pasado, encarnado en la figura de Ashley, quien llevaba consigo la sombra de Anabel, la mujer que había amado y perdido.

—Señora Larson, —dijo Andreas, recuperando su compostura—. Su presencia aquí es… inesperada. Pero ya que ha venido, tomemos asiento y discutamos esto como socios.

Ashley asintió, avanzando con paso seguro hacia la mesa. Su mirada se cruzó con la de Constantinos, quien observaba desde la puerta. En sus ojos, ella vio reflejos de Anabel, pero también una inocencia y curiosidad que Anabel nunca tuvo.

Tomando asiento frente a Andreas, Ashley sacó de su bolso una carpeta de documentos.

—Estoy aquí no solo como heredera de Nikos, —comenzó, abriendo la carpeta—, sino como alguien con una visión para el futuro de Kostas Holdings. Una visión que, creo, nos llevará a nuevas alturas, no solo en Grecia, sino globalmente.

Andreas, aunque Visiblemente inquieto por la situación, asintió con respeto.

—Estoy interesado en escuchar esta visión, señora Larson. —Su voz era controlada, pero la tensión en sus manos delataba la tormenta interior.

Ashley desplegó un mapa detallado del mercado tecnológico global, señalando áreas clave de crecimiento y oportunidad. Su conocimiento del sector y su aguda perspectiva empresarial impresionaron a la sala, incluso a Andreas, quien no pudo evitar admirar la fortaleza y astucia de la mujer que una vez consideró una simple pieza en su juego de venganza.

—Como pueden ver, —concluyó Ashley, sus ojos encontrando los de Andreas—, nuestras ambiciones no deben limitarse por el pasado. Debemos mirar hacia el futuro, un futuro donde Kostas Holdings no solo sobrevive sino prospera.

El silencio que siguió fue un testamento a la efectividad de su presentación. Andreas fue el primero en romper el silencio, su aplauso lento y deliberado marcando el comienzo de una nueva era para la empresa, una era que, irónicamente, Ashley Larson, la mujer a la que había intentado destruir, estaba ayudando a construir.

Capítulo 1

Anabel Larson, con el cabello al viento y una sonrisa de satisfacción amarga, conducía un Mercedes-Benz SL rojo descapotable por las sinuosas carreteras de la isla griega de Corfú. El paisaje pasaba en un borrón de verde y azul mientras ella aceleraba, dejando atrás la opulencia de la villa donde había confrontado a Andreas.

“¡Ese imbécil de Andreas!” masculló para sí misma, golpeando el volante con frustración. “Nunca llegará a nada. Yo merezco algo mejor, algo que Constantinos Romano sí puede darme.”

Un retortijón inesperado la hizo fruncir el ceño y agarrarse el vientre. “Mierda, ¿qué será esto?” Se preguntaba si el dolor se debía a que estaba embarazada del hijo de alguien “importante”, a diferencia de su primer embarazo con el hijo de Andreas, el pequeño Constantinos Papadopoulos, de apenas cinco meses.

“No dejaré que ese idiota de Andreas lo críe,” murmuró con determinación, pensando en Constantinos, tocando su vientre protuberante. “Él será un Romano, como su hermana.”

Las carreteras de Corfú eran traicioneras, con curvas cerradas y acantilados que ofrecían vistas espectaculares pero peligrosas. Anabel aceleró, cada vez más agitada por los pensamientos de venganza y triunfo.

De repente, sintió otro espasmo, más intenso que el anterior. “Mierda, ¿qué me pasa?” La preocupación empezó a hacer mella en ella, recordando que apenas hacía cinco meses había dado a luz y su cuerpo aún se estaba recuperando.

Un dolor agudo la atravesó, tan fuerte que sus manos temblaron y perdieron el control del volante. El Mercedes se desvió peligrosamente, zigzagueando por la carretera. Anabel luchó por recuperar el control, su respiración se hizo pesada y su frente se perló de sudor.

“No puede ser… no ahora…” jadeó, intentando enfocarse en la carretera.

Pero era demasiado tarde. Otro espasmo la golpeó con una fuerza brutal, y sus ojos se ensancharon al ver que el coche se dirigía directamente hacia un viejo Citroën que venía de frente. Con un grito ahogado, intentó girar el volante, pero su cuerpo no respondió.

El impacto fue ensordecedor, un estruendo metálico que resonó por los acantilados, seguido por el crujir de la carrocería y el estallido de cristales. El mundo de Anabel giró en un torbellino de dolor y confusión antes de sumirse en la oscuridad.

●●●

El teléfono en el bolsillo de Andreas sonó, rompiendo el silencio con su tono insistente. Con un gesto de molestia, Andreas lo tomó, su voz fría y distante.

—¿Sí?

La voz al otro lado era la de un médico del Hospital General de Corfú, una institución conocida por su prestigio en la región. La noticia fue directa y sin rodeos: Anabel Larson había muerto. Su número figuraba como el primer contacto de emergencia.

Andreas sintió un nudo en el estómago. A pesar de todo, Anabel había sido la madre de su hijo, Constantinos, y lo quisiera o no su amante, y una parte de él aún sentía dolor por su pérdida.

Pero entonces, los recuerdos de la traición lo inundaron, endureciendo su corazón.

—Entendido, —respondió con voz controlada—. Me haré cargo de los arreglos.

Colgó el teléfono y se hundió en el sofá, los pensamientos agitándose en su mente. En ese momento, la puerta se abrió y Constantinos Romano entró con dos vasos y una botella de whisky en mano.

—¿Quién era? —preguntó Constantinos, llenando los vasos con el líquido ámbar, las gotas reflejando la luz tenue de la lámpara.

Andreas lo miró, la máscara de indiferencia cubriendo su tormenta interna.

—Nadie importante. Perdimos un par de cientos de miles de dólares en un pequeño negocio, pero nada por lo que lamentarse.

Constantinos sonrió, ofreciendo un vaso a Andreas, quien lo aceptó con un asentimiento. El whisky brillaba en el cristal, prometiendo un breve olvido.

—Espero que no haya rencores, hermano —dijo Constantinos, llevando el vaso a sus labios—. Ya sabes... por haberte ganado a Anabel.

El comentario hizo que la rabia creciera dentro de Andreas, pero él bebió de su vaso, saboreando el ardiente líquido.

—No, no, no te preocupes, amigo, seria imposible poder olvidar nuestra amistad, —respondió, ocultando la ira bajo una sonrisa forzada.

Recordó sus días en la Universidad de Milán, donde había conocido a Constantinos. Habían sido inseparables, aventurándose juntos en un viaje de mochilero por Asia, explorando desde las vastas tierras de China hasta las islas tropicales de Indonesia.

—¿Y ese cuadro? —preguntó Andreas, señalando una pintura abstracta que colgaba en la pared, queriendo cambiar el tema.

Constantinos se giró hacia la obra, un lienzo vibrante de colores entrelazados.

—Es de un artista holandés, bastante nuevo en la escena. Pero estoy seguro de que su valor se triplicará en pocos años.

Andreas asintió, su mente trabajando frenéticamente en el próximo paso de su plan. Terminó su whisky de un trago, levantándose de la silla.

—Bueno, debo irme. No manejes, podrías chocar —dijo, su voz cargada de ironía.

Constantinos tosió, su cuerpo sacudido por espasmos. Andreas lo observó, una sonrisa cruel adornando su rostro.

—Claro, seguro —tosió Constantinos, ignorando la advertencia.

Una vez fuera, Andreas caminó por el corredor, su sonrisa ampliándose. Había añadido un poco de veneno al whisky de Constantinos, suficiente para pasar desapercibido y causar una "infección gastrointestinal" mortal.

Al cerrar la puerta detrás de sí, Andreas sintió una satisfacción fría. Había eliminado a los traidores. La partida de ajedrez de su vida se estaba jugando según sus reglas, y él estaba decidido a ganar, sin importar el costo.

Capítulo 2

Ashley Larson estaba sumida en el silencio concentrado de la biblioteca de la West Virginia University, un santuario de conocimiento con estanterías repletas de libros y mesas esparcidas bajo luces tenues que proyectaban un aura de estudio solemne.

Su rostro, enmarcado por cabello castaño oscuro recogido en un desordenado moño, reflejaba la intensidad de su concentración. Los gruesos anteojos en su nariz y los montones de libros y apuntes sobre cálculo diferencial delante de ella la pintaban como la estereotípica estudiante absorta en su mundo académico.

Suspiró cansadamente, sintiendo el peso de horas ininterrumpidas de estudio. Se quitó los lentes y recostó la cabeza sobre un libro abierto, cerrando los ojos por un momento, buscando alivio en la breve pausa.

El tranquilo murmullo de la biblioteca fue interrumpido por el sonido de libros golpeando la mesa. Ashley se sobresaltó, abriendo los ojos rápidamente para ver a Richard, su mejor amigo, parado frente a ella con una pila de libros en la mano.

—Despierta, Ash —dijo Richard con una sonrisa juguetona.

Ella se frotó los ojos y miró el desorden de libros que él había traído.

—Eres un tremendo idiota, Rich —replicó Ashley, aunque la esquina de su boca se curvaba en una sonrisa.

El reloj de pulsera de Ashley sonó, emitiendo un pitido suave pero urgente. Richard levantó una ceja, curioso.

—¿Qué es eso? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante.

—¡El examen! —exclamó Ashley, su voz mezcla de pánico y sorpresa.

Comenzó a recoger frenéticamente sus cosas, guardando libros y apuntes en su mochila desgastada.

—Desea me suerte, voy a necesitarla —dijo, ajustándose los lentes y lanzando una mirada que oscilaba entre la determinación y el nerviosismo.

Richard le sonrió, levantando la mano en un gesto de apoyo.

—¡Vas a romperla, Ash! Eres la más lista de todos nosotros.

Con los libros bajo el brazo y la mochila colgando de un hombro, Ashley se apresuró hacia la salida de la biblioteca, dejando atrás el refugio de silencio y estudio para enfrentarse al desafío del aula de exámenes.

Ashley salió de la biblioteca, su mente aún enredada en fórmulas y teoremas de cálculo diferencial. Corrió a través del campus de la West Virginia University, su respiración acelerada y su corazón latiendo con fuerza. Llegó al salón de clase justo cuando el profesor estaba comenzando a distribuir las hojas de examen. Se desplomó en una silla cerca del fondo, tratando de recuperar el aliento y centrar su atención en la tarea que tenía por delante.

Se acomodó los lentes y miró el examen. Sus ojos se posaron en una fórmula particularmente difícil, un laberinto de símbolos y números que se entrelazaban en un desafío matemático. Era una ecuación de cálculo diferencial que implicaba múltiples pasos de integración y derivación, una tarea ardua que requería toda su concentración.

"Maldición, esto es complicado," pensó Ashley, mordiéndose el labio inferior mientras analizaba el problema. "Pero debo entenderlo. Tía Anna se sacrificó tanto para que yo pudiera estar aquí."

La memoria de su tía Anna inundó su mente, una mujer fuerte y amorosa que había cuidado de ella y de su hermana Anabel después de la trágica muerte de sus padres. Tía Anna había fallecido hace dos años, dejando un fideicomiso para asegurar la educación de Ashley.

Anabel, la hermana mayor, había completado su carrera en ingeniería y luego se había embarcado en un año sabático de viajes por todo el Mediterráneo. La última vez que hablaron, Anabel le había revelado su segundo embarazo y sus planes de regresar a Estados Unidos para que Ashley pudiera conocer a Constantinos, su hijo.

Ashley estaba sumergida en sus pensamientos cuando la puerta del aula se abrió de golpe. Un administrativo del campus entró, mirando alrededor antes de posar sus ojos en ella.

—¿Ashley Larson? —preguntó con voz seria, atrayendo la atención de la clase.

Ashley levantó la mano, sintiendo una oleada de ansiedad.

—Soy yo —dijo, su voz apenas audible.

—Necesita venir conmigo, por favor. Es urgente.

Con un sentimiento de inminente presagio, Ashley se levantó, sus movimientos mecánicos mientras recogía sus cosas. Siguió al administrativo fuera del aula, el murmullo de sus compañeros resonando detrás de ella.

Una vez en el pasillo, el administrativo se detuvo, girándose hacia ella con una expresión grave.

—Lo siento mucho, Ashley. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Es sobre su hermana, Anabel Larson. Ha habido un accidente... en la isla de Corfú, Grecia. Me temo que ha fallecido.

Las palabras golpearon a Ashley como un golpe físico, su cuerpo tembló y su mente se negó a aceptar la realidad de la situación. Anabel, su hermana, su confidente, la aventurera que había salido a conquistar el mundo, no podía haberse ido.

—¿Anabel? ¿Muerta? —susurró, su voz quebrada por la incredulidad y el dolor—. Eso... eso no puede ser cierto.

El administrativo extendió una mano en un gesto de consuelo, pero Ashley apenas lo notó. El mundo a su alrededor se había desmoronado, dejándola en un vacío de shock y desesperación. Anabel, la intrépida, la indomable, había sido arrebatada por un cruel giro del destino, y con ella, una parte del mundo de Ashley se había extinguido.

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