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La Capo De La Camorra

PROLOGO

Mía Saviano

Papá detiene el auto y suspira profundamente antes de salir. Abro mi puerta y lo sigo mientras lanza miradas en mi dirección con cientos de emociones que no puedo descifrar.

Nunca he sido buena en eso.

Miro el enorme galpón con murallas de ladrillos y con techos de metal, esperando por mí.

Los pasos de papá se hacen más lentos en una clara discordancia con la ansiedad que siento de llegar a mi destino.

Se detiene bruscamente antes de entrar al galpón y es cuando lo entiendo.

–Estás nervioso –declaro.

–Nervioso es un puto eufemismo –masculla.

–No tienes que estarlo. Es lo que quiero, lo que elegí.

–No sabes en lo que te estás metiendo –devuelve con sus ojos verdes claros, iguales a los míos, mirándome con un toque de pánico y miedo.

Dos estados que claramente puedo distinguir. Puedo oler el miedo. Sé que es raro, pero lo hago. Mi nariz es como la de un sabueso entrenado por la policía.

–Lo sé y no tienes que tener miedo.

–Leo debería…

–Leo eligió otro camino, papá –interrumpo–. Debes hacer las paces con ello.

Toma mi rostro entre sus manos. –Eres mi hermosa pequeñita y no puedo simplemente lanzarte a los leones.

–No es lo que estás haciendo. Estás respetando mi decisión.

–Eres una mujer, Mía, y los hombres no te respetarán.

–Lo harán –digo con decisión.

Papá me da un abrazo y luego deja un beso sobre la cima de mi cabeza antes de golpear la enorme puerta de metal.

Respiro profundamente cuando la puerta se abre y me recibe la visión de unos cincuenta hombres armados hasta los dientes.

–¿Qué es esto, Capo? –pregunta uno de los hombres más cercanos a la puerta–. Estamos esperando al heredero, a nuestro futuro Capo.

Papá me mira antes de dirigirse a sus hombres.

–Aquí está mi heredera y quién se hará cargo de la Camorra.

Todos los hombres comienzan a hablar entre ellos, algunos molestos y otros mofándose de la situación.

–¡Pero es una niña! –escucho que dice uno de ellos.

–Tengo catorce años y estoy lista –digo.

El silencio se propaga por el galpón y luego el mismo hombre que dijo que era una niña comienza a reír a carcajadas.

–Lo siento, mi Capo, pero nunca he dejado que una mujer me dé órdenes y no comenzaré ahora –suelta con repulsión–. Prefiero morir antes.

Papá se tensa a mi lado y sé que quiere matar al imbécil con más músculos que cerebro.

Tomo su mano y niego con la cabeza.

Hoy es el día de mi iniciación, debo demostrarles que estoy lista.

Saco la liga de mi muñeca y ato mi cabello en una cola de caballo alta.

–Demuéstrame que una niña como yo no tiene ninguna posibilidad con ustedes.

El imbécil se ríe. –Mi capo me matará si te toco un puto cabello.

–No lo hará –digo y miro a mi papá, quien asiente a regañadientes–. ¿O tienes miedo? –le pregunto con verdadera curiosidad–. Quizá no quieres avergonzarte en frente de tus colegas.

Se ríe y le entrega su arma al hombre a su lado, quien me mira con algo parecido al respeto brillando en sus ojos oscuros. Sé quién es. Es Ricardo Conti, hijo de un hijo de puta que vendía a su mujer a sus enemigos. Un hijo de puta que mi padre mató.

Y por eso y muchas cosas más me siento orgullosa de ser Mía Saviano, hija de Gabriele Saviano, el mejor Capo que ha tenido la Camorra, hasta hoy.

Lo admiro, sí, pero estoy ansiosa por ser mejor Capo para la Camorra que él.

–Solo llora si ya quieres que me detenga –dice con displicencia antes de acercarse a mí.

Idiota.

Lanza el primer golpe y es tan lento que retrocedo un paso y ya estoy fuera de su alcance.

–¿Estás seguro de eso? –pregunto.

Lanza otro golpe, pero de nuevo me muevo.

Levanto una ceja lo que hace que comience a gritar y a lanzarse contra mí. Sigo esquivándolo, francamente decepcionada, esperaba algo más de él. Creo que sus músculos seguramente son por esteroides y no por el trabajo duro.

Después de cinco minutos está sudando y gritando cientos de groserías en mi contra, furioso por las risas de sus colegas.

Harta me acerco y lanzo un golpe rápido a sus piernas, logrando que caiga sobre el duro cemento.

Se levanta y antes de darle otra oportunidad me lanzo sobre su cuerpo y enredo mis piernas en su cuello, lanzándolo al suelo nuevamente, pero esta vez cae de frente, besando el cemento.

–¿Ya tuviste suficiente? –pregunto–. ¿O prefieres que te siga avergonzando?

Masculla algo, pero no consigo entenderlo.

Presiono mi dedo en el costado de su cuello, sobre los nervios espinales y de inmediato comienza a gritar de dolor.

–Habla claro –ordeno.

–¡Tuve suficiente, tuve suficiente! –grita entre bramidos de dolor.

Cargo más mi dedo antes de soltarlo.

Eso le enseñará.

Cuando miro a los hombres de nuevo sé que hice lo correcto. Hay miedo en sus ojos. Miedo y respeto.

–Capo –dice uno de los más ancianos–. Pensábamos que era la iniciación de Leo y le trajimos un regalo para su primer asesinato, pero... ahora no sé qué hacer con el muchacho.

–¿Qué muchacho? –pregunta papá saciando mi curiosidad.

–Estaba en nuestro territorio –dice otro hombre antes de lanzar a un niño amarrado y con cinta adhesiva en su boca–. Es el hijo del Capo de la Bratva.

Miro a papá, quien mira al niño con curiosidad, seguramente preguntándose lo mismo que yo. ¿Qué mierda hacía el hijo del jefe de la mafia rusa en nuestro territorio cuando somos enemigos?

–¿Quién lo encontró y amarró? –pregunto.

–El chico estaba así cuando lo encontramos. Nuestros informantes nos dicen que el mismo Viktor Kozlov lo envió a nuestro territorio.

Me acerco al muchacho quien está claramente desnutrido, puedo ver sus huesos marcados bajo la sucia camiseta.

Tomo su cabello y lo levanto. Unos enormes ojos color azul hielo casi grises me miran con insolencia. Esperaba ver el terror bailando en sus pupilas, algo que siempre he encontrado reconfortante, pero eso no sucede.

Saco la cinta adhesiva de un tirón.

–¿Puedes entendernos?

La mitad de sus labios se elevan en una sonrisa siniestra. Odio sonreír, casi nunca lo hago porque encuentro que solo te hace ver débil, pero este chico logra todo lo contrario.

–Quieren matarme y hacer feliz a mi padre –masculla con un acento marcado–. Háganlo, hagan feliz a su puto enemigo y serán el hazmerreír de todos.

Levanto mi ceja. –Si quieres persuadirme usando psicología barata estás equivocado –digo sacando mi cortapluma de una de mis botas y enterrándola en el costado de su cuello.

Sus ojos se clavan en los míos sin miedo.

–Solo hazlo. Ya estoy cansado de toda esta mierda.

Nos miramos por lo que se siente una eternidad. Sé que es mi iniciación y sé que esperan que lo mate, pero algo me detiene y no sé qué es.

Quizá mi mano titubea porque este chico es menor que mi hermano.

O quizá es porque en sus ojos puedo ver todas las emociones que nunca he podido leer en los demás. Cansancio, dolor, ansias de venganza, ira y una profunda tristeza que invade sus pupilas.

Es como leer un libro.

Lo suelto antes de levantarme.

–Déjenlo libre –ordeno.

–Pero… –empieza uno de los soldados.

–No le haremos un favor a nuestro enemigo. Está decidido.

Papá asiente, respaldándome.

–Sabía que no tenías las agallas –dice el imbécil a quién acabo de darle una paliza–. Una mujer nunca tendrá las bolas para hacerse cargo de la Camorra.

Me acerco y antes de decir una palabra entierro mi cortapluma en su cuello, cortando la arteria carótida. Disfruto al ver como la sangre sale a borbotones de él antes de que vuelva a caer al suelo.

–Liberen al muchacho a unos cien kilómetros y limpien este desastre –ordeno antes de voltearme y ver el miedo en cada uno de los hombres presentes.

Es todo lo que quería ver.

Miro una última vez al muchacho quien me mira con una media sonrisa, claramente disfrutando del espectáculo que acabo de dar.

Por lo menos alguien se divirtió hoy, en cambio yo sigo aburrida.

–Vuelvan a sus funciones –agrego antes de salir del galpón.

Hoy comienza la nueva era de La Camorra.

Hermano es sinónimo de dolor en el culo, estoy segura.

Mía

Quince años después…

Reviso el correo con la información de las ventas que me acaba de enviar mi tía Francisca y la satisfacción recorre cada centímetro de mi pecho. En los últimos cinco años estas cifran solo han crecido.

Somos sin duda la organización criminal con más ventas de todo el puto mundo. Sobre todo ahora que añadimos a nuestros productos armas, servicios de piratería y drogas sintéticas, las cuales son muy solicitadas por los jóvenes.

Si ellos quieren llenar su cuerpo con basura no es mi problema, sobre todo si eso llena mis bolsillos.

La puerta se abre de golpe y respiro profundamente. Solo una persona en el mundo tiene las agallas para entrar así a mi oficina.

–¿Qué quieres ahora, Leo? –pregunto sin levantar la vista.

–Se supone que deberías estar atenta. Tus enemigos pueden entrar y acabar con tu vida.

Elevo mi ceja y lo miro. –Eso no pasará. Mis hombres no los dejarían entrar al edificio, y si lo hicieran, créeme que no pasarían del umbral de la puerta.

–Yo lo hice.

–Puedo oler tu caro perfume desde aquí, Leo. ¿Qué quieres? Estoy ocupada.

Sus ojos verdes iguales a los de papá y míos repasan mi oficina y se clavan en la Glock que tengo sobre mi escritorio.

–No deberías tener el arma a la vista. Eres un objetivo fácil de desarmar.

–No tiene balas, es solo una trampa –digo y me muevo para mostrarle el interior de mi pierna donde tengo un arsenal bastante completo.

–¿Cómo puedes caminar con eso? –pregunta divertido.

–¿Qué mierda quieres, Leo? Sabes que no deberías venir a este lugar.

Sonríe. –Ya no estoy en campaña. No tengo un grupo de periodistas detrás de cada uno de mis pasos como hace dos años.

–¿Y tu seguridad, senador? –pregunto con diversión–. Pensé que un senador de Estados Unidos tiene que estar siempre con un séquito de guardias detrás de su importante trasero.

–Tienes razón, lo hacen, pero no yo. Sé cuidarme solo –responde–. También fui entrenado por papá, ¿o no lo recuerdas?

–Lo recuerdo –digo ya ansiosa–. ¿Vas a decirme por qué estás aquí?

Se sienta frente a mí y me da una enorme sonrisa. –¿No puedo sencillamente venir a visitar a mi hermana y a mi mayor financista de campaña?

–Ni lo pienses –digo de inmediato cuando veo sus intenciones brillando en sus ojos como luciérnagas en una noche de verano–. No pasaré por eso de nuevo. Y ten por seguro que no pondrás el foco de la prensa sobre nuestra familia. Es malo para el negocio y lo sabes.

–Oh, vamos, hermanita, no nos fue tan mal la vez anterior. El tío Stefano supo usar sus empresas para que pareciéramos una familia emprendedora y con objetivos claros. Podemos hacerlo de nuevo.

–Tengo a la Bratva respirándome en el cuello.

–Lo solucionarás. Siempre lo haces –declara con convicción quitándole importancia a mis palabras.

–Ya eres el senador más joven de la historia de EEUU, ¿qué mierda quieres ahora?

En cuánto hago la pregunta y veo la sonrisa tirando de los labios de mi hermano, sé la respuesta.

–El negocio de nuestras vidas. Nada más ni nada menos.

Rápidamente busco en internet cuánto gana el presidente y levanto mi ceja.

–Es una puta broma, ¿verdad? Hacemos ese dinero cada cinco minutos.

Sus ojos se clavan en los míos. –No es por el dinero, es por el poder. Heredamos la ambición de nuestro padre y sabes que no me detendré hasta ser la cabeza del país que gobierna el mundo.

–Imagino que te refieres a la parte occidental del mundo. Si fuiste a clases de historia en esa universidad elitista que elegiste, ¿verdad?

–Sé que puedo cambiar las cosas. Haré que los asiáticos besen nuestros democráticos traseros.

–Pensé que había una edad mínima para ser presidente –digo todavía intentando no ceder a sus deseos, aunque sé que probablemente lo ayudaré como siempre hago.

Lanza un periódico sobre mi escritorio.

–¿Todavía imprimen de estos? –pregunto con curiosidad–. Pensé que todo el mundo leía en línea –agrego mientras leo la noticia de que los demócratas impulsaron una Ley para derogar el requisito de edad mínima–. Tu partido lo está haciendo por ti, ¿verdad?

–Sí –responde–. Saben que con esta cara y la labia que tengo podré convocar a todo el mundo. Demócratas y republicanos. Jóvenes y ancianos. Revolucionarios y conservadores.

–Sigo sin entender cómo alguien podría votar por ti. Con esa cara no engañas a nadie.

–Al parecer lo hago, hermanita. Recuerda que tengo la mayor votación en cuarenta años.

Suspiro cansada.

–Haz lo que quieras. Me rindo.

–¿Me financiarás?

–Si nuestro tío Stefano lava la cantidad necesaria de dinero con sus empresas, sí.

Se levanta y besa la cima de mi cabeza.

–Sabía que podía contar contigo.

–Sabes que me rindo fácil –contradigo–. Vete y déjame trabajar.

–Iré a decirle a Gaby las buenas noticias –dice contento.

–Dale un respiro a esa pobre chica –replico cuando ya está cerrando la puerta.

Gabriela es una de sus mejores amigas y actual secretaria. Afirma que le encanta trabajar para él, pero sé que Leo es agotador en el mejor de los días e insoportable en el peor de ellos.

Esa mujer debe tener la paciencia de una santa.

Mi celular suena y contesto al ver que se trata de Mike mi mano derecha.

–¿Sí?

–Otros dos hombres.

–Mierda –mascullo–. ¿Dónde?

–En la frontera con Canadá. Esta vez los picaron en docenas de pedazos.

–Se están poniendo cada vez más creativos –digo con la ira quemando en mi garganta–. ¿Hay una nota?

–Sí, lo mismo que las cinco veces anteriores. El nuevo Capo quiere una reunión contigo y en uno de los brazos de los muchachos escribió “¿a cuántos más debo matar para tener una reunión?”

–Están desesperados.

–Claramente –responde Mike–. Todos lo están. La Camorra, la ´Ndrangueta y Sinaloa trabajando juntos es un dolor en el culo para varios. Imbéciles –agrega con disgusto–. ¿Qué quieres hacer?

Me gustaría mandar al nuevo y desconocido Capo a la mierda, pero pienso en mi hermano y sé que no podré. Tengo que solucionar este problema con la Bratva si quiero que Leo tenga una campaña sin complicaciones.

–Me reuniré con él. Prepara un grupo, viajaremos a Vancouver.

Iré a reunirme con el nuevo Capo y lo mataré en cuanto tenga la primera oportunidad. No dejaré que nada ni nadie arruine los sueños de mi hermano.

Negocios y placer

Alek Ivanov

Entro a la oficina de mi padre y una mueca de disgusto se forma en mi rostro.

El lugar parece un antro de mala muerte en vez de la oficina del jefe de la Bratva.

De una patada arranco el tubo de metal instalado en mitad de la amplia habitación. Seguramente disfrutaba viendo bailar a mujeres desnudas mientras esnifaba unas líneas de cocaína.

Idiota. Todo el mundo sabe que no debes consumir de lo que vendes. Es malo para el negocio.

Y lo peor, pierdes el respeto de tus hombres.

El escritorio está lleno de manchas de Dios sabrá qué. Lo tomo y lo lanzo al suelo con tanta fuerza que se parte a la mitad.

Esto parece un prostíbulo.

En la pared donde están los libros y los caros adornos, que al viejo le gustaba comprar, hay ropa interior de mujer y una caja de condones sin abrir.

–¡Iván! –llamo a mi mano derecha.

–Jefe –dice con cuidado cuando ve el desastre.

–Quema este lugar –ordeno.

Camina unos pasos y sus ojos miran los adornos y las pinturas que deben costar una fortuna.

–Hay cosas de valor aquí –comienza, pero se detiene cuando le lanzo una mirada furiosa–. ¿Solo la oficina o toda la mansión?

–Toda la maldita casa –gruño antes de salir–. Lo quiero hecho hoy.

Camino hasta la camioneta que me regaló mi abuelo materno, que es un cacharro que se cae a pedazos, pero tiene un valor emocional para mí, y creo que por lo mismo me he negado a deshacerme de ella.

Mi abuelo la compró cuando Rusia era la Unión Soviética, trabajó dos años en una mina de carbón, sin ningún día de descanso, hasta que pudo comprársela. Y ni siquiera la compró nueva, tenía diez años de uso.

Abro la puerta y sonrío. Todavía huele a los puros que mi abuelo solía fumar.

– YA skuchayu po tebe –digo mientras aspiro el olor.

Te extraño, abuelo.

Lo único que cargué en mi camioneta son las pocas cosas de mamá que encontré tiradas en el sótano de la casa. No es mucho, pero es algo.

Tomo la foto de mamá embarazada de mí y la coloco dentro del bolsillo de mi chaqueta. No quiero separarme de ella. Es una de las pocas fotos que tengo y la necesito. Sobre todo ahora que comienzo a olvidar su rostro, el sonido de su risa y su reconfortante olor.

Quizá por eso extraño tanto a mi abuelo. Él solía hablarme de mamá todos los días, y sé que era difícil para él hablar de su única hija, la persona que más amaba en el mundo, cuando sabía que había tenido una muerte horrible y no estuvo ahí para protegerla.

Cuando ya estoy en la autopista mi celular suena. Decido contestar al ver que se trata de Iván.

–Jefe, Petrov me llamó y dice que Mía Saviano está en Vancouver y está tratando de localizarlo.

No puedo evitar sonreír. Por fin.

–Déjenla que me encuentre. Denle la dirección de mi departamento –ordeno antes de colgar.

Acelero con impaciencia. Por fin la tendré en mi territorio.

No tiene idea de lo que le espera.

*****

–Adelante –digo cuando escucho el golpeteo fuera de la oficina que tengo en mi departamento.

Andrei entra temblando y comienza a tartamudear.

–Mi mi jee...jefe –suelta por fin–. Mi… Mia Saviano… a… aquí.

–Déjala pasar sola –ordeno–. Que sus guardias esperen en la sala.

Asiente y suspiro agradecido cuando desaparece de mi vista.

–Estaré bien, Mike –dice una hermosa voz.

Escucho el repiqueteo de sus tacones chocando con mi suelo de madera y antes de prepararme Mía está en mi campo visual.

Sus ojos verdes, tal y como los recordaba se clavan en los míos, y su ceño se frunce.

–Tú –dice sorprendida.

–El mismo –digo y presiono un botón bajo mi escritorio que cierra las puertas de la oficina.

Su ceja se levanta. –¿Has impresionado a alguien con ese truco barato? –pregunta antes de sentarse frente a mí, luciendo como si fuera la puta ama del mundo y lo es.

Claro que lo es.

–Te sorprenderías –respondo con una sonrisa.

–Espero que me digas por qué tanto afán por esta reunión, señor Kozlov  –dice cruzándose de piernas, dejándome ver el interior de sus muslos desnudos, gracias a la abertura de su falda de cuero negro, lleno de armas.

–Alek Ivanov –gruño–. No vuelvas a llamarme Kozlov.

–Tu apellido me da lo mismo. Quiero saber por qué estoy aquí.

–Dilo.

–¿Perdón?

–Di mi nombre –ordeno.

Sus ojos se oscurecen antes de que su ceño se frunza.

–Alek Ivanov –devuelve y puedo sentir como su voz y obediencia encienden mi sangre–. Disfrutas dando órdenes.

–Y creo que tú disfrutas recibiéndolas –replico.

–En tus sueños –devuelve y coloca su pelo detrás de su oreja antes de volver sus ojos a los míos–. Tus hombres están aterrados de ti.

–Es lo que ocurre cuando matas al jefe anterior y a todos sus hombres de confianza delante de ellos. Te temen. Pero eso tú lo sabes bien. Estuve ahí cuando mataste al soldado de tu papá, ¿recuerdas?

–Lo recuerdo muy bien –declara–. El día que salvé tu vida.

Mis labios se levantan en una sonrisa. –Yo también lo recuerdo bien.

–Dime por qué estoy aquí –exige mientras saca un arma de su muslo y la apunta contra mi cabeza–. Y cuidado con lo que dices, Ivanov, quizá hoy sea el día en que tome tu vida.

Sin poder evitarlo suelto una carcajada. Me encanta esta mujer. Es lo que esperaba y más.

–Imagino que es lindo soñar, kukla.

–No me llames muñeca –masculla.

–¿Sabes ruso?

–Sé muchos idiomas, muñeco –devuelve–. Al grano o pondré una bala entre tus ojos.

Me endurezco de inmediato al escucharla amenazarme. Que delicia de mujer.

–Estoy buscando socios comerciales –digo mientras acomodo mi polla adolorida.

Su ceja se levanta. –¿Y qué te hace pensar que estoy dispuesta a negociar con la Bratva? –pregunta con desdén–. No tienen nada que me interese.

–No estoy tan seguro de eso –digo–. Ya tengo un trato con los Yakuza, los Kinahan y la Cosa Nostra.

–Interesante grupo de amigos –dice con cuidado–. Por lo general los japoneses, los irlandeses y los putos sicilianos no se llevan.

–Los nuevos jefes son mis amigos. Estudiamos en el mismo colegio en Francia.

Se cruza de brazos haciendo que sus pechos suban y me es imposible apartar la vista de ellos.

–La Triada y Los Yakuza son enemigos a muerte, no perderé a mi mejor socio comercial.

–Ming es mi amigo.

Sus ojos se abren cuando menciono el nombre del jefe de la mafia China.

–Todos lo somos –agrego–. Estamos trabajando en una nueva droga. Y necesitamos comprar los insumos y mi amigo Ming dice que ustedes tienen la mejor cocaína del mundo.

–La tenemos –dice recuperándose del impacto–. Envíame una propuesta formal y volveremos a reunirnos –pide mientras me entrega una tarjeta con sus datos personales.

Sonrío. –Estoy seguro que haremos negocios.

–Lo veremos –devuelve poniéndose de pie y dándome la espalda.

Mis ojos van a ese tentador trasero envuelto en cuero. Esta mujer es una puta fantasía hecha realidad.

–Nos veremos, Mía Saviano.

–Si vuelves a matar a otro de mis hombres reduciré esta ciudad a cenizas –declara antes de cerrar la puerta a su espalda, y sé que lo dice en serio.

Mía Saviano es todo lo que esperé y más.

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