...LEAN:...
— Elige una — Dijo mi madre, trayendo la lista nombres... Ni recordaba cuantas listas de señoritas de familias ricas y nobles había puesto sobre mi escritorio, como si eso me fuese de mucha ayuda.
Resoplé y la tomé con desdén.
— Jessica, Darla, Carolina... — Leí en voz alta, me cansé de nombrar y terminé leyendo en mi mente — Ninguna me suena.
— Tómate el tiempo de conocer aunque sea a dos.
— Es lo que he estado haciendo, hablar con innumerables mujeres durante un año y ninguna me agrada — Me froté los ojos, ya ni recordar la cantidad de bailes a los que había asistido, las reuniones que organizaba con cualquier excusa, invitando a muchas familias con aspirantes a esposas.
Mi problema no era la timidez, nunca lo fue, de hecho era muy bueno conversando con las damas, pero no me agradaban en lo absoluto. No es que estuviesen mal, es que no me causaban nada, ni una chispa de interés o algo carnal.
— Entonces elije una al azar, que sea bonita y educada, cásate.
— No voy hacer eso — Me levanté, obstinado, debido a mi problema, mi mal humor había aumentado — No con mi asunto — No me avergonzaba decírselo a mi madre, ella era la única a la que podía contarle, porque no se burlaba de mí y trataba de comprenderme.
— Tal vez cuando la veas desnuda la noche de bodas, puede que...
— He visto a muchas mujerzuelas desnudas y ninguna causó ningún efecto en mí — Me desaté la chaqueta y fui por un trago.
Esperaba no volver a caer en la bebida y el juego.
La primera vez que lo intenté había sido algo tan bochornoso, la mujerzuela se había burlado de mí debido a que amigo no despertaba, la desgraciada había hecho sentirme tan inseguro que salí corriendo y terminé llorando en una esquina. En ese instante tenía dieciocho y ahora con veintisiete, la situación no había cambiado.
Me cansé de frecuentar los club, queriendo perder mi castidad con cualquier mujerzuela como todos los jóvenes nobles, pero ninguna había logrado despertarme, estaba muerto por dentro, ni las caricias, ni los besos y vaya que había besado a muchas de las mujerzuelas.
Por eso evité el matrimonio a toda costa y también tratar con señoritas, pero eso provocó habladurías a mis espaldas, mi querido cuñado no era el único que especulaba que tenía gustos hacia los hombres, cosa que estaba lejos de ser real. Los hombres causaban el mismo efecto que las mujeres. Si hubiese tenido gustos por ellos, no me avergonzaría tanto.
— Esto requiere un poco de paciencia, pero tal vez es porque ninguna mujer te ha gustado, hay hombres que simplemente no tienen esos impulsos si no sienten nada — Dijo mi madre, queriendo consolarme.
— ¿Cómo cuáles? — Bebí un sorbo de mi whisky.
— Ah... No he conocido, pero deben haber muchos casos.
— Claro — Gruñí con sarcasmo — Estoy eunuco.
— No digas eso — Me regañó, acercándose, tomó el vaso de mi mano y lo colocó sobre la vitrina — No te vuelvas un borracho por eso... Tal vez si te ve un doctor.
— No — Corté y frunció el ceño — Si se llega a saber de esto, seré la burla de todo el mundo y mi honor quedará por el suelo, mi masculinidad se cuestionará y la tarea de encontrar esposa se volverá mucho más que imposible.
— Conseguiré unos afrodisíacos, de los curanderos — Me consoló y puse los ojos en blanco.
— Tendrás que pedir el más fuerte para revivir este muerto — Me reí de mi mismo.
— Mi niño, te prometo que pronto quedará solucionado — Posó su mano en mi mejilla y luego me dió un pequeño abrazo — Además, todavía te queda tiempo para conseguir esposa, Dorian se casó a los treinta y cinco.
— No me estés comparando con ese ser, no es un ejemplo, se casó porque me amenazó con matarme.
Puso los ojos en blanco.
...****************...
Eleana estaba de visita con mis sobrinos, los tres hacían destrozos en el salón mientras yo trataba de conversar con ella, pero con esos pequeños traviesos tocando las cosas era casi imposible.
Mi madre estaba jugando con ellos.
Lo que si me agradaba es que la casa se llenaba de muchos ruidos y se sentía agradable, cuando no estaban era silenciosa y solitaria.
No era muy frecuente, sino recibía la visita de Eleana, recibía la de Emiliana, quien también tenía una niña idéntica a ella, llamada Silvina.
Corrí hacia Daimon cuando trató de tomar un carbón caliente de la chimenea.
Lo cargué y le dí una vuelta para llevarlo Fon mi madre.
— Acabo de salvar a este travieso de quemarse las manos — Dije a Eleana y ella puso los ojos como platos, tomando al pequeño de mis brazos.
— Ay no, es demasiado tremendo, gracias por hacerlo.
— No debería sorprende, son iguales a su padre — Dije y ella se rió.
— Eso es muy cierto.
—Por cierto ¿Por qué no está aquí molestando con su fanfarrona presencia?
Eleana colocó al pequeño sobre la alfombra donde estaban los juguetes.
Daimon tomó un caballo de madera y se lo llevó a la boca para morder y llenar de saliva su cabeza.
— Hoy llega el barco de O'Brian y Roguina.
Aún no podía creerlo, cuando Eleana llegó de aquel viaje a Hilaria, trajo una historia casi increíble. Resulta que el malvado hermano de la reina se había vuelto un hombre de bien y no solo eso, también se había casado.
Genial, hasta él tenía más suerte que yo.
No tenía nada en su contra, me sacó de aquel calabazo.
Lo más increíble de la historia era que Dorian se había vuelto amigo de O'Brian, los sujetos más peligrosos de Floris y los que más se odiaban ahora se querían y eran panes de Dios, no tanto así, Dorian seguía siendo un lunático, pero su nombre ya no se escuchaba como cuento de terror.
— Como buen amigo fue a recibirlos.
— Lo hizo porque yo se lo pedí — Dijo ella, no había otra persona que doblegara a Dorian, solo mi hermanita.
— Así que la familia creció mucho más en ese viaje.
— Si, seré madrina de una de sus pequeñas, en la carta que me envió hace meses decía que tuvo gemelas, una de ellas nació como O'Brian y es la que quiero como mi ahijada — Dijo con emoción, como pasaba el tiempo, mis hermanas eran mujeres casadas y eran madres, lo días de jugar y entrenar con ellas se habían acabado.
— Ya veo que se han hecho muy buenas amigas, hasta conseguiste una ahijada.
— Eso me recuerda que serás el padrino de Diamon — Le sacó el juguete de la boca a mi futuro ahijado y el niño empezó a llorar, ella lo regañó, la abuela intervino, cargando al pequeño, pero los otros dos empezaron a llorar de celos.
— No, mejor busca a otras personas, necesito estar casado para eso.
— Esperamos a que te cases — Se encogió de hombros, como si fuese tan sencillo.
— Cuando me case, Diamon ya será un adulto y yo estaré encorvado.
Se rió — Si eres exagerado.
— No soy exagerado, soy realista.
— ¿Tan mal te va?
Mi hermana no sabía de mi gran defecto. Tal vez en mi otra vida fui un promiscuo libertino y mujeriego, porque semejante problema debía ser un castigo.
— Quiero sentir aunque sea atracción por mi esposa, no deseo casarme por conveniencia y sin sentir absolutamente nada.
Sonrió — Eres tan tierno.
— Gracias, hermana.
— Estoy segura de que encontrarás una señorita que te haga sentir todo tipo de emociones.
— Eso espero.
Estaba por aceptar las innumerables invitaciones del Rey Adrián, aunque fuesen extrañas, muchas incluían cenas demasiado reservadas para un simple conde. Asistir me traería mucho más prestigio, pero el rey era un hombre sumamente afeminado, con esa esposa que tuvo quien no cambiaría de gustos.
Era sumamente incómodo para mí, ya que no tenía ese tipo de apetencias, por eso no había asistido a ninguna de esas invitaciones.
Tal vez había alguna mujer de prestigio esperando ser tomaba en cuenta en una de las celebraciones del rey.
Lo usaría como última opción.
...****************...
Al día siguiente fui interrumpido mientras trabajaba en mi estudio, Dorian ni siquiera se molestó en llamar a la puerta, entró como perro por su casa, pero eso ya era costumbre en él.
Se sentó sin permiso en uno de sus sillones.
— ¿Qué haces aquí? — Gruñí, sin dejar de escribir con mi pluma, estaba calculando los gastos del último mes.
— Vine a solucionar tu ardua búsqueda.
— ¿Si es otro de tus chistes de ser amante del rey, pierdes tu tiempo? — Detuve la pluma y lo observé.
— No haría gracia si lo repito — Se pasó una mano por su largo cabello, inclinándose sobre el asiento, poniendo sus botas mugrosas sobre el escritorio, cerca de mis papeles.
Tragué con fuerza para no perder la paciencia.
— Habla y lárgate.
— Tu sequía te está poniendo de muy mal humor.
— ¿Mi sequía? — Arqueé las cejas.
— Lo tuyo ya no es verano, es una sequía.
Empujé sus botas cuando comprendí el sentido de sus palabras.
Se rió, bajando sus piernas.
— Largo de aquí.
— Hablando en serio, tengo una idea que te encantará.
— Ve al grano — Renuncié a seguir con las cuentas, dejando la pluma en el tintero.
— La esposa de O'Brian, vino con una amiga...
— ¡Cierra la boca! — Gruñí, harto.
— Escucha por favor — Enseñó sus palmas — La observé en el puerto y no está nada mal, rubia, ojos azul claro, con el rostro un poco inocente, pero es perfecta para ti.
— ¿Por qué razón querrías estar vendiendo a la amiga de esa tal esposa de O'Brian? Nunca has sido del tipo caritativo.
— Ayudé a O'Brian en una misión en Hilaria y él me lo debe, así que como no tiene hermanas, me pagará el favor, ayudando a que esa señorita y tu se encuentren.
— Vaya, no me sorprende que dos hombres de dudosa reputación hayan planeado algo tan bajo... Tu siempre tiendes a cobrar deudas forzando a pobres señoritas inocentes a casarse.
— No es una mala idea, la señorita sería una excelente esposa para ti, casi que tiene tu misma personalidad.
— ¿Y esa señorita sabe que está siendo objeto de un estúpido plan de dos hombres que no tienen más oficio que colmar paciencias?
— No, pero no vamos a ponerle una espada en la garganta para obligarla a casarse contigo — Dijo, despreocupado y estreché mis ojos — Acepto que lo hice contigo, pero es que no quisiste entregarme a Eleana por las buenas.
— No necesito tu ayuda, ni la de tu nuevo compinche.
— Solo quiero hacerte las cosas más fáciles, además, el encuentro debe ser cuanto antes, la señorita planea meterse en un convento y si lo hace la perderás.
Muchas veces pensé en dejar mi título para meterme a sacerdote, pero fue en un momento de desesperación. Ser sacerdote no era lo mío.
— ¿Cómo voy a perder a alguien que ni siquiera conozco? Si quiere ser monja, déjenla hacerlo y no le arruinen la vida.
— Al menos aceptas que eres como un granito en el trasero y que soportar tu mal humor como esposo debe ser una tortura, pero tal vez esa chica te mueva el suelo.
— No me interesa conocer a ese señorita y mucho menos que le cambien los planes por una maldita deuda — Volví la atención a mi libreta — ¿Si ya terminaste puedes irte?
— Es muy tarde, ya empecé a mover influencias para que no la acepten en ningún convento.
— ¿Qué? — Me sobresalté.
— Es solo para demostrarte, que muy en el fondo me agradas.
— No voy a formar parte de un plan en contra de una chica desafortunada que tuvo la mala suerte de cruzarse con O'Brian y contigo.
— Ya está en proceso y me lo agradecerás — Se levantó.
— ¿Eleana sabe de todo esto?
— No y si le cuentas le diré que fuiste tú quien pidió mi ayuda.
— ¡Maldito infeliz!
— De nada — Sonrió y se marchó antes de que pudiera aventarle el tintero.
Ese esfuerzo sería inútil, yo iba a formar parte de ningún plan descabellado y menos arruinarle la vida a esa desconocida, era preferible ser monja que terminar casada con un hombre que no sentía absolutamente nada ante las mujeres.
...MARTA:...
Cuando llegamos al puerto, el tal Duque Dorian estaba allí, era un hombre muy hermoso, con piel blanca como porcelana, cabello largo y brillante. Tan impresionante que me sentí como algo muy indefenso, aunque eso siempre solía pasarme con todos los hombres.
— No te moriste — Suspiró aburrido al ver al esposo de mi amiga ¿Qué clase de amigo era ese? Roguina puso los ojos en blanco, como si estuviese acostumbrado a aquel trato tan cruel, pero a la vez parecía divertirle a ambos.
— Vaya, vaya, me sorprende que vengas hasta acá a recibirme, eso significa que soy mucho más importante que tú.
El duque resopló — Ni te creas tanto, solo quería ver si había noticias de un pasajero faltante, alguien que se hubiese tirado a la borda.
O'Brian respondió con un gruñido bajo.
El Señor Robert sostenía las pequeñas, pero la sirvienta que acompañaba al duque se aproximó y le ayudó con una, ambos sujetos se dieron miradas extrañas.
Me presentaron y dudé un poco de tomar la mano de aquel hombre tan intimidante, pero sonreí forzadamente y lo hice, murmurando mi nombre, después de eso alquilamos un carruaje, ya que el duque solo había traído uno y era de su uso.
Les dí la dirección de mis tíos para que me dejaran de camino allá. Yo no conocía Floris, pero había obtenido esa dirección gracias a mi madre, preguntándole como si sintiera curiosidad.
¿Qué estaba pensando ella de aquel escape? Era una pena, mi madre no era un problema, era cariñosa y atenta, aunque no estaba de acuerdo con que fuese monja, me seguí tratando con amabilidad, excepto una vez le había hecho un comentario sobre la extraña forma en que me observaba mi padre y cambio había recibido una bofetada. Me advirtió que dejara los inventos, que un hombre como mi padre jamás haría algo así.
Desde ese instante supe que no tenía su apoyo y su comprensión.
— Cuando puedas me envías una carta, te mandaré la dirección de nuestro nuevo hogar para que nos visites, tardarás un poco, ya que cuando entres al convento no te dejarán salir por un tiempo— Dijo Roguina, cuando se detuvo el carruaje frente un camino recto que llevaba a una casa de dos pisos.
— Muchas gracias, amiga, jamás olvidaré esto — Posé mi mano en la suya — Te debo mucho.
— No es nada, los amigos se apoyan — Sonrió.
Observé a O'Brian — Adiós, Señor O'Brian, espero que tenga éxito en Floris.
Inclinó su cabeza — Muchas gracias, yo espero que tengas suerte y te vaya bien en el convento.
Tomé las valijas y bajé del carruaje.
El carruaje se marchó y suspiré pesadamente, sosteniendo mi sombrero sobre mi cabeza ante el viento fuerte.
Floris era muy frío y los árboles soltaban sus hojas.
Estaba conociendo el otoño y era hermoso, me gustaba mucho mi nuevo reino. Solté una sonrisa optimista y avancé por el camino, subí la casa de aquella casa de campo, dejé una de mis valijas en el suelo para tocar la puerta, después de tres golpes, se abrió.
Revelando a una señora de vestido gris con botones hasta el cuello y un moño desarreglado.
Me dió una mirada de pies a cabeza, con el ceño fruncido.
— ¿Quién eres tú?
— Soy Marta Ladino, la sobrina de Adolfo Ladino.
Su expresión cambió por sorpresa.
— Ah, la sobrina.
— Así es — Extendí mi mano — Mucho gusto, señora.
No tomó mi mano, en cambio observó mis pertenencias.
— ¿Piensas quedarte aquí?
Mis ánimos decayeron.
— Solo será hasta que me acepten en uno de los conventos.
Planeaba que ellos me dijeran donde quedaban.
— ¿Le avisaste a tu tío que vendrías? — Preguntó, sin darme la bienvenida, ni dejarme entrar, apoyando su peso en el marco de la puerta.
— No, no le avisé, es que no me dió tiempo...
— ¿Traes piezas para pagar tu estadía? — Se cruzó de brazos.
Me desconcerté — ¿Piezas?
— Exacto, no voy a darte techo y comida gratis.
— ¿Dónde está mi tío? Tengo que hablar con él — Dije, con un tono más serio.
— Está de viaje, tratando de encontrar fuentes de dinero, llegaste en muy mal momento, niña — Dijo, con expresión insensible — Estamos pasando por una mala racha.
— ¿En serio?
— ¿En qué mundo vives? — Escupió y tensé mis hombros — Tu madre se olvidó de su hermano, viviendo con comodidades mientras nosotros sufrimos.
— Lo siento yo...
— Paga tu estadía, sino vete por donde viniste — Gruñó la doña, extendiendo su palma — ¿No tienes piezas? ¿Cómo llegaste hasta aquí? — Bajó su mano cuando no me moví — Claro, entiendo, como eres hija de papá y mamá pretendes que te mantenga y te sirva como si tuvieras corona... No voy a mantener a otra vaga.
— No... No pretendo...
— Lárgate, no estoy de humor, no he desayunado y pretendes que te dé estadía y comida sin pagar por ello — Volvió adentro, sin dejarme hablar cuando cerró de un portazo.
Me quedé sin asimilar nada.
Vieja a amargada, mi tío no estaría de acuerdo con eso.
No tenía muchas piezas, las tenía destinadas para el alquiler de un carruaje para poder trasladarme, ya le debía demasiado a Roguina para pedirle más.
Necesitaba encontrarla para que me diera estadía, por lo menos hasta que marchara al convento.
Tomé mis valijas y volví al camino.
Observé a ambos lados, todo estaba tan solitario y silencioso.
Ya ni se divisaba el carruaje y había una división más allá.
¿Cómo iba a saber a donde ir?
Decidí regresar al puerto, tal vez podría preguntar a cualquier persona sobre como hallar el convento, con suerte me internaría ese mismo día sin necesidad de quedarme a dormir en alguna posada.
Caminé de vuelta al puerto, por lo menos volver allí era sencillo, aunque estaba un poco lejos y el camino estaba solo.
Me daba un poco de temor, mi único consuelo era la daga escondida en mi muslo, para emergencias.
Duré como veinte minutos caminando, con pasos tan rápidos, que me dolieron las piernas.
Los cacos de unos caballos se escucharon y también las ruedas de un carruaje.
Apuré el paso cuando me percaté de que se disminuía la velocidad.
— ¡Oiga! — Gritó alguien desde adentro del carruaje, no me detuve — ¡Señorita, espere!
Me detuve y observé por encima de mi hombro. Había un hombre con la cabeza sacada por la ventana del carruaje, sonriendo amablemente y apreté la haza de mis valijas.
— ¿A dónde va tan sola?
No respondí.
— ¡Yo puedo llevarla, este camino es peligroso! — Se ofreció, pero no sentí la confianza de avanzar a la puerta que abrió para mí.
— No gracias.
— Oh, vamos, usted no debería caminar sola ¿Va al puerto? Puedo dejarla de pasada — Dijo el sujeto de barba.
Observé el camino, demasiado solo, solo los árboles susurrando contra el viento.
Tal vez no tenga malas intenciones, no podía tachar a todos de ser igual.
Me giré y caminé hacia la puerta, me tendió la mano para ayudarme a subir, pero no la tomé y entré en ese carruaje.
En seguida me arrepentí, había dos hombres más allí y posaron sus ojos en mí. Eran fornidos, como los guardaespaldas que trabajan para los padres de Daila y el pánico me hizo mantenerme alerta.
El carruaje empezó moverse.
— ¿Usted no es de por aquí verdad? — Preguntó ese sujeto de la barba, muy bien vestido.
No respondí.
Se rió ante mi silencio — Comprendo, no tiene que darle explicaciones a un desconocido, solo quería pasar el tiempo conversando con una hermosa dama.
La sensación de asco que era familiar me recorrió, la forma en que me observaba aquel hombre, como mi padre.
Los dos fornidos se observaron.
No insistió en seguir hablando y el carruaje siguió moviéndose, hasta que se desvió hacia un camino distinto al puerto y empecé a asustarme, bajé mi mano a mi falda y hurgue sin que me vieran, tomando la daga.
Sabía defenderme un poco, a menudo observaba los entrenamientos de O'Brian, con la esperanza de aprender algo de eso. Roguina me invitaba a entrenar con ellos y aprendí gracias a eso.
Aunque tenía la esperanza de no estar obligada a usarlas.
— ¿No se dirigía al puerto?
El hombre sacó un pañuelo de su bolsillo.
— Estamos cazando chicas hermosas — Explicó y fruncí el ceño.
— ¿Qué?
El corazón empezó a saltarme y el miedo me invadió.
— Jefe, por ella pagarán mucho, es muy hermosa — Dijo uno de los grandotes.
Aferré mis dedos a la daga escondida entre mis faldas.
Antes de que pudiera salir ese hombre se me echó encima, dirigiendo el trapo a mi rostro.
Elevé mi daga de forma impulsiva, encajando hasta el mango en debajo en su costado.
El hombre gritó, cayendo sobre el asiento.
— ¡Maldita desgraciada, se encargan de ella ahora mismo! — Gritó en medio del dolor.
Observé la puerta y traté de abrirla. Roguina me había contado que para escapar se había aventado de un carruaje en movimiento, yo estaba apunto de hacer lo mismo.
No tuve oportunidad, lancé patadas y manotazos cuando me tomaron de la cintura.
Golpeé a uno en el rostro con el codo y también le pinché los ojos al otro.
Maldijeron y gritaron, mientras el tercero agonizaba por la apuñalada.
Eran hombres y eran más fuertes, me sostuvieron de manos y piernas, mientras que sacaban otro pañuelo y lo estampaban contra mi nariz y mi boca.
Me sacudí, ahogándome en el fuerte olor del sedante.
...****************...
Desperté en una habitación extraña, sobre una cama que olía a humedad.
Me levanté, con un dolor horrible en la cabeza, asustada por lo que había sucedido, recordé en unos segundos lo que me habían hecho y me levanté a prisa de aquella cama.
La habitación no tenía ventanas, solo antorchas y una puerta de hierro.
Empecé a llorar y luego sollocé.
Había huido a Floris para tener una vida de paz, para cumplir mi sueño, pero el mundo me seguía demostrando que no había espacio para ilusiones. La realidad me había golpeado de nuevo, enseñándome la maldad de los hombres por segunda vez.
¿Qué iban a hacerme?
Intenté hallar algo puntiagudo para defenderme, pero la puerta se abrió y unas mujeres con trajes exhibicionistas y maquillaje exagerado entraron en grupo.
Había un fornido detrás de ella, cruzando sus brazos cuando se aproximaron a mí.
Le dí un puñetazo a la primera y las otras retrocedieron asustadas cuando cayó al suelo.
— ¡Déjenme ir! — Grité, elevando mis puños cuando trataron de acercarse — ¡Malditos! ¿Dónde estoy? ¿Qué quieren conmigo?
El fornido se acercó y sacó una espada de su cinturón.
— Deja el maldito problema o voy a cortarte la garganta, ya me enteré que mataste a uno de los jefes y si no quieres que les pida que te sostengan para saciarme contigo, mejor coopera.
El hombre me observó de la misma forma que mi padre.
Derramé lágrimas de pánico mientras bajaba la guardia, jamás podría contra un hombre tan musculoso, abusaría de mí.
— Tranquila, solo vamos a vestirte para el evento — Dijo una de las mujeres, acercándose.
— ¿Qué evento? ¿Qué quieren de mí?
— Sin preguntas — Gruñó el fornido, alejándose a la puerta para apoyarse en ella.
— Desnúdate — Pidió otra, con una ropa extraña colgando de su brazo.
— ¿Qué? — Jadeé, temblando mucho más — ¿Qué van hacerme?
— Deja las malditas preguntas o voy a usarte antes de que te vendan.
¿Venderme? Derramé lágrimas silenciosas mientras me quitaba los botones del vestido. Ese horrible sujeto no se marchó, sino que se quedó a observar como me desvestían.
Quedé desnuda, muerta del pánico y la humillación y empezaron a colocarme dos prendas, tan cortas y pequeñas que solo alcanzaban a cubrir mis senos y mis partes privadas.
De encajes negros y con perlas incrustadas.
Me peinaron, dejando el cabello suelto, adornado con una diadema plateada.
El maquillaje era el mismo que llevaban ellas.
— Ya está lista — Dijo una de las ellas.
Estaba en shock, así que no podía retener sus apariencias.
El hombre avanzó y quise retroceder, asustada, pensando en lo peor que iba hacerme.
— No llores, si estropeas el maquillaje te cortaré una oreja, creeme te va a ir peor si nadie te compra — Tomó mi brazo, presionando tan fuerte que gemí de dolor.
Me sacó a la fuerza de aquel lugar, llevándome a un pasillo a rastras.
Había otras chicas caminando adelante de mí y con las mismas expresiones aterradas.
Estaba descalza así que sentía el frío del suelo.
Me guiaron por unas escaleras hasta que llegamos otro pasillo más decente.
Cuando cruzamos una puerta la música me golpeó los oídos.
Había muchos hombres enmascarados, bebiendo y tocando a las mujeres que bailaban para él en el salón de aquella extraña casa.
Los silbidos y palabras obscenas me siguieron, me sacudí contra el agarre cuando la multitud de hombres se acercaron.
— ¡Nada de tocar antes de la subasta! — Gritó el fornido, haciendo que me tropezara cerca de un hombre alto y fornido.
Sus ojos verdes se clavaron en mí a través de la máscara negra con bordes dorados que llevaba puesta.
Me guiaron al frente, obligando a formar fila con otras chicas, que eran como quince.
Todas amenazadas por los hombres fornidos.
¿Qué era aquel lugar? ¿Qué era aquella perversión?
Me percaté de que había caído en el mundo de los hombres más pervertidos o rastreros.
Todos nos observaban como depredadores.
Supe en ese momento que iban a subastarme como a un objeto,reprimí el gesto de caer de rodillas para sollozar y suplicar.
...LEAN:...
En la tarde recibí a otro inoportuno, se trataba de Alber, el primo de Sebastian. Teníamos una amistad reciente gracias a los negocios que nos unían, pero eso no significaba que lo toleraba, de hecho últimamente no toleraba a casi nadie.
Lo hice pasar al salón, pero se negó a tomar asiento cuando se lo ofrecí.
— Vine a invitarte a una celebración — Dijo, con una sonrisa abierta.
— ¿Cuándo?
— Hoy en la noche.
— No gracias, tengo trabajo — Corté y resopló.
— Todos los días trabajas. No refutes de mi invitación tan rápido.
— Soy un hombre de negocios, estoy tratando de dejar mis arcas repletas para cuando tenga herederos, no ando de fiesta en fiesta, desperdiciando la fortuna de mis padres — Le dí una directa.
— ¡Auch! Eres muy ácido — Hice un gesto de dolor fingido — Te mereces divertirte, una noche que te distraigas no te llevará a la quiebra.
— Pero puede ser el inicio de una vida llena de vicios.
— Eso depende de ti — Se encogió de hombros — Será una fiesta de disfraces — Hizo un gesto de emoción.
— ¿Dónde es? ¿Quién es el anfitrión?
— No los conoces, es por aquí cerca, nos tomará como dos horas llegar.
Fruncí el ceño.
— No voy a ir a una celebración sin invitación.
— Las tengo justo aquí — Palmeó el bolsillo de su chaqueta, de hecho tenía una máscara de terciopelo verde colgando de su cuello.
— Enséñame — Extendí mi mano.
— No seas desconfiado, vamos, debes ir a alistarte o se te hará tarde.
— Algo me dice que esa celebración no es del todo aristócrata — Estreché mis ojos.
— Habrá una subasta — Me ignoró por completo.
— No me interesa comprar cosas que no voy a utilizar.
— Te aseguro que éstas son cosas que si vas a utilizar y de mucho valor — Me dió una palmada en el hombro — Anímate, conde.
— De acuerdo — Acepté para que dejara de fastidio.
Decidió esperarme en el vestíbulo mientras yo me dirigía a mi habitación, me cambié rápidamente, colocándome un traje de color negro, con pañuelo blanco atado al cuello y botas pulidas.
Tomé una máscara que había usado de una celebración pasada y salí de la habitación.
— ¿A dónde vas? — Preguntó mi madre, quién estaba en el pasillo.
— Alber me invitó a una celebración.
— ¿Una celebración? No he oído de que hubiera una programada para hoy — Se cruzó de brazos y me encogí de hombros.
— Iré a ver de que se trata.
— Ten cuidado, puede ser de esos eventos de baja reputación y no quiero que caigas en habladurías.
— Claro, madre, lo tomaré en cuenta, estaré precavido.
Asintió con la cabeza y bajé al vestíbulo.
— ¿Ya estás listo?
— No, me faltan las piezas.
— ¿No qué no ibas a comprar?
— Solo es por si me convenzo — Me marché al vestíbulo y saqué un saco pesado de mi cajón.
Si había una subasta entonces serían objetos de mucho valor, llevaría cien piezas de oro.
La guardé en el bolsillo oculto de mi chaqueta y salí junto a Alber hacia su carruaje.
...****************...
Tomamos un camino cerca de la parte oeste de la región, desviándonos de la costa hasta una propiedad privada.
— Ponte la máscara — Me ordenó Alber.
— ¿Por qué debo hacerlo ahora?
— Solo hazlo.
— Eso me dice todo, no quieres que nos reconozcan porque no es un evento respetable — Dije, enojado con él por ocultarlo.
— No te arrepentirás.
— Ya me arrepentí — Gruñí, ni modo ya estábamos allí y no traje ni un caballo para marcharme sin Alber, conociendo a ese bastardo, no iba a devolverse.
Me até la máscara al rostro y bajamos del carruaje.
Quedé convencido cuando observé a dos sujeto enormes con pinta de criminales, custodiando el portón que llevaba a una casa.
Uno de ellos tenía los ojos rojos, como si estuve dopado o alguien se los hubiese pinchado.
Alber le entregó las supuestas invitaciones y me percaté de que eran pases como los que se entregaban en los clubes de caballeros. Maldije entre dientes, iba a matar a ese cabron.
Nos dejaron entrar después de revisar que no lleváramos armas.
Avanzamos por el camino de piedra hasta la entrada, donde se escuchaba la música de mal gusto y las risas masculinas junto con las femeninas.
Entramos en un gran salón y supe que estaba en un maldito burdel.
Solo los hombres llevaban máscaras y las mujeres iban semi desnudas entregando bebidas y bailando para los hombres.
Incluso había muchas desnudas, sentadas en los regazos de hombres mayores.
El olor a opio me llegó a la nariz.
Tomé a Alber del brazo y lo llevé a una esquina.
— ¡Voy a matarte! — Le gruñí.
— ¡Relájate, es un evento para hombres ricos! — Sonrió como idiota y lo tomé del pañuelo del cuello.
— ¡Te juro que si alguien me reconoce, te voy a cortar las bolas, maldito cabrón! — Lo amenacé y palideció.
— Tranquilo, nadie nos reconocerá.
— ¡No me gusta nada este maldito sitio, yo mejor me voy!
Lo solté y caminé entre la multitud para poder llegar a la salida cuando me percaté de un grupo de chicas que estaban siendo obligadas a caminar por otros matones.
Me acerqué para observar de cerca, las pobres parecían asustadas y esas prendas apenas alcanzaban a cubrir sus partes privadas.
La última era la que más se resistía, pasó tan cerca que tropezó conmigo.
Elevó su mirada para observar.
Era una criatura tan hermosa y tan aterrada. Sus ojos color celestes me hipnotizaron por unos segundos.
Tenía el cabello rubio y el rostro delicado.
Estaba aterrada.
La seguí con mirada, su cuerpo era delgado, pero con músculos firmes que le hacían verse fuerte.
El traje que llevaba puesto era negro con perlas adornando.
Me abrí paso entre la multitud se asquerosos viejos, ya que a pesar de llevar máscaras podía verse que en su mayoría eran hombres mayores.
Las colocaron en fila frente a la multitud y la música se detuvo.
Muchos se lamían los labios, viajando ojos lujuriosos por las señoritas que temblaban y contenían las lágrimas.
Maldito Alber.
— Elige una — Escuché su voz a mi lado y lo observé de reojo, con tanta furia, lo iba a estrangular, sería el primer hombre a quien le diera muerte.
— ¿Cómo te atreves a traerme aquí? Esto es un delito grave — Escupí entre dientes para que solo él me escuchara.
— Ay, siempre lo hacen, bueno es lo que he escuchado.
— Un hombre respetable como yo no debería estar aquí — Gruñí — Hay de ti si me reconocen.
— No eres el único noble, estoy seguro de que hay muchos aristócratas en éste salón — Dijo, como si fuese un consuelo.
— Mi madre ma va a matar.
— Nadie lo sabrá.
— ¡Cállate!
Un hombre de ropas finas que parecía un aristócratas se colocó al frente de la fila de chicas y supe a simple vista que era un proxeneta.
— ¡Bienvenidos, señores, como cada viernes, estamos reunidos aquí para la subasta de vírgenes! — Anunció y tragué el nudo que sentí en la garganta — ¡Los mejores postores se ganarán a éstas quince hermosas chicas y su virginidad serán suyas para hacerles lo que deseen por toda la noche! — Sonrió como un maldito demonio y apreté mis puños cuando los caballeros afirmaron exitados — ¡Demos comienzo para la subasta! — Comenzó desde la derecha, caminando hacia la primera chica, colocando su en su espalda — ¿Cuánto por la morena?
Las ofertas empezaron, los malditos invitados se peleaban por ofrecer su cifra. Era tan repugnante, tan asqueroso, el maldito contaba cuando llegaba la cantidad más alta.
— ¡Vendida!
La pobre chica soltó un grito cuando un hombre canoso salió de la multitud, pagando al proxeneta antes de echarla sobre su hombro y alejarse.
Las demás chicas lloraban en silencio ante los salvajes.
Alber dejaría de ser mi amigo, eso era seguro.
No podía soportar aquella situación tan degradante.
Todas las chicas gritaban cuando le mejor postor las arrastraban hacia las habitaciones.
Hasta que solo faltaban dos chicas.
La más aterrada era la última, sin duda la más hermosa a mi parecer. Trataba de cubrir su cuerpo ante las miradas de los asquerosos.
No, no podía permitir que siguieran los abusos, no podía salvarlas a todas, pero no iba quedarme de brazos cruzados viendo como le arruinaban la existencia.
Era claro que las habían tomado a la fuerza de alguna parte.
La pelirroja fue vendida y solo quedaba esa chica.
— ¡La más hermosa de la noche! — Gritó el desgraciado, tocándole la mejilla y ella se sacudió, soltando un gruñido — ¡Espero que suelten cifras más grandes, ella es sin duda la virgen más deseada de todas, es toda una fiera!
Empezaron las cifras, esperé hasta la tercera y levanté mi brazo.
— ¡Sesenta piezas de oro! — Grité y el anfitrión alzó sus cejas.
Todos los demás postores se callaron.
— ¡Sesenta piezas a la una, sesenta piezas a la dos y sesenta piezas a la tres! — Contó cuando nadie aumentó la cifra — ¡Vendida!
— ¡Aumento mi cifra a cien si me dejas llevarla conmigo! — Ofrecí y todos se callaron.
El hombre me observó con el ceño fruncido.
— Ninguna mujer sale de aquí, solo una noche, no más.
— ¿Qué rayos haces? Te cortarán la cabeza — Susurró Alber.
— Cien piezas de oro, me parecen suficiente para comprar más que su virginidad — Me odié por hablar de aquella forma y el hombre tensó sus hombros.
— No me conviene, se puede estropear mi negocio por una maldita zorra que salga de mi recinto.
— No, ella será mía y si lo delata yo mismo la mataré — Dije, interpretando mi papel de desquiciado.
Saqué mi saco con piezas y se lo aventé, lo atajó. Sus ojos brillaron cuando sintió el peso.
— Si se llega a saber algo, morirás con ella, llévatela y no vuelvas a pisar mi recinto.
La música volvió cuando el proxeneta cerró la subasta.
Salí de la multitud y me acerqué a la chica asustadiza.
Me lanzó un puñetazo al rostro, pero lo bloqueé a tiempo.
— No voy hacerle nada — Susurre.
— La última vez que decidí confiar en un hombre terminé aquí — Dijo, con un tono de lleno de impotencia, zafando mi agarre.
— Eso es porque no se había topado conmigo.
— No le creo, su presencia en éste horrible lugar me dice lo contrario y más cuando a pagado por mí.
— Lo hice para salvarla.
No dijo más y la tomé con sutileza del brazo, su piel era suave y cálida.
Se dejó guiar hacia la salida y Alber me siguió con rostro atónito.
No dijimos nada hasta llegar la fila de carruajes.
La solté, sorpresivamente no huyó, no era muy inteligente correr con esa ropa tan escasa en medio de la noche.
Mis ojos se desviaron sin querer a su abdomen plano y marchado con dos líneas, pero aparté mi vista.
Estaba temblando del frío.
— ¿A dónde se dirige? — Le pregunté, quitándome la chaqueta para colocarla sobre sus hombros, se encogió ante el gesto, pero metió sus brazos dentro de la chaqueta.
No respondió.
— La dejaremos en donde quiera.
Parecía dudar de confiar en mí y no la culpaba.
— Déjenme en alguna posada cercana.
Había pensado en llevarla a la mansión, pero allí estaba mi madre y empezarían las preguntas.
— De acuerdo.
Alber le ordenó al chófer abrir la puerta.
Entramos en el carruaje y me senté junto a mi supuesto amiga para dejarle todo el asiento a la señorita.
La puerta se cerró y el carruaje empezó a moverse.
Mis ojos se posaban a cada segundos en ella, cuando tenía su mirada perdida en la ventana.
Se aferraba a la tela para poder cubrir su desnudes.
Mi chaqueta le quedaba grande, cubriéndola por completo. La imagen me hizo sentir algo que nunca había experimentado, una punzada en el estómago.
— Dame dinero — Le ordené a Alber y frunció el ceño.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Maldita sea, hazlo o voy a contarle todo a tu tío — Susurré y puso los ojos como platos.
— Yo no compré una chica.
— Fuiste tu quién me guió a ese lugar, te a puesto a que al marqués le encantaría escuchar a cuantos eventos ilícitos has asistido.
Hurgó dentro de su bolsillo, sacando un monedero, intentó abrirlo, Pero se lo arrebaté.
— Señorita, supongo que necesitará piezas para hospedarse y comprar algo de ropa, tenga — Dije, observó el monedero, un poco dudosa — Descuide, no es un préstamo, de hecho no nos volverá a ver nunca, lo que si le recomiendo es que guarde el secreto de lo que le sucedió, por su seguridad.
Suspiró pesadamente y tomó el monedero, evitando tocar mis manos.
—No diré nada.
El carruaje se detuvo en una posada de camino y la chica abrió la puerta.
Nos observó, pero a mí me observó por más tiempo.
Esos ojos celestes volvieron a dejarme sin aliento.
— Muchas gracias por lo que hizo por mí.
Incliné mi cabeza.
Bajó y cerró la puerta.
Observé por la ventana como caminaba hacia la posada.
Aquella señorita desconocida entró sin mirar atrás.
Tal vez nunca volvería a verla y si lo hacía, no iba a reconocerme, ya que llevaba máscaras.
Después de la experiencia horrible, supuse que tal vez se marcharía lejos.
Un extraño peso en mi pecho se asentó en mí.
Mi chaqueta se había quedado con ella, al menos ese sería el único recuerdo grato de la horrible noche que tuvo.
El carruaje empezó a andar.
— ¿Por qué la dejaste ir? — Se quejó Alber.
— Era lo correcto.
— Es tuya, pagaste por ella, yo hubiese entrado con ella a esa posada para...
— ¡Es una mujer, no un maldito objeto! — Perdí la paciencia — ¡No se puede poseer a un ser humano solo porque paguen por ello, es horrible lo que les hicieron a esas chicas!
— Siempre sucede.
— ¡Eso no quiere decir que sea lo correcto, jugar con las vidas de esas chicas es un delito! ¿Apoyas las violaciones? — Estaba por darle un puñetazo.
— No, no lo hago... Es primera vez que asisto algo así... Lo siento, no pensé que fuese...
— ¡No sé quién es peor, tu o el maldito que te invitó a ese lugar!
— Me estás haciendo sentir como una cucaracha — Se alteró, pasándose al asiento del frente.
— ¡Pues eso es lo que eres y me alegro tanto de que no tuvieses ninguna oportunidad con Eleana, prefiero a mi cuñado que a ti y más te vale no volver a aparecerte en mi casa!
...****************...
— ¿Cómo te fue? — Preguntó mi madre cuando entré en el vestíbulo.
— Pésimo — Gruñí, subiendo los escalones sin detenerme — Voy a dormir.
Llegué a mi habitación y me encerré.
Quité la máscara de mi rostro, resoplando mientras me despeinaba el cabello con los dedos.
— Maldito Alber — Aventé la máscara al suelo, terminó perdiéndose debajo de la cómoda.
Salté sobre la cama y cerré mis ojos.
Lo primero que vino a mi mente fue esa chica misteriosa.
No sabía ni su nombre y nunca lo iba a saber.
Lo único que sabía, es que sus ojos eran los más bellos que había visto en mi vida.
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