La soledad de Ellie no era un misterio en la nobleza; todos sabían que desde pequeña, ella estaba siendo preparada para ser la próxima Emperatriz. Siempre ha sido observada con desdén, envidia o admiración. Su padre le enseñó que no debía mostrar ninguna debilidad para poder ser la princesa heredera, que la volvería la dama más noble del imperio.
Sus ojos son azules como zafiros, tan profundos y atrayentes como el mar, y su melena rubia que brillaba como oro. La belleza que poseía la princesa no era ningún secreto; era preciosa por donde la vieras, determinante, pero a la vez ingenua; es fascinante y misteriosa.
Ellie siempre ha tenido su destino marcado desde su nacimiento y nunca supo cómo reaccionar ante ello. La soledad estaba condenada y tenía una cadena alrededor de su cuello, la cual era sostenida por Arthur, la persona que más odiaba; desde su niñez fue preparada para ese momento, para tomar la vida del príncipe heredero en sus manos. Su padre, cada vez que la golpeaba, le recordaba que era culpa del príncipe todo lo malo que le pasaba y que su vida siempre sería infeliz hasta el momento en que este muriera por sus manos.
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“Hija mía, ven”. Su padre, el archiduque, llamaba a la pequeña Ellie con un tono dulce en su voz, el cual podías notar que era totalmente falso al ver su rostro; tus ojos se irían directo a la sonrisa tan cínica que tenía al ver a su hija, o como él solía llamarla, "su mejor creación". Para su padre, Ellie no era más que un arma, una pieza de ajedrez; ella era la reina que protegía al rey mientras él solo se mantenía oculto.
La ingenua niña fue corriendo a los brazos de su padre, quien la miraba con orgullo. A tan solo la edad de 13 años, se había vuelto la mejor con la espada, sabía hablar 4 idiomas aparte de su lengua materna y sabía todo sobre modales, historia y baile. Ellie es perfecta, perfecta para su cometido.
“Papi, ¿estás orgulloso de mí?” Los ojos de Ellie se agrandaron debido a la ilusión que le generaba recibir un cumplido de su padre. Su padre la miró con desdén; no estaba orgulloso de ella en lo absoluto, sino de sí mismo, porque Ellie es su creación, es su pieza clave, su jugada maestra para recuperar lo que una vez le fue arrebatado.
Solo se limitó a asentir y a acariciar el rostro de su hija mientras admiraba la belleza de su creación, lo perfecta y frágil que era. Ellie necesitaba hacerse más fuerte; no debía enamorarse de absolutamente nadie. El amor, desde la vista del archiduque, únicamente era una pérdida de tiempo, algo que obstaculizaría su camino.
“Siempre debes recordar quién es tu enemigo, Ellie”. El archiduque dejó a su hija en su habitación, susurrándole esto en el oído mientras acariciaba su cabello. “Ellos nos intentarán separar; no dejes que esto suceda”.
El rostro de Ellie se llenó de miedo y, a la vez, de odio; no quería que nadie la separara de su tan amado padre. Desde ahí, su odio por el príncipe Arthur empezó a crecer desmedidamente, el cual no era consciente de lo que sucedía en su entorno.
Ellie se encontraba siendo preparada para su debut; solo faltaban dos meses para este, y la mansión del archiduque se encontraba en un sube y baja de emociones. Todo debía salir como estaba siendo calculado, perfecto.
“Señorita Ellie, es momento de su baño”. La doncella principal de la rubia apartaba las cortinas de seda para que entrara el sol a la habitación de Ellie, quien estaba aún acostada se encontraba con una expresión de aburrimiento en su rostro.
Sin quejarse, solamente se levantó de su cama, observando con repudio la vista que le regalaba el balcón de su habitación. Tan precioso que lo odiaba; podía ver a detalle el palacio del emperador y lo odiaba con todo su ser, lo que significaba para su familia que lo había perdido todo. Su padre tenía que ser el emperador y no su tío, Sebastián.
Ella sería quien recuperaría todo el honor de su familia; era su destino, o al menos eso era lo que ella creía. En la profundidad del envenenado corazón de Ellie se encontraba la incertidumbre de si realmente hacía esto por ella o por su padre, si era lo correcto guardarle tanto rencor a la familia de su madre.
Su padre, desde pequeña, le había reiterado que era la culpa de la familia imperial desde la muerte de su madre hasta los golpes que recibía por parte de él, que ella era la única salvadora de la familia. Debía volverse emperatriz y matar a Arthur; así podría entregarle el imperio a su cobarde padre, quien solo la usaba a ella y su inocencia.
Nunca había visto a Arthur, solo una vez cuando tenía 10 años, que los presentaron para que se conocieran. Ese día el príncipe no dejó de llorar.
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“¿Qué sucede, príncipe?”. Las lágrimas no dejaban de salir de los ojos del castaño al ver a la princesa; no sabía por qué su rostro lo llenaba de tristeza, solo quería irse al palacio con su padre, pero no podía.
Ellie, quien no era consciente de la situación, tomó de la mano al príncipe y corrió al jardín. El niño no objetó ni dijo algo, solamente observaba el cabello de Ellie y cómo lo sujetaba el viento; su primer pensamiento fue compararlo con las joyas de oro que solía usar su madre al ir a aquellos bailes elegantes. Era preciosa su futura esposa, pero ¿qué era lo que oscurecía su inocente corazón?
Al contrario de los dulces e inocentes pensamientos del príncipe, Ellie solamente renegaba en cómo un príncipe que solo lloraba por ver a su futura esposa tenía que volverse el emperador; ella no tomaba en cuenta que tan solo eran niños, porque su padre nunca la trató como una niña. Desde que nació, estuvo llena de responsabilidades que debía cumplir para volverse la futura emperatriz.
“Los adultos están haciendo negocios; quedémonos aquí”. El príncipe no había dejado de llorar en ningún momento y empeoró al volver a ver los ojos de Ellie, quien, a pesar de no notarlo, sus ojos estaban llenos de tristeza y miedo; no brillaban en lo absoluto. Eran como dos preciosos zafiros que habían perdido su brillo al ser mal cuidados.
Arthur lograba sentir la tristeza que sentía la niña solo con un toque de su mano, debido a sus poderes que eran heredados de generación en generación en la familia imperial; este poder les fue otorgado por la diosa Hestia.
El continente estaba dividido en cuatro imperios, los cuales eran norte, sur, este y oeste; cada imperio tenía un poder otorgado por alguna de las diosas. La familia imperial tenía una fuerte conexión con el templo para poder mantener felices a las diosas. El poder de la diosa Hestia se encontraba en el norte, o como era popularmente llamado, "El imperio de las rosas", debido a que era en el único imperio que crecían las rosas blancas, las cuales habían sido bañadas de sangre durante la guerra, lo que hizo que estas adquirieran el color rojo que ahora poseen.
El poder del príncipe heredero no estaba del todo desarrollado; su poder todavía no había alcanzado ni la mitad de lo que es el poder del emperador. Para poder obtener por completo el poder, debía volverse el emperador y su padre le cedería el poder completo de la diosa Hestia para que pudiera gobernar.
"¿Por qué estás tan triste?" La pregunta de Arthur era ingenua, pero para Ellie era una ofensiva. No podía evitar odiarlo debido a la manipulación de su padre y sentir repudio a su sola presencia, pero no debía arruinar los planes del archiduque; debía ser perfecta.
Solamente le sonrió y le dio un postre que estaba en la pequeña mesa frente a ellos, hizo que lo mordiera y después lo miró con dulzura.
“Estoy feliz de ser la prometida del príncipe”. Arthur se sonrojó de inmediato en su inocencia; no lograba captar las pretensiones que había en esas palabras dichas por esa pequeña niña, la cual tenía el alma tan rota y lastimada que no quedaba nada de inocencia en su corazón, estaba siendo embriagado por todo el odio de su padre.
Él sabía sobre la tristeza que había en el corazón de Ellie, pero no pudo evitar ser embelesado por las palabras que había dicho su dulce futura prometida, así que solo decidió ignorarlo, quizás solo no encontraba su juguete favorito o no le habían dado su postre favorito.
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Arthur, al contrario de Ellie, no había tenido una mala infancia; había sido normal, su familia era amorosa con él y lo miraban con orgullo hasta que llegó él... Richard, el perro del emperador, su segundo hijo, el cual era hijo de la concubina que fue más amada por el emperador, Roxana.
Roxana fue una mujer preciosa, cabello negro como la noche y ojos rojos como la sangre; ella era de la nobleza y resaltaba por su belleza. Su primer encuentro fue después de la segunda guerra contra el territorio Zenux; el emperador la vio entre tantas chicas, ella resaltaba debido a su pálida piel y sus ojos rojos, que parecía que te llevarían al mismo infierno.
A cambio de un tratado de paz, se la llevó consigo, a la bella Roxana; su amor era ferviente y apasionado, por lo cual la emperatriz se llenó de celos al ver su posición amenazada y la mandó a matar. Esto hizo que el emperador odiara a la emperatriz con toda su alma y a su heredero; el único recuerdo que le quedaba de su amante era Richard, quien fue criado con frialdad para que se volviera una máquina de guerra y así, a pesar de su ilegitimidad, podría volverse el próximo príncipe heredero.
El archiduque había criado a su hija desde el odio, más no del miedo. Ellie no debía temerle a nadie, solamente a él; así podría mantenerla bajo su control.
“Mi preciosa Ellie”. La joven de 15 años se acomodaba entre los brazos de su padre, quien acariciaba sus preciosos cabellos. La belleza de Ellie era abrumadora; mientras más crecía, más preciosa se volvía. No podía imaginar a un hombre arrebatándole lo que tanto le ha costado construir, pero por un momento le permitiría creer que es libre.
Ellie tenía debilidades, una de ellas era el amor incondicional que sentía hacia su padre, pero a la vez no lograba entender si el archiduque la quería realmente o no. Ella nunca traicionaría a su padre, es el único que la comprendía y amaba; entre el gran abismo que se encontraba, él siempre ha sido su luz.
Su mayor miedo es que él la dejará de lado o sola; ella solo quería hacer a su padre feliz y escucharlo decir que la quería mientras la abrazaba. Ella moriría sin él porque su único propósito era complacer a su padre siguiendo sus órdenes.
“Papi, te quiero”. Ellie estaba embelesada en este momento, sentía que su padre la amaba cada vez que estaba en sus brazos recostada, y no estaba tan equivocado su pensamiento; el archiduque la amaba. ¿Quién no amaría a su creación? Ella es perfecta por él.
La princesa no solía pensar más allá de lo que se le permitía, y ese ha sido su error durante lo poco que lleva de vida, porque la burbuja a la cual ha sido sometida no es fuerte como hierro, es de cristal, frágil. En cualquier momento podía ser rota.
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“Ha llegado su nuevo maestro de esgrima, Señorita Ellie”. Ellie resaltaba en cualquier área que se le había impuesto para aprender; es inteligente y su capacidad física iba más allá del promedio debido a los poderes de su familia.
La familia Bellefleur poseía poderes, más no habían sido otorgados por ninguna diosa, sino por el Diablo. La avaricia del archiduque no posee límites, y en la noche que murió su esposa, hizo este contrato; fue sellado con la vida de su esposa, a quien nunca amó y que iba a utilizar para obtener el trono.
La madre de Ellie era la hermana mayor del emperador; ella iba a ser la emperatriz, pero al haber nacido sin poderes y con un frágil cuerpo, le debió ceder el título a su hermano menor, Sebastián. El archiduque no era consciente de la falta de capacidades que poseía su esposa y, después de la guerra, se casó con ella sin dudarlo cuando le fue ofrecida la oportunidad; más no sabía que era una trampa para atarlo a la familia imperial y hacerlo su fiel perro.
Al ver al archiduque, el corazón de la princesa se llenó de amor e ilusión; todas las familias aristocráticas habían rechazado el compromiso al conocerlo porque a ella no le quedaba mucho tiempo de vida debido a su condición.
La noche después de su boda fue la única noche que pasó con el archiduque y fue la noche en que se sintió más amada; su toque había sido delicado, como si temiera hacerle daño a algo preciado. Después de esta, solamente pasó una semana cuando se enteraron de Ellie y las atenciones del archiduque acabaron.
Selene, la madre de Ellie, ya no poseía ningún uso desde el pensar del archiduque. Cuando faltaba una semana para el nacimiento de la bebé, llamó al arzobispo, y este le dijo que Ellie nacería sin poderes, como su padre; el odio hacia la defectuosa princesa creció.
El padre de Ellie no gritaba o golpeaba a la princesa; su método de castigo era peor. La ignoraba luego de brindarle migajas de amor, la miraba con repudio y con decepción; ese día no fue la excepción, y Selene sintió su corazón agrietarse cada vez más ante el evidente odio que sentía hacia ella.
Esa noche, ninguno de los dos logró conciliar el sueño. Selene no había dejado de llorar, esperando el consuelo de su esposo, y el archiduque había descubierto su próxima jugada para conseguir el trono que se le había sido arrebatado. El contrato con el diablo.
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