Grace era una mujer tan bella que opacaba a muchas mujeres aún más jóvenes que ella. Nacida en una casa de mala muerte, pero educada de la manera más exquisita y refinada. Era un artículo de lujo atesorado para el placer, pero también era una muchacha inocente, con todo el derecho a buscar una vida mejor.
La doncella de Grace, acompañó al visitante hasta el comedor. Ella tendió su mano enguantada, él tomó los dedos un instante con una sonrisa un tanto forzada, y separó la silla. Su actitud era extraña, pero ella no mostró curiosidad ni preocupación. Se sentó a la mesa elegantemente puesta con platos con bordes dorados y cubiertos de plata, donde otras cinco parejas ya estaban charlando.
El cielo está muy bonito hoy, comentó ella con un acento español impecable, ha sido una tarde deliciosa para leer en la terraza.
También hace una noche muy agradable, añadió él.
Él llevaba tres años acudiendo dos veces a la semana y su conversación durante la cena seguía centrándose en el tiempo y otros asuntos triviales.
Sabía que estaba casado, pero nunca había dicho el nombre de su esposa, ni nada de su familia.
Diego Aguilar tenía cuarenta y todos los años, era accionista en el mercado de ganado y pertenecía a un club de caballeros y a la iglesia de los testigos de Jehová. Sin embargo, los lunes y viernes por la noche visitaba Grace Pons, o la muñeca, como la llamaban desde que tenía diez años.
Cenaron el pollo asado y los espárragos al vapor, pero cuando sirvieron el mousse, ella bebió café mientras él se deleitaba con el postre. A ella nunca le servían postre, aunque lo probaba cuando nadie la veía.
Al terminar la cena, la doncella servía jerez en dos copitas de cristal. Ella solía subirlo a la habitación para bebérselo más tarde. Esa vez, él la acompañó y su impaciencia la puso nerviosa. Siempre era un caballero y nunca tenía prisa. Cerró la puerta y dejó la copa en una mesita junto al sofá.
¿Quieres oír el fonógrafo?, le dijo ella un poco nerviosa, sentía un poco de tensión...
Grace, tengo una mala noticia.
Ella se sentó sobre la tapicería de terciopelo azul y se colocó los pliegues del vestido de tul amarillo.
¿Qué pasa, Diego? ¿Estás enfermo?
Grace disimuló la preocupación y no frunció el ceño.
Tengo una salud excelente, pero voy a tener que mudarme. Tengo una oportunidad que no puedo despreciar y ... Bueno, mi esposa quiere volver a Estados Unidos ahora que nuestros hijos están en la Universidad.
A ella se le cayó el alma a los pies, pero mantuvo una expresión agradable. Entiendo.
El señor Aguilar disfrutaba en exclusiva de sus atenciones. Era generoso y ella no tenía más ingresos. Cuando él se marchara, la asignarían a otro caballero y si este no era suficientemente adinerado o no quería tener la exclusiva, necesitaría a más de un visitante.
Eres joven, Grace, siguió él como si le hubiera leído el pensamiento. Eres, con mucha diferencia, la mujer más hermosa de Montemorelos y, probablemente, de todo Nuevo León. No te faltará compañía.
Ella lo sabía muy bien. Se habían interesado por ella otros hombres, pero el señor Aguilar los había mantenido a raya.
Tienes razón, claro. Espero que esta nueva época sea favorable para todos.
Ella siempre era cordial y afable. Apoyaba las opiniones de los hombres y satisfacía sus deseos.
No se le notaron ni todas las preocupaciones que le rondaban por la cabeza ni su precario porvenir.
Diego se acercó y le tomó la cara entre las manos, un gesto cariñoso muy poco habitual.
Eres un tesoro, Grace. Echaré de menos nuestras veladas.
Yo también, replicó ella, mi vida va a cambiar y temo el porvenir tanto como lamentaba el pasado.
Unas delicadas palabras de amor, cariño, dijo él con una sonrisa. Tengo algo para ti.
Muchas veces le llevaba un perfume o una joya, pero ese día no le había visto a ningún paquete. Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una fina carpeta de cuero. La abrió y mostró una cartilla de ahorro. Se la enseñó y el saldo la dejó sin respiración.
Es una cuenta en un banco. Pensé dártelo en efectivo porque es más prudente, pero, a largo plazo esto es seguro. Tu dinero está a salvo y nadie puede quitártelo.
Grace miró la cartilla luego lo miró a él. Nunca le había dado dinero. Él pagaba discretamente y se salvaba la apariencia de su relación como amantes. La señora Hilda pagaba a Grace como a todas las chicas después de haber descontado una asignación por la comida y la ropa. Las cuentas que pagaban los caballeros eran exorbitantes, pero el champán era caro y la costurera de Grace era francesa. Grace vivía rodeada de esplendor y comía con refinamiento, Pero tenía muy poco dinero después de haber pasado cuatro años allí.
Es para que tengas un respaldo. Algo que es sólo tuyo y que nadie tiene que saberlo, él cerró la cartilla y se la dio a ella. ¿Entendido?
Grace asintió con la cabeza. Nunca había tenido más que algunos dólares. Su cabeza empezó a dar vueltas por ese cambio y la repentina fortuna.
Este dinero te vendrá muy bien cuando lo necesites. Guarda muy bien la cartilla.
Ella estrechó la carpeta contra su pecho, contra su corazón desbocado. Se le empañaron los ojos de lágrimas, giró la cabeza y parpadeó para secárselos.
Grace, él le levantó la cabeza con un dedo en la barbilla. Concérvalo donde está mientras puedas ganarte la vida por tu cuenta. Ahora eres joven y hermosa, pero llegará un día en que ya no serás la muchacha más deseable.
Lo sabía muy bien. Su madre tenía 40 y pocos años cuando murió, pero habría podido pasar por su abuela. Había oído hablar de mujeres que ya no estaban en el esplendor de su juventud y que habían acabado en burdeles y sitios peores. Ella vivía con el miedo a un destino parecido.
¿Lo entiendes?
Sí, lo entiendo muy bien, contestó ella asintiendo con la cabeza.
Él, satisfecho por haber aliviado su conciencia en lo relativo a ella, se quitó la chaqueta y la colgó del perchero.
Sí, pequeña, voy a echarte de menos, le dijo él.
El señor Aguilar se había marchado hacía más de una hora. Grace se había bañado y había cocido la cartilla en el bajo de un abrigo de terciopelo que solo se había puesto una vez. Como no podía concentrarse para leer, estaba mirando la chimenea apagada cuando llamaron tímidamente a la puerta.
Se levantó y quitó el pestillo.
Celeste...
La menuda chica miró por encima del hombro para comprobar que no había nadie.
¿Puedo pasar?
Grace abrió la puerta y se apartó. La otra chica no había estado nunca en su habitación y abrió los ojos como platos al mirar alrededor y ver los muebles tan elegantes. No comentó nada.
Celeste ya se había lavado la cara para acostarse. Grace cerró la puerta e hizo una mueca al ver el labio y la nariz todavía abultados de la chica y que había disimulado cuidadosamente durante toda la semana. Tenía el pelo recogido en lo alto de la cabeza, un pelo teñido de negro porque la señora Hilda creía que las pelirrojas eran un perjuicio.
¿Estás herida?, preguntó Grace.
Se toleraban algunas bofetadas y un puñetazo de vez en cuando y los sirvientes podrían haberle atendido las heridas si eso era lo que había pasado. No podía imaginarse el motivo para que hubiese ido a su habitación.
No, pero ella deja que él vuelva, contestó la chica. Como si nada hubiese pasado, sabía que lo haría.
Grace asintió con la cabeza. También lo había sabido.
Celeste sacó un paquete de periódico de debajo del chal y los desplegó.
Mira esto, y se lo dio a Grace, ella lo leyó.
"Caballeros con recursos de Estados Unidos buscan jóvenes inteligentes y refinadas para casarse con ellas. Se facilitarán los boletos del avión cuando se acepte el enlace.
¿Qué es un enlace?, pregunto Celeste.
Una unión, contestó Grace.
Estoy cansada de recibir puñetazos el tono de Celeste indicó su decisión. Me voy de aquí.
¿Vas... vas a marcharte?, preguntó Grace un poco confusa.
Y no voy a mirar atrás, Celeste miró la expresión de Grace. Me crié con un padre y una madre, Grace. Tuve una familia. Fui al colegio e hice cosas como los demás, sé que esta casa no es vida para una mujer. Hay algo mejor. No me importa pasar hambre de camino a otro sitio. Me marcho de aquí. Todos los cócteles de gambas del mundo no compensan un ojo morado o unas costillas doloridas los viernes por la noche. Ya he mandado un telegrama de contestación.
Grace miró fijamente el recorte hasta que los dedos le temblaron. Por primera vez, la posibilidad de marcharse era real. Quería cambiar como fuese su situación.
Diego Aguilar iba a marcharse y su destino pendía de un hilo. Podía acabar sola y sin que la amaran, como su madre. Esa posibilidad la aterraba. Había salido algunas veces y se había dado cuenta de que no estaba lo suficiente curtida para aguantar la burla de la gente de la ciudad. Era aceptable que un hombre fuese a una casa de citas, pero no que una mujer trabajase allí. Además, tenía una cuenta en un banco a su disposición.
Grace, dijo ella.
¿Qué?, preguntó celeste con el ceño fruncido.
Me llamo Grace.
Un mes después...
Bruno seguía desconfiando del plan de llevar jóvenes para casarse con ellas. Los consejeros territoriales le habían indicado firmemente que necesitaba una esposa para afianzar su imagen familiar si quería aspirar a presentarse a las elecciones a gobernador en verano. La conversación había derivado a buscar novias y las miradas de sus seguidores estaban clavadas en él.
Leonardo Díaz era el único hombre de Sonora que tenía una casa suficientemente grande para recibir a un grupo de gente en el que entraban todos los integrantes del ayuntamiento con sus esposas, todos los empresarios solteros y las novias recién llegadas. Los hombres habían decidido que la casa de Leonardo Díaz era el sitio indicado porque sería terreno neutral y no le daría ventaja a Bruno si las mujeres veían su casa antes de conocerlo.
Aquella bajita es guapa, comentó Sebastián Ríos.
Bruno la miró. Era una mujer diminuta con el pelo muy negro y lacio y tres rosada. Levantó los ojos color avellana y miró a la multitud con una incomodidad evidente. Era demasiado tímida para ser la esposa del gobernador. En realidad no era el gobernador. Todavía tenía que ver su nombre en la papeleta, pero una esposa era un compromiso para toda la vida. Necesitaba una que aportara algo en la campaña y en los años que desempeñara el cargo, por no decir nada de que fuera una buena compañía para toda su vida. Se dio la vuelta para mirar hacia la mesa del buffet.
Cuando volvió a mirar hacia la reunión, se fijó en un grupo de hombres que estaban muy juntos. Seguro que era otra conversación acalorada sobre dejar de emplear la plata para acuñar monedas. Los dueños de minas o de acciones habían discutido largo y tendido la ley con el presidente.
Uno de los hombres también se fijó en Bruno y retrocedió un paso para que se acercara. Otro lo imitó y Bruno se unió al grupo. Una vez allí, se encontró con la criatura más impresionante que había visto en su vida. El vestido rosa le dejaba los hombros al descubierto. Tenía una piel de color marfil y tan suave como si fuera de nata. El pelo dorado con reflejos caoba le caía como una cascada sobre los hombros. Estaba contestando algo que había preguntado un hombre cuando debió de darse cuenta de algún cambio en el ambiente. Fue mirando a todas las caras hasta que llegó a la suya y le clavó unos ojos azules y brillantes como el agua de un lago de las montañas. Los pómulos altos y las cejas elegantemente arqueadas le daban un aire de delicada sofisticación, pero la boca...
La reacción visceral a esa mujer lo sorprendió como no podría haberlo hecho otra cosa. Sus labios carnosos le evocaron imágenes sensuales y le crearon una docena de fantasías disparatadas en la cabeza. Ni siquiera puro tomar aliento, sintió una opresión muy fuerte en el pecho.
Bruno, te presento a la señorita Grace Pons de Montemorelos. Señorita Pons, el señor Bruno Valverde, los presentó Jacob.
Ella le ofreció la mano, es un placer señor Valverde.
Su voz era más profunda de lo que se había imaginado, la adicción impecable y el tono sensual sin ser vulgar.
Él, le tomó la mano enguantada, pero pudo imaginarse una piel cálida y delicada.
El placer es mío, señorita Pons, Bruno miró a los hombres, ¿ha podido comer algo?
Todavía no. Tengo un poco de hambre.
Los demás captaron la indirecta y se alejaron.
Bruno le ofreció el brazo y la llevó hacia el buffet.
Es muy poco frecuentes disfrutar de la compañía de jóvenes tan bellas por esta parte del estado, estos hombres la acapararían toda la noche si se les permitiera.
Todo el mundo ha sido muy amable hasta el momento. Nos han dado unas habitaciones magníficas en el hotel. El personal es muy atento y la comida buena. Bruno no quitaba la mirada de su boca, se veía divina con sus dientes blancos como perlas y sus labios de color carmín, muy apetecibles.
Él le entregó un plato y tomó otro. Ella se sirvió un trozo diminuto de pastel de chocolate y unos dátiles. Luego, se quedó mirando los flanes de nueces más tiempo del necesario para elegir uno.
¿Pasa algo?, le preguntó él.
No, contestó ella con una mirada de cierto bochorno, no suelo comer postre, pero estos tienen un aspecto Irresistible.
Ella tomó una paleta de plata y eligió dos. Bruno tomó un tenedor y se lo entregó a ella.
¿Le gustaría sentarse?
Sí, contestó ella aunque siguió dando la vuelta a la mesa.
Pasó de largo los diminutos sándwiches, fue directamente hasta los pastelillos rellenos de crema y tomo uno con las pinzas de plata. Luego, se sirvió un bombón de chocolate recubierto de azúcar glaseada.
Él la llevó al jardín iluminado con luces led y le indicó un banco de piedra. La señorita Pons se sentó y se realizó la falda. A él le gustó que se comportara con elegancia y seguridad. Le gustaba todo de ella; su cuello esbelto y la suave piel que podía verse por encima del borde del escote, donde un pequeño estuche de oro resplandecía en el jardín iluminado. Su cintura era increíblemente estrecha.
Exquisito comentó ella después de probar el flan.
Él no pudo disimular la sonrisa, tenía medio plato lleno de dulces.
¿Sabe cocinar, señorita Pons?
Ella arrugó la frente por la preocupación, pero fue un gesto muy fugaz.
La cocina no entró en mis estudios, pero aprendo enseguida si hace falta. ¿Cocinar es un requisito para una esposa en Sonora?
Le pido perdón. Mi pregunta ha sido un torpe intento de entablar conversación. Estoy seguro de que podría aprender a cocinar. Apostaría que a la mayoría de los hombres que hay aquí esta noche les da igual los conocimientos de cocina que tenga.
Ella dejó su plato sobre el regazo y lo miró con curiosidad.
¿Usted busca esposa, señor Valverde?
Bruno había participado en esa iniciativa porque Sonora necesitaba más mujeres. Había atendido a las recomendaciones del consejo, no se había comprometido. Ya había tenido una esposa y no había pensado en tener otra. Una mujer no había sido prioridad durante los dos últimos años, pero había conocido a esa mujer.
Mis compañeros del consejo territorial creen que una esposa daría cierta sensación de estabilidad y transmitiría la imagen de una familia sólida cuando me presente a la elección.
Los ojos azules de ella lo miraron con interés evidente.
¿A qué elección se refiere?, perdone mi ignorancia, dijo ella.
A él le pareció que detrás de esa superficie deliciosa Había algo más que una joven hermosa y segura de sí misma.
De gobernador de la comarca, quizá algún día, del estado.
¿Y usted? ¿Qué piensa usted?, le preguntó ella.
Esta vez ella lo preguntó en un tono muy delicado.
Tengo hijos, una influencia refinada le sentaría muy bien.
¿Hijos, es usted viudo?, le preguntó a ella con un poco de vacilación en su voz.
Sí.
Oh, mis más sinceras condolencias. ¿De cuántos tiene que ocuparse?
De tres.
Aquello empezaba a parecerse a una entrevista, y, efectivamente, podía serlo. Bruno supuso que esa señorita con el pelo color caoba podía elegir a cualquier hombre de los que estaban allí.
¿Por qué una joven encantadora como usted ha contestado al anuncio y se ha venido a Sonora?, no me parece una aventurera.
No, creo que no lo soy. Mi amiga Celeste ya había mandado un telegrama y me pareció normal acompañarla. Empezar de cero era preferible a las perspectivas que tenía en mi ciudad.
¿Ha dejado familia?, preguntó él.
No. Mis padres están muertos, no tengo familia.
Eso es una desgracia.
Bruno lo dijo sinceramente, porque le pareció que ella era demasiado joven para tener que tomar decisiones trascendentales. Sin embargo, se comportaba con una seguridad en sí misma muy sofisticada.
Es evidente que es una mujer de ciudad. Esta tierra está muy poco civilizada. Nuestra vida social no es como la que usted está acostumbrada a llevar.
Ella replicó bajando la mirada, se sorprendería si supiera a lo que estoy acostumbrada.
Ella tomó aliento, lo que hizo que él se fijara en los pechos que se escondían debajo de la tela rosa, y se quitó unas migas inexistentes de la falda.
Se me dan bien las cuentas y puedo llevar una contabilidad, siguió ella, sé leer música y toco bien el piano. Hablo inglés con fluidez y sé bordar. Tengo conocimientos y puedo enseñar distintas asignaturas si algún niño necesita mi ayuda.
Él seguía pensando que esa joven hermosa e inteligente podía elegir marido en Sonora. Le parecía asombroso que hubiera dejado su entorno familiar y que hubiera viajado a Sonora con la intención de casarse.
Casi por lo general las chicas casamenteras son las que se sentían quedadas y por eso andaban buscando esposo a como diera lugar.
Pero esta chica en especial le parecía muy distinta a las otras, tenía un aire de misterio que cubría su alma. De pronto ella se sintió cohibida porque él no le quitaba la vista de encima. Sintió que un rubor le cubría todo su rostro...
Estoy impidiéndole que coma cuando quería haber evitado que otros lo hicieran. Por favor disfrute y perdone.
Grace le sonrió con agradecimiento, tomó el pastelillo relleno de crema y lo mordió levemente.
Maravilloso, dijo ella con un agrado evidente.
¿Quiere una taza de té?, le preguntó él acabo de unos minutos.
Estaría bien... pero...
¿Qué?
¿He visto champagne?, dijo ella con la mirada divertida.
Él tuvo que hacer un esfuerzo para no arquear las cejas. Era un cambio estimulante en comparación con la mayoría de mujeres abstemias que él conocía.
Le traeré una copa.
Él volvió con dos copas y ella aceptó una dándole las gracias.
Nunca me había dado el placer de satisfacer mi afición por los dulces y discúlpeme por haber aparecido una glotona.
Al contrario, tiene muy poco apetito, replicó él sentándose a su lado. ¿En su ciudad no había pastelitos rellenos de crema?, Discúlpeme la pregunta.
En el colegio para señoritas de la señorita Sara no nos dejaban comer nada que pudiera estropear nuestra figura.
Efectivamente, todas las jóvenes que él había visto hasta el momento estaban demasiado delgadas.
Todas las personas se merecen un capricho de vez en cuando, comentó él con una sonrisa.
Ella dio un sorbo de champagne como si estuviera acostumbrada a su sabor.
¿Cuántos años tienen sus hijos, son chicos o chicas?, preguntó ella con evidente curiosidad.
Ella no estaba acostumbrada a cuidar niños, pero si habría que sacrificarse lo haría por su bienestar.
Chris es el mayor y tiene 6 años, Betty...
Vaya, la hemos encontrado señorita Pons, Ricardo Quintero eligió ese momento para aparecer con un grupo. Observo que Bruno tiene cautiva a nuestra invitada.
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