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Por Siempre Mío.

Prólogo + Aclaraciones.

El otoño había llegado, y las hojas de los árboles comenzaban a teñirse con hermosos colores cálidos. Habían pasado seis meses desde que Adrien se fue sin siquiera despedirse.

Era común en él desaparecer por unos días, pero siempre regresaba para pedir perdón y le regalaba algo sumamente caro. Siempre lo hacía. No obstante, en esa ocasión, fue la primera vez que Adrien Gautier no lo contactó ni mucho menos le llamó.

Pero eso era lo que había estado buscando durante casi cinco años. Adrien siempre era pegajoso y molesto. Desde que llegó a su vida, había sido, para él, una molestia andante. Por ello, no podía explicarse cómo esa molestia se estaba volviendo indispensable en su vida. Miraba su celular más de diez veces al día, sin embargo, Adrien no había enviado ni siquiera un mensaje.

Pero no importaba. Después de dos días sin noticias de él, decidió bloquear su número privado. Si esperaba que él se disculpara, estaba soñando. Fue él quien recibió la bofetada, a él le levantaba falsos cada vez que podía y le inventaba relaciones con medio mundo. La estupidez de Adrien lo tenía agitado mentalmente, y si no lo contactaba, perfecto, él no lo buscaría.

Adrien era así. Siempre lo había sido. Incluso su abuelo lo consideraba alguien sumamente difícil de tratar. Nunca le conoció un amigo, y sí, a muchos enemigos. Había demasiadas personas a las que no les caía bien. Muchas otras lo odiaban y lo detestaban. Al principio, él llegó a preguntarse por qué, pero en unos meses supo por qué tanta gente estaba en su contra, porque se alejaban de él como si fuera el desecho más tóxico. Incluso él quiso alejarse.

Sin embargo, ese contrato lo mantenía atado a él por cinco largos y tortuosos años. Cinco años que lo llevarían a tener un sentimiento de amor-odio por el chico de mirada obsidiana. La ausencia de Adrien, aunque inicialmente la celebró como una liberación, dejaba un vacío incómodo que lo forzaba a enfrentar la realidad de sus propios sentimientos contradictorios hacia ese chico que, de alguna manera, se había vuelto imprescindible en su tumultuosa vida.

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Uju, espero que sea de su agrado la nueva novela. Esta se centrará primero, en los primeros meses que Adrien se fue, dos o tres capítulos dedicados a Adrien en Miami, después podremos ver cuándo regresa a Italia y que empiece el drama jajaja.

Aún no sé si será una historia M-preg, igual estaré avisando en alguna nota al final de algún capítulo. Dejen sus comentarios si les gustaría que tuvieran hijos, aunque no sé si vayan a quedar juntos o no 🤭🤭🤭 nada más tengo una novela donde los dos protas no quedan juntos jaja me gustaría hacer más de ese tipo, pero suelo arrepentirme mientras la trama avanza -suspiro- en fin.

Con esta historia daremos final a los hermanos Mancini, como dije antes, no me gusta escribir historias hetero, así que no pregunten por Annalise 😅

Además, soy amante de los clichés, así que si están aburridxs de lo mismo, pues no lean 🙃

En fin, espero que les guste y nos leemos pronto. Besos 😘

Capítulo 01. En el mismo café.

Los orbes oscuros se centraron en la imagen que tenía delante de él. Una amalgama de emociones, desde el agudo dolor hasta la profunda rabia, se apoderó de su ser al instante. Quería apartar la mirada, deseaba no seguir contemplando esa imagen que desgarraba su alma. Anhelaba fervientemente regresar a la vida que llevaba apenas cinco minutos atrás, cuando ignoraba por completo la existencia de esas fotografías. No obstante, él mismo fue quien insistió en seguir adelante, quien construyó castillos de ilusiones. Él fue quien dio el primer paso entre ambos.

Él fue el único que se dejó envolver por el amor.

Se sentía como un mero seguidor, un fiel acompañante detrás del impresionante Carlo Mancini. Siempre fue así, y esa realidad le golpeaba con brutal sinceridad. Era plenamente consciente de que, para Carlo, no era más que una molestia en su camino, una sombra que apenas merecía atención.

A pesar de sentirse estúpido, deseaba con desesperación aferrarse a Carlo. No planeaba renunciar tan fácilmente; menos aún ante la presencia de una simple enfermera. Cerró con rabia la tableta y la lanzó con fuerza contra la pared. Los libros se desparramaron por el suelo, un reflejo del caos que se había apoderado de su interior. Adrien se recostó sobre el respaldo de su silla, una mezcla de frustración e irritación consumiéndolo por completo. Carlo lo había excluido de su vida bloqueando su número personal, limitando la comunicación a través de su secretario.

Habían transcurrido tres meses desde entonces, y la interrogante seguía resonando: ¿No lo extrañaba en absoluto? Adrien se sumió en la depresión al reflexionar sobre ello. Nunca recibió una muestra de afecto de Carlo, siempre enfrentándose a la indiferencia y la frialdad. Incluso cuando se esforzaba al máximo, Carlo lo menospreciaba.

No podía obligar a Carlo a amarlo, pero estaba decidido a mantenerlo a su lado. Había forzado a Carlo a quedarse, esperando contra toda lógica que pudiera despertar algún tipo de sentimiento en él. Pero fue un error monumental. Carlo no sentía atracción por él ni por ningún hombre; sus preferencias eran exclusivamente femeninas, y eso era algo inmutable.

Mientras Adrien protagonizaba un berrinche en tierras lejanas, Carlo disfrutaba cómodamente de su ausencia. ¿Debía disculparse? ¿Debía ser el primero en pedir perdón, como había hecho tantas veces? La incertidumbre lo acosaba, pero también era consciente de que, cuanto más tiempo pasara lejos de Carlo, más fácil sería para él enamorarse de otra persona.

A pesar de todo, una parte de Adrien lo instaba a mantener su orgullo. Había perdido la dignidad ante Carlo en innumerables ocasiones, y por un momento, deseaba que fuera Carlo quien pidiera perdón primero. Sin embargo, ambos sabían que, al final, Adrien terminaría siendo el que pediría perdón incluso por cosas que no había hecho.

Dejó caer su rostro sobre el escritorio, garabateando en una hoja en blanco. Su mente se llenaba una y otra vez con la imagen que lo atormentaba, recordando el día en que, con ilusión, entregó un regalo a Carlo. Las manos marcadas por las espinas de las rosas evidenciaban el esfuerzo invertido. Adrien sonrió con entusiasmo al presentar un ramo de rosas rojas, pero la reacción fría de Carlo destrozó sus ilusiones.

—No pongas basura sobre mi escritorio.

Esas escasas palabras le robaron el aliento, y no precisamente de una manera reconfortante. Sus labios temblaron y sus ojos ardieron con una intensidad inusual. Había sido despreciado. Aunque la sorpresa no formaba parte de su reacción, el dolor se aferró a él como si no lo hubiera anticipado. Intentó articular alguna respuesta, pero las palabras se quedaron atrapadas en el nudo que se formó en su garganta.

Con manos temblorosas y las ilusiones hechas añicos, una vez más, arrastró la caja hacia sí y la sostuvo entre sus manos. Parpadeó repetidas veces, luchando contra el flujo de lágrimas que amenazaba con escapar de sus ojos. Como ya era su costumbre, se vio forzado a ignorar sus emociones, o al menos intentarlo. Forzó una sonrisa, aunque, observada detenidamente, más parecía una mueca de dolor. Un intento fallido de sonreír. Sin embargo, eso parecía no importarle a Carlo, quien, tan pronto como lo vio recoger la caja, volvió la mirada a lo que sea que le estaba robando su atención.

—La abriré en tu lugar —anunció Adrien con un atisbo de entusiasmo. Ocupó una de las sillas de piel frente al escritorio de Carlo y procedió a abrir la caja con extremo cuidado. La sonrisa en su rostro se amplió al contemplar el hermoso ramo de flores. Había invertido un esfuerzo significativo para asegurarse de que todo saliera perfecto, y afortunadamente, así fue. Se planteó la idea de colocar el ramo frente a Carlo, pero recordando la reacción previa, optó por sostenerlo en sus manos, como si temiera que cualquier gesto adicional desencadenara otro desdén.

La ironía de la situación no pasó desapercibida; mientras él celebraba el resultado exitoso de su regalo, Carlo apenas desvió la mirada de sus quehaceres. El intento de Adrien por recuperar algo de aprecio en la mirada de Carlo estaba destinado a la indiferencia. Aun así, con la esperanza de que ese pequeño gesto pudiera cambiar algo, Adrien continuó sosteniendo el ramo, deseando que al menos esa belleza floreciente pudiera romper el hielo en el frío corazón de Carlo.

—Mira —dijo Adrien con un tono de expectativa, sosteniendo el ramo de flores— ¿Es lindo, no?

El silencio se prolongó por unos tres o cuatro minutos, mientras las mejillas de Adrien comenzaban a doler por la sonrisa forzada que mantenía. A punto de estallar de frustración, los hermosos ojos de Carlo se posaron finalmente en él y en el regalo que sostenía.

—Lindo —respondió Carlo con una concisión que resultó inesperada. Fue una respuesta breve, pero suficiente para que el corazón herido de Adrien recibiera un pequeño alivio. Satisfecho, volvió a cerrar la tapa de la caja y la dejó en la silla de al lado.

Buscó en el bolsillo interno de su saco dos pequeñas hojas dobladas a la mitad y las colocó frente a Carlo. La acción provocó que el rostro de Carlo se deformara en una mueca de disgusto, pero Adrien decidió ignorar esa expresión y hablar antes de ser mandado al diablo.

—Elige una —instó Adrien con determinación.

Carlo levantó la mirada, mostrando una clara irritación. Adrien hizo un puchero, y Carlo rodó los ojos, frunciendo aún más el ceño. Adrien conocía la aversión de Carlo a que lo molestaran mientras trabajaba, pero, de otra manera, nunca lograría captar su atención. Si no buscaba a Carlo, este simplemente lo ignoraba por completo, desafiando cualquier acuerdo tácito que compartieran.

Sin demasiado entusiasmo, Adrien observó cómo Carlo seleccionaba una de las dos pequeñas hojitas dobladas. Sin embargo, no pudo evitar insistir en que la desdoblara y leyera su contenido, aunque la idea pudiera parecer tonta y algo infantil. A pesar de todo, la simple elección de Carlo le causaba emoción, ansioso por descubrir qué actividad habría seleccionado.

—Café —pronunció Carlo mientras examinaba la hoja desdoblada—. ¿Café? —repitió en forma de pregunta, arqueando una de sus cejas con un aire de escepticismo.

—¡Genial! Eso significa que iremos al nuevo café cercano. He leído reseñas en internet y dicen que es excepcional. La otra hoja proponía un paseo relajante en la playa, pero ya que has elegido esta opción...

La efusión en el rostro de Adrien y en sus palabras se desvaneció abruptamente al observar cómo Carlo arrugaba la hoja y la desechaba con desdén en la papelera, justo frente a él. Aquel gesto de rechazo hacia su plan de cita perfecta provocó que algo dentro de Adrien se hiciera añicos ese día. Aunque pareciera extraño y hasta estúpido, Adrien estaba lamentablemente acostumbrado a este tipo de desaires.

—Es mi culpa —susurró en sus pensamientos—. Yo lo provoqué —pensó, luchando por no sumirse en la humillación.

—Sabes que no me gustan las salidas a lugares concurridos. Odio escuchar el bullicio de las personas —declaró Carlo con frialdad. Cada palabra pronunciada por Carlo resonaba en la conciencia de Adrien, aumentando la carga de culpabilidad. Porque sí, él conocía a la perfección todas las cosas que Carlo detestaba. Y, para su infortunio, eran precisamente esas cosas las que Adrien anhelaba hacer con él.

Adrien anhelaba la experiencia de llevar a Carlo al cine, donde podrían sumergirse juntos en una película de terror. Planeaba hábilmente fingir miedo para tener la excusa perfecta de abrazar a Carlo. Sin embargo, todas esas expectativas se desmoronaron al chocar con las aversiones específicas de Carlo: el rechazo al olor de las palomitas y la detestación de cualquier tipo de película. Entre suspirar resignado y abandonar la idea, Adrien sintió que una sombra más se sumaba a la creciente lista de desencuentros.

La ilusión de compartir un día en el centro comercial también se desvaneció ante la realidad de las preferencias de Carlo. Quería agarrarle la mano, admirar escaparates y disfrutar de un helado juntos, pero las objeciones de Carlo eran inquebrantables. Detestaba las cosas dulces, se resistía al contacto en público y parecía aborrecer la idea de pasar tiempo alguno con él.

—¿Pero ahí estás? —murmuró Adrien mientras arrugaba la hoja en la que había estado garabateando—. Estás ahí. En el mismo lugar al cual no quisiste ir... Estás ahí, con ella, en el mismo café al cual te invité. —La tristeza se apoderó de sus palabras, una tristeza que resonaba con la decepción de haber ideado planes con la esperanza de unirlos y, en cambio, encontrarse con la cruda realidad de las barreras insalvables impuestas por las preferencias de Carlo. En ese momento, Adrien se sintió sumergido en la penosa realización de que, incluso en sus pequeños intentos de conexión, la distancia emocional entre ellos parecía insuperable.

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Wiiii primer capítulo, cuéntenme en los comentarios que les pareció el inicio, estaré respondiendo preguntas y comentarios.

Capítulo 02. Mira más allá.

El fuerte estallido de ira lo hizo lanzar contra el librero un búho que tenía sobre el escritorio, haciendo que los pedazos se esparcieran por el suelo. Soltó un grito de frustración y golpeó su mano contra el escritorio. Si no fuera porque su abuelo lo había enviado a ese lugar, él definitivamente no hubiese dejado que esa zorra se acercara a Carlo ni un centímetro.

—Uy, creo que vine en mal momento. —Adrien volvió la mirada hacia la entrada y su rostro se relajó un poco al encontrarse con el rostro preocupado de Cedric. El hombre empujó lentamente la puerta y entró con dos cafés en mano—. Ten, tal vez te relajes un poco.

Adrien caminó hacia él y agarró el café con cuidado—. Gracias, me servirá de mucho.

—¿Qué tal? —preguntó Cedric después de ver que le diera un sorbo y sonrió satisfecho cuando Adrien asintió, aprobando el sabor que tenía.

—Por cierto, dijiste que estarías ocupado el día de hoy, ¿qué haces aquí? —preguntó mientras lo invitaba a sentarse en la pequeña sala que había en la oficina.

—¿No puedo venir únicamente porque extraño a mi amigo? —preguntó juguetón y Adrien sonrió—. En realidad vine porque quería hablar contigo sobre unos negocios muy rentables en Italia, pero —Cedric hizo una pausa y miró el desastre que había del otro lado—, veo que llegué en mal momento.

—Un problema con una cosa insignificante en Italia, eso es todo. —Habló intentando restarle importancia, sin embargo, la tensión en su mandíbula, así como la fuerza utilizada para agarrar el vaso de café decían otra cosa.

—No preguntaré, pero, recuerda que siempre podrás decirme cualquier cosa. —Cedric se inclinó un poco y, dejando a un lado su vaso de café, agarró ambas manos de Adrien y las acarició con los pulgares.

—Sí, lo sé. Muchas gracias, Cedric.

Cedric se reincorporó en su asiento y siguió conversando con él de cosas triviales. Antes, Adrien le contaba cualquier cosa, por más insignificante que fuese, sin embargo, tampoco esperaba que después de años volvieran a ser como antes. Sabía que para que ambos tuvieran la misma confianza que en el pasado, tenían que recuperar el tiempo perdido.

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En un abrir y cerrar de ojos, había pasado un mes más. Adrien estaba cada día más alterado, y su malhumor comenzaba a afectar su trabajo. Incluso su abuelo le había llamado la atención y exigido que mantuviera sus asuntos personales fuera de los negocios.

Él lo había intentado, Dios sabe cuánto intentaba hacerlo, cuánto intentaba ignorar el hecho de que Carlo Mancini parecía no querer saber nada de él. Por supuesto, fue él el primero que lo ignoró e hizo una sarta de estupideces para ponerlo celoso, pero, Carlo no lo quería ni siquiera como amigo, y ahora estaba pagando el precio de haberlo ignorado primero.

Desde hace más de un mes, Carlo no contactaba con él ni siquiera por error. La desesperación por saber de él lo estaba matando, sin embargo, Carlo incluso lo había bloqueado. Intentó llamarle desde un número diferente, no obstante, cuando escuchaba su voz, cortaba inmediatamente la llamada.

Él realmente quería deshacerse de su presencia.

Adrien se dejó caer sobre el respaldo del sillón rojo de piel en el que estaba. El mesero puso un vaso de cristal cortado, puso algunos cubos de hielo dentro y vertió un poco de ron de la mejor calidad.

—Deja la botella y vete —ordenó Adrien con desgana. El mesero asintió, colocó la botella de ron sobre la mesa de vidrio y salió de la habitación privada.

Adrien se levantó con pereza y bebió el ron del vaso de un solo trago y volvió a servirse más y a repetir el mismo proceso hasta que la botella llegó hasta la mitad.

Odiaba sentirse tan malditamente inseguro. Las fotografías de esa enfermera y Carlo seguían llegando, los dos parecían haber tenido una conexión especial y, en el poco tiempo que había estado fuera, esa chica lo había desplazado por completo.

Las lágrimas circularon por sus mejillas mientras la botella de ron seguía bajando a un ritmo descomunal. Su orgullo le había jugado en contra o simplemente Carlo estaba aprovechando la oportunidad para dejarle en claro lo que él ya sabía: que no lo amaba.

Estaba más que claro, pero él se aferraba a esa relación unilateral tan fuerte, que las cadenas se habían incrustado en sus manos y le era imposible dejarlo ir.

—Hey, ¿qué sucede? —la voz conocida de su amigo le hizo girar la cabeza. Cedric le quitó la botella de la mano y la dejó sobre la mesa de cristal. Sujetó con cariño el rostro de Adrien con ambas manos y con cuidado limpió las lágrimas de sus mejillas con los dedos pulgares.

Adrien parpadeó un par de veces y su vista borrosa se aclaró. Miró a Cedric y no pudo evitar llorar más. El llanto se hizo sonoro y Cedric, con dolor en la mirada, lo abrazó, pegando el rostro de Adrien sobre su hombro y acariciando su espalda con ternura.

—Hey, bebé, ¿qué sucede? —cuestionó con voz baja. Adrien odiaba que le dijese bebé, pero en ese momento no tenía ni ánimos ni fuerzas para comenzar una de sus típicas peleas sin sentido.

Débilmente, se aferró con fuerza al brazo de Cedric y dejó que el llanto se extendiera hasta donde pudiera. Sus ojos dolían y sus cuencas habían quedado secas, pero el dolor seguía latente en su pecho. Quién sabe cuánto tiempo pasó, incluso la posición había cambiado. Ahora se encontraba recostado en el sillón, apoyando su cabeza sobre el regazo de Cedric.

—Gracias —expresó de repente Adrien—, agradezco que estés aquí.

Aunque la borrachera se disipaba lentamente, su cabeza comenzaba a pulsar con intensidad. Los ojos de Adrien estaban inflamados y le resultaba doloroso mantenerlos abiertos; optó por cerrarlos, sumiéndose en un silencio que le permitió saborear las suaves caricias de su amigo, las cuales lo transportaron momentáneamente hacia su infancia.

—Somos amigos, Adrien. Además, recuerda que te quiero… siempre te he querido. —Adrien asintió en silencio, aunque Cedric era consciente de que su "te quiero" era interpretado de manera diferente por Adrien—. ¿Me contarás qué sucede contigo?

Adrien se tensó en su lugar. Desde que se reencontraron, nunca había compartido nada con Cedric sobre Carlo. Sabía que probablemente se enojaría, pero necesitaba desahogarse. Además de su abuelo, no había nadie cercano a él; la soledad a veces resultaba abrumadora y aterradora. Adrien se incorporó lentamente y se sentó cabizbajo.

—Yo… me enamoré de una persona que nunca me verá más que como una molestia en su vida —confesó con la voz entrecortada. Las manos de Cedric se apretaron, marcando sus venas—. Peleamos, y mi orgullo me llevó a ignorarlo… pensé que insistiría, porque, aunque no me quiere, hemos estado juntos durante años… pero, fue demasiado estúpido pensar eso… él ni siquiera responde mis llamadas o mensajes.

—¿Qué clase de idiota es para hacerte llorar así? —expresó con enojo.

Si Adrien estuviera en sus manos, lo cuidaría como la pieza más valiosa del mundo. A pesar de su mal carácter y temperamento explosivo, Adrien no era más que alguien vulnerable encapsulado en una capa arrogante desde la muerte de sus padres. Esa era su forma de protegerse de todos.

—Él me desprecia por lo que le hice… pero, para mí no había sido importante hasta hoy, nunca me importó que me odiara mientras estuviera a mi lado —confesó, odiando ser tan malditamente dependiente de Carlo.

Cedric pudo percibir la desesperación en sus palabras y recordó lo que Adrien le había dicho una vez: "solamente quiero que alguien me ame como papá ama a mamá". Sabía que siempre fue su sueño, formar una familia como la que aquellos bastardos habían destruido.

Cedric se arrodilló frente a él, sujetando su rostro con ambas manos.

—Adrien, él no es la única persona que puede amarte —susurró cerca de su rostro. Su respiración se mezclaba con el aroma del alcohol que emanaba de la boca de Adrien; sus ojos recorrieron con cariño todo su rostro, y su corazón dio un vuelco cuando su mirada se detuvo en los rosados labios—. Mira más allá, te darás cuenta de que hay alguien dispuesto a amarte de la manera que tú mereces.

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