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Puntadas

Notas de la autora

Hola de nuevo, saben que me esforzaré por terminar está segunda parte tanto como las últimas partes de la primera ❤️ si olvidaron darle like a algunos capítulos de Fracturado, ahora es el momento de volver y darle like 🤣 Gracias por sus lecturas y comentarios, también a las que me funaron por no actualizar, jajajaja.

Esta historia se va a desarrollar 4 años después de los acontecimientos de la primera parte.

Sí llegan hasta aquí sin saber cuál es la primera parte aquí les dejo el link 👇

Capítulo 1

Meses después de su estancia en el hospital, el retorno de Aziel Rinaldi a su vida no era más que un eco de su existencia pasada. Las heridas físicas que llevaba eran un constante recordatorio de la traición de Steve, pero eran las heridas emocionales las que verdaderamente lo atormentaban. La mansión Rinaldi a kilómetros de distancia de él que una vez estuvo llena de risas y amor, ahora resonaba con el silencio de las pérdidas sufridas.

Una tarde, mientras Aziel se encontraba sumido en sus pensamientos, mirando a través de las ventanas de su departamento, Marco llegó. Su presencia era una de las pocas conexiones con el mundo exterior que Aziel permitía, y su amistad, una ancla en los tiempos más oscuros.

—¿Realmente la amaste, Aziel? —Marco rompió el silencio con una pregunta cargada de sinceridad y preocupación. Aziel le devolvió la mirada, sus ojos reflejando un torbellino de dolor.

—Si pudiera regresar el tiempo —comenzó, su voz apenas un susurro—, haría todo para que ella no se encontrara conmigo. Haría todo para que fuera feliz, lejos de la mafia, los negocios ilícitos... lejos de mí —sus palabras se colgaban en el aire, pesadas con el peso de su arrepentimiento.

—Aziel…

—Soy un hombre repugnante, Marco. Un hombre que nunca supo amarla como se lo merecía. Ella era luz y yo... yo solo traje oscuridad a su vida —La confesión de Aziel era tanto una admisión de su amor por Emily como una condena a sí mismo.

Marco se acercó, colocando una mano sobre el hombro de su amigo.

—Aziel, amar también es reconocer el dolor que podemos causar. Y tú... tú la amas más de lo que crees…

—¡Ella está muerta! Por mi culpa… No fui lo suficientemente poderoso para protegerla.

La conversación entre los dos hombres se desplegó en la penumbra de la habitación, con el atardecer tiñendo el cielo de tonos púrpuras y naranjas. Hablaron de amor, pérdida y la posibilidad de redención. Para Aziel, enfrentar sus sentimientos hacia Emily en voz alta era tanto una tortura como una liberación. Aunque sabía que el camino hacia la redención estaba sembrado de espinas. La idea de un futuro sin ella era insoportable, pero su deseo de que hubiera tenido una vida mejor sin él era genuino. En ese momento, en la soledad, con las heridas aún frescas y el corazón hecho trizas, Aziel comenzó a comprender la profundidad de su amor por Emily. Un amor tan grande que estaba dispuesto a desear su felicidad, incluso si eso significaba borrar su propia existencia de su vida. El hubiera la atormentaba y por varias noches no lo dejaba conciliar el sueño.

***

Años después…

Aziel Rinaldi se encontraba en un rincón exclusivo de uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad, acompañado por tres mujeres cuya belleza era innegable. Tenían ojos cafés grandes y expresivos, cabellos castaños que fluían como cascadas sobre sus hombros, y figuras delgadas que la alta sociedad consideraría perfectas. Sin embargo, para Aziel, su presencia no era más que un pálido reflejo de la mujer que perdió. A pesar de sus similitudes físicas con su difunta esposa, estas mujeres no podían llenar el abismo de su corazón, no como en un principio que le bastaban un par de tragos y una mujer hermosa de cabello chocolate para tratar de olvidar el dolor.

Frente a él las mesas, vestidas con manteles de lino blanco impoluto, estaban dispuestas de manera que cada conjunto de comensales disfrutaban de un halo de privacidad. Luces tenues colgaban del techo alto, proyectando un brillo suave que realzaba la atmósfera íntima del lugar. Las paredes adornadas con arte contemporáneo y los suelos de mármol pulido reflejaban el murmullo constante de conversaciones y el delicado sonido de cubiertos contra platos de porcelana fina.

Aziel, con una expresión de aburrimiento apenas disimulada, observaba a sus acompañantes. Las mujeres, vestidas con sus mejores galas en un intento por impresionar, parecían no darse cuenta del desinterés de su anfitrión. Una de ellas, llevando un vestido que presumía más de lo que sugería, intentó atraer su atención con un comentario sobre la exclusividad del vino que estaban bebiendo.

—Este vino es exquisito, señor Aziel. Solo aquí podría probarse algo tan... sofisticado —dijo, con una sonrisa forzada en busca de aprobación.

Aziel, cuya paciencia se desvanecía como humo, respondió sin miramientos:

—La sofisticación no se compra, querida, se tiene. Y desafortunadamente, no todo lo que brilla en este lugar es oro —su comentario, cargado de desdén, dejaba claro su juicio no solo sobre el vino, sino sobre la compañía que escogió esa noche.

Otra, en un esfuerzo por cambiar de tema, comentó sobre la decoración del lugar:

—La elegancia de este restaurante realmente complementa a personas con gusto tan exquisito como el suyo, señor.

Sin siquiera un atisbo de la sonrisa que ella esperaba,

—Es decepcionante que lo único elegante frente a mí sea este restaurante. —Su mirada se deslizó por las mujeres, un claro reflejo de que sus palabras tenían un doble sentido.

La cena continuó en un vaivén de comentarios similares, donde cada intento de las mujeres por establecer una conexión era hábilmente desviado o rechazado por él con una frialdad que iba más allá de la mera indiferencia. La tensión era tan evidente que incluso el personal del restaurante evitaba acercarse a su mesa más de lo necesario.

A pesar de la belleza del entorno y la exquisitez de la comida, la atmósfera en la mesa de Aziel se volvió insostenible.

Al concluir la noche, les entregó el dinero acordado, un acto que realizó sin el menor atisbo de calidez. Las mujeres, confundidas pero satisfechas con el pago, lo miraron partir con una mezcla de alivio y desconcierto.

"El dinero puede comprar la presencia, pero no el afecto. Y ustedes, aunque comparten rasgos con ella, no son ella.", pensó con melancolía.

Al volver a su mansión, se sumió en un mar de recuerdos. Cada rincón de la casa le recordaba a Emily, a los empleados fieles que habían perecido en el siniestro y al hijo que nunca conocería. Aitana, la mujer que lo consoló después de la muerte de su madre, figuraba también entre sus pérdidas. La magnitud de su dolor era casi insoportable, sumergiéndolo en recuerdos y remordimientos.

Encerrado en su estudio, donde la oscuridad de la noche se fundía con sus pensamientos más sombríos, Aziel se permitió un momento de vulnerabilidad. El último día que vio a Emily, no alcanzó a disculparse, no le dijo "te amo", lo dio todo por sentado. La culpa y el remordimiento eran sus únicos compañeros.

Capítulo 2

En la soledad de la sala, solo iluminada por el débil resplandor de una lámpara, Aziel Rinaldi acariciaba su anillo de bodas. Este gesto, casi sin darse cuenta, se había vuelto habitual en momentos de profunda reflexión, siendo lo único palpable que le quedaba de ella. Los recuerdos de la muerte de Steve regresaban a su mente con una claridad perturbadora: el miedo evidente en los ojos de su antiguo adversario, y su voz suplicante pidiendo clemencia, formaban un marcado contraste con la fría determinación que Aziel había mantenido para acabar con él.

En ese momento de reflexión, Josué, uno de sus empleados más fieles, un hombre alto, moreno y de pelo oscuro, entró al estudio sin hacer ruido, casi sin llamar la atención.

—¿Quiere que llame una acompañante para usted esta noche? —preguntó con la discreción que había perfeccionado a lo largo de los años.

—No, no esta noche —respondió Aziel, de manera directa, dejando claro que no quería seguir hablando del tema. Josué entendió de inmediato, asintió y se fue tan silenciosamente como había llegado.

Aziel, solo de nuevo, se sirvió una copa de vino, sumergiéndose en sus pensamientos. Recordaba las palabras de Steve, dichas con un tono de menosprecio que aún retumbaba en su cabeza: "Nunca fuiste un líder digno. Rompías todas las reglas, siempre estabas de fiesta en Kenia, y antes de conocerla, eras el peor de los mujeriegos. Eso no te hace un líder, te hace un impostor. Por eso nunca te vi como tal."

Esas palabras duras tenían algo de cierto, algo que Aziel no podía negar del todo. Habían tocado un punto sensible, mostrando no solo cómo Steve lo veía, sino también las propias inseguridades de Aziel sobre su liderazgo y las decisiones que había tomado. En el silencio, con la copa en mano, solo podía sentir desprecio por el recuerdo de Steve.

La interrupción de Josué en el estudio, llevó a Aziel a una tensión palpable que resonó incluso después de que se hubiera ido. Las noticias de los problemas en cierta área eran preocupante, pero lo que vendría a continuación era algo que Aziel no podría haber anticipado.

—Señor Rinaldi, hay dificultades en el área B, ya se mandaron refuerzos, solo le aviso no es necesario que vaya —dijo Josué, su voz ansiosa daba un mensaje contrario.

Aziel, perdido en pensamientos oscuros, apenas asintió. Josué, comprendiendo la gravedad de la situación, se retiró, dejando a Aziel solo.

Mientras tanto, en el lugar, Marco se dirigía confiado a su automóvil, creyendo que el caos de la noche había quedado atrás. La quietud que lo rodeaba no era más que un espejismo, roto brutalmente en el momento en que metió la llave en la puerta, la explosión fue inmediata y devastadora, una bola de fuego que iluminó la noche y sacudió el suelo bajo sus pies.

Fue lanzado por los aires, mientras que el carro se tornó un espectáculo de fuego y destrucción que se estrelló contra el asfalto con un estruendo ensordecedor. Marco, sufrió el impacto total de la detonación. Aunque la muerte no lo reclamó, las heridas que sufrió lo dejaron al borde de la inconsciencia, luchando por aferrarse a la vida en medio de las llamas que consumían lo que quedaba de su coche.

El humo y el fuego se convirtieron en los amos de la escena, mientras las llamas devoraban el vehículo, dejando poco más que un cascarón retorcido y quemado. La explosión, claramente diseñada para matar, había enviado un mensaje inequívoco, no solo a Marco sino a todos aquellos asociados con Aziel Rinaldi.

Cuando el teléfono sonó con urgencia. Al otro lado de la línea, una voz apresurada le comunicó lo inconcebible.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Rinaldi con voz firme.

—Es Marco... Ha sido atacado, está en el hospital ahora, su estado es crítico —la voz temblaba, cargada de miedo y ansiedad.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Aziel sintió cómo el mundo se detenía, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Marco, su amigo más cercano y de confianza, quien había estado con él en los momentos más difíciles, ahora estaba peleando por su vida a causa de la violencia que ellos mismos habían provocado.

—¿Quién hizo esto? —la pregunta de Aziel fue cortante, su tono endurecido por la ira.

—No lo sabemos aún…

—Yo me encargaré de esto. —Aziel interrumpió, su decisión era firme, su voluntad inquebrantable.

Colgó el teléfono y se quedó de pie, mirando a través de la ventana, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que este ataque no era un simple acto de violencia; era un mensaje, una declaración de guerra de sus enemigos. Y él respondería.

De inmediato, Aziel tomó acción. Llamó a sus colaboradores más confiables para que se reunieran en su estudio. Uno tras otro, llegaron rápidamente, llenando la habitación con una tensión palpable. Una vez que todos estaban allí, Aziel les contó lo sucedido, observando sus rostros mientras la sorpresa y el enojo se apoderaban de ellos.

—Esto no quedará así. Quien haya hecho esto pagará con creces —su voz era un rugido, lleno de furia pero también de dolor.

—¿Qué necesita de nosotros, señor Aziel? —preguntó uno de ellos, listo para seguirlo hasta el fin del mundo si era necesario.

—Necesito que encuentren al responsable. Usen todos los recursos a nuestro alcance. No importa lo que cueste, quiero encontrar al culpable. —Sus órdenes eran claras, y sus hombres asintieron, cada uno comprendiendo la gravedad de la situación.

—Lo haremos, señor. Marco es uno de los nuestros, y no descansaremos hasta que esto se resuelva. —La determinación en sus palabras era palpable, un eco del sentimiento que ardía en el corazón de Aziel.

Con eso, el grupo se dispersó, dejando a Aziel solo. Se acercó a su escritorio, tomando un momento para recolectar sus pensamientos. La venganza llenaba su mente, pero también el recuerdo de los momentos compartidos con él, de las batallas que habían enfrentado juntos.

En cada uno de sus momentos difíciles él había estado ahí, dándole consuelo a su manera.

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