Destiny pasó un dedo por los pétalos de un lirio blanco, adornado con gerberas y rosas amarillas. Tiró la oreja de un peluche sentado en la base de mimbre y por enésima vez, desquició la tarjeta oculta en el centro.
«Una noche excelente. Gracias.»
Resopló elevando las manos al cielo, ¿acaso ese sujeto no tenía frases más creativas? Además, no creía que a las mujeres que él frecuentaba les gustasen los tiernos ositos de peluche o los finos y costosos arreglos florales. Ellas se conformaban con el dinero que ya les había pagado y con el placer proporcionado mutuamente. Sintió ganas de descolgar el teléfono y llamar a Jou, el repartidor, para cancelar la entrega.
Todos los días eran iguales, a las diez en punto de la mañana, recibían la llamada de Gloria, la asistente del depravado mejor conocido como James Miller. Gloria era probablemente la única mujer cercana que se le había escapado viva por tener cincuenta y cuatro años, ser viuda y abuela de seis nietos menores de doce años. Encargaba el mismo arreglo en diferentes tonalidades, todos conteniendo el mismo mensaje a excepción de los domingos, porque la floristería estaba cerrada. En compensación el lunes por la mañana, se enviaban dos arreglos en diferentes direcciones con el mismo mensaje, lo que indicaba que James no descansaba ni los fines de semana.
Asqueroso.
Todo ese torbellino de disgustos matutinos había comenzado desde hacía tres meses, cuando el desvergonzado ese, decidió mudarse a la ciudad.
Se mordió el labio inferior, remojándose el dedo índice en una gota de agua que había resbalado sobre la mesa. Formó círculos, regañándose mentalmente por imaginar los hábitos y habilidades eróticas de ese sujeto.
Escuchó correr el agua del váter y se apartó del mostrador. Cogió la solicitud impresa en papel rosado y mirando el gran sello de RECHAZADA en el centro, se dejó caer en la silla giratoria frente al ordenador.
Megan, salió del tocador secándose las manos con una toalla de papel, sonriendo a todas luces por haber superado su problema de estreñimiento. Frunció el entrecejo, mirando la tarjeta blanca arrugada en el fondo del arreglo floral que dejó encima del mostrador y negó con la cabeza.
—Otra vez lo has hecho, Destiny Love —acusó reemplazando la tarjeta por otra.
Destiny estiró las piernas en su silla, apretando la solicitud contra su pecho.
—Si yo tuviese la suerte que tiene ese hombre con sus ligues, ya me apodarían Cupido.
—No me digas que rechazaron tu solicitud de nuevo.
—Así es, Meg —Destiny hizo bolita su solicitud y la arrojó al basurero—. Es la tercera vez desde que trabajo con Annie que intento ocupar una plaza como celestina. No entiendo por qué no me dan una oportunidad, sé de memoria los manuales, las técnicas, los programas de integración de personalidades, pero siempre me reprueban.
Megan se movió a palmear el hombro de su compañera.
—Sabes que es Taylor quien aprueba solicitudes y lo siento por ti, amiga, pero es evidente que te odia.
Destiny gimió hundiéndose en la silla.
—Ya lo sé, pero te juro que nunca me he metido con ella, ha sido así desde que la conozco.
Destiny se sabía huérfana desde que tenía memoria, los encargados del Hogar St. Joseph, donde ella fue abandonada a la semana de nacida, le habían dicho que no poseían registro alguno de su familia. Con el tiempo ella perdió interés en saber quiénes eran sus progenitores, tenía tan mala suerte que vio a la mayoría de sus compañeros ser adoptados por parejas amables y cariñosas, dispuestas a darles un hogar mientras ella se conformaba con estar inscrita en el programa "Una familia temporal", en el que personas de buen corazón les llevaban a su casa durante la temporada festiva.
En una de esas oportunidades conoció a la familia Weaber. Anne se preocupaba por ella todas las épocas del año, su hija Jennifer también era muy amable y todavía continuaban siendo amigas, pero por desgracia no podían adoptarla porque el esposo de Anne simplemente le aborrecía.
Destiny lo comprendía, eran un matrimonio joven y estable económicamente, bien podían tener otro hijo propio en vez de adoptar uno, y así fue. En su décimo segundo cumpleaños recibió la noticia que Anne esperaba un bebé al que nombraron Andrew, y desde entonces Thomas Weaber no la quiso más en su casa. Taylor Ross que era amiga cercana de la familia, se alegró entonces.
Después de aquello, una pareja mayor que también formaba parte del programa la resguardó en su casa junto con Ian, otro compañero del orfanato, hasta que cumplió dieciocho años. El matrimonio Nicols se enamoró de ambos e intentaron adoptarlos, pero por desgracia y mala suerte suya, sólo podían adoptar a uno de ellos, y terminaron decidiéndose por Ian.
Esa fue la última pareja que se interesó por ella. Los matrimonios más jóvenes, buscaban niños pequeños, recién nacidos si era posible, y a medida que crecía, Destiny perdía totalmente las esperanzas de encontrar una familia. Al cumplir la mayoría de edad, tuvo que abandonar el Hogar St. Joseph con poco dinero en el bolsillo.
Los ancianos padres de Ian, su actual novio, le habían proporcionado una habitación en su casa, hasta que ella reuniera el dinero suficiente para alquilar un departamento. Dos años después, consiguió arrendar una habitación detrás del Club de solteros Lovely, algo bastante conveniente porque se ahorraba dinero en transporte.
Ella e Ian ahorraban cuánto podían para poder casarse ese mismo año. Sus padres iban a pagarles la luna de miel, y corrían rumores de que les obsequiarían una pequeña casa en un barrio decente. Destiny tuvo una infancia difícil, y su mayor sueño era formar su propia familia al lado del hombre que amaba. Ian era más que su novio, era su hogar, el único lugar estable que había tenido su corazón desde siempre.
Por todas esas razones era que detestaba tanto a los sujetos como James Miller, probablemente ella era hija de uno de esos casanovas y de una adolescente que no soportó el abandono ni la responsabilidad de ser madre y terminó abandonándola a su suerte. Ella le agradecía cada día al cielo porque a pesar de todo, creció sana, nadie había abusado de ella como sucedió con otros compañeros, y en su odisea por buscar un hogar, ganó muchos amigos.
Ahora con veintitrés años, había decidido que era hora de establecerse. Creía que sería una buena esposa, y una excelente madre, más que nada deseaba eso. Le daría a sus hijos todo el amor, cuidados y comprensión que ella anheló.
Suspiró, recostándose en el mostrador. La noche anterior, se había desvelado haciendo flores de papel para adornar la iglesia el día de su boda. Naia, la madre de Ian, se ofreció a ayudarle pero su artritis no se lo había permitido. Destiny trabajaba sola día y noche para que todo estuviese listo. Ian tampoco resultaba de mucha utilidad, porque rara vez opinaba sobre los detalles de la boda, él solo se limitaba a colaborar económicamente.
NOTA:
Hola, antes que nada quiero ponerlos en contexto, la historia estará ambientada en los inicios de los 2000 cuando la tecnología no está tan avanzada como ahora, espero que les guste, solo es ficción para entretenernos, sin ánimos de ofender a nadie. CONTENIDO+18 EN EL FUTURO, están advertidos.
Alguien entró a la Floristería Celeste, pero Destiny lo ignoró completamente, total era hora de almuerzo y ella sólo estaba de visita.
—Hola, linda —saludó un hombre retirándose el móvil de la oreja—. Busco el arreglo que encargó Gloria.
Megan se estremeció.
—Es éste —farfulló, reconociendo al hombre salido de una portada de revista. Se mordió el labio cuando él hizo una mueca de desagrado al leer la tarjeta del adorno, la arrugó y se la metió al bolsillo del pantalón.
—Cámbiala por una de feliz cumpleaños, ¿se puede?
—Por supuesto que sí.
Destiny quien había escuchado esa voz en el salón VIP del Club de solteros todos los miércoles por la noche, se animó a levantar la cabeza. Ahí estaba, el diablo encarnado.
—¡Qué sí! Con un demonio, no lo he olvidado, voy para allá —masculló al teléfono James Miller.
Destiny apoyó los codos en la mesa, acunándose el rostro entre las manos.
—¿Se le olvidó el cumpleaños de su novia? —preguntó con sorna.
James se despegó el móvil de la oreja, dirigiendo su mirada a la esquina del mostrador. Entrecerró los ojos, calculando la cantidad de pecas encima de la naricilla respingada de la chica castaña con mejillas redondas y ojos verdes. Llevaba puesto un uniforme rosa chillón y un collar de perlas blancas falsas alrededor de su cuello. Se acordaba de ella. Le pareció una pequeña elfina la primera vez que la vio en el Club de solteros, ella le había persuadido de reemplazar su membresía Golden por una Platinum.
—Si tú fueses mi novia, seguro se me olvidaría —respondió sonriendo.
Destiny frunció el entrecejo, provocando que su naricilla se respingara todavía más.
—Si yo fuese su novia, ya lo habría castrado.
James se echó a reír.
—Créeme que eso sería lo último que querrías hacer —espetó perdiéndole el respeto. Ella había comenzado con las bromas pesadas, de todos modos.
Megan empujó el arreglo hacia adelante.
—Está listo, señor —indicó, lanzándole a Destiny la misma mirada enfurecida que ocupaba para regañar a Anel cuando se excedía con sus travesuras.
James colocó dos billetes sobre la mesa, tomando el arreglo. Se acercó a Destiny, y le extendió otro billete.
—Cómprate algo que cubra esas pecas —le guiñó un ojo y se marchó.
Destiny esperó a que la puerta de cristal se cerrara para arrojarle el billete a la espalda. Megan levantó el tablón del mostrador y salió corriendo a recogerlo.
—¿Estás loca? Las propinas me son muy útiles en estos días. Anel enfermó de nuevo —explicó refiriéndose a su hija de dos años—. Además, cómo puedes enojarte con ese bombón, está más bueno que el actor porno de la película que Tessa me obligó a mirar ayer.
Destiny se recogió el cabello en una coleta, esbozando una mueca de repugnancia.
—Creí que ya no veías esas asquerosidades con tu hermana —golpeó suavemente el mostrador con el puño—. Me arrepiento de haber admitido la membresía de ese tipo, tengo que aguantármelo una vez a la semana.
—Pues yo —dijo Megan volteando rótulo de abierto a cerrado—, estoy contenta de haberlo visto. Siempre me había preguntado cómo era en persona y ahora que lo sé, pienso inscribirme en el Club para ver si puedo cazarlo a él, o a otro tipo rico de los que frecuentan ese lugar.
Destiny escrutó con la mirada el cuerpo de Megan, pelirroja, alta y con cuello de garza. Busto generoso y caderas anchas. El tipo de mujer ideal para James Miller. Aunque él las prefería sin ningún tipo de compromiso y con un amplio vocabulario sucio. Sacudió su cabeza, gracias a los cielos, Ian era un hombre decente.
—No puedo creer que seas de esas tipas que sólo aspiran a tener una noche con él —gruñó Destiny rodeando el mostrador—. A mí me repugna.
Megan rió, pasándole un brazo por los hombros.
—Sólo era una broma, Des. Anel es lo único que me importa en estos momentos —cerró la floristería y se encaminó a tomar el almuerzo con Destiny—. Lo dije por molestar, siempre vienes a quejarte de su conquista rubia de los miércoles, y te molesta ver los arreglos tan bonitos con mensajes poco obscenos que le envía a sus amantes. Me cuentas más cosas sobre él que de Ian.
Destiny hizo un mohín empujando la puerta giratoria del Woo's Dinner, un lugar bastante popular en la calle Woo, famosa por estar abarrotada de Clubes nocturnos y otros sitios de perdición. Destiny pensó en un principio que un restaurante familiar como ese, no sobreviviría en esa zona, pero era agradable tener un lugar decente en el barrio. Además, si no tenía ánimos de cocinar en la noche, simplemente salía de su casita, cruzaba la calle y encontraba una cena segura.
La propietaria, Jennifer Pears, la saludó desde la barra, evadiendo a dos tipos con pinta de camioneros que almorzaban en ese lugar. Destiny escogió una mesa lejos de los juegos infantiles y de las extravagantes mesas triangulares con asientos de dudosa seguridad, acabando por recluirse en una butaca junto al escaparate.
—Yo no tengo la culpa que en las revistas y programas de televisión se hable de él —replicó Destiny continuando con la conversación—. Yo sólo cumplo con mi deber de actualizarte en noticias, porque tú únicamente estás al tanto de las aventuras de Mickey Mouse.
Megan chasqueó la lengua, cogiendo el menú que les ofrecía la mesera. Una vez la chica se retiró, Destiny se limitó a sacar un libro de su bolso y se dispuso a leer. Megan puso los ojos en blanco, no entendía la afición de Destiny por la lectura.
—¿Qué haces? —protestó, bajando el libro con el pulgar en aras de que esos ojos verdes apuntaran hacia ella.
Destiny remilgó.
—¡Megan! Es el libro de moda, además la autora es amiga mía y le prometí ir a la firma de autógrafos que habrá mañana en el centro comercial y apenas he llegado a la mitad.
Megan arqueó las cejas.
—¿Es aburrido?
—No —Destiny suspiró, metiendo el libro en su bolso—. Lo que sucede es que Ian absorbe mi tiempo libre por las noches.
—Ah, quién te mirara con esa carita de mojigata —se inclinó sobre la mesa para darle un empujón.
—No alucines. Ian y yo, sólo hablamos.
—¿Cosas sucias?
—No, de nuestro futuro.
Megan se carcajeó del azoramiento de su amiga.
—Ahora comprendo por qué hablas tanto de James Miller, envidias su vida sexual.
Destiny golpeó la mesa, asustando a la camarera que colocaba los platos.
—Por supuesto que no. Ni siquiera me gusta el tipo. Yo sólo tengo ojos para Ian.
Megan se hizo una imagen mental de Ian. Era guapo, pero tampoco para arrojarle las bragas como a James. Tenía un trabajo más o menos bien pagado, pero siendo guardaespaldas de un banquero jubilado que había decidido despilfarrar los últimos años de su vida echando canas al aire, pasaba mucho tiempo fuera de la ciudad.
—¿Y ya pensaste en el tema para la fiesta del miércoles?
—Claro, será noche de elfos.
Megan la miró, perpleja.
—¿Qué? No creo que tus clientes quieran ponerse orejas puntiagudas.
Destiny se metió un trozo de brócoli a la boca, y la apuntó con el tenedor.
—Te equivocas, querida. Lo he hablado con ellos en el grupo de chat y todos están emocionados con la idea.
—¿James Miller también?
—Él pertenece al salón VIP, Sophia es la encargada de sus eventos. Yo estoy con los miembros Golden.
—Qué lastima, ya no apreciarás su paquete con mallas ajustadas.
A Destiny, le dio indigestión.
El trabajo de Destiny comenzaba a las dos de la tarde, motivos por los que se pasaba la mañana dándole lata a Megan en la floristería Celeste, que junto con la Agencia de citas y el Club de solteros Lovely, conformaban el conglomerado de negocios de Taylor Ross.
Destiny era la encargada de entretener a un grupo de veintiséis solteros desde las ocho de la noche a una de la madrugada. No negaba que se divertía, pero su aspiración más fuerte era ser celestina, quería ayudar a las personas a encontrar su media naranja. Comprendía que las relaciones no eran perfectas, muchas veces ni siquiera congeniaban las personalidades, la química sin embargo no podía faltar.
Ella e Ian por ejemplo, tenían gustos diferentes, peleaban algunas veces y luego se reconciliaban. A la hora de salir, era un problema acordar el lugar de la cita, Ian quería ir al estadio a ver un partido y Destiny al cine. Al final, hacían ambas cosas por grave que fuese el desacuerdo.
Esa noche después de una fiesta hawaiana, llegó a casa y encontró en su contestadora un mensaje de Ian diciendo que viajaba a Paris con su jefe durante un mes. El hecho le disgustó, cuando Ian regresara le daría su reprimenda. Él solía hacer siempre lo mismo, avisarle a última hora por miedo a que ella se molestara, y efectivamente, así era. Pero en contra del trabajo, Destiny no podía hacer nada. Lo que sí sabía, era que pasaría mucho tiempo sola cuando se casaran mientras Ian continuase trabajando con ese abuelo aventurero.
A la mañana siguiente su mejor amigo Erick Harris , estaba tocando su puerta antes de la hora apropiada para el café. Ella lo recibió con una sonrisa condescendiente y corrió al sofá a terminar con su libro. Erick corrió al baño a ducharse y a sacar el traje de emergencia que Destiny le guardaba en su armario. Asaltó el frigorífico, consiguiendo el último pudin de chocolate.
Destiny le miró de soslayo cuando tomó asiento junto a ella, oliendo a jabón y a loción para después de afeitar.
—Espero que hayas terminado el ejemplar que te regalé. Nos vemos frente a la librería a la una de la tarde.
—Te seré sincero, no lo he leído —confesó Erick con fingida vergüenza—. Pero comentaré lo que tú me relates en el camino y le diré a tu amiga que es genial.
Destiny rodó los ojos. La familia Harris eran personas con una disciplina moralista bien arraigada, sobre todo la abuela de Erick que estaba en contra de las relaciones prematrimoniales. A Destiny le causaba gracia esa cuestión, ni siquiera ella pensaba de esa manera. Por eso cuando Erick planeaba una aventura con una de sus amiguitas, llamaba a su casa diciendo que iba a dormir en el departamento de Destiny porque estaba cansado y quedaba más cerca de la oficina. Destiny siempre estaba preparada para los interrogatorios nocturnos de la veterana Miki Harris, la mayoría de veces le daba tanta risa engañarla que no sentía culpabilidad alguna.
—No te contaré nada.
Erick le estampó un beso en la frente cruzándose de brazos.
—Entonces yo tampoco te contaré que Miki se enamoró de tu amorcito en la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga, Jang, la abuela de James Miller.
Destiny levantó las cejas.
—Imagino que ligó con todas las nietas de las viejitas.
—Qué rayos, asistieron sólo muchachonas mayores de sesenta —Erick se burló, apartándose una pelusa del pantalón—. Por la noche decidieron continuar con su salvaje celebración jugando un partido de Rummy y arrastraron a James con ellas, así que no te fue infiel ayer.
Destiny se lamió un dedo y pasó una página del libro, escuchando desinteresadamente a Erick.
—No es mi amorcito. Mi amorcito de verdad se llama Ian, te lo he dicho, Erick.
—No lo amas, Destiny, compréndelo. Es costumbre, trauma, obsesión, lo que quieras, pero no es amor. Me rehúso a entregarte en el altar si insistes en casarte con él.
—No te he pedido que lo hagas —replico—. Caminaré sola, como lo he estado siempre.
Erick se encogió de hombros levántandose del sofá.
—Como quieras, nos vemos más tarde —se despidió, abriendo la puerta.
Destiny escuchó el ruido de una ambulancia cuando Erick salió de la casa. Se sentó sobre sus piernas en el sofá y se masajeó las sienes, observando las flores de papel para su boda. Jennifer le había dicho lo mismo en una ocasión, pero pese a lo que todos dijeran, ella estaba segura de amar a Ian.
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