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Entre Siglos Y Maldiciones

Prólogo: Origen

No le dolía, aunque sabía que debía de hacerlo. No sentía remordimiento, no sentía nada más que alivio y esperanza. Su razón le decía que estaba siendo cruel y despiadada, pero, en realidad, no sentía ningún pesar por la criatura quemándose frente a sus ojos. Su vida, su poder, su linaje importaban más que ella, aunque esa mujer fuera su espejo. Aunque pudiera ver sus ojos castaños reflejados en los suyos y su magia tirara de ella misma como una horca, no iba a dejar que el poco cariño que sentía por ese ser la obligara a arriesgar su vida. Aunque sus instintos que la unían a ella reaccionaran ante el dolor, estaba satisfecha con lo que había sucedido. Su propósito estaba a salvo, su vida estaba alejada de las antorchas de la Inquisicion.

Ella sufría y pagaba por lo que había hecho, teniendo mil vidas para seguir sufriendo.

Él..., él había aprendido que molestar a una bruja era una maldición.

Lucienne había aprendido su lección. El fuego quemaba los restos de su pecado y sus gritos harían eco como pago por el sufrimiento que le había hecho pasar a Florence.

Florence sonrió para sus adentros, sabiendo que jamás habría de preocuparse por ellos nunca más. Se alejó, con los gritos haciendo eco en sus oídos y con el delicioso olor de la carne calcinada llenando sus pulmones. La gente celebraba, el peligro se había ido de sus hogares y sus hijos estarían protegidos de la maldad del diablo. Eso murmuraban. Bailaban como si hubieran erradicado el mal, ¡pobres almas ignorantes!

Aceleró el ritmo, pues pronto terminaría la muerte de esa chica Lucienne y no demorarian en llevarlo a él, a Alistair, a su destino final. Se sentía tan satisfecha consigo misma que juraba que había encontrado la paz, que su poder se transmitía a través de su respiración. Crecía, tan salvaje y placentero. Cada paso que daba se convertía en muerte. La tierra se secaba, las plantas se marchitaban. Sabían que obedecían a sus órdenes, que ella controlaba la vida a su antojo, que su dueña había regresado y que su linaje se extendería hasta los confines del tiempo. Ella tendría el poder, y solo ella. Había aceptado a su retorcida magia, por fin.

Pasó por las deprimentes casuchas que conformaban su aldea, cada una más destrozada y podrida que la anterior. Podría arreglar cada una de las vidas que rogaban por sobrevivir cada día, aprendería cómo hacerlo. Ahora ella tenía el control y el poder suficiente. La querrían, tanto como alguna vez quisieron a la mujer cuyos gritos se desvanecían.

Siguió caminando por el camino empedrado, ignorando el hedor, ignorando los gritos de emoción de la gente al escuchar que un nuevo engendro del mal se quemaba y aullaba de dolor. Podía escucharlos hablar tan fuerte y claro como si estuvieran a su lado: su mala suerte se terminaría con el fin de esa diabólica vida y la primavera llegaría más temprano ese año, haciendo crecer sus cosechas, sus esperanzas, sus vidas. La bruja se había ido, ya no quedaban rastros de la huella del diablo que pudiera traerle más desgracias a aquella desolada tierra a la que algunos llamaban Abandonada por Dios.

¡Si tan solo pudieran saber por qué la quemaban en realidad!

La mujer rió y se cubrió con la capucha de su desgastada capa, no podía arriesgarse a que la reconocieran...

El bullicio de la gente se convirtió en apenas un leve susurro cuando salió a las llanuras más alejadas de la aldea, donde vio, con una pequeña punzada en el pecho, como arrastraban a Alistair hasta la Iglesia. Sí lo estaban llevando a ese lugar, significaba que las cuatro horas solares habían transcurrido y el cuerpo de ella yacía hecho cenizas. Ya no existía, habia muerto. Él, en cambio, era un mar de sangre, pero se aferraba a la vida. Tal vez por dolor, tal vez por venganza. Lo conocía lo suficiente como para saber que cada sentimiento y acción que proviniera de él era tan intenso y apasionado que hasta quemaba. Pero no le interesaba, de hecho. Ya no. Y nunca de nuevo. Se acercó a los hombres con sotanas negras e hizo una pequeña reverencia, juntando sus palmas frente a ella y evitando hacer una mueca de disgusto al notar las cruces colgando de sus cuellos.

- ¿Qué hace por aquí, señorita? - le preguntó uno de ellos, arqueando las cejas y deteniendo su caballo. El cuerpo de Alistair dejó de arrastrarse por el suelo; un bulto de carne sin importancia que se merecía cada tortura.

- Tengo unos asuntos pendientes con él.

- Ah, ya veo -. El hombre sonrió y la invitó a subirse a su carreta.

No le gustaba tener a personas tan desagradables tan cerca, pero era el último sacrificio que requería de su atención para cumplir su destino. El hombre juntó su hombro contra el suyo e hizo galopar a su caballo, hablando todo el camino. La mujer no escuchó ni una sola palabra, ¿qué podría decirle un hombre cómo él que ella ya no supiera? Había sido su cometido, su plan. Sin su intervención seguirían persiguiendo un camino en círculos, como perros rabiosos persiguiendo su cola. Y ella tenía más poder ahora. Estaba protegida y confiaban en su palabra, en su encanto, en su inteligencia. Su poder no era una herejía, sino más bien una ayuda. Un don.

Al llegar a las puertas de madera de la Iglesia su estómago se revolvió, pero se obligó a mantener la compostura y a bajarse de la carreta sin ayuda del pobre y desgraciado hombre. Escuchó los gemidos de dolor de Alistair, pero también como maldecia al mundo entero. Más cardenales llegaron para levantarlo del suelo y lo tiraron contra la baldosa de la Iglesia. Él escupió sangre, se arrastró por el suelo e intentó ponerse de pie. Sorprendentemente, tuvo éxito.

La bruja volvió a sonreír. Claro que lo haría, ¿quién había logrado arrebatarle la dignidad y el coraje a ese hombre? Ni siquiera humillado y moribundo podían quitarle su fuego.

- ¿Para qué me trajeron aquí? - habló él con la voz destruida, ronca, como si hubiera llorado por horas, pero con la suficiente fuerza como para que sus palabras hicieran eco.

- Sabes para qué - contestó una voz sombría desde el altar de la Iglesia.

Florence reconoció esa voz y corrió a su encuentro. El hombre la rodeó con sus brazos y le indicó que se hiciera a su lado. Le encantaba mirar a Alistair desde arriba. Todo estaba saliendo maravillosamente bien.

- Solo matenme, ¿para qué tenerme aquí manchando su sagrado santuario? - dijo él con ironía escupiendo sangre - Un hereje manchando la casa de Dios, que desgracia.

También le encantaba verlo sangrando, pero sonriendo como un caballero que aún no se rendía. Tenía la suficiente valentía y fuerza como para pararse erguido y hablar con autoridad, como si su masacrado cuerpo no estuviera a punto de colapsar. Florence abrió más los ojos y extendió las manos, y su fuerza se rompió. Él cayó de rodillas con un grito desgarrador y vomitó sangre.

El sacerdote a su lado le apretó la cintura y sonrió.

Cuando Alistair alzó su mirada, Florence pensó que le gritaría hasta quedarse sin voz, pero no lo hizo. Solo jadeo y escupió, intentando volver a pararse. Ella no se le permitió, dejándolo oprimido contra el suelo, empujando sus huesos y músculos a arrodillarse y rendir cuentas.

- Eso sería muy benévolo para ti - le contestó el religioso a su lado, bajando las escaleras. Con su sotana ondeando tras de sí, el hombre se acercó a Alistair y lo pateó en el rostro. No sería tan apuesto después de eso.

- Tienes que pagar más - continuó diciendo Florence, siguiendo al sacerdote y arrodilladonse frente a él. Le alzó la barbilla hasta hacer que sus ojos se encontraran y curvo sus labios en una sonrisa que sabía a victoria -. Tienes que sufrir más.

Él le escupió en la cara.

- Hipócritas, ¿me van a juzgar por el pecado que todos ustedes han cometido?

- Nosotros nunca haríamos lo que te atreviste a hacer.

Él miró al sacerdote con desdén, rodando los ojos.

- Querida mía - la llamó el hombre con la sotana -, ¿me harías los honores?

- Será un placer -. Se puso de pie, se alisó la falda, se ajustó la blusa y se paró justo en frente de la gran cruz de madera de roble que se erguía frente a ella. Alzó las manos y las velas se encendieron.

Sentía la mirada de él sobre ella. Perfecto.

Entonces, empezó a cantar, tan fuerte, tan nítido y tan feroz que su voz atravesó cada rincón y llenó la Iglesia con su poder. Se sentía de maravilla, tanta magia corriendo por sus venas. Ya no tenia que canalizar objetos, su poder era solo suyo. Algunos cardenales se cubrieron los oídos y otros empezaron a rezar, como si con eso pudieran protegerse. Pero su hombre sólo la admiró y lanzó un suspiro de alivio que significaba un futuro libre de amenazas. Florence continuó, pero esta vez se volteó para verlo a la cara.

Nunca lo había visto asustado.

Sus ojos estaban más abiertos y su respiración se cortaba. Un atisbo de lágrimas se adueñó de sus ojos y soltó un grito ahogado.

Por un momento, Florence sintió tanta satisfacción que casi pierde su concentración. Pero entonces se dio cuenta, ¿él podía entenderla?

- No... - rogó él -, ¿qué estás haciendo?

Sí la entendía. ¡Eso era aún más excitante!

- ¿Cómo puedes saber lo que dice? - preguntó el sacerdote.

Pero él no respondió, solo empezó a suplicar como un animal herido.

- No, no puedes hacer esto. Detente. ¿Por qué me haces esto? ¡Detente, por favor!

La mujer siguió hasta que las llamas consumieron las velas y las puertas de roble se abrieron con estruendo, destruidas por un vendaval que chocó contra el cuerpo de él y que lo hicieron gritar con furia. Después, en el suelo, empezó a quejarse y a sostener su cabeza con desespero.

- ¡Quema! - gritaba -, ¿qué me estás haciendo?

- Lo que mereces.

Él gritó y alzó su cabeza hacia el cielo, para luego empezar a retorcerse como una lombriz muriendo.

En el momento en que Florence terminó el hechizo, él yacía inconsciente en el suelo, rodeado de un mar de sangre.

- Lo hiciste - le susurró su hombre.

- Lo hice.

Y, entonces, su corazón se detuvo.

Y Florence cayó, justo como Alistair.

Capítulo 1: Traición y Duda

ACTO I: Fuego

Catalyn se despertó con el corazón latiendo tan rápido que sentía que en cualquier momento se detendría. Tomó grandes bocanadas de aire e hizo presión en su pecho, y recurrió a la única forma que conocía de tranquilizar su corazón: empezar a recitar hechizos.

A veces las palabras venían a ella tan fácil como lo era respirar, otras veces tenía que esforzarse por aclarar su mente y pronunciar cada sílaba. A veces eran una neblina que la enredaba y la dejaba vagando entre palabra y palabra, otras, simplemente fluían como un río en calma. Intentaba no usar su poder, sabía muy bien que alguien podría descubrirla y tacharla de fenomeno o, incluso, caer ante el miedo y la paranoia y hacerle daño..., como había sucedido años atrás. Su madre se había vuelto loca y había recurrido a toda clase de ayudas, incluyendo aceptar los consejos del sacerdote de la iglesia que Catalyn tanto detestaba, el padre Nicolás. No la culpaba, después de todo, crecer encerrada en las tradiciones católicas podían hacer que la gente empezara a temer a lo desconocido, a lo diferente. Temer a lo incierto era propio del instinto del ser humano, y que ella fuese capaz de revivir a una planta con tan solo tocarla a los seis años de edad era, definitivamente, algo peculiar. Pero, demonios, ¿acaso alguien podía culparla a ella por sentirse increíblemente bien cuando su magia salía a flote?

Pronto su corazón dejó de latir con discordia y su respiración se normalizó lo suficiente como para que dejara de jadear. Soltó un suspiro de alivio, se enderezó y se miró en el espejo. Retocó un poco el color de sus labios e hizo desaparecer sus ojeras. No quería lucir como si hubiera estado llorando toda la noche, aún cuando fue esa, precisamente, la realidad. No parecía una reina de belleza, pero no se veía como una chica lastimada y débil. Lo suficiente para encarar su día.

Para cuando salió del baño, su madre la estaba esperando con el desayuno en una bandeja. Catalyn sonrió e intentó no hacer una mueca de disgusto al ver la cruz de plata colgando de su pecho.

- ¿Estás bien? - le preguntó su mamá, entrando a su cuarto.

- Solo estaba algo mareada.

- ¿Has estado practicando?

Resultaba algo irritante que su mamá no mencionara jamás sus poderes y que solo se refiriera a ellos como si fueran un tabú. Era rara, era distinta. Era una bruja en medio de humanos, pero no tenía que tratarla como si fuera un espécimen peligroso.

- No tanto como me gustaría.

- Sabes que cuando usas demasiado tu... - ¿Iba a decir "magia"? -, cuando te esfuerzas de más sueles enfermarte.

Claro que no lo diría. Y eso no era cierto. Con los años había aprendido los límites de su poder, habían ido desaparecendo mientras ella crecía.

- Lo sé, pero este no es el caso.

- De acuerdo -. No parecía convencida -. Derek no tarda en llegar. Supongo que te llevará a la universidad de nuevo.

Catalyn sintió que su corazón daba un vuelco.

- Como siempre - se limitó a decir, mirando por la ventana y esperando verlo mientras terminaba su comida.

El hecho de vivir con su madre aún cursando la universidad era una razón para que se sintiera aún más como un bicho raro, pero viviendo tan cerca no podía darse el lujo de que sus compañeros descubrieran sus habilidades. Despertarse en medio de su cama en llamas o con hojas volando a su alrededor seguramente alertaria a cualquiera.

Se vistió tan rápido como pudo cuando su madre dejó su habitación y se dio una mirada al espejo antes de bajar las escaleras y encontrarse con él. No podía decir que era la chica más hermosa, pero tampoco enfrentaría el hostil ambiente estudiantil viéndose como una indigente. Sonrió a su reflejo, de nuevo, convenciendose de que, como cada día, lograría llegar al anochecer sin tener una crisis que la delatara frente al mundo.

Bajando las escaleras, escuchó su voz. Rodó los ojos irritada al notar que su corazón se aceleraba de nuevo y decidió ignorar el cosquilleo en su estómago. Después de todo, cada mañana sucedía lo mismo.

- Catalyn -. Él hizo una reverencia y le ofreció su mano. Ella la aceptó y le siguió el juego -. ¿Lista para otro viaje con su fiel corcel?

- Como tu digas, chofer.

- Muchas gracias por llevarla, Derek. Y, por favor, tengan mucho cuidado - le dijo su mamá, dándole la matutina bendición a la que Derek siempre agradecía. Catalyn detestaba que lo hiciera, pero las costumbres de su madre no deberían de interferir en su relación. O al menos intentaba convencerse de eso.

- ¿Cómo has estado? - le preguntó él mientras abrochaba su casco -. Luces cansada.

- A diferencia de alguien, yo sí suelo estudiar.

- ¿Insinuas que yo no?

Catalyn lo miró a los ojos y le sostuvo la mirada. Tal vez como un desafío para ella, tal vez para que él la viera de cerca.

- Mejor vámonos. No me gusta llegar tarde.

Catalyn se permitió, por unos instantes, recostarse sobre la espalda de Derek y cerrar sus ojos. Su corazón dejaba de latir con discordia y su magia recorría sus venas con tranquilidad, como si la marea de pronto se apaciguara en la orilla. Pocas veces las voces en su cabeza guardaban silencio y cuando sucedía lo único que podía hacer era desear detener el tiempo. Pero los momentos en que el río se mantenía en calma eran demasiado efímeros como para disfrutarlos lo suficiente, y pronto llegaron a las puertas de su universidad.

Y, como siempre, fueron los primeros en llegar. Y, como cada mañana, Alice los miró de arriba a abajo en el momento en que pisó la entrada del salón de clases, juzgando cada movimiento que pudieran hacer. Luego les sonrió, se sentó al lado de Derek y él dejó muy en claro que ella era la que portaba el título de ser su novia.

Catalyn había aprendido a ignorarlos. Después de todo, eran sus mejores amigos. Merecían ser felices.

Lo que ella sentía solo era una inmadurez, una señal de que solo se sentía sola. Y él, que había llegado en su peor momento, la había refugiado. Le había dado silencio cuando el mundo era demasiado ruidoso. Solo era eso, un recordatorio de que se sentía apartada del mundo.

Después de todo, él merecía ser feliz. Y parecía serlo con Alice.

Casi todas las clases las compartía con Alice, pues, después de todo, la conocía desde que era niña y solo había podido tener la suficiente confianza en ella desde... desde que su mejor amiga había decidido huir años atrás. Y aunque tuviera más amigos a los que acudir, no se sentía del todo cómoda compartiendo casi todo su día con ellos. Podrían notar que los vasos cerca a ella temblaban o que el agua sonaba como una pequeña melodía cuando Catalyn tarareaba. Cualquier detalle fuera de lo normal sería razón para causar discordia y miedo. Su madre se lo había recordado lo suficiente como para que llegara a olvidarlo, y siempre alegaba lo peligrosa que era por lo que había causado años antes con Mary... (recordar su nombre dolía). Por eso, cuando en medio de un examen los nervios le ganaron y el suelo empezó a temblar como si fuera un pequeño temblor, prefirió retirarse antes de causar pánico.

Pero ojalá no lo hubiera hecho.

Salió a los pasillos de la universidad escuchando música, esperando encontrarse con alguno de sus amigos, pero cuando se dirigía a la salida, Catalyn escuchó la voz de Alice a lo lejos. Parecía estar llorando. Preocupada, apresuró sus pasos en dirección contraria. Sin embargo, cuando la encontró en uno de los salones, solo deseó haber ignorado su habilidad para escuchar y seguir con su camino.

¿Cómo podía hacerle eso a Derek?

Sin realmente quererlo, permaneció al lado de la puerta asegurándose que no la vieran y cerró sus ojos. Los sonidos a su alrededor se hicieron más nítidos, más ensordecedores. El tintineo de las gotas de rocío, los susurros de un par de chicos en los salones de clase, los pasos de cada persona en la universidad. Podía escucharlo todo, pero debía concentrarse en las voces de Alice y la otra chica.

- No entiendes lo que te estoy diciendo - alegaba ella, parecía angustiada.

- Claro que te entiendo - respondió la chica, parecía estar tan enojada que Alice quedaba opacada por completo -. Pero no tienes la valentía de enfrentarlo.

- Te pedí tiempo, Vanessa...

¿Vanessa? Catalyn no reconocía ese nombre.

- Y te lo di, he esperado por meses. ¿Y qué recibo a cambio? ¡Te encuentro besándote con Derek Dankworth!

Era su novio, ¿qué esperaba la chica? Llevaban saliendo seis meses, todo el mundo sabía de su relación...

O tal vez no.

- Tenía... tenía que convencer a mis padres de que...

- ¿De qué no tienes novia?, ¿de qué no te gustan las mujeres? ¡De esto se trata, Alice! No puedes mentir por siempre.

Catalyn se cubrió las manos con la boca y contuvo el aire como si pudieran escucharla. No podía creer lo que estaba presenciando, más aún tratándose de su mejor amiga. ¿Estaba usando a Derek?

- Tengo miedo, mis padres no entienden que esto se trata de amor, no de corrupción. Podrían enviarme a un centro de conversión o...

- ¿Qué tonterías dices? Esas cosas no existen ya.

Claro que lo hacían. Su madre le había ofrecido llevarla a uno con la esperanza de controlar su poder.

- Vanessa, ¿podrías perdonarme? Voy... voy a romper con Derek.

Catalyn sintió un vacío en su estómago.

- Esta es tu última oportunidad.

Acto seguido, Vanessa salió del salón sin molestarse por no hacer ruido y cerró la puerta de un golpe. Catalyn se estremeció y tomó aire antes de que el ambiente se volviera muy pesado como para respirar. El enojo, la tristeza y la angustia eran los peores sentimientos para contaminar el aire, y ella sentía como cada vez se ponía más denso y oscuro, casi como si una serpiente se enrollara en su cuello. Los sentimientos negativos siempre lograban hacerla sentir enferma, y era por eso que prefería mantenerse al margen cuando alguien a su alrededor estaba sumido en la tristeza. Pero esta vez era diferente.

Y... había algo oscuro y siniestro que se movía a la misma marcha que Vanessa. La vio alejarse y sintió escalofríos. ¿Quién era esa chica?

Respiró profundo y decidió que lo mejor era entrar a consolar a su amiga, aunque estuviera debatiéndose entre acusarla o simplemente guardar silencio.

Ella estaba llorando, tan desconsolada como un niño abandonado.

- ¿Cat? - Alice alzó la mirada -. Dios mío, ¿estabas escuchando?

Lo mejor siempre era hablar con la verdad.

Catalyn asintió, arrepintiendose al instante cuando notó los ojos azules de su amiga tan apagados que casi parecía sin vida. El dolor en su corazón hacía el ambiente pesado y Catalyn no pudo evitar sentirse mareada. Aun necesitaba aprender a controlar ciertas de sus habilidades.

- ¡¿Me estabas espiando!? -. Ella lloraba a mares.

- Te escuché llorar y quise ver que sucedía. Pero estabas peleando con esa chica y...

Alice pareció romperse aún más.

Catalyn, incómoda y algo indispuesta, solo se atrevió a abrazarla.

- ¿Qué voy a hacer?, ¿qué voy a hacer? - repetía ella.

- Primero debes hablar con Derek, él no merece que lo estés usando...

- ¿En serio estás pensando en él ahora mismo?

- Preguntaste qué debías hacer.

- No tenías que responder.

Catalyn rodó los ojos y solo dejó que ella siguiera hablando.

- Nunca debí aceptar ser su novia, pero Vanessa me hacía sentir tan bien... Y luego mis padres empezaron a preguntarme sobre ella, parecían realmente enojados. Tuve que decirles que Derek era mi novio.

- Tienes suerte de que él ya estuviera enamorado de ti.

- ¿Lo sabías?

- Eramos amigos antes de que se hicieran novios, él solía hablarme de ti.

- Ahora me siento peor. ¿Pero cómo decirle? No puedo simplemente contarle que estaba saliendo con una chica y con él al mismo tiempo.

- Debes encontrar las palabras adecuadas. Estoy segura de que si se lo dices él entenderá.

- Estás siendo muy optimista.

- Es mejor que solo dejarse ahogar.

- No puedo, Cat. No puedo herir a ambos.

- Estaré contigo, si me necesitas. Pero debes hablar con Derek y luego intentar hablar con tus padres.

- Estás pidiendo demasiado.

Catalyn soltó un suspiro, lo que estaba a punto de hacer iba en contra de su propio código moral con respecto a su magia, pero Alice la necesitaba y un pequeño empujón no estaba de más.

- Estaré contigo cuando le digas a Derek.

Capítulo 2: Vacío y Tinieblas

Derek caminaba en busca de Alice, luchando contra sus demonios internos. Era él quien la quería, era él quien deseaba estar con ella. Pero a veces se le hacía realmente difícil ganar la batalla de sus sentimientos contra lo que alguna vez había gobernado su mente. Aunque tuviera el control, sabía que solo sería por un tiempo. Aunque su presencia solo fuera un fantasma, su dolor seguía acechando cada vez que reconstruia su vida. Aunque había logrado mantenerlo a raya, era imposible romper el destino que lo había acompañado por años.

Resopló e hizo su mayor esfuerzo por encerrar los recuerdos en lo profundo de su mente. Se apresuró por subir las escaleras al segundo piso y encontrarse con Alice, pero no esperaba que estuviera con Catalyn.

Sonrió y la abrazó, después de todo, la quería como su más cercana amiga.

Eso era, una amiga.

A Alice, quién tenía los ojos rojos e hinchados, la besó en los labios y la atrajo hacia si, esperando que pudiera calmar con un abrazo lo que sea que estuviera sintiendo en ese momento como para que estuviera llorando.

- ¿Qué sucedió, linda?

- Yo... - Alice le lanzó una mirada a Catalyn que parecía un llamado de auxilio -, yo reprobé el examen final de cálculo.

¿Eso era lo que de verdad sucedía...?

Vio que Catalyn arqueaba una ceja.

Si bien ella era de las personas que podía guardar un secreto y que no solía hablar sobre sus pensamientos, su rostro era demasiado expresivo como para ignorarlo. La conocía, más de lo que deseaba.

- ¿Sucedió algo más? - insistió, apoyando sus manos sobre los hombros de su novia.

- Eso es todo. Es solo que había estudiado demasiado y me siento decepcionada y frustrada.

Derek la volvió a abrazar y le acarició el cabello, fijando su mirada por unos instantes sobre Catalyn. Ella solo asintió como si lo que estaba diciendo Alice fuera verdad y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta.

- Los dejo a solas - dijo Cat, empezando a alejarse -. Me puedes llamar si necesitas hablar - se dirigió a Alice -. Recuerda lo que dije.

Catalyn se alejó caminando con fuerza, siempre hacía resonar sus botas como si fueran anuncios de guerra. Su cabello ondeaba y brillaba mientras se alejaba, aunque él prefería cuando lo dejaba suelto.  Tal vez ella no se daba cuenta, pero a su alrededor todo reaccionaba a su poder. El ambiente se hacía suave, el aire fresco, las plantas parecían más vivas y el mundo sonreía. Había más luz, más vida. Su esencia se conectaba con cada pequeña belleza que pudiera haber y eso hacía que pareciera una ninfa en medio del bosque. Realmente le...

Derek se aclaró la garganta y se obligó a dejar de pensar en Catalyn. Abrazó con más fuerza a su novia. Lo estaba haciendo de nuevo.

- ¿Vamos a casa?

***

Estaba más que claro que sucedía algo con Alice, pero ella se negaba a siquiera contarle cómo había estado su día. Aunque intentara hablarle, ella prefería concentrarse en lo que sea que estuviera haciendo en su teléfono. Tanto así, que su madre misma había tenido que entablar una conversación con Derek para que él no se sintiera incómodo e ignorado. Quedarse en la casa de Alice intentando hablar por más de quince minutos sin que el ambiente se sintiera pesado había sido un desperdicio de su tiempo. Pero, ¿qué más podía hacer? Estar solo en su casa lo único que provocaba en él era una sensación de ahogamiento que lograba sacar sus peores recuerdos y demonios. Era difícil mantener el control y no caer en antiguos hábitos que habían intentado acabar con su vida. En soledad solo podía escuchar voces, pero cuando estaba con Alice al menos podía concentrarse en quererla. En pensar en ella.

Es por eso que cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue poner música y evitar que lograran abrumarlo jugando en su computador.

Solo quería paz. Aunque fuera efímera.

Pero cuando su teléfono sonó y se dio cuenta que se trataba de Catalyn, su corazón dio un vuelco y por un momento el recuerdo en su mente le dio una punzada de dolor en el pecho.

- Tienes que estar bromeando - se dijo, mirandose al espejo que lo recibía al entrar a su apartamento -. No puedes ser más inmaduro.

Sin embargo, le contestó.

- Hola Derek, ¿cómo estás? - dijo ella con su tono de voz amable, pero fuerte.

- ¿Catalyn Spencer está llamando? - se burló él, recostandose en su cama y dándole un vistazo a su biblioteca. No era necesario que lo llamara para pedirle prestado un libro, como solía hacer -. Debo estar en problemas. ¿O el libro que quieres es tan importante que debes llamarme?

- Esta vez no te voy a pedir un libro. Aunque, ¿te gustaría regalarme uno?

- Estás loca si crees que te dejaría quedarte con mis libros.

- Tienes las primeras ediciones de Frankenstein, ¿cómo no podría querer un libro así?

- Fueron difíciles de conseguir.

- Con más razón deberías dárselos a tu mejor amiga.

Derek la quería, la conocía y sabía que su corazón era tan noble y lleno de luz que no merecía vivir en el cruel mundo al que habían estado acostumbrados. Él sabía que Catalyn no merecía estar sumida en tanta oscuridad y que su existencia debería durar más días bajo la luz. Sabía que todo a su alrededor estaba mal, pero también sabía que caer en ese agujero de perdición era algo que no podía permitirse de nuevo. Apenas había podido reconstruir su vida y recuperar la poca cordura que le quedaba. Un paso en falso significaba... Demonios, ni siquiera quería pensar en eso.

Derek soltó una pequeña risa y dejó que, por unos minutos, solo fueran dos amigos hablando en una noche tranquila de otoño.

Aún tenía tiempo.

- ¿Qué sucede, Cat? - le preguntó, empezandose a preocupar por ella.

- ¿Estás bien? - contestó Catalyn, haciendo que Derek sintiera un nudo en el estómago. Ella no solía hablar con tanta seriedad -. Quiero decir, ¿hablaste con Alice?

- No hablamos mucho, si te soy sincero. Pero si noté que ella se encontraba muy deprimida. ¿Sabes el porqué?

A veces detestaba que conociera a Catalyn mejor que nadie.

Antes de responder, ella guardó silencio unos segundos y la escuchó suspirar, como si estuviera decepcionada. Derek tragó saliva, sabiendo de inmediato que, definitivamente, algo andaba mal y que ella estaba mintiendo.

- Supongo que si le afectó bastante haber reprobado ese examen - respondió ella al fin, pero Derek no le creyó.

- ¿Qué me están ocultando ustedes dos? - preguntó con más fuerza de la que pretendía.

- Primero que todo, no soy con la que debes estar enojada - contestó Catalyn con la voz que siempre usaba cuando se sentía vulnerable. Era como una orden, una advertencia. Te informaba que ella no iba a dejar que cualquiera la humillara -. Segundo, tienes que hablar con Alice. Desearía no estar en medio de ese problema, pero ambos son mis mejores amigos y no quiero que terminen lastimados. Pídele a ella la verdad. Lo mereces. Y no tienes que gritarme.

Derek no supo qué responder.

- Derek - lo llamó ella -, lo siento.

- No sé que está sucediendo, pero estoy seguro que no es tu culpa - dijo después de sentir que su corazón se hundía bajo la ansiedad -. Yo... te llamo luego.

- ¿Qué vas a hacer?

- Te hablo más tarde, Catalyn.

- Espera, Derek. ¿Qué vas a...? -. Él le colgó antes de que siguiera insistiendo.

También detestaba que ella hubiera aprendido a reconocer cuando él se sintiera lo suficientemente mal como para cometer una locura. Siempre era así. Catalyn lograba descifrar lo que él sentía y llegaba a conocerlo mejor que a su propia sombra. Derek soltó un suspiro y se decidió por primero despejar su mente y hablar con Alice en la mañana. En ese momento, en la oscuridad y la incertidumbre de la noche no creía ser capaz de pensar claramente. Tomó su chaqueta, escribió un par de notas que sabía que le iban a servir al despertar y las pegó en el espejo. Se aseguró de cerrar con seguro y metió su navaja en el bolsillo de sus jeans.

Era mejor estar prevenido.

Salió del conjunto de apartamentos y empezó a caminar sin rumbo, solo dejándose llevar por la música en sus audífonos. Terminó en el parque central, tan solitario y frío a esa hora de la noche. Perfecto para solo centrarse en si mismo y encontrar una manera de mantener todo bajo control. Llegó hasta la banca rodeada por imponentes pinos y un par de luciérnagas. En ese lugar le había propuesto a Alice ser su novia. Reconocía que ser romántico lo había aprendido hacia poco, pero con ella sentía que debía esforzarse por ser mejor. Por no cometer los mismos errores. Por dejar atrás su pasado y comenzar de nuevo. Haría lo que fuera por ella. Y no se arrepentía de cada discusión, de cada malentendido. Eran parte de un nuevo inicio, de una historia que aunque tuviera final estaba dispuesto a disfrutar su desarrollo. Costara lo que costara.

Pasó de largo la banca y llegó a un pequeño puente que solían frecuentar las parejas en busca de ser espectadores del atardecer que se reflejaba en el lago. Muchas veces había ido allí con Alice, pero siempre evitaba mirar hacia abajo. Hacia la profundidad del agua. Era un recuerdo al que se había enfrentado sin intención. Tragó en seco y se recostó en la baranda, solo mirando hacia el cielo, hacia la infinidad de la noche. Solía ir a ese lugar cada vez que se sentía abrumado, era un recordatorio de que a pesar de todo seguía en pie, que había nadado en el momento justo para alcanzar la orilla y no ahogarse. Pero nunca miraba hacia el agua. Nunca asomaba su cabeza.

Pero por alguna razón, esta vez, lo hizo.

Se atrevió a fijar su vista en la corriente de agua hasta que sus ojos se ajustaron a la oscuridad. Vio su reflejo.

Cuando menos lo esperó sintió las lágrimas rodar por sus mejillas y sus manos se aferraron a la baranda.

Pero su reflejo no estaba llorando.

Estaba sonriendo.

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