Los rayos del sol apenas se asomaban a través de la ventana del balcón; estaba tratando de no dormirse mientras peinaban su largo cabello castaño. El vestido fue escogido por su padre, al igual que las joyas que luciría, las cuales fueron un obsequio de su tío abuelo, el rey Diome II de Dalca.
Había nacido para convertirse en la emperatriz del imperio de Dragomir. Su padre la había prometido con el propósito de renovar el tratado entre las dos naciones.
Su abuela Carlota, hija mayor del rey Diome de Dalca la había entregado en matrimonio con el mismo propósito. Ahora era su turno de consolidar dicha unión, se había preparado desde niña para cumplir con su rol como la emperatriz y esposa de André III de Dragomir. Un hombre que vio pocas veces, a pesar de ser un hombre atractivo, de cabellos negros con ojos azules que demostraban una actitud fría que algunas veces terminaba asustándola.
La fecha de su boda fue anunciado el día de su décimo octavo cumpleaños, los nobles al escuchar la noticia de parte de su padre aplaudieron como si supieran de ante mano lo que sucedería su futuro esposo, puso la cara más amable y termino dándole un beso en su mano demostrándole con ello el afecto que supuestamente le tenía.
Días antes su madre la había convencido de que el emperador terminaría amándola, pues le recordó que ella había heredado el rostro y las caderas de las mujeres de Dalca además él no se resistiría a su belleza exótica y sobre todo estaría orgulloso de tener al lado a la mujer considerada una de las más bellas del imperio.
Subió al carruaje con ayuda de su hermano Marco. El traje blanco era demasiado pomposo y las piedras incrustadas lo hacían más pesado. El velo era demasiado largo para su gusto; aun así, por respeto a sus padres, se guardó su opinión. El duque de Corbelia la acompaño en el lujoso carruaje adornado de flores primaverales, él estaba emocionado con el matrimonio, el cual mantendría su estatus en el mundo político del imperio, en cambio, Dalia seguía repasando en su mente cada paso del protocolo nupcial para evitar equivocarse, el trayecto comenzó lento, pues, las calles estaban abarrotadas de personas que querían ver de se cerca a su nueva monarca, los caballeros liderados por su hermano mayor los custodiaban hasta llegar a la catedral.
Su madre esperaba mientras compartía una pequeña charla con la emperatriz madre, ella una mujer proveniente de un noble sin mucho dinero, logro cambiar su destino gracias al hecho de haber enamorado al duque John Corbelia, había sido una mujer feliz hasta que dio a luz a Dalia quien por su completo parecido con la madre de su esposo acaparo la atención de cada familiar y amigo cercano. Por ende llena de rabia se convirtió en una madre estricta hasta el cansancio elogiando solo a su primogénito, en cambio, su esposo se esmeró para recibir la bendición de su tío abuelo a través de ella, por ello le busco las mejores institutrices para que la adiestraran en la danza, política y sobre todo en los deberes de una buena esposa, a pesar de eso ella se las ingeniaba para escuchar las clases de ciencias de su hermano estaba fascinada con la medicina herbácea.
Ahora estaba a punto de cumplir con el papel de su vida. Al llegar a la catedral, los caballeros hicieron un camino. Su padre la sostuvo de un brazo para sacarla del carruaje. La música comenzó a sonar, dando aviso a los invitados de que ella había llegado. La caminata se sintió como una eternidad. Su futuro esposo la miraba con un semblante serio vestido con su uniforme militar de gala, sostuvo su mano y la ayudó a subir el escalón para por fin estar frente a frente.
Él le sonrió, haciendo que mermara un poco sus nervios. El protocolo demoró más de lo esperado, pues su suegro pidió un mes antes que ella fuera coronada en ese mismo instante.
André cambió su semblante al subir al carruaje, estaba completamente serio y dejó de mirarla. Dalia sabía que un matrimonio sin amor era difícil, pero trataría de hacer lo mejor posible para llevar una buena vida al lado de su esposo.
Eran esperados por la familia imperial en el gran salón del castillo, su padre Julios había dejado ese mismo año el trono debido a una extraña enfermedad que había adquirido en la última expedición que hizo en un reino lejano, su salud se deterioró hasta el punto de impedirle caminar por sí solo por ende acelero la coronación de su único hijo y así dedicarse a vivir lejos de la corte con su esposa.
Lea se había convertido en la emperatriz madre, ella desde su casamiento con julios trato de manejar en las sombras la corte y obtener aliados para beneficiar a su nación, supervisaba cada movimiento de su hijo, aunque él se negaba a cambiar sus aficiones con respecto a su vida nocturna ella siempre cubría el rastro para mantener la buena imagen de la familia imperial, no estaba contenta con el hecho de alejarse de su lugar, pues sabia que perdería el control sobre la vida de su hijo.
Las rejas enormes del castillo abrieron el camino para dar bienvenida a la pareja de recién casados. André tomó su papel y ayudó a su esposa a bajar del carruaje. Ella mantuvo la sonrisa hasta llegar ante sus suegros, hizo una reverencia y mantuvo su mirada baja.
Julios la tomó de las manos, dándole calidez.
— Mi niña, los dioses me han regalado una hija. Levanta la mirada, ahora eres la emperatriz de este imperio, ¡Jamás! Debes bajar la mirada ni siquiera en mi presencia.
— Muchas gracias, padre.
— Hijo mío, cuídala mucho, ella representa mucho y sobre todo traten de que el amor florezca.
— Hijo, espero que se esmeren en dar un heredero pronto. --- los miro seriamente.
— Mi amor, cambia esa cara, hoy es un día de celebración. Saluden a todos y abran la pista de baile.
André dio la orden para iniciar la danza y la sostuvo elegantemente sin dejar de verla a los ojos. La actuación fue tan pulcra que más de uno creería que se amaban desde hace mucho.
— Buen trabajo —le susurró André.
Su voz la dejó sin palabras, recordaba muy poco lo seductor que se escuchaba.
Se ubicaron en sus sillas para poder recibir los buenos deseos de los monarcas invitados y los demás nobles. Dalia no había comido mucho, su madre desde la lejanía la supervisaba, pues ella tenía la creencia de que una buena dama jamás se llena con la comida.
Después del banquete, la emperatriz fue llevada por sus damas de compañía hacia sus aposentos en donde la prepararían para la primera noche con su esposo.
— Sara.
— Sí, mi señora.
— Tráeme unos bocadillos, estoy que me desmayo del hambre.
— Está bien, ¿de fresas?
— Sí.
La dama más importante para ella era su amiga Sara Marshall, hija del barón Felipe, un amigo íntimo de su padre John.
La joven sabía de antemano la situación de su soberana, así que a escondidas siempre le llevaba ricos platillos para que pudiera comer mejor.
— Ya que comiste, debes beber el vino que envió la duquesa, ella dijo "que serviría mucho para relajar el cuerpo".
De mala gana, Dalia bebió una pequeña copa del vino dulce. Sabía que él provenía de las tierras de su abuela Carlota. Su cabello fue cepillado varias veces y le pusieron una bata casi transparente. Su cuerpo desprendía un aroma a Jasmín; ella fue dejada sola para que pudiera esperar el regreso de su esposo.
André llegó unos minutos después al verla sentada en el borde de la cama con esa pijama atrevida; no dudó en sonreír.
— Esposa, me daré un baño. ¿Puedes esperar un poco más?
—Sí, mi señor.
Ella seguía llena de nervios. Su institutriz le había enseñado que en este momento debía dejar que su esposo se encargara de todo y que con el tiempo aprendería los gustos en la cama de su cónyuge.
Su esposo salió en ropa interior con su pecho desnudo mientras secaba su cabello, vio la botella, así que sirvió dos copas.
— Bebe —le ordenó.
Ella de inmediato lo hizo sin moverse mucho.
Dos copas bebieron cada uno. Dalia se comenzó a abanicar con su mano, se sentía caliente como si tuviera fiebre, su rostro se había teñido de rojo al igual que su esposo. Sin avisarle, André se abalanzó sobre ella, devorándole la boca como un animal. Ella se perdió en la lujuria, perdiendo el control de su cuerpo y dejando que su esposo se saciara con su cuerpo. Los gritos salían espontáneamente, el vino había hecho estragos en ambos.
La sequedad en su garganta la despertó; su cuerpo estaba tan adolorido que un simple movimiento la hacía morderse el labio para aguantar las ganas de gritar. Se dio cuenta de que estaba sola, así que llamó a su dama de confianza.
—¡Sara! --- gritó lo más que pudo.
La joven entró a la habitación con mirada hacia abajo.
—¡Majestad!
—Ayúdame, me duele todo.
La joven pelirroja sostuvo a su emperatriz para llevarla hasta el baño, donde se encargaría de ayudarla a limpiarse. Ella era la única que Dalia permitía que viera su desnudez, las demás damas eran desconocidas para ella y más por el hecho de que fueron puestas allí por su padre.
— ¿Por qué el baño está listo?
— El emperador dio la orden antes de que despertaras, me encargué personalmente, así que cambia esa cara.
— Eso es un alivio. Veo que sí se preocupa por mí.
— Es su deber, después de haberte hecho todo esto en el cuerpo, pareces como si fueras ido a la guerra.
— ¡Sara! No me mires más, ayúdame y ya.
Sara se encargó de todo, ella lo había hecho desde siempre, así que conocía muy bien los gustos y manías de su amiga Dalia.
La calma de su habitación fue interrumpida por el estruendo de la entrada de la emperatriz madre.
De inmediato, ambas hicieron una reverencia al ver aquella cara tan fría y esos ojos que te juzgaban.
— Buenos días, madre.
— Buenos días. ¿Quiero ver la prueba?
Sara sabía a qué se refería, así que le mostró la sábana manchada con la sangre de la virtud.
— Me alegro por eso, mírame pequeña ---- le agarró la barbilla.
— Sí, madre.
— Debes hacer lo posible para darme un heredero, así que espero la noticia lo antes posible. Mi hijo es un hombre que necesita mucha atención, así que esmérate.
— Sí, madre.
— Bueno, me iré. Mi esposo me espera, así que esta es la última vez que nos veremos, adiós.
Sin más, salió de la habitación, dejando a la joven emperatriz completamente nerviosa por la petición de su suegra.
— ¿Está bien, majestad?
— No, Sara, vamos a desayunar, me estoy muriendo de hambre.
Abrumada del enorme banquete servido para desayunar, pidió que sus damas y las jóvenes encargadas de servir los platos se sentaran con ella, pues sola nunca acabaría.
Aunque al principio nadie se movió, tuvo que usar su posición para que obedecieran.
Aprovechó para entablar conversación y conocer a todos de a poco, pues si los dioses lo permitían viviría al lado de su esposo por mucho tiempo.
— Les voy a pedir algo a todos, sé que es extraño lo que acaba de pasar, pero quiero que no me llamen majestad mientras estemos aquí, fuera es otra cosa. Ja, ja, ja.
— ¡Sí, majestad! —respondieron en coro.
Dalia disfrutó de la compañía a pesar de la imagen de su familia. Ellos muy poco comían juntos. Ella por lo general lo hacía sola, así que fue algo maravilloso ver a tantas personas compartiendo con alegría.
Se levantó y le dio las gracias a todos, pero antes de ir a su oficina le dio tareas específicas al resto de sus damas para mantenerlas alejadas de sus tareas. Tenía el presentimiento de que ellas solo eran informantes de su padre, así que solo tendría el apoyo de Sara para ayudarla con sus obligaciones en el imperio.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play