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Renacer Del Engaño: Pasión Desenfrenada Y Venganza Redentora.

Capítulo 1

En los sombríos confines del calabozo, donde las piedras antiguas susurraban historias de desdén y engaño, me encontraba prisionera de las cadenas de la traición. Las lágrimas surcaban mi rostro, dejando huellas en mi piel marcada por días de abandono. Vestiduras raídas, cabellos desaliñados, yacen como testigos mudos de mi caída en desgracia.

Las semanas enclaustrada en este rincón olvidado de la antigüedad han despojado mi esencia de toda gracia. El eco de promesas rotas resonaba en la oscuridad, mientras guardias que alguna vez juraron protegerme observaban mi desdicha con indiferencia.

Hoy, en la penumbra que envuelve mi desesperación, los pasos resuenan en el gran pasillo de piedra. Mi corazón, aún frágil y herido, se acelera ante la posibilidad de respuestas. Los pasos se detienen frente a mí, y al alzar la mirada, me encuentro con la figura de aquel que alguna vez juró amor eterno.

Su mirada se cruza con la mía, un reflejo distorsionado de lo que fue. En el silencio roto solo por el eco de las cadenas, el esposo que se convirtió en verdugo busca mis ojos. En ese encuentro cargado de pesar, enfrentamos la traición que nos unió en este laberinto de dolor, donde la confianza se desvaneció entre las sombras del pasado.

Mis ojos, empapados en lágrimas, se alzaron para encontrarse con el hombre que una vez prometió amarme en esta vida y la próxima. En el laberinto de decepciones, su presencia evocó un torbellino de emociones contradictorias: remordimiento y odio danzaban en mi corazón, mientras mis lágrimas caían como las gotas de una tormenta que había engullido nuestro idílico cielo.

Sus ojos, alguna vez llenos de promesas y dulzura, se encontraron con los míos, ahora reflejos de una traición que aún no podía comprender completamente. En la penumbra del calabozo, la llama que alguna vez ardió entre nosotros ahora era solo ceniza esparcida por el viento cruel del engaño.

Mi voz, quebrada por la amargura y el dolor, intentó articular las preguntas que ardían en mi alma. Cada palabra resonaba en las frías piedras que nos rodeaban, como un eco de la vida que habíamos compartido y que ahora se desmoronaba como ruinas antiguas.

"¿Por qué, Luke?", pregunté, mi voz temblorosa revelando la vulnerabilidad de un alma herida. Sus ojos, antes refugio de ternura, destilaron ahora un veneno de desprecio y repulsión.

"¿Qué te llevó a este abismo de traición?", continué, buscando respuestas en la oscura maraña de sus decisiones. Mi tono llevaba el peso del remordimiento, pero también resonaba con la fuerza de una mujer decidida a comprender la ruina de lo que una vez fue nuestro amor.

Luke, sin embargo, me miró con un desprecio que cortaba más hondo que cualquier palabra. Sus labios se curvaron en una mueca de desdén mientras soltaba una respuesta amarga. "Tú, Vivianne, eres el estorbo que impide mi felicidad. Viviré con otra mujer y todas las virtudes que eran únicamente tuyas serán de ella".

La risa burlona que escapó de sus labios resonó en el calabozo como una maldición. "Todas esas personas que juraron lealtad a ti, Vivianne, eran simples marionetas que te engañaron", afirmó con desprecio.

Ante sus palabras cortantes, sentí cómo el odio se entrelazaba con la tristeza en mi pecho.

Su rostro, tallado por las decisiones que nos condujeron a este abismo, revelaba las cicatrices de un amor desgarrado. Cada línea, cada sombra, era un testimonio de las promesas rotas que colgaban en el aire. Mi mirada, antes suave y llena de complicidad, ahora recorría su rostro detalladamente, como si buscara respuestas en las grietas de su expresión.

En este capítulo de desencuentros y despedidas, el hombre que amé se convirtió en el arquitecto de nuestra propia tragedia, y mi corazón, atrapado entre el remordimiento y la ira, se debatía en la encrucijada de un amor que ya no podía sostener.

Con lágrimas en los ojos y el corazón roto, supliqué a Luke que recordara los momentos de dicha que una vez compartimos. Mi voz, entre sollozos, imploraba la reconciliación en el abismo de la traición. Sin embargo, solo obtuve su risa despiadada, resonando como un eco cruel en la sala.

"Luke, por favor...", supliqué, pero sus risas continuaron, un desprecio audible hacia la mujer que yacía desesperada ante él. Mi deseo de que cambiara de opinión se desvanecía con cada carcajada, mientras mi mundo se desmoronaba en la indiferencia de su risa.

De repente, se escucharon pasos elegantes, resonando en el silencio. No eran los pasos de un hombre, sino de una mujer en tacones. Mis ojos, nublados por las lágrimas, intentaron distinguir a la recién llegada. La mirada de Luke se desvió hacia ella antes de que pudiera visualizarla por completo.

Y entonces, emergió una figura en un vestido amarillo radiante, adornada con accesorios de oro. Su cabello, perfectamente lacio y cuidado, destacaba en contraste con mi desaliñada melena. La mujer, con ojos azules y una sonrisa burlona, se reveló ante mí como la sombra que oscurecería aún más mi destino.

En ese momento, comprendí que la desesperación en mi voz había llamado a una nueva protagonista. Con su presencia deslumbrante y la complicidad compartida con Luke, la traición adoptó una forma tangible, y el dolor en mi pecho se intensificó al enfrentarme a la realidad cruel de que la felicidad que alguna vez compartimos se desvanecía ante mis ojos.

Mis ojos se clavaron en aquella mujer que ahora se encontraba presente. Vi la sonrisa de Luke hacia ella, y la mujer me miró con desprecio, lanzándome palabras venenosas. Un escupitajo en mi rostro y una carcajada compartida con Luke confirmaron su complicidad en mi desgracia.

Luke, dialogando con un guardia, ordenó la apertura del calabozo. Antes de retirarse, me dedicó una mirada y agradeció por ser el títere perfecto en esa retorcida obra. Con ironía, deseó que tuviera una muerte digna como "esposa", pronunciando la palabra con tono burlón. Se alejaron juntos, sin remordimientos, mientras los guardias me sacaban bruscamente, sin un atisbo de arrepentimiento o compasión.

Llevándome por pasillos sombríos que resonaban con ecos de susurros y risas maliciosas. Al llegar a un rincón apartado, descubrí a otras almas desdichadas que compartían mi destino. Miradas burlonas me acogía, haciendo eco de un juicio silencioso.

Mordiéndome los labios con remordimiento, luchaba por mantener la compostura. Cautiva en un mundo desconocido, las lágrimas amenazaban con escapar, pero se aferraba a su orgullo con determinación. La oscuridad de la situación no apagaba su chispa interior.

Entre murmullos de incomprensión, mi mente viajaba al tiempo donde mi vida estaba tejida con hilos de esperanza y sueños. Ahora, el destino me había arrastrado a un abismo desconocido, donde el juicio ajeno se entrelazaba con mis propios pensamientos.

En medio de aquellos desconocidos, me aferró a la promesa de que, incluso en la oscuridad, podría encontrar la fuerza para enfrentar lo desconocido y resistir la mirada burlona que me rodeaba.

Rogué en silencio en la penumbra de la antigua sala, donde las sombras danzaban en las paredes como recuerdos perdidos. Anhelaba la gracia de los dioses, deseando fervientemente que mi voz llegara a oídos divinos. Mis manos se unieron en un gesto de súplica, mientras cerraba los ojos, buscando respuestas en el eco del silencio.

Si tan solo pudiera retroceder en el tiempo y cambiar el curso de mi destino. Mis pensamientos viajaban a momentos pasados, como hojas en el viento de la memoria. Recordaba las elecciones que forjaron mi presente, los caminos que tomé y los que evité por temor o ignorancia.

Sentí cómo las murmuraciones de las personas desconocidas se desvanecían en un suspiro sombrío. El aire se volvió denso, presagiando un cambio inminente en el tejido del destino. Miradas furtivas se posaron sobre mí, como aves de mal agüero.

Mis sentidos alerta, captaron la quietud que precede a la tormenta. En la antigua sala, el silencio se volvió más penetrante, como un presagio de la inevitable conclusión. Mis manos temblorosas agarraron la realidad efímera, mientras la aceptación se instalaba en mi ser.

Los susurros apagados dejaron paso a un silencio sepulcral. En ese instante, el mundo pareció detenerse, como si el tiempo mismo contuviera la respiración. Cerré los ojos, preparándome para el destino que se cernía sobre mí como una sombra inexorable.

Fue entonces cuando mi vida llegó a su fin. Un suspiro final escapó de mis labios, disuelto en la quietud eterna. En ese último aliento, los desconocidos se volvieron testigos silenciosos de mi tránsito al más allá.

Capítulo 2

Me desperté de golpe, envuelta en una bruma de sudor y temor. El eco de un sueño extraño persistía en mi mente, y mi pulso acelerado resonaba en la quietud de la habitación. Mis ojos se abrieron con la incertidumbre de aquellos momentos que solo el subconsciente puede crear.

La habitación en la que me encontraba no era familiar. No resonaban en ella los susurros de nuestro pasado compartido, ni estaba adornada con los toques personales que solían llenar nuestro hogar. En su lugar, un esplendor de oros, rubíes y zafiros decoraba cada rincón, formando una sinfonía de contrastes realmente combinados.

Mis manos, aún temblorosas por la impresión del sueño, exploraron la suavidad de las telas en la cama y la textura lujosa de las cortinas. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado a este lugar de opulencia desconocida?

La habitación hablaba de un lujo que, aunque hermoso, se sentía ajeno a mi esencia. Me quedé allí, sumida en la contemplación de aquel entorno que parecía más un sueño que la realidad. La memoria del sueño inquietante se mezclaba con la extrañeza de este nuevo escenario, creando una sensación de desconcierto que no podía sacudir fácilmente.

Al contemplar la habitación con ojos confundidos, una chispa de reconocimiento prendió en mi mente. Aquel lujo desconocido era en realidad un eco del pasado. Esta era mi antigua habitación, el refugio que había abandonado al contraer matrimonio. La nostalgia y los recuerdos danzaron en mi mente, recuperando detalles que el tiempo había intentado borrar.

El espejo, enmarcado con hermosos zafiros, atrajo mi atención. Mi reflejo parecía una figura perdida en el tiempo. Mi mente había olvidado los matices de esta habitación que alguna vez fue mía, pero ahora, como en una nebulosa revelación, los recuerdos emergían con fuerza.

Mis piernas temblorosas me llevaron hacia el espejo mientras la incertidumbre se deslizaba por mi interior. ¿Cómo había regresado a este lugar que una vez dejé atrás? ¿Y por qué estos zafiros, tan familiares, adornaban nuevamente mi antiguo refugio?

Al contemplar mi reflejo, una versión del pasado me miraba con ojos que habían vivido antes del compromiso matrimonial. Los zafiros en el espejo reflejaban la dualidad de mi existencia, un puente entre la mujer que fui y la que me convertí.

Mi reflejo en el espejo se reveló como una mujer morena, con cabello azabache que fluía en ondas hasta rozar mis glúteos. Cada rizo contaba la historia de años en los que la vida tejía sus propios patrones en mi ser. Mis cejas, meticulosamente cuidadas, enmarcaban unos ojos que llevaban la herencia de mi madre, centelleando con la sabiduría de generaciones.

Las pestañas largas y gruesas ofrecían un velo sutil a la mirada, mientras mis labios, herencia de mi padre, se destacaban en un rojo intenso y grueso. En el espejo, las líneas de mi pequeña nariz y la curva de mis labios se convertían en un mosaico que recordaba las raíces de mi linaje.

Mi cuerpo, esculpido por la danza de los años, se mostraba con la gracia de unas piernas sin vello. Mi busto, de tamaño mediano, y un trasero redondo completaban la imagen que el reflejo en el espejo me devolvía. Cada línea, cada curva, era un testimonio de mi regreso al pasado.

Mis ojos, asombrados y llenos de lágrimas, no podían apartarse de la escena ante mí. ¿Acaso los dioses habían escuchado mis ruegos? La realidad se desdibujaba mientras enfrentaba la increíble verdad: había regresado al pasado, a una época antigua que mi corazón recordaba como propia.

Las emociones revolvían mi ser en un espiral tumultuoso. La sorpresa, la incredulidad y la alegría se mezclaban en un torbellino que embargaba mis sentidos. Las lágrimas, testigos de la magia que me envolvía, escapaban sin restricciones, llevando consigo la carga de un tiempo que parecía haberse desvanecido.

¿Era esta una oportunidad para corregir errores o solo un efímero sueño de los dioses? En el corazón de este misterio, las lágrimas continuaban su danza.

La revelación de haber retrocedido en el tiempo dejó mi corazón en un silencio aturdido. Caí al suelo, la frialdad de las piedras antiguas absorbiendo mi incredulidad y asombro.

Mis manos se aferraron al suelo como si buscaran anclarse en una realidad que se deslizaba entre los dedos. Las lágrimas caían, testigos silenciosos de la mezcla tumultuosa de emociones que envolvía mi ser.

Al levantar la vista, el entorno conocido de mi antigua habitación se revelaba ante mí. Los zafiros en el espejo centelleaban como estrellas antiguas, y la belleza opulenta de la estancia revivía en su esplendor. Respiré profundo, sintiendo la familiaridad del aire que una vez inhalé con esperanzas y sueños aún no fragmentados.

Las posibilidades se extendían como senderos sinuosos en mi mente. Podía cambiar decisiones, corregir caminos torcidos y redimir errores que habían dejado cicatrices en mi alma. El pasado, ahora desplegado ante mí como un pergamino esperando ser inscrito, ofrecía una página en blanco para reescribir mi destino.

Mis pensamientos resonaban en el silencio de la habitación mientras me incorporaba lentamente. Mis manos temblorosas limpiaban las lágrimas de mi rostro, como si pudiera borrar con ellas los rastros de un tiempo que ya no me tenía atrapada en sus garras implacables.

El espejo, reflejando mi imagen renovada por la sorpresa y la incertidumbre, parecía ser el portal a un futuro que aún estaba por decidir. Me acerqué a él, con los ojos aún enrojecidos por el llanto, y mi reflejo en el cristal me devolvía la mirada como una invitación a la posibilidad.

El tiempo estaba ahora en mis manos, una joya preciosa que chispeaba en la oscuridad de la incertidumbre. Las lágrimas, aunque producto de la sorpresa y la confusión, llevaban consigo el eco de una liberación, una libertad que no conocía desde hace mucho tiempo.

Mis pensamientos se volvieron hacia las decisiones pasadas que podrían cambiar mi destino. ¿Evitaría el matrimonio que se convirtió en prisión? ¿Guiaría mis pasos hacia un sendero diferente, lejos de las sombras que una vez oscurecieron mi felicidad? La fragilidad de la realidad me abrazaba, y la responsabilidad de forjar mi propio camino se convertía en una carga y un regalo simultáneo.

Con cada respiración, sentía la energía del pasado y el presente entrelazarse, creando una sinfonía única que resonaba en mi corazón. Las lágrimas, ahora secas, habían dejado un rastro en mi rostro, un testimonio de la transformación que había comenzado.

La sensación de ser una persona nueva se arraigó en mi ser como la primera luz del amanecer. Había atravesado un vórtice temporal, emergiendo del otro lado con la certeza de que mi vida se encontraba en un punto diferente, un punto donde la experiencia del pasado y la promesa del futuro se entrelazaban en un delicado equilibrio.

Mi mente, ahora impregnada de otras vivencias, se movía con una agudeza que antes desconocía. Había experimentado los altibajos del amor, las sombras de la traición, y las lágrimas que marcaron mi antiguo rostro ahora eran símbolos de una fuerza interior recién descubierta.

El entorno de mi antigua habitación se revelaba ante mí como un recordatorio tangible de lo lejano que había llegado desde aquellos días de oropel y falsas promesas.

Observé detenidamente mi entorno, buscando pistas que me revelaran en qué momento de mi vida me encontraba. La ausencia del anillo en mi dedo confirmaba que el matrimonio que me ahogó en el pasado no había sucedido. Una oleada de alivio me envolvió al darme cuenta de que, en este instante temporal, tenía la oportunidad de forjar un destino diferente.

La incertidumbre acerca de mi posición exacta en la línea del tiempo no logró opacar mi determinación. Decidí explorar el mundo que se abría ante mí, con los ojos de alguien que había aprendido de las lecciones de un tiempo que ya no me aprisionaba. Cada paso se volvía una danza de posibilidades, y cada elección, un pincel que trazaba la nueva obra maestra de mi vida.

Capítulo 3

Los golpes en la puerta reverberaron en la quietud de mi habitación, un sonido desconcertante en el entorno que creí conocer. La incertidumbre se apoderó de mi corazón mientras me aferraba a mi ropa, el tejido familiar que se convertía en un refugio ante lo desconocido. No sabía quién estaba al otro lado de esa puerta ni si podía confiar en la bienvenida que se avecinaba.

La rápida carrera hacia la cama fue un instinto primitivo, como si las mantas fueran un escudo protector contra los misterios que se desplegaban en el umbral. Mis ojos, llenos de ansiedad, se cerraron con fuerza, evitando el contacto visual con el intruso que se atrevía a perturbar mi privacidad.

Los golpes cesaron, dando paso a un silencio cargado de incógnitas. La puerta, como un eco de la intrusión, comenzó a abrirse. Mi cuerpo se tensó, la respiración se volvió un susurro apenas audible mientras aguardaba en la oscuridad de mis propias dudas.

El silencio se rompió con pequeñas manos que sacudieron mi cuerpo envuelto en mantas. Una voz suave, llena de tranquilidad, resonó en la penumbra. "Mi señora, es momento de levantarse y organizarse. Un nuevo día ha llegado".

Las palabras, aunque amables, eran un eco distante en mi mente. Mis ojos, aún reacios a abrirse, intentaron discernir la identidad de quien irrumpió en mi recinto. La confusión y la cautela se entrelazaban mientras mis pensamientos buscaban respuestas en el manto de oscuridad que me rodeaba.

La mujer, perseverante, continuó sus intentos de despertarme, sus palabras fluyendo con una cadencia que sugería familiaridad. El temor comenzó a ceder paso a la curiosidad, y finalmente, abrí mis ojos al nuevo día que se presentaba ante mí.

La luz tenue de la mañana filtrándose por las cortinas reveló la figura de una mujer, vestida con

un vestido negro largo y un delantal blanco. Su postura denota confianza. Cada gesto suyo parece meticulosamente calculado.

"Muy bien, mi señora, ahora será mejor que nos apresuremos. Hay mucho por hacer", instó la mujer mientras retiraba las mantas que me envolvían. Su voz, aunque gentil, era firme, como si estuviera acostumbrada a liderar las mañanas de otra persona.

Las telas y la decoración evocaban una elegancia y brillantes . La curiosidad de lo que se avecina se reflejaba en mis ojos mientras la mujer continuaba sus cuidados.

Con el cuerpo ahora desentumecido, me incorporé y enfrenté a la mujer que había irrumpido en mi privacidad. La miré con interrogantes en mis ojos, buscando respuestas que ella parecía ansiosa por ofrecer. "Mi señora, lamento el desconcierto, pero no hay tiempo que perder. El día avanza y sus responsabilidades requieren su atención", explicó con respeto, como si la danza del tiempo se hubiera llevado consigo cualquier duda que pudiera surgir.

Mi mente, aún asimilando la complejidad de la situación, se abrió a la posibilidad de aceptar el desafío de este nuevo día. Las palabras de la mujer resonaron con una sensación de deber y propósito.

La sirvienta me despojó de mis ropas con una destreza que revelaba una rutina cuidadosamente ejecutada. Aunque me sentí invadida por la vulnerabilidad de mi desnudez, entendí que este no era el momento de luchar ni resistir. Había un propósito en sus acciones, y me dejé llevar por la corriente de lo desconocido.

Con gracia y eficiencia, me guió hacia una gran tina que ocupaba en otra habitación . Todo a mi alrededor parecía sumamente ordenado, como si cada detalle estuviera diseñado para complacer los sentidos. La tina, rebosante de agua tibia, invitaba a sumergirme en su abrazo con la promesa de tranquilidad.

Al descender en el agua, sentí cómo mi cuerpo se entregaba a la sensación acogedora. La tibieza del líquido abrazó mi piel, y los músculos, antes tensos por la incertidumbre, se relajaron lentamente. Un aroma delicioso se desprendía del agua, envolviéndome en una fragancia que evocaba recuerdos de campos florecientes y días de sol.

La mujer, en silencio, observaba mi reacción mientras yo me sumergía en esta experiencia casi surrealista. Era como si el acto del baño trascendiera lo mundano, convirtiéndose en un ritual de purificación que iba más allá de lo físico.

De repente, entraron más sirvientas en la habitación. Vestían mismas ropas que la sirvienta que irrumpió en mi habitación , como una danza orquestada en armonía. Se acercaron con respeto y comenzaron a limpiar mi cuerpo y mi cabello con sumo cuidado.

Las esponjas, empapadas en aceites perfumados, deslizaban suavemente sobre mi piel, eliminando la huella del polvo y las tensiones del mundo exterior. Mis cabellos, liberados de nudos y enredos, eran acariciados por las manos expertas que se movían con gracia.

Aunque inicialmente me sentí vulnerable, la atención de estas mujeres era tan cuidadosa y respetuosa que pronto me sumergí en la experiencia con una mezcla de gratitud y sorpresa. Cada gesto se convertía en un bálsamo para el alma, como si estuviera siendo acariciada por la mano suave de la compasión.

La comunicación entre nosotras era mínima. Algunas miradas compartidas transmitían complicidad y empatía, pero la mayoría del tiempo transcurría en un silencio que no necesitaba ser llenado con palabras. La conexión entre nosotras era más profunda que la superficie de la piel que acariciaban.

El agua, ahora impregnada con la esencia de los aceites perfumados, adquiría una textura sedosa que acariciaba mi piel con cada movimiento. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones, permitiendo que el estrés y la ansiedad del pasado se disolvieran en las aguas que me envolvían.

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