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Wicked Desires

Arrastrandome

...𝐀𝐃𝐕𝐄𝐑𝐓𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀...

...Esta novela contiene contenido adulto y temas sensibles que pueden no ser adecuados para todos los lectores. Se recomienda discreción del lector....

...La historia aborda relaciones complejas y controvertidas, incluidas las relaciones entre padrastro e hijastro. Algunas escenas pueden contener descripciones de interacciones físicas y emocionales entre los personajes que podrían resultar incómodas o desencadenantes para algunos lectores....

...Se advierte a los lectores que puedan sentirse perturbados por temas como el abuso emocional, la manipulación y la confusión de roles familiares, que procedan con precaución al leer esta obra. Es importante recordar que esta es una obra de ficción y no refleja necesariamente las experiencias reales de los lectores o de la sociedad en general....

...Se alienta a los lectores a mantener una mente abierta y a considerar el contexto y la profundidad de la trama al interpretar los eventos y las relaciones presentadas en la novela. Si experimenta malestar mientras lee, se recomienda detener la lectura....

...©AuraScript...

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...22 de abril del 2009...

Desperté entre sombras, drogado hasta las putas cejas. Mi cuerpo se sentía como si lo hubieran triturado a golpes, pero mi mente estaba en ese lugar oscuro donde la realidad y la paranoia se entrelazan. Tropecé hasta una casa que conocía, aunque mi conciencia estaba tan malditamente nublada que apenas reconocía mi propia sombra.

La puerta era una jodida visión conocida, tan familiar como la mierda pegada a mis zapatos. Toqué el timbre, una llamada de auxilio manchada de mi propia sangre. La maldita madera y el timbre se tiñeron de rojo mientras mi conciencia se deslizaba por el abismo.

El aire era frío, la atmósfera desconcertante, como si el universo estuviera jugando a joderme. Caí inconsciente, mi cuerpo desplomándose junto a la puerta que solía abrir con una puta sonrisa. La sangre dejó su marca, pero mi mente seguía buscando respuestas en la oscuridad, sin importar lo retorcido que se pusiera el puto camino.

2 horas después desperté en esa habitación sombría, un lugar que apenas conocía en mi vida caótica. Mi mente estaba clara ahora, pero el dolor y la confusión aún rugían en mi cuerpo. Una risa burlona se escapó de mis labios al recordar la intensidad de la mierda por la que había pasado.

Desde la penumbra, alguien llamó mi nombre. Me giré y vi a ese hombre frío e inexpresivo que sabía no me dejaría tirado pudriéndome en la entrada. —No siempre estaré aquí para ti, Hal—, murmuró Cesar con su habitual frialdad.

Le espeté con desdén, —Soy lo suficientemente responsable como para ignorarte, Cesar—. Sus ojos helados me escudriñaron antes de soltar un sermón a medias sobre las consecuencias de mis jodidas elecciones.

Intenté callarlo burlonamente, —¿Sabes, Cesar? Deberías escribir un puto libro de autoayuda. Quizás te compren algunos idiotas necesitados—. Las comillas rodeaban nuestras palabras, una danza de sarcasmo y desafío en esa habitación cargada de sombras.

Decidí limpiar la casa, una especie de gesto de agradecimiento por haberme recogido del suelo. —Voy a poner esto en orden, Cesar. Aprecio que no me hayas dejado pudriéndome ahí fuera—, le dije, buscando redimirme de alguna manera.

Cesar, con su mirada gélida, me lanzó un regaño. —Hace dos años que no nos vemos, y apareces drogado y golpeado en mi puerta. ¿Qué diablos ha pasado contigo, Hal?—

Respondí con sarcasmo, —Dos años, Cesar, no es como si te hubiera extrañado tanto. Supongo que la vida me llevó por algunos caminos raros—. Minimicé el tiempo con indiferencia.

Cesar, manteniendo su actitud fría, comentó: —Parece que sigues siendo el mismo de siempre, Hal.—

—No porque hayas sido mi padrastro durante tanto tiempo, puedes regañarme de esta manera—, le dije, desafiante. Las comillas encerraban nuestras palabras, una guerra silenciosa en la que ambos jugábamos nuestros roles.

—Al menos te haré un poco de compañía en tu aburrida vida de solterón, Cesar. Ya no soy un crío, ¿recuerdas?— solté con un toque de insolencia mientras recogía algunos trastos en la sala.

Cesar, tan inexpresivo como siempre, respondió con frialdad, —Cumplir 19 no te hace adulto, Hal.—

Cesar, aparentemente indiferente, me preguntó, —¿No ibas a la escuela o algo así?—

Traté de distraerlo con otras trivialidades, —Ah, la escuela. No es lo mío, Cesar. Prefiero vivir la vida real, ya sabes.—

Pero Cesar no mostraba mucho interés. En su frialdad habitual, simplemente murmuró, —Vive como quieras, Hal.—

Entre la rutina de la conversación desinteresada, había algo intrigante, una pista de misterio que flotaba en el aire.

Salté de la cama, aún sintiendo los estragos de la noche anterior. Mis ojos se posaron en la vaya para dormir de seda negra que Cesar había dejado sobre la cama. —Otra de tus típicas elecciones de decoración, Cesar. ¿Nunca te cansas de ser tan predecible?— dije con sarcasmo, mientras me envolvía en la tela con desinterés.

Me miré al espejo, los ojos cansados reflejaban mi propia desidia. —Al menos podrías haberme comprado algo más útil, como una caja de analgésicos—, comenté, esperando una respuesta que no llegó.

Cesar simplemente observaba sin mucho interés, como si mi vida fuera solo una serie de eventos predecibles. —¿Te has vuelto mudo, Cesar? Por un momento pensé que había perdido el toque de sarcasmo en tu presencia—, solté con una sonrisa irónica, tratando de romper la tensión.

La tensión entre Cesar y yo persistía, como una sombra incómoda que no se disipaba. En un momento, decidí enfrentarla de frente. —¿Crees que siempre necesito tu puto consejo, Cesar? ¿Crees que no puedo manejar mi propia mierda?— pregunté con una mezcla de furia y frustración.

Cesar, inexpresivo como siempre, evitó cualquier comentario hiriente. Simplemente se levantó y abandonó la habitación. Lo seguí, la tensión aún palpable en el aire.

Fuera de la habitación, la atmósfera cambió. Aunque la tensión seguía presente, era como si ambos hubiéramos decidido no darle demasiado poder. —No necesito que te preocupes por mí, Cesar. Nunca lo he hecho—, comenté, tratando de suavizar el momento.

Cesar se limitó a asentir, sus ojos fríos observándome. —Tal vez no, Hal. Pero eso no significa que no me importes, de alguna manera—, respondió, eligiendo sus palabras con cuidado.

La conversación continuó, menos tensa pero aún marcada por la incomodidad. Entre las palabras, quedaba claro que, a pesar de las diferencias y los años de distancia, algo persistía en su extraña conexión.

—¿Sigues siendo profesor en esa maldita universidad?— pregunté, intentando encontrar algo de normalidad en nuestra extraña charla.

Cesar respondió de manera neutral, —Sí, sigo enseñando.—

La conversación cambió de rumbo cuando Cesar preguntó por mi madre. —¿Y tu madre? ¿Dónde está?— inquirió con su típica frialdad.

Esbocé una sonrisa evasiva, —Ella está por ahí, haciendo lo suyo.—

Cesar no parecía convencido. —¿En serio no sabes dónde está, Hal?— preguntó, su voz sin emoción.

Evité la pregunta, saltando hacia el refrigerador. —No es mi trabajo rastrear a mi madre, Cesar. Hay cosas más importantes, como averiguar qué demonios hay para comer aquí.— Entre las botellas de cerveza y sobras olvidadas, intentaba encontrar algo tangible en medio de nuestras complicadas dinámicas.

¿Asustado?

Al buscar entre la ropa en el armario, Cesar me sorprendió con sus palabras heladas. —Ya me voy a trabajar, Hal. No te atrevas a robar algo, te conozco—, advirtió con su típico tono desaprobatorio.

Alcé las manos, simulando inocencia. —¿Robar algo? Oh, Cesar, solo estaba buscando algo que no hiciera que la gente vomite al mirarme—, solté con mi sarcasmo característico.

La tensión creció cuando, en un intento torpe de diversión, me acerqué a Cesar de manera exagerada. —Vamos, Cesar, ¿un poco de afecto no le hace mal a nadie?— bromee, pero él me apartó con brusquedad. —Ni lo sueñes, Hal. No estoy aquí para tus estúpidos juegos—, advirtió con frialdad.

En un arranque de ira, mis palabras se volvieron violentas. —Maldita sea, Cesar, ¿alguna vez puedes dejar de actuar como si fueras el rey de este lugar? Estoy harto de tus reglas estúpidas y de tu actitud de mierda—, gruñí, la tensión creciendo como un nudo en mi garganta.

Cesar, por otro lado, respondió con una frialdad extensa. —Tú eres el que siempre vuelve aquí, Hal. No vengas a quejarte de mi casa cuando eres el que la elige como refugio. Pero ten claro, no permitiré que tus juegos desordenen mi vida—, declaró con determinación.

La escena se volvía más intensa, con palabras afiladas y gestos desafiantes.

Actué con aparente frialdad frente a las palabras de Cesar, no dignándome a responder. Rápidamente me cambié de ropa ante su mirada escrutadora, asegurándome de que no pensara que me llevaría algo de valor.

Cesar, en su usual tono autoritario, se cercioró de que no hiciera ninguna movida sospechosa. Finalmente, cuando consideró que su dominio estaba asegurado, decidió irse. Lo seguí por detrás, saliendo junto con él.

—¿Me estás siguiendo, Hal?— preguntó Cesar con un dejo de desconfianza.

Le respondí con indiferencia, —Voy a otro lugar, Cesar. No te preocupes, no estaré arruinando tu precioso hogar—.

A pesar de mi actitud desinteresada, algo me afligía al pensar en regresar a ese lugar del cual había corrido la noche anterior. Si no iba, me encontrarían y si me escondía, estaría perdido. Me despedí de Cesar, asegurándole que llegaría a la cena.

Casi a punto de irme, Cesar tomó mi muñeca. —Lo siento, Hal—, dijo en un atisbo de arrepentimiento.

Sonreí de manera burlona y le solté un comentario grosero, —Tus disculpas me importan una mierda, Cesar. No necesito tu compasión—.

Finalmente, tomé un taxi y me alejé, dejando atrás la atmósfera densa de esa casa y la relación complicada con Cesar.

No pensé en nada en el trayecto hasta el club nocturno que conocía demasiado bien. Le pagué al taxista con lo único que me quedaba y me adentré al lugar, maldiciéndome por enredarme en estas situaciones una vez más.

Al llegar, la conocida aura del club me envolvió: humo de cigarrillos, alcohol y drogas, todo palpable en el aire. Me sentía como en casa, aunque era más un hogar distorsionado por la decadencia.

Me dirigí a la recepción y pedí hablar con Declan, mostrándole mi pase a la señorita tras el mostrador. —Pasa—, dijo ella con indiferencia.

Intenté no sentirme nervioso mientras avanzaba, pero era inútil. Las luces parpadeantes y la música atronadora no lograban ahogar la ansiedad que crecía en mí. Con cada paso, me sumergía más en la oscuridad del lugar, preparándome para lo que vendría.

Me acerqué al área VIP con todos los ojos clavados en mí, conocían mi historial y preferían ignorarme. Al llegar a la cortina donde estaba Declan con un par de chicas y chicos, todos en el mismo rubro, la tensión en el aire era palpable.

Declan, con una sonrisa que ocultaba quién sabe qué intenciones, me llamó por mi apodo. —Cariño, estaba preocupado por ti—, dijo con un tono que heló mi sangre.

Totalmente asustado, balbuceé un sincero —Lo siento mucho—. Mis manos se aferraron a una de mis muñecas con preocupación, como si eso pudiera remediar algo.

Declan se levantó y se dirigió hacia mí. Paralizado, no me hice para atrás. Con sospechosa tranquilidad, colocó gentilmente su mano sobre mi mejilla y la acarició por un momento. Cerré los ojos, preparándome para lo inevitable.

—Ábrelos y mírame a los ojos—, ordenó Declan con una autoridad que conocía demasiado bien. Lo hice, y en un instante, resonó un sonido ensordecedor mientras una bofetada me tumbaba al suelo. La habitación parecía vibrar con la reverberación de aquel impacto, dejando claro que mis acciones no pasarían impunes.

—¿Crees que puedes escabullirte y correr como una perra, eh?— rugió Declan, agarrándome del cabello mientras yacía en el suelo, incapaz de levantarme.

Intenté negarlo, —No, Declan, lo siento, por favor.—

Pero mis súplicas fueron silenciadas brutalmente cuando Declan me azotó contra la pared, tomando mi cuello con fuerza. —Mientras tu jodida firma esté en ese contrato, no podrás largarte de este trabajo hasta que me canse de mirarte la maldita cara y pagues tus deudas—, espetó con desdén.

Seguí pidiendo perdón, tratando de respirar entre sus dedos apretados, —Por favor, Declan, no volverá a pasar, te lo juro.—

Declan, frío como el acero, sentenció, —Vas a seguir vendiendo tu culo y haciendo lo que yo te ordene. Si no, estarás seis pies bajo tierra en una maldita fosa común.—

Aterrorizado, asentí mientras luchaba por no ser asfixiado. —Entendido, Declan—, apenas pude balbucear.

Finalmente, me soltó y me concedió una segunda oportunidad. Agradecido, intenté abrazarlo, pero un brutal puntapié me recordó mi lugar. —Lárgate y no te olvides de venir a trabajar—, gruñó Declan.

Le agradecí tambaleándome y, finalmente, me levanté para escapar corriendo del club.

Corrí como si el mismísimo diablo estuviera detrás de mí. Finalmente, llegué a una esquina y me adentré en un callejón. Me dejé caer, jadeante, mientras la rabia se convertía en lágrimas de frustración.

—Maldito idiota, ¿por qué demonios te metiste en esto?— me maldecía en voz alta, la ira y la impotencia resonando en cada palabra. —Te odio, me odio. ¿Cómo carajos te metiste en este lío? ¡Eres tan estúpido!—

Las lágrimas caían con rabia mientras me enfrentaba a la realidad de mi propia estupidez. Golpeé el suelo con furia, deseando poder escapar de mis propias decisiones. —Mierda, mierda, mierda—, repetía como un mantra mientras la frustración se apoderaba de mí.

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...𝐍𝐎𝐓𝐀...

...Hal es un escort, un escort es una persona que ejerce la prostitución con clientes de cierto nivel, e aquí una imagen que hice con IA de su apariencia....

...Hal Lowe...

...19 años...

...11 de abril de 1990...

Más problemas

Eran las 1 de la madrugada cuando, con cautela, abrí la puerta de casa. Mi cara mostraba el evidente golpe, más notorio ahora que al principio. No quería que Cesar empezara a hacer preguntas incómodas.

Me dirigía sigilosamente hacia la habitación de invitados cuando la voz de Cesar me detuvo en seco. —Puedo escucharte, Hal—, advirtió desde la oscuridad, con los brazos cruzados.

No dije una palabra y continué mi camino, pero cuando me di cuenta, Cesar estaba parado en el pasillo, mirándome fijamente. Me volví hacia donde el golpe no era visible y lo ignoré, pero Cesar no tardó en comenzar con las preguntas.

—¿Por qué no llegaste a la cena, Hal?— preguntó, su tono ya cargado de reproche.

Puse una excusa, —Se cruzó algo en mi camino, Cesar. No pude llegar.—

La discusión se desató de inmediato. —No puedes llegar a estas horas de la noche sin avisar, Hal. ¿Qué diablos te pasa?— espetó Cesar con intensidad.

—Estoy cansado, Cesar, cansado de que todos intenten decirme qué demonios tengo que hacer—, grité, la frustración tintando cada palabra.

Cesar, notando el golpe en mi rostro, intentó acercarse para preguntar, pero me aparté rápidamente. —¿Qué pasó en tu cara?— preguntó con preocupación.

Me alejé de él y entré rápidamente en la habitación a la que me dirigía. Cerré la puerta con fuerza, ignorando las súplicas de Cesar para hablar.

"Tal vez debería desaparecer, desaparecer de esta maldita vida", pensé mientras me tumbaba en la cama y las lágrimas comenzaban a fluir en silencio. La frustración, la impotencia y el deseo de escapar se enredaban en mi mente, creando un torbellino de pensamientos oscuros. Ignorando a Cesar, dejé que la angustia se apoderara de mí mientras la oscuridad de la habitación reflejaba el caos interno que sentía.

Después de unos diez minutos, el silencio se apoderó del otro lado de la puerta. Escuché cómo Cesar dejaba de llamar, como si un velo de tranquilidad descendiera sobre la habitación. Lentamente, volvió a ser el mismo de siempre, pero esta vez su tono era diferente.

—Recuerdo cuando eras solo un niño, Hal. Eras dulce, lleno de vida. Eras mi favorito, siempre inteligente y optimista—, sus palabras, aunque amables, tenían un matiz frío que se interponía en cualquier rastro de calidez.

Seguía llorando en silencio, incapaz de articular una palabra. Cesar continuó, recordando el tiempo en que cuidaba de mí como padrastro. —Siempre prometí cuidarte, estar para ti. Incluso cuando tu madre decidió divorciarse de mí, yo estaba allí para ti—, dijo con una mezcla de ternura y distancia.

Sus palabras eran dulces, pero la frialdad que las acompañaba creaba una extraña atmósfera. Cesar intentaba conectarse conmigo, pero la barrera entre nosotros parecía insuperable.

—Siempre he querido lo mejor para ti, Hal. Aunque nuestra relación haya cambiado, no olvido esos momentos en los que éramos una familia. Te vi crecer, y siempre quise que alcanzaras tu máximo potencial. Pero algo se torció en el camino.—

—Me duele verte así, Hal. Has tomado caminos peligrosos y no puedo simplemente quedarme de brazos cruzados. No quiero que te hagas daño a ti mismo. Tienes que entender que, aunque hayas tomado decisiones difíciles, aún me importas.—

—Puede que no siempre esté de acuerdo con tus elecciones, pero quiero ayudarte a salir de este agujero en el que te encuentras. Necesitas dejar de huir y enfrentar la realidad. Estoy aquí para ti, como siempre lo he estado. Solo tienes que permitirme ayudarte, Hal.—

Aunque Cesar intentara arreglar las cosas con sus palabras, mi mente seguía dividida. Por un lado, recordaba esos momentos de mi infancia, los buenos recuerdos con él. Pero por otro, la frialdad actual de Cesar me hacía dudar de su sinceridad.

"Maldito hipócrita", pensé mientras escuchaba sus palabras, un amargo cóctel de resentimiento y nostalgia mezclándose en mi interior. Las palabras de Cesar eran como dagas que buscaban abrir antiguas heridas.

Decidí no darle el gusto de una respuesta y, en su lugar, me dirigí a la ventana. Escapar era la única opción en mi mente en ese momento. Quité disimuladamente el seguro de la puerta, asegurándome de no hacer ruido.

Miré por última vez hacia donde supuestamente estaba Cesar. "Que te jodan. No necesito tus malditas promesas vacías", murmuré en voz baja, la rabia resonando en mis palabras. Salté por la ventana y me alejé, dejando atrás el tumulto emocional que había en esa casa.

Mientras escapaba por la oscura noche, una mezcla de emociones revolvía mi mente. Aunque Cesar intentara reconciliar el pasado, la amargura persistía. "Volveré cuando este maldito drama termine", juré para mis adentros, convenciéndome de que algún día encontraría la paz en ese lugar que solía llamar hogar.

Mis pasos me llevaron a un lugar jodido, un rincón sombrío donde las luces parpadeaban como susurros de un pasado olvidado. Recordaba las palabras de Cesar, resonando en mi cabeza como un eco persistente. "Deberías enfrentar la realidad", pensé, pero el miedo y la confusión me empujaban a evadir, a refugiarme en las sombras de este lugar desgastado.

A pesar de la distancia física, llevaba conmigo la carga emocional de esa noche. Mientras caminaba por las calles polvorientas, me preguntaba si alguna vez encontraría el sentido de todo esto. "Mierda", murmuré, deseando que las respuestas se manifestaran en algún lugar de este laberinto caótico.

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