Siete reinos gobernados por siete diferentes emperadores, son aquellos que mantienen el orden y control sobre el mundo. Representando a los siete dioses quienes ahora duermen eternamente como un legado dentro de cada ser de los siete emperadores.
Siete reinos modernos por una rosa.
Un arma por una rosa.
Pétalo por Pétalo.
Espina por Espina.
Mundo por Mundo.
Cuerpo por Cuerpo.
—Solo dime, —él tragó salivo en seco. Sentí la desesperación en su mirada.—Dímelo y te lo daré.
El silencio reino entre ambos. Sentí la boca deseosa de aquellos labios que tentativamente dejaban besos fantasmas por mi piel. Sus manos se apretaban a cada lado de mis caderas, podía sentir sus manos intentando no dejarme escapar.
Pero no estaba escapando, estaba temblando bajo él.
—¿Y si lo quiero todo?
Sus labios rozaron, acariciaron, veneraron los míos. Solté un gemido y él tuvo que contener la respiración por bastante tiempo para mantenerse en control, podía ver en sus ojos como las emociones se batían entre ellas. Cuando volvió a clavar la mirada en mí, sus ojos azules se oscurecieron en deseo.
Este hombre iba a matarme antes de que yo lo mate.
—Si me pides mi poder, te lo daré. Si me pides mi sangre, te lo daré. Si me pides el mundo, te lo daré. —su respiración se mezclaba con la mía. —Si me pides que me arrodille ante ti, lo haré.
Su cabello cae sobre mi frente cuando me mira desde arriba, sentía mi pecho vibrar, vibrar por él. Mi cuerpo caliente y hambriento por él, me aprieto más a él. A este hombre que estaba manteniendo a la bestia en control para prometerme el mundo.
—Dimitri...
—Pero no me pidas alejarme de ti.
Sus ojos conectaron con los míos, era un vaivén de nuestros cuerpos con cada roce. Intentaba mantener mis manos en sus fuertes y tensos hombros, sentía como su cuerpo también temblaba bajo mis palmas cuando clavaba mis uñas en su piel bronceada. Su pecho vibro con deseo.
—Puedo hacer que el mundo arda como el infierno y dejar todo a tus pies. —su nariz cosquilleo la mía. —Recuperar el lugar que te pertenece y poner todos los reinos en tus manos, mi Eva.
Y ahí estaba, él comenzaba a hacerme caer, tal vez ya había caído. Tal vez ambos ya habíamos caído, y en este momento éramos solo nosotros dos en este momento, solos nosotros dos contra los que nos espera en el futuro.
Mis enemigos se volvieron sus enemigos. Mi venganza se volvió su venganza.
Algo me decía que este hombre era mío, él me lo gritaba con cada caricia, cada beso y cada momento en que sus ojos caían en mí.
Y sabia que yo era suya, con cada caricia, cada beso y en cada momento en que me perdía en aquel mar tan azul de su mirada.
Este hombre era mi amor y dolor.
Este hombre era mi amor y lágrimas.
Este hombre era mi perdición.
Este hombre era mi arma.
Y yo era su rosa.
El olor a jazmín mezclado con otros dulces aromas, logró un molestar un poco mi nariz. Era tan fuerte que mi nariz comenzó a picar, pasé con delicadeza y distraídamente con mi mano. A la vez que, con mi otra mano, con mi dedo índice elevaba un poco los lentes de lectura que llevaba puesto. Aunque ya llevaba hace cuatro horas despiertas, podía sentir y sabia, que mi rostro mostraba cansancio. La llamada de Elizabeth me había despertado a la mitad de la noche, su voz calmada y dulce me había dicho que se encontraba en un lugar seguro y que no debía preocuparme tanto, que Nathan se encontraba junto a ella. En el fondo escuchaba la voz alegre del hombre que mi hermana amaba, deseando que tuviera el peor día de mi vida porque él no se encontraba alrededor para alegrármelo.
Recordando aquello, apreté con fuerza los dientes, insultándolo en mi mente.
Estaba teniendo el más aburrido día de mi vida en la florería. Juré que cuando lo tuviera en frente lo iba a golpear tan fuerte que iba a olvidar su propio nombre. El sonido del agua goteando me sacó del recuerdo de anoche, el agua corría y su sonido parecía ser relajador. Recordé que Ziven se encontraba regando las flores que se encontraban en el almacén, mi mente se perdió en los pensamientos si debía sugerirle tener el día libre hoy. No había demasiado clientes y tampoco parecía que iba a tener pedidos a domicilios.
Además, la florería se encontraba en la parte más baja y oculta de la ciudad, aunque era una fachada para poder tener algo de comida en la mesa y no llamar la atención. Esto comenzó a preocupar, los clientes, aunque eran escasos, se volvieron aún más escasos. Intenté que Ziven renunciara, pero él, como otros de este lugar mugroso, necesitaban un propósito para no caer en la locura y la soledad que nos rodeaba. Él decidido continuar aquí hasta que no haya más flores en el mundo, aunque le dije que era una exageración muy inclinada a la estupidez, él se corrigió y dijo que hasta no haya flores en la ciudad.
Sin poder o querer malgastar mi tiempo con una persona como él, ignoré su comentario y antes de darme la vuelta para dejarlo, solté que él podía hacer lo que quería. Su respuesta fue una risa gastada y ronca.
Dejé caer mi cabeza hacia atrás.
—…dios…—de mis labios se escapó un suspiro frustrado. Un sentimiento de malestar se posicionó en mi pecho, indicándome que el día parecía que iba a empeorar. Elevé mi mano y busqué a ciegas el dije que colgaba de mi cuello, sentí el metal frio acariciar las yemas de mis dedos. El dije de un Sol parecía ser grande al tacto, pero si lo veías era solo un pequeño dije viejo, desgastado y heredado. Elie, llevaba el suyo con orgullo, el dije de una Luna, totalmente opuesto al mío.
—¿Sucede algo? —la voz gruesa de Ziven me saca de mis pensamientos. No me había dado cuenta que había cerrado los ojos, los abro cuando escucho su voz. Me inclino hacia adelante y dejo caer mi cuerpo sobre el mostrador de madera oscura, podía sentir un pequeño hedor de humedad en él, vuelvo a suspirar. —Ese suspiro me dice que seré yo de nuevo, quien arregle las cajas del almacén, ¿Verdad?
Había olvidado por completo aquella tarea. Podía sentir como mis labios se curvaban hacia arriba y mis ojos brillaban al mirarlo, sus ojos marrones oscuros y con un sentimiento de dolor, me miran directo. Él parecía querer salir corriendo. Su pecho se infla y deja salir un suspiro demasiado doloroso.
Enderezo mi cuerpo y me muevo hasta donde él se encuentra, ahora con los brazos cruzados por arriba de su pecho. Sus ojos indican querer asesinarme, y eso, solo hice que mi sonrisa se agrande aún más.
—Oh, Ziven, Ziven…—canto su nombre a la vez que le doy palmadas en su espalda. Su rostro definitivamente decía que quería huir de aquí. —Te aumentaré el sueldo, lo prometo.
—Ese no era el trato, Eva. Prometimos que la semana pasaba me tocaba a mí y esta semana, a ti. —él toma mi mano y la aleja. Entrecierro los ojos, para fulminarlo con la mirada. —Además, tu ni siquiera me pagas. Trabajo gratis.
—¿Sabes, verdad, que yo no estoy haciendo esto por gusto?
Ahora es él quien suspira cansado, a la vez que se pasa una mano por el delantal color verde moho y luego por su rostro.
—No me intentaras engañar. —él comienza a moverse por el local para ver el estado de las demás flores o plantas. —No caeré una cuarta vez.
Me levanto de donde me encontraba sentada, mis pies comienzan a seguirlo.
—Ziven, sabes que soy alérgica a las flores.
—Mentira.
Aprieto la mandíbula. Él toma un pequeño rociador y comienza a humedecer las hojas de una rosa.
—Por favor, Ziven…—me acerco más a él. —, Prometo que haré el doble de trabajo la semana que viene.
Él se gira un poco y me mira con un rostro incrédulo.
—¿Cómo pueden tus labios decir una mentira tras otra? —su voz había bajado un tono, se encontraba totalmente sorprendido e indignado.
Coloco mi mano sobre mi pecho, y ahora soy yo quien muestra una expresión incrédula y sorprendida.
—Me decepcionas que pienses eso de mi…—mis palabras se cortan cuando él eleva el rociador para comienza a empaparme con pequeñas gotas, el rostro. Me intento cubrir con ambas manos a la vez que de mis labios se escapa una risa. Pero el sonido del teléfono nos saca del ambiente juguetón que nos rodeaba. Mis ojos caen en un paquete que se encontraba sobre el mostrador, lo había recogido de un repartidor mientras él se encontraba en el almacén, hace un momento atrás. — Por cierto, eso llegó para ti. —apunto hacia el pequeño, pero pesado paquete.
Con el ceño fruncido él se acerca al paquete, el teléfono vuelve a sonar y lo tomo antes de que el sonido termine.
—Florería Luna, a su servicio, ¿Qué es lo que desea?... —la misma frase de siempre sale de mis labios naturalmente, desde el otro lado la voz de un hombre con confianza y al perecer totalmente relajado, comienza a ordenarme un ramo de doce Crisantemos, mi mente se apagó al pensar que aquellas flores decorarían la tumba de alguien. Al aceptar la orden, colgué el teléfono, en mi boca un sabor amargo comenzó a molestarme, aunque intentara tragar saliva para que se desvaneciera, no parecía hacerlo.
Al girarme hacia Ziven, él parecía haber abierto ya el paquete.
—¿De quién es?
—Mi madre.
—¿Qué es? Parecía pesado.
Él mira de nuevo el paquete y suspira, mientras que yo tomo un envoltorio de cartón para las flores.
—Las esperanzas y sueños de mi madre para mí. —el hombre de tes oscura y ojos verdes, toma la caja y la lleva al almacén. De mis labios comienza a formarse una sonrisa, su madre había vuelto a mandarle fotos de chicas con quien él podía contraer matrimonio. Ella estaba desesperada por que su hijo se case y asienta cabeza.
Vuelvo a reír.
Volviendo a mi trabajo, busco las crisantemo y comienzo a ordenarlas sobre el papel de cartón, bien alineadas y con pequeñas decoraciones para que el ramo quede aún más perfecto. El fuerte olor de aquellas flores me trajo un mal pensamiento, parecían gritarme que el día iba a empeorar. Al finalizar de formar el gran ramo, me saco el delantal y me pongo mi chaqueta. La orden venia con deliveries, así que debía entregarlo yo misma. Tomé el pequeño papel donde había anotado la dirección y me acerqué a la puerta.
—¿A dónde vas?
—Trabajo. —murmuro mientras tomo un pedazo de papel dorado que usábamos como tarjetas y coloco la frase con la cual el cliente me había pedido. “Donde sea que te escondas, siempre te encontraré”. Mi cuerpo dio una sacudida, parecía ser que alguien se encontraba resentido por una relación fallida, por eso las flores con significado de un funeral y una frase bastante escalofriante. Suspiro al terminar y coloco la tarjeta dentro del ramo, luego voy por las llaves del auto.
Él pone los ojos en blanco, sabia porque lo hacía, la sonría volvió a aparecer en mis labios, podía sentir como mis mejillas se tensaban. Abro la puerta y antes de salir me giro hacia él cuando escucho que viene con paso apresurado.
—¿Olvido algo?
Sus manos se aprietan con fuerza sobre el rociador, que había vuelto a tomar.
—No. —pronuncia con voz queda, su mirada baja. —Lo siento…ten, ten cuidado, Eva.
Asentí un poco aturdida y, aun así, me despedí. Sabia perfectamente a lo que se refería.
Hola, aquí la autora. Solo quería mencionar que en algunos capítulos al comienzo aparecerá un nombre, eso significará que el capitulo esta siendo narrada desde su punto de vista. muchas gracias y no olvidan decir si les gustó la obra. Cuidense.
Tomé la minivan color blanco, que se encontraba estacionada a un lado de la carretera, la parte trasera y sus costados estaban decorados por flores, rosas, grandes girasoles y margaritas, se posaban alrededor del nombre de la florería. Parecía que la misma primavera había vomitado sobre la pobre camioneta.
Logré meter las flores con cuidado en la parte de atrás, para luego subir del lado del conductor y ponerme en marcha hacia mi destino. No podía creer porque la solicitud provenía de las oficinas de la Familia De’Ath, quienes gobernaban esta parte del mundo. Todas mis defensas se activaron, mi mente se puso a la defensiva y mi rostro relajado cambió a uno serio, mi cuerpo se encontraba rígido durante todo el recorrido y se tensó al ver el gran edificio vestido de cristales oscuros, aun con las bocinas y el sonido de las ruedas de los autos por las calles, se podía escuchar el sonido del agua cayendo con fuerza y libertad. La cascada posicionada a un costado del edificio donde caía sobre una gran fuente que parecía ser el centro de un pequeño parque con estacionamiento. Para las personas que venían de las afuera y veían en edificio de cristal con una cascada gigante, la cual parecía que el agua caía de lo más alto del mismo edificio.
Estacioné la camioneta en uno de los espacios vacíos del estacionamiento-parque. Cuando bajé y fui hacia la parte trasera a buscar las flores, los pétalos brillaron aún más con la luz del sol cayendo sobre ellas. Cuando mis ojos volvieron a caer sobre el edificio. Contuve la respiración, hasta sentir que mis pulmones ardían, solté el aire con fuerza. Cuando volví a bajar la cabeza vi, lo que parecía ser la gorra vieja de Ziven, la tome y la
coloque sobre mi cabeza.
Me daba confianza decir que nadie podía reconocerme, los lentes de lectura y la melena rebelde que caía por mi espalda en una trenza desaliñada, me daba seguridad en que nadie iba a reconocerme. Me había teñido el cabello, de un color totalmente opuesto al de mis raíces. Solté de nuevo el aire cuando me di cuenta que mis pulmones volvían a calentarse, pidiendo volver a trabajar.
Mi mente volvió a un punto de nuevo en la florería.
Me maldije a mí misma por ser tan perezosa, debí quedarme a limpiar el almacén y dejar que venga Ziven y se encargara de esto. Yo no podía hacerlo, me retracto en ese momento. Aunque Nathan me había dicho que él nunca le había dicho algo a su hermano sobre mí, que lo único que su hermano sabía, era que mi hermana era hija única. Lo había hecho para protegerme, creía en él. Pero, aun así, no podía sacarme la ansiedad de saber que estaba a punto de entrar a la boca de la bestia.
Bueno, al menos sabía que no iba a subir hasta su oficina, que las flores eran para un empleado de las oficinas. Alguien de bajo rango, por favor, quiero creer eso. Volví a suspirar y me concentré en caminar hacia el edificio con la frente en alto. Al entrar el color negro y dorado fue lo primero que mis ojos captaron, el piso era un completo espejo gigantesco color negro, las columnas que se encontraban separadas y dispersas ordenadamente parecían ser de mármol dorado. El edificio parecía tener lo que era un gran espacio en el centro, donde estaba decorado por diversas plantas naturales, un gran árbol que parecía tener cientos de años y casi más de diez metros se encontraba situado en el centro. El lugar no dejaba de sorprenderme, pensé que al entrar lo primero que sentiría sería un lugar complemente cerrado y aburrido, sin espacio para que el aire recorra estos pasillos. Pero estaba equivocada, se podía respirar mejor aquí, que afuera. Algunas personas venían e iban por el gran lugar, todos parecían estar sumergidos en su mundo y en trabajar para luego poder ir a casa.
Un sentimiento nostálgico recorrido mis venas al recordar esa adrenalina y estar ocupada en todo momento, extrañaba mi antiguo trabajo, pero aún no estaba lista para volver. No podía hacerlo, el olor a desinfectante y el sonido de los aparatos médicos me recordaban a aquel episodio oscuro dentro de mi cabeza.
Me sacudo mentalmente para borrar cualquier rastro de ese desagradable recuerdo.
Me acerqué a la recepción en donde se encontraban cuatro hermosas mujeres atendiendo el teléfono y tomando notas. Parecían bastantes ocupadas, su piel lisa como porcelana y sus cabellos sedosos y arreglados delicadamente en un moño elegante, las volvían totalmente profesional junto al
uniforme de la oficina. Parecían robots hechos a la medida.
—Disculpe, vengo a…—La morena a la que me acerco, me interrumpe.
—¿Tiene cita? —ella me pregunta sin mirarme, sigue con la mirada colgada por el ordenador frente a ella.
Reproduzco la llamada dentro de mi cabeza.
—Eh, no…—digo no tan segura.
—Lo siento, pero antes debe pedir una cita si quiere…
—Solo vengo a entregar flores.
Ella levanta la mirada y sus ojos color verdes esmeraldas me penetran.
—Le vuelvo a repetir. Debe tener cita si quiere proseguir. —su voz neutra, comenzaba a sacarme de mis casillas. Sabía que ella estaba haciendo su trabajo, pero yo también estaba haciendo el mío. —Por lo que no puedo dejarla pasar.
—Y yo le vuelvo a repetir. Vengo a hacer una entrega. Me llamarón de una de las oficinas de aquí para entregar unas flores. No saque cita o…—no sabía porque debía sacar cita para entregar unas tontas flores. —, no saque cita porque no sabía que era necesario hacerlo.
Ella suspira.
—Aun así, no puedo dejarla pasar. —ella mantiene su postura. —Aunque puedo pedirle que deje las flores aquí, luego uno de nuestros empleados se lo hará llegar a su receptor.
—Eso…—me interrumpo a mí misma, pensándolo bien eso aceleraría las cosas y podría salir de este lugar rápidamente. —Eso está bien. Muchas gracias. —en mis labios se forma una honesta sonrisa al ver el favor que ella me había hecho. Ella continua con su expresión neutra.
Coloco las flores sobre el mostrador, justo en el momento que el teléfono frente a ella suena repetidamente dos veces, a la tercera vez ella atiende.
—Sí, Sí…Sí, Señor. —manteniendo su voz seria, ella no deja de mirarme. Estoy por irme, dejar las flores y huir. —Lo lamento, señor. Inmediatamente lo haré. ¡Que tenga un buen día, Señor!
Escucho el picotear de sus tacones contra el suelo.
—Señorita, espere…
Vuelvo a girar mi cuerpo para enfrentarme a ella.
—Han dado permiso para que pueda subir y pueda entregar las flores personalmente. —ella sale de detrás del mostrador y se pone a un costado, mostrándome el lugar hacia donde se encuentras los ascensores. Los cuales eran de cristal y se podía ver con claridad quienes subían hasta lo más alto. No podía moverme, ella me mira con una sonrisa profesional, tiene un brazo sobre su estómago y el otro lo estira en dirección hacia los ascensores. El mal presentimiento volvió a molestarme justo en el centro del pecho. Aun así, tomo las flores y me acerco a ella. Ambas caminamos hacia uno de los ascensores.
Estaba segura, tengo que estarlo. Nadie podía reconocerme, él no sabe de mi existencia.
Al entrar, ella aprieta un botón y se queda fuera, parecía que solo yo iba a subir.
—Que te tenga buen día, Sita. Evangeline.
—Espera, ¿Qué?... —las puertas se cierran y por algún motivo su sonrisa me dio escalofríos. Cuando reaccione a lo que ella había dicho, intente detener las puertas de cerrarse, pero era demasiado tarde. El ascensor de cristal comenzó a subir sin que yo pudiera detenerlo, solo una catástrofe podía hacerlo. Cuando miré hacia arriba, los números no dejaban de subir.
Mierda, mierda, mierda, mierda…
Apreté el botón de emergencia, pero este no funcionaba, mejor dicho, parecía estar de adorno en el tablero. En un segundo, el ascensor se detuvo y sabia cuál iba a hacer mi próxima acción. Iba a volver a bajar y olvidar la entrega. No me importaba, el zumbido en mis oídos me decía que algo estaba a punto de pasar y que debía de escapar. Las puertas comenzaron a abrirse, aprete con rapidez el botón del primer piso, quería bajar, por favor.
Baja, baja, baja, baja….
Pero no sucedía nada. El ascensor parecía haber muerto, aunque los ascensores que tenía a mis costados parecían moverse sin ningún problema. Decidí salir y buscar las escaleras de emergencia, no sabía cuántos pisos había subido. No había prestado demasiado atención a los números, solo recuerdo que luego del décimo piso el ascensor siguió subiendo. El que la recepcionista supiera mi nombre sin que yo le dijera, me daba mala espina. Y sabía que debía huir.
Él podría saber de mí. No iba a dejar que arruinara la vida que mi hermana tenía hasta ahora. No le iba a dar el gusto a ese bastardo.
Logre sacar un pie cuando un hombre de cabello chocolate y ojos verdes apareció frente a mí. El traje se ajustaba a su cuerpo perfectamente, tenía una remera en cuello V debajo de la chaqueta, en vez de una camisa. Su sonrisa despreocupada hizo que me tragara mi respiración. Detrás de él, dos personas vestidas de negro posaban en silencio y con un rostro que gritaba muerte. Por instinto di un paso hacia atrás, alejándome del hombre de sonrisa siniestra.
—La estábamos esperando, Sita. Evangeline.
Mi mundo entra en conflicto y mi cuerpo se prepara para pelear.
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