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Amatista

LA HISTORIA DE UN VILLANO

...O'BRIAN:...

Yo parecía haber surgido de las montañas de sal y el mar que rodeaba los campos de Hilaria.

Desde mi nacimiento causé conmoción.

Las parteras estaban aterradas cuando me vieron y mi madre había gritado tantas veces cuando no quisieron mostrarme ante ella, pero después de tanto insistir me entregaron envuelto en una manta, con rostros tristes y desgraciados. Al verme, mi madre se preocupó tanto, estaba devastada, había tenido un hijo que parecía un anciano, no por su piel, sino por la falta de color en su cabello y el resto de los vellos de su cuerpo.

Decidió conservarme a pesar de eso.

En cambio, mi padre se escandalizó, cuando descubrió mi apariencia tan anormal y ajena a la de ellos, me consideró una maldición y abandonó a mi madre.

Ella me escondió por un tiempo, no quería un escándalo, ni tampoco que saliera lastimado.

Me dejó al cuidado de una sirvienta, hasta que cumplí un año.

Mi madre logró formar parte del consejo del rey y se convirtió en su amante, la esposa del rey no podía tener hijos y murió poco después, mi madre quedó embarazada y para hacer legítimo al heredero del trono se casó con el rey.

Así que fuí mostrado ante el mundo gracias a aquella unión y nadie me consideró un mounstro, no en presencia de los reyes.

Mi hermana nació y se convirtió en princesa, era como la noche, de cabellos negros y piel blanca, ella si era normal de apariencia, pero su interior estaba sombrío desde pequeña y peleaba todo el tiempo conmigo, parecía odiar a todos.

Le encantaba torturar a sus muñecas, quitándole las cabezas y a los animales e insectos que encontraba, los mataba sin piedad.

Mi hermana era la pura maldad desde niña, así que su vida se torció más y más a medida que crecía.

Yo en cambio, dejé de ser considerado un bicho raro, debido a mi entrenamiento en el ejercito me hice muy atractivo, extrañamente las personas del castillo me consideraban una belleza única y sobrenatural, algo nunca visto que no era molesto de apreciar.

Mi hermana asumió el trono y a pesar de su poder, empezó a sentir celos de que yo obtuviera más atención y que estuviese siempre rodeado de hombres y mujeres que me admiraban en todos los sentidos.

Yo no había buscado aquella atención, ni siquiera me esforzaba en ello. Seguía siendo el mismo, solo que con un buen atractivo que me hacía ser simpático ante los súbditos y nobles.

Hasta que una noche fui atacado mientras dormías, unos hombres me inmovilizaron contra la cama, tomándome de los brazos y las piernas mientras mi hermana caminaba con una daga en su mano hacia mí.

— ¿Te has vuelto loca? ¡Diles que me suelten! — Gruñí, notando su sonrisa maníaca, trazó un dedo por la hoja de su daga y volvió sus ojos hacia mi rostro.

— ¡Soy la reina, así que desde hoy dejarás la atención y las alabanzas de los súbditos para mí y te concentrarás en el trabajo, no puedo permitir que sigas distraído, debes cumplir con tu deber y esos lame suelas no te dejan ni respirar! — Acercó la daga a mi rostro y me sacudí con fuerza cuando noté lo que pretendía.

— ¡Maldición, suéltame, no te atrevas a tocarme, soy tu hermano mayor! — Grité cuando me sostuvo fuertemente de la mandíbula.

— ¡No, eres mi medio hermano, no tienes sangre azul, en cambio yo, soy la reina y solo a mí se me puede rendir pleitesía... Me lo agradecerá, ya nadie se acercará a ti! — Gruñó, sonriendo como fiera mientras arrastraba el filo de su daga por el lado izquierdo de mi rostro, desde la frente, por en medio de la ceja, el párpado, la mejilla, hasta la mandíbula.

Lentamente, para torturarme.

Grité del dolor, agonizando de la impotencia hasta que me soltó. Lamió la sangre de la hoja y se rio de mí.

— ¡Ya verás como esos hipócritas se alejan de ti, cuando vean que ya no eres atractivo sabrás que tenía razón, de ahora en adelante serás el más feo del castillo o más bien de todo el reino!

Me cubrí la herida con la mano, notando como el líquido caliente se deslizaba entre mis dedos.

...****************...

Los campos de sal literalmente te secaban hasta el alma, el sol mezclado con la sal hacía que te ardiera la piel y pareciera que te estabas quemando por dentro, pero nada se comparaba con haberle servido a la Reina Vanessa, eso si era el infierno. No me quejaba de mi condena, más bien merecía más que hacer trabajos forzados.

Yo también tenía que perder la cabeza en el juicio de Vanessa, pero gracias a la duquesa me salvé y no había un día que no recordara que por causa de ella estaba respirando.

El reino de mi hermana había caído y yo era el único sobreviviente de aquel acontecimiento.

Aunque los campos de sal no eran el paraíso, podía soportarlos.

Me había acostumbrado tanto a estar todos esos meses en esa celda húmeda, siendo acunado por el vaivén del mar, que se me hizo extraño volver a pisar tierra firme cuando el barco hizo parada en el muelle.

Hilaria era una tierra de clima tropical y el sol parecía estar más cerca que en el norte. El calor era sofocante y la gente vestía con ropas más ligeras.

Al llegar a los campos me dieron un uniforme gris y en seguida me obligaron a trabajar. Encadenado de las manos como una bestia, empecé a cargar los trozos enormes de sal y a transportarlos en una carretilla.

Había otros prisioneros, tan escorias o peores que yo. Cuando pisé el suelo salado me convertí en una presa para ellos, me rodearon contra una montaña de sal y usaron las palas para someterme y atacar, les mostré que no era frágil, unos cuantos golpes y patadas, estuvieron huyendo de mí.

Desde ese instante me gané el respeto y el temor de los demás hombres, no solo porque sabía defenderme sino por mi apariencia, que siempre jugaba a favor o en contra de mí.

La estancia en el barco se había encargado de borrar los restos de tinte que había usado para parecer más normal. En el pasado, había intentado pintarme hasta las pestañas con un tinte negro, pero solo obtuve un tono plateado que ya se había vencido y ya nada ocultaba el tono blanco pálido de mi cabello.

Perdí la noción del tiempo, dormía en las celdas del fuerte en la noche y por la mañana nos levantaban de una manera nada grata, los guardias nos echaban agua encima o nos golpeaban con sus lanzas para despertarnos.

Me levantaba antes para ahorrarles el buen servicio.

Salíamos al campo después de un desayuno miserable que sabía a cenizas.

Al menos teníamos derecho a hidratarnos todo lo que podíamos.

El trabajo que más odiaba era el de granular la sal, a pesar de mi duro entrenamiento me salieron ampollas de tanto golpear los trozos de sal con los palos de hierro.

Un año, un año haciendo el trabajo que nadie quería hacer y sería libre, libre para empezar de cero o eso creí.

— ¡Tú, el fantasma, deja lo que estás haciendo! — Gruñó un guardia cuando estaba cargando una carretilla con rocas de sal, fruncí el ceño, me detuve, soltando la carretilla — ¡Vendrás conmigo!

— ¿Por qué?

— ¡Deja de preguntar tonterías y obedece sin cuestionar! — Gruñó, dándome la espalda para empezar a caminar.

Lo seguí, los demás giraron sus ojos hacia mí.

— ¿Qué sucede fantasma? ¿El comandante te hará el amor? — Se burló uno de ellos y los demás empezaron a soltar carcajadas.

— Al parecer tienes mucha experiencia en eso — Gruñí y el infeliz que habló enrojeció de la ira, ésta vez las carcajadas fueron dirigidas hacia él.

— ¡Cállense las bocas y sigan trabajando! — Gritó el guardia.

Salí de los campos, desconcertado por aquel llamado. Jamás me habían solicitado y eso me preocupaba, no me parecía que había pasado un año, sentía que aún faltaba tiempo para cumplir mi condena.

Me llevaron hacia la torre principal del fuerte, subí unas escaleras externas hasta que las puertas de abrieron para nosotros.

Adentro había más guardias.

Subí las escaleras, en forma de caracol de la torre y me faltó la respiración.

Era patético, estaba débil como un niño.

Los guardias apostados en la sima de la torre nos abrieron la puerta y entramos en la oficina del comandante, un hombre obeso de bigote enroscado en las puntas.

Me quedé de pie junto al guardia y noté la presencia de otro hombre, de unos cincuentas años, delgado y de cabello canoso.

— ¡Señor O'Brian, no lo veía desde que lo trajeron aquí! — Dijo el comandante, evaluando mi apariencia desmejorada.

— ¿Por qué estoy aquí? — Pregunté y se frotó el bigote, sin levantarse de su asiento detrás del enorme escritorio.

— Le tengo buenas noticias, saldrá de aquí hoy mismo — Dijo, apoyando sus brazos de la mesa.

— ¿He cumplido mi condena? ¿Ya pasó un año? — Pregunté, sin poder creerlo.

— No, no ha pasado un año, pero éste hombre ha comprado su libertad — Señaló hacia el sujeto de pie junto al escritorio, giré mis ojos hacia él — A muy buen precio por cierto.

Maldito, si el Príncipe Arturo se enteraba de que ese sujeto era un corrupto, no le iba a gustar y mucho menos si yo me marchaba sin cumplir con mi condena.

— No conozco a este hombre — Lo observé con desconfianza.

— Por supuesto que no, pero yo si he escuchado de usted y tengo una buena razón para sacarlo de este infierno — Dijo el sujeto y el guardia procedió a quitarme los grilletes.

— Saldré cuando cumpla mi condena, perdió sus piezas, no pienso irme — Retrocedí y el comandante frunció el ceño.

— Temo que eso no se va a poder, hice un trato y ya tengo mi pago, no hay vuelta atrás... Muchos de los prisioneros desearían tener ésta oportunidad y usted se atreve a rechazarla, menospreciando mi generosidad — Gruñó ese infeliz, se veía la clase de basura que era, podía notar que no era la primera vez que hacía estás clases de negocios sucios.

— ¿Por qué un hombre pagaría por mi libertad?

— Eso lo trataremos después de salir de aquí — Dijo el desconocido — Créame, le conviene mucho salir de aquí ahora, le daré un trabajo y buen pago a cambio.

Sonaba demasiado bueno para ser verdad.

— ¿Qué hay de mi condena? Usted debe rendirle cuentas al príncipe — Observé al comandante.

— De eso me encargo yo, hay mil formas de encubrir la salida de una prisionero ¿Fingir su muerte le parece bien?

— No, esto no me parece, volveré al campo.

Se levantó con dificultad gracias a su enorme panza.

— Todos aquí conocen la clase de basura que es usted, Señor O'Brian, así que no pretenda ser recto ahora... Váyase, no pienso renunciar a mis piezas — Gruñó, tomando el pesado saco que estaba sobre la mesa — Si usted rechaza ésta oportunidad, me veré en la obligación de hacer de su estadía aquí más miserable, me encargaré de informarle al rey de Hilaria que usted intentó escapar. Puede que le corten la cabeza después de todo.

No dije nada, por dentro quise lanzarme al maldito y ahorcarlo con las cadenas.

Me quitaron los grilletes y sujeto que había pagado por mi libertad se acercó a mí.

— Señor O'Brian, después de que termine mi trabajo podrá rehacer su vida como le plazca, le conviene aceptarlo, ya que sin dinero no podrá comenzar de cero y su nombre tampoco ayuda, su mala reputación le cerrará muchas puertas, pero si toma la palabra del comandante de fingir que ha muerto en los campos, entonces podrá surgir nuevamente en la sociedad ¿No le parece una oferta apetitosa? — Me preguntó mientras juntaba sus manos cubiertas por guantes de cuero.

Lo observé detenidamente, sintiendo la libertad a mi alcance, si elegía el camino corto entonces empezaría mediante deshonestidad y me había prometido tomar la rectitud, pero si no aceptaba me ataría una soga al cuello.

No lo pensé más y tomé el camino fácil.

TRATO HECHO

...O'BRIAN:...

El sujeto me llevó afuera de fuerte, allí había un carruaje, pero no entré de inmediato.

— ¿Quién rayos eres? — Exigí, no era tan tonto para marcharme con ese infeliz sin saber que era lo que quería de mí.

— Soy Robert Leian, un empresario acaudalado — Dijo, sin mucha molestia, tendiendo su mano hacia mí, pero no la tomé.

— ¿Qué quieres de mí?

— Sencillo — Se encogió de hombros, bajando su mano — He sufrido una serie de ataques, así que necesito de la experiencia y la fuerza de un sujeto como tú para resolver este asunto, me hurgue saber quién me quiere muerto y eliminarlo por supuesto.

— Ah, ¿Osea qué quiere que yo haga el trabajo sucio? — Dije con sarcasmo.

— Si y servirme de guardaespaldas, tengo una familia por la que me preocupo y debido a esto no vivimos tranquilos... Así que vine acá en busca de algún matón con experiencia y el comandante me lo ha recomendado a usted, dice que es el peor sujeto que ha pisado los campos de sal — Sonrió, como si el fuerte fuera una tienda de asesinos a sueldo — Pero, quisiera hablar de esto con más calma, en el carruaje... El sol está demasiado fuerte.

— No iré con usted a ningún lado — Me crucé de brazo, notando que mis ropas parecían las de un esclavo al lado de la ropa fina de ese infeliz — ¿Si no me da la gana de aceptar? ¿Cuál es el problema? — Lo observé de forma intimidante, pero no sé inmutó.

— Yo le devolví la libertad, es lo justo que me ayude, le repito que le pagaré bien por esto.

— ¿Cuánto?

— Veinte piezas de oro por semana y cuando acabe el trabajo podrá marcharse, además le daré comida y techo, si rechaza ésta oferta, no es muy inteligente — Dijo y me quedé callado, era una apetitosa oferta. Tenía que estar ahogándose en oro para ofrecer un sueldo así.

— Ya no soy un asesino.

— La gente que me está atacando son evidentemente personas malas, debería hacer una excepción, una última vez... ésta oferta que le ofrezco es única, ningún otro hombre le pagaría como yo y bien dicen que las oportunidades se presentan una sola vez.

No me quedaba duda de que era un empresario, hablaba de negocios con mucha experiencia.

— Acepto.

El hombre sonrió y abrió la puerta del carruaje.

— Entonces, andando.

Inhalé con fuerza y subí al carruaje, el interior se estremeció con peso. A pesar de estar más delgado, mi altura me hacía pesar el doble que otros hombres.

Me senté en uno de los asientos y el hombre tomó el asiento frente a mí. Después tocó el techo del carruaje para avisar al cochero, empezamos andar por el camino y observé por la ventana.

No cabía duda de que estaba en otro reino, no había nada parecido a Floris. Las tierras eran calurosas y áridas, pero conforme iba avanzando, las palmeras y plantas tropicales fueron cambiando por otro follaje más espeso. Árboles de rico color verde y exttañas casas que se visualizaban, de un solo piso, largas y con ventanas pequeñas, con techos de paja y tejas.

Había ganados de ovejas y vacas en las colinas. Muy linda aquella vista.

— ¿A dónde vamos? — Pregunté y el risueño amplió más su sonrisa.

— A mi casa, Señor O'Brian.

— ¿Meterá a una asesino desconocido a vivir bajo su mismo techo? — Me reí por la estupidez.

— Si, lo haré, si usted se atreve a actuar en mi contra volverá al fuerte y no solo eso, capaz y le dejan más de cincuenta años de sentencia — Me amenazó con un tono sutil — Estoy seguro de que usted no hará nada, no va a atacarme.

— ¿Cómo está tan seguro? Sus amenazas no me causan ningún temor.

— El oro mueve montañas — Me observó despreocupado y supe que estaba ante un ambicioso que compraba todo con dinero — Y ese mismo oro le servirá para vivir cómodamente el resto de su vida o por lo menos unos cuantos años, puede ser un asesino, pero no tiene la cabeza hueca ¿O sí?

— No, no la tengo.

— Lo sabía, usted y yo seremos muy buenos socios — Otra sonrisa entusiasta — Temo que ya no podrá usar su nombre, se supone que murió.

De estar en Floris eso no me hubiese servido de nada, mi apariencia era tan fácil de distinguir, hasta ahora no había conocido a otra persona que hubiese nacido con ausencia de color en su apariencia.

— Llámeme Alfred Elmar, es un hombre común que no levantará ninguna sospecha.

Asintió con la cabeza.

Después de varias horas de camino, el carruaje entró en una propiedad lo bastante lujosa para disipar cualquier duda de mi mente.

Nos detuvimos en la entrada, después de que dos sirvientes abrieron las rejas de la entrada para dejar pasar el carruaje.

El Señor Robert ajustó su sombrero y bajó con tanta elegancia como la de un aristócrata, pero sabía que no estaba ante un hombre de sangre azul.

Bajé después de él, observando todo a mi alrededor. Los setos de jardín tenían formas de animales y había muchas esculturas.

El personal recibió al señor, pero al verme se detuvieron en seco, parecía impactados y como el apodo que había recibido en el fuerte, parecía un fantasma.

— El es Alfred Elmar, se encargará de cuidar de nuestra seguridad — Dijo el señor al mayordomo y los demás.

Asintieron y me saludaron brevemente, pero con tanta incomodidad que no podían disminular.

Seguí al que sería mi nuevo patrón a las escaleras de la amplia entrada. Las escaleras era de mármol y había esculturas a ambos lados de los muros, querubines.

El mayordomo se apresuró y abrió la puerta para nosotros.

Quedé más impresionado con el interior, el color blanco parecía seguirme a todas partes. Todo era blanco, las paredes, el suelo y las escaleras del amplio vestíbulo. A excepción de las cortinas violetas que cubrían las largas ventanas en arco al final de las escaleras.

Arriba habían lámparas de telaraña, colgando de un techo en arco que parecía de una catedral.

Unas sirvientas aparecieron, con expresiones pálidas al verme.

— Señor ¿Cómo ha ido su viaje?

— Bien ¿Dónde está Roguina?

— La señorita salió — Dijo una de ellas y el Señor Robert se estremeció.

— ¿Cómo que salió? — Gruñó enfadado — ¡Se supone que no debe salir sola! ¿Dónde estaban ustedes? ¿Por qué no la detuvieron?

— ¡Nos dejó encerradas en el baño y escapó por el muro del jardín!

— ¿Por el muro? ¡Cuando regrese me da a oír, esa niña le hacen faltas riendas!

¿Una niña? ¿Escapando? Si esto incluía ser niñero prefería quedarme cargando sal.

— ¿Y el señor quién es? — Preguntó la más joven, con un tono lleno de desconfianza.

— ¡El Señor es Alfred Elmar, mi guardaespaldas, preparen un baño y una de las habitaciones de servicio, de ahora en adelante se quedará aquí hasta que de con el causante de los ataques!

El pánico en las sirvientas aumentó, pero obedecieron de inmediato.

— ¿Qué le parece la mansión? ¿Es igual o mejor que el castillo de Floris? — Preguntó, presumido.

— Cualquier lugar que no sea el castillo es mil veces mejor.

...****************...

El baño estuvo listo y las sirvientas me guiaron hacia mi nueva habitación, más blanco y amatista llenando el lugar.

Me quité la ropa frente a las sirvientas, como solía hacerlo en el castillos, pero por sus rostros sonrojados y nerviosos allí no tenían la misma costumbre.

Al sumergirme en la bañera mi piel ardió, pero también sentí un alivio que me hizo suspirar y cerrar mis ojos. Hacía tanto tiempo que no tomaba un baño decente.

Las sirvientas recogieron el uniforme roto y sucio.

— Mejor voten eso está tan sucio que podría contaminar todo un río — Gruñí, apoyando mi cabeza del borde, me observaron como si hubiese dicho que les rompería el cuello, se retiraron a prisa después de meter la ropa en una cesta.

El jabón se cortó debido a la sal y la suciedad en mi cuerpo, pero me levanté para tomar más de la repisa.

Me apliqué uno con fragancia de lavanda y pasé casi dos horas allí, apreciando los lujos. Las llaves eran de plata y los azulejos de porcelana fina.

Con razón atacaban tanto al empresario, me pregunté que clase de negocios tenía aquel sujeto para vivir como un príncipe. No era mi problema, lo único que quería era ganar piezas suficientes para vivir en otra parte de Hilaria.

Al salir del baño encontré ropa limpia y ligera sobre la enorme cama.

Me terminé de secar y me vestí.

Los pantalones sueltos me quedaban cortos, apenas alcanzaban a cubrir mis pantorrillas y la camisa demasiado pegada, además de que tenía mangas cortas, no podía verme más ridículo.

Me coloqué los extraños zapatos, eran suelas con simples tiras de cuero que se enganchaban al tobillo. No me servían, me apretaban.

Decidí observarme al espejo.

Los meses en los campos de sal me habían pasado factura, tenía la piel rojiza y quemada y una barba lo bastante larga para lucir como un anciano.

El cabello me llegaba al cuello y rozaba mis cejas.

Decidí corregir eso y volví al baño para afeitarme la barba y cortarme el cabello.

Salí de la habitación cuando estuve listo, como quedaba en el primer piso no tuve demasiados problemas en encontrar en vestíbulo.

Otros sirvientes me guiaron al comedor, donde se hallaba el Señor Robert, cenando solitario en una enorme mesa repleta de platillos exquisitos.

— Oiga, necesito ropa más apropiada, ésta me queda pequeña y estás ridículas cosas me aprietan — Señalé los zapatos.

— Se llaman sandalias y son muy típicas en Hilaria.

— Así no podré combatir con ningún rufián, necesito botas, ropas gruesas, armas también... Le pagaré cuando tenga mi primer sueldo.

— Claro, la modista vendrá mañana a tomarle las medidas a mi hija, aprovecharemos para que también se las tomen a usted y que le haga ropa de su estilo... Esa era la talla más grande, pensé que le quedaría — Dijo, aguantando las ganas de burlarse al verme de pies a cabeza — Tome asiento, coma.

Me senté en una de las sillas y empecé a llenar mi plato sin molestarme en ser educado.

— ¿Dónde está su familia? — Pregunté, no es que interesara, pero tenía que indagar sobre el hombre que me había contratado.

— Solo somos mi hija y yo, su madre murió hace diez años.

— Me gustaría saber los detalles de esos ataques que ha recibido — Dije mientras empezaba a comer, llenando mi boca con enormes porciones de carnes y frijoles, había platos desconocidos que también iba a probar, típicos de Hilaria.

La comida era tan deliciosa que se me hacía agua la boca, después de comer bazofia era de esperarse que cualquier otra cosa me pareciera un manjar.

— Recibí un ataque hace como dos semanas, iba en mi carruaje cuando sujetos armados me atracaron, sabían mi nombre y me amenazaron... Además, una de mis propiedades fue saqueada e incendiada, la persona que lo hizo dejó un nota, amenazándome de atentar contra mi vida y la de mi hija — Gruñó y tragué con fuerza — Todavía conservo el papel por si desea leer lo que dice.

— Lo más probable es que quieran dinero — Dije, con la boca llena — Así que le sugiero estar más atento con su hija, pueden raptarla para sobornarlo.

Palideció.

— No es momento de hablar de trabajo, mañana temprano lo haremos, ahora disfrutemos de la cena.

Tomó una copa y la levantó en señal de brindis.

...****************...

Comí hasta reventar y me despedí del Señor Robert cuando el sueño me alcanzó. Me dió las buenas noches y salí del comedor, aunque en el camino a mi habitación se me despegaron las afeminadas sandalias y terminé caminando descalzo.

Al acostarme me quedé rendido de inmediato, tanto tiempo durmiendo sobre tablas hicieron que me sintiera en una nube espesa.

Empecé a soñar, con la Duquesa Eleana o más bien con un recuerdo.

La veía entrenar en el jardín, mientras custodiaba aquella casa desde una colina cercana, usando un larga vista hacia la mansión. Me encontraba sentado al pie de un árbol, admirando cada movimiento de su mano cuando se alzaba para aventar una daga.

La rapidez de sus movimientos me dejaban atónito y cuando luchaba con su hermano, se hacía más fuerte cada día, a pesar de tener una discapacidad en el tobillo.

Empecé a admirarla y no pude evitar tener dudas, no quería raptarla, no deseaba que mi hermana le hiciera daño, porque al verla me sentía de una forma que no comprendía.

Anhelaba estar cerca de ella y cuando al fin salió de la mansión me apresuré a seguirla, movido más por la emoción que por cumplir la misión.

Pero cuando sus ojos se posaron en mí en la plaza del puerto, solo hubo miedo y rechazo. Por eso decidí que no le haría daño y que trataría de ayudarla a escapar, aunque al final no resulté ser el héroe, el Duque Dorian fue más rápido, con el ejército de guerreros de Hilaria salvó no solo al reino de Floris sino también a su esposa.

"Jamás será tuya" Había gritado el duque después de darme un puñetazo y tenía toda la razón, ambos se amaban, yo había llegado demasiado tarde a la vida de Eleana.

Un sonido me despertó, me puso de un salto sobre la cama y por un instante no reconocí mi entorno.

Era un sonido irritante y salí de la cama cuando se prolongó.

Salí de la habitación, todo estaba oscuro, pero por las ventanas entraba la luz de la luna y eso me permitió caminar por el pasillo, siguiendo el sonido hasta un viejo reloj en el vestíbulo.

Parecía estar trabado, las agujas se habían detenido a las doce en punto y no cambiaban.

Observé a todas partes, a nadie parecía molestarle aquel sonido tan insoportable.

Le dí con el puño hasta que se cayó y las manecillas cambiaron.

Todo quedó en silencio y me giré hacia mi habitación.

Había una mujer detrás de mí, con un candelabro en las manos, observándome con los ojos abiertos de par en par.

Retrocedió abruptamente y tropezó con una mesa detrás de ella.

La observé de vuelta, notando el delicado camisón que llevaba puesto, mostrando la piel de sus largas piernas delgadas y pálidas.

Su rostro era delicado, de labios gruesos, nariz respingona y ojos grandes. Tenía el cabello negro y lo llevaba completamente suelto, cayendo sobre sus hombros delgados.

Intenté caminar hacia el pasillo, pero tomó un adorno y me lo aventó, tan inesperadamente que casi me da en la cabeza, de no ser por mis reflejos abría terminado con otra cicatriz.

El adorno se estrechó contra el reloj, haciendo que volviera el desagradable ruido.

Apreté mis puños y la observé irritado.

EL HOMBRE DE EXTRAÑA APARIENCIA

...ROGUINA:...

Me quité la zapatillas al llegar a la mansión, observé a todas partes silenciosamente y caminé de puntillas hacia las escaleras, no quería hacer ruido y tener que aguantar otro sermón de mi padre.

— ¡Roguina!

Me sobresalté, soltando las zapatillas y giré mi vista hacia mi padre, quien estaba de pie junto a la entrada del comedor.

— ¡Papá, casi me matas de un susto! — Recogí las zapatillas y me las coloqué.

— ¿Dónde rayos estabas? — Exigió enojado — ¡Las sirvientas me dijeron que saltaste por el muro, pudiste haberte caído por desobediente!

— ¡Estoy bien papá, los sirvientes no me dejaron opción, no querían dejarme salir y mi amiga Amanda me necesitaba, por eso salí! — Gruñí y resopló.

— ¿A caso se rompió una pierna para que salieras sin permiso? — Su sarcasmo fue desagradable.

— No, pero necesitaba verla, se casará en una semana y aprovechamos para conversar y tomar el té — Dije y frunció el ceño — Quería estirar las piernas, tanto encierro es sofocante.

— Por ir a tomar el té, pudiste haberte encontrado con esos maleantes — Gruñó y suspiré pesadamente.

— Lo sé, pero no me los encontré.

Yo era muy ágil, así que podía escapar fácilmente, así como salté por el muro.

— !Además, aprovechaste que salí para irte y eso me parece una falta de respeto a mi autoridad!

— Lo sé... No lo volveré a hacer, bueno no por los momentos. Es que supuse que no me dejarías ir a la boda, ni a la celebración de mi amiga, por eso aproveché para hacerle al menos una visita, no es muy lejos, solo unos veinte minutos caminando.

— Estaba considerado dejarte ir — Dijo y alcé mis cejas.

— ¿En serio? — Sonreí y negó con la cabeza.

— Estaba — Aclaró y mi sonrisa se borró — Si no hubieses escapado hoy te habría dejado ir, pero como me desobedeciste, no lo haré.

— No es justo — Me quejé — Tengo dieciocho años.

— Pero eres una señorita y debes actuar como tal si quieres conseguir a un esposo de sangre noble.

— ¿Otra vez con eso? ¡Ningún noble se fijaría en mí, no tengo sangre azul!

— Pero tienes dote, sabes que necesitamos la reputación de los nobles para ampliar mis negocios, así que empieza a practicar las normas de etiqueta.

Con lo que me fastidiaban esas lecciones.

— De acuerdo, está bien — Dije a regañadientes — Pero déjame ir a la boda... Si quieres que me codee con gente de la nobleza tengo que socializar en eventos... Amanda se casará con un lord, así que habrá muchos aristócratas que pescar, tal vez alguno caiga en mis redes.

— Tenías que ser mi hija, tan listilla — Dijo y sonreí con suficiencia — Claro, irás.

Di pequeños saltos de emoción, mi padre me observó con desaprobación y me detuve, según él ese no era un comportamiento adecuado de una señorita.

— ¿Y por qué ese cambio tan repentino? Estabas decidido a no sacarme de aquí.

— He aumentando nuestra seguridad — Tensó sus hombros, con aire de genio.

— ¿Qué quieres decir con eso?

— Contraté a un guardaespaldas.

— ¿Qué?

— Como oíste.

— Pero eso no le dará mala impresión a los aristócratas.

— Nadie tiene que saber que es un guardaespaldas... Será como un socio y amigo de la familia — Dijo, sonriendo ampliamente — Nos ayudará con nuestro problema — No dije nada al respecto, no me parecía una buena idea contratar a un guardaespaldas, eso quería decir que mi padre iba a tenerme más vigilada que antes.

No di mi opinión aunque mi lengua se moría de ganas por moverse, sería inútil contradecirlo, la palabra de mi padre era incuestionable.

— ¿Ya cenaste? — Preguntó cuando me quedé sumida en los pensamientos.

— No, no he cenado.

— Cenemos juntos entonces.

...****************...

El maldito reloj descompuesto volvió a sonar a la misma hora y solté un gruñido contra la almohada cuando el sonido se hizo más irritante. Mi padre no terminaba de mandarlo a arreglar, siempre decía que lo iba a componer, pero luego se le olvidaba y como tenía el sueño pedazo, no le molestaba en lo absoluto el ruido.

Todas las noches era lo mismo, iba a reventar esa porquería contra el suelo.

Me levanté, decidida a hacerlo sin importar que mi padre me regañara al día siguiente, ese reloj ya no daba para más, echarlo en la basura y comprar uno nuevo era un remedio, pero mi padre no quería despegarse de ese cachivache.

Intentaba aparentar ser un coleccionista de antigüedades.

Me coloqué las pantuflas y tomé el candelabro para salir de la habitación.

Caminé impetuosa por el pasillo, murmurando quejas y bajé las escaleras para darle una patada al reloj.

Llegué al vestíbulo, pero me detuve en seco.

Había un sujeto de pie frente al reloj, lo golpeó con su puño y dejó de sonar.

¿Cómo había entrado? ¿Quién era? Me alarmé, sintiendo un pánico.

El desconocido estaba de espaldas y noté que tenía el cabello blanco, una espalda de hombros anchos, con músculos tensos, la piel estaba toda llena de cicatrices. Mi pánico aumentó cuando noté que no tenía pantalones y llevaba solo unos calzones, además de estar descalzo y tener unas piernas largas llena de cicatrices también.

Se giró y retrocedí abruptamente debido al susto de ser descubierta, debí atacarlo cuando estaba de espaldas, pero la impresión era demasiado fuerte y al ver su rostro, me desconcerté.

Era un hombre joven, había pensado que se trataba de un hombre mayor con cuerpo atlético.

Su apariencia era tan extraña, jamás había visto a alguien así, de hecho era imposible para mí que existiera un sujeto así.

No solo su cabello era blanco, sino que sus pestañas y sus cejas también, el vello de su pecho lucía del mismo modo, pero no bajé mi mirada.

También era la primera vez que observaba a un hombre así de desnudo. Teniendo en cuenta que un desconocido estaba en el vestíbulo, no era muy prudente detallarlo, podría ser un depravado y mi pánico aumentó cuando me percaté de que yo solo llevaba un camisón.

Tenía una horrible cicatriz cruzando el lado izquierdo de su rostro, empezaba en su frente y bajaba por el medio de su ceja y su ojo, deslizándose más ancha por su mejilla, hasta su mandíbula.

El color de su cabello no era lo único extraño, el ojo del lado cicatrizado estaba más claro que el otro, que era un de un tono gris oscuro.

No quedaba duda, esa apariencia me dejaba en claro que era un maleante.

Reaccioné por impulso y tomé un adorno pequeño de la mesa, se lo aventé con tanta fuerza como pude, pero se apartó y el objeto chocó contra el reloj, devolviendo el sonido irritante.

El sujeto observó el reloj, luego el adorno roto y su mirada intimidante terminó en mí, con cierta irritación que me alertó de un contraataque.

Noté que apretaba sus enormes puños y retrocedí, poniéndome en guardia, elevando mi candelabro.

No se movió, de hecho soltó una risa pequeña que aumentó mi rabia ¿Se estaba burlando de mí?

— ¿Quién es usted? ¿Cómo rayos entró? ¡Será mejor que se largue en seguida! — Gruñí, sonando más valiente de lo que era, pero estaba temblando.

Me reparó detenidamente, con despectiva.

— ¿Por qué rayos entraría a una casa llevando solo unos calzones?

Su voz era tan profunda que retumbó en el vestíbulo, el sonido de reloj era débil en comparación, ni siquiera lo estaba notando en estos momentos.

— ¡No lo sé, dígame usted! — Sonaba ridícula, había dicho un buen punto, su falta de ropa me indicaban que no venía de afuera.

— Estoy tratando de dormir — Entornó una expresión aburrida, su cabello parecía brillar en la oscuridad.

— ¿Usted estaba durmiendo aquí? — Jadeé, lo dijo como si fuera el dueño de la mansión.

Se encogió de hombros — Sí.

— ¿Quién es usted?

— Trabajo para el Señor Robert.

Fruncí el ceño.

— ¿Por qué no lo había visto antes?

— Porque llegué hoy — Puso los ojos en blanco.

— ¿Mi padre le dió hospedaje?

¿Qué le ocurría? ¿Cómo se le ocurre meter un desconocido en la mansión y con esa apariencia tan temible?

— ¿Usted es la hija del Señor Robert? — Evadió mi pregunta, incrédulo.

— Por supuesto ¿No me parezco?

— Es que por la forma en que se refirió a usted, pensé que tendría como diez años — No dejó de observarme, sin ninguna expresión.

— ¿Por qué mi padre le hablaría de mí a un empleado? — Pregunté, no quería sonar tan despectiva, pero por su resoplido fue así.

— Solo hizo un comentario, se refirió a usted como una niña sin riendas — Giró su cabeza hacia el adorno — Y creo que tiene razón.

Me ardió el rostro, infeliz arrogante.

— Eso no es de su incumbencia... No se que clase de relación tiene con mi padre, pero me parece un abuso de confianza andar así por los pasillos — Gruñí, señalando su falta de ropa con la mirada, ni siquiera se avergonzó de si mismo cuando bajo su mirada por su cuerpo.

— Veo que no aplica lo que dice — Observó mi camisón y me abracé.

— ¡Es muy diferente, esta es mi casa, no contaba con la sorpresa de hallar a un desconocido en medio del vestíbulo! — Guardé silencio cuando me di cuenta de que estaba alzando la voz y de que podría despertar a los sirvientes.

— Estaba tratando de apagar esa porquería, no modelando — Señaló hacia el reloj y me acerqué, pasé a un lado, tratando de no encoger su postura, de cerca se veía mucho más alto e imponente.

Pateé el reloj y dejó de sonar.

Lo observé de reojo y elevó una ceja. Tenía que bajar su mirada para observarme, yo parecía una pulga.

— Eso ya lo había hecho yo.

— Lo siento, pero no es el único con ideas bruscas — Me alejé hacia las escaleras después de recoger el adorno, mi padre me iba a matar, pero no tenía porque enterarse.

Observé a todas partes, pensando en una solución.

Eché los trozos dentro de un jarrón.

El hombre me siguió con la mirada, con expresión indiferente y caminé hacia las escaleras.

— Buenas noches — Murmuré, pero no respondió, en cambio sentí su intensa mirada siguiéndome y mis piernas flaquearon.

...O'BRIAN:...

A la mañana siguiente me levanté muy temprano, vestí esa ropa ridícula y pegada nuevamente. Cuando las sirvientas avisaron que el Señor Robert me esperaba en el comedor para desayunar ya estaba listo.

Usé otro par de sandalias que encontré en la habitación y me dirigí al comedor.

— Buenos días, Señor O'Brian ¿Cómo durmió? — Saludo el Señor Robert, hojeando un libro mientras desayunaba, llevaba unos lentes de lectura y me observó por encima de ellos.

— Buenos días, bien, aunque el ruido del reloj fue un poco molesto — Me senté en una de las sillas.

— Oh, mi hija siempre se ha estado quejando del supuesto ruido que hace, pensé que estaba exagerando, pero ahora que usted lo menciona me doy cuenta de que es cierto — Dijo, avergonzado — La verdad es que yo siempre duermo de maravilla, nunca me molesta nada.

Entonces no escuchó el encantador encuentro con su hija. Esa mujer parecía toda una histérica al verme, pero eso no me sorprendió, yo siempre causaba pánico, lo que no esperaba era que fuese una altanera, agresiva y bocona.

Parecía que le hubiese invocado porque apareció en el comedor con un vestido violeta de mangas cortas, bastante ligero, sin corset ni ornamentos como los de Floris.

Llevaba el cabello atado en una trenza y usaba sandalias como las mías.

— Buenos días padre — Dijo, acercándose al extremo de la mesa para darle un beso en cada mejilla al Señor Robert.

— Buenos días, cariño.

La señorita se giró y me observó petulante.

— ¿Quién es el caballero que te acompaña? — Preguntó, fingiendo bastante bien ser educada, casi me río por lo de "caballero" yo tenía un aire de desalmado, no de un noble.

— Oh, él es el Señor Alfred Elmar, el hombre que contraté para nuestra seguridad — Dijo su padre, observándome detenidamente — Ella es mi hija Roguina.

— Mucho gusto, Señorita Roguina — Volví mi vista al pan sobre la mesa.

— Igualmente, Señor Alfred — Sonrió forzadamente.

— Toma asiento, querida, tenemos muchos asuntos que tratar.

La Señorita Roguina apartó la silla frente a mí y tomó asiento.

Noté que sus ojos eran de color azul pálido cuando puso atención en su padre.

— Cuando salgas, lo harás con el Señor Alfred.

Dejé de masticar, creyendo haber escuchado mal.

— ¿Cómo? — La señorita frunció su ceño.

— Así como lo oyes, podrás salir de ahora en adelante, pero con la compañía de Alfred.

Me tensé, el Señor Robert no me había mencionado nada de estar siguiendo a una mocosa petulante a todas partes.

No quería ser el niñero de esa señorita.

— Padre, pensé que al contratar a este hombre te referías a otro tipo de trabajo, como vigilar afuera de la mansión o acompañarte cuando sales a tu empresa... No... Tenerlo flaqueando mi espalda — Gruñó, tan disgustada como yo.

— Recibí una amenaza sobre ti, así que es más conveniente que el Señor Alfred este al pendiente cuando salgas... Es una condición, si quieres salir, él irá contigo... Sino, no saldrás bajo ningún pretexto.

La señorita me evaluó con irritación, como si yo tuviera la culpa, al contrario, el sentimiento era mutuo.

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