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LA PRIMERA CONTRATISTA

CAPÍTULO 1

Una pequeña alma, en forma de orbe, se encontraba nadando en el eterno río de la reencarnación. Su sollozo no podía ser escuchado, ya que nada sola en una corriente corrompida por su maldición, destinada a reencarnar una y otra vez en una vida, la cual vio morir múltiples veces a los dos hombres que más amó.

A lo lejos, el dios del destino, al verla tan mal, producto de su existencia maldita, descendió del cielo estrellado en forma de estrella y detuvo un momento la lúgubre corriente que transportaba su alma. Fue allí que, pese a que las otras almas iban a lo suyo, pudieron escuchar el llanto desconsolado de ese moribundo orbe.

"¡Pobrecita alma! He escuchado tu llanto desde lo más alto del cielo", le dijo el dios en forma de estrella.

"¿Por qué? ¿Por qué me ignoras? ¿Por qué no me has ayudado? ¿Qué mal he hecho yo para sufrir tanto?"

"Hay existencias que, malditas de nacimiento, viven y mueren en un ciclo sin fin", le respondió"no obstante, si bien no puedo quitar tu maldición, puedo hacer que cargues con el destino de los dos hombres que tanto amas"

"¿Entonces ya no los veré morir de nuevo?", preguntó la pequeña alma esperanzada.

"Todo dependerá si estás dispuesta a descender al propio infierno por ellos", le respondió la divinidad, encegueciendo a la pequeña alma"aun cuando no lo recuerdes, yo haré que así sea. A cambio de tu sacrificio, te convertiré en una de mis contratistas inmortales, por lo que la muerte no será tu fin...".

"Si hubiera alguna forma, de estar juntos, sin tanto dolor y muerte, daría todo por aquello", fue lo que el pequeño orbe pensó.

Con el sonido de una leve campanilla, la corriente maldita que transportaba su alma comenzó a moverse, rumbo a la onceava vez que repetiría aquella maldita vida.

La noche de la madrugada y la lluvia torrencial hacía que todos, absolutamente todos, hasta la princesa, estuvieran durmiendo refugiados del frío extremo que hacía. Esa misma noche, una joven, prendida en fiebre, se retorcía en su cama, hasta que un trueno la levantó.

Pese a su mal estado físico, decidió abrigarse con el único abrigo de lana podrida que tenía, y salir a escondidas, rumbo a la cocina, en búsqueda de algo con que saciar su hambre. No obstante, fue en ese preciso momento que, a lo lejos, pudo notar un pequeño bulto moviéndose con cuidado.

Un pequeño gatito, lastimado, se movía entre el pasto del área de las caballerizas. Aprovechando que se suponía que nadie lo vería, ni siquiera los guardias que estaban cayéndose dormidos debido a la fatiga que tenía, intentaba apurar todo lo que podía el paso, pero no podía hacerlo.

Estaba tan malherido, que tenía que arrastrarse con sus dos patas inmóviles, esperando que lo negro de su pelaje y ojos lo ayudaran a esconderse entre la maleza.

Sin embargo, el lodo y el agua hacía difícil su tarea de encontrar alguna grieta entre la pared para poder escapar. Inclusive, la cadena que aún tenía en su cuello, con púas que torturaban su piel, ralentizaban su movilidad.

—¿Un pequeño gatito?—se quedó quieto al escuchar la voz de una mujer.

Si bien las gotas de agua, lluvia y la cadena le impedían subir su rostro y verla, por lo que alcanzaba a observar se trataba de algún trabajador que estuviera en turno. La mujer, ladeando el rostro, cubierto por una manta, se agachó y le quitó la cadena al gatito, haciendo que esta llegara al otro lado del muro, con el fin de despistar a la gente que pudiera estar buscando al pobre animal torturado.

—Vamos, gatito—dijo cargándolo—con este paso y esta lluvia no podrás llegar ni a la esquina, una vez estés mejor te prometo ayudarte a escapar.

Dicho eso, moviéndose con cuidado de que ningún guardia la viera, con el gatito escondido entre su pecho para darle calor, entró a la cocina y logró robar algo de comida y leche. Una vez se aseguró que seguía el camino libre, corrió hasta una pequeña casita escondida entre los árboles, que se le fue dada a cuidar, ya que era la encargada de mantener el estanque favorito de patos de la reina.

—Vamos a comer—dijo en un susurro una vez ingresó.

La casita, que más bien era una pequeña choza, disponía de una mesa pequeña, silla, una chimenea rudimentaria y un baño. Si bien estaba demacrada y con alguna que otra grieta, seguía en pie y le brindaba un lugar seguro donde descansar.

Debido a su condición de esclava, no le permitían ingresar a la cocina o al comedor, por eso le dejaban de vez en cuando algún que otro plato de comida o ella se las arreglaba con los frutos del pequeño bosque. Sin embargo, había adquirido tanta experticia en los pies, que durante años nadie se dio cuenta de que era ella quien robaba comida.

Una vez dejó al gatito en su cama, aún cobijado, encendió la chimenea y le dejó en la cama un plato de pan remojado con leche. Ahora, más seco y con menos frío, podía ver quién era la mujer que lo estaba ayudando. Si se pudiera decir mujer, ya que más bien parecía una niña desnutrida.

Su rostro poseía una notoria cicatriz de lo que parecía ser una daga y sus ojos estaban blancos como la leche, siendo claro que era ciega.

—Sabes, pequeño—dijo colocándose al lado de él, sentada en el piso—eres especial, a este paso ya hubieras muerto. Me imagino que eres otra víctima del rey loco. Desde hace varios días he tenido un sueño extraño, en el que dos hombres están frente de mí, siendo aclamados por el pueblo como los nuevos reyes. No sé si sea producto de mi imaginación o qué, ¿pero te imaginas que hubiera un nuevo reinado?

Habló con una sonrisa un tanto triste, y con el rostro cansado, sabía que, antes de poder ver tan siquiera eso, ella pudiera morir debido al molestado en el que se encontraba. Pero siendo una esclava que, ni siquiera libertad para ir donde quisiera en aquella prisión llamada castillo, podía hacer, el mero hecho de soñar era tal vez lo único valioso que le quedaba.

**Nota del autor: **Les he dejado un comentario\, ¡Léanlo\, por favor!

CAPÍTULO 2

Habló con una sonrisa un tanto triste, y con el rostro cansado, sabía que, antes de poder ver tan siquiera eso, ella pudiera morir debido al molestado en el que se encontraba. Pero siendo una esclava que, ni siquiera libertad para ir donde quisiera en aquella prisión llamada castillo, podía hacer, el mero hecho de soñar era tal vez lo único valioso que le quedaba.

Extendió su mano, la cual estaba lastimada y sangrando por los trabajos del día anterior, y sin darse cuenta había dejado caer una gota de su sangre en la leche.

—Yo también nací especial, ya que puedo ver aunque sea ciega—señaló sus ojos—por eso mi madre me vendió como esclava al castillo e intentaron descubrir como veía sin ver en realidad, pero al ver que no era útil me hicieron la marca de la esclavitud y me dejaron a cargo de esta zona.

Colocó su cabeza en el colchón, mientras observaba al gatito alimentarse con tan pasión, que no levantaba su cabecita en ningún solo segundo.

—Al menos tú no tienes la marca que yo tengo—habló antes de levantarse—si te portas bien hoy, te ayudaré a escapar una vez estés mejor. Así, al menos alguien disfrutará de ser libre.

Dicho eso último, se dirigió a la mesa y comió el resto del pan y la leche que había robado, ya que con suerte esa sería su comida del día, a no ser que encontrara alguna fruta fresca del bosque.

Sin saberlo, en realidad el gatito sí estaba entendiendo sus palabras y de hecho estaba deleitándose con la gota de sangre que había caído en la leche. Aunque estaba diluida, era la primera vez que la sangre humana se le hacía tan apetitosa, luego de haber probado miles de humanos.

“¿Quién eres?”

Fue lo que el gatito con voz de hombre, una vez terminó su comida, se preguntó mentalmente mientras observaba a la mujer con apariencia de niña. Si lo que sentía era cierto, tan solo con probar un poco de su sangre, tal vez con ella pudiera liberarse, así fuera un poco, del control que el emperador podía ejercer tanto en él como el príncipe.

—¡A dormir!—dijo la niña apagando la chimenea.

Arreglado todo, escondiendo debajo de la tabla de la choza la evidencia de su robo, se acostó en la cama y con el gatito en su pecho, encima de ella, colocó la manta para cubrirse del frío.

—Dulce sueño a ti—le deseó dándole un besito en la nariz—y dulce sueño para mí.

Sacando la pequeña cabecita de la manta, seguía observando con detalle el rostro de la ahora dormida salvadora. Jamás hubiera pensado que una humilde esclava lo hubiera salvado de esa noche.

Desde que el rey había tenido control de su existencia, siendo tanto solo un infante, lo único que había conocido era la muerte y la sangre, en especial de aquellos seres como él. Por eso, cada que el rey le ordenaba una sesión de “entrenamiento" no esperaba ni la ayuda ni la piedad de ninguna persona en el palacio.

La única persona que sí lo socorría era el príncipe, quien, pese a ser el hijo de su verdugo, era su mejor amigo y quizá la única persona que le importaba en realidad, tanto que, si se le daba por quemar el castillo entero, él lo salvaría a como de lugar.

No obstante, esa noche, estaba tan cansado de todo, que lo único que quería hacer era salir del castillo y buscar su muerte con algún animal salvaje. Pero sus planes cambiaron de inmediato con aquella esclava.

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La joven esclava, quien se había levantado a mitad de la madrugada en búsqueda de camino y terminó por rescatar al gatito, se levantó con pesadez, apenas sintió el sonido de las aves y la calidez del amanecer sobre el frío de la helada madrugada.

Aunque aún tenía sueño y su cuerpo le pedía a gritos que durmiera, necesitaba levantarse y ganarse el pan del día, manteniendo el estanque de patos de la reina; sin embargo, al recordar a la criatura que había recogido y como estaba planeando curar sus heridas, notó que estaba sola en realidad.

—¿El gatito se fue?—dijo al borde del llanto—y yo que pensé que tendría un amigo y no me sentiría más sola.

Con un largo y profundo suspiro, se terminó por levantar y luego de darse un breve baño, se puso su ropa de trabajo y se fue al estanque para limpiarlo. No obstante, al ver que en su anterior ropa había sangre, se sorprendió.

Al tocarse no sentía ninguna herida, más allá de dos marcas en su cuello que nunca había visto, pero que tampoco sangraban. Sospechando que de pronto hubiera sido el gatito, colocó la ropa para lavarla más tarde, un poco preocupado por el estado de este.

A lo lejos, en las recámaras principales del palacio, en uno de los cuartos más lujosos, estaba el príncipe mayor del rey, el cual estaba consolando a su madre, la reina, luego de que esta discutiera con su padre por las miles de concubinas que tenía este y como la había amenazado, debido a su edad avanzada, a deponerla por una mujer más hermosa y joven.

—¿Aiden?—preguntó al sentir una extraña presencia en el vestíbulo de su habitación.

Un poco extrañado, dejó a su adormilada madre en su habitación y cerró su puerta, para luego ver como la puerta de su baño estaba abierta. Fue al entrar que sus sospechas se confirmaron cuando, al darse la vuelta, se dio cuenta de que un brazo estaba sosteniéndolo desde la espalda y al intentar hablar, sintió como un par de labios se estampaban contra los de él.

Su corazón poco a poco comenzó a latir con fuerza, mientras ingería un poco de una dulce sangre que Aiden le transmitía por medio de un beso y recorría su garganta. Era la primera vez que el archiduque lo besaba, tanto que se paralizó de la sorpresa; sin embargo, cuando ya había ingerido toda aquella sangre dulce, su mejor amigo de la infancia se apartó.

Intentando disimular su sorpresa, mientras tapaba con sus manos sus labios, vio como Aiden, aun herido, ingresaba desnudo a la tina llena de agua caliente para relajarse un rato, mientras esperaba que su factor de regeneración le ayudara un poco a sentirse mejor.

CAPÍTULO 3

Intentando disimular su sorpresa, mientras tapaba con sus manos sus labios, vio como Aiden, aun herido, ingresaba desnudo a la tina llena de agua caliente para relajarse un rato, mientras esperaba que su factor de regeneración le ayudara un poco a sentirse mejor.

—Lo siento, recién había extraído la sangre—le dijo mientras cerraba los ojos—tuve que pasártela así, ya que no tenía como transportarla.

—Está bien—respondió el príncipe, intentando disimular su vergüenza—es muy dulce, ¿dónde la conseguiste?

—Anoche, cuando pude salir del calabozo—respondió alcanzando un bote con champú el príncipe—¿Puedes lavar mi cabello?

El príncipe suspiró, ante lo mimado del archiduque, pero al menos, si así lo podía distraer de su desastrosa realidad, lo haría. Por eso, cuando tuvo el líquido en sus manos y comenzó a limpiar su cabello, sonrió para sus adentros, recordando la primera vez que él lo había ayudado a escapar, siendo un niño, y lo había bañado el mismo.

—Pudiste escapar del encierro tú solo, ¿eh?—preguntó desviando su mirada, pasándole un poco de jabón—puedes asearte tranquilo, mi padre está en el harem, así que no subirá a esta zona en todo el día.

Cuando había terminado con su cabello, el príncipe estuvo por salir del baño; sin embargo, Aiden lo detuvo agarrando su muñeca, obligándolo a verlo. La mirada que este le lanzó al príncipe hizo que se sonrojara de manera evidente, pero el archiduque lo relacionó al vapor de agua caliente que había en el baño.

—Enjuaga mi cabello y luego mi espalda—ordenó.

Si algo caracterizaba a Aiden, cuando se encontraba solo con el príncipe, era lo mimado que se llegaba a poner, que quería que todo lo hiciera este. No obstante, si bien aquello era un ataque más directo a su corazón, sabiendo que no podía negarse ante los deseos del archiduque, solo asintió y comenzó a enjuagar el cabello de su mejor amigo y su espalda, mientras este se relajaba más y cerraba los ojos.

Poco a poco, ambos comenzaron a sentirse bien, mientras la sangre de la esclava provocaba que el factor de regeneración de Aiden fuera más rápido y sus heridas se curaran antes de tiempo, la sangre para el príncipe hacía que este se sintiera más relajado, luego de la noche de perros que tuvo, tras cuidar a su madre.

Dicho eso, fue a su closet a sacar un poco de ropa cómoda para el único "amigo" que había podido conservar, aun con la tortura de su padre.

—Ya pedí algo para comer—dijo pasándole una copa con vino—¿Cómo fue que te zafaste de las cadenas? Supongo que padre fue más duro contigo esta vez, ya que llevas más de un mes desaparecido.

El príncipe Anthony, quien tenía una mirada cansada, observó salir aún húmedo a Aiden, un hombre que lo superaba por cinco años de edad, menos pálido pese a la tortura que recibió esa última noche.

—Ni yo recuerdo cómo lo hice—le explicó—pero... encontré a mi compañera destinada—dijo tomando el vino—es una esclava que cuida el estanque de tu madre.

Sorprendido a más no poder, ya que era extraño para la descendencia de Aiden encontrar su pareja destinada porque eso significaba el fin del vínculo con la monarquía, se quedó sin palabras. Se suponía que el plan, de acuerdo a los deseos de su padre, era casarlo con su hermana menor y tener control de su descendencia.

—Siendo ese el caso, podrás librarte de su control—exclamó esperanzado—pero hay que tener cuidado, si se descubre padre mandará a matarla.

—Por eso necesito tu ayuda—respondió mirando directo al príncipe—¿Qué tanto estás dispuesto a acabar con la tiranía de tu padre?

—Hasta matarlo si es necesario—dijo sin tapujos—no estoy dispuesto a soportar más maltratos ni mucho menos que mi madre siga siendo pisoteada.

—Si te digo que con la sangre de ella—habló señalando un frasco con sangre que el mismo había extraído con sus colmillos a la esclava—¿Puedo hacerte rey? ¿Aceptarías aun cuando la corona estuviera manchada de sangre?

—Solo dime lo que tengo que hacer—volvió a responder sin rodeos.

Una vez hablaron por varios minutos, Anthony asintió ante el plan de su amigo. Si todo salía bien, Aiden entraría en reclusión por unos días, cultivando su fuerza con ayuda de la sangre de la esclava. Mientras tanto, él debía protegerla y procurar su alimentación y bienestar.

—¿Tan mal la viste?—preguntó antes de verlo marchar en su forma felina.

—Es un milagro que siga con vida—fue lo que respondió al momento de irse.

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Mientras los dos terminaban de cuadrar su alianza, la esclava estaba recogiendo las hojas caídas de los árboles, cuándo sintió como su cuerpo se iba directo al estanque, a causa de una patada.

—¡Pero si es la ciega!—gritó una sirvienta de la cocina, la cual sostenía una bacinilla—estos son los orines de todas las sirvientas de mi habitación, ¡Así que límpialos!

Dicho eso derramó los orines en el piso, a sabienda que regañarían a la joven esclava a causa del olor. Sobre todo si la reina pasaba por allí y lo sentía, sería ejecutada por eso.

—No—se limitó a decir la esclava.

Saliendo completamente mojada, aun con su cuerpo débil y su estómago rugiendo por el hambre, tuvo que buscar una pala para poder remover el área que tenía el charco maloliente. Ya estaba acostumbrada a recibir ese trato de los demás, en especial porque parecía ser que les agradaba verla sufrir; sin embargo, le dolía ver como su trabajo se iba a la basura, ya que si la inspectora no lo aprobaba, no le daría comida.

—Gatito, ¿dónde estás gatito?—preguntó llorando—me siento tan solita, yo solo quiero un amigo que me trate bien. ¿Por qué me dejaste solita si yo te iba a cuidar?

Si bien le había dicho que lo cuidaría hasta que él se sintiera mejor y pudiera escapar, tenía la leve esperanza de que se quedara y fuera su familia. Todas las noches se sentía tan sola y los días eran una tortura cruel, que es gatito había sido algo nuevo pero lindo en su vida. Aunque solo durara un pequeño momento.

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