Faltan once minutos para la medianoche, Alejandra con el teléfono en la mano espera ansiosamente que pasen esos sesenta segundos que la separan del "Hola" de su confidente desconocido. Con él puede ser ella misma, sin la máscara de estoica que desde su infancia se colocó.
Ante todos ella es la muchacha fuerte, casi sin sentimientos, que cuida de todos sin necesitar retribución; fue la única que no obtuvo un abrazo cuando su padre murió, aún estando desgarrada por dentro solo le quedó abrazarse a sí misma y llorar contra la almohada en el silencio y la oscuridad de su habitación.
Alejandra de vez en cuando envidia a aquellas personas que, sin vergüenza alguna, se rompen delante de otros, pero ella no puede permitírselo, no desde los 5 años cuando lloró al presenciar una fuerte discusión entre sus padres y que su tía la llamara ridícula, ¡Cuánto odiaba esa palabra!. Ser la única hija hembra entre tantos varones tampoco ayudaba, así que solo hubo alguien con quien dejaba entrever un poquito de su ternura, el único que con palabras aunque en unas pocas oportunidades, le dijo que la amaba, pero él ya no estaba, su padre fue enterrado y su madre se dedicó a dar lástima.
Todos piensan que nada le afecta porque ella sabe esconder muy bien su corazón, solo ese desconocido es su catarsis, un anónimo sin rostro ni nombre que tres veces por semana, a las once y cincuenta minutos, le escribe.
Franco está en su habitación, ya ha escrito su acostumbrado Hola y cuenta regresivamente los 25 segundos restantes para pulsar enviar. Él es un ser sensible sin saberlo, su pasión oculta por las artes lo llevó a ella, a esa mujer de la que no conoce ni su nombre, ni su rostro, ni su edad, pero que lo sensibiliza al extremo de sentir sus caricias en el alma.
Todo comenzó cuando desde su cuenta privada, acusó abiertamente al extinto escultor francés Auguste Rodin, de atribuirse obras realizadas por su alumna y amante Camille Claudel, como era de esperarse le cayeron cual moscas a insultarlo por su casi sacrílego comentario, de hecho él disfruta el crear polémicas, pero una cuenta llamó su atención Galatea2943, solo decía "@Bragi estás en lo cierto, pero los borregos no están preparados para saberlo".
Cuando leyó la respuesta instintivamente le dió me gusta y fue al perfil de @Galatea2943, su foto de perfil era un libro con una rosa blanca ensangrentada, sus publicaciones muchas veces mordaces, otras tantas sutiles como el poema 18 de Pablo Neruda, un concierto de André Rieu, fragmentos del Fantasma de la Ópera y muchas publicaciones de Federico García Lorca, algo que llamó sobremanera su atención porque al pie de la fotografía del artista granadino con fecha de 19 de agosto, en la que se cumplía un aniversario de su muerte, decía "Cuando tú te ibas de este plano y yo venía, nuestras almas se saludaron". Sin pensarlo, le envió un mensaje al privado, solo cuatro letras: "Hola"; faltaban diez minutos para la medianoche e inmediatamente obtuvo respuesta, desde ese día el artista frustrado que es Franco y la sensible Alejandra, se despojan de caretas y se comunican tal cual son.
El Dios nórdico de la poesía y las artes Bragi y la Nereida siciliana Galatea, habían encontrado su jardín secreto a través de una cuenta de redes sociales y eso les bastaba para mejorar sus días.
La mañana está ajetreada para Franco y la asistente no hacía más que insinuársele, si seguía así tendría que despedirla, no es que sea poco agraciada, ni que significara un sacrificio darle un buen revolcón, después de todo su padre lo llevó a iniciarse en el sexo cuando cumplió 16 años y le pagó a una prostituta para que "lo hiciera hombre", el problema radicaba en que después de eso, ella querría una relación y el no está dispuesto, no desde que vio el drama de su socio cuando se enredó con su asistente y aún menos después de sus conversaciones con Galatea, está harto de las conversaciones superfluas y el vacío que queda en su pecho después del acto.
Él es un empresario en proceso de crecimiento, radicado en Canadá, a los 23 años fundó junto a su socio, su compañía de tecnología y ahora con 26 está viendo sus frutos, pero quiere más, desea expandirse y llegar a donde ningún Alcázar ha llegado...
Alejandra mira el mensaje de su novio de turno sin ninguna emoción, esta deseosa de que aparezca una escusa para dejarlo, pero el pobre hombre al parecer era perfecto para su tipo de personalidad, como le decían sus amigas; ya está hastiada de una relación sin sobresaltos, sin emoción por verlo, ni siquiera a la hora de la intimidad donde más de una vez tuvo que fingir un orgasmo y él ni se dio por enterado; ella no quiere seguir así, quiere a alguien que rompa sus barreras y llegue a su alma, que sus manos modelen su cuerpo como el alfarero al barro, sentir las malditas mariposas que todos describen y que ella no siente, desea que le hagan el amor con la mirada y que se atrevan a regalarle flores, algo tan sencillo como flores.
Al cabo de unos días dejó de buscar una excusa y decidió conformarse, su madre cada vez se encargaba de recordarle que con 24 años ya tenía que pensar en formar una familia.
— Ya no eres tan joven y con ese carácter tampoco estás como para darte el lujo de escojer — le decía su progenitora sin saber que esas palabras si calaban profundo en su hija, pero no lo demostraba. No es que Marta fuera mala madre, solo es una analfabeta emocional que no se dedicó a conocerla y quería ver un rastro de humanidad en ella, pero nunca lo conseguía. Si se hubiera detenido a observarla de cerca sabría que cuando muerde su labio inferior no era para no expresar su opinión, si no para controlar las ganas de llorar.
En Nueva York, el retumbante sonido del reloj despertador le anuncia a Alejandra que es hora de levantarse, detesta madrugar porque es noctámbula, pero su jornada laboral la espera. Un café negro bien cargado es lo que necesita para comenzar el día.
La chica de cabello azabache recogido en una cola alta y su particular atuendo negro, llega al colegio privado donde da clases de literatura.
—¿Cómo estuvo tu fin de semana preciosa?— le pregunta cariñosamente el profesor Córdoba, un hombre mayor que le dió clases a su madre y es el padre de su amiga Belkis.
— Muy bien profe y usted ¿qué tal? — expresa con una sonrisa al recordar los intercambios de mensajes de la noche anterior con su confidente desconocido. Él notó el brillo particular en sus ojos, sin embargo no hizo ningún comentario.
Así paso la mañana, sin pena ni gloria, entre clases y corrección de exámenes.
Franco es madrugador, después de su rutina de ejercicios y un desayuno con proteínas sale hacia la oficina con su traje de sastre oliva, que resalta sus ojos pardos y lo hace ver con más años de los que realmente tiene.
— Buenos días, señor Alcázar, el señor Reinaldo Leiva lo está esperando — informa la recepcionista señalando al joven distraído en una revista que está sentado en el sillón más alejado de la recepción.
Reinaldo es un fotógrafo artístico amigo de Franco y fue personalmente a asegurarse de que asistiera a la inauguración de su exposición.
—Te aseguro que ahí estaré — expresa Franco estrechando su mano y despidiéndose de él, para sumergirse en el desarrollo de los proyectos pendientes...
— Amiga, acabo de tropezar en la puerta con un papacito que ¡Dios! — dice Belkis abanicándose el rostro con sus manos, junto con llegar a la mesa donde la espera Alejandra. — ¿No lo viste?
Ella niega, estaba tan concentrada en la lectura que por un momento se perdió de todo lo que la rodea.
—¿Cómo va todo con Pablo?— pregunta curiosa su amiga.
— Bien, normal ¿por qué?— responde Alejandra un tanto a la defensiva, está cansada de que todos le digan que debe formalizar su relación.
— Por nada, solo que — hace una pausa suspirando — es que tus ojos brillan más si te digo que te regalaré un libro de cocina, que si te lo nombró a él, y es bastante decir que tú no eres muy amante que digamos a la cocina.
Alejandra da un sorbo a su café tratando de organizar su respuesta, pero nada sale de su boca.
— Si no lo quieres déjalo, peor es que vivas una vida gris por complacer a los demás — prosigue Belkis en lo que se ha convertido en un monólogo — vamos a estar claros en algo y quiero que lo entiendas, todos merecemos un amor que nos haga estremecer.
El tema murió ahí y se concentraron en temas irrelevantes, pero dos palabras quedaron rondando en la cabeza de Alejandra: Gris y estremecer.
Así pasaron dos días en los que Alejandra sigue en una relación monótona con Pablo y a once minutos para la medianoche tiene el móvil en mano, esperando el mensaje de su dios nórdico...
— Joven, lo busca una señorita — le dice Mayra, la muchacha de servicio, a Franco cuando se encuentran, ella subiendo a avisarle y él bajando listo para ir a la exposición de Reinaldo.
—¿Qué haces aquí Melanie?— pregunta de manera hosca.
— ¿Así es como recibes las visitas?— pregunta la mujer rubia de minúsculo vestido y grandes implantes mamarios, haciendo una mueca con la boca mientras pestañea repetidas veces.
— No recibo a nadie en mi casa, debiste llamar — le contesta un poco irritable,
—Bueno, pero como ya estoy aquí podemos divertirnos por ahí o aquí— le dice acercándose lentamente tratando de seducirlo.
— Lo siento, pero voy de salida — habla mientras abre la puerta y la invita salir de la casa.
—¿Puedes llevarme? Es que no traje vehículo — dice fingiendo estar desvalida.
Franco se rinde y como una muestra de caballerosidad abre la puerta de copiloto a Melanie para luego él ingresar al auto, no le queda más remedio que llevarla de acompañante, prometió estar junto a su amigo en el momento de la inauguración y no quiere retrasarse.
Al llegar a la Galería de Arte de Toronto, Melanie se cuelga del brazo de Franco y al verlos acercarse, Reinaldo mira a su amigo con una sonrisa y levantando una ceja.
— Ni lo menciones — es lo único que dice Franco mientras trata de soltarse del agarre de su acompañante.
El joven empresario esta fascinado con la temática del fotógrafo, "la reacción humana ante las artes". Distintas impresiones gráficas donde las expresiones faciales toman un papel preponderante; pero no fue hasta que estuvo al frente de una gigantografía de 1.50 x 1.00 metros, que quedó sin aliento. Una hermosa mujer frente a la escultura de Pigmalión y Galatea con los ojos vidriosos y los labios entreabiertos, expresando un sin fin de sentimientos.
— Está es mía — dijo Franco y salió apresurado en busca del artista, olvidándose de la mujer que lo acompaña.
— Reinaldo, Galatea es mía, ponle precio, no se la puedes vender a nadie más— dijo apresurado antes de que otro se enamore del cuadro, al principio el artista no entendía a qué se refería y recordó la fotografía de gran formato.
Después de insistir por más de una hora ante la negativa del fotógrafo, este accedió a venderle la obra.
— Ahora cuéntame — dice mientras realiza una transferencia para asegurar ser el dueño de la pieza de arte — ¿Cómo lograste sacar fotografías dentro del Museo Metropolitano de Nueva York?
Reinaldo solo sonrió encogiéndose de hombros — Tengo contactos y mis mañas.
Franco se retiró más que satisfecho, solo tiene que esperar a que desmonten la exposición para tener su nueva adquisición en sus manos. Muere por contarle a Galatea2943 pero hoy no era el día de comunicarse y pasa la medianoche.
Franco está concentrado en el proyecto de expansión, estudia minuciosamente cada detalle y las posibles empresas ante las que puede presentarlo. Un toque en la puerta seguido del ruido por ser abierta, lo saca de su ensimismamiento.
— Vamos a presentar primero el proyecto en Nueva York — le dice su socio y amigo Henry más que emocionado y a modo de saludo — si logramos despegar ahí, nuestro crecimiento será más acelerado.
—No sé si es buena idea, Nueva York no es Toronto — responde con dudas y temor.
— No perdemos nada con probar, la peor diligencia es la que no se hace. — refuta encogiéndose de hombros...
Los días siguieron pasando, el frío de febrero en Nueva York le provocaron ganas a Alejandra de quedarse en casa, toma con ambas manos su gran taza de café humeante y la lleva a su boca, en tanto escucha a su madre hablar con sus amigas de lo maravillosos que son sus tres hijos varones. Un pensamiento ronda en su cabeza, al parecer, según el juicio de su madre visitarla de vez en cuando y acudir a ella solo cuando la necesitan es ser buen hijo, no puede decir que ver el brillo en los ojos de su madre cuando habla de sus hermanos no le duele, ella los ama, pero resiente que sean desobligados y que abiertamente le dijeran que le tocaba cuidar de ella solo por el hecho de ser mujer; a cambio de cuidarla, acompañarla y mantenerla casi íntegramente, solo obtenía reproches y críticas.
— Mamá, voy a salir un momento — expresa acercándose a las mujeres que no han parado de hablar de temas intrascendentes.
— Alejandra, no seas mal educada, ofréceles algo de tomar a las visitas.
— Está bien — asintió girándose hacia las visitantes — señoras ¿desean un café? Es lo único que tengo preparado y voy de salida — dijo con una falsa sonrisa, el reproche público de su madre la molestó, pero su humor se pondría peor.
— Alejandra ¿y cuándo te vas a casar? Es importante tener los hijos cuando una está joven y mantenerse al lado un hombre que la represente— cuestiona una de las invitadas.
Los ojos negros de la chica se oscurecen aún más por la intromisión y sin ninguna intención de contenerse expresa su opinión.
—Señora, yo no le estoy comiendo la comida a usted ni a nadie, trabajo, me mantengo a mi, a mi madre y este departamento; además — su tono de voz se nota exasperado — no soy de las mujeres que necesita un hombre que pelee por ella y la provea, y me niego a ser una mujer imbécil que se siente nadie sin la presencia de un macho. Permiso — da la vuelta tomando su abrigo junto a un libro para retirarse visiblemente molesta por el impasse.
Después de caminar un rato tratando de drenar la rabia decide entrar a una cafetería, todavía absorta en sus elucubraciones choca de frente con un hombre que va saliendo.
— Disculpe — dice a medida que levanta el rostro y su voz se pierde al igual que su mirada en unos ojos pardos que la miran fijamente. El carraspeo del otro hombre joven que lo acompaña los saca del trance y ella termina de entrar, no obstante su mente se queda en la mirada de ese desconocido, no era el color de sus ojos en sí, fue que sintió que serían capaz de verle el alma.
Franco había llegado a La Gran Manzana junto a Henry, fueron a una cafetería cercana al lugar donde expondrán su proyecto, acercándose la hora pautada salen sin contar con que, al abrir la puerta tropezaría con su Galatea, así le puso a la mujer de la fotografía que le compró a su amigo Reinaldo. La reconoció de inmediato; no obstante en ese momento quedó sin palabras, ahora había una razón más para conseguir la asociación en Nueva York, quiere volver a verla.
La reunión terminó con un apretón de manos y la promesa que en dos días darían respuestas, si bien es cierto que a lo largo de la presentación hicieron preguntas que denotaban especial interés en el proyecto, las caras de sus posibles nuevos socios se mantuvo impasible.
Al final del día, Henry regresó a Canadá mientras Franco espera la respuesta en Los Estados Unidos. En todo caso no tiene nada más que hacer, por lo que dedicará su tiempo a visitar museos y a tratar de coincidir con la chica de la cafetería.
Faltan once minutos para la medianoche y Franco espera el minuto restante para pulsar enviar y comenzar su tertulia con @Galatea2943. Hace días la imagina como la mujer de la fotografía y ahora las palabras escritas también tiene voz, puede escucharla con el timbre y tono de la chica con la que tropezó en la cafetería. De pronto se siente como Pigmalión, aquel artista mitológico que se enamoró de la escultura de Galatea que el mismo esculpió y el deseo fue tanto que la trajo a la vida. Sabe que es una fantasía, algo totalmente imposible, pero son esos minutos de enajenación, cuando se convierte en Bragi y su mente le da forma a una desconocida, que se siente totalmente él.
Por su parte, Alejandra se excusó para no salir esa noche con Pablo, alegando tener migraña y fingió tomar un analgésico para hacer más creíble su mentira, entró a su habitación y esperó el mensaje de @Bragi. Por nada del mundo se perdería de ese remanso que significa desnudar el alma ante ese desconocido.
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