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Arderá Mi Alma

El trágico don (Contenido sensible)

En la antigüedad, se hablaba que el hombre vivía en las cavernas, desnudos y con tan solo un arma precaria podían defenderse de las grandes bestias que más de una vez los devoraban. Era un ciclo sin parar aquel tipo de vida. Los más débiles eran los encargados de cuidar de los pocos heridos que sobrevivían, o de preparar la comida. Las mujeres eran solamente para procrear más vida para agrandar su comunidad y sobrevivir en grupos. Poco a poco, aquellos seres lograron avanzar a tal punto de crear armas, tecnologías, medicinas he incluso llegar a la luna. Pero todo esto solo se recuerda de los libros que los más viejos lograron leer a escondidas en la guerra que comenzaba a desatarse en esta era.

En algún punto, la naturaleza hizo un cambio abismal en las personas. Se creía que quienes tenían aquello que llamaban la plaga, debían ser asesinados, aislados de los no infectados. Hasta incluso muchos de aquellos primeros infectados fueron torturados en nombre de la ciencia.

Muchos se opusieron a estos tipos de técnicas de estudios y los consideraron traidores de la humanidad. Por lo que los aislaban o los encarcelaban con los que eran considerados peligrosos. Muchos llegaban a enloquecer debido al asedio o aislamiento y acababan con su vida. Otros al poco tiempo de estar con los infectados terminaban siendo su alimento. Y un muy pequeño porcentaje, los más fuertes, terminaban infectados con los mismos síntomas o hasta incluso combinaban aquel tipo de enfermedad y terminaban siendo los más amenazantes.

Este movimiento perduró por años. Guerra, sangre, abusos y torturas desencadenó en la fuga de la mayoría de los presos y se convirtió en una lucha de poderes entre los infectados y los normales. Gracias a esto, movimientos de pacifistas organizaron reuniones con científicos, médicos y representantes políticos para detener las matanzas. Logrando así un acuerdo entre partes. Se logró cederle a los infectados grandes espacios de tierra a cambio de colaboración en sus estudios científicos. Ya sin torturas ni aislamiento. Solo voluntarios y con grandes recompensas.

Tantos años de dolor llevaron a la verdad. Una verdad que muchos no querían oír. Aquellos infectados no eran más ni menos que personas dotadas con una habilidad fuera de lo natural. Los primeros comenzaron con superfuerza, otros con superinteligencia. Telequinesis, volar, dominación de elementos como agua, tierra, fuego y aire, otros cambiaban de forma, y así innumerables habilidades que estaban fuera del conocimiento del humano normal. No se explicaban como era posible que una persona normal adquiera dicha habilidad y otras no. Muchos querían ser como ellos. Pero otros los seguían viendo como una amenaza por ser superiores.

Ya los estudios no buscaban el origen, sino que los clasificaban y estudiaban sus límites. De ser infectados pasaron a ser dotados y envidiados por muchos. Los altos rangos comenzaron a contratarlos como guardias, otros los utilizaron para apostar, otros para robar. Pero también para proteger al humano no dotado. Así fue como surgieron las Organizaciones de Protección Civil. Capacitados y seleccionados para ello, poco a poco se fue conformando este equipo. Un grupo de ataque y otro de defensa acorde a la clasificación de cada uno. Dividido en niveles de dotes, los más simples tomaban tareas acordes a su don, mientras que los más fuertes se encargaban de luchar contra los dotados rebeldes.

Se crearon escuelas y centros para niños dotados que eran abandonados por su condición. Y allí eran entrenados y capacitados para el bien. La iglesia intentó intervenir, pero debido a sus creencias y abusos se la hizo a un lado.

Actualmente, se podría decir que, llegado a un punto intermedio, la sociedad los ha aceptado y pueden convivir en paz. Pero muy pronto grupos de dotados rebeldes se opusieron a esto. No podían aceptar que personas como ellos se encarguen de proteger a los humanos inferiores. Mismos que antiguamente los torturaba y veían como amenaza. Por lo que uno de los superdotados, logrando escaparse de uno de los centros de máxima seguridad, temido por ser uno de los mayores asesinos vistos hasta hoy, juro acabar con todo aquel que se opusiera a él. Aquel centro del que se escapó quedó en ruinas. Pocos fueron los que sobrevivieron a aquella masacre. Pero nunca se supo que sucedió allí. Los que vivieron habían perdido la cabeza, lo que se sabe es gracias a los investigadores de Defensa Civil. Los restos que habían quedado esparcidos por las paredes eran cuerpos. La carne desgarrada y tendida por doquier. Huesos triturados y vísceras por el suelo. Las paredes burdamente habían sido pintadas por el autor del hecho. El mensaje era claro _ Los mataré a todos.

Las autoridades dieron aviso del peligroso prófugo, poniéndose en alerta máxima a toda la ciudad. Los grupos rebeldes sorpresivamente habían desaparecido. Nadie entendía nada lo que sucedía. Pero se temía lo peor. El don de aquel prófugo era la destrucción, pero se suponía que poseía más de una habilidad, entre ellas el dominio de masas.

En las calles, las grandes filas de valientes humanos se ofrecían para obtener un don y ayudar a las organizaciones. Pero muy pocos eran los seleccionados. El porcentaje era prácticamente uno de cada mil voluntarios, y quien quedaba obtenía un don simple. No serviría de nada en aquella guerra.

Los científicos desesperados comenzaron a recurrir de los centros de rehabilitación para convocar nuevos postulantes. Sería arriesgada, ya que quienes provenían de allí eran los desquiciados, anormales y herejes. Aunque la necesidad los obligó a acceder a sus peticiones. Todo tendría una solución si ambas partes cooperaban. Así fue como comenzó la historia de Lilit.

.........

De pequeña, mi cuidadora me leía historias de seres con superpoderes que protegían a la humanidad de malvados villanos. Todo aquello me resultaba muy aburrido y banal. ¿Cómo alguien con esa habilidad daría su vida por alguien tan común? Me parecía una idea loca. Me interesaba más las historias de los villanos. ¿ Qué fue lo que los llevó a convertirse en eso? ¿Porqué buscaban luchar contra alguien más poderoso que ellos? Su motivación me resultaba maravillosa. Pero claro... no podía decir lo que pensaba o me castigarían. Si... soy una cobarde... Mis ideas las escondia en lo profundo de mi mente para que piensen que sigo siendo esa dulce niña que muchos deseaban adoptar.

Muchas casas recorrí, al igual que mi conocimiento de la mentalidad de un adulto promedio. No variaban en nada. Siempre eran lo mismo. Alabando a los dotados, sus héroes, que arriesgaban todo por nosotros. Quienes me llamaban la atención por no agradecer o saludar a uno de ellos en la calle. Esto era uno de los tantos motivos que hacían mi regreso al internado. Por lo visto, tener una opinión diferente de ellos los ofendía mucho.

Poco a poco mi paciencia y mis ganas de ocultar mi verdadera personalidad iban acabandose como mi estadía en aquellas casas. Alejarme de aquellos adultos me relajaba muchísimo. Solo quería estar en soledad, sin que nadie me diga como pensar ni como comportarme. Mi cuidadora ya no estaba más a mi cargo. La habían cambiado de internado. Mi nuevo cuidador no era más y nada menos que un idiota pervertido que buscaba a todas horas meterme mano cuando nos encontrábamos solos. Por supuesto que no se lo permiti. Pero el resto de las niñas no corrieron con la misma suerte. Ellas habían caído en la maldita crianza de la niña educada y bondadosa. Todas las noches veía como ese imbecil se metía en la cama de muchas de mis compañeras lastimandolas y tapando sus bocas para que no sean oídas por los demás.

Trate de ignorar aquellas situaciones, pero mi estómago repulsivo me alteraba cada vez que ese hombre aparecía. Hasta que en la hora de baño ocurrió.

No teníamos demasiado tiempo para ducharnos. Era invierno y las calderas no calentaban lo suficiente el agua. Mi cuerpo tiritaba debajo de aquella fría lluvia. Todo por ingresar por último. Cuatro éramos allí luchando por quedar medianamente limpias hasta que apareció. Nuevamente mirando nuestros cuerpos desnudos, a su merced y deseo. Crei que recurriria a las mismas chicas de siempre, pero no fue así. Me quedé sola allí indefensa y sin testigos. En su mano mecía un baston con el que golpeaba y ahorcaba al resto que se resistía a él. Trate de esquivarlo pero me alcanzó con una estocada en el estómago. Mi pecho se retorcía por respirar. La puerta de salida parecía tan lejana y el piso helado me quemaba la piel.

Luche con todas mis fuerzas por safar de su agarre pero se subió sobre mi y abrió mis piernas. Ya no tenía la mísma fuerza que antes. No iba a demostrar debilidad ante él llorando. Yo no soy así. Sabía que si lo hacía se excitaria aún más. Era un maldito sádico. Sabía que había caído en mi trampa de niña débil y temerosa. Cuando menos lo creyó posible, y antes de estar dentro mío, me acerque a su cuello y mordí fuertemente. Sus gritos de dolor y ahogo era la señal perfecta de que había tenido éxito.

El sabor a hierro en mi boca, aquella textura tierna y repugnante entre mis dientes me habían empujado a seguir con ello. Esquivando huesos, me hundí en su sangre y continúe desmembrandolo hasta ver su vista apagada. Mi estómago hacia cosquillas, era gracioso para mí ver a ese idiota en aquel estado. Pensé, bien, ahora creerán que soy como uno de esos héroes que tanto aman. Pero no fue así. Me había convertido en una villana. Una maldita y asquerosa villana.

Mi nueva casa.

Cuando uno llega a un lugar nuevo, muchas veces esperas que te reciban mínimamente bien. Una cama acogedora, un plato de comida caliente, una cordial bienvenida. Más cuando te dicen que será tu nuevo hogar.

Bienvenidos a la casa del señor. Esa eran las palabras que estaban escritas en aquel umbral de la puerta. Bien, ¿Qué tan malo puede ser?... Que ingenua fui...

Mi rostro se había desquebrajado luego que la sangre se secase. La comezón era insoportable. Pero mis manos estaban amarradas fuertemente a mi espalda. Las marcas de aquellas esposas eran un tanto dolorosas y la posición en la que viajaba en aquel vehículo era incómoda. ¿Qué tan peligroso es para ustedes que me dejen echar un vistazo hacia el exterior? No romperé la ventana y llevaré esos cristales hacia sus cuellos. No tengo tal habilidad. Tampoco lo haría. No son culpables de la vida que me toco.

El pasillo era bastante extenso. Muchas puertas cruzaron para llegar al fin a mi habitación. Quiero descansar. Todo mi cuerpo está adolorido. Sería genial unos masajes en los pies y una ducha caliente.

Vaya modales tenían con su nueva huésped. Mi ropa había sido arrancada bruscamente. Las marcas de sangre hacían un mapa detallado de la obra que había cometido. Me llevaron a las duchas y con mangueras de gran presión me bañaron. Mi piel casi se desgarra por ello. Trataba de respirar, pero sentía como mis pulmones se llenaban poco a poco de agua. Cuando decidieron parar me llevaron a otro sector. Perfecto, me darán algo de su elegante ropa. Mis brazos volvieron a estar en mi espalda. Aquella camisa era tan dura que me inmovilizaba del más mínimo movimiento. En mi boca habían puesto una mordaza para no causar ningún tipo de daño y luego me dejaron entre esas cuatro paredes blancas, una puerta de hierro y la ventana más alta que jamás había visto. La luz que provenía de ella era absurda. Supuse que su función principal era que ingrese algo de oxígeno.

Mi estómago resonaba con el paso de las horas. Pero no me alimentaron por días. Solo se acercaban para clavar en mi cuello muchas agujas que luego me hacían alucinar. Oigan no soy una superdotada. Tan solo soy una más de ustedes. Ni a las ratas de laboratorio tratan así.

El día y la noche eran confusos. No sabía distinguir el horario por la ventana lejana, pero calculaba cuántos días iban pasando. Fueron tantos que llegué a perder la cuenta de algunos. Supuse que iban algo de ochenta días en total. Creo que dentro de poco podría morir. Mis costillas resaltaban más de lo normal. Mi peso había disminuido al punto de no poder mantenerme en pie. Estaba aburrida de mi pobre existencia. Llegado el momento decidieron quitarme esa incómoda cosa de la boca y probar que tan peligrosa podía ser. Seguro saltaría sobre uno de ellos y los devoraría como ellos imaginaban. Pero no tenía intenciones de seguir como antes. Mi mandíbula estaba tan entumecida que no podía pronunciar las palabras correctamente. Me ofrecieron agua. Fue lo mejor que había probado en mi vida. Tan solo era un estúpido vaso de agua de la canilla, pero era lo mejor que me había sucedido estando allí. Me observaron y decidieron al fin alimentarme. Aquel trozo de carne era una zuela de zapatos. Mis dientes estaban débiles y uno de ellos voló a sus pies. Rápidamente, notaron mi estado deplorable de salud y me dieron más pinchazos de agujas. Esta vez no alucine. Me sentí mucho más aliviada. El reloj de la muñeca de uno de los asistentes marcaba las 20:30 hs del segundo día de noviembre. Imposible... Mi cuenta era un fracaso total. Siete meses llevaba allí encerrada. Ya ni siquiera podía pensar coherentemente. Quería volver a la normalidad y salir de allí. Oí que uno de ellos recomendó liberar mis manos, y así logre recuperar la poca movilidad que me quedaba. Ya no quería lastimar a nadie. No tengo intención de asustarlos.

_ ¿Cuál es tu nombre? me preguntaron

Yo solo me dedique a estirar mis brazos.

Repitieron la pregunta. Supuse era para saber si estaba cuerda. Los miré a los ojos y se asustaron.

_ Tranquilos. No les haré daño... Me llamo Lilit

No sentí odio hacia ellos. Sabía que corrían en ventaja. No sería tan estúpida de empeorar la situación. Haré lo que ellos quieren ver para salir al fin de este lugar. Nunca creí pensar que habría un peor sitio que el internado en la que estaba antes.

Poco a poco fui ganando su confianza al igual que mis privilegios. Ya podía ducharme sola. Pero siempre con supervisión de uno de ellos. La comida era un poco mejor y más nutritiva. Mi vestimenta era más cómoda. Hasta logré compartir un espacio en común con otras personas como yo.

Uno de ellos me tomo una pequeña muestra de sangre. Me observo y se relajó. Era extraño. ¿Por qué se relajaría viendo como mi sangre seguía roja en aquel pequeño frasco? Hasta que lo entendí.

_ No eres uno de nosotros, ni nunca lo serás. _ me respondió

Allí supe que temían que me convirtiera en un superdotado. Por eso el aislamiento. Por eso las agujas. Solo eran inhibidores. Relacionarme a corta distancia de ellos dejó en claro mi naturaleza inmunda y débil para ellos.

Los días siguientes fueron simples. Me reubicaron en otro sector. Con personas de mi misma edad. Hablé con algunos de ellos y sus historias eran similares a la mía, aunque no eran asesinos. Que estupidez encerrar a alguien por imponer una ideología pensaba.

Aquel lugar había habilitado una sala de estudio. Parecíamos alumnos ahí. Un superdotado nos explicaba como debíamos comportarnos en la sociedad cambiante de afuera. Nos decía que pronto dependeríamos nada más que de nosotros y que ya no habría familias que nos adoptaran. ¿Quién adoptaría a una niña que desmembró el cuello de un hombre? Sería lo más lógico jaja. Resultaba que en el exterior, muchos humanos nos contratarían para quien sabe que. Eso me dio algo de alivio. Solo no quería que otro pervertido se cruzara en mi camino.

Poco a poco, aquel grupo que compartía la sala conmigo comenzaba su vida afuera. Algunos regresaban y los volvían a encerrar. Tontos, no supieron aprovechar la oportunidad. Pero yo quería irme lo antes posible. Haré lo que me pidan, no me importa. No pienso regresar a estas lúgubres paredes ni ver nuevamente sus asquerosas caras.

Llego el momento. Era mi turno al fin. Me vistieron y perfumaron. Me dieron una gran carpeta con instrucciones de como debía comportarme. Como su no lo supiera. Me encerraron por quien sabe cuanto tiempo aquí y repitieron una y otra vez lo mismo en mi cabeza como una grabadora. Por supuesto que no haré otra locura. Viviré con normalidad. Como un humano común.

De salida un vehículo me esperaba. Mi nuevo destino incierto estaba a pocos kilómetros de aquí. El olor a avellanas que desprendía mi camisa era demasiado fuerte para mi gusto. Jamás me gustaron las avellanas. La etiqueta del pantalón pinchaba mi trasero. Y los zapatos de tacones... ¿Quién le da zapatos de tacones a alguien que estuvo prisionera aquí? La tortura seguía.

Como pude baje las escaleras de aquel vehículo y tome aire fresco. Era libre al fin. Excepto por la pulsera de mi mano. Preciado símbolo de mi pasado. Nadie notaría aquel horrendo artefacto en mí. Bien. Debo acostumbrarme a las miradas despreciables a mi alrededor. Los insultos y provocaciones serían mi pan de cada día. Aquel restaurante apestaba a pescado podrido. Perfecto, ya tengo una idea de cuál será mi trabajo aquí.

El hombre que me recibió, desalineado y con un estómago más grande que su cabeza se nombraba como el dueño del local. Mi trabajo? Descamar pescados, limpiar los baños y sacar la basura. ¿Qué tan malo puede ser si pase días recostada sobre mi propio excremento?

La habitación estaba en el final del pasillo. No era mayor a un dos por dos. Si debía ir al baño tenía que dirigirme a la estación de servicio de la otra cuadra. Si deseaba bañarme... bueno... eso no estaba en el contrato, pero supuse que en la misma estación podrían darme una mano. Lo bueno que alimento no me faltaría. Pescado era lo que abundaba allí. Y todas las sobras eran solamente mías. La cocinera sabía lo que hacía. No sé si la comida de donde provenía antes había atrofiado mi paladar, pero me resultaba todo delicioso.

Ninguno de los que estaban allí me dirigían la palabra. Mi pulsera los asustaba un poco. Si, témanme que comeré sus gargantas para volver a usar aquella camisa de fuerza y delirar con las drogas pensaba.

A menudo salía a tirar las grandes y pesadas bolsas de basura solo para tomar aire. En aquel pasillo no se asomaba nadie más que alguna que otra rata hambrienta. Entendía su desesperación y lucha por los restos de las bolsas que caían al suelo. En aquel lugar hubiese reaccionado igual si me lo permitían. El hambre convierte al humano en bestias.

_ ¿Quién eres?_ me pregunto una voz tímida del otro lado de la puerta.

Aquella mujer sostenía un cigarro a punto de terminar. Su piel pálida y cabello dorado contrastaba con la pulsera negra que brillaba en su muñeca. Igual a la mía.

¿Quién eres?

Se supo que hasta hace poco, padres superdotados podían tener hijos con el don de uno de ellos, con mayor o menor fuerza. También que se podían combinar entre sí. Y que los dones del padre eran, en un gran porcentaje de casos, transmitidos a sus hijas y no a sus hijos varones. Este era uno de los motivos por los que muchos hombres pagaban por esposas con gran porcentaje de fertilidad. Entre mayores mujeres tuviesen, mayor sería el poder que adquiriría su apellido.

Muchas mujeres fallecían en esos partos tan numerosos. Forzadas a solamente ser madres. Ganando el odio a sus propios hijos. Padres que ofrecían por dinero a sus niñas, sin importar si eran dotadas o no.

Como ganado, ofrecidas al mayor postor. Vendidas al mercado negro. Sus familias ganaban dinero y olvidaban que tenían descendencia.

Las organizaciones de Defensa Civil tuvieron que intervenir en estas situaciones, cayendo así grandes redes de trata, hombres poderosos eran buscados por todo el país.

Muchas de esas niñas y mujeres no lograban recuperarse de esa situación y debían ser llevadas a centros de monitoreo médico y psicológico.

Mi familia eran mercaderes de telas en el centro de la ciudad. Podría decirse que medianamente estábamos bien. Nunca nos había faltado nada. Mi madre hilaba esos enormes telares y mi padre los ofrecía en la calle. Con mi hermano íbamos a la escuela y tratábamos de aprender lo más que podíamos. La guerra nunca se sabía cuando iba a comenzar de nuevo. Los grupos rebeldes habían cesado, pero seguíamos atentos y alertas a la más mínima sospecha de peligro.

En el diario de la mañana había un anuncio de que un rebelde había asesinado a un humano del otro lado del centro donde trabajaba papá. Pocos creían en aquel anuncio, ya que siempre quería imponer miedo y más de una de sus noticias eran falsas. Papá averiguó y nadie sabía de tal caso en la zona. Por lo que ese día fue a trabajar con normalidad.

Aquel día no regreso a casa.

Mi madre desesperada acudió a la Defensa Civil, pero no encontraron rastro de él. Muchos creían que se había fugado. Otros deliraban con la noticia de aquel diario. Pero nosotros no nos daríamos por vencidos.

Buscamos sin cesar toda la semana. Ofrecimos recompensa por algo de información y muchos aprovechaban en momento y trataban de obtener aunque sea una moneda.

Mi madre sabía que regresaría. Y así fue. Luego de dos semanas apareció en nuestra casa. Cubierto de polvo. Sin ánimos de nada. No pronunciaba una sola palabra. Los días siguientes ya no hubo más ventas. El negocio había caído a tal punto que cobradores habían empezado a golpear nuestra puerta. Papá los ignoraba. Antiguamente, los hubiera convencido con su don de manipulación. Pero ya no lo utilizaba. Todo recaía en mí. La hija menor. Mi hermano mayor era inútil aquí. Solo se sentaba con mi madre a elegir el color de hilo para el próximo telar que nunca se vendería. ¿Pero qué podría hacer yo con quince años? Ni siquiera sabía mentir.

Mi padre me obligaba a ir a las casas de apuestas para desarrollar aún más mi don. Tonto padre. No ha notado que ni siquiera lo desarrolle. Solo era mi forma humana, ingenua y torpe. Todo el poco dinero que nos quedó se fue en unos días.

Las discusiones con mi madre eran cada vez más intensas. Nosotros solo nos acurrucábamos en la habitación esperando que finalicen. Había días que mi padre entraba tomado a casa y me golpeaba por el tan solo hecho de existir. Decepcionado de la hija que había tenido. No le importaba mi hermano. Solo quería que me convirtiera en el embaucador padre que el era.

La última noche que pase en mi casa fue cuando los cobradores golpearon la puerta enojados. Mi padre solo firmó aquellos papeles que les habían llevado y tomo el bolso de su auto. Ni siquiera me miró. Mi madre se aferró a mi inútil hermano. Nadie derramo una sola lágrima por mí. Solo me fui con esos hombres de oscuras corbatas.

Mi tarea allí era simple. No tenía el don de mi padre pero si la maña. Atraer niñas al parque era lo único que debía hacer. Lo que hacían con ellas luego no me debía importar. Creo que la niña más joven que engañe tenía solo siete años. Vi cuando se la llevaban en brazos mientras me suplicaba ayuda.

Aquel día había marcado mi mente. Cada una de ellas hacía que algo en mí se rompiera cada vez más. La curiosidad mató al gato puedo decir que es mi lema.

Todo por entrometida...

Solo quería saber que hacían con ellas...

Seguí aquel auto hasta un edificio al final de la ciudad. Por poco y lo pierdo.

Me senté a esperar por horas allí. Hasta que al fin esos hombres se fueron. Sin señal de la pequeña. Para cuando ingrese al lugar, note la maldad que había. Las habitaciones no eran como la fachada mostraba. Sus azulejos brillantes, mesas y bisturíes impecables. Aquello no era un hospital común. Bolsas rojas había por doquier al igual que recipientes sellados.

Cuando me acerque para ver mejor lo vi todo con claridad. No quiero seguir con esto...

Mi estómago se retorcía del asco que sentí. No era por lo que vi. Si no que era porque gracias a mí, ahora esas niñas se encontraban disipadas por todo aquel laboratorio.

Las bolsas rojas contenían nada más que desechos que según ellos eran inservibles. Pulmón, corazón, cerebro... ¿Qué buscan en ellas?

La pizarra de la pared estaba escrita en un idioma inentendible para mi corta inteligencia. Sus símbolos me resultaban muy extraños. El miedo se apoderó de mí en aquel momento. Alguien podría encontrarme aquí. Pensé

Torpemente, mientras me aleje del lugar me tope con un enorme libro. En el suelo, sus páginas mostraban una figura de un ser extraño, rodeado de personas. No entendía nada. Lo levanté y un escalofrío corrió por mi cuello. Mi cuerpo se entumeció del miedo. Jamás había sentido esa presencia.

Corrí y corrí sin parar. Pero no entendía como había terminado perdida en aquel oscuro edificio. Cada puerta que cruzaba me llevaba a otra habitación aún más extraña que la anterior. Dibujos por doquier, símbolos y restos de cuerpos estaban esparcidos por el suelo. La última habitación me llevó nuevamente al inicio. Pero esta vez aquel libro no estaba en donde lo dejé. Si no que se encontraba en el centro de la habitación. Sus páginas estaban en blanco. Miren por la ventana y era ya de noche. Recuerdo haber venido cuando era de mañana. Mi desesperación me supero. Mi teléfono no servía. Tampoco tenía a quien llamar. Allí estaba yo sola y ese libro. Lo que ocurrió luego no lo recuerdo. Solo sé que me encontré en ese centro de rehabilitación amarrada a una silla mientras me daban choques eléctricos.

Yo no lo hice, repetía una y otra vez...

Yo no mate a esas niñas...

Fui uno de los casos más difíciles de tratar allí. Los médicos y asistentes se habían empecinado conmigo para que hable y diga lo que había hecho. Mi discurso era siempre el mismo. Una historia incrédula y ficticia para ellos. Perderse en un edificio que jamás existió, y un libro con figuras tontas. Nadie me creyó.

Creo que mi estadía ahí se basó en la rabia de todos los dotados que trabajaban ahí. Se turnaba para tratar de sacar la más mínima información.

Con el tiempo tuve que tomar la difícil decisión de inventar una historia que pueda convencerlos y hacer que termine de una vez la tortura que recibía. Aquellos largos años me parecieron eternos luego de decir aquello.

¿Mi nombre?

Luego de tanto tiempo se preocuparon en saber quien era. Claro que no les diré quien soy.

Soy Leticia para ti. Lujan para el que me trae la medicación de la noche. Salome para el brusco que extrae sangre de mi brazo y Aurora para el doctor.

Nadie sabe mi nombre. Tampoco se los diré. Mi nombre ya no existe. Mi mente ya no tiene ganas de seguir luchando con la horrible vida que me tocó. ¿Culparme por el imbécil padre que me crió pensando que sería mejor que él y desecharme por las deudas que el mismo creo y que hundieron a la familia? ¿Culparme por hacer algo que jamás me dijeron para qué era? ¿Culparme por algo que presencié y que nadie más pasó? Yo no mate a esas niñas. De eso estoy segura. Pero aquí estoy. Pagando los pecados de otros. Cobrandose en carne propia. ¡Mi carne!

El humano tiene un límite. Y mi límite era la poca cordura que me quedaba. Mi historia ya no sabía que tan real había sido.

Dude en varias ocasiones hasta de quien era.

Las múltiples personalidades que había creado habían logrado mi libertad. Quien lo diría jaja. Había desarrollado al fin el don de papá.

Y aquí me encuentro. De nuevo en un callejón oscuro. Acechando la nada misma. Esperando toparme con esa presencia extraña nuevamente. Pero en su lugar estabas tú. Tú rostro agotado. Pero disfrutando de aquel fétido olor a alcantarilla. Observando como las ratas se comían entre sí. Vi tu rostro disfrutando aquella escena. ¿La curiosidad mato al gato?

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