-Solo quedan dos candidatas, leeré el nombre de la primera virreina y en consecuencia, la que no no nombre, es nuestra nueva y flamante Miss Sideral-, dijo haciendo brillar su mirada, explosivo y efusivo, Edd Mindreau, el maestro de ceremonias del certamen de belleza más importante del planeta, mirándonos, con la sonrisa amplia dibujada en la cara, los ojos fulgurantes y las luces del escenario rebotando el sudor que le perlaba la frente.
Yo lloraba, estaba confundida, muchos petardos explotaba en mi cabeza y no podía contener el llanto. La señorita Italia me abrazaba, apretaba mis manos y no sabía qué hacer para tranquilizarme, porque la emoción se desbordaba por todos mis poros. Lloraba a gritos.
-¿Será la señorita Perú o la señorita Italia?-, siguió taladrando mis sesos Mindreau, indiferente al drama que padecía, viendo al público puesto de pie, aplaudiendo, gritando, dando hurras y vítores. Atrás mío estaban las otras 200 candidatas que habían participado en el Miss Sideral, hermosas, enfundadas en sus vestidos de noche, aplaudiendo, sonrientes, también indiferentes a mi drama y a lo que quedaba del concurso, porque, al fin y al cabo, no habían ganado nada.
-Y la primera virreina es...-, le puso más suspenso el animador, burlándose de mi llanto, mis nervios, mi desconcierto y el que me estuviera desarmando mil pedazos, bajo el vestido celeste blanco, entallado, que lucía en esa noche tan caótica y fulgores que me mareaba. Mi corazón parecía reventar en un millón de pedazos.
Yo no podía ganar. Era imposible. Ni siquiera sabía qué hacía allí, delante de todos, con la señorita Italia sujetando mis manos, las luces, las cámaras de los periodistas, haciéndome videos. Nada era cierto, siquiera mi llanto.
-Y la primera virreina es...-, reía el animador y me miraba, una y otra vez y su mirada ahora eran dagas que me abrían el pecho y me hacían sangrar.
-¡¡¡Señorita Italia!!!-
Perdí toda cordura. Di un grito espantoso, cerrando los ojos, me arranché mis pelos y lloré, lloré mucho, a gritos, mientras alguien me ponía la corona en la cabeza y sentía que me besaban, me abrazaban, me acariciaban la cabeza mientras seguía llorando sin contenerme.
Yo era Miss Sideral.
*****
Cuando desperté, pensé que seguía sumida en un sueño, flotando entre nubes, rodeada de luces de colores y fulgurantes estrellas el arco iris. Estiré los brazos feliz y radiante y vi los ramos de flores amontonados en la cómoda, el vestido que había llevado la noche anterior, la infinidad de dulces y los cofrecitos con las joyas. Y allí estaban, también, el cetro y la corona, estallando sus brillos. No lo podía creer, froté incluso mis ojos para convencerme que todo era cierto y no otra de esas fantasías y sueños que perseguía de niña, ilusionando convertirme en una reina de belleza.
-¡Señorita Adamec, espera la prensa!-, gritó alguien tras la puerta de mi habitación, la suite de lujo del hotel Imperio. Miré el sol que despertaba sonriente, endilgando sus rayos, cortándose en rodajas cuando pasaban las persianas entreabiertas.
-Dame diez minutos-, supliqué. Levanté las cobijas y me encontré aún con la banda que seguía colgando en mi pecho. Miss Sideral. No la me había sacado. Eufórica como estaba, efusiva y entregada a la emoción, me la volví a pone cuando me saqué el vestido. Estaba convencida que todo seguía siendo un sueño.
Timbró el fono muchas veces. Me duché apurada y salí de prisa, con mis pelos mojados, envuelta en una toalla.
-Abre la puerta, Marisol-, era mi chaperona, una señora agradable, curtida, heroína de mil combates en los concursos de belleza, brazo derecho de la organización y persona de mucha confianza. Fui apurada de puntitas, envolviendo mis pelos mojados en otra toalla.
-¿No te dije que no te ducharas? Mira el estropajo que has hecho con tus pelos, los periodistas aguardan, vas a salir horrible en las fotos-, se amargó la señora Raquel Reynolds. De repente entró a tropel un enjambre de maquilladoras, peinadoras y manicuristas. Sin poder resistirme, me jalaron de los brazos y me sentaron frente al espejo, arrimaron mis cosméticos y pusieron los suyos, igual como si fueran robots, actuando mecánicamente. Trajeron también una bata enorme y un vestido verde, sin mangas. Otra mujer recogió mis zapatos y una arregló la cama en un santiamén. Una más llegó con una aspiradora que pasó de inmediato por la alfombra, ordenaron los muebles, la cómoda, las sillas, el sofá y el sillón y los espejos. Todo lo hacían como una colmena de hormigas, yendo y viniendo afanosas, sin hablar, sin decir nada, robotizadas, sin dejar detalle alguno al azar.
Me jalaron los pelos con furia, lo calcinaron con un secador, me levantaron el mentón, me pusieron pestañas postizas, me pintaron las uñas, me pusieron sombras debajo de los ojos, me colgaron unos aros enormes en las orejas, todo en un segundo, sin que pudiera quejarme, reclamar, molestarme o decir algo. Raquel miraba lo que hacían con la cara ajada, la boca arrugada y la mirada impasible.
De pronto estaba tan o más hermosa que la noche anterior que me consagraron como Miss Sideral.
-La corona-, dijo Raquel, entonces, luego de asentir con la cabeza. Una de las mujeres me lo puso en la cabeza, presta, asegurándola con mis pelos que se habían aleonado por el secador. Una nueva mujer llegó cargando peluches de todo tamaño que desperdigó en la habitación y puso un oso muy grande junto a mi almohada.
Me pusieron el vestido. -¿Y las pantimedias? ¿Qué zapatos me voy a poner?-, pregunté embobada, pero nadie contestó. Ellas seguían arropándome, jalaron la cremallera y me pusieron encima la enorme bata.
-Métete a la cama-, me dijo, entonces, Raquel. Yo obedecí como una autómata, imitando a todas esas mujeres que rodeaban la cama, retiraban pelusas, estiraban los edredones, movían los veladores y acomodaban las almohadas, a la velocidad de un rayo.
-Ahora eres Miss Sideral, la mujer más hermosa del mundo, ¿entiendes eso?-, me regañó Raquel. Yo no entendía. Estaba confundida.
-Que pase la prensa-, anunció entonces Raquel. Me dio el cetro. -Sonríe en todo momento-, volvió a decirme.
Otra manada, estaba vez más eufórica, se arremolinó junto a la puerta y los reporteros empezaron a dispararme sus cámaras, los celulares, me hacían videos y yo sonreía como una muñeca tonta enseñando el cetro que me coronaba como Miss Sideral.
-¡El desayuno!-, anunció ahora Raquel y entró un mozo, empujando un carrito, con una rosa meneándose en un frasco. El mismo joven sacó las tapas y me encontré con un vaso de jugo grande, tostadas untadas con mantequilla y dos panqueques.
-Yo quería desayunar bistec con papas fritas-, protesté a Raquel y todos los periodistas estallaron en risotadas, enfureciendo a la chaperona. Me miró con cólera.
-¡Tome el jugo!-
-¡Muerda una tostada!-
-¡El panqueque, el panqueque!-, chillaban los reporteros, volviéndome loca. Yo los miraba estupefacta, sin reacción, boquiabierta. Había pensado en celebrar el título desayunando con mis amigas del concurso, disfrutando de una humeante taza de café con leche, un delicioso bistec con muchas papas fritas y bastante mostaza. Me había pasado tres meses desde que fui coronada señorita Perú, entre dieta y dieta y quería desquitármela ahora que había terminado todo, sin embargo me topé con esas tostadas que, de remate, eran integrales y que aborrecía.
-¿Irá a Europa oriental?-, me preguntó uno.
Eso no lo sabía. Nadie me dijo de viajar. Yo quería regresar a mi casa.
-¿Cuando podrá conocer al Papa?-, me ametralló otro.
Eso tampoco estaba en mi agenda. Cuando gané el concurso en Lima, los organizadores me dijeron que competiría en Glasgow contra las mujeres más hermosas del planeta. Yo había pedido permiso a la universidad hasta el final del certamen y quería regresar de inmediato porque el evento había coincidido con los exámenes finales del semestre. No pensaba en viajes. Los organizadores me hablaron de dinero, joyas, un auto del año, vestidos, perfumes y todo tipo de gollerías, y que por un año tendría la corona "llevando un mensaje de paz y amor" por el mundo entero, pero jamás había pasado por mi cabeza ser Miss Sideral.
-Tengo exámenes en la universidad-, dije arrugando mi naricita y mordiendo mi lengüita y todos estallaron en risotadas.
-¿Ya habló con su novio? ¿Hicieron las paces?-, se alzó un hombre calvo.
Con Jonathan estaba peleada. Se enfureció cuando le dije que iba a participar en el concurso de la señorita Perú.
-Esos certámenes son una frivolidad, no voy a permitir que mi novia sea exhibida como si fuera ganado-, fue lo que me dijo cuando discutimos, muy fuerte, en el restaurante donde cenábamos. Me indigné. -Tú no decides por mí-, le dije furiosa y le tiré el champán que bebíamos, en medio del asombro y las miradas estupefactas de los comensales y mozos. Me puse de pie tomé mi cartera y le dije que no quería verlo más en mi vida.
Después que fui coronada señorita Perú y cuando ya alistaba el viaje a Glasgow, Jonathan fue a mi casa y apena le abrí la puerta, cayó de rodillas y se abrazó a mis pies.
-Te amo mucho Marisol, eres mi sol, mi luna, mis estrellas, no me dejes-, me suplicó sollozando como una criatura.
No soy de fierro y además estaba muy enamorada de él, demasiado, en realidad. Jonathan se había convertido en la luz de mis ojos y era más que mi media mitad. Era mi todo. Me arrodillé y lo besé con desenfreno y pasión, con tanta pasión que terminamos en la cama, haciendo el amor.
Jonathan se fue apoderando, uno a uno de mis encantos, igual a un lobo hambriento. Me sentí febril y extasiada con sus besos y caricias. Sollozaba, gemía y exhalaba fuego en mi aliento, y me había convertido en una gran antorcha donde chisporroteaban la candela, grandes llamaradas de pasión y emoción. Mi enamorado se deleitó con mis pechos, que estaban empinados como colinas, el ombligo, mis sentaderas, mi espalda, hasta el último de los pedacitos de mi cuerpo, lamiendo, incluso, mis brazos con desenfreno, igual si yo fuera un delicioso caramelo.
Invadió mis profundidades con ímpetu, avanzando por mis entrañas como un tórrido río, de inmenso caudal, arrasando con mis defensas, provocándome más chillidos de excitación. Y sus besos me hacían delirar. Me sentía corriendo por las estrellas, obnubilada, mientras él me taladraba sin compasión.
Me arranché mis pelos con furia cuando él llegó a mis fronteras más lejanas. Aullé disfrutando de su virilidad abriéndose paso hacia mis abismos encantados y parpadeé emocionada y prendada de él, cuando fuimos un solo cuerpo, bajo la sábanas.
Quedé rendida, exánime, sin fuerzas, sudorosa, con mis pelos desparramados, regada en la cama, soplando fuego en mi aliento, convertida en cenizas, después de haber ardido en esas deliciosas llamas del placer.
Sin embargo, en el aeropuerto, esperando el vuelo a Glasgow, Jonathan se enojó muchísimo, delante de los periodistas, porque llevaba una minifalda jean muy cortita y botines vaqueros. Me había puesto, además pantimedias.
-Eso sí no lo tolero, si no tenías dinero para comprarte una falda más grande, me lo pedías a mí y ya. Lo que te has puesto es un pañuelo y no una falda-, se enfureció, enceguecido por los celos, gritando como un tirano delante de los periodistas. Yo me puse roja como un tomate, sin saber dónde esconder la mirada. Me di vuelta y chirriando los dientes, corriendo de prisa, dibujando eles con mis manos, taconeando los botines, me desaparecí por la puerta de embarque.
Jonathan me llamó durante todo el concurso , me mandó muchos emojis, mensajes de texto, audios, también e-mails a mi correo y selfies a mis redes sociales, suplicándome perdón, poniendo la cara de cordero degollado, llorando abrazado a peluches, pero no le contesté jamás. Ahora los periodistas me preguntaban por él.
-No hablo de mi vida privada-, tuve una buena salida.
Me hicieron un millón de preguntas sobre la actualidad, de la situación en medio oriente, de la globalización, el calentamiento global y muchas cosas más que respondí con balbuceos porque ciertamente estaba tan o más confundida que cuando el animador del concurso me proclamó como la mujer más bella del mundo.
-Bien señores, Miss Sideral debe descansar-, pidió entonces Raquel Reynolds y el batallón de mujeres que me habían puesto hermosa, sacaron a empellones a los periodistas que seguían preguntando, entre alaridos y bufidos.
*****
El primer incidente serio con la organización y la opinión pública, fue en la ceremonia de despedida de las candidatas que tomaron parte en el certamen. No es que quisiera pelearme, sin embargo, el discurso que había hecho la organización era bastante tonto y hablaba de frivolidades, cosas sin sentido que diferían con mi manera de pensar. Después que Schelotto, el presidente de la organización, alzado sobre un tabladillo y rodeado de micrófonos, agradeció la acogida al certamen y premió al alcalde de la ciudad y a otras autoridades, el animador del evento me pidió hablar a los presentes. Yo estaba muy entretenida hablando con la señorita Argentina y la representante de México, en una de las mesas, en lo que invertiría el dinero ganado en el evento, cuando un edecán me dio un hincón en el brazo.
-Miss Sideral-, me dijo.
Me puse de pie y acomodé la corona, también la banda y los casi mil personas presentes en el enorme salón, me aplaudieron puestos de pie. Los periodistas me tomaron fotos e hicieron videos. La ceremonia iba en directo a todo el mundo y también estaba en todas las webs.
El discurso que debía leer se refería a mensajes de paz mundial y de ayuda a los necesitados. Arrugué mi naricita.
-El mundo no necesita mensajes ni promesas ni palabras que luego se perderán en el olvido. Sufrimos una pandemia despiadada, tenemos guerras en el oriente de Europa y el Levante y muchos países afrontan una aguda recesión ¿acaso vamos a seguir indiferentes a la propia necedad del hombre de hacerse daño?-, pregunté en un auditorio que quedó mudo. Schelotto se puso pálido. Le jaló el brazo a mi chaperona. -¿Qué demonios está diciendo?-, ladró.
-Sigo una carrera en la universidad, recibiré mi título e invertiré lo que gané en el concurso para un estudio de abogados que defenderá a personas necesitadas, sin recursos, que ha perdido la fe en la ley, en la justicia y al propio ser humano-, dije, juntando los dientes.
Schelotto intentó aplaudir para frenar mi intervención. -Soy deportista, campeona de natación en la universidad, me gusta bailar, vestirme bien, me encantan los leggins, las minifaldas, pero eso es solo una forma de vida, la coquetería es parte de ser mujer, pero los feminicidios, la trata de personas, se han convertido, por el contrario, en una norma de vida. Ya no es forma, sino fondo. Entonces, ¿esa forma de vida que es la moda o lucir bien, es suficiente para detener esos flagelos?-, volví a preguntar.
-Miss Sideral no simboliza la belleza, no. Este premio lo asumo como un reconocimiento a la mujer, a la mujer sensible, soñadora que lucha por ideales y metas, que enfrenta a los flagelos que nos persiguen, a seguir superándonos, pero sobre todo a quienes no dejamos de ser madre, hija, hermana, de ser mujer-, dije.
-Mi mensaje tiene que ser evitar lo que estamos viendo, un mundo corrupto y corrompido, que va perdiendo valores, que se degrada por no sé qué en las ideas, los sentimientos y olvida los valores. señores, la Tierra camina al caos y a su propia destrucción-, advertí.
Nadie hablaba. Todos estaban perplejos, entumecidos, petrificados con lo que yo decía.
-Sigamos peleando chicas, busquemos metas, alcancemos nuestros sueños, pero no renunciemos a ser mujeres, muchas gracias-, dije.
Los periodistas se vinieron a tropel sobre mí y me ametrallaron a preguntas, el caos se apoderó del lugar y la ceremonia quedó a un segundo plano.
-Estás en contra del sistema-, preguntó uno.
-¿A qué valores te refieres?-, gritó un anciano.
-¿Qué países son los corruptos?-, intentó profundizar un tipo de lentes.
-No crees en la política actual-, porfió otro.
-Tú también eres parte del problema-, disparó una chica.
-Entiendan, no se trata de premiar banalidades, Miss Sideral debe ser una reivindicación a lo que es la mujer del siglo XXI, que soporta y enfrenta, con estoicismo, los flagelos que están haciendo irrespirable el mundo actual-, les dije.
Los diarios del mundo estallaron en grandes titulares. -Miss Sideral desafía a la política mundial-, decían a cuatro columnas, con enormes fotografías mías. Los cables internacionales también se refirieron a que "Marisol Adamec considera que el mundo desvaría y camina al caos y a su propia destrucción".
Schelotto me esperaba recostado en la mampara de salida de vuelos internacionales. Ya me había tomado muchas fotos y selfies e iba a la sala de embarque.
-No tenías por qué decir todo eso-, sopló su enfado.
-Es lo que pienso y hago. Yo digo lo que pienso y hago lo que es correcto-, le dije, arreglando mis pelos.
-La organización tiene también normas de convivencias-, me miró de reojo.
No quise discutir. Seguí de largo, con la naricita alzada, haciendo eles con mi manito, jalando mi maleta hacia la sala de embarque.
Jonathan me esperaba en el aeropuerto de Lima. Lo vi alzarse entre la muchedumbre que colmaba el terminal aéreo. Raquel Reynolds había sido nombrada oficialmente mi chaperona.
-Por un año te acompañaré a todos lados, así es que te portas como una buena niña-, me advirtió arrugando la frente.
Con ella había tenido muchos incidentes durante el concurso. Yo soy distendida y no me gustan las reglas estrictas y Raquel pretendía que cumpliera los protocolos a rajatabla. Pero yo la desafiaba siempre. Me ponía minifaldas cuando debía llevar vestidos de noche, usaba zapatillas dejando los zapatos, me hacía cola con el pelo, no me maquillaba mucho y me perdí hasta cuatro veces en Glasgow por andar distraída, persiguiendo musarañas.
En esas cuatro ocasiones movilizaron a toda la policía, buscándome y se hizo un gran alboroto en toda la ciudad.
-La peor desgracia de mi vida es que hayas ganado el Miss Sideral-, me dijo ella en el avión.
-Lo que pasa es tú no me entiendes-, le dije divertida, juntando los dientes.
-No, lo que pasa es que te crees una princesa consentida. Los cuentos de hadas ya no existen, Marisol, estamos en el siglo XXI, las mujeres ahora son realistas, maduras y decididas, ya no hay lugar para soñadoras ni frágiles-, me disparó a quemarropa.
No es que sea consentida ni soñadora ni inmadura, sino que tuve una niñez y una adolescencia difícil, privada de muchas cosas, y ahora, de repente, después de la coronación como señorita Perú, tenía todo a los pies, incluso ofertas millonarias para hacer modelaje. Y eso había inflado mi ego.
La organización en Lima había dispuesto que los periodistas me recibirían en las escalinatas del avión y luego recorrería las calles de la ciudad, aclamada por miles de personas que me darían una gran bienvenida, subida en un bus especialmente acondicionado.
En efecto, apenas se abrió la puerta de la aeronave y salí hacia la escalinata, los periodistas y muchísimas personas que colmaban el aeropuerto, me dieron una gran ovación y me aclamaron. Yo alcé el torno y les brindé mi mejor sonrisa. Los saludé moviendo mis deditos, emocionada, incluso hasta las lágrimas.
Jacqueline Harper, la organizadora del concurso de señorita Perú, me recibió al pie de las escaleras. -Bienvenida a casa, loca-, me dijo besándome en la mejilla. Yo sostenía la corona porque el fuerte viento que soplaba quería arranchármelo de la cabeza.
-¿Has visto a Jonathan?-, le pregunté.
-¿Tu novio? No, no lo he visto-, me dijo y me llevó en medio del enjambre de prensa que no dejaba de tomarme fotos y hacer videos, ametrallándome con preguntas.
Y allí estaba Jonathan, confundido con la multitud, saltando, alzando los brazos, queriendo que lo vea.
Me volví a una mujer policía que era una de mis escoltas. -Por fis, jefa, ese chico es mi novio, ¿podrías traerlo?-, le supliqué pellizcando las solapas de su chamarra. Ella estiró su cuello.
-¿Ese de pelo rulo? Está lindo-, juntó sus dientes. Alcé mi hombro coqueta.
Jonathan tenía los ojos encharcados de lágrimas, imagino de felicidad.
-Me he equivocado tantas veces, Marisol, que ya no tengo disculpas-, me dijo.
-Es la última vez que te perdono-, le dije y lo besé en la boca. Aullaron los periodistas, aplaudió la muchedumbre y repicaron cámaras y videos y el laberinto se hizo mayor.
Subimos juntos al bus y me ubiqué en un asiento cómodo, con la forma de un trono, rodeada del séquito de la organización, las chicas policías, Raquel y Jonathan. Ufff, fue emocionante. Miles de personas se apiñaban a lo largo del camino, por donde iba la caravana, me aplaudían me tomaban fotos, me lanzaban rosas, papel picado, globos y habían letreros enormes celebrando el máximo título internacional de la belleza. No lo esperaba, en realidad, y emocionada no pude contener el llanto. Las lágrimas superaron los diques de mis ojos y convertidas en cascadas, ducharon mis mejillas.
La caravana culminó en palacio de gobierno donde me recibió el presidente de la república. La Plaza Mayor estuvo colmado de público y las hurras y vítores remecían el piso igual a un gran tsunami. El alcalde me dio, incluso, las llaves de la ciudad y nos sirvieron en el salón dorado, una cena donde hubo de todo, cada platillo más sabroso que el otro. Comí hasta reventar.
-¿Verdad que tenía un severo cuadro de osteoporosis? Usted es un gran ejemplo de superación-, se interesó el presidente en el vino de honor. Maduro, con los pelos canos, el rostro adusto y de gestos virreinales, era enorme con una espalda amplia y la mirada divertida. Su voz era armónica, como un cantante de ópera.
-Los médicos habían perdido las esperanzas, pero mis padres no se rindieron, pese a sus carencias, los huesos lograron resistir y se empinaron a la enfermedad-, le comenté juntando los dientes.
Jonathan estaba emocionado admirado no solo de los salones de palacio sino también de la comida y las autoridades que colmaban el salón dorado. No dejaba de mirarme tampoco.
-Usted ha prestigiado al país con su belleza, su inteligencia, su afabilidad y su don de ser, señorita Adamec-, hizo una venia virreinal el presidente. Me sentí halagada. -Usted es quien prestigia al país con su acertado mandato-, se me ocurrió decir.
Entonces timbró mi móvil y había un mensaje anónimo, que decía "vas a morir, perra".
Eso me enfureció.
*****
Los periodistas me rodearon al final de la velada en el palacio y me ametrallaron a preguntas.
-¿Tienes novio?-
-¿Cómo te gusta que fuera un hombre?-
-¿Es verdad que estuvo enamorada de Julio Aui (un gran actor de moda en esos días)?-
-¿Qué le parecen los diseños de Madame Florencia, la actual sensación en la moda del país?-
No es que me molestaran las preguntas de los periodistas o algo por el estilo, sino que me parecieron intrascendentes y tontas. Tampoco estaba de mal humor, sino que siempre he sido una mujer convencida que hay muchos problemas no solo en el país sino en el mundo, como para andar pensando en Julio Aui que aunque me parecía muy interesante, jamás se me cruzó en la idea de flirtear con él.
-¿No creen que hay demasiada recesión en el país, el peligro latente de las catástrofes naturales, la delincuencia y la violencia como para andar preguntándome si me gusta Aui o en los vestidos de Madame Florencia?-, me molesté.
-¿Qué opina de los videos que le hicieron en el concurso donde se le ve coqueteando con uno de los miembros de seguridad?-, preguntó otro periodista.
-¿Te gusta ser las mujer más bella del mundo?-, dio un empellón una chica.
-¿Qué sientes siendo admirada por millones de mujeres?-, mordió los labios un muchacho.
Eso me molestó aún más. -Gané un concurso de belleza, no el premio Nobel o el Oscar de la Academia, sigo siendo una mujer común y corriente-, les dije, y me fui moviendo las caderas igual a una lancha perdida en una marejada, haciendo aspas con mis manos, hacia la limusina de la organización y antes de cerrar la puerta dije fastidiada, -la corrupción no es un flagelo, es un cáncer que terminará afectándonos a todos-
Los medios de prensa estallaron con furibundos titulares. "Corrupción aterra a Miss Sideral", "Marisol pide al gobierno acción contra recesión y desastres", "Más bella del mundo se compara con el premio Nobel".
Me dio risa. Estrujé los diarios y riéndome me hice un delicioso omelette para desayunar.
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