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LOS VOTOS DE UN AMOR CLANDESTINO

Sinopsis

En los salones opulentos de la corte francesa y en las sombras de los callejones empedrados de París, se esconde una historia de amor que desafía los límites impuestos por la sociedad. Es en este escenario tumultuoso, durante los días previos a la Revolución, donde nuestra historia comienza.

En el corazón de esta narrativa, se encuentran dos almas destinadas a encontrarse, cuyos caminos se entrelazan en circunstancias inesperadas. Por un lado, un joven huérfano, cuya vida ha sido marcada por la adversidad y la soledad. Y por otro, una joven, obligada desde su infancia a abandonar los vestidos femeninos y adoptar una identidad masculina, para convertirse en la comandante de la guardia de la Princesa y Reina María Antonieta. En medio de un mundo de apariencias y reglas rígidas, surge un amor prohibido que desafía todas las convenciones sociales. Un amor que arde en sus corazones, con una pasión que no puede ser contenida. Pero, este amor está condenado desde el principio, rodeado de peligros y adversidades.

El padre de la joven, un hombre estricto y tradicionalista, se opone ferozmente a esta conexión. Él ve en este joven huérfano, al cual el mismo lo asignó como valet para su hija, como una amenaza para el estatus y la reputación de su ella. Y así, se levanta un muro infranqueable entre los amantes, una barrera que parece imposible de superar. En medio de la efervescencia revolucionaria, donde las tensiones sociales y políticas están al límite, nuestros protagonistas lucharán por su amor. Se enfrentarán a pruebas y desafíos inimaginables, mientras su amor se convierte en una promesa ardiente y eterna.

Esta es una historia cautivadora que nos transporta a una época de glamour y decadencia, pero, también de lucha y rebelión. Es un relato de pasión, coraje y esperanza, en medio del caos que será el marco de los acontecimientos revolucionarios posteriores. Este será un viaje a través de los salones reales, los callejones oscuros y los corazones enamorados, y descubre si el amor puede triunfar incluso, en los momentos más oscuros de la historia.

Esta novela romántica ambientada en Francia antes y durante la Revolución, cuenta la historia de un joven huérfano que trabaja en la casa de una joven que, desde niña era obligada a vestirse y comportarse como hombre, para ser la comandante de la guardia de la Princesa y Reina María Antonieta. En medio de una sociedad marcada por reglas estrictas y convenciones sociales, surge un amor prohibido entre estos dos personajes. A medida que se desarrolla la trama, el padre de la joven se convierte en un obstáculo importante para su relación, ya que se opone rotundamente a esta conexión, por considerar este amor, algo absolutamente inaceptable, puesto que su hija era una Noble y ese joven solo era su empleado.

A lo largo de la novela, los protagonistas luchan por su amor en un contexto histórico tumultuoso, enfrentando desafíos tanto personales como políticos. Esta historia emocionante y apasionada, transporta a los lectores a una época fascinante, y muestra cómo el amor puede florecer incluso en los momentos más difíciles y, entre uno menos lo espera.

Mi amigo André

Un niño, que tenía casi su misma edad, había aparecido en su casa repentinamente. “El es André Grandier, será tu valet a partir de ahora”, había dicho escuetamente el General Jarjayes a su único “hijo”, Odette. El galardonado general no pudo engendrar ningún hijo varón, así que, en un arrebato de desesperación, decidió criar a la menor de sus hijas como un hombre, por lo que, incluso, había pensado en el nombre que su hijo llevaría. Sin embargo, por más protestas que dio el general, su esposa, Lady Jarjayes, no permitió que su hija fuese llamada como un hombre y, por lo tanto, fue llamada por el nombre Odette, aunque su padre se opuso en rotundo a ese hecho. Pero, después de una fuerte discusión con su esposa, so amenaza de separación y posterior divorcio, él no tuvo más remedio que aceptar la única exigencia de la mujer que amaba, con su propia exigencia de que le permitiese criarla como un verdadero hombre, algo que ella no estuvo de acuerdo, pero, aunque no tuvo tiempo de refutar, ya que al mes y medio de haber dado a luz a la niña, ella falleció dejando al general a cargo de la crianza de sus hijas, sobre todo, de la menor.

Después de la muerte de su amada esposa, el hombre había jurado que su última hija sería el tan soñado heredero de la tradición Jarjayes, quien, además, ocuparía altos cargos en la Guardia Imperial Francesa, planes que la pequeña aún no conocía.

La niña, aún ignorante de los proyectos de su padre, pasaba sus días jugando con André, un niño con muchas energías y que era capaz de hacer cualquier cosa, solo con el fin de dibujar una carcajada en el rostro de su amiga. La escena casi siempre era la misma; el travieso nieto tratando de huir sin mucho éxito de la abuela. Su querida nana, que había cuidado de ella y, de todas sus hermanas desde que eran unas recién nacidas, le exigía constantemente a su único nieto ser más respetuosa con la niña de la casa, —Es la hija menor de nuestro patrón y tú debes protegerla, no la expongas a ningún peligro y recuerda que debes llamarla Lady Odette”. A tan corta edad, André ya tenía una gran responsabilidad cuidando a Odette, solo un año menor que él.

André llegó a casa de los Jarjayes debido a circunstancias muy tristes. Había quedado huérfano y su único pariente vivo era su abuela, tenía solo seis años. Para gran satisfacción de todos, los niños congeniaron muy bien y se hicieron grandes amigos.

André sentía una gran admiración y respeto por Odette; sobrevivir todos los días portando ropas de hombre y tratando de comportarse como tal, no era cosa sencilla, frente a su padre especialmente, que incansablemente trataba de reprimir todo arranque femenino de la niña, sin contar con las golpizas que era capaz de propinarle cuando consideraba que era desobedecido, y mucho más, si tenía que ver con el falso papel de varón que la niña era obligada a interpretar. Pese a todo ese panorama, los dos niños vivían felices.

—¡Odette, ten más cuidado!

—¡Cállate, André! Deja de molestar y mejor ven a jugar.

—Si te pasa algo la abuela se molestará mucho conmigo, ya estás muy lejos de la orilla. – Dijo él impaciente y gritó. - ¡Hazme caso, por favor!

—¡Miedoso! Ven aquí André. –La pequeña Odette se sentía muy a gusto en las aguas del lago, al que habían ido sin permiso de la abuela y luego de salir de casa con engaños.

De un momento a otro, la niña empezó a sentir que sus piernas ya no tocaban el fondo del lago. Su semblante cambió. André se dio cuenta de que su amiga estaba en peligro, se lanzó al lago sin pensarlo dos veces, y con todas las fuerzas que su cuerpecito le permitía, pudo sacar a Odette aunque permanecía inconsciente.

—¡Odette, abre los ojos, deja de bromear! –Él la zarandeaba bruscamente pero no reaccionaba.

—Odette… -André comenzó a llorar angustiado, porque de pronto recordó la muerte de sus padres y, lo difícil que es perder a los seres que uno quiere. En un arrebato de tristeza, el niño abrazó a su amiga y de repente, ella comenzó a toser recobrando el conocimiento.

—¿Qué paso André? – Dijo desorientada.

—¡Eres muy desobediente!

—¡No me grites! —le reclamó la niña.

—¡Me debes la vida!

—¿Qué?... ¡Eres mi sirviente, mío… tu deber es salvarme! –Dijo ella en tono cruel.

—No soy de nadie… - Dijo André entre dientes, dolido por ser tratado de esa forma y que solo le hacía desear, que sus padres estuvieran a su lado nuevamente.

—¡Cállate y vámonos! Vistámonos ya, nana debe estar esperándonos. —dijo la niña y ambos regresaron a casa.

El tiempo seguía su rumbo, aunque para los niños eso no era cosa importante, a diferencia del General Jarjayes, que al ver que Amélie estaba creciendo, comenzó a enseñarle todo lo necesario para su futura vida militar.

André y Odette, practicaban constantemente con la espada y estudiaban mucho para ser muy cultos y educados. André estaba muy agradecido por eso, siempre eran considerados con él y, no podía negar que lo trataban con especial atención por ser el nieto de la mujer que había criado a todas las niñas de la casa desde la muerte de la madre de ellas, y por ser el valet de la heredera de la familia.

El niño disfrutaba cada vez más de la compañía de Odette, en especial si se trataba de hacer travesuras, y la gran mayoría de las ocasiones, era Amelie quien daba la iniciativa y era André, quien la seguía fielmente. Con el paso de los años, el pequeño comenzó a sentir un cariño muy especial por su patrona, aunque eso también significara tener que pelear muy seguido.

—Dime André, ¿Qué tanto hablaban mi padre y tú en secreto? Sé que te mandó a llamar para conversar sobre mí. ¡Habla! —le preguntó un día Odette.

—No es lo que imaginas, no era nada importante, solo quería darme algunas indicaciones para el cuidado de los caballos. –Dijo él tratando de ocultar la verdad, pues había tenido una seria conversación acerca del comportamiento de ambos. El general le había hecho jurar que se encargaría de apaciguar a su amiga, quien últimamente estaba muy rebelde, seguramente cansada ya de fingir ser lo que no era.

—No lo niegues, sé que era sobre mí, ¿Qué esperas para contármelo todo? –Los ojos azules de ella se incrustaron firmes en sus ojos verdes—. Te advierto que, si no me cuentas, te convertirás en un traidor a mis ojos. –Amenazó Odette. André miró con cara de incredulidad a la chica y algo en su interior tembló.

-¡Habla de una buena vez! –Insistió ella.

—No tengo nada que decir. –Se fue corriendo a su habitación. No tenía más remedio que obedecer al hombre que le había brindado un nuevo hogar, aunque eso significara traicionar la confianza, que su gran amiga tenía puesta en él.

André estaba tendido boca arriba en su cama, pensando en que él podía ser todo menos un traidor, no quería defraudar al general por nada del mundo, pero, era muy duro pensar que Amelie ya no confiara en él.

Habían pasado varios días desde que habían peleado y seguían sin hablarse, ella ni lo miraba ni nada. André pensó que ya no podía vivir así por más tiempo, sentía un vacío muy grande sin su compañía, extrañaba mucho jugar con ella, practicar con la espada y montar a caballo.

Todos en la gran casa se habían percatado de la pelea de los niños, incluso extrañaban el alboroto que causaban juntos, pero que llenaba el lugar de alegría.

Odette se las había ingeniado para no cruzarse con André y, él había comenzado a hacer lo mismo. Nana, preocupada por la situación, trató de obtener más información, pero, su nieto mencionó que simplemente habían peleado.

Vivencias inolvidables

—Si tanto extrañas a la niña Odette, ¿Por qué no intentas arreglar las cosas con ella? Sabes muy bien lo estricto que es su padre, quizá… —había sugerido su abuela.

—Yo no tengo que disculparme, y además ¡No la extraño para nada! Es una niña caprichosa, fea y malcriada y… —Ni terminó de pronunciar la última palabra, cuando su abuela le pegó en la cabeza usando un cucharón.

—Nunca más vuelvas a decir esas cosas de la niña Odette ¿he sido clara?... cuida tus palabras, muchachito imprudente y malagradecido, ella es la hija del patrón de esta casa. —André se sobaba el pequeño chichón que le había salido en la cabeza producto del golpe, pensando en que en realidad, sí la extrañaba, y mucho, pero, ciertamente no le parecía justo ser él quien pidiera disculpas, cuando no había hecho nada malo.

—Lo siento mucho abuela, juro que no volveré a hablar mal de Odette, pero, no le pediré disculpas. –Se fue corriendo lo más rápido que pudo, Nana quiso alcanzarlo, pero, ya no era tan sencillo como antes.

Siempre que lo regañaban, se sentía triste, o si simplemente no podía dormir, iba a las caballerizas para estar un momento a solas. Abrió con cuidado el portón para evitar hacer demasiado ruido y entró sigilosamente. Allí estaba Odette acariciando su hermoso corcel blanco. Los rayos de la luna se filtraban a través de las pequeñas ventanas del lugar y, caían sobre su dorada cabellera. André creyó ver un ángel.

—¡Ahí estás! Te estaba esperando… te busqué por todas partes… imaginé que estarías aquí… vengo a disculparme por… por mi conducta… mi padre me dijo que te presionó mucho para que no me digas nada. –La cara de Odette se ensombreció al pronunciar estas palabras. André pudo entender perfectamente que padre e hija, habían tenido un encuentro poco agradable.

—En cierta forma te lo mereces, a veces eres tan… —Dijo André, pero Amelie inmediatamente se arrojó a sus brazos llorando desesperadamente. Se quedó estático unos segundos, pero, al sentir que se aferraba con fuerza a su pecho, comenzó a acariciar la espalda frágil de su amiga.

—No André, no me digas más… ya mi padre me dijo demasiado… nunca podré lograrlo… no podré entrar a la Guardia Imperial… soy un desastre… dijo ella llorando.

—¿Qué dices? Eres muy fuerte… debo decir que me cuesta mucho trabajo vencerte con la espada… casi siempre me ganas… además… - La niña levantó su rostro y André la observó por un rato. Se quedó mirando fijamente su triste, pero bello rostro. —Tienes la cara de un ángel… —A Odette pno le pareció que eso la ayudaría a cumplir los objetivos que su padre había trazado para ella, pero, aun así, agradeció el gesto esbozando una pequeña sonrisa.

—Dudo que eso me ayude, es mi objetivo de verme como un hombre. —Dijo limpiándose la cara y apartándose de su amigo.

—¡Solo tienes que seguir esforzándote! Te ayudaré a practicar todos los días, pero para que te animes ahora ¿qué te parece si vamos a nadar al lago en secreto? —Susurró lo último y, a la rubia no se le pudo iluminar más el rostro. Pronto ambos se echaron a la carrera, deteniéndose de cuando en cuando para ver si alguien los seguía.

No cabía la menor duda, que así discutieran o se dejaran de hablar, sus problemas no tardaban demasiado en solucionarse y volvían a ser los amigos de siempre. Que ambos fueran tan unidos agradaba mucho al general, pues, veía en André un excelente ejemplo para la hija que trataba de convertir como sea en un hijo. Sin duda, había sido muy acertado en traerlo a vivir a su casa.

Al cumplir catorce años, en medio de mucha confusión y por insistencia de su padre, Odette aceptó cuidar a la joven Princesa María Antonieta, al igual que su cargo como comandante de la Guardia Imperial. Su padre se sentía muy satisfecho con aquella situación. El general siempre le encargaba a André, que evitase que Amelie cometiera errores, aunque siempre era muy difícil tratar de doblegar la voluntad de la joven.

—¡Toma esto! –Carcajadas de satisfacción expresó Odette—. ¿Qué pasa André? ¡Pierdes concentración! —le dijo un día a la joven comandante.

—¡Eres una insensata! No debiste rechazar una invitación de la Princesa, para ir a su salón privado. —fue la respuesta que recibió de parte de él.

—¡Hablas como los aristócratas tradicionalistas! No pensé que tuvieras esas inclinaciones, querido André… - Dijo ella con una sonrisa en el rostro, mientras arremetía con la espada.

—¡No eres más que una chiquilla caprichosa!

—¡No me llames así!

—Te pareces en eso a la Princesa… tienen la misma edad. A última hora aceptaste protegerla igual que ella, que a última hora ya no quería casarse… —Dijo André con dificultad, defendiéndose de la agilidad de Odette.

—¡Cállate, André!

—¡Es la verdad!... –Rápidos movimientos con la espada de él y... —¡Te desarmé!

—¡Me tienes harta! Si no fueras el nieto de mi nana… yo… ¡Eres un insoportable! —Se fue a paso firme pensando en las palabras de su amigo.

Tantas responsabilidades cayendo sobre su hombro, y aparentando ser un hombre, lo que se volvía cada vez más difícil, sobre todo, teniendo a su querida nana tan cerca, para recordarle continuamente que no era un hombre.

André sabía que su mejor y única amiga sufría, pero, también callaba. Desde su enrolamiento en la Guardia Imperial, se esforzaba mucho más en interpretar mejor su falso papel, y aunque todos la admiraban por su poderosa personalidad, André conocía perfectamente su fragilidad. Si había alguien que realmente la conocía era él, y lo que más detestaba era que Odette fuera golpeada y maltratada por su propio padre, cuando sólo se desvivía en mantener una situación que se volvía cada vez más dura de sostener para ella.

André también era el consuelo de Odette, ya que, en él, ella encontraba ese gran apoyo y podía desahogarse llorando en silencio sobre su pecho, o peleándose a puños con todas sus fuerzas. La fortaleza de su amiga lo conmovía y todos los días hacía el juramento de no fallarle jamás.

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