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La Mendiga

Capítulo 1

Mi madre es alcohólica y drogadicta, nunca se ocupó mucho de mí, desde pequeña me usaba para dar pena y lograr sacar algo de dinero. Mi padre no lo conozco supongo que fui fruto de uno de sus amoríos. Siempre estuve sucia y despeinada, en la escuela todos se alejaban de mí. Nadie quería ser mi amiga, se burlaban por mis ropas de donación y mis zapatos rotos.

Con el tiempo me adapté a ignorar esos tratos, aprendí a estar siempre sola, me esforzaba por tener buenas notas y tener un futuro digno. Soñaba con ser importante, quería ser maestra para ayudar y educar a niños con mi situación y que los demás no fuesen tan crueles, yo no pedí esto, no pedí nacer, no pedí ser rechazada.

A pesar del rechazo que me hacían, me gustaba la escuela, iba cuando podía, ya que mi madre me ponía a vender frutas en la calle para pagar sus gustos, muchas veces dormí con hambre y frío. Pero en la escuela tenía comida gratis y eso era algo, por lo menos si llegaba a casa y mi madre me enviaba al cuarto sin cenar para ella divertirse, no pasaría el día en blanco.

No recuerdo tener ningún familiar cercano, nunca mi madre me los presento, decía que éramos más que suficientes solas, ella había abandonado su hogar con diecisiete años, había salido embarazada de mí y sus padres la botaron, comenzó a vender su cuerpo por comida, dinero, casa, también comenzó a beber y algo más, fue así como poco a poco sus vicios fueron aumentando hasta llegar a lo que es hoy.

Mi nombre es Samantha, mañana es mi cumpleaños, cumpliré dieciocho, seré mayor de edad, espero terminar bien este año la escuela y poder obtener una beca para estudiar, sino, no sé cómo podría permitir mis estudios. Jamás he tenido novio, nunca nadie se fijó en mí, entiendo que por mi aspecto descuidado, pero eso no me detuvo de enamorarme, aunque fuese platónico.

Llegó el 12 de abril, amanezco feliz, me miro al espejo y me felicitó yo misma, luego tendré que ir a la escuela. Voy a la cocina y ahí está mi madre, la miro entusiasmada en busca de su felicitación, pero me llevo un regaño.

- Un día como hoy arruinaste mi vida, me dijo mientras bebía de la botella de vino que había guardado para celebrar luego, ya que era mayor de edad.

Ignoré su comentario y tomé un poco de agua era lo único que había para desayunar.

- Cuando regreses de la escuela debemos hablar, dijo mi madre

- De qué, contesté.

- Dije que cuando vuelvas acaso eres sorda.

Vire mi espalda y me fui, no iba a permitir que me arruinara mi día, debía caminar media hora para llegar a la escuela, no tenía dinero para coger el bus. Mi estómago crujía de hambre y fue así como Clotilde mi vecina me vió pasar y me invitó a su casa, tenía unos panqueque guardados por mi cumpleaños y un vaso de leche, lo recordaba bien, nunca dejó de felicitarme en estos diesciocho años.

Comí tanto que mi estómago se infló, creía que me iba a reventar, cada vez que veo comida y es para mí, trago y trago por si se acaba, por si no hay, en fin reservar para después. Clotilde es una de las pocas vecinas que siempre me ha ayudado sin pedir nada a cambio. Recuerdo cuando me caí una vez jugando en un árbol y me fracturé el brazo, lloraba a más no poder y mi madre me encerró y Clotilde al escuchar mi llanto fue hasta la casa, me llevó al hospital aunque mi madre se negaba diciendo que no era nada y lo merecía por jugar con el peligro.

Pero un día cómo hoy me hizo sentir persona, aunque solo ella lo recordó fue muy importante para mí. Ella me felicitó y esa pequeña muestra de cariño ilumino mi día, lo más probable fuera que esa sería la única felicitación que recibiría ese día, me despedí y fuí rumbo a la escuela o llegaría tarde.

Capítulo 2

De camino a la escuela iba con pasos apresurados y con la mirada baja, fue así que me encuentre en el piso cinco dólares, hoy estoy de racha me dije mientras sonreía, un desayuno y ahora esto cinco dólares, compraré aquellos bombones que tanto me gustan y nunca puedo permitirme, lo haré en cuanto salga de la escuela.

Al llegar a la escuela como imaginaba fui invisible para todos, nadie recordó mi cumpleaños, seguí mi rutina y fui directo al aula, tomé asiento al final, era mi lugar preferido así nadie tiraba de mi cabello, ni me podrían tirar papeles sin que la profesora lo notase, estar al final me hacía sentir segura, evitaba miradas y cuchicheos, además nadie se sentaba a mi lado.

En cuarto grado recuerdo una vez una niña Karla, ella se sentó a mi lado y almorzó conmigo, los demás la marginaron cómo a mí, le robaban su merienda y ensuciaban sus ropas, Eso te gusta decían, si andas con ella debes verte igual, gritaban, te gusta por andar con ella, fue tanta la presión que tuvo que no lo soporto, tuvo que cambiar de escuela y más nunca supe de ella y así fue como empezó mi única y última amiga hasta ahora.

Las clases terminaron y fui directo a la tienda por mis chocolates, los comería todos antes de llegar a casa, fuí a un parque donde saboreé cada pedacito, mire a las personas por un buen rato fantaseando sobre sus vidas, si eran felices o no, casados o no, un sin fin de hipótesis me inventaba con tal de tener un motivo para no regresar a casa.

Sin mucho ánimo me propuse volver, mi madre no le interesaba mucho dónde o con quién estaba, no controlaba horarios conmigo, su única preocupación era su adicción y el dinero. Al fin llegué y ahí estaba ella durmiendo, seguramente estaba hasta arriba de alcohol, fui a mi cuarto y pasé el pestillo, no me gustaba estar vulnerables mientras dormía.

En mi cuarto, siempre tengo un bate justo detrás de la puerta, de niña siempre temí que ella entrará y me intentará matar o algo, por eso lo sigo guardando, me hace estar más tranquila, aunque espero nunca usarlo.

Mil veces me preguntaba el por qué no me dejó en adopción, por qué no me regaló, hasta que vi la jugosa mesada que recibía por mí, claro de ella no veía un solo peso, pero cuando venían los servicios sociales debía decir que sí. Nunca notaron nada extraño o mejor dicho miraron hacia otro lado, en varias ocasiones estaba llena de moretones, pero le creían a ella y sus mentiras. Hubiese sido buena actriz.

En esas visitas ella me llamaba hija, me abrazaba, recuerdo que el día antes me bañaba y lavaba mi pelo, cocinaba y limpiaba la casa, parecía un universo paralelo donde yo era feliz y tenía una madre dedicada, pero al cerrar la puerta y ellos irse me enviaba a mi cuarto de castigo por hacerla perder el tiempo en tonterías decía y ahí quedaba todo.

Ya era medianoche y mis tripas rugían nuevamente fui a la cocina por agua para calmar las un poco. De estar tanto tiempo hambrienta mi cuerpo era menudo, parecía mucho menor de mi edad, mi piel pálida, combinada con mis ojeras permanentes me hacían lucir enferma, también mi cabellera negra y lacia no ayudaba mucho, pero el brillo y las ganas de vivir se reflejaba en mis ojos azules, redondetes y expresivos.

Necesite tres vasos para sentir algo de llenura y calmar mi estómago, una vez lista fuí hacia el cuarto, me encerré y trate de dormir algo, mañana sabría para que me quería mi madre.

Capítulo 3

Al otro día el l despertar fue algo abrupto, mi madre gritaba como loca al otro lado de la puerta y golpeaba sin parar intentando derribar la puerta.

- Despierta holgazana, despierta. Esto no es un hotel, despierta. Gritaba impotente ella.

Me incorporé en un instante, sus gritos eran irresistibles y fuí lo más rápido posible hacia la puerta, casi no podía quitar el seguro con el desespero, era un pequeño pestillo qué había improvisado con tal de poder estar un poco más segura, debían quitarlo rápido o ella era capaz de derribar la puerta que no estaba en las mejores condiciones si seguía golpeando así, abrí como pude, incluso me llevé un golpe en la cara de ella al abrir, ya que como estaba dando puños en la puerta y al abrir me dió a mí por lo inersia.

- Te estabas tardando, que hacías infeliz. Dijo con tono autoritario.

- Nada dormía, que ocurre mamá.

- Sabes que ya eres mayor de edad verdad, dijo ella, que por suerte no iba colocada aún.

- Sí. Que ocurre con eso. Dije ingenuamente.

- Nos quitarán tu pensión ideota, eso ocurre, así que debes entregarme la misma cantidad de dinero al final del mes o sino, no seré capaz de mantenerte aquí.

- De dónde sacaré eso, es mucho dinero mamá, son tres mil, con la escuela no podré reunir esa cantidad.

- Ese no es mi problema, si no me eres factible vete, o mejor te venderé, aún eres virgen verdad?

- Sí, dije confundida.

- Tienes este mes para traer dinero a casa, si el día diez no lo has conseguido, Cristóbal se hará cargo de ti. Dijo tangente y sin pizca de consideración, yo era su hija, pero para ella solamente era un cajero automático.

- Está bien mamá.

Cristóbal era un señor mayor de unos sesenta años, siempre me miraba con malicia, pero venía por mi madre, pasaba un rato, saciaba su sed y se marchaba, yo siempre que venía me iba para la calle y volvía bien tarde, recuerdo que una vez nos encontramos en la salida de la casa y me ofreció dinero si pasaba tiempo con él, yo logré esquivarlo y salí corriendo nuevamente hacia la calle, esa noche dormí en un parque y mi madre ni lo notó.

Cuando mi madre se fue, me quedé en mi habitación, pensé sobre lo que me dijo y sabía que lo cumpliría si no lograba darle el dinero, espere a que bebiera y cayera rendida, recogí la poca ropa que tenía y la eche en un bolso viejo, salí silenciosa para no despertarla, verla ahí tirada me daba pena, a pesar de su poco cariño hacia mí, yo sí la quería, pero no podía quedarme más ahí y esperar un cambio por qué jamás ocurriría.

 Tenía un dólar que me había sobrado de los chocolates, con él tomaría el primer tren hacia cualquier lugar, pero muy lejos de ella. Volví a mirarla y dejé una nota diciéndole adiós. Pasé por casa de Clotilde y le comenté mis planes, ella me apoyo en todo diciendo que lastimosamente era lo mejor para mí, de quedarme nada bueno pasaría, me dio algo de comer cosa que agradecí, también un poco de dinero, doscientos dólares que tenía ahorrado, me dio su bendición, nos abrazamos y despedimos para no vernos jamás y comencé mi rumbo hacia mi destino, una nueva vida me esperaba y de seguro sería un poco mejor que está.

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