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Rosas Y Margaritas

Fresas

02/08/1992

Mi corazón está deshecho. No puedo creer lo que está pasando ahora, ¡después de tanto amor!, ¡después de tantas veces que nos sonreímos y nos besamos! ¡Hacíamos todo juntas!, ¡Éramos felices! ¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Qué hice yo para que ella me odie tanto? No lo entiendo todavía.

Ayer fue domingo, día en que los padres (unos pocos) vienen de visita o se llevan a sus hijas fuera del colegio a pasear, sin embargo, a mí sólo me llegó un paquete: este diario y una carta, o mejor dicho, un recado de mi madre disculpándose por no venir y prometiendo que nos veremos el próximo domingo, incluyendo a papá.

No importa, comienzo a acostumbrarme. Al final, todos los que amo no me quieren tanto como yo a ellos. Cada vez me siento más sola, pero al menos podré desahogarme aquí. 

Llegué a este colegio de señoritas en primer grado de preparatoria, "Sor Juana Inés de la Cruz" es su nombre completo. Yo acababa de cumplir 15 años y no hice muchas amistades profundas, pero conocí a Fer; en mi defensa, ella se acercó primero. Recuerdo que yo estaba acarreando mis maletas desde la entrada principal hasta mi dormitorio en el cuarto piso, justo al final del pasillo. Según la ideología de la escuela, las señoritas debemos ser autosuficientes, así que desde el ingreso no permiten que los padres le ayuden con sus maletas a sus hijas. Eso me pareció horrible, sobre todo porque no me avisaron y tuve que encargarme de 5 enormes y apretadas valijas viejas, las cuáles eran de mi abuela fallecida, creo que mis padres querían deshacerse tanto de ellas como de mí, de una sola vez. Y de haber sabido antes, solo empaco una o dos. En fin, aquél día, justo cuando subía la última y más pesada maleta, esta se me rompió de la manija al subir unas escaleras y mi ropa quedó expuesta en el piso. 

—¿Así que te gustan las fresas? —preguntó con picardía, en ese entonces, la desconocida de largo cabello negro con flequillo, mientras sostenía con delicadeza una prenda íntima con el diseño mencionado. 

—¡No! bueno, sí… no te importa —dije arrebatándole mi ropa con pudor.

—Tranquila, no pasa nada — se acercó a mi oído para susurrar—, a mí me gustan las cerezas.

En ese momento reí apenada todavía por lo sucedido.

—¿Quieres que te ayude? 

Acepté y pronto juntamos todo dentro de la maleta, pero era imposible volver a cerrarla, así que tomé algunas de las prendas y ella se encargó de cargar mi valija hacia el dormitorio.

—Eres bastante fuerte, muchas gracias.

—Fue un placer… 

—Alicia, Alicia Del Valle, ¿y tú? —pregunté con auténtica curiosidad.

—Encantada de conocerte, Alicia, mi nombre es Fernanda Romero. ¿Te gustaría dar una vuelta por este castillo después de instalarte en el dormitorio?

Había algo en su manera de hablar y moverse que parecía haber salido de algún teatro, claro, en ese momento solo la veía fascinante y me sentía atraída a sus ojos y su sonrisa. No sabía que esa misma persona haría que mi mundo se volviera un desastre. 

Rosas

La primera vez que nos besamos fue demasiado espontáneo y natural que no nos preguntamos si estábamos haciendo lo correcto, o al menos, eso creí, porque yo sí he estado segura de mis sentimientos hacia ella, nunca dudé, aunque desconozco cómo seré después de que salga de este colegio al mundo exterior, ¿cómo viviré?, ¿me casaré con un hombre?, no lo sé, pero cuando tenía sus labios sobre los míos sentí que estaba en el lugar adecuado. Fue tan pronto que no traté a mis compañeras lo suficiente como para crear una amistad poderosa, y yo creía que no necesitaba más que la compañía de ella. No había trabajo en equipo en el que no quisiéramos estar juntas, incluso las tareas individuales las hacíamos en mi cuarto o en el de ella y nunca hubo problemas, a pesar de la competencia que promueve la escuela. Fer había entrado al colegio desde el nivel de secundaria y ya tenía experiencia, se sabía las normas a detalle y no se perdía ningún evento escolar. 

Esta escuela no es como cualquier colegio, tiene reglas muy estrictas, pero lo más interesante es cómo dividen a las alumnas en dos grupos, se les llama “Salón de las rosas” y “Salón de las Margaritas”, y para fomentar la competencia sana, nos cambian de salón cada año, aunque solo a la mitad del grupo, así hacen que convivamos con otras chicas. Repito: para fomentar la competencia sana, ¿sana?, ¡por eso, ahora Fernanda se ha vuelto en mi contra! Cuando entré me pusieron en el “Salón de las margaritas” junto a ella, pero en este segundo grado, Fer se ha quedado en el de las rosas y me hace la vida imposible.

Antes, ella me ayudaba cuando no entendía algunas cosas, siempre me impulsaba a aprender y mejorar mis técnicas de estudio, es más, antes no tenía una técnica, simplemente hacía las tareas como me acordaba que eran y ese primer año con ella mejoré en muchos sentidos, mi promedio aumentó bastante, las clases eran más fáciles de entender; llegué a leer libros avanzados a los temas, así que cuando se daban las lecciones yo ya tenía algunos conocimientos, me sorprendí de mí misma, incluso descubrí mis talentos: la escritura, la pintura y la danza, debo reconocer que no soy tan mala tocando la flauta y el violín, pero las primeras tienen algo que me llena el corazón, casi tanto como entonces me llenaba el amor de Fernanda.

Recuerdo cuando nos escondíamos del mundo, en nuestro rincón especial, un jardín de rosas bien cuidadas, más allá del invernadero. Era posible olvidarme del estudio, de las tareas, de mis padres, del cansancio y la soledad. Era nuestro espacio.

Apenas entrando a segundo grado, la busqué. Había vuelto de las vacaciones más aburridas de la historia, aunque yo estaba libre, mis padres nunca pudieron convivir conmigo más que en la cena y unos cuántos desayunos, cuando los sorprendí levantándome a las 5 de la mañana. Me felicitaron por mi rendimiento escolar y mi disciplina, pero eso fue todo. En mi casa no hay tantos libros, ni instrumentos musicales, ni pintura, ni rosas, ni Fernanda. La extrañé tanto que no veía la hora de regresar al colegio. Pero cuando volví, encontrarme con su gesto de indiferencia me dolió; la acompañaba una chica rubia de nariz abultada y ojos claros. 

—"Elegancia, pasión y confianza", es el lema de las rosas. ¿Eres una rosa? —habló con arrogancia, la rubia.

—Fer, vamos a nuestro sitio —dije tomándola del brazo.

—Déjame en paz, Margarita, entiende que ya no estamos del mismo lado.

—N...no te entiendo, Fer, ¿desde cuándo le das demasiada importancia a eso? 

No había revisado la lista nueva en el mural de la dirección, y a pesar de que era obvio que este año no estaríamos juntas, me sigo preguntando: ¿acaso eso determina nuestra relación sentimental?

—Desde siempre. Deja de hablarme, si continúas, sé que no serás capaz de aguantar las consecuencias.

Ambas de alejaron tomadas del brazo hacia su nuevo salón. “¿De dónde habrá salido aquella rubia?” me pregunté y sin pensarlo más corrí detrás de ellas y grité:

—¡¡Me dejas por ella!!

Ahora entiendo que hice el ridículo.

—Qué intensa, ¿sabes que das mala imagen a la escuela lloriqueando así? —señaló aquella rubia.

Miré alrededor y las alumnas me vieron con asombro, otras con indignación y alguna que otra con miedo o quizás repulsión, como si yo fuera un bicho raro y asqueroso.

—Prima, así es ella, no sabe cómo llamar la atención más que humillarse a sí misma. Ve a tu salón, Alicia, es para el otro lado, ah, y te recomiendo que no te acerques aquí o las chicas te harán llorar… de nuevo.

Ese momento me percaté de que una lágrima acaba de escurrir por mi mejilla y muchas más se asomaban con prisa.

Corrí a mi dormitorio y lloré como nunca, ni siquiera tomé las clases del primer día, no quería salir de la cama, me sentía avergonzada, traicionada y engañada. Aún me siento así, en especial porque aquella situación tan humillante no fue la peor de mi vida, solo fue la primera.

Margaritas

10/10/1992

Esa tarde me sancionaron por no avisar que faltaría a clases, insinué que estaba enferma, pero me mandaron a una revisión a la enfermería escolar y como no encontraron síntomas específicos me regresaron a la dirección y tuve que limpiar los baños por una semana antes de poder ir a acostarme.

Durante las clases no podía prestar atención. Una vez estábamos leyendo y cuando la profesora señaló mi turno me perdí y no pude continuar, entonces me dejó parada en la esquina del salón durante el resto de la clase y al final me dejó tarea extra, solo un ensayo sobre el tema visto en la clase, pero ni siquiera podía hacer algo como eso, terminé resumiendo y transcribiendo partes del libro, quería enfocarme; al mismo tiempo, quería dejar todo tirado.

La profesora de literatura vio mi ensayo y dijo que estaba decepcionada de mí, que en clases pasadas era mejor y le dije que no tenía ánimos y que quería regresar a mi casa.

—Alicia, tú tienes potencial, solo confía en que puedes hacerlo, te invito a clases de repaso todos los sábados, al lado de la biblioteca, no solo hablamos de los temas de clase, también leemos otros libros relacionados y los comentamos, así enriquecemos sus conocimientos y análisis crítico.

—Pero ya estoy castigada, profesora, no creo tener tiempo.

—No te preocupes, estas clases forman parte del club de literatura, a menudo se mezclaban los libros, así que estamos fusionando ambas actividades — Sonrió, se notaba en la mirada que la lectura era su pasión —, por lo tanto, puedes unirte cuando quieras, pero si continúas sin poner atención en clases regulares, ten por seguro que el club se convertirá en una obligación para ti.

Ella no fue la única que me regañó, por fortuna, no todos me castigaron o me metieron en clases de repaso. Sin embargo, mis compañeras nuevas me miraban y hacían gestos de desaprobación, como si nunca se hubieran equivocado en su vida. No tardó en correrse el rumor de que yo era la menos inteligente del aula, no era algo tan relevante dentro, pero en el salón de las rosas sí. Comenzaron a molestarme, no era tan grave al principio, pues se limitaban a decir cosas malas de mí cuando pasaba por su puerta, incluso en el pasillo de dormitorios.

—Huele a margarita podrida, vámonos, no se nos vaya a pegar el olor.

Intenté ignorarlas, pero se volvió tan constante que empecé a creerme sus palabras. A veces no quería salir de mi salón hasta que no hubiera tantas chicas del “salón de las rosas” afuera; llegué a pensar que me esperaban con la intención de seguir molestándome.

Fernanda fue la que empeoró el acoso.

Una vez, mientras comía mi almuerzo en el jardín, pasó y me abrazó, yo me quedé congelada por su actitud.

—Hueles muy bien, Ali, pero deberías darte un baño de nuevo —dijo con la amabilidad más falsa que pudiera haber imaginado.

Junto a ella estaba su prima, hasta ese entonces ya sabía su nombre: Daniela Olivarez.

—Te recomiendo que te fijes bien dónde te sientas, querida, no te vayan a confundir con basura.

Ambas comenzaron a reírse de forma escandalosa y se fueron jugueteando entre ellas. Las chicas alrededor se me quedaron viendo y soltaron risitas burlonas. No quise que me afectara, pero no pude quedarme, terminé mi sándwich y me dirigí al salón. En el camino todas se reían, y me señalaban.

Al llegar a mi asiento, una chica con coletas se acercó a mí con preocupación en la cara.

—Mira, sé que no nos llevamos mucho en el salón, pero no puedo evitar pedirte que salgas y te asees antes de venir.

—No entiendo tu petición —fruncí el ceño poniéndome a la defensiva.

—No me malentiendas —suspiró —, ¿dónde estuviste que quedaste así? debes cuidarte. El salón completo pierde reputación así… es que… tienes algo pegado en el cabello —concluyó arrugando la nariz.

—¿Perdón?

Quise preguntarle a qué se refería con “reputación” si siempre estamos encerradas, no nos ve ninguna persona ajena al colegio, pero en ese momento lo importante era mi pelo. No tardé en darme cuenta del truco de Fernanda y Daniela en el jardín. Salí corriendo al baño dejando a mi compañera con la palabra en la boca.

Tenía un enorme chicle morado repartido desde mi nuca hacia las puntas del cabello. Usé agua caliente para quitarlo pero no tenía mucho tiempo para empezar la siguiente clase, así que me hice una coleta alta y lo retorcí para disimular el resto del chicle. No podía perder otra clase, ya me había ganado la fama de descuidada y holgazana.

Tomé la clase y presté atención lo más que pude, aunque no pude evitar pensar que si no podía quitarlo tendría que cortar mi cabello. Adiós a mis rizos.

La chica que me había advertido de la broma se acercó de nuevo en cuanto terminó la clase.

—Te recomiendo que vayas a la dirección y acuses a quien te haya echado eso en la cabeza, porque fue alguien ¿cierto?

—Tú… tú que sabes —reproché todavía a la defensiva.

—Yo ya te ayudé suficiente —dijo alzando la barbilla y girándose para salir del salón.

Una de sus largas coletas me golpeó la cara, se sintió como un látigo y me hizo enojar, a pesar de eso, si no me hubiera avisado, iba a estar toda la clase con el cabello enmarañado, además, tenía razón con lo de acusar a la “bromista”.

Pero no pude por el cariño que siempre nos tuvimos, no creo que eso haya desaparecido así nada más, tal vez, su prima o alguna de las otras compañeras nuevas la habían hecho actuar así.

Cuando estuve en mi habitación tuve que cortarme la mitad de la melena y empecé a peinarme una trenza para asistir a las aulas.

Apenas la semana pasada encontré mis cuadernos y libros llenos de jugo de naranja dentro de mi mochila. Siempre le pongo un candado pequeño con llave y la única que tiene una copia es Fernanda. Había olvidado pedírsela de vuelta, pensé que simplemente la tiraría.

El otro día sentí que me jalaron la trenza mientras estaba en el comedor. Me dijo que solo había sido un accidente, pero ya a esas alturas, viniendo de Fer, nada era un accidente.

Debo resaltar que todos estos días no han parado las risitas burlonas y los comentarios despectivos hacia mí. Había estado tan cansada de esto que llegué a pensar en escapar del colegio y quizás, ni siquiera volver a casa, ¿qué harían mis padres? ¿podrían volver a deshacerse de mí metiéndome a otro internado?

Podría ir con la directora y revelarle que estoy siendo acosada por Fernanda y su salón, pero siendo tantas chicas, ¿me creería?, ¿de verdad a Fer no le queda nada de lo que fuimos?

Ayer vinieron la directora y dos profesoras a interrumpir la clase. Les avisaron que alguien en mi salón estaba vendiendo maquillaje y eso está prohibido, por lo que entraron furiosas a hacer una “inspección sorpresa”. Yo ni siquiera he usado maquillaje, así que no tuve miedo y entregué mi mochila.

Tres rubores, 7 labiales rojos como el carmín, 4 paletas de sombras coloridas y un rímel de envase dorado, todos con sus etiquetas de precio fueron confiscados. La mayoría estaba en mi mochila. No había otra respuesta probable: Fernanda.

Fue tan sorpresivo que no pude decir nada en mi favor y fui llevada a la dirección junto a dos compañeras. Nuestro castigo consiste en estar paradas afuera de la dirección durante 1 hora después de clases y después ayudar a limpiar los salones de los clubes durante todo el mes. Ya que seremos compañeras de castigo, las dos chicas a mi lado se presentaron.

—Soy Elena, en primer año estuve en el salón de las Rosas, allí solíamos hacer cosas como esta sin ser descubiertas, te apuesto a que ellas fueron las que avisaron a la dirección —susurró la de cabello castaño agarrado en media cola con un listón negro.

—Y yo soy Karina, también estuve en el salón de las Rosas —dijo la de pelo negro trenzado de lado—. Se nota que no te llevas muy bien con nadie, ni de chiste creo que tu eres vendedora de maquillaje.

—Es cierto, tú no deberías estar aquí, ¿por qué no dices la verdad?

—No creo que me vayan a hacer caso, no tengo pruebas para delatar a cualquier otra compañera.

—Pues eres una tonta —replicó Elena.

—¿Ustedes me ayudarían?

Ambas se miraron entre sí.

—Mejor quédate con nosotras, entre tres acabaremos más rápido la limpieza, ¿verdad? —respondió Karina con picardía.

En ese momento pasaron Fernanda, Daniela y otra chica agarradas del brazo.

—Apesta a margaritas podridas, Fer —dijo Daniela.

—No, Dany, huele a tres margaritas podridas —respondió Fernanda soltando una risotada.

Las tres se rieron y se alejaron.

—Esas no entienden el lema del “Salón de las Rosas”, son unas falsas —comentó Elena.

—Las margaritas son mejores, ¿verdad, Ali?, ¿puedo decirte Ali? —agregó Karina.

—¡Claro que puedes!… Y sí, las margaritas somos mejores —respondí intentando recuperar un poco de mi dignidad casi olvidada.

Ya es media noche. A pesar de que estoy cansada, Elena y Karina platicaron y bromearon conmigo toda la tarde. Hoy, mientras limpiábamos el club de teatro, Karina se puso un bigote falso e imitó a la directora:

—Están castigadas, señoritas, no deben vender maquillaje —dijo fingiendo petulancia.

Luego, Elena le siguió la corriente y se puso a bailar con ella diciendo que ahora éramos como Cenicienta y que un día nos encontraríamos con un pervertido príncipe azul que nos robará una zapatilla para olerla antes de dormir. No pude evitar reírme de sus tonterías. Creo que el colegio empieza a tener algo de luz gracias a ese par de escandalosas.

Lo último que quiero relatar lo que pasó cuando iba a guardar las herramientas de limpieza: una chica de cabello corto pasó corriendo a mi lado y tropezó con mi hombro, fue a caer dos metros detrás de mí.

—No era mi intención, discúlpame —exclamé avergonzada y estiré la mano para ayudarla a levantarse.

—No te preocupes, yo corrí, a pesar de que no debo hacerlo.

La chica tomó mi mano y logró ponerse de pie, se sacudió la falda y me dirigió una simpática sonrisa.

—Ah, eres Alicia, ¿cierto?

—¿Nos conocemos?

—Estamos en el mismo salón. Soy Anna Prado, acabo de entrar al colegio este año.

—¿En serio?

—Sí, estos dos meses te he visto, siempre te apartas de todas.

—Lo sé, es que… han pasado cosas.

—Entre ellas, que eres traficante de maquillaje — Anna bromeó levantando el dedo índice como afirmación.

—No, no es así. Ya llevo un año aquí sin romper las reglas, hoy…

—Descuida, tampoco es algo grave.

—En este colegio sí, ya ves, tengo que limpiar los clubes durante un mes.

—Huy, sí que son crueles, bueno, tengo que irme. Nos vemos, vendedora —dijo caminando hacia atrás.

—¡No lo soy! —grité mientras Anna se alejaba agitando la mano despidiéndose.

Podría haber dejado en el olvido ese encuentro, pero Anna me dejó un recado bajo la puerta:

“¡Qué tal, Alicia! te invito a comer conmigo en el receso. Me agradaste mucho esta tarde y me gustaría platicar para conocerte más, a lo mejor me ayudas a sobrevivir a este malvado colegio.”

Finalizó su escrito con dos corazones color rosa y una carita feliz.

Espero que no sea lo que estoy pensando. Espero estar exagerando. Admito que estoy nerviosa y no sé qué me espera mañana. En fin, debo acostarme, pues la prefecta nos viene a levantar a las 5 de la madrugada para empezar a arreglarnos y ya me estoy quedando dormida.

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