Aviso
Antes de sumergirte en el mundo de mi amado personaje, quiero aclarar que todo lo que leerás es ficción. Nada de esto es real, y espero que nadie se sienta aludido por el contenido.
Si tienes una mente cerrada o eres sensible a ciertos temas, te sugiero que no sigas leyendo para evitar malentendidos o críticas innecesarias hacia mí o la obra. La lectura está pensada para transportarte a otros mundos, incluso aquellos llenos de sufrimiento y desgarradoras historias.
Si decides continuar, te agradezco tu valentía. Acepto comentarios constructivos, recordando que este es solo un borrador que aún necesita edición.
¡Gracias por leer y bienvenido a esta maravillosa aventura!
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Alessandro
La oscuridad es silenciosa. Casi reconfortante. Pensé que al morir finalmente encontraría la paz, pero mi historia, como siempre, tenía otros planes. Me llamo Alessandro Lombardi, y, antes de mi muerte, fui el hombre más temido, el rey de la mafia italiana y el CEO más poderoso del mundo. Mis enemigos me odiaban, mis aliados me respetaban, y mis hermanos eran la única debilidad que jamás permití mostrar.
Mi infancia no fue más que un preludio de tragedias.
Nací como Alessandro Rossi, hijo de un alcohólico y una mujer que confundió sumisión con amor. Mi padre, un jugador compulsivo, perdió todo lo poco que teníamos antes de perder también su vida. Mi madre, una sombra de mujer, vivió más preocupada por retener a un hombre que por cuidar de sus hijos. Para ella, mis hermanos y yo éramos meros adornos, herramientas para mantener a su esposo junto a ella. No nos amó. No me amó.
A los seis años, todo se desmoronó. Lo recuerdo claramente: mis hermanos escondidos tras unos arbustos, yo observando cómo el infierno devoraba lo poco que quedaba de nuestra familia. Mi padre, asesinado por las deudas que nunca pudo pagar. Mi madre, reducida a un espectáculo de horror. Sus gritos aún resuenan en mi memoria, no porque me importara, sino porque marcaron el momento en que comprendí que nadie vendría a salvarnos. La salvación es un cuento para los débiles.
Huyendo, con Enzo y Evelyn a mi lado, dejé atrás lo que quedaba de mi infancia. Nos llevaron a un orfanato donde aprendí que el mundo no ofrece misericordia. Allí me hice un ladrón, un manipulador. Escapé dos años después, llevándome a mis hermanos y algo de dinero. Desde entonces, mi objetivo fue claro: sobrevivir y nunca depender de nadie.
La Ascensión
El destino, o tal vez el azar, me llevó a Leandro Lombardi. Él vio algo en mí: un niño roto con un potencial que otros no entendían. Me adoptó, me dio su apellido, y, más importante, me dio las herramientas para transformar el dolor en poder. Bajo su tutela, aprendí las reglas del juego: la violencia como lenguaje, el dinero como arma, y la lealtad como una cadena que solo yo podía manejar.
A los 16 años, ya era un asesino. No porque quisiera serlo, sino porque debía serlo. Protegí a mis hermanos con sangre y balas, y les di una vida mejor. Mientras ellos asistían a la escuela, yo construía un imperio. No había espacio para errores ni para debilidades.
Cuando Leandro murió, heredé su lugar como líder de la mafia italiana. Para el mundo, era un hombre de negocios exitoso; para los que sabían mirar más allá, era una bestia disfrazada de humano. Fundé SL Grupo, una empresa que rápidamente se posicionó como la número uno en el mundo de los negocios. Los aplausos no me interesaban, pero los números sí.
El Amor, o la Ausencia de Este
El amor era un lujo que no podía permitirme. No confiaba en nadie más allá de mis hermanos. Mi primer intento de romance terminó en traición, y no soy un hombre que perdona. Mi exnovia y mi supuesto amigo pagaron con sus vidas por su estupidez. Desde entonces, decidí que las relaciones serían transacciones, contratos sin emociones.
Evelyn, mi hermana, encontró su felicidad. Se casó con Dean Thomas, mi mejor amigo y el segundo magnate más poderoso del mundo. Aunque no lo admito en voz alta, me alegré por ella. Pero siempre me aseguré de que nadie, ni siquiera Dean, pudiera dañar a Evelyn. Mi hermana no es una pieza negociable.
Enzo, en cambio, quiso seguir mis pasos. Le impuse una regla: no entraría a la mafia hasta haber vivido, estudiado, y conocido el mundo. Si a los 20 años seguía queriendo ese camino, lo aceptaría. Era mi manera de darle algo que yo nunca tuve: una elección.
La Caída del Rey
A los 29 años, me alcanzaron las balas de un enemigo al que subestimé: el nuevo líder de la mafia rusa. Sabía que este día llegaría, por eso planeé todo. Dividí mi imperio entre mis hermanos y Soleil, la mujer que nos dio un hogar cuando nadie más lo hizo. No me preocupaba por lo que dejaba atrás; ya había asegurado mi legado.
Pero incluso en mis últimos momentos, la muerte no fue definitiva. Sentí que el mundo se oscurecía y luego... llanto. No mío, sino de un recién nacido.
Abrí los ojos y vi que estaba siendo cargado por una mujer. Mis manos eran pequeñas, mi cuerpo insignificante. Entonces lo entendí: había renacido.
El rey había muerto, pero el juego no había terminado. Alessandro Lombardi había regresado.
Los nos son Alessandro Lombardi no sé cuál de los dos le guste más para que lo imagine así o como ustedes quieren yo me enfoque en estos dos modelos espero que les gusten.
Alessandro Lombardi
Ethan
Todo estaba oscuro cuando un llanto desconsolado llegó a mis oídos. Abrí los ojos, buscando el origen del sonido, pero me detuve en seco al notar que alguien me sostenía en brazos. Era una mujer con uniforme de sirvienta. Confuso, miré mis manos... pequeñas, diminutas, como las de un bebé. Entonces me golpeó la realidad: yo era el bebé que lloraba.
¿Renacer? ¿Había muerto y vuelto a vivir? Intenté dar sentido a lo que estaba ocurriendo, pero nada encajaba. La última memoria que tenía era la de mi muerte, una que no dejó espacio para despedidas. Ahora, aquí estaba, en el cuerpo de un recién nacido.
La sirvienta me dejó en una cuna, y aproveché el momento para observar mi entorno. La habitación era opulenta. Alfombras suaves cubrían el suelo, adornos dorados decoraban las esquinas, y los muebles de madera pulida parecían sacados de un museo. Hasta la cuna en la que yacía estaba adornada con oro y finas incrustaciones. Si bien no entendía cómo había llegado aquí, lo que sí era claro es que estaba en un hogar de lujo.
Una chispa de esperanza cruzó mi mente: tal vez, esta nueva vida sería diferente. Quizás podría disfrutar de una infancia normal, rodeado de cariño, sin preocupaciones, sin responsabilidades que cargaran mi espalda a una temprana edad. Tal vez, esta vez, tendría la oportunidad de vivir plenamente, sin tener que ser el adulto antes de tiempo.
Sin embargo, aquel optimismo no tardó en desvanecerse cuando supe mi nombre y apellido: Leonardo Ethan Morgan, heredero del temido ducado Morgan. La verdad llegó a mí gracias a las sirvientas, quienes no dejaban de hablar sobre mi padre, mi madre y, claro, sobre mí.
Morgan.
El apellido pesaba tanto como una cadena al cuello. Entendí que no solo había renacido, sino que ahora formaba parte de una historia que conocía muy bien: la novela "Enamorada del Conde", una de las favoritas de mi hermana. En ella, yo era el villano, el odiado duque del norte cuya vida solo servía como un obstáculo para los protagonistas.
Aquella novela narraba un romance entre Lucas Vance, el hijo de un conde, y Artemisa Mayer, la princesa heredera del Imperio. Una historia llena de amor, dulzura y felicidad... excepto para mí. Según recordaba, Leonardo Ethan Morgan era un hombre marcado por su oscuro linaje, una infancia llena de abusos y una muerte cruel en la guillotina, bajo el abucheo de plebeyos y nobles.
Intenté mantener la calma mientras digería esta información. De alguna forma, había sido transportado al mundo de esta novela como su villano. No solo debía lidiar con un padre cruel y una madre ausente, sino que mi destino ya estaba escrito: tortura, humillación y una ejecución pública.
"Perfecto. Simplemente perfecto."
Cuando la hermosa mujer que debía ser mi madre entró en la habitación, entendí que mi papel en esta historia comenzaba. Ella era todo lo que las sirvientas decían: un ícono de belleza, con cabellera roja, ojos verdes brillantes y una piel tan impecable que parecía una muñeca de porcelana. La mujer se acercó a la cuna, pero su mirada no era cálida ni llena de amor. Más bien, parecía desconectada, como si fuera incapaz de reconocerme como su hijo.
De acuerdo con la historia, mi madre había sido secuestrada y obligada a casarse con mi padre, un hombre temido y despiadado que, según los rumores, era peor que el villano que estaba destinado a ser. No era difícil imaginar por qué ella no podía aceptar la idea de tenerme en brazos.
"Así que este es el inicio," pensé mientras mi madre salía de la habitación, dejando a las sirvientas conmigo. Si mi destino ya estaba escrito, tal vez no tendría forma de cambiarlo. Pero si algo aprendí en mi vida anterior es que los planes, incluso los más detallados, pueden ser alterados.
Tal vez este sería mi mundo, pero no mi historia.
Ethan Leonardo Morgan de bebé
Ethan
Siempre creí que la vida de un bebé sería fácil: dormir, comer, ser adorable y disfrutar de una existencia libre de preocupaciones, especialmente si nacías en una cuna de oro. Pero pronto descubrí que mi caso era diferente. Aquí, hasta las sirvientas me odiaban, mirándome con desdén y desprecio. ¿Cómo no hacerlo? Para ellas, yo no era más que el fruto del abuso del duque hacia mi madre, una abominación que nunca debió existir.
Me quedé en la cuna, moviendo mis pequeñas manos mientras pensaba en lo absurdo de mi situación. Tenía la mente de un adulto, de alguien que había luchado en otra vida para construir su camino, y ahora estaba atrapado en el cuerpo de un bebé al que todos detestaban. Las sirvientas encargadas de cuidarme eran negligentes: algunas dormían mientras otras charlaban o comían, ignorándome por completo.
Una de ellas, visiblemente irritada, se acercó y me lanzó un juguete de madera.
—Deja de molestar y juega con esto —dijo antes de irse sin siquiera mirar atrás.
Observé el juguete y lo dejé caer al suelo. Era sucio y maltratado, y no tenía intención de usarlo. ¿Qué sentido tenía jugar cuando todos a mi alrededor parecían desear que desapareciera? Decidí molestar un poco más. Después de todo, si ellos no me respetaban, yo tampoco haría las cosas fáciles.
—¡Wahhh! —lloré con todas mis fuerzas, disfrutando en secreto de las miradas exasperadas que me dirigían.
Una de las criadas volvió a acercarse, visiblemente molesta.
—¿Por qué lloras? ¿No ves, estúpido bebé, que estoy ocupada? Toma el juguete y cállate.
Intentó darme el juguete de nuevo, pero balbuceé en negación.
—Oogh, ohgg —fue lo único que salió de mi boca.
Era frustrante no poder hablar, pero mi cuerpo de bebé no me dejaba más opción. Aun así, no podía evitar pensar que, incluso en medio de esta pesadilla, aún había una chispa de esperanza. Si podía ganarme a alguien, quizás a mi madre, podría cambiar mi destino y evitar el trágico final que conocía.
Finalmente, el cansancio me venció, y me quedé dormido. Al despertar, el ciclo continuó: una rutina monótona de miradas de desprecio, descuidos y días interminables en mi cuna. Mi madre no aparecía, y mi padre... bueno, ni siquiera sabía quién era, excepto por los rumores sobre su crueldad.
Un día, harto de la indiferencia, decidí tomar una postura drástica. Dejé de comer.
Las sirvientas ignoraron mi decisión al principio, pensando que se trataba de un berrinche pasajero, pero cuando pasaron dos días, el duque finalmente se enteró y ordenó que me dieran de comer. Como heredero, no se me permitía morir.
Por fin, mi madre vino a mi habitación. Al verla, me sorprendió lo joven y hermosa que era. Su cabello rojo caía en cascadas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban con una mezcla de incomodidad y desconcierto.
Ella se sentó junto a mí, claramente obligada, y comenzó a alimentarme. Aunque sentí una profunda vergüenza —después de todo, mentalmente tenía 29 años—, su presencia era lo único que me importaba en ese momento. Intenté mostrarme lo más adorable posible, balbuceando dulcemente mientras movía mis pequeñas manos.
Mi madre pareció notar mi incomodidad, frunciendo el ceño con ligera preocupación.
—¿Le pasa algo? ¿Tal vez lo estoy haciendo mal? —preguntó a la sirvienta que la observaba desde un rincón.
Aproveché el momento para intentar alcanzar su mano. Mi balbuceo y mi esfuerzo parecieron desconcertarla aún más.
—¿Estás intentando darme la mano? —susurró, confundida.
Cuando mis dedos finalmente tocaron los suyos, me reí suavemente, esperando que mi ternura pudiera romper la barrera entre nosotros. Mi madre me observó por unos segundos, y algo en su expresión cambió.
—No se parece a él... —murmuró con una voz suave, casi para sí misma—. Es demasiado tierno.
Por primera vez, sentí que había logrado algo. Tal vez no me odiaba. Tal vez había una posibilidad de que esta mujer, la madre del villano, pudiera verme como algo más que un recordatorio de su sufrimiento. Era un pequeño paso, pero un paso al fin. Y en este mundo hostil, incluso los pasos más pequeños contaban.
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