Alessandro
Antes de fallecer, quiero contar mi historia. Mi nombre es Alessandro Lombardi, el mafioso y CEO más temido y rico, considerado número uno en la revista de negocios más prestigiosa. Pero no siempre fue así.
Nací en una familia de muy pocos recursos. A los seis años, vi cómo asesinaban a mis padres y tuve que hacerme cargo de mis hermanos, que apenas tenían tres años. Mi apellido no siempre fue Lombardi; lo adopté de mi padre adoptivo, Leandro Lombardi. Antes me llamaba Alessandro Rossi. Mi padre biológico era un alcohólico que gastaba lo poco que teníamos en el casino, mientras mi madre era una mujer sumisa que permitía que mi padre la abusara y engañara con múltiples amantes.
Mi madre nunca se interesó por nosotros. Solo nos tuvo porque mi padre la amenazó con abandonarla si no le daba un hijo. Ella decía que lo amaba a primera vista y no le importaba que él la engañara, mientras él estuviera a su lado. No le importaba si comíamos o no; solo nos cuidaba cuando quería impresionar a mi padre. Creo que las amantes de mi padre nos cuidaban mejor que ella. Mi padre fue asesinado por no pagar una deuda de juego, y el conciliere de la mafia italiana ordenó su muerte.
Mis hermanos y yo buscábamos comida cuando escuchamos a nuestra madre gritar. Les dije a mis hermanos que se escondieran en los arbustos mientras me acercaba para ver qué pasaba. Vi a varios hombres violando a mi madre y retrocedí para ocultar a mis hermanos en los arbustos. Vi a mi padre muerto y, aunque no se escuchó, vi su boca decir "corre" antes de que lo cortaran en pedazos. Huyendo, mis hermanos y yo escapamos sin mirar atrás.
Así perdí a mis padres. Nos llevaron a un orfanato donde nos maltrataban. Estuve allí dos años antes de escapar con mis hermanos, robando dinero a los encargados del orfanato. Llegamos a un pueblo y conocimos a una señora que nos cuidó y nos inscribió en la escuela. Yo me uní a bandas y conocí al líder de la mafia italiana, quien vio potencial en mí y me enseñó todo sobre el crimen organizado.
A los 16 años, ya era un asesino profesional. Nos mudamos a un lugar mejor y, tres años después, me gradué del colegio y entré a la universidad para estudiar administración de empresas. Mis hermanos entraron al colegio, y yo me convertí en la mano derecha del líder de la mafia. A los 18 años, él falleció y me dejó su legado. Me convertí en el líder de la mafia italiana, y fundé mi propia empresa, SL Grupo. Durante cuatro años, fui el mejor en el mundo de los negocios y en la mafia.
El amor no era para mí. A los 16 años, mi novia me engañó con mi mejor amigo, y los torturé antes de matarlos. Antes de ella, tuve dos relaciones fallidas. Decidí no involucrarme emocionalmente con las mujeres y solo tener relaciones basadas en contratos sin compromiso emocional.
Cuando mis hermanos cumplieron 12 años, Enzo quería unirse a la mafia. Le dije que primero debía terminar una carrera universitaria y disfrutar de su vida. Si aún quería unirse a los 20 años, lo aceptaría en la mafia. Evelyn, mi hermana, se enamoró de mi mejor amigo, Dean Thomas, y se casaron. Dean era el segundo magnate de negocios más importante del mundo, después de mí. Evelyn se convirtió en madre de trillizos a los 18 años.
A los 29 años, fui asesinado por el nuevo líder de la mafia rusa. Pero ya había planeado todo; dejé a mis hermanos a cargo de la mafia y dividí mis empresas entre ellos y Evelyn, así como a la señora Soleil, quien nos cuidó como una madre.
Así murió el rey de la mafia, dejando paso al príncipe de la mafia. En mis últimos momentos, reflexioné sobre mi vida: una infancia y adolescencia perdidas, convirtiéndome en alguien frío, calculador y manipulador para proteger a mis hermanos. Recordé la obsesión de Evelyn con una novela sobre un duque malvado y una princesa.
Cuando todo se oscureció, escuché un llanto. Abrí los ojos y vi a alguien cargándome. Mis manos eran pequeñas; parecía que había nacido de nuevo.
Los nos son Alessandro Lombardi no sé cuál de los dos le guste más para que lo imagine así o como ustedes quieren yo me enfoque en estos dos modelos espero que les gusten.
Alessandro Lombardi
Ethan
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Todo estaba oscuro cuando escuché un llanto de bebé. Abrí mis ojos para buscar a aquel bebé que lloraba desconsoladamente, pero desvié mi atención cuando noté que alguien me tenía en sus brazos. Era una mujer disfrazada de sirvienta. Miré mis manos y eran tan pequeñas como las de un bebé. Fue entonces cuando me di cuenta: yo era el bebé que lloraba. No podía creerlo, había muerto y renacido.
No podía entender cómo estaba en el cuerpo de un bebé. ¿No había muerto? Al menos, esa fue mi conclusión después de ser asesinado: que después de la vida, uno renace.
Observé todo a mi alrededor cuando aquella empleada me dejó en la cuna. La habitación en la que me hospedaba era inmensa, con alfombras de lujo, adornos exquisitos, una cuna de oro y hermosos cuadros de paisajes que decoraban las lujosas paredes. No sabía dónde estaba ni quién era, pero como mafioso y CEO, realmente me gustaban los lujos de aquella deslumbrante habitación.
Pensé que quizás tenía una familia noble. Tal vez en esta vida podría vivir mi niñez y adolescencia, tener amigos y ser feliz sin preocuparme de cuidar a alguien o ser fuerte. Tal vez podría vivir feliz sin saltarme etapas de mi vida, sin crecer rápidamente, sin ser golpeado o abusado. Esa idea era esperanzadora; después de todo, nunca había disfrutado de esas cosas.
Pero todo optimismo se desvaneció cuando descubrí mi apellido: Morgan. No hubiera sido tan preocupante nacer en una cuna de oro si no fuera porque mi nombre era Leonardo Ethan Morgan, heredero del ducado Morgan, un ducado que todos parecían odiar, temer y detestar, igual que al hombre que lo engendró: mi padre.
Me enteré de esto al escuchar a las sirvientas hablando de mi padre, mi madre y luego de mí. Fue así como supe mi apellido y nombre. Me di cuenta de que estaba en una novela y que yo era el villano de "Enamorada del Conde". También conocí a mi madre, la definición de la belleza: cabellera roja, piel blanca y suave, hermosos ojos verdes y pestañas largas que la hacían ver muy delicada. Sabía que mi padre se había obsesionado con ella, la secuestró y abusó de ella. Eso decía la novela que leía mi hermana y lo confirmaban las sirvientas chismosas. No importaba si uno era de clase baja, media o alta; el chisme era parte del mundo. Así fue como confirmé estar metido en aquella novela que tanto le gustaba a mi hermana.
Leonardo Ethan Morgan, el villano de "Enamorada del Conde", la novela que relata el amor arruinado del hijo del conde Vance, Lucas Vance, y la princesa heredera Artemisa Mayer. Una novela llena de amor y felicidad, excepto para el villano.
Al final, los dos se casan y terminan gobernando el Imperio Mayer. Antes de eso, torturaron y mataron al villano en la guillotina, en una ejecución pública que manchó su honor de noble y fue abucheado por los plebeyos. Había sufrido una terrible infancia bajo los abusos de su padre, quedando huérfano a los siete años y abandonado por su madre. Creció como un hombre sin corazón y se desquitaba con sus empleados. Sin embargo, no fue ni un mal ni un buen duque; yo diría que fue regular. Así fue la historia de Leonardo Ethan Morgan.
Ahora mismo, se suponía que estaba muerto, pero renací como el villano de la novela que mi hermana siempre nos contaba a Enzo, Dean, papá Leandro y a mí.
Fui sacado de mis pensamientos al ver a una hermosa mujer acercándose a mí junto a las sirvientas. Aquella hermosa mujer no era otra que mi madre, bueno, la madre del villano.
Ella me recordó un capítulo que mi hermana me contó. Se decía que el padre de Leonardo era igual o peor que él, y que su madre, la mujer más bella del Imperio, hija del Marqués Veroti, fue encerrada en contra de su voluntad en la mansión ducal hasta que el duque Jereth Allen Evron la rescató unos meses después. Eso era lo que me contaba mi hermanita.
Según la novela, Leonardo crecería solo, conocería a la princesa en un banquete real y se obsesionaría con ella. Al ver que nada de lo que hacía funcionaba para que ella se enamorara de él, la secuestró y la mantuvo en su mansión por dos largos años, torturándola y obligándola a tener relaciones. Al poco tiempo, ella dejó de comer y dormir, quedando traumada y destrozada por las cosas que le hacía el duque del norte. Era un cuerpo sin alma. Las sirvientas solo le dejaban comida y solo podía ser visitada por el duque. Hasta que una noche, cuando el duque estaba fuera por trabajo, ella pudo escapar.
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Ethan Leonardo Morgan de bebé
Ethan
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Siempre creí que la vida de un bebé sería fácil, sin preocupaciones, solo dormir, comer, hacer sus necesidades biológicas y ser tierno, especialmente si nacías en una cuna de oro. Pero ese no es mi caso, porque todos, hasta las sirvientas, parecen estar en contra de un bebé de solo dos meses.
Esas sirvientas me despreciaban y miraban con odio. ¿Cómo no hacerlo, si ellas solo servían a la mujer que me dio a luz? Además, odiaban al actual duque por haber abusado de mi madre. Ella había estado cautiva durante dos años y se había ganado el respeto y cariño de las sirvientas. En cambio, a mí me veían como el bastardo nacido del abuso de mi padre, una escoria y abominación que no debió nacer.
Mientras Ethan estaba en su cuna quejándose con sus pequeñas manos, las sirvientas encargadas de su cuidado estaban algunas dormidas y otras comiendo. Las dormidas se levantaron y las otras siguieron en lo que hacían.
Una de las sirvientas se levantó y me tiró un juguete, diciendo:
—Deja de molestar y juega con esto.
La sirvienta se fue.
Ethan todavía se preguntaba por qué había reencarnado en este estúpido mundo, donde su destino ya era una mierda y los empleados no le prestaban atención porque lo detestaban. Ni siquiera les importaba, y a él tampoco le importaba molestarlos.
—¡Wahhh! —lloré, sabiendo que eso los molestaría.
Dejé caer el juguete que me había dado la sirvienta.
Viéndome llorar, la criada comenzó a calmarme, aunque su rostro mostraba molestia.
—¿Por qué lloras? ¿No ves, estúpido bebé, que estoy ocupada? Toma este juguete y deja de molestar —dijo, intentando que tomara el juguete.
—Oogh, ohgg —balbuceé, intentando negarme a coger el juguete.
¡Realmente no me gustaba ese juguete! Ya lo había dejado caer una vez, estaba sucio, y no lo iba a usar. Aunque mi cuerpo era de un bebé, mi edad mental era la de un adulto que había pasado por muchas cosas en la vida y que realmente quería ser feliz. Guardaba la esperanza de poder hacerlo en esta vida, de poder cambiar mi final y no morir.
—¡Wah, wah, ngh! —no podía hablar y solo hacía esos balbuceos, a pesar de que no quería. Pero en estos dos meses que he estado en este cuerpo, me decía que era un bebé, y era normal balbucear.
Poco a poco, mis ojos se cerraron y, en un parpadeo, me quedé dormido. Cuando me desperté, miré mi pequeña mano en movimiento. No importa cuánto la mire, no me acostumbro a que mi mano sea así.
Todavía no puedo creer que renací. Pensé que era una falla el día que renací; cerré los ojos pensando que era solo un mal sueño. Pero cuando los volví a abrir, vi mi cuerpo de bebé recién nacido. Esto es una molestia. Los criados me odian, mi madre solo me amamantó una vez y fue por obligación del duque, que según es mi padre, pero no lo he visto desde que nací.
—Joven maestro —grita aquella sirvienta que siempre me pone de mal humor.
¡Ah! Esa criada siempre es así. Abre la puerta de mi habitación, siempre se olvida de que soy un bebé y debo descansar, y que a los bebés no les gusta mucho el ruido. ¿Se le permite gritarme así? Soy un bebé, pero sigo siendo el heredero del ducado Morgan.
—La ama de llaves dijo que el duque no tiene interés en darte juguetes, y la señora no quiere saber nada de ti, así que deberías conformarte con este juguete. Simplemente juega con lo que tienes y no molestes más.
—No trataré de calmarte, incluso si lloras.
Así termina aquel día. Los días siempre son tan monótonos. Mi madre ni siquiera ha venido a verme, así que no puedo enseñarle la ternura de bebé que tiene como hijo.
Comencé a negarme a comer hasta que trajeran a mi madre. Tal vez, si ella me quiere un poco, pueda cambiar mi trágico final o algo de mi infancia.
Bueno, aunque tardó más de lo esperado, después de dos días sin comer, el duque se enteró y ordenó que me dieran de comer, ya que como heredero, tal vez no se me permitía morir.
Ella comenzó a amamantarme, aunque se notaba su disgusto por venir a mi habitación. Aunque ella no es la única incómoda aquí, porque si no fuera por causar una buena impresión con ella, no estaría avergonzándome de que me dé lactancia. ¡Mentalmente tengo 29 años y es vergonzoso!
Mi madre notó mi molestia con un balbuceo enojado. No quería hacer eso, pero al parecer fue algo ¿bueno? porque mi madre miró a la inútil empleada que la observaba con lástima. Sin embargo, la pelirroja no le dio importancia y preguntó preocupada por mí.
—¿Le pasó algo? ¿Tal vez lo hice mal?
—Go ga go ga (no pasó nada, mamá) —balbuceé, intentando agarrar su mano.
Ella lo notó y preguntó:
—¿Me estás intentando dar la mano?
Me miró confundida, y yo me reí dulcemente, intentando de nuevo agarrar su mano.
—No se parece a él... es demasiado tierno.
Bueno, al parecer no me odia. Eso es un punto para mí.
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