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La Leyenda De Los Seinshuns

La vida de un sobreviviente, parte 1

La historia comienza con un pequeño niño inconsciente, de aproximadamente seis años, dentro de un pequeño bote flotando en medio del 'Mar Dulce' (denominado así porque sus aguas son dulces, en contraste con las saladas). En este mar suelen embarcarse barcos de pesca, justo frente a lo que parece ser una enorme y hermosa ciudad llamada "Cielo Azul", que es la capital central del país conocido como "El País de los Nueve Clanes".

El niño despierta repentinamente al chocar su cabeza contra el bote, debido a un barco de pesca que pasaba por allí. Al abrir los ojos, se incorporó, sorprendido y asustado, sin saber dónde se encontraba. Al girar la mirada hacia su izquierda, vislumbró una bahía completamente formada por piedras. Al verla, decidió saltar del bote para nadar hasta allí.

Mientras nadaba en el Mar Dulce, que, de hecho, era casi tan vasto como la ciudad, un intenso dolor apareció en su cabeza, lo que lo llevó a detenerse y sujetarse la cabeza con una mano. En ese instante, una imagen de una mujer adulta se proyectó en su mente, y ella le decía: "Te amo, Saito".

Cuando el dolor finalmente se disipó, el niño, cuyo nombre era Saito, se quedó pensativo mientras flotaba en el Mar Dulce. Sin embargo, luego continuó nadando hacia la bahía, asumiendo que su nombre era Saito, aunque no estaba completamente seguro. Tampoco sabía quién era la mujer misteriosa que había visto en su mente, lo que generó una serie de preguntas en su interior: ¿Quién soy? ¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo llegué aquí?

Al llegar a la orilla de la bahía, trepó como pudo con su frágil cuerpo de niño, ya que el borde de la bahía era alto. La gente que trabajaba en esa zona de la ciudad se sorprendió al ver a un niño tan adorable como él en aquel lugar.

La apariencia de Saito era tanto encantadora como llamativa. Tenía ojos azules, cabello negro, lacio y brillante, aunque no largo. Su piel era blanca y parecía bien cuidada a simple vista. Vestía un pequeño kimono tradicional japonés de mangas largas de color azul oscuro que llegaba hasta sus talones; era muy cómodo, como si se tratara de una prenda destinada a ser utilizada para dormir.

Saito estaba profundamente confundido; no sabía cómo había llegado allí y ni siquiera tenía claridad sobre su propia identidad, albergando dudas sobre si su verdadero nombre era, de hecho, Saito.

Al girar su cabeza hacia la derecha, vio a algunas personas que parecían ser pescadores. Se acercó tímidamente a uno de ellos y le preguntó si sabía dónde estaban su mamá y su papá. El pescador, cuyo nombre era Yamato Kimura y que parecía tener cerca de 50 años, le respondió: "No sé quiénes son tus padres, hijo. ¿Puedes decirme los nombres de tu mamá y tu papá? Tal vez así recuerde quiénes son".

Saito respondió: "No sé quiénes son mis padres, señor, ni siquiera sé cómo llegué aquí". La respuesta dejó sorprendido a Yamato, ya que resultaba muy extraño que un niño no recordara quiénes eran sus padres ni cómo había llegado a la bahía en primer lugar. Sin más remedio, Yamato le dijo: "Si no sabes ni siquiera tú cómo se llaman tus padres, ¿cómo lo voy a saber yo?".

Saito guardó silencio por algunos segundos tras la respuesta que recibió, y Yamato, algo dudoso, le dijo: "Es extraño. ¿Cómo es que no sabes quiénes son tus padres? ¿Al menos sabes cómo se veían físicamente?".

Saito reflexionó por un momento y respondió a Yamato: "No lo sé, señor. Cuando desperté, no sabía ni quién era para empezar".

Eso sorprendió nuevamente a Yamato, quien le preguntó, desconcertado: "¿A qué te refieres con eso de 'cuando me desperté'? ¿Y cómo es que no sabes quién eres?".

Saito respondió con calma: "Bueno... Desperté en medio del Mar Dulce, en ese pequeño bote de allí, sin saber dónde estaba ni cómo me llamaba, hasta que apareció en mi mente algo que parecía ser un recuerdo de una mujer hablando conmigo. No puedo verla claramente, pero ella me decía: 'Te amo, Saito'. Así que supuse que ese era mi nombre y ahora imagino que esa debió ser mi madre despidiéndose de mí, aunque no entiendo por qué haría algo así o por qué no está conmigo ahora".

Después de unos momentos de reflexión, Yamato decidió hablar: "Lamento mucho lo que te ha sucedido, niño, pero no puedo ayudarte demasiado. Como no puedes recordar a tus padres, no tengo forma de contactarlos".

Saito se limitó a asentir con la cabeza, diciendo: "Está bien, gracias de todos modos". Luego, giró su mirada hacia la hermosa ciudad que se extendía frente a él y quedó maravillado por su magnitud. Las casas de las zonas cercanas al muelle eran, en su mayoría, de madera; las ventanas estaban hechas de papel al estilo tradicional y los tejados tenían formas características.

*(Nota del autor: Ignoren todo lo que no se relacione con la casa que se ve con más claridad; tómenselo como referencia para las casas de la novela cerca de la bahía.)*

Detrás de dichas casas se encontraban aún más edificios, incluyendo restaurantes y otros establecimientos. Al percibir la expresión de asombro en el rostro del niño, Yamato, sonriendo, le dijo: "Es hermosa la ciudad, ¿no lo crees?".

Saito asintió con la cabeza, y Yamato comenzó a explicarle: "Esta ciudad se llama 'Cielo Azul', y es la capital de nuestro país, creado a partir de la cooperación de los nueve clanes fundadores, dando origen a lo que conocemos como 'El País de los Nueve Clanes', donde nos encontramos ahora".

La curiosidad de Saito se despertó al escuchar sobre los nueve clanes, y le preguntó a Yamato al respecto. Este, sorprendido, le cuestionó: "¿No sabes qué son los nueve clanes, niño?".

Saito, asintiendo nuevamente, notó la sorpresa de Yamato al darse cuenta de que el niño no tenía conocimiento sobre algo que la mayoría de los niños, incluso los más pequeños, suelen saber. Yamato entonces le preguntó: "Niño, ¿no serás un extranjero o algo por el estilo?".

El chico se encogió de hombros y respondió: "Tal vez. Oiga, señor, ¿puede enseñarme más sobre los nueve clanes que mencionó antes?".

Yamato pudo ver la emoción reflejada en los ojos del niño y le preguntó si quería que le contara todo acerca de los nueve clanes. Saito asintió con entusiasmo, sus ojos brillando de expectativa. Yamato se rascó la nuca, pensando por dónde empezar.

Finalmente, le dijo: "Bueno, niño, ven". (Señalando su barco con el pulgar) "Iremos a mi barco; allí estaremos más cómodos para hablar".

Saito siguió a Yamato hasta el barco y, una vez adentro, este se dio cuenta de que el estómago del niño rugía de hambre. Le preguntó: "¿Acaso tienes hambre, niño?".

Saito asintió con la cabeza, visiblemente avergonzado.

Yamato, algo extrañado, preguntó: "No eres de hablar mucho, ¿verdad?".

Saito asentía, como era su costumbre.

Suspirando, Yamato continuó: "Bueno, chico, déjame prepararte algo para comer y, mientras comes, te contaré todo lo que sé sobre los nueve clanes. ¿Qué dices?".

Saito asintió felizmente, y tras unos quince minutos, Yamato había cocinado un pescado de tamaño mediano acompañado de algunas verduras y dos limones cortados a la izquierda, que a simple vista se veía delicioso.

Divertido por la baba que caía de la boca del niño al ver el pescado, Yamato le dijo: "Bien, niño, come con cuidado, ya que puede tener espinas".

Saito comenzó a comer el pescado que le habían preparado y se quedó asombrado por lo delicioso que estaba.

Yamato le preguntó si le había gustado el pescado, a lo que Saito respondió, con estrellitas en los ojos y mucha emoción: "¡Está delicioso!".

Yamato se sintió complacido con la respuesta y le preguntó si su nombre era Saito. El niño dejó de comer para responderle amablemente: "No lo sé, señor. Es solo una suposición. No sé si de verdad Saito es mi verdadero nombre, pero si quieres, puedes llamarme así".

El hombre asintió: "Está bien, Saito. Mientras comes, presta mucha atención, porque te contaré una larga historia. Los nueve clanes que conforman nuestro país son: el Clan de la Grulla, conocido como el más débil y menos prestigioso de todos los clanes en la actualidad; luego está el Clan de la Hoja, famoso por criar a sus renombrados maestros elementales del elemento de las plantas; a continuación, el Clan de la Serpiente, conocido por sus asombrosas habilidades de infiltración y recopilación de información importante.

—También está el Clan de la Tortuga, considerado el más cercano a las habilidades defensivas en comparación con otros clanes que son más completos. El Clan de la Tortuga se especializa más en la defensa y el contraataque que en el ataque en sí.

—Después tenemos el Clan de las Sombras, que se especializa fuertemente en el elemento del rayo. Sin embargo, el color de sus rayos es diferente al habitual; en lugar de ser azules o blancos, son de un color negro, más violentos y agresivos en comparación con un rayo común.

—También está el Clan de los Pétalos de Sangre, uno de los más poderosos y privilegiados, junto con el Clan Tigre Blanco y el Clan León del Fuego. Este clan está conformado exclusivamente por mujeres y se especializa en habilidades extrañas pero poderosas, ya que están fuertemente conectadas con los pétalos de sangre derivados del elemento viento, que pueden servir tanto para la defensa como para el ataque. Dicen que la mayoría de estas mujeres son muy hermosas, pero también peligrosas; así que, si te atreves a coquetear con una de ellas, podrías morir.

Yamato expresó esto último con una expresión de preocupación y miedo, mientras Saito lo miraba con atención, terminando de comer el pescado.

Continuó: "Después está el Clan Tigre Blanco, uno de los más fuertes y completos en términos de combate y habilidades, solo por debajo del Clan Seinshun. Las habilidades de los miembros de este clan están conectadas con el agua. Un dato curioso es que el líder de este clan, Yonko Kaneda, tiene como afinidad elemental particular un elemental de fusión conocido como 'elemento del hielo', que es la combinación entre el rayo y el agua.

—A continuación, el Clan León del Fuego, que es igual o incluso más fuerte que el Clan Tigre Blanco. Este clan se centra más en la ofensiva que en la defensiva, aunque también practica técnicas defensivas si la situación lo requiere. La mayoría de sus miembros son maestros elementales del fuego, y es raro encontrar a alguien con otro elemento.

—Y, por último, pero no menos importante, el legendario Clan Seinshun. Este clan, aunque carece de la riqueza o el prestigio de otros, compensa con habilidad. A diferencia de otros clanes, no dispone de tantas riquezas como el Clan de los Pétalos de Sangre o el Clan León del Fuego. Sin embargo, esto no significa que sea débil; al contrario, es, sin duda, el clan más completo y capaz en términos de combate. Este clan es experto en el dominio de todo tipo de armas, como cuchillos, espadas, lanzas y arcos.

—También poseen un gran dominio elemental y es común que los integrantes de este clan tengan dos afinidades elementales en lugar de una. Básicamente, quienes nacen en este clan son guerreros destinados a la lucha. Pero lo que hace famoso al Clan Seinshun no son solo sus habilidades con las armas o su dominio de los elementos naturales, sino una habilidad única que muchos clanes codician: el legendario Raisengan".

Saito se interesó por la palabra "Raisengan", ya que le parecía haberla escuchado en alguna parte. Preguntó al anciano: "¿Qué es el Raisengan, señor Yamato?".

Yamato respondió: "La verdad es que no sé mucho sobre el Raisengan, muchacho. Nunca lo he visto en persona; solo conozco lo básico y, honestamente, no he tenido tiempo de investigarlo a fondo debido a que tenía trabajo que hacer aquí".

Saito se quedó pensativo sobre lo que le había contado Yamato, especialmente acerca del Clan Seinshun y el Raisengan. Por alguna razón, esos nombres le resultaban familiares, aunque no podía recordar de dónde los había oído.

Al ver que no podía recordar, cambió de tema: "Señor Yamato, ¿sabe qué hay dentro de la ciudad?".

Con una sonrisa, Yamato respondió: "Por supuesto, chico. Esta ciudad, aunque no lo creas, se vuelve más hermosa a medida que te acercas al centro. Sin embargo, también puede volverse peligrosa, especialmente de noche, así que te aconsejo que no vayas a la ciudad sin supervisión".

—Bueno, niño, tengo que volver al trabajo, pero si quieres, puedes ayudarme en algo.

Saito se sorprendió de que Yamato lo necesitara para algo y continuó: "Tenía que vender estos peces hace unos minutos, pero mientras charlaba contigo se me fue el tiempo y ahora tengo que sacar algunos peces del agua, así que no tengo tiempo para hacer ambas cosas".

Saito se sintió culpable al escuchar eso, pensando que su conversación había impedido a Yamato cumplir con su tarea.

—Lo lamento mucho, señor Yamato —dijo Saito con tristeza en su voz.

Yamato, confundido, preguntó: "¿Por qué te disculpas, niño?". A lo que Saito respondió: "Es que por mi culpa usted no pudo vender esos peces".

—No te preocupes, niño. De todas maneras, son solo dos minutos de retraso; no es gran cosa. Además, disfruté nuestra pequeña plática, así que no te sientas culpable. Quería pedirte que, mientras yo esté en el Mar Dulce sacando peces, tú puedas llevar estas bolsas de pescado que saqué hace un rato —Yamato dijo esto mientras sacaba dos bolsas con peces ya muertos.

Al escuchar esto, Saito se sintió aliviado y tranquilo, sabiendo que no había problema, y con entusiasmo dijo: "¡Estaré dispuesto a ayudar en lo que pueda, señor Yamato! ¡Estoy emocionado por saber cómo es la ciudad!".

Yamato, con una sonrisa a medias, le dijo: "Está bien, aquí tienes los pescados en estas dos bolsas. Debes llevarlas a un restaurante con un letrero que dice 'Chacos', que está a solo unas calles de aquí. Dile a la dueña que Yamato Kimura te envió y que me disculpe por la tardanza. Solo debes seguir derecho y lo encontrarás".

Saito asintió con la cabeza mientras salía del barco y se dirigía hacia el lugar indicado, sin saber lo que le esperaba.

...Continuara....

La Vida de un Sobreviviente, Parte 2

Saito partió con la encomienda de Yamato, llevando consigo la carga de peces. El pescador lo observó alejarse con una sonrisa amplia, sintiendo un genuino afecto por el niño. Mientras lo veía perderse entre las calles, pensó con alegría:

"Ese chico... Parece que disfrutará recorriendo la ciudad por su cuenta. Probablemente termine haciendo lo mismo que yo en mi juventud. Je, je, je."

De repente, una idea se instaló en su mente.

"Tal vez debería proponerle que trabaje conmigo como pescador. Si mis sospechas son ciertas y ha sido abandonado, es probable que no tenga un lugar al que regresar. Dejarlo solo en la capital sería peligroso… Además, no me vendría mal algo de ayuda. Ya no tengo la fuerza de cuando tenía veinte años, y un joven enérgico como él podría aliviarme varias cargas."

Con esa reflexión en mente, el tiempo pasó sin que se diera cuenta.

...----------------...

Treinta minutos después, Saito llegó ante un modesto restaurante con un gran letrero que decía "Chacos", acompañado de la imagen de un pez. Desde afuera, el local parecía pequeño, y al entrar, comprobó que los muebles, aunque gastados y envejecidos por los años, estaban sorprendentemente bien cuidados. A pesar de la falta de mantenimiento evidente, el lugar tenía cierto encanto rústico.

Se acercó al mostrador, dispuesto a entregar el encargo, cuando de repente, una joven emergió de detrás de la recepción cargando una bolsa de harina. Su repentina aparición lo tomó por sorpresa, haciéndolo dar un paso atrás.

La chica, de aproximadamente dieciséis años, tenía el cabello negro y los ojos igualmente oscuros. Su piel clara y tersa reflejaba un cuidado meticuloso, y su porte desprendía una mezcla de sencillez y gracia. Vestía un uniforme de trabajo compuesto por un vestido negro y una bata blanca ceñida a la cintura, adornada con el emblema del restaurante: la figura de un pez.

La joven misteriosa dejó la bolsa de harina sobre el mostrador y, al levantar la vista, notó la presencia de un niño pequeño que la observaba con una mezcla de asombro y timidez. Su expresión de susto, contrastada con las dos bolsas blancas que sostenía con ambas manos, le pareció enternecedora.

Una sonrisa cálida se dibujó en su hermoso rostro antes de inclinarse ligeramente hacia él.

—¡Pero qué niño tan adorable! —exclamó con dulzura—. Nunca te había visto por aquí. ¿Te mudaste recientemente? ¿Quiénes son tus padres? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu nombre? ¿Tienes novia?

Saito quedó paralizado ante la ráfaga de preguntas. No sabía cuál responder primero, así que optó por las más esenciales.

—Lo siento, pero… no sé de dónde vengo ni quién soy. Solo vine a entregar esto que me pidió un señor llamado Yamato Kimura.

La sorpresa se reflejó en los ojos de la joven. Un niño sin recuerdos de su origen le parecía desconcertante, pero lo que más le llamó la atención fue el hecho de que Yamato lo hubiera enviado hasta su restaurante. Ese hombre no solía confiar en nadie, mucho menos en un niño tan pequeño e indefenso. ¿Quién era realmente este chico?

¿Será su nieto? —pensó ella, frunciendo ligeramente el ceño—. No lo creo… Yamato nunca tuvo hijos, que yo sepa. Quizás solo sea un niño que se ofreció a ayudarlo por dinero o algo similar.

Aún intrigada, la joven decidió hacer otra pregunta.

—¿Recuerdas al menos tu nombre o apellido?

El pequeño asintió.

—No recuerdo mi apellido… pero mi nombre es Saito. Así que, si quieres, llámame así.

La joven sonrió con ternura.

—Saito, ¿eh? Encantada de conocerte. Mi nombre es Izumi Izusuki.

El niño la observó con más detenimiento y, por primera vez, notó lo hermosa que era. Sus mejillas ardieron levemente, pero logró contener el rubor con gran esfuerzo.

Izumi retomó la conversación con una expresión amable.

—Entonces, viniste a entregar un recado en nombre de Yamato… ¿Eres su hijo o algún pariente suyo?

Saito negó con la cabeza.

—No, solo me pidió que trajera esto.

Dicho esto, levantó las bolsas que le había dado Yamato y se las mostró a Izumi. Ella las tomó y, al abrirlas, vio que contenían pescado fresco, aún conservando su brillo natural y sin ningún rastro de mal olor.

—Como siempre, de excelente calidad —comentó con una leve sonrisa.

Acto seguido, sacó una pequeña bolsa del mostrador y se la entregó al niño.

—Dásela a Yamato y dile que, como siempre, agradezco su mercancía.

Saito asintió y se giró para marcharse, pero antes de cruzar la puerta, Izumi lo detuvo con un comentario inesperado.

—Espero verte más seguido, Saito. Hace tiempo que no veía a un niño tan encantador como tú por estos lares.

El pequeño se giró con una sonrisa sincera.

—Yo también lo espero.

Izumi lo contempló en silencio por un momento antes de añadir, con una expresión juguetona:

—Ahora que te observo mejor… Para ser tan joven, eres bastante lindo y adorable. Tanto que me dan ganas de saltar el mostrador y comerte a besos.

Lo dijo con un tono pícaro, solo para molestarlo, esperando verlo avergonzado. Pero la respuesta de Saito la tomó por sorpresa.

—Si una jovencita tan hermosa como usted hiciera eso… no tendría ninguna objeción.

Izumi se quedó boquiabierta, sintiendo un leve calor subir a sus mejillas. Nadie, salvo su padre, la había elogiado con tanta naturalidad antes.

Saito, sin darle mayor importancia, le dedicó una última sonrisa antes de despedirse.

—Debo irme. Tengo que entregarle esto al señor Yamato. Cuídese mucho, señorita Izumi.

Y con esa despedida, salió del restaurante.

Izumi se quedó viéndolo marcharse, sumida en sus pensamientos.

—"Qué niño tan extraño… No recuerda quién es ni de dónde viene, pero tiene la educación y elegancia de un caballero. Algo que muchos hombres hoy en día no pueden presumir. Y además… es increíblemente lindo para su edad. Seguro lo será aún más cuando crezca."

Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al imaginarlo unos años mayor.

—"Si ese es el caso… entonces esperaré a que cumpla la mayoría de edad. Y cuando lo haga… lo haré completamente mío. Y eliminaré a cualquier solterona desesperada que intente arrebatármelo."

...Continuará....

La Vida de un Sobreviviente, Parte 3: El Pasado de Yamato (1)

Habían pasado treinta minutos desde que Saito salió del restaurante de Chacos para dirigirse al muelle, donde Yamato lo esperaba. Desde su barco, el viejo pescador observó al joven regresar con paso ligero y una expresión de satisfacción en el rostro.

—¡Señor Yamato! —exclamó Saito con entusiasmo—. Ya terminé con el encargo que me pidió. ¿Necesita que haga algo más?

Yamato le devolvió la sonrisa mientras maniobraba el timón.

—¡No, muchacho! Ya hiciste suficiente por hoy. Pero, en realidad, estaba esperándote para hablar de algo importante.

Saito arqueó una ceja, intrigado.

—¿Puedo preguntar de qué se trata, señor Yamato?

El pescador negó con la cabeza.

—Ahora no es el momento, Saito. Déjame atracar el barco y podremos hablar con más calma.

Saito asintió y aguardó en la orilla mientras Yamato aseguraba el barco con el amarre. Una vez en tierra firme, el viejo pescador se acercó con una expresión más seria, pero aún amigable.

—Veo que cumpliste con tu encargo. Dime, ¿conociste a Izumi?

Saito asintió.

—Sí, señor.

El interés en la mirada de Yamato se intensificó.

—¿Y qué te pareció?

Saito titubeó un instante antes de responder.

—Es… interesante.

Yamato soltó una carcajada.

—¿Verdad que sí? Puede ser encantadora, sobre todo con los hombres guapos. Aunque, si te soy sincero, no hay muchos por aquí.

Saito sonrió divertido ante el comentario, pero pronto recordó que Yamato tenía algo importante que decirle.

—Señor Yamato, mencionó que quería hablar conmigo. ¿De qué se trata?

El pescador asintió, cruzándose de brazos.

—Es algo en lo que he estado pensando desde hace un tiempo, y creo que te podría beneficiar bastante.

El interés de Saito creció, atento a cada palabra.

—Pero antes de eso —continuó Yamato—, será mejor que hablemos en mi barco. El viento empieza a enfriarse y no quiero pescar un resfriado. Además, te vendría bien un té caliente.

—¡No tengo problema con eso! —respondió Saito con entusiasmo—. Me dará gusto escuchar lo que quiere decirme.

Yamato sonrió, complacido con la actitud del muchacho, y ambos subieron a la embarcación.

Una conversación importante

Unos quince minutos después, Saito sostenía entre sus manos una taza de té humeante, disfrutando del calor reconfortante. Mientras tanto, Yamato tomaba asiento frente a él, listo para plantearle su propuesta.

—Bueno, niño, como te dije, he estado pensando en esto, y creo que podría ser una buena idea que trabajes conmigo como pescador. Al menos hasta que encuentres a tus padres o algún pariente tuyo.

Saito parpadeó, sorprendido. No esperaba una oferta así.

—¿Qué dices? —preguntó Yamato con una sonrisa—. No es un mal trato, ¿verdad?

Saito bajó la mirada, algo dubitativo.

—Pero, señor… ¿no sería una molestia para usted? No sé nada sobre pesca, nunca he atrapado un solo pez en mi vida.

Yamato soltó una carcajada.

—¡Bah! Eso no es problema. Yo me encargaré de enseñarte. Todos empezamos sin saber nada, niño. Además, si no tienes dónde dormir, puedes quedarte aquí en el barco. Tengo dos camas, una al lado de la otra.

Saito se quedó en silencio por un momento, asimilando la oferta. No tenía un hogar, y la posibilidad de un techo y compañía era más de lo que podía haber esperado. Sin embargo, una duda persistía en su mente.

—¿Está seguro de que no seré una carga para usted, señor Yamato?

El viejo pescador sonrió con paciencia.

—¿Por qué lo serías? No eres la primera persona que invito a quedarse aquí.

Aquellas palabras despertaron la curiosidad de Saito.

—¿Entonces… usted ya vivió con alguien más en este barco?

—Así es, niño —asintió Yamato—. Hace años, vivía aquí con mi familia. Fueron los mejores tiempos de mi vida.

Saito frunció el ceño, sintiendo un ligero nudo en el estómago. Si tenía familia… ¿dónde estaban ahora? La ausencia de otras personas en la embarcación era evidente.

Vacilante, preguntó:

—Señor Yamato… No quiero incomodarlo, pero… ¿qué pasó con su familia?

El viejo pescador lo miró en silencio por unos segundos, lo que hizo que Saito se removiera en su asiento. Finalmente, Yamato exhaló con una leve sonrisa melancólica.

—Esa… es una historia larga. Pero si quieres, puedo contártela.

Saito asintió con interés.

—Muy bien… —dijo Yamato, acomodándose en su asiento—. Supongo que lo mejor será empezar por el principio… el día en que conocí a mi esposa.

El pescador esbozó una sonrisa nostálgica antes de continuar:

—Esto fue hace treinta y tres años, en mis días de juventud, cuando era más alto, más fuerte… y, si me lo preguntas, más atractivo que ahora. Aunque, claro, en ese entonces aún conservaba todo mi cabello.

Saito soltó una pequeña risa, mientras Yamato se pasaba la mano por la cabeza, donde el cabello escaseaba.

La historia apenas comenzaba.

—Hubo un tiempo en el que viví en una ciudad muy lejana a esta —comenzó Yamato, con la mirada perdida en el vaivén de las olas—. En aquel entonces, tuve que arreglármelas por mi cuenta.

Hizo una pausa, como si el peso de los recuerdos lo abrumara por un momento.

—Perdí a mis padres a causa de una neumonía. Fue algo rápido, implacable… y antes de darme cuenta, me quedé completamente solo. Lo único que me quedó de ellos fue este barco, el mismo en el que estamos ahora.

Saito escuchaba en silencio, sin interrumpir.

—Eran tiempos difíciles. Estaba destrozado, sin ganas de hacer nada. Había días en los que ni siquiera quería levantarme… simplemente deseaba desaparecer, o morir.

El viejo pescador suspiró y sonrió con amargura.

—Pero entonces recordé algo que mi padre solía decirme cuando enfrentaba problemas: "La vida no siempre es color de rosas, hijo. Habrá momentos en los que te sentirás débil y solo, en los que pensarás que ya no puedes más. Pero al final, solo tú puedes decidir: levantarte y fortalecerte en el dolor, o rendirte y perecer en él."

Saito sintió un escalofrío. Aquellas palabras, aunque simples, tenían un peso enorme.

—Así que tomé una decisión —continuó Yamato—. En lugar de seguir llorando y lamentándome por lo sucedido, debía levantarme y hacerme más fuerte, tal como mi padre siempre decía. Dejé de hundirme en la tristeza y salí a pescar, porque la comida no iba a llegar sola.

El pescador sonrió con nostalgia.

—Me alejé bastante de la costa, buscando un buen lugar para lanzar la red. Justo cuando estaba a punto de hacerlo… vi algo que me dejó helado.

Saito se inclinó ligeramente hacia adelante, intrigado.

—Allí, flotando boca arriba en el agua, había una chica inconsciente.

El joven abrió los ojos con sorpresa.

—Llevaba un hermoso vestido rojo con dibujos de pétalos. Parecía tener mi edad, quizás un poco menos… pero lo que más me impactó fue su belleza. Nunca había visto a una mujer así.

El tono de Yamato se volvió más suave, casi reverente.

—Tenía el cabello rojo como el fuego, una piel increíblemente clara y bien cuidada, y pestañas cortas que realzaban aún más sus rasgos. No tenía un cuerpo voluptuoso, pero eso no importaba… su rostro era simplemente perfecto.

Saito tragó saliva, imaginando la escena.

—No podía dejarla ahí, así que la subí a mi barco. No tenía idea de quién era ni cómo había terminado en el mar, pero en ese momento solo pensaba en salvarla.

Yamato se quedó en silencio por un momento, perdido en sus recuerdos.

—Ese día… cambió mi vida para siempre.

Saito no dijo nada. Solo esperó, ansioso por escuchar el resto de la historia.

—Cuando la saqué del agua, noté algo alarmante: tenía una gran quemadura en la espalda.

El tono de Yamato se tornó serio.

—No tenía idea de lo que le había ocurrido, pero sabía que debía actuar rápido. La llevé a mi cama y traté sus heridas lo mejor que pude. Sin embargo, pronto comenzó a arder en fiebre, y al no tener medicinas en el barco, no me quedó otra opción que volver a la ciudad para conseguir antibióticos.

Saito escuchaba con los ojos muy abiertos, completamente atrapado en la historia.

—Corrí por las calles como un loco, comprando todo lo necesario: vendajes, desinfectante y medicamentos para la fiebre. No podía perder tiempo. Apenas tuve lo necesario, volví al barco lo más rápido que pude.

Yamato respiró hondo, recordando la escena.

—Cuando llegué, la encontré aún peor. Su piel estaba roja, su respiración agitada… la fiebre la estaba consumiendo. No podía permitir que muriera después de haberla sacado del agua.

El pescador apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos.

—Tomé el desinfectante y limpié la herida de su espalda con cuidado. En cuanto el líquido tocó su piel, dejó escapar un gemido de dolor. Pero no podía detenerme, tenía que evitar una infección. Después de desinfectarla, la vendé con sumo cuidado… sin desvestirla.

Saito lo miró con curiosidad.

—Mi padre siempre me decía que a una mujer se le debe tratar con amor y respeto —explicó Yamato—. Y desnudarla sin su consentimiento habría sido ir en contra de los valores que me inculcó.

El joven asintió, comprendiendo la importancia de aquellas palabras.

—También le preparé una sopa caliente y coloqué el medicamento a su lado, en caso de que despertara. Lo único que podía hacer era esperar.

Yamato esbozó una sonrisa nostálgica.

—Cuando estaba a punto de cambiar la toalla húmeda que le había puesto en la frente para bajar la fiebre… de repente, abrió los ojos.

Saito contuvo la respiración.

—Antes de que pudiera decir una palabra, vi un destello de acero.

Yamato hizo un gesto con la mano, como si estuviera sosteniendo algo invisible.

—Sacó una daga que había mantenido oculta en las mangas de su ropa y, en un abrir y cerrar de ojos, la afilada punta estaba contra mi cuello.

El pescador rió entre dientes.

—Y con una voz amenazante, me preguntó: "¿Quién eres?"

Saito tragó saliva. No esperaba ese giro en la historia.

—¿Y qué hiciste? —preguntó ansioso.

Yamato sonrió con picardía, disfrutando de la reacción del muchacho.

—Bueno… eso, muchacho, es otra parte de la historia.

Saito se quejó, pero Yamato solo soltó una carcajada antes de continuar.

...Continuará....

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