El 11 de Julio de 1991 nació una hermosa bebé en un pequeño pueblo de Alemania, con el cabello blanco como la nieve. Ese mismo día ocurrió un eclipse total, acompañado de un enjambre sísmico que estremeció toda Europa y fue seguido por un tsunami, anunciando la llegada del caos encarnado al mundo.
Cuando cumplió un mes, su madre comenzó a preocuparse. La bebé no había crecido mucho, y ni siquiera le habían salido los dientes. Sus hermanos también notaron la diferencia. Sin embargo, esto se debía a que era una híbrida: mitad humana, mitad demonio. Su desarrollo físico y mágico era mucho más lento que el de los demonios, quienes maduraban a un ritmo acelerado, muy distinto al de otras razas. Ella no caminó hasta los nueve meses, ni habló con fluidez hasta el primer año. Al cumplir dos años, apenas manejaba nociones básicas de magia.
Su cuerpo era débil. Solo con usar una pequeña cantidad de energía mágica, colapsaba con fiebre, lo que la hacía inútil en el combate cuerpo a cuerpo.
El dominio de las sombras era el elemento distintivo de su familia. Con él, podían realizar prodigios si se refinaba. Magias como la antigua “Plaga”, heredada por su primo Carlos, o el arte de los títeres sombríos, que su hermana Ágata dominaba con destreza para crear criaturas de sombra sólida. Pero la técnica más codiciada era la del cambio de forma, perfeccionada por su hermano mayor Erick, una habilidad compleja que incluso su madre tardó años en controlar.
Su padrastro, padre sanguíneo de la híbrida, era un antiguo mago que vivía entre los demonios para estudiar su cultura, ya casi extinta. Al tener una hija con la líder del clan, se le permitió profundizar en sus tradiciones. Como investigador, también asumió la responsabilidad de cuidar la salud de su hija, quien se sentía excluida por ser diferente. A pesar de que los demonios podían mimetizarse con los humanos gracias a su cabello negro y ojos grises, ella no compartía esa apariencia.
A los tres años, su tío le obsequió un libro de brujería básica comprado en el barrio Negro de la capital de Letonia, Riga. En él se incluían hechizos simples que le permitían canalizar magia en objetos sin sufrir colapsos ni dañar su cuerpo. Aunque a su padre no le agradó inicialmente, al ver que su hija podía usar los hechizos con cuidado, decidió instruirla más en el arte mágico. No creyó que fuera peligroso… hasta que, en su quinto cumpleaños, todo cambió.
Eran las 9:30 de la mañana cuando la pequeña Lilibeth salió a hacer las compras de la semana, ajena a que su familia estaba organizando una fiesta sorpresa por su cumpleaños.
Aunque tenía apenas cinco años, Lilibeth aparentaba doce. Su cabello blanco, trenzado con delicadeza, se ocultaba bajo la capucha de una capa negra. Llevaba un vestido de cuadros verdes, pantimedias oscuras y unas botitas de nieve que la hacían parecer una muñeca encantada paseando por las calles del pueblo de Talsi, Letonia. Su familia se había mudado allí apenas un mes antes, sin saber que en las afueras del pueblo se encontraba una instalación secreta de los Nefilianos.
—Buenos días, señorita —la saludó amablemente el panadero, un hombre de 34 años con dos hijos y una esposa que olía siempre a bizcocho recién horneado.
—Buenos días —respondió ella en su idioma, entregándole una lista escrita por su hermano.
—Veamos… —murmuró el hombre, revisando el papel. —Dame un segundo —le sonrió antes de desaparecer en la cocina, donde su esposa horneaba.
Los minutos pasaron, y la niña permanecía de pie frente al mostrador. El local se sumió en un inquietante silencio.
El sonido de un cascabel al abrirse la puerta rompió la quietud. Lilibeth giró apenas el rostro, observando de reojo al hombre que acababa de entrar. Tenía cabello castaño claro, ojos dorados y piel nívea. Estimaba que tendría entre 25 y 28 años. Vestía un pantalón azul oscuro, un abrigo negro y una camisa blanca. Sobre la bufanda gris que llevaba al cuello, lucía un pin dorado con dos alas y una espada entre ellas.
—Buenos días, jovencita —dijo el hombre, posicionándose a su lado.
—Buenos días —respondió Lilibeth sin bajar la guardia, inquieta por el aura divina que aquel hombre emanaba.
—¿Estás sola? —preguntó, sin apartar la mirada de la puerta de la cocina.
—No —respondió con firmeza, jugando con los abalorios de cristal en su pulsera.
—¿En serio? —la miró de reojo.
—Sí —dijo, tomando una piedrita entre los dedos.
El ambiente se volvió denso. Ni el panadero ni su esposa habían salido de la cocina tras oír el cascabel. Un presentimiento oscuro se instaló en el pecho de la niña.
—Tú tampoco estás solo, ¿verdad? —susurró Lilibeth, clavando sus ojos en la aureola del hombre.—No —respondió él antes de atacarla con un paralizador.
—Ya veo —murmuró ella, justo antes de romper una esfera de cristal de su pulsera.
Al hacerlo, la magia contenida se liberó de inmediato, formando un escudo resplandeciente que la rodeó por completo. Sin perder tiempo, sacó un pequeño tubo de cristal con un líquido azul brillante y lo lanzó hacia el hombre. Él lo esquivó hábilmente, dejando que el tubo se estrellara contra el suelo. Al romperse, un humo azul comenzó a extenderse, congelando lentamente el ambiente y obligándolo a retroceder.
Aprovechando el momento, Lilibeth corrió hacia la cocina. Lo que encontró allí la dejó paralizada por unos segundos: el panadero y su esposa yacían sin vida, apuñalados con sus propios cuchillos de cocina. La escena era silenciosa, horrenda. La niña se tapó la boca con ambas manos, ahogando un grito que le quemaba la garganta.
Pasó rápidamente entre los cuerpos, intentando alcanzar la puerta trasera. Pero al mirar por la rendija, notó a dos hombres extraños vigilando desde afuera.
Lilibeth buscó un escondite mientras una idea surgía en su mente. Encendió los hornos deliberadamente, dejando que el gas empezara a llenar el local. Entonces, rompió otra cuenta de cristal en su pulsera. Esta liberó una ráfaga de chispas que, al entrar en contacto con el gas, provocaron una explosión fulminante. Las llamas se expandieron violentamente, y los pobladores salieron alarmados a la calle al escuchar el estruendo.
Gracias al escudo mágico que aún la protegía, la niña salió del lugar ilesa y, al romper otra cuenta de la pulsera, se volvió invisible.
Llegó a casa sin ser detectada y corrió hacia sus padres para contarles lo ocurrido. Al describir al hombre de la panadería, sus padres reaccionaron de inmediato.
—¿Quién era esa persona? —preguntó Lilibeth, notando que sabían más de lo que decían.
—Son personas peligrosas —respondió su padre con el rostro serio, sin rodeos. Luego se giró hacia Erick—. Preparen todo. Nos marcharemos en cuanto el sol caiga… y prepárense para pelear.
—Sí —respondieron los niños al unísono, dirigiéndose a sus habitaciones para alistarse.
Su madre se acercó a Lilibeth y le colocó un collar con una gema roja que irradiaba calor.
—Quédate cerca de Erick. Por ningún motivo te alejes de él.
—Sí —dijo la niña con dulzura, intentando ocultar el miedo que empezaba a apoderarse de su corazón.
Mientras los niños se preparaban para partir, Víctor y el hermano mayor de su esposa permanecían atentos, observando los alrededores desde la entrada de la casa.
—Cuñado… ¿puedes hacerme un favor, si no logro salir de esta? —preguntó en voz baja.
—Claro —respondió Víctor, con tono relajado pero curioso.
—Cuida de mi hijo.
Al oír eso, Víctor se detuvo, girando para mirarlo con seriedad.
—¿Estás seguro? No me malinterpretes, pero dudo que a tu hijo le agrade esa idea.
—Carlos puede ser frío, distante… —suspiró— pero te respeta. Mi hermana ha sido una madre pésima, así que tú eres la mejor opción. Eres más responsable que ella.
—No te puedo negar eso —dijo con una breve risa—. Lo ayudaré, lo suficiente para que pueda valerse por sí mismo.
—Gracias —murmuró, desviando la mirada—. Ya vienen…
—Nueve… trece… quince —contó, observando a los cazadores que comenzaban a rodear la propiedad.
—Yo los distraeré. Tú crea una salida segura para los niños.
—Entendido.
Dentro de la casa, Erick se acercó a su hermana menor y le entregó un cuchillo de combate envainado.
—Toma —dijo, colocándoselo cuidadosamente en las manos—. No te alejes de mí, pero si nos llegan a rodear… usa esto para protegerte.
Lilibeth recibió el arma. Sintió el peso metálico entre sus pequeñas manos, y su pecho se apretó con sólo imaginar la posibilidad de tener que hundirla en el cuerpo de alguien.
—No tengas miedo —intentó consolarla Erick, aunque su propia voz traicionaba la inquietud que lo embargaba—. La primera vez… puede ser difícil.
O al menos, eso intentaba cree.
Ágata tenía dos años más que Lilibeth. Su cuerpo era ágil y su talento para el control de sombras, sobresaliente. Todo lo contrario a su hermana menor, a quien constantemente protegían por su escasa naturaleza demoníaca.
—Cuando llegue el momento, no puedes dudar, o terminarás muerta —le dijo Ágata a Lilibeth, que no dejaba de temblar. Se arrodilló frente a ella, sujetándola por los hombros—. Va a ser difícil… puede que perdamos a alguien. Mantente cerca. Y si ya no puedes correr, debes luchar. ¿Entiendes?
—Lilibeth, debes ser fuerte, ¿me escuchaste? Eres un demonio. Una Stanley.
—Sí… —susurró Lilibeth, tratando de calmar el temblor que recorría su cuerpo.
Erick apareció en la puerta, con una mochila a la espalda.
—Todo listo —anunció con firmeza—. Víctor y el tío Caín abrirán una brecha para que podamos escapar. Irán detrás de nosotros, eliminando a quienes nos persigan. Manténganse unidos, recuerden el entrenamiento.
—Todo está preparado —afirmó Charlotte, dirigiéndose a su hermano y a su esposo—. Podrán con ellos.
—Son cazadores de nivel medio —resopló Víctor con desdén—. Están tras los niños… —la miró, tenso—. Nosotros seremos la carnada. Ustedes deben alejarse lo más que puedan.
—Muy bien —dijo Charlotte, dándole un beso en la mejilla—. Los niños están preparados, incluso para pelear. Pero si van por Lilibeth… no permitiré que se acerquen a ella.
—Sé que no hace falta decirlo —respondió Víctor, colocando una mano sobre su cabeza—. Pero ten cuidado.
—No comiencen con sus cursilerías —interrumpió Caín, rompiendo el momento con su voz áspera.
—Siempre matas el ambiente —replicó Charlotte, sonrojada—. No me sorprende que Yaritza te haya dejado.
—Para empezar, ella era humana —respondió Caín con indiferencia—. Tenía una vida normal. Su frágil cuerpo jamás habría soportado una existencia como la nuestra.
—Tu hermano tiene razón —agregó Víctor, observando con atención los movimientos de los enemigos tras las ventanas—. El acuerdo de paz entre las razas se rompió con el nacimiento de Lilibeth. Ningún bando ha querido ceder. Otros han formado alianzas con los humanos... Todos se preparan para una guerra entre las sombras. Esto… esto apenas comienza.
—¡En marcha! —ordenó Erick, asumiendo el liderazgo con voz firme.
Ágata y Lilibeth corrieron al centro de la formación, Carlos justo detrás. Cada uno llevaba una mochila de viaje y una capucha que ocultaba sus rostros. Eran tres sombras en movimiento, preparadas para lo inesperado.
—Vamos —les indicó su madre, guiándolos hacia la puerta trasera—. Cuando dé la señal, corran al bosque. Y por nada en el mundo miren atrás. ¿Entendido?
—Sí —respondieron al unísono, con la respiración contenida.
En ese instante, una violenta explosión sacudió la entrada principal, seguida por una ráfaga de disparos automáticos. El suelo tembló bajo sus pies, y varios árboles fueron arrancados por la fuerza de la detonación.
—¡Ahora! —exclamó Charlotte con urgencia.
Los niños salieron disparados como proyectiles entre el polvo y el viento. En medio del caos, lograron cruzar el umbral y adentrarse en el bosque, mientras su madre enfrentaba a las "moscas" con furia desatada.
—¡No se detengan! —gritó Erick, desenfundando su espada al ver dos cazadores bloqueándoles el camino con armas de largo alcance.
Las balas surcaron el aire, pero Erick las cortó una a una con precisión letal. Con un solo movimiento, cercenó a ambos enemigos, bañando la tierra en sangre. Lilibeth, horrorizada por la visión, sintió la náusea subir por su garganta, pero se obligó a contenerse. No podía ser una carga.
A lo lejos, el sonido de las balas se mezclaba con nuevas explosiones que hacían temblar el terreno y derrumbaban las arboledas. Los gritos eran cada vez más intensos, provenientes de las criaturas invocadas por su madre: monstruos de sombra que mantenían a raya a los cazadores, comprando tiempo.
—¡No te detengas! —le exigió Carlos al notar que Lilibeth comenzaba a quedarse atrás.
Exhausta y sin aliento, la pequeña avanzaba apenas gracias a los talismanes que amortiguaban el dolor. Pero su cuerpo no era invencible, y las señales de colapso eran inminentes.
Ya no puedo. Pensó. Duele… pero tengo que seguir.
Se repetía a sí misma mientras forzaba sus piernas a moverse, empujada por pura voluntad.
—¡Cuidado! —gritó Erick, lanzándose frente a Ágata justo cuando un cazador disparaba directo a su pecho.
La bala impactó. Ágata cayó como una marioneta rota.
Lilibeth quiso ayudarla, pero al separarse de Carlos, una bala atravesó su cuello, y otra sus piernas. Cayó a escasos centímetros de su hermana, jadeando, sangrando, apenas consciente.
—¡Lilibeth! —gritó Ágata, su voz quebrada por la furia. Las sombras que la rodeaban comenzaron a agitarse, descontroladas, vibrando con un poder ancestral que jamás había logrado dominar.
En medio de la oscuridad, la pequeña aún podía oír los gritos desesperados de su hermana, pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapada en un abismo silencioso.
—¿Por qué…? —rugía desde lo más profundo de su ser. —¿Por qué no puedo ser más útil? Su desesperación encendió la oscuridad que empezaba a cubrir su alma como un manto venenoso. —Ya no quiero tener miedo… Quiero ser fuerte. Quiero ayudar. No quiero ser una carga...
—Si eso es lo que deseas, puedo ayudarte a conseguirlo —le respondió una voz extraña, surgida del abismo que brotaba desde su sombra.
—¿Quién eres...?
—Soy tú. Y tú eres yo —la voz susurró, mientras unas manchas negras, en forma de enredaderas, comenzaban a cubrir su cuerpo sin que ella lo notara—. Tú naciste en la luz… y yo en la oscuridad.
—¿Si te doy mi lugar… podré ver a mi familia otra vez?
—Yo solo quiero divertirme un poco. No pienso quedarme allí demasiado tiempo.
Lilibeth, vencida por el deseo de dejar de sufrir, respondió con voz quebrada:
—Si es así… está bien.
En ese instante, la sombra cubrió por completo su rostro, y el blanco níveo de su cabello se tornó negro profundo. Sus heridas se cerraron sin dejar rastro. Los talismanes ya no eran necesarios: el dolor había desaparecido por completo.
Se incorporó del suelo y se sacudió el polvo, en medio de la lluvia de balas. Ninguna la tocaba; flotaban sin fuerza al chocar contra el escudo que ella misma había creado.
—Qué divertido… —musitó con alegría, al ver el caos que su hermana había desatado.
Frente a ella se desplegaba un mar de oscuridad. Manos negras emergían del suelo, desgarrando todo a su paso. Cuando Ágata perdía el control, se volvía una bestia salvaje que no distinguía entre amigos o enemigos. Erick y Carlos luchaban por detenerla.
—¿Debería ayudarlos? —dijo Lilibeth, pensativa. Al ver un pequeño grupo de cazadores acercándose, decidió dejar a Ágata en manos de sus hermanos mientras ella… se entretenía.
Dio un paso al frente. Un cazador la apuntó, pero antes de apretar el gatillo, sus brazos se separaron de su cuerpo. Cayó de espaldas sin comprender qué había pasado.
Los demás abrieron fuego, pero las balas quedaron suspendidas en el aire. Lilibeth las observó con una sonrisa torcida. Una por una, jugó con ellos. Cada cazador que intentaba acercarse terminaba mutilado, mientras sus hermanos permanecían dentro del escudo que ella había invocado.
Cuando no quedó ninguno en pie, se acercó al cuerpo de uno de los más jóvenes. Con delicadeza brutal, retiró la tela que lo cubría, hundió los dientes en su carne y saboreó la sangre aún caliente.
—Qué rico… —murmuró, al tragarse un trozo de carne—. Jugoso. Dulce…
—¡Maldito monstruo! —exclamó el cazador al que le había amputado los brazos, aún vivo.
Lilibeth, al verlo de pie, se limpió la sangre de la boca y se echó a reír.
—¡Qué bien! ¡Sigues vivo!
Se acercó con paso calmado, mientras el hombre retrocedía por puro instinto.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?
Al no obtener respuesta, suspiró con desdén.
—Si así lo quieres…
Alzó una mano. Una ráfaga de viento surgió al mover la muñeca y lanzó al cazador contra un árbol, donde cayó sentado y aturdido. A pesar del dolor, intentó levantarse, pero Lilibeth lo interceptó, sonriendo con una expresión espeluznante.
—Gracias por la comida…
Sus dientes se clavaron en la piel del hombre, desgarrándolo con voracidad, devorándolo hasta silenciarlo por completo.
—Lilith…
Abrió los ojos como si emergiera de un sueño larguísimo, profundo, imposible de medir. La joven bruja se incorporó lentamente en la cama del hospital, sintiendo el cuerpo pesado, entumecido… como si hubiera dormido durante un año.
Su larga cabellera blanca cayó por sus hombros como un velo espectral mientras miraba sus propias manos, apenas capaces de moverse. Sus dedos estaban rígidos, adormecidos. A su alrededor, la habitación estaba en penumbra. Dos bolsas de suero colgaban de una percha metálica. La máquina que monitoreaba sus signos vitales emitía pulsos constantes. Las ventanas estaban cerradas, pero las persianas permanecían abiertas, revelando un cielo gris y encapotado, surcado por relámpagos silenciosos.
—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —susurró, sin levantar la voz. Miró de reojo al pequeño zorro que estaba acurrucado junto a sus pies.
—Dos semanas. Eso fue lo que escuché —respondió él, moviendo sus múltiples colas con calma sobrenatural.
Lilibeth lo contempló durante unos segundos, intentando recordar su nombre. Frunció el ceño. Al no encontrarlo en su memoria, se rindió y lo preguntó directamente:
—¿Cómo te llamas?
—Ziel. Ese es el nombre que ella me dio.
—Lilith… —cerró los ojos unos segundos, intentando sentir a su otra mitad—. Entiendo. Aún está dormida.
Lo miró directamente, con la mirada opaca de quien carga recuerdos incompletos.
—Tú sabes quién soy.
—¿No lo recuerdas? —Ziel se puso de pie y caminó hacia ella.
—Te lo pregunto porque recuerdo haber escuchado tu voz… mientras dormía en el abismo.
—Lo comprendo. Aunque no creí que despertaras tan rápido.
—Yo tampoco… —su voz se apagó como una vela. Apretó las sábanas con ambas manos, desbordada por pensamientos que aún no podía ordenar—. Para ser honesta… no esperaba volver a despertar.
—¿Pretendías entregarle el cuerpo a ella?
—Ya no tenía razón para seguir…
Ziel se acomodó frente a ella con la serenidad de quien ha estado esperando este momento.
—Vi algunos de tus recuerdos mientras dormías. Tengo una duda… —dijo con cautela.
—Es por los fragmentos.
—Sí. ¿Acaso tú los borraste antes de cederle el control?
—No… —Lilibeth apartó el cabello de su rostro, pensativa—. Es complicado. Lilith y yo compartimos el mismo cuerpo… pero nuestras personalidades son completamente diferentes. Cuando ella toma el control, cubre el cuerpo con un manto de oscuridad.
—Como una transformación.
—Sí. Y debido a eso… nuestra memoria queda dividida. Muchos de mis recuerdos permanecen sellados hasta que retomo el control. Y lo mismo ocurre con ella. Hay cosas que no logro recordar de los últimos años… como el hecho de que tengo un familiar.
—Eso explica muchas cosas.
—Debió ser difícil lidiar con ella. Suele jugar con las vidas de las personas como si fueran piezas de ajedrez.
—No fue tan malo. Pero ahora que estás tú… no sé si las cosas cambiarán.
—Yo no soy ella. No me gusta lastimar a otros sin un motivo. —Se incorporó con esfuerzo, sintiendo el frío del suelo pese a las medias que aún llevaba puestas—. Mi cuerpo sigue débil…
El pijama del hospital era largo y rosa pastel, lo que acentuaba aún más la palidez de su piel. Al intentar caminar, perdió el equilibrio y regresó sentada al borde de la cama.
—¿Quieres mi ayuda? —preguntó Ziel con suavidad.
—No… tú también acabas de despertar. No quiero que malgastes la poca energía que tienes en mí.
—Soy tu guardián.
—Eres su guardián —le lanzó una mirada triste que lo desconcertó.
Volvió a intentarlo. Con esfuerzo logró ponerse de pie y dar dos pasos hasta recostarse contra la pared del baño. Al entrar, se miró al espejo justo cuando la luz titilaba y se apagaba.
Su reflejo era extraño: rostro demacrado, cabello alborotado. Había perdido peso, y la prominencia de su clavícula lo evidenciaba. Sin embargo, también había crecido. Ya no tenía cuerpo de niña: algo había cambiado.
—Deberías cambiarte si aún quieres dar un paseo por las calles —comentó Ziel, ahora en su forma humana, mientras le extendía la ropa que habían dejado sobre uno de los muebles.
—No es justo… —lo miró sorprendida al verlo en esa forma—. Eres más guapo de lo que imaginaba.
Él se rió con picardía y preguntó con tono juguetón:
—¿Quieres que te ayude a vestirte?
—No —dijo ella rápidamente, sonrojándose mientras tomaba la ropa y le cerraba la puerta en la cara.
—¿Segura? —preguntó Ziel apareciendo detrás de ella, cruzando dimensiones con naturalidad.
—¡No hagas eso! —lo regañó, abrazando la ropa contra su pecho.
—¿Estás segura de que puedes hacerlo sola? Apenas puedes mantenerte en pie. ¿Podrás quitarte el pijama y ponerte esto sin caer?
—¡Sí puedo! —sus mejillas se encendieron aún más. Después, con tono acusador, añadió—. ¿También ayudabas a ella a vestirse?
—No. Pero la he visto desnuda. La verdad, no siento interés sexual por ninguna de las dos. Pero como guardián, tengo el deber de cuidarlas.
—¿Lo dices en serio? —todavía dudosa, lo observó sin decidir si confiar plenamente o no.
—¿Si quieres, cambio de forma? —dijo él, suspirando antes de transformarse en una mujer de rasgos similares a los de ella, con voz distinta pero el mismo aura reconocible.
—Supongo… —le entregó la ropa con timidez.
Se quitó el pijama lentamente, mientras Ziel usaba un paño húmedo para limpiar suavemente su cuerpo. Después le ayudó a colocarse el sostén, y finalmente el vestido corto de manga larga en tono verde olivo. La falda de vuelo se extendía con elegancia cuando se movía, dándole un toque sofisticado. Ziel la ajustó con cuidado, permitiendo que los hombros quedaran a la vista.
Le colocó unas botas negras que llegaban justo a las rodillas, estilizando sus piernas y complementando con fuerza el vestido.
Dejó el cabello suelto, con una trenza delicada sobre las orejas. El cascabel en la oreja derecha tintineaba sutilmente al moverse.
—Listo —dijo Ziel con orgullo.
—Gracias…
—De nada —respondió con dulzura, tomándole la mano—. Es hora de irnos.
—Sí.
Apareciendo sobre el techo del hospital, la joven bruja se sorprendió al contemplar la vista que tenía frente a ella. El pueblo resplandecía con luces cálidas y estaba lleno de vida, a pesar de las densas nubes oscuras que lo cubrían como un manto silencioso.
—Debe ser temprano todavía —comentó Ziel, retomando su forma masculina—. Normalmente este lugar queda en silencio después de la medianoche.
—No percibo muchos humanos aquí —murmuró ella, observando atentamente el entorno.
—Estamos en Caronte, un pueblo oculto entre las montañas de España.
—¿España? —exclamó Lilibeth con sorpresa—. ¿Cuándo… cómo… por qué?
—No lo sé con exactitud, pero por lo que escuché, tú y tu familia se metieron en muchos problemas, y ahora están aquí.
—¿Mi familia...? Se reunieron…
Ziel notó cómo su tono se apagaba de nuevo, y rápidamente trató de cambiar el tema.
—¿Por qué no caminamos un poco?
—Está bien —dijo ella, dándose pequeñas palmadas en las mejillas para sacudirse los pensamientos tristes—. Vamos.
Ziel la cargó entre sus brazos con naturalidad, y saltó desde la terraza hasta una rama cercana. Después, dio otro salto hasta el techo de un local, y finalmente cayó suavemente en un estrecho callejón oscuro. Una vez allí, la dejó de pie con cuidado, y tomándole la mano, la condujo por una red de pasajes estrechos hasta llegar a la plaza comercial.
Lilibeth no pudo disimular su fascinación. Sus ojos se abrieron como si descubrieran un mundo nuevo: seres no humanos se movían por todos lados, en plena armonía.
Mientras caminaba aún tomada de la mano de Ziel, empezó a sentir cómo la energía retornaba a su cuerpo. La presencia del zorro le proporcionaba estabilidad.
—¿Eso es… un perro caminando en dos patas? —murmuró asombrada, observando a un hombre con apariencia humanoide, peludo pero vestido con sorprendente elegancia—. Allí hay otro… y otro más por allá...
—Aquí conviven muchas razas —explicó Ziel con naturalidad—. Orcos, gorgonas, goblins, arpías, hombres bestia, y varios más.
—Increíble… —susurró con entusiasmo, soltando su mano para caminar más libremente.
Al hacerlo, la energía que sentía se desvaneció poco a poco, y volvieron las sensaciones de hambre y sueño como una marea que se la llevaba de nuevo.
—Comamos algo —propuso Ziel, retomando su mano con delicadeza.
—Suena bien...
Download MangaToon APP on App Store and Google Play