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Camino Militar

Capitulo 1

Desperté sobresaltado ante un estruendoso sonido. Al reflexionar, me di cuenta de que algo andaba mal. Levantándome de un salto, comprobé la hora: 6:30, ¡carajo! Maldición, llegaré tarde. Me apresuré hacia el baño.

Permíteme presentarme: soy Thalía Dania Miller Adams, y estoy a punto de celebrar mis 15 años. En el contexto familiar, ocupo el lugar del medio entre dos hermanos: el mayor, que acaba de alcanzar los 20, y el menor, de apenas 5 años. Lo que considero fundamental mencionar es que, a pesar de mi estatura baja y una complexión algo robusta, que algunos podrían describir como "medio gordita" (aunque no excesivamente), enfrento acoso escolar debido a mi destacado rendimiento académico.

Mi melena, de un negro profundo, cae en ondas que enmarcan mi rostro. Al mirar mis ojos, descubrirás un detalle singular: cada uno tiene un color distinto, uno café y el otro gris. Este rasgo único, sin embargo, no ha evitado que sea blanco de comentarios negativos en la escuela. A pesar de todo, continúo siendo una estudiante dedicada y resiliente. Finalicé la tarea de vestirme y me dirigí hacia abajo para tomar el desayuno. Al descender, me encontré con Ares, mi hermano mayor, inmerso en una intensa disputa con mis padres, Aurora y David. Mi hermano menor, abrumado por los estridentes gritos, vertía lágrimas.

"Estoy cansado de tu comportamiento. Ya eres mayor, Ares, es momento de madurar", expresó papá con visible enojo.

"Querido, por favor, entiéndenos. Solo buscamos lo mejor para ti, al igual que lo hacemos con tus hermanos", intervino mamá mientras se acercaba con comprensión. No obstante, mi hermano se apartó de ella como si fuera un ser indeseado.

"Claro, supuestamente desean lo mejor para mí, pero ni siquiera me permiten perseguir mis sueños. Solo insisten en que estudie algo que no me apasiona", respondió Ares con irritación, marcando su descontento a medida que ascendía las escaleras con pasos decididos. La atmósfera de la casa resonaba con tensiones no resueltas, dejando entrever la complejidad de las dinámicas familiares.

Mis padres se acomodaron en el sofá, abrazando a Damián, mientras yo decidí seguir a mi hermano hasta su habitación. Ares, por lo general, es tranquilo, no solía enojarse, y menos aún con nuestros padres.

"Ares, ¿Qué estás tramando?", toqué la puerta, la abrí y lo vi empacando sus maletas. "¿Hacia dónde planeas escapar?"

"Me largo, Lía. Ya no soporto más esta casa con nuestros padres", dijo suspirando. Contuve un sollozo, intentando mantener la calma mientras lo observaba alejarse. A punto estuvo de acercarse, pero no lo permití.

"¿Así que simplemente te esfumas como si nada?" Le dije, luchando por evitar lágrimas.

"Lía, voy a perseguir mis sueños. No quiero lágrimas ni tu odio", dijo mientras se acercaba, limpiando las lágrimas de mi rostro. "Volveré por ustedes cuando haya conquistado mis sueños, ¿entendido?"

"Solo prométeme que no nos olvidarás, que no nos abandonarás y que harás realidad tus sueños", le rogué, abrazándolo con fuerza, como si intuyera que este sería el último abrazo.

"Está bien, pitufa. Te prometo que en cuanto cumpla mis sueños, vendré por ti y Damián. Ahora me toca partir."

"Guarda esto", le entregué el collar que siempre llevo. Es de plata, delgado, con un dije de lobo simbolizando libertad y fuerza, un regalo de mi abuelo cuando cumplí 10 años junto con un par de anillos. Su sorpresa fue palpable, ya que era lo último que conservaba de la abuela, una conexión especial entre ambos.

"Cuando nos volvamos a ver, quiero que lo estés usando. Así sabré que no nos has olvidado", le dije. Él simplemente asintió y sonrió.

Observé cómo cogía su maleta y salía de la habitación, conmigo detrás, bajando las escaleras. Lo vi despedirse de Damián y decirle que lo amaba, y que se iba de viaje por un tiempo.

Mis padres lo vieron y se pararon de inmediato. "¿A dónde vas?", preguntó papá asustado. “A cumplir mis sueños y donde no estén ustedes”, contestó mi hermano. "Pero Ares..." Mi hermano no dejó a mamá terminar, salió de la casa dando un portazo. Mi madre se echó a llorar, con mi padre consolándola y diciéndole que él volvería.

Tomé mi mochila y me dirigí a la escuela. Ya no llegaría a la primera hora, pero si me apuraba, podía llegar a la segunda. Cuando llegué al instituto, sonó la campana. Perfecto, llegué justo a tiempo para el cambio de hora. Caminé hasta mi casillero para tomar lo que necesitaba y entré al otro salón. Corrí hacia el salón y entré unos segundos antes de que llegara el profesor.

Mientras tanto, en el salón, el profesor comenzó a hablar sobre la importancia de la literatura en la sociedad moderna. Me senté en mi asiento, tratando de concentrarme en sus palabras, pero mi mente seguía divagando hacia mi hermano y su repentina partida. La sensación de vacío que dejó en casa se hacía cada vez más evidente.

Las horas en el instituto pasaron lentamente y, finalmente, sonó la campana que marcaba el fin de la jornada. Hoy estuve sola, ya que mi mejor amiga, Omaira, no vino. Últimamente, ha estado muy rara, quizás por algún misterio que no quiere revelar. De todos modos, me dispongo a salir del instituto para ir a casa. El día ha sido tranquilo, los "populares" no me han molestado, algo que agradezco

Justo cuando creía que todo iba bien, Isabella me llamó. "Oye, bicho raro, ven aquí", gritó. Ignoré su llamado y comencé a caminar más rápido, pero de repente sentí un fuerte tirón en el pelo que me hizo caer al suelo. Vi a Julia, quien me había atacado. "Eso te pasa por ignorarnos, bicho raro", dijo mientras me golpeaba. Pronto se unieron los demás (Ana, Sofía, Gary y Joshua) y comenzaron a patearme. "Es que te crees mejor que nosotros como para ignorarnos, he bicho raro", gritó Isabella. Yo solo trataba de proteger mi rostro con mis manos mientras me golpeaban una y otra vez.

Cuando se cansaron de golpearme, se marcharon. Me sentía débil, como si en cualquier momento pudiera desmayarme. Caminé hasta mi casa con la poca fuerza que me quedaba. Al llegar, abrí la puerta y me dirigí directamente hacia las escaleras, pero una voz me detuvo.

¿Mi amor, por qué llegaste con retraso? —inquirió mi madre—. ¿No deberías estar en tu empleo? —ignoré su mirada—. Nos dieron el día libre —se oyó la voz de papá—.Hija, míranos cuando te hablamos. ¡Oh, no puedo permitir que me vean así!. -Me retiraré a mi habitación, tengo mucho trabajo pendiente —avancé hacia las escaleras. Experimenté una presión en mi muñeca izquierda y me voltearon; era mamá. Al observar mi apariencia, ambos guardaron silencio, probablemente sorprendidos. —¡Dios mío! Cariño ¿Qué ocurrió? —mamá acarició mi rostro con suavidad, entré lágrimas—. No pasó nada, solo me caí —me despegué de su agarre —.Quítate la camisa —Adrián señaló mi costado izquierdo, noté una pequeña mancha de sangre—. Pero... —intenté hablar—. Hazlo tú o lo hago yo —su expresión se volvió seria. Sin discutir, comencé a quitármela; al hacerlo, todos los golpes quedaron a la vista. Mamá se cubrió la boca con la mano y empezó a sollozar. Adrián me hizo sentar en el mueble, y empecé a relatar todo lo que sucedió desde la primaria, cosas que no les conté por qué siempre estaban trabajando y no quería molestarlos con nimiedades. Mi madre lloraba más y finalmente llegaron a una decisión. —Cariño, te enviarán al instituto militar donde trabaja Adrián —anunció papá, provocando que abriera mucho los ojos. Hacía tiempo le expresé mi deseo de ir, pero no me lo permitieron.

capitulo 2

En un giro inesperado del destino, mis padres decidieron que mi camino se dirigiría hacia la escuela militar. El resto del día lo compartí intensamente con Damián, mi fiel compañero en esta travesía de emociones encontradas. A pesar de mis intentos, Ares permaneció inalcanzable, y su paradero se volvió un misterio, al igual que el paradero de sus amigos.

La idea de visitar la casa de Omaira, mi amiga de toda la vida, cruzó mi mente, pero la nostalgia de sentirme ignorada por ella, después de tantos años de amistad, me detuvo en seco. Opté por despedirme tan solo de su madre, quien también es mi tía, llevándome consigo un cúmulo de sentimientos encontrados.

Al regresar a casa, mi habitación se convirtió en el epicentro de la preparación para este nuevo capítulo que se avecina. Mientras cerraba las maletas, Damián irrumpió en lágrimas. En un acto instintivo, me senté en la cama, extendí los brazos y él se abalanzó hacia mí, sollozando con fuerza. Mis caricias intentaban calmar la tormenta emocional que ambos enfrentábamos ante la incertidumbre del futuro, un futuro que se revelaba ante nosotros como un lienzo en blanco.

"Ares partió, y ahora tú también te embarcarás en ese camino, dejándome solo", su voz resonaba entrecortada, marcando el tono melancólico que inundaba la habitación.

"No estarás solo, querido. Nuestros padres aún permanecen aquí, y también la tía, junto con Omaira. Ellas velarán por ti", traté de infundirle calma en mis palabras, aunque la pesadez del adiós se cernía sobre nosotros.

"Pero no es lo mismo, Lía", afirmó con seguridad, dejando ver la huella de la preocupación en sus ojos. "¿Con quién bromearé ahora con mamá y papá? ¿Y quién será mi compañero de aventuras en los videojuegos?", su lamento se teñía de nostalgia, y no pude contener la risa ante su desesperación.

"El hermano de Omaira es un experto en hacer bromas. Además, ¿no es nuestro primo y, además, tu mejor amigo? Podrás seguir disfrutando de las bromas y los videojuegos", le ofrecí una sonrisa para disipar la sombra de la tristeza.

"Es cierto", aceptó, levantándose y limpiándose las lágrimas. "No me harán falta", declaró con determinación antes de abandonar mi habitación. Permanecí observando la puerta, pero él no regresó. Opté por dirigirme al baño, dejar que el agua caliente calmara los latidos acelerados de mi corazón. Al salir, me topé con mi maleta, extrañamente cerrada. ¿Habrá sido obra de mamá? La sospecha se desvaneció cuando la maleta comenzó a moverse. ¿Cómo demonios podía una maleta moverse por sí sola? Un escalofrío recorrió mi espalda.

— “¡PAPÁ!”—exclamé con urgencia, mi voz resonando en la habitación.

Mi padre llegó rápidamente, buscando entender la situación en la que me encontraba.

— “¿Qué sucede, tesoro?” —inquirió, tratando de normalizar su respiración agitada después de mi llamado angustiado.

— “La maleta” —chillé, señalándola con una mezcla de incredulidad y ansiedad—."Se movió y no tengo recuerdo de haberla preparado. “

— “Ay, Thalía, ¿Cómo podría una maleta moverse?" —soltó una risa despreocupada, aunque su mirada reflejaba cierta curiosidad.

-"Entonces, revísala" —lo desafié, con la firmeza de quien sabe lo que ha experimentado.

Mi padre se aproximó, y justo cuando iba a abrir la maleta, ésta se desplazó, desencadenando que ambos gritáramos y saltáramos a la cama, abrazándonos mientras el misterioso movimiento continuaba.

-"¡MAMÁ!" —vociferé, elevando mi llamado de auxilio—."¡SÁLVAME!" —reiteré, en medio de la confusión.

Mamá entró en la habitación con una sartén en una mano y una escoba en la otra, mostrando una expresión entre divertida y sorprendida.

-"¿Qué ha ocurrido?" —preguntó, observándonos con ojos que buscaban respuestas.

- "La maleta se movió sola. Al parecer, hay algo dentro" —la voz de papá denotó

un dejo de temor, un matiz que habría hecho reír en circunstancias normales.

Mamá se aproximó y comenzó a golpear la maleta con la escoba hasta que, para nuestra

asombrosa consternación, ésta se quejó. Sí, como lo oyen, algo dentro emitió un

sonido lastimero.

-"¿Qué diablos?" —mamá abrió la maleta con cautela.

De ella emergió Damián, masajeándose la cabeza y expresando su descontento de una

manera cómica.

-"¿Qué hacías ahí?" —la voz de papá recuperó su tono habitual,

pretendiendo ignorar la extravagancia de la situación.

- "Se suponía que era una broma de despedida para Thalía" —se quejó mi hermano, entre risas—. "Pero la reacción de papá fue épica" —añadió, disfrutando del instante.

Papá adoptó una actitud molesta y abandonó la habitación, seguido por mamá, quien se reía a sus espaldas.

Aunque no lo diría en voz alta, la broma resultó ingeniosa. Conociendo a mi hermano, estoy segura de que no realiza ninguna travesura sin grabarla.

- "¿Me envías el video?" —lo miré, buscando perpetuar el momento.

- "Sí, claro... espera, ¿Cómo sabes que estaba grabando?" —frunció el ceño, intrigado.

-"Eres mi hermano" —respondí con obviedad—. "Te cuidaba cuando eras pequeño, obvio que te tengo que conocer" —sonreí, recordando momentos de complicidad.

- "Sí, como digas" —tomó su teléfono y se acomodó en mi cama—. "Ya te lo envié. Oye, ¿puedo dormir contigo?"

- "Por supuesto" —me acosté a su lado, compartiendo la cálida complicidad de la familia—. "Oye, ¿puedo pedirte un favor?" —mi pregunta captó su atención, así que dejó su celular a un lado.

- "Lo que desees, hermanita" —se recostó en mi pecho, brindándome la confianza que solo los hermanos comparten.

- "Si encuentras a Ares, ¿puedes darle mis saludos?" —jugué con su cabello, añadiendo un toque de complicidad—. "Y no dejes que nuestros padres le informen a Omaira dónde estoy. Solo dile que me fui a estudiar a otro lugar" —añadí, revelando una pequeña intriga en mi despedida.

- "Por supuesto" —bostezó, expresando su compromiso.

- "Te quiero, pitufo menor" —susurré antes de sumergirme en el sueño, envuelta en la seguridad que solo la familia puede brindar.

Desperté al sonido estridente de la alarma, recordando que mi vuelo partiría a las 6:00a.m. Rápidamente, me puse de pie, me sumergí en una ducha, revitalizante y organicé la última maleta pendiente. Una vez lista, me encaminé para despertar a Damián.

Inicié la rutina de regalarle besos por toda la cara, una costumbre arraigada desde su infancia y que, curiosamente, solo toleraba de mí, ni siquiera de mamá.

-"Damián, querido, es hora de despertar" —le prodigué más besos—."Hermanito, me estoy yendo. Al menos, despídete; después, puedes seguir durmiendo" —añadí, y en ese instante, se abalanzó hacia mí.

- "Thalía, te aprecio mucho. Deseo que te vaya de maravilla en tu viaje. No dejes que nadie te menosprecie y, si algo no va bien, comunícate conmigo. Quiero que, cada domingo por la tarde, me llames por videollamadas. ¿Lo entiendes?"—expresó apresuradamente.

- "Yo también te aprecio mucho, y sí, te llamaré todos los domingos" —le di un beso en la frente y lo acomodé—. "En mi armario, al fondo, encontrarás un regalo para ti: algunas cosas para dibujar y tus chocolates favoritos"- añadí, recordando los detalles que había preparado.

Bajé las maletas y encontré a mis padres esperándome. Subimos al auto en un silencio revelador. Al llegar al aeropuerto, me despedí de mis padres y subí al avión sin voltear atrás. Una nueva etapa de vida comenzaba.

Los motores rugieron mientras el avión se elevaba, marcando el comienzo de un capítulo desconocido. Con cada ascenso, dejaba atrás el hogar que siempre había conocido. Mi corazón palpitaba con la promesa de aventuras y desafíos por venir. Era el inicio de una travesía hacia lo desconocido, una oportunidad para crecer y

explorar lo que el destino tenía reservado. Con el eco de las despedidas resonando en mi mente, me sumergí en el viaje, decidida a forjar mi propio camino en esta nueva fase de mi vida.

Capítulo 3

**Omaira - Perspectiva**

Últimamente, me he distanciado de mi mejor amiga y prima, Lía. Las palabras venenosas de Ana resonaban en mi mente, afirmaba que Lía y mi exnovio se burlaban de mí a mis espaldas. La cruel realidad me  golpeó con fiereza cuando descubrí que Ana, la misma que decía ser mi amiga, era la traidora. Mis sospechas se confirmaron al descubrir que Ana, con quien compartía confidencias y risas, estaba involucrada con mi exnovio en una traición que solo entendían ellos dos. Me sentí como un peón en su retorcido juego de engaños y falsas amistades.

La verdad se reveló ante mis ojos, y la estupidez de haber dudado de Lía, mi amiga leal, se hizo evidente. La vergüenza me embargó, al comprender que Ana había sembrado la semilla de la desconfianza en mi mente. ¿Cómo pude caer tan bajo y poner en duda la amistad de la única persona que permaneció a mi lado cuando ambos estábamos rotos, incluso cuando ella estaba más que yo?

Decidí levantarme temprano, deseando reparar el vínculo con Lía. Quería pedirle disculpas por haber permitido que las mentiras de Ana nos separaran y contarle toda la verdad. Al bajar, encontré a mi madre preparando el desayuno.

-"Hola, mami" —me acerqué a su lado.

-"Hola, cariño" —me dio un beso en la mejilla—. "Por cierto, Thalía estuvo aquí ayer. Vino a despedirse y dejó una nota" —me entregó un papel—. "Estaba extraña y seria mientras escribía"—comentó.

Abrí la nota de inmediato, y una oleada de emociones abrumadoras me invadió al leer las palabras plasmadas en el papel. Las lágrimas amenazaban con escaparse, y mi corazón latía con fuerza ante el contenido revelador.

...**Despedida Tejida en Palabras**...

Saludos, pitufa 2. En estas líneas, anhelo que la vida te regale la dicha que mereces y no permitas que los pesares del pasado empañen tu presente. Abraza la felicidad con fuerza y recuerda siempre tu valía. Quisiera compartir contigo unas palabras: tu ex, en su ceguera, no supo apreciar la joya inigualable que eres, Omaira. En esta despedida, quiero transmitirte mi cariño y desearte un camino repleto de logros y éxitos que adornen tu existencia. Anhelo fervientemente que, cuando nuestras sendas se crucen nuevamente, puedas contarme sobre tus victorias y alegrías.

Aunque el motivo de tu distanciamiento permanece en la penumbra, te envío mis mejores deseos, segunda pitufa. Y, por favor, cuida de Damián como si fuera tu propio hermano.

Al finalizar la carta, las lágrimas ya fluían por mis mejillas. Me invadió un sentimiento de pérdida y pesar.

-"¿Qué sucede, tesoro?" —la voz preocupada de mamá resonó.

- "Se fue" —sollocé—. "Soy una estúpida, dudé de ella sin razón y ahora se fue" —la abracé—. "La perdí, mamá, la perdí".

- "¿De qué hablas, cariño?" —le entregué la carta, la cual leyó detenidamente—."Oh, tesoro" —me abrazó—. "Dijo que volverá. Recuerda que las promesas de Thalía siempre se cumplen".

-"Ella volverá, y yo la esperaré siempre, aunque sea vieja y use dentadura postiza" —respondí.

-"Bien, ¿por qué no desayunas y te vas al instituto? Se te hará tarde"—puso el desayuno frente a mí.

El día que ingresé a la academia militar se desató un vendaval de emociones. Aunque la incertidumbre danzaba en mis pensamientos, mi determinación se mantenía firme, lista para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Al cruzar las puertas del campus, fue mi tío Adrián quien me dio la bienvenida con un abrazo afectuoso.

—Bienvenida, Thalía. Estoy seguro de que te destacarás aquí —dijo mi tío con orgullo.

Durante las primeras semanas, me sumergí en un entrenamiento físico y mental riguroso que desafiaba los límites de mi resistencia. A pesar de mi firme determinación, los desafíos se alzaban como montañas imponentes. En esos momentos, mi hermano menor, Damián, enviaba mensajes de aliento dibujados con colores vivos y llenos de inocencia.

—¡Thalía, eres la mejor! —decía Damián en uno de sus dibujos, mostrándome con sus trazos infantiles una sonrisa llena de apoyo.

A medida que el tiempo avanzaba, forjé lazos de amistad con mis compañeros de clase. Mateo, en particular, emergió como un aliado cercano.

—Thalía, ¿Cómo estás llevando el entrenamiento? —preguntó Mateo con genuino interés.

—Es un desafío, pero estoy decidida a superarlo. Además, cuento con el apoyo de mi pequeño hermano y mi tío Adrián, quienes me dan fuerzas —respondí con gratitud.

Mi decisión de unirme a la academia militar respondía a desafíos previos que salpicaron mi vida, como el acoso en la escuela por no adherirme a los estándares convencionales de belleza.

—Recuerda, Thalía, tu valía no depende de las opiniones ajenas. Eres única y valiosa —me recordaba mi tío Adrián con sabias palabras.

En la academia militar, encontré un refugio donde mis habilidades y determinación eran reconocidas. A pesar de los obstáculos físicos y emocionales, me esforzaba por demostrar mi valía, desafiando las expectativas y prejuicios que habían marcado mi vida previa.

Mientras me sumergía en el riguroso entrenamiento, una nueva sensación de empoderamiento y determinación florecía en mí. Aunque la distancia física nos separaba, el apoyo continuo de mi tío Adrián actuaba como un faro, guiándome en mi travesía.

Con el tiempo, la academia militar dejó de ser solo un desafío y se convirtió en una oportunidad para descubrir mi auténtica fortaleza y determinación.

—Cadete Thalía, ¿Cómo te sientes respecto a tu progreso hasta ahora? —preguntó el instructor durante una evaluación.

—Estoy lista para enfrentar lo que venga, señor. Cada día me acerca más a la líder que aspiro a ser —respondí con firmeza, consciente de mi crecimiento.

"Con cada desafío superado, descubrí la fuerza que siempre estuvo dentro de mí, lista para enfrentar cualquier adversidad que la vida me presente."

Después de cuatro intensos años en la academia militar, llegó el día de mi graduación. La ceremonia fue un momento de gran emoción y orgullo, compartido con mi familia, incluido mi hermano Damián, mi tío Adrián y mi leal amigo Mateo. Todos celebraron este logro significativo que marcó el final de mi formación en la academia.

—¡Felicidades, hermana! ¡Eres oficialmente graduada de la academia militar! —exclamó Damián, emocionado, mientras me abrazaba.

Mi tío Adrián, con ojos llenos de orgullo, expresó: "Eres la inspiración de Damián y de toda nuestra familia. Estamos muy orgullosos de ti".

Mateo, con una sonrisa en el rostro, agregó: "Thalía, has demostrado ser una líder excepcional. Estoy seguro de que destacarás aún más en el ejército".

Tras la graduación, me uní al ejército canadiense, y durante los siguientes tres años, enfrenté diversas experiencias que pusieron a prueba mis habilidades y determinación. Mateo, quien también decidió seguir la carrera militar, se convirtió en mi compañero de batalla en esta nueva etapa.

Al cumplir con los requisitos, ascendí al rango de teniente. Mi ascenso fue el resultado directo de mi dedicación y desempeño excepcional durante esos tres años de servicio en el ejército canadiense. Mateo, siempre a mi lado, compartió los desafíos y triunfos de esta travesía militar.

Mi primera asignación como teniente fue liderar un equipo en una operación de entrenamiento en terreno. Durante la misión, enfrentamos desafíos tácticos y logísticos que exigieron la aplicación de todo lo aprendido en la academia.

—teniente Thalía, ¿Cómo debemos abordar esta situación? —preguntó uno de mis compañeros.

—Establezcamos un perímetro, coordinemos nuestros movimientos y mantengamos la comunicación constante. Juntos superaremos cualquier obstáculo —respondí, transmitiendo confianza a mi equipo, con Mateo asintiendo a mi lado.

Después de completar con éxito la misión, recibimos elogios por nuestra ejecución y coordinación. Mi desempeño como teniente no solo estaba siendo reconocido por mis superiores, sino que también gané el respeto y la confianza de mis compañeros de equipo, incluido Mateo, con quien compartía una conexión única.

En los momentos de descanso, recordaba las palabras de aliento de Damián, el apoyo constante de mi familia y la camaradería inquebrantable con Mateo. Aunque la vida militar presentaba desafíos, cada obstáculo superado reforzaba mi determinación.

Con el tiempo, me di cuenta de que mi viaje en la academia militar y en el ejército canadiense no solo me transformó en una líder fuerte y capaz, sino que también fortaleció los lazos con mi familia y amigos.

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