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Los Siete Tronos

El joven valiente

Zabdiel se encontraba encima de la muralla, observando la negra noche, una brisa desde el Sur, procedente del mar, despeinaba sus cabellos. Sintió el típico frío de cualquier persona luego de que pasara la media noche. Estaba solo, cansado y somnoliento.

Era su turno de guardia, lo había empezado en la mañana del día anterior, y para esas horas, el sueño se apoderaba de todo su ser. Estiró sus brazos, los huesos sonaron, bostezó y con la mano izquierda rascó sus ojos.

La fatiga iba en aumento, debido a las largas horas de entrenamiento que eran sometidos los reclutas, no le molestaba entrenar, pero en ese momento sintió el fruto del esfuerzo.

A sus veinte años era un joven fuerte, aunque nadie hubiese dicho que guapo, ni mucho menos; tenía los ojos igual que la mayoría de los melchores, oscuros; su cara afilada dejaba ver una ganchuda nariz de la cual muchos se burlaban; una barbilla puntiaguda adornada por una insípida barba rala, que según él, era muestra de su hombría.

Nunca entendió la razón para esas estúpidas guardias en la muralla, ^ Al Este de aquí no hay nada, entiendo la guardia fronteriza del oeste, por los diversos ataques de las tribus nómadas^.

Los Tárcasos eran una de esas tribus que tanto dolor de cabeza le daban al magnífico rey Yahir, anualmente para la fecha de la siembra eran atacados por ellos, secuestraban a sus mujeres, saqueaban sus ciudades, pueblos y aldeas, secuestraban a sus hijos para convertirlos en esclavos, y sus hijas para convertirlas en objetos.

^ Malditos bárbaros, y yo aquí, en el fin del mundo^ sus ojos comenzaron a cerrarse, el cansancio ganó la pelea y sin quererlo quedó plenamente dormido de pie.

Los gritos lo despertaron, asustado intentó descifrar de donde venía semejante bullicio, percatándose de la alarma miró hacia el Este y comprendió lo que acontecía, los estaban atacando.

Vio muchos fuegos encendidos entre los arbustos, miles de flechas pasaron silbando por encima de él, algunas bañadas en fuego, otras no.

No distinguía bien el proceder de las flechas, solo sabía que eran disparadas desde la maleza del bosque Tierno, no logró identificar nada más.

A su lado se encontraban Lamec y Set, amigos suyos desde la infancia; recordó los miles de aventuras y travesuras que protagonizó junto a ellos; como aquella vez que robaron toda la lana de las ovejas del viejo pastor Ofir, aunque luego la devolvieran.

Pero en aquella ocasión estaban siendo atacados, no sabían quiénes eran sus enemigos, solo de una cosa estaban seguros: Tendrían que defender la muralla.

El capitán Enós dio orden a los arqueros para que tomasen posición encima de la muralla, Zabdiel fue relevado por una hermosa arquera, al verla de cerca, se percató de que la muchacha no tendría más edad que él y hasta cierto punto sintió pena hacía ella; con una amable sonrisa le orientó la orden del capitán Enós para todos los guerreros: Decía que los esperaba en la armería.

Bajó junto a sus amigos las largas escaleras de piedra, como estaba asustado, no se percató cuando llegó al suelo, ni cuando descendió las otras escaleras hasta llegar a la armería.

Allí encontró al capitán, dando órdenes en voz alta a unos arqueros que pronto abandonaron el lugar; detrás de ellos, llegó otro grupo de guerreros:

_ ¡Melchores! _ dijo con solemne voz el gallardo capitán _ todos saben que estamos siendo atacados, no me pregunten quiénes son nuestros enemigos, porque no lo sé _ alzó la voz _ ¡Pero saben lo que sé! _ dio un golpe en la mesa que tenía enfrente _ Yo sé que son nuestros enemigos, sé qué nos quieren derrotar, sé que si no nos defendemos seremos la deshonra de los nuestros y sobre todas las cosas ¡ Sé que los tenemos que derrotar! _ el capitán desenvainó su espada _ ¿Quién está conmigo para esta amenaza? _ los guerreros unánimes juntos, gritaron en señal de aprobación.

En fila se ubicaron para recibir sus armas, el maestro de armas de la muralla un hombre calvo de grandes brazos, iba otorgando aleatoriamente armas a cada Melchor.

Zabdiel el cual blandia una espada en la diestra y en su siniestra portaba un escudo con una muralla dibujado en forma de blasón, formó en el quinto pelotón, junto a sus amigos ; Lamec obtuvo un gran martillo de guerra y Set dos espadas cortas.

Como su número indicaba fueron los quintos en salir por la gran puerta de madera de cedro, la cual daba al bosque Tierno, como era conocido por los guardianes de la muralla tan tupida arboleda.

Corrieron tropel gritando a todo pulmón lo primero que pasara por sus atolondradas cabezas; Zabdiel gritaba, lloraba, reía, no tenía control sobre sí, en su estómago, sintió una mezcla de miedo y ansiedad, sudoraciones frías recorrían todo su cuerpo, mientras que su corazón latía más a prisa.

Tropezó en más de una ocasión con cadáveres de sus compañeros, algunos tenían flechas encajadas por doquier, otros yacían cortados y alguno más agonizaba en el suelo ^ Pero no por mucho tiempo ^ pensó Zabdiel abrumado.

Una flecha encendida pasó silbando sobre su cabeza, se volteó al oír un grito conocido, era Set, que se retorcía del dolor en el lodoso suelo; pero no tuvo tiempo de volver a ayudar a su compañero, pues sobre ellos cayó una oleada de bárbaros.

Logró esquivar una lanza y detuvo otra con su escudo, su espada se encontró con un escudo enemigo y pronto comenzaron a bailar las espadas; su enemigo era horroroso, mientras luchaba sonreía, mostrando una dentadura negra y faltándole varias piezas, la barriga rebotaba al descubierto, era inmensa y tenía calvicie pronunciada; a pesar de su peso, era un guerrero habilidoso y su fuerza era comparable a la de un toro; esquivaba con facilidad las estocadas que con mucho esmero lanzaba el cansado guerrero, en cambio, el horrible bárbaro reía cada vez que atacaba.

Zabdiel retrocedió pasando por encima de Set, que yacía en un charco de sangre, paradójicamente fue eso mismo lo que ayudó a que ganara la batalla, pues su enemigo resbaló con la sangre de su compañero muerto y cuando tropezó el cadáver, el astuto guerrero clavó sumandoblee en el estómago del bárbaro que cayó estrepitosamente.

Las vísceras de su enemigo cayeron frente a él, por un momento pensó que iba a vomitar, un poco de la cena subió hasta su garganta, pero no tuvo tiempo, otro enemigo cayó sobre él y tuvo que defenderse.

Nunca había estado en una batalla, nunca había visto la muerte, ni percibido el olor a sangre, ni el sonido de los huesos al quebrarse; nunca había asesinado a ningún ser humano, pero en ese momento, todo cambió; de sus manos corría la sangre, sus ropajes olían a muerte y por su mente solo pasaba una idea: matar o morir.

Cuando salió el sol, había perdido la cuenta de la cantidad de seres humanos que pesaban en su conciencia, en el campo de batalla vio miles de cuerpos inertes, tanto de Melchores como de bárbaros, pero la batalla aún no había terminado.

Parecía que los Melchores ganarían la batalla, pero en ese momento, sintió el sonar de un cuerno y frente a él, observó como miles de bárbaros corrían con sus armas levantadas.

Así que cuando el capitán dio la orden de retirada, Zabdiel la acató sin rechistar, corrió sin mirar atrás, solo, preocupado y con mucho miedo.

Cuando llegaron a la guarnición, volteándose observó a los supervivientes y dándose de cuenta que Lamec no regresó temió lo peor y cayó de rodillas a llorar, sus mejores y posiblemente únicos amigos, estaban muertos y él estaba solo, no quería vivir.

A la orden de su capitán se recompuso y levanto secándose las lágrimas del rostro, fue entonces cuando notó un fuerte dolor en el brazo izquierdo y comprobó que estaba sangrando, aún tenía la punta de la flecha encajada en el hombro cuándo el doctor de la guarnición lo examinó.

Gritó cuando la flecha fue extraída por el doctor, un poco de sangre negra, brotó de la herida, el doctor mirándole con mala cara se levantó apresuradamente de la cama y caminó hacia la puerta, el guerrero no hizo nada por detenerle y mucho menos por preguntarle el significado de la sangre negra.

Fue por una conversación entre dos enfermeros, que creyendo que el soldado dormía, hablaron de lo que acontecía, las flechas enemigas estaban envenenadas, con un veneno muy extraño y potente; al escuchar esto Zabdiel no logró conciliar el sueño durante toda la noche., así fue como vio a decenas de soldados como morían a su lado, a causa del extraño veneno.

Las luces del alba llegaron con muy malas noticias, según oyó decir al capitán Enós, que era imposible detener las tropas bárbaras

_ Necesitamos un escuadrón suicida _ dijo el capitán _ para intentar eliminar al jefe tribal _ pasó la vista por todos ellos _ ¿Quiénes son los más valientes para la misión?

_ Los que estemos a punto de morir _ dijo Zabdiel _ señor _ agregó _ ¡Yo quiero! De todas formas moriré, ¿Quémejor manera de morir que luchando?_ un hombre mayor levantó su mano y una joven lanzará lo secundó

_ ¿Tres guerreros?_ preguntó el capitán _ ¿Sólo tengo a tres valientes?_ rascando su cabeza agregó _ Bueno, me parece bien.

Los tres valientes fueron armados como desearon, Zabdiel pidió la espada y el escudo usado anteriormente por él, el anciano un hacha y la joven su lanza característica.

Al caer la noche, los tres guerreros, se internaron en el bosque Tierno, así comenzaron su aventura, bordearon el campo de batalla que como vieron era saqueado por carroñeros de las hordas, nadaron por las frías aguas del río negro y finalmente llegaron al campamento enemigo para el anochecer.

No hablaron ni una palabra durante todo el viaje, Zabdiel tenía fiebre, sentía frío por todo su cuerpo, temblaba, pero no podía retroceder, tenía que concluir su misión.

Pecho en tierra raptaron entre los matorrales, en silencio corrieron como sombras que bailan en la noche, hasta llegar al centro del campamento.

Divisaron una gran tienda de campaña, estaba fabricada con piel de uro, custodiando la entrada vieron a dos impresionantes guerreros de anchos hombros y alta estatura, en sus manos portaban dos enormes mazos de combate.

Los tres valientes intercambiaron miradas, cada uno notó en el otro cansancio, pero nadie se rajó, sin decir palabra, todos entendieron el plan.

Corrieron como verdaderas gacelas, abalanzándose sobre los guardias, el señor mayor impactó el hacha contra el mazo de su enemigo, los guardias actuaron de manera rápida, la lancera combatió contra el segundo, mientras Zabdiel entraba en la tienda del jefe.

Cuando entró perdió el aliento, vio a diez altos hombres reunidos frente a otro que parecía su líder, de pie frente a un mapa se encontraban estos. Fue en ese momento que comprendió que estaban perdidos, entró justo cuando estaban efectuando una reunión de guerra.

Aun así corrió con espada en mano, los generales enemigos abrieron paso a su líder, el joven guerrero lanzó su escudo, que desvió el jefe con facilidad, pero más fácil aún fue cuando lo desarmó y lo lanzó contra el suelo.

Se despertó con la cabeza dándole vueltas, ^ Todo fue un sueño, anoche bebí de más y hoy estoy pagando las consecuencias ^, pensó el joven guerrero, pero pronto unas cuerdas amarradas a su cuerpo, y notó un fuerte dolor en su brazo.

Desde dondecestaba observó como cuatro bárbaros jugaban a empujar a su viejo compañero, el cual como comprendió el guerrero, estaba ciego

De una tienda salió un hombre semidesnudo, que gritó algo en una lengua extraña, cuando abrieron la puerta de la tienda vio a la lancera amarrada en una cama, acto seguido, Zabdiel se desmayó.

Cuando volvió en sí, todo el campamento enemigo estaba reunido en pis de él, frente vio como un bárbaro tensaba un arco, era él líder de la onda, que riendo, lanzó una flecha, que se encajó en la pierna de él joven guerrero, un fuerte grito de dolor salió de sus labios y toda la onda comenzó a reír. Nuevamente,, el tirano líder tenso el arco y entre comentarios extraños clavó otra flecha en el pobre Zabdiel, que por un momento, pensó que se iba a desmayar. Otra vez, el líder tensó el arco, esta vez apuntó a su cabeza, miro sus ojos y lanzó la flecha.

Antes de que la flecha impactase, Zabdiel pensó en su familia, en su cariñoso padre, su querida hermana, sus dos mejores amigos y maldijo la hora que había entrado al ejército.

Luego de esto sintió un fuerte dolor de cabeza, vio oscuridad y no volvio a sentir nada.

La defensa de la muralla.

El capitán Enós estaba de pie en lo alto de la muralla, observando el bosque Tierno, en silencio, sus manos estaban entrelazadas en su pecho; pronto comprendió que el escuadrón suicida que había mandado dos días atrás, jamás volvería, ^ Buenos guerreros, los tres más valientes que he tenido ^, pensó con un aire de tristeza.

Dio órdenes a sus soldados de que se prepararan pues pronto vendría otro ataque. Sintió frío, soledad y cansancio, todo iba a cambiar.

Esa tarde en el comedor, nadie quería probar ningún alimento, todos notaban un extraño nudo en el estómago y no tenían ni el más mínimo deseo de comer. Todos los días, los bardos cantaban después de la cena, ese día no fue así, todos los músicos habían huido en cuanto comenzó el ataque.

En la noche comenzó el ataque de la horda, las flechas envenenadas volaron una vez más, muchos Melchores valientes cayeron, todo arquero que defendía la muralla fue abatido y envenenado; los que más suerte tuvieron morirían al instante, los otros sufrían las consecuencias del veneno. Mientras que las tropas enemigas sufrían pocas bajas pues se escondían en la maleza del bosque.

Entonces, el capitán Enós, decidió atrancar la puerta y esperar que intentaran tomar la fortaleza; cualquier guerrero con un ápice de sentido común no lo haría.

Hace mucho tiempo el gran rey Malael edificó la muralla, siguiendo las órdenes del caballero de la armadura de león, ese legendario guerrero, decían las leyendas, combatió a las hordas del más allá, con sus ejércitos las venció y las hizo retroceder hacia el lejano desierto del Este. ^ ¿Serán ciertas las historias?^, pensó el capitán ^ de cualquier modo eso pasó hace mucho tiempo, ahora nadie nos va a cuidar, me toca a mí, defender este reino.

Observó las puertas y comprobó que estaban bien atrancadas; luego dio orden de apostar grandes escudos de madera cubierto por pieles de bisonte y agua, encima de las murallas, para lograr vigilar a sus enemigos sin que muriese ningún guerrero a causa de una flecha envenenada.

El capitán observó a los bárbaros, estos retrocedieron al fondo del bosque Tierno, ^ Están planeando algo y no me gusta para nada.

_Teniente Juan _ un joven guerrero apareció a sus espaldas _ prepara la caballería, a mi señal atacaremos _ señaló hacia los escudos _ esconde grandes piernas detrás de estos escudos, les daremos una grata bienvenida _ el teniente dio media vuelta y corrió a cumplir con lo que su oficial le encomendó.

^ ¿Debería pedir ayuda al rey Yahir?^ se preguntó a la vez que respondía, ^ ¡No!, yo soy el capitán Enós, gran oficial curtido en batalla y único defensor de la muralla, si pido ayuda me tomaran por cobarde y no puede ser.

Cuando el primer rayo de sol salió, los bárbaros comenzaron a arrastrar un gran ariete, y los arqueros salían del bosque para defender a los asaltantes, a la vez que el capitán observó a la infantería asomando sus cabezas desde el bosque.

_ Cayeron en mi trampa _ dijo en voz alta.

Cuando el ariete estuvo justo debajo de la muralla, mandó a soltar las enormes piedras que tomaron a desprevenidos a los bárbaros, muchos de ellos no tuvieron tiempo de nada, los pocos que sobrevivieron intentaron huir a una distancia segura.

Los arqueros enemigos dispararon, pero gracias a los grandes escudos protectores, nadie resultó herido, los otros soldados de infantería, reorganizándose realizaron una segunda carga en lugar de sus compañeros muertos, pero una nueva oleada de piedras le acertaron dejándolos inertes en el suelo, fue entonces cuando la infantería enemiga salió en tropel hacia las murallas.

_ ¡Ahora! _ gritó el capitán, las puertas se abrieron y la caballería de los melchores, encabezadas por él, arremetió contra los soldados bárbaros.

La primera carga fue sangrienta, cuerpos salieron volando de los caballos, los huesos crujieron con el impacto y los gritos eran insoportables, la segunda carga fue la más violenta, sus subordinados caían de sus monturas con extrema facilidad, y luego de la tercera carga el capitán, optó por dar la orden de retirada, aunque no supo bien quien la escuchó, pues casi todos sus hombres, abonaban el campo de batalla.

Salieron trescientos jinetes a la carga, pero solamente regresaron tres; dos de ellos a pie, cansados y heridos; fue entonces cuando el magnífico capitán Enós comprendió que estaban perdidos:

_ ¡Teniente! _ gritó, pero nadie le respondió _ ¿algún oficial?

_ Ninguno mi señor _ dijo el maestro de armas _ todos dieron la vida en combate, protegiendo este hermoso reino.

_ Maldición _ gritó mientras bajaba del caballo _ ¿Quién es el más joven de los presentes? _ un muchacho flaco de pelo grasiento y largo dio un paso al frente

_ Yo mi señor _ dijo mientras se arrodillaba _ tengo dieciséis años

_ ¿A qué te dedicas?

_ Es mi hijo, señor _ dijo el herrero dando un paso al frente _ y mi aprendiz

_ ¿Sabes montar a caballo? _ preguntó el capitán

_ Desde antes de aprender a caminar

_ Bien arrodíllate _ el joven lo hizo _ desde hoy eres Sir _ el capitán se trabó antes de decir algo más _¿Cómo te llamas?

_ Soy Josafat mi señor _ decía con voz temblorosa

_ Levántate, Sir Josafat , eres la única esperanza del reino de los Melchores _ el ariete enemigo empezó a golpear con fuerza la puerta de la muralla _ cabalga y dile al rey lo que ha acontecido en este lugar _ las puertas crujieron _ dile que las antiguas leyendas son ciertas _ las bisagras gritaron _ dile que movilice a todo el ejército para defender el reino _ los supervivientes formaron frente a las puertas _ corre y no mires atrás _ las tablas comenzaron a ceder _ ¡ Corre y no pares _ al decir esto las puertas cayeron estrepitosamente, los bárbaros entraron arrasando todo lo que vieron a su paso _ cabalga ¡ Ya! _ el capitán dió un golpe al caballo y este comenzó a correr, acto seguido desenvainó su espada, las flechas volaron, soltaron y cantaron, las espadas se besaron y bailaron un baile de muerte y desesperación, ^ Mi único consuelo fue que defendí el reino de los Melchores con mi vida, como me enseñó mi padre^, el capitán se abalanzó sobre sus enemigos con la espada en sus manos y alegría en su corazón.

Un urgente mensaje

Sintió un fuerte dolor en su muslo izquierdo, pero no le prestó atención, prefirió no ver lo que se imaginaba, prefería no ver lo evidente.

Cuando estuvo a una distancia razonable de la muralla, observó su muslo sin dejar de cabalgar, la flecha era de madera blanquecina, las plumas tenían un aspecto viejo y desagradable; estaba encajada en su piel hasta la mitad y le producía un punzante dolor cada segundo que permanecía en la bestia. Se percató en ese momento que el capitán no le había dicho el nombre del caballo:

_ Te pondré lucero _ le dijo mientras tocó con las espuelas al animal, el caballo aumentó la velocidad _ lo siento, amigo mío, pero tengo un urgente mensaje.

La noche cayó y en ningún momento quiso detenerse:

_ No te mueras por favor _ le dijo a Lucero _ y por favor perdóname, pero tenemos que ir más rápido _ tomó una pequeña fusta que colgaba de su montura y golpeó al caballo, este relinchó apretando aún más la velocidad _ ¡De verdad que lo siento amigo! Pero tiene que ser así.

Al amanecer divisó la ciudad de Lavi-Lavi ^ Puedo descansar cuando deje atrás el puente, cuando atraviese el río "Caliente" descansaré.

_ Y tu también Lucero _ jadeo el mensajero _ estás sudando mucho.

La ciudad de Lavi-Lavi era bastante grande, pero en nada se comparaba con la capital, la gran ciudad del rey Yahir, Azielpa, como la nombró los primeros reyes de los Melchores, hacia allí se dirigía.

Recordó nostálgicamente la ciudad, cuando era niño y jugaba al escondite o a lanzar piedras, pero su juego preferido era la guerra, se imaginaba que era un fiero caballero al mando de un gran ejército, montado en un pura sangre, con una plateada armadura y en sus manos una magnífica espada ^ Bueno ahora soy un caballero, tengo un corcel y estamos en guerra pensó amargamente.

Cuando hubo dejado atrás el puente se desmontó del caballo, acto seguido cayó sobre sus rodillas, sintió sus pies entumidos y un gran dolor en su herida.

Sentado en el suelo se rasgó el raído pantalón de herrero y vio la flecha clavada en su muslo; tomó un pequeño tronco del suelo, lo mordió, sujetó con ambas manos la saeta y jaló hacia arriba en un arranque de furia; fue tal el dolor que sintió que rompió el tronco con sus dientes, de la herida suspiraba un amarillento pus y un líquido ligado con sangre negra, arrastrándose llegó hasta el río y lavó su herida, sacó de su zurrón un pellejo y lo llenó de agua, luego tomó otro tronco y puso en práctica algo que aprendió de su padre, hizo un torniquete, sintió un poco de dolor, pero sabía que por lo menos tendría dos días antes de perder la pierna.

Levantándose como pudo, sujeto de su caballo, caminó hacia la sombra de un manzano. Comió una docena y muchas más el caballo, ambos las devoraron ansiosos pues tenían un hambre atroz. Guardó cuantas pudo en su zurrón.

_ Lo siento Lucero _ dijo Josafat mientras montaba en su lomo _, pero tenemos que partir, el reino cuenta con nosotros, cuenta con el caballero Josafat.

Partieron sin más miramientos, y pronto retomaron la máxima velocidad.

Sintió como el aire despeinaba su cabellera, vio diversos árboles en su viaje, de estar en otra situación se hubiese detenido a observarlos y descansar bajo sus sombras, como hizo seis años antes cuando él y su padre fueron a vivir en la muralla, la causa fue sencilla: la muerte de su madre. Muy dulce era Ana, recordó a sus padres, siempre juntos, siempre amorosos, nunca se peleaban, siempre se apoyaban mutuamente, hasta que un día su madre enfermó y poco a poco el brillo de los ojos de Ana fue opacándose, hasta esfumarse por completo, al igual que la felicidad de su padre.

^ ¡Concéntrate idiota, tenemos una misión!^ los bellos de su cuerpo comenzaron a erizarse y empezó a sentir frío.

_ Lucero, amigo mío, creo que estoy envenenado, necesito que vayas más a prisa o si no moriremos todos _ en ese momento sostuvo la fusta, pero antes de golpear al caballo, este aumento la velocidad _ gracias, amigo _ dijo mientras secaba el sudor de su frente _ que bueno que me comprendes.

En la distancia vio las ciudades de Noah- Zuriel y de Barack- Talá, sabía que el río Rojo estaba justo en medio de esas ciudades.

Una vez cuando tenía cinco o seis años fue a la ciudad de Noah-Zuriel a vender armaduras y armas al ejército de la ciudad. No era grande, ni tenía las mejores casas, ni tenía el honor de ser la más antigua de las ciudades, pero poseía un encanto único que hasta ese día no logró descifrar.

Al amanecer del segundo día traspasó el río Rojo, las ciudades y el puente, pero sentía muy cansado y un fuerte dolor en su pierna.

Desmontándose del caballo, pensó que caería, pero no fue así, en parte porque se sostuvo del animal. Se sentó en la hierba mientras el caballo pastaba, sacó una manzana del zurrón y la comió, luego otra y finalmente devoró la última manzana que le quedaba, sacó el pellejo y tomó agua y poniéndose en pie le dió a diocaballo.

_ Un día más, amigo _ le dijo con lastimosa voz _ solo un día más y podremos descansar _ el animal lo miró con sus cansados ojos y hasta le pareció a Josafat que le asentía con la cabeza.

Sostuvo con dificultad las riendas del caballo, ubicándose a un lado, intentó brincar, pero no lo logró, el dolor en el muslo era muy fuerte, lo volvió a intentar sin resultados, la tercera vez, al brincar, el caballo se agachó un poco, y con gran dificultad se acomodó en el lomo del animal.

_ Vamos mi amigo _ sonrió _ convirtámonos en héroes.

El caballo galopeó a gran velocidad mientras respiraba con dificultad, Josafat notó como a intervalos el animal bajaba su velocidad y el sudor corría por todo su cuerpo. Por otra parte, el nuevo caballero sudaba también, pero sintiendo frío, en momento se nublaba su vista, perdió en dos ocasiones la consciencia y casi cayó del caballo.

Al anochecer el dolor en su muslo era insoportable, cuando amaneció y miró su pierna se aterrorizó , era negra como la noche, al tocarla latía como si tuviera corazón propio e emitía un calor que contrarrestaba el frío que sentía por todo su cuerpo

_ Ahora no podemos detenernos, amigo _ dijo mientras se quebrava su voz_ ya veo a lo lejos la ciudad, veo a Azielpa desde aquí, oigo las ovasiones de los ciudadanos _ tocó la cabeza del animal _ ¿ No las oyes tu mi amigo? Oyelas, presta atención, dicen : Josafat, Josafat, Josafat, montado en su corcel _ soltó una frenética carcajada _ pronto llegaremos.

Antes de que el día llegase a su fin, vio como crecían ante sus ojos las murallas de la capital, vio las dos torres, la gran puerta, sintió el olor a pan, pescado y carne, se sintió niño, se volvió a sentir amado

Volvía a su ciudad luego de seis años, del trabajo, del frío, del calor, del dolor. Volvía y nunca más se iba a ir.

Justo antes de llegar a la puerta el caballo cayó muerto de cansancio, Josafat voló por los cielos antes de caer en tan dura piedra. Los guardias de la ciudad corrieron a socorrerlo y con mucha dificultad explicó lo que pasaba:

_ Nos atacan, vengo de la muralla del Este, todos han muerto, el rey, el rey debe saberlo, soy Sir Josafat, me nombró el capitán Enós, las viejas historias, las viejas historias son ciertas, por favor, notifiquen de inmediato al rey _ diciendo esto sintió cansancio ^ Mamá, que bella estas, no has cambiado en nada^, sus ojos comenzaron a cerrarse; Josafat sintió paz por un momento, sonrió y luego no volvió a sentir dolor.

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