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La Niña Del Capo

PROLOGO

Stefano

La mujer que está colgando frente a mi suelta un grito cuando azoto la impecable piel de su vientre con el látigo de tiras de cuero, mi favorito. Deja caer la cabeza hacia adelante y veo como las lágrimas comienzan a caer de sus ojos.

–Más –pide en un sollozo estrangulado.

Mi respiración se vuelve pesada y mi entrepierna arde con furia, exigiéndome un alivio, pero no todavía. No cuando ver a esta pequeña mujer llorar y pedirme que siga lastimándola me causa este subidón que ninguna droga logrará jamás.

–Cabeza arriba. Mírame –ordeno y lo hace de inmediato–. Buena chica –digo antes de acercarme y sacar su brasier.

Sus pechos caen hacia adelante, excitados. Paso las tiras de cuero por sus puntas, provocándolas más. La piel de su pecho se vuelve rosa y sus puntas crecen ante el roce.

Lanzo un golpe con mi látigo a sus pechos y la mujer grita con fuerza y comienza a mover sus muñecas con desesperación, haciendo sonar los grilletes.

Como me pone ese ruido.

En este puñetero momento recuerdo a otra chica colgando de unos grilletes, maltratada y sufriendo.

Inés Guzmán.

Mis ojos se cierran y mi respiración se detiene por unos segundos cuando recuerdo su cuerpo semidesnudo, vulnerable y tan apetecible.

Por unos segundos se me olvidó qué es lo que estaba pasando. Se me olvidó que estaba ahí para rescatarla de su secuestrador, se me olvidó absolutamente todo y en lo único que podía pensar era en coger mi látigo y darle duro hasta que su cuerpo no sea nada más que una masa temblante y necesitada.

Lista para mí.

Si no fuera porque mi hermano me llamó a la cordura nunca hubiese dejado salir a esa chica de esa cabaña.

Ese día recibí un disparo para salvarle la vida porque no podía permitir que el mundo continuara sin ella en él. Recuerdo que me besó cuando estaba en el suelo. Un beso tan dulce, que juro todavía puedo saborearlo en mis labios.

Miel y caramelo.

Un beso de una dulce niña. Una niña que si supiera lo que pensé hacerle ese día me temería.

Abro los ojos y hago una mueca.

Quizá soy un pervertido. Quizá Dante tiene razón y soy un monstruo.

Esa niña merece a alguien mejor que yo.

La chica frente a mí me mira con sus ojos verdes y gruño porque no son los ojos que quiero ver, no son los ojos color ámbar de Inés. Esos ojos inocentes que siempre me han mirado con admiración y con un poco de avidez.

Esos ojos que nunca podrán mirarme como deseo que lo hagan porque mi hermano se ha encargado de ello.

Desato a la chica, ignorando sus preguntas.

–Vete –ordeno cuando coge mi muñeca–. Vete y no vuelvas.

Salgo de mi habitación de juegos y me dirijo a mi oficina.

Soy el Capo de la ´Ndrangueta ahora, tengo mejores cosas que hacer que tener sexo decepcionante con una mujer que desearía que fuera otra persona.

Es mi momento de probarle a todo el mundo que soy el mejor para este trabajo y no puedo fallar.

No fallaré.

Volar lejos

Inés

Me siento sobre mi maleta para cerrarla, pero ésta no baja lo suficiente.

–No puedo creer que te vas –dice Fran mirándome desde el umbral de la puerta.

–Ni yo –digo con sinceridad–. Todavía no puedo creer que me hayan aceptado en la universidad de Nueva York. Creo que una parte de mí teme que haya sido un error y lo descubra cuando vaya a matricularme.

–No seas tonta, Nessy. Claro que te aceptaron. Siempre has sacado las mejores calificaciones.

Comienzo a saltar, todavía sentada, sobre mi maleta, pero nada pasa.

Gruño furiosa.

–Podrías intentarlo.

–¿Me estás diciendo gorda? –pregunta Fran con indignación.

–No estás gorda, pero tienes peso extra en este momento y lo necesito –digo mirando su barriga.

Mi hermana tiene cuatro meses de embarazo y se niega a aceptar que su cuerpo está cambiando y a renovar su guardarropa.

–Muévete –masculla.

Me muevo y ella se sienta sobre la maleta, y por fin baja los centímetros necesarios para poder cerrarla.

–Gracias, Franny y gracias, Massimo –digo acariciando la parte más alta de su barriga.

–No vas a estar aquí para conocer a tu sobrino –dice mientras la ayudo a incorporarse.

–Viajaré.

–No es lo mismo. Ya no nos veremos todos los días –susurra y sus ojos se llenan de lágrimas.

Me rio.

–Pobre de mi cuñado. Entre su trabajo y tus hormonas terminará enloqueciendo.

–Voy a extrañarte mucho, Nessy.

–Y yo a ti también, pero quiero empezar a vivir mi vida. Quiero aprender, quiero equivocarme… Quiero descubrir quién soy. ¿Puedes entenderlo?

Franny asiente y me abraza con fuerza.

–Tienes que llamarme siempre.

–Lo haré –le aseguro.

–¿Todo bien? –pregunta Dante, quien entra a mi habitación.

–Tu esposa y sus hormonas –digo.

Dante coloca sus dedos índice y corazón contra su sien, simulando un disparo y yo me rio.

–Sé lo que estás haciendo –dice Fran molesta–. Tengo todo el derecho del mundo a estar triste, mi hermanita se va a otro país.

–Cariño –dice mi cuñado acercándose a Franny–. Tenemos el Jet, podemos ir a verla cuantas veces queramos y Nessy puede viajar también.

–Lo sé, pero no es lo mismo. Ya no estará aquí –se defiende mientras seca sus lágrimas, impidiendo que Dante lo haga.

Mi cuñado suspira antes de girarse hacia mí.

–Las llaves –dice antes de ponerlas en mi mano.

–Oh, genial. ¿Les avisaste a tus padres y a tu hermano que estaré ocupando el departamento?

–No es necesario porque no te quedarás en ese departamento.

–¿Ah?

–Te compré un departamento cerca de la universidad –dice encogiéndose de hombros.

–¿Me compraste un departamento? –pregunto sin entender.

–Sí. Será más cómodo para ti. Además, el otro departamento lo está usando Stefano cuando va a la ciudad, así que pensé que sería mejor que tuvieras tu propio hogar.

–¿Un departamento?

–Sí.

–No debiste, Dante. No tengo problemas en compartir el espacio con Stefano o tus padres. Prácticamente lo usaré solo para dormir. Tendré clases y buscaré un trabajo a medio tiempo.

–Sabes que eso no es necesario –empieza mi hermana, pero la detengo levantando mi mano.

–Franny, no quiero tener esta conversación nuevamente. Ese dinero no es mío porque no he hecho nada para ganármelo.

–Todo lo nuestro es tuyo –dice Dante y mi hermana asiente.

–Quizá más adelante cuando pueda ser un activo para ustedes me sentiré merecedora de ese dinero, pero ahora no. Quiero sentirme útil, quiero poder mantenerme por mi misma y ustedes prometieron que me dejarían.

–Lo prometimos, pero… –empieza Dante.

–No lo parece. ¡Me compraste un departamento! Eso no era parte del trato.

Dante se sienta en mi cama y respira profundamente.

–¿Qué te parece si nos pagas renta por usarlo?

–Me sentiría mucho mejor –digo con una enorme sonrisa.

Dante mira a Franny y ésta asiente.

–Está bien, eso haremos. –Comienzo a dar saltos como una niña pequeña–. Pero si necesitas nuestra ayuda debes decirnos.

–Lo haré –digo antes de darle un enorme abrazo–. Gracias –susurro.

–Tienes que cuidarte –me pide.

–Lo juro.

–¿Tienes todo listo? –pregunta.

Miro a mi alrededor y asiento.

Dante se pone de pie y toma mis dos maletas.

–Las cargaré en el auto –dice antes de salir con ellas.

Tomo mi bolso de mano y la foto de mis padres que tenía sobre mi mesa auxiliar.

–Estoy lista –le digo a mi hermana.

Fran toma mi mano y caminamos juntas hacia el garaje.

*****

Fran me abraza antes de embarcar. La siento temblar contra mi pecho y luego la escucho llorar.

Mi corazón duele al saber que está sufriendo por mi culpa.

–Estaré bien, Franny.

–No quiero que te vayas –dice y se aferra a mí con más fuerza–. Voy a extrañarte demasiado.

–Yo también te extrañaré, pero te llamaré todos los días –juro–. Haremos videollamadas y será como si estuviéramos en distintas habitaciones y no en distintos países.

–Te amo, Nessy.

–Yo también te amo, Franny.

–¿Vas a volver?

–Voy a estudiar para ser útil para Sinaloa, por supuesto que voy a volver.

Dante se acerca a nosotras.

–Fran, tienes que dejarla partir –le dice–. Nessy estará bien.

–Lo sé, es solo que… No puedo creer que vaya a dejarnos –devuelve mi hermana mientras me abraza con todas sus fuerzas.

Miro a Dante por ayuda, ya que apenas puedo respirar.

–Cariño, Nessy debe tomar su avión o lo perderá –le dice mientras trata de alejarla de mí.

Respiro profundamente cuando por fin me suelta.

Abrazo a Dante.

–Cuídala –le pido.

–Sabes que lo haré –devuelve y sonrío.

Por fin mi hermana tiene un hombre a su lado que hará hasta lo imposible por hacerla feliz.

Tomo la mano de mi hermana.

–Volveré para conocer a Massimo.

–¡Falta mucho para eso! –devuelve entre sollozos.

–El tiempo pasará volando –la consuelo.

Por el altavoz hacen el último llamado para mi vuelo.

–Debo irme.

Fran suelta mi mano y se abraza a Dante.

–Llámanos cuando llegues al departamento –exige mi cuñado.

–Llámanos cuando el avión aterrice –insiste mi hermana.

Asiento antes de continuar. Entrego mi pasaje y volteo a verlos una última vez. Sonrío al ver a Dante abrazando y consolando a mi hermana.

Me despido con la mano una última vez con la certeza de que Franny estará bien. Tiene a Dante a su lado.

*****

El avión acelera por la pista y luego de unos minutos comienza a elevarse hacia el cielo. Miro por mi ventana y veo como todo se hace cada vez más pequeño.

Entre más me alejo de la ciudad que me vio nacer, más feliz me siento.

Hoy empezaré a vivir mi propia vida. Hoy por fin soy libre.

Nueva vida, nuevo trabajo.

Inés

Asiento a las instrucciones que me da Joseph, mi jefe y el dueño del bar donde trabajaré durante los próximos meses. Espero más adelante encontrar un trabajo con mejores horarios, pero por ahora esto es lo que hay.

–Debes limpiar el filtro del café dos veces al día.

–¿Alguien bebe café en este lugar? –pregunto con escepticismo mientras veo todo el alcohol en las vitrinas.

–Te sorprenderías –responde.

–Imagino que un buen café ayuda a quitarte la borrachera –digo mientras amarro mi cabello en una cola de caballo.

Joseph me entrega el delantal.

–¿Cuándo comenzarás tus clases?

–El próximo lunes –respondo con entusiasmo. Apenas puedo esperar.

–Genial, entonces podrás hacer turnos dobles esta semana –empieza–. Valerie está con gripe y no podrá cubrir el turno de la noche esta semana.

–Me encantaría –digo de inmediato.

–Ese es el espíritu –devuelve con una enorme sonrisa mientras golpea mi espalda con suavidad–. Son veinte dólares la hora y las propinas son tuyas. No puedes beber alcohol mientras estés trabajando.

–Tengo diecinueve años, no puedo beber alcohol en ningún lugar.

–Oh, eres una pequeñita –susurra mientras vamos avanzando por la barra–. Aquí estarán los barman y tienes que entregarles los pedidos a ellos.

Asiento mientras paso mi mano por la superficie fría.

–Cuando el lugar está abarrotado será necesario que ayudes a preparar los cocteles.

–No sé prepararlos –digo asustada.

–No te preocupes, los chicos te enseñarán. Les encanta presumir de sus conocimientos.

Sonrío aliviada.

–Aprendo rápido.

–Mucho mejor entonces –dice aplaudiendo una vez con sus manos–. ¿Alguna duda?

–Ninguna.

–Abrimos en una hora más. Así que descansa y come algo. Hoy será un día largo para ti.

–Lo haré. Gracias.

–Cualquier duda, estaré en mi oficina –dice antes de desaparecer detrás del bar.

Me siento en unas de las sillas frente a la barra y tomo mi bolso que dejé en el suelo. Saco uno de los sándwich que me preparé antes de salir del departamento esta mañana.

El dichoso departamento es un pent-house de lujo con tres habitaciones y una tina con hidromasaje enorme. Y lo peor de todo es que Dante no va a aceptar más de mil dólares de renta al mes. Le dije que creía que podía pagar hasta tres mil, pero no lo aceptó.

Por lo menos hoy pagué la matrícula con el dinero que había ahorrado durante toda mi vida y no tuve que endeudarme, al menos por este año.

Me tocará ahorrar lo más que pueda para pagar la matrícula del próximo año, y si no lo logro tendré que pedir un crédito universitario aunque mi hermana y Dante se nieguen.

Tomé clases de negocios, marketing, economía y finanzas entre otras. Mi intención es poder aprender habilidades que después pueda implementar en los negocios que tiene Sinaloa. Quiero ser útil para mi familia.

Como mi sándwich mientras reviso las fotos de las ecografías que me mandó más temprano mi hermana. No distingo prácticamente nada, pero me hace feliz saber que estoy viendo a mi sobrino Massimo en las instantáneas.

–¿Eres la nueva?

Me giro y saludo a un hombre alto, moreno y guapísimo que viene con una enorme mochila a cuestas.

Trago la bola de pan masticado antes de hablar: –Lo soy. Mi nombre es Inés Guzmán.

–Marco Valdés –se presenta–. Latino también. No tienes mucho acento –agrega con un acento marcado.

–He hablado inglés desde pequeña y mi cuñado es gringo.

Marco ríe y coloca su mochila en la barra.

–¿Eres el barman?

–El mismo –responde mientras saca un termo–. Sopa de calabaza. Mi mamá hace las mejores sopas. ¿Quieres?

–No, gracias. Estoy apenas con esto –digo mostrándole mi sándwich a medio comer–. Tomé un muy buen desayuno hoy.

–¡Hola! –saluda una voz a nuestras espaldas–. Ah, debes ser la nueva. Soy Stephanie Miller –se presenta una mujer rubia, delgada, y con los ojos más celestes que he visto en mi vida–. Soy mesera también.

–Inés Guzmán –me presento.

–Hola, chicos –dice otra voz–. Carne fresca –dice cuando me mira–. Claire Black, atiendo la barra –se presenta una chica muy bajita con el pelo rojizo y unos ojos oscuros.

–Inés Guzmán. Mesera.

Todos comienzan a conversar a la vez y de inmediato me siento bienvenida cuando me incluyen en sus conversaciones.

–México –respondo cuando Claire me pregunta de dónde vengo.

–Siempre he querido ir –dice Stephanie–. ¿En qué parte vives?

–En Culiacán, Sinaloa.

–¿Cómo el cártel de Sinaloa? –pregunta Claire entusiasmada.

Muerdo mis mejillas para no reír. –El mismo.

–¿Has conocido a alguien que trabaje para Sinaloa? –pregunta Marco antes de empinarse el termo con sopa.

–No –miento–. No es como si llevaran un uniforme que diga miembro de Sinaloa Corporations.

Todos ríen con mi respuesta y tengo que luchar contra todas mis fuerzas para no reírme a carcajadas.

Si ellos supieran...

–Tienes razón –dice Claire antes de mirar la hora–. Chicos, ya debemos abrir –agrega y todos nos ponemos de pie.

Guardo la mitad de mi sándwich para después.

–El bolso lo puedes dejar detrás de la barra –dice Marco estirando sus manos.

–Gracias –digo y le entrego mi bolso–. Eres muy amable.

–Soy la amabilidad personificada –devuelve con una linda sonrisa.

–En verdad lo es –dice Stephanie mientras se coloca el delantal y lo amarra en su pequeña cintura–. ¡Lista! –exclama con entusiasmo.

Respiro profundamente y me preparo para comenzar mi primer día de trabajo.

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