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En Busca De La Emperatriz

Premoniciones

Un fuerte hedor a podredumbre se percibía a mi alrededor, cientos de chispas volaban con el sonido de choques de metales, había humo y fuego que lo consumía todo, gritos y gemidos, banderas verdes con un símbolo que no lograba distinguir, al igual que estandartes negros que se agitaban en el aire. En aquel sitio también se lograba vislumbrar cientos de flechas que atravesaban centenares de cuerpos que eran la fuente de un río carmesí que fluía bajo sus pies.

Sin previo aviso se escuchó un graznido, fuerte y aterrador que provenía de un cielo que parecía estar cubierto de sangre, se trataba de una sombra oscura que disperso el humo que había alrededor y que trataba de ocultar la masacre que ahí había ocurrido, aquella figura ocultó la poca luz de un sol opaco que amenazaba con irse detrás del horizonte dejándome sola e indefensa ante la criatura que parecía acosarme desde lo alto.

Su plumaje se extendía conforme aleteaba, mostrándome la inmensidad de sus alas y lo peligrosas que eran sus plumas negras, las cuales se asemejaban a la textura de huesos humanos convertidos en afilados cuchillos, pero de un momento a otro, sus patas se encogieron para caer en picada buscando apuñalarme.

Mis piernas permanecieron inmóviles, estaba paralizada, así que mi cuerpo no me respondía. El miedo me había tomado por el cuello, asfixiándome para no moverme, para esperar mi propio final. Mire hacia lo alto y observe como la bestia agitaba sus alas hacia mí, entonces pensé en lo terrible que sería mi muerte, en cómo sus garras me despedazarían miembro por miembro hasta encontrar mis huesos y quizás usarlos como complementos de su plumaje destructivo.

Grazno una última vez y su furia resonó en mis oídos. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, mis piernas, enraizadas a la tierra, tiritaban. Alce mis manos para cubrir parte de mi rostro como si estas pudieran protegerme del ataque. Cerré los ojos, esperando mi final y que todo aquello terminara de una buena vez.

Abrí los ojos, sobresaltada ante la conmoción, el sol me golpeaba la vista, así que me forcé a cerrar nuevamente los parpados, alce la cabeza con un terrible dolor en el cuello. Mire a mi alrededor buscando indicios de lo que acaba de ver o mejor dicho presenciar, pero me di cuenta de que estaba en mi habitación.

Alce las manos al sentir un dolor agudo y me estremecí al ver mis uñas enterradas sobre mis palmas, parecía llevar un par de horas así.

—¿Otra vez?— me queje dejando escapar un suspiro nervioso

Al escuchar mi propia voz, confirme que realmente estaba despierta y que aún seguía viva, por mucho que esos sueños me agobiaran noche tras noche.

Mi vista recorrió la habitación hacia mi buro de cama, donde mi reloj marcaba que debia irme o llegaría tarde, otra vez, pero mi cuerpo parecía estar hecho de plomo y se negaba a levantarse de la silla en la que me encontraba sentada y en la que aparentemente me había quedado dormida toda la noche.

Las pesadillas habían comenzado justo en mi cumpleaños número diecisiete, al principio no eran más que sombras o sonidos en la lejanía, pero cada noche ese sueño comenzó a tener más nitidez. Hacía una semana atrás distinguí la escena de una guerra en una tierra que no conocía y tres noches después, la criatura grazno por primera vez. Se cumplía un mes desde la última vez que había tenido un sueño reparador y placentero, pero desde entonces solo fue oscuridad y terror.

—Quizás en dos días esa cosa logre tocarme…—supuse, pero mis palabras sonaron estúpidas, porque no era más que un sueño. ¿Verdad?

Por más que se repitiera un sueño, no quería decir que tenía el poder de hacerme daño, pero esas imágenes lucían tangibles en mis recuerdos y los sonidos eran algo que jamás había escuchado en mi vida. Necesitaba convencerme de que no era más que el estrés del colegio y la proximidad de los exámenes, pero cada que despertaba asustada y sudorosa, temía que mis sueños se trataran de advertencias de que algo estaba por ocurrir.

Me levanté de mi asiento y miré por última vez el pequeño escritorio de mi habitación, tontamente creí que las pesadillas se derivaban de la comodidad de mi cama y que si intentaba cambiar de lugar lograría dormir porque ni un atrapa sueños había conseguido ayudarme y no quería recurrir al medicamento, pero tal vez esa era mi última opción.

Me puse el uniforme escolar y bajé por las escaleras hasta llegar a la cocina donde mi madre ya se encontraba preparando el desayuno.

—Buenos días—me saludo con una sonrisa, me acerqué a ella y le di un beso. Giro a verme y enseguida frunció el ceño— ¿Te sientes mal?

—No pude dormir bien—admití abatida, ya ni siquiera recordaba como eran los sueños tranquilos y que decir de la energía que me restaba el despertarme abruptamente.

—¿De nuevo?—cuestiono extrañada—¿Cuánto tiempo llevas así?

No respondí enseguida, mi madre sabia que había tenido varias malas noches, pero no que esos sueños se habían estado presentando con mucha más frecuencia de lo que ella sabía.

—No lo sé—me vi obligada a decir mientras acomodaba mi rostro sobre la madera fría de la mesa en un intento de distraer a mi mente y así evitar dormirme, porque sí me sentía bastante cansada.

—¿Debería hacer una cita con el doctor? —sugirió mi madre. Levante la vista hacia ella, al principio pensé que todo esto de las pesadillas se iría con el tiempo y que volvería a descansar como antes, pero con lo cansada que me sentía estaba comenzando a caer en la desesperación.

—¿Crees que medicarme ayude de algo?—replique mientras observaba a mi madre rodear la barra de la cocina, llevando en sus manos un planto de cereal con fresas, mi favorito, pero últimamente nada lograba subirme el ánimo.

—El examen para la universidad será pronto y no me gustaría que te quedaras dormida porque no has logrado descansar—expreso en un tono preocupado y pese a que quería evitar a cualquier costo el tener que usar medicina para poder conciliar el sueño, ella tenía razón, debia si o si lograr descansar, pero en realidad no sabia certeza de que los medicamentos funcionarían, ya que dormir no era exactamente el problema, sino el hecho de que cada que cerraba los ojos, una extraña bestia ponía mi vida en peligro y esa sensación era algo indescriptible, un miedo profundo que seguramente solo debía sentirse al morir.

Últimamente, había llegado a pensar, quizás víctima del cansancio, que un día ya no podría despertar porque esa cosa finalmente conseguiría matarme en sueños.

Mire mi plato de cereal mientras mi madre, tomaba su teléfono móvil, quizás con la intención de hacer una cita en línea para mí y por supuesto, no me atreví a decir nada, quizás porque sabía que solo quería ayudarme, ese era su trabajo, pero yo tenía una extraña sensación en el pecho, era como una intuición de que lo que me estaba sucediendo no era algo que precisamente un doctor pudiera solucionar.

Comí mi desayuno por mero instinto, aunque estaba sumamente cansada, pero lo que más necesitaba en ese momento era energía y lo único que podía proporcionármelo era la comida.

—¿Crees tener tiempo esta tarde?—cuestiono mi madre mirándome de reojo mientras tapaba el micrófono del teléfono, estaba en medio de una llamada, supuse que hablaba con la secretaria del doctor, así que simplemente asentí solo para darle gusto.

Cuando termine de comer, tome mis cosas y me colgué el bolso. Mi madre me dio enseguida un billete para comprarme el almuerzo, a pesar de que había tenido tiempo para hacerlo ella misma. Guarde el billete en uno de mis bolsillos y mientras ella continuaba hablando por teléfono me dio un beso en la mejilla antes de irme.

Mi colegio, quedaba a unas cuentas manzanas de mi casa, así que siempre caminaba hacia allá y no era extraño encontrarme en el camino a algunos alumnos que se reunían antes de clase para llegar juntos, era una práctica más común entre las chicas, solo que debido a que yo era prácticamente nueva, aún no tenía ni un solo amigo.

Habían transferido a papá, era por así decirlo el trabajo de sus sueños, así que tanto mamá como yo habíamos tenido que cambiar nuestras vidas solo por él, algo muy injusto si nos podíamos a medir la balanza, pero ninguna se había quejado, quizás porque creíamos que con el tiempo lograríamos acostumbrarnos a esa nueva vida.

Para distraerme en mi camino al colegio, opte por observar a la gente para tratar de perder mi mente, dejar de pensar y por alguna razón fluir con lo que sucedía a mi alrededor.

Camine hasta llegar al colegio, era un edificio de cuatro pisos de alto, amplio y con diferentes tipos de área para las actividades del día. Mi salón estaba justo en el tercer piso y para mi mala suerte, en ese sitio no se contaba con ascensor, por lo que tuve que subir, por supuesto, a mi ritmo para poder soportar el cansancio de mi bolso escolar detrás de mi espalda; sin embargo, justo al llegar al marco de la puerta escuche de nuevo ese graznido aterrador que me hizo girar de golpe hacia las ventanas que estaban situadas frente al salón.

Mire a mi alrededor, había varios chicos y chicas que caminaban a sus respectivos salones o platicaban justo afuera de sus salones antes de clases, nadie parecía asustado o impresionado por aquel rugido que se había escuchado.

Mi lógica me indico que me calmara, porque había algunos ahí que se habían percatado de mi reacción, ya era suficiente con ser la chica nueva y más con el hecho de estar siempre cansada. No quería agregarle otra cosa a mi lista de rarezas, así que me di media vuelta y camine hacia mi asiento con el corazón casi saliéndome del pecho.

El hombre de cabello blanco

Mi asiento estaba justo al lado de la ventana y desde ahí se podía observar la entrada al colegio, parte de los jardines, así como parte de la ciudad a la que mi padre nos había obligado a mudarnos por su trabajo, no era exactamente el mejor panorama, pero ya que no conocía realmente el lugar, esa era la mejor forma de hacerlo.

Justo en ese momento la campana sonó, lo que me hizo fruncir el ceño, al tener que volver la mirada hacia el frente al ver al profesor de matemáticas entrar por la puerta. Ese ambiente cotidiano me ayudo a tranquilizarme un poco, ya que comencé a hacerme a la idea de que realmente lo que había escuchado antes solo había sido producto de mi imaginación y del cansancio extremo que tenía y el cual no sabía por cuanto tiempo más podría soportar.

Intente prestar atención a la clase lo mejor que pude, pero mientras más escuchaba la explicación del profesor, mis parpados se sentían más y más pesados, hasta que finalmente, al abrirlos de nuevo, me encontré de nuevo en aquella escena caótica, incluso volví a escuchar aquel graznido aterrador y al levantar la mirada, logre ver el resto de la escena que no había visto antes en algún sueño.

Aquella aterradora ave, caía en picada hacia mí, lista para asesinarme y yo aterrada o mejor dicho, paralizada, apenas lograba colocar mis manos frente a mí para protegerme, solo que en ese momento una espada apareció justo ahí, en mis manos, aunque no sabía si aquel artefacto había estado ahí, en mis manos y en cada uno de mis sueños o se trataba de una aparición producto de mi desesperación; sin embargo, antes de que pudiera hacer algo con esa espada, el ave finalmente lograba alcanzarme, más no lograba terminar con mi vida, sino que algo más aparecía, un hombre o eso parecía.

Ese hombre se interponía entre el ave y mi indefenso cuerpo, causando que la única sangre en ser derramada fuese la suya y no la mía. Desde mi posición, pude ver como su sangre salpicaba cuando su carne era desgarrada por esas garras mortales, pero posterior a eso, cuando el ave volvía a alzar el vuelo, aquel hombre, logro girar hacia mí.

Su cabello se notaba como hilos de seda, una seda blanca que brillaba al igual que sus ojos color dorado y esos ojos llenos de lágrimas, me miraban con una inusual tristeza, como si me conociera y sus labios intentaban pronunciar algo, algo que en realidad no pudo emitir, pero sí articular, Me pareció leer en sus labios la palabra: "Lo siento"

—¿Señorita Williams?— escuché mi nombre y entonces, abrí los párpados.

Frente a mí estaba el profesor de matemática, el señor Smith, y por la expresión qué tenía en el rostro, supe que estaba en problemas.

—¿Está usted durmiendo en clases?—me pregunto con cierto aire sarcástico, uno bastante malo y un tanto cruel, ya qué no hacía falta evidenciarme frente a mis compañeros.

En mi espalda sentí la mirada penetrante de todos ellos, eran como agujas apuntando en mi dirección.

—Lo siento mucho—me limité a decir y por obvias razones, me vi obligada a levantarme de mi asiento, quizás para demostrar que en realidad tenía la suficiente energía para seguir escuchando su clase, pero él no conforme con ello, solo negó con la cabeza.

—Puede ser que sea de nuevo ingreso, pero eso no es excusa para dormirse en clase. Por favor pase a mi oficina a la hora del primer descanso—me dijo frunciendo el ceño, obviamente molesto.

Una vez advertida, el profesor giro sobre su sitio para volver al frente del salón, pero una vez que se alejó de mí, escuche claramente detrás de mi espalda:

—Las chicas buenas lo hacen por detrás.

No me moví y es que no solo estaba impresionada por la astucia de aquellos chicos que se sentaban detrás de mí, sino porque en realidad no tuve el valor para hacerles frente. ¿Cómo podía?

Fingí demencia y volví a sentarme, a pesar de las tenues risas qué sé escuchaban por el salón, cosa que en su momento el profesor ignoro o simplemente no tenía ganas de callar.

Cerré mi puño ante la frustración de ser el centro de atención, cuando había pasado desapercibida exactamente cuatro semanas, tiempo en que algunos alumnos habían sentido interés en mí, pero al poco tiempo, después de pasar la novedad de mi llegada, simplemente ignoraron mi existencia hasta ese momento, en que había pasado de ser un fantasma a ser la burla del salón.

La clase transcurrió con normalidad y aunque me sentía igual o peor de cansada, trate de no volver a cometer el mismo error, además había notado algo extraño. Había cerrado los ojos e incluso había soñado, pero no me había dormido durante mucho tiempo; sin embargo, ese lapso había bastado para que el sol matutino se ocultara detrás de unas nubes espesas y sumamente grisáceas. Todo indicaba que caería una tormenta.

El resto de las clases, fue del mismo modo. Tuve que luchar contra el cansancio y el sueño, para no quedarme dormida y terminar con más problemas. Cuando termino el primer módulo y llego la hora del primer descanso, me lamente no poder haber resistido desde la primera hora, porque de lo contrario habría aprovechado ese momento para dormir o al menos intentarlo, ya que sabía que de una u otra forma, terminaría despertando abruptamente como siempre.

Me levanté de mi lugar, cuando lo hice muchos de mis compañeros ya habían salido para comprar o comer sus almuerzos, por lo que me sentí un tanto aliviada de poder salir de ahí sin tener que ser juzgada por ellos, pero justo al dar un primer paso, la ventana junto a mi asiento, al igual que todas las demás, comenzaron a temblar, como si afuera hubiese un poderoso viento que las empujaba.

Las observé un momento, al igual que los pocos alumnos que se habían quedado hasta ese momento, ya que daba la impresión que en cualquier momento terminarían cediendo o terminarían rompiéndose ante la inclemencia del clima. Volví la mirada al sentir de nuevo esa extraña sensación en el pecho, era como cuando despertaba de mis pesadillas, era esa horrible sensación de estar en peligro.

Al dar otro paso, algo me detuvo de continuar, fue como una brisa ligera, una veraniega, con aroma a durazno o cereza, no sabía que era, pero pese al miedo que sentía en ese momento, me obligue a girar hacia atrás y averiguarlo por mí misma

No muy lejos de mí se encontraba un hombre con un traje oscuro, uno bastante elegante y vistoso, pero lo que me impresiono fue su rostro. Era el mismo hombre que había visto en sueños.

El mismo cabello de seda blanco, los mismos ojos dorados, las mismas facciones finas y un tanto femeninas, pero su expresión era seria, casi de piedra.

—¿Quién... eres?—logre decir, aunque claramente mis palabras alertaron a mis compañeros que enseguida giraron en dirección hacia aquel hombre, lo que me hizo sospechar que no se trataba de un sueño o una alucinación, ese hombre realmente estaba frente a mí.

El Juramento

—Es usted—me dijo y al oír su voz me paralicé, no por miedo, sino que había algo en su forma de hablar, que era diferente, muy melodiosa y cortes, era como escuchar un poeta recitar un poema de amor o tragedia.

—¿Qué?—mi voz sonó nerviosa y temblorosa, aunque no por el hecho de ser observada por mí compañeros, puesto que había sido muy extraña su forma de presentarse, sino porque aún no le encontraba lógica a esa situación. ¿Cómo era posible que después de haberlo visto en mis sueños, ese hombre estaba ahí, de pie y delante de mí?

—La he estado buscando, majestad— revelo mientras acortaba la distancia que había entre nosotros, solo entonces note lo alto que era y lo pálida que lucia su piel, además de que esta parecía relucir, como si en ella hubiese algún tipo de crema con pequeños brillos que se iluminaban con la luz del sol, era sin duda un hombre difícil de pasar desapercibido, sobre todo por su extraordinaria belleza— por favor, venga conmigo.

Extendió su mano hacia mí, una mano muy pálida, aunque por lo que note, de piel tersa, era como ver la piel de un bebe. Yo solo la miré por un momento, muy confundida y asustada, así que repetí mi pregunta:

—¿Quién eres?—insistí, alejándome de él un paso, asustada, pero al mismo tiempo intrigada, aquello parecía una más de mis pesadillas, incluso desvíe la vista un momento, tratando de encontrar a mi alrededor, algo que no cuadrara en ese sitio, algo fuera de lo común que me indicara que realmente eso se trataba de un sueño o quizás una pesadilla, pero lo único extraño era aquel hombre de ojos dorados, los cuales eran muy atrayentes e hipnóticos, era imposible no contemplarlos.

—Por favor, majestad. Me han seguido hasta este lugar, no tenemos mucho tiempo—insistió en un tono de voz preocupado, pero al mismo tiempo tranquilo, era como si realmente ese aire pacífico fuese parte de él. Sin pensarlo dos veces, acorto a un más la distancia entre los dos para tratar de tomar mi mano, pero al momento en que su piel toco la mia, tuve una extraña sensación, era como tocar un animal, quizás un delfín o un caballo y era extraño que pensara en esos animales, pues en realidad nunca había tocado ninguno, pero fue lo primero que se me vino a la mente— corre peligro. La llevaré a un lugar seguro.

Instintivamente, jale mi mano para evitar que siguiera tocándome, porque el solo sentirlo, el saber que era tangible, me horrorizo, es decir, hasta ese momento, quería creer que todo eso se trataba de un sueño y que tal vez durante la hora del descanso me había quedado dormida, pero aparentemente no era así.

En un movimiento brusco, pero ágil, mi mano se deslizó entre la suya que era tan tersa y solo así pude escapar de él. Corrí lo más rápido que pude para salir del salón, tratando de encontrar en mi camino alguien que pudiera ayudarme, quizás no exactamente un alumno, pues había muchos en los pasillos, sino un profesor que pudiera auxiliarme, pero sabía bien que a esa hora todos ellos se encontraban en la sala de profesores, lugar donde todos se reunían para compartir o calentar sus almuerzos o al menos eso suponía, pero la sala de profesores estaba en la primera planta, al otro lado del primer jardín, justo al lado de la oficina del director.

Aquella fue la primera vez que baje tan rápido las escaleras, aunque lo hice empujando a muchos en mi camino, pero temía que aquel hombre lograra atraparme, de algún modo.

Fue hasta que llegue al jardín que finalmente me anime a mirar atrás, el lugar estaba despejado y nadie me perseguía, aparentemente ese sujeto no se había tomado la molestia de seguirme; sin embargo, al volver la mirada hacia el frente, justo al camino qué guiaba hacia la sala de profesores, ese graznido, él qué había escuchado tantas veces en mi sueño, volvió a escucharse, hizo tal estruendo qué me pareció que me rompería los tímpanos.

Me vi obligada a detenerme, para colocar las palmas de mis manos sobre mis oídos y así, de algún modo, evitar el sonido desgarrador.

Cerré los ojos por un instante, esperando a que el sonido cesará y por un momento mientras todo eso ocurría mi sentido común me advirtió qué estaba volviéndome loca, pues era imposible que ese sonido se escuchara justo ahí, en el colegio.

Levante la vista, tal y como lo había hecho en mis sueños, aunque quizás lo hice por instinto, porque sabía que después de escuchar ese sonido, siempre, sobre el cielo, una bestia siempre venía a atacarme, pero en ese preciso instante me percate de la presencia de más personas, alumnos que al igual que yo, parecían estar impresionados de escuchar aquel impresionante graznido.

Mire a mi alrededor, todos parecían estar extrañados, ya qué no existía ningún ave tan grande como para hacer un sonido similar, uno que generará tal miedo.

Al final entre la gente, lo vi de nuevo, a ese hombre de cabellera blanca, alto y de gallardía figura, era como ver a una criatura mitológica, quizás un elfo o un dios nórdico.

Me pareció que mientras cruzábamos miradas, él caminaba hacia mí o mejor dicho se traslada a porque incluso su forma de caminar era tan delicada y elegante qué parecía flotar, era impresionante.

—¿Qué es lo que quiere?—me digne a reclamarle al verlo tan cerca de mí. Alce la voz con el propósito de que algún profesor viniera en mi auxilio, pero eso no sucedió.

—Usted es a quién buscaba—pronunció haciendo un movimiento extraño, como una reverencia.

—Pero yo no lo conozco, aléjese de mí—di un paso hacia atrás.

—Tonterías—expresó y entonces, sin previo aviso, se agacho y arrodillo frente a mi—juro solemnemente qué no desobedecere ninguna orden de su majestad, que mi corazón y lealtad estara unido al suyo hasta el día de su muerte y cuando ese día llegue, yo moriré con usted.

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