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Ley Y Crimen: Hasta El Diablo Puede Amar #2

PRÓLOGO

...Es difícil cuando la vida te demuestra que no puedes confiar en nadie, ni en tu propia sombra. Sobre todo cuando toda tu vida se ha basado en mentiras....

Un gran dolor de cabeza inundaba todo su ser, como miles de cuchillas taladrando su cerebro. Desgraciadamente eso fue lo primero que sintió, pues la chica no tenía dominio del resto de su cuerpo, no tenía fuerzas para incorporarse o abrir los ojos. Se encontraba saliendo de un pesado trance.

Se asfixiaba, el aire que le llegaba era nulo. Poco a poco y a medida que recuperaba sus sentidos sintió sus piernas arrinconadas, estaba en un espacio pequeño, como una especie de caja.

Finalmente, pudo abrir los ojos, y en vano, lo único que veía era oscuridad. Extendió los brazos, verificando que efectivamente estaba encerrada en una caja. Extendió sus piernas, y estas chocaron con una reja de metal.

—¿Dónde carajo estoy metida? —Se preguntó.

La jaula donde estaba encerrada era tapada por una tela que le impedía ver el exterior y de vez en cuando sentía movimientos bruscos, como si estuviese en un medio de transporte, pero no parecía ser una carretera...

—Damas y caballeros, por favor tomen asiento, apaguen los aparatos electrónicos y coloquense los cinturones. —Escuchó la voz de una mujer a través de un altavoz. —Estamos a punto de aterrizar.

¿Un avión? ¿Pero cómo diablos había logrado abordar en ese estado? ¿A dónde iba? ¡Definitivamente las aduanas no servían para nada!

Ella se agarró la cabeza soltando un quejido del dolor. Intentó recordar como había llegado a esa situación, aunque fuese la cosa más mínima.

Okey, aún recordaba su nombre, eso era buena señal.

Ella era Erika Irasuegui, nació y creció en un pueblo cerca de la capital, ubicado en un país de Latinoamérica, o también llamado el segundo infierno en la tierra. Aunque Erika nunca entendía porque Latinoamérica recibía el sobrenombre de "infierno", pues a ella no le faltó nada.

Erika siempre fue feliz y nunca tuvo alguna necesidad. Su padre y su madre tenían un trabajo galardonado, vivían en una gran casa ubicada en la zona más rica de la ciudad, sin contar las demás casas de su propiedad que tenían en diversas regiones del territorio nacional.

Ella y sus dos hermanas menores tuvieron la mejor educación en instituciones reconocidas, y todos los fines de semana cuando la familia estaba unida iban al cine o comían en los restaurantes más sofisticados.

Cuando Erika terminó su bachillerato su padre no estuvo presente en su graduación debido a su trabajo como general militar de alto rango, y casi no lo veía por eso. Aún así, su padre le prometió que tendría la educación universitaria más privilegiada del país, por lo que Erika se mudaría a la capital a estudiar medicina.

Erika se emocionó mucho, no tanto por su oportunidad educativa, ni siquiera le interesaba la medicina; la carrera la decidió su madre sin contar su opinión, aunque Erika no reprochó, no es como si tuviese vocación de estudiar alguna otra cosa...

Su emoción se debía a que al fin tendría más libertad, de que se libraría de las exigencias de su familia.

Porque si, sus padres le dieron todo lo que quisiese durante muchos años, pero cuando se trataba de salir o relacionarse con amigos que no se interesarán en ella tan solo por su posición social sus padres siempre estuvieron en contra, ejerciendo una exagerada sobreprotección y constante temor a dejarla sola.

Erika viajó a la capital del país en avión un mes antes de que comenzará el semestre para conocer la zona, siendo recibida por su padre.

Su padre era uno de los generales que se encargaba de resguardar al presidente cuando se presentaba en actos públicos, y ella casi siempre lo visitaba a la imponente casa presidencial cuando estaba aburrida.

Las personas en la Casa Presidencial eran muy amables con ella, y aunque a veces notaba que demostraban cierta hipocresía en sus acciones sabía que era por pura diplomacia.

La verdad, esa gente no parecía ser tan perversa como decían las noticias o periódicos, acusándolos de corruptos...

Que equivocada estaba.

¡Carajo, ya lo recordó!

Recordó el día en el que toda su vida se acabó. Recordó que entró como siempre en la Casa Presidencial directo al despacho donde estaría su padre, pero antes de entrar escuchó varias voces venir de la habitación.

Por mera curiosidad se puso a escucharlas, y una de esas voces le resultaba conocida.

Abrió sigilosamente la puerta, observando una reunión dirigida por el primer ministro en la que participaban otros funcionarios, senadores y militares de alto rango, incluyendo a su padre.

Todo estaría normal de no ser por el tema que hablaban.

Hablaban sobre el contrabando de una cifra inmensa de cocaína y un próximo ataque al dueño de una finca que impedía el intercambio de esta sustancia y de armas con las naciones vecinas.

Narcotráfico y manipulación injusta de la ley, era todo lo que Erika tuvo que escuchar para que su sangre se congelará de la impresión.

No podía creer que fuese posible... ¡Ellos eran la ley! ¡Ellos debían estar en contra de estas prácticas, no promoverlas!

Erika no sabia que hacer, solo se quedó perpleja mientras todo su interior colapsaba.

Resultaba que todo era verdad, todas las teorías de que su país era un narco estado. Las protestas, la necesidad, el sufrimiento, las muertes causadas por las protestas y la ignorancia de las autoridades, el dolor de los habitantes... Todo era real. Lo pudo escuchar de sus propias bocas.

De repente Erika sintió como una mano presionó su boca para evitar que gritara, aquella mano tenía un pañuelo que contenía un aroma que la hizo perder la consciencia. En su oreja, se acercó una respiración seguida de una voz que la hizo estremecerse.

—Para tener el poder, ley y crimen deben ser uno...

Luego de escuchar ese susurró, todo se volvió negro.

No fue hasta que despertó debido al fuerte olor de una sustancia desconocida que Erika despertó en una especie de sótano lleno de humedad y con bloques sin frisar.

Estaba aterrada, su corazón latia desenfrenadamente y su llanto amenazaba con salir al estar amarrada en una silla rodeada de hombres que la miraban con desprecio.

—Ya despertó, pregúntale qué escuchó. —Habló uno de los senadores.

Uno de los ministros se acercó a Erika, y ella sólo sollozaba sin poder mirarlo a los ojos.

—Dinos lo que escuchaste, niña. —Demandó. —¿No quieres dejar de ver a tu familia, verdad?

Erika rompió a llorar, tenía mucho miedo. Esa amenaza no hizo más que hacerla pensar lo peor.

—¡Perdón, perdón! ¡No diré nada, juro que no diré nada pero déjenme ir, por favor! —Suplicaba. —¡Quiero irme a casa...!

—¡Deja de lloriquear! —El hombre frente a ella le alzó la voz molesto, ocasionandole un escalofrío a la chica. —Dinos que escuchaste, y te dejaremos ir.

Erika respiró profundo, intentando calmarse. Sentía que su vida dependía de lo que dijera, a pesar de la calma con la que actuaban todos presentía que la matarían sin dudarlo en cualquier momento.

—Y-Yo... —Una lágrima cayó de sus ojos mientras trataba de controlar sus sollozos. —E-Escuché todo...

El ministro le sonrió, satisfecho con la respuesta se alejó de la chica y miró a los demás con una expresión seria.

—¡Pe-Pero juro que no se lo diré a nadie! ¡Me iré lejos, no diré nada!

—¡Cállate! —Gritó el hombre molesto, causando que Erika temblará. Consecutivamente el hombre levantó la vista, justo arriba de la chica. —La niña escuchó todo el plan, y bien sabes que no podemos confiar en una niña.

Erika no supo a quien le hablaba, por lo que volteó hacia atrás, viendo a su padre parado con un semblante serio y de decepción.

Su padre bufó mientras lentamente se colocaba frente a frente con su hija.

—Lo siento mucho por ti, hija. —Dijo en un tono gélido.

—¿Q-Qué dices, papá? —La actitud de su padre la asustó de sobremanera. —¡¿Qué va a pasarme?!

—Lo lamento, pero no te enseñe a meter las narices donde no debes.

Después de eso sintió un fuerte golpe en la cabeza que volvió a dejarla incosciente.

PRÓLOGO II - Traición a la Patria.

Erika lloró al recordar la traición de su propio padre.

Ella... pensaba que era la niña de sus ojos. Que el siempre hacía los esfuerzos posibles para verla a ella y a sus hermanas felices, de participar en sus celebraciones familiares y que trabajaba duro para darles todas sus comodidades.

¿Acaso nunca la amó?

Ella era su sangre, su hija primogénita, y simplemente por una coincidencia indeseada su padre se había desecho de ella.

Ahora lo entendía todo, su casa, sus ropas, sus joyas, sus carros... ¡Todo era producto de la corrupción! Porque ni aunque su padre fuese el mejor General de la región ganaría tanto como el recibía!

Lamentablemente Erika lo había descubierto tarde.

Y aún así, con todo el mal que su padre y todo su séquito había hecho, él saldría triunfante.

En cambio ella estaba ahí, en un avión, encerrada en una jaula para perros con destino seguro a prostituirla con algún narco extranjero o exportarla a una carnicería para traficar sus órganos. Algún provecho estaban buscándole, sino el mantenerla con vida no tenía sentido. Si quisiesen matarla, fácilmente podían pegarle un tiro en la cabeza, o meterla en una bolsa y tirarla al mar.

Esta situación solo hacia que el golpe de la realidad le diese con más fuerza...

Maldita sea, ¡Maldita sea!

—¡MALDITA SEA!

Llena de ira Eri pateó la puerta metálica de aquella jaula para después sumergirse en su propio llanto.

¿¡Cómo su padre era capaz de tratarla así?! ¡¿De permitir que vendieran a su propia hija?!

Ellos debían ser los que estuviesen encerrados en una jaula para perros rumbo a un destino doloroso, ellos debían sufrir las consciencias. Como le encantaría ser ella la que tuviese el poder, el poder de verlos sufrir...

Quizá era tarde para remediar sus errores, pero no era tarde para actuar.

Eri se secó las lágrimas y se incorporó como pudo dispuesta a salir de ahí. Fue sencillo forzar la cerradura, pues era una simple jaula para perros grandes. Apartó la sabana que cubría la jaula y se encontró con el departamento de maletas del avión junto a otros perros que dormían en sus jaulas.

Mientras buscaba una salida, se sobresaltó cuando una escotilla se abrió dejando entrar la brillante luz del sol. Varias personas que vestían igual entraron con la intención de bajar las maletas.

Eri se escondió nuevamente en la caja de perros en la que despertó y esperó a que la bajaran del avión. Cuando salió, de vez en cuando miraba por los orificios de la jaula y se preguntaba donde rayos acababa de aterrizar... ¿Siquiera seguía en su país?

Cuando las maletas entraron al departamento de mascostas ella aprovechó la distracción de los trabajadores y salió por un largo pasillo ocultando su rostro bajó su suéter hasta llegar al terminal de pasajeros.

Buscaba una señal o indicio del sitio donde se podía encontrar. Pensó en contactar a la policía, pero después de su experiencia no sabía si ellos eran de fiar.

—Señorita.

Una voz masculina detrás de ella la llamó, perdió el control de su cuerpo debido a lo aterrada que se encontraba.

—Identifiquese, por favor. —Pidió la voz de ese hombre.

Eri tragó saliva, no quiso voltear o entonar palabra. A pesar de las insistencias del hombre ella no le hizo caso y empezó a correr.

—¡Oiga, deténgase! ¡Es ella, la encontré!

Eri corrió desesperada por la terminal de pasajeros, al ser una multitud los empujaba y perdió el sentido común cuando divisó a unos hombres de seguridad persiguiéndola.

Por desgracia se encontró con un callejón sin salida, había llegado a una barrera donde solo estaba un gran ventanal que mostraba la pista con los aviones despegando. Comenzó a desesperarse en buscar una salida, sin embargo ya los hombres la habían acorralado.

No entendía nada.

¿Qué había hecho ella para merecer tal destino? ¿Qué había hecho mal? ¿También sería otra de las tantas víctimas que mancharían las manos del gobierno?

—¡Erika Irasuegui! —Exclamó uno de los guardias armados.

Ella no quería ser una víctima. Pero en ese momento, estaba acorralada...

—¡Las manos arriba! ¡No intente nada!

Nunca contó con que caería bajo los ojos... 

—¡Queda usted arrestada...! 

De una de las mafias más peligrosas del mundo...

—¡Por traición a la patria!

...Para tener el poder......

...Ley y Crimen, deben ser cómplices....

CAPÍTULO UNO (1) - Destrozando el Trauma.

...7 años después......

...BARCELONA, ESPAÑA....

Ya casi era mediodía en la pintoresca pero contaminada ciudad española. A esa hora los jóvenes estudiantes de secundaria debían esperar 40 minutos más para poder salir de clases.

No obstante, dos alumnas aburridas decidieron romper las normas de quedarse en el aula, y ambas con la excusa de que irían al baño se pusieron a caminar por los pasillos del segundo piso a contar chismes. Se cansaron de caminar y se detuvieron al borde de un balcón para seguir hablando.

De repente una de ellas desvió la vista hacia el suelo, donde divisó algo que la dejó pálida y acomplejada.

—¿Qué pasa, Lu? —le preguntó su amiga.

Ella también miró hacia el suelo, y al igual que su amiga su rostro pareció perder oxígeno. Comenzó a gritar aterrada llamando la atención de todos los estudiantes y profesores del instituto. Su otra amiga Lu, en cambio, se desmayó ya que no pudo soportar ver el cuerpo de una estudiante desangrándose en el suelo...

Las alarmas fueron sonadas, todos se pusieron alerta. Los estudiantes fueron despachados pero aún seguían en la institución queriendo saber que sucedía, la policía llegó cuanto antes a custodiar la escena del crimen.

Algunos estudiantes veían expectantes el cuerpo de la muchacha rodeado de la cinta amarilla, los policias trataban de apartar a los estudiantes, algunos los que lograban ver el cuerpo salían de ahí vomitando, otros quedaban en estado de shock.

Entre la multitud, una estudiante llamada Mariam apartaba a los estudiantes del medio. Sabía que una chica había muerto, pero ella quería saber quién. Un alumno frente a ella salió corriendo, lo que permitió que Mariam pudiese ver el cuerpo sin vida de la que alguna vez fue su amiga.

Los demás estudiantes lucían afectados al ver a la fallecida, salvo Mariam, quien a pesar de no parecer afectada, el remordimiento comenzaba a comersela por dentro...

—Señorita retírese, por favor... ¿Mariam?

Una voz familiar por parte de un policía la hizo volver a la realidad. El joven policía de cabellos rubios miró el cadáver detrás de él, y al reconocerla miró con una sonrisa de regreso a Mariam, su media hermana.

—¿Otra más que se desilusionó con el mundo de la mafia? —Cuestionó el joven policía.

—Cállate, César. —Soltó la muchacha, pendiente de que no los escucharan. —Nos vas a delatar...

—¿Nos? No hermanita, tú te vas a delatar. —Recalcó César en susurro. —Ya van cinco de tus amigas que han muerto, has creado un patrón, no tardarán en dar contigo.

—Eres tan culpable como yo, César, por encubrirme. —Agregó Mariam. —Además de que yo no las maté, ellas mismas han decidido caminar hasta la muerte para escapar de este mundo.

—¿Y quién las orilló a tomar ese camino?

Mariam gruñó para retirarse de ahí molesta dejando a su hermano con la palabra en la boca, no sin antes mirar por última vez el cuerpo de su ex amiga.

...✖...

Siete años atrás...

...AEROPUERTO DE COLOMBIA....

En aquel entonces, Erika era rodeada por varios policías. Ella estaba perdida en ese aeropuerto, lastimada de forma física y mental. Nadie la iba a proteger.

Sabía que ese era el final, que moriría.

No se iba a entregar. Se cubrió el rostro con sus manos esperando que algún disparo le quitará la vida, cuando de repente la gran ventana detrás de ella se rompió en una explosión que provocó que miles de trozos de vidrio salieran volando por doquier.

Erika se agachó asustada por la explosión, y lo siguiente que escuchó fue el comienzo de un tiroteo. Aterrada, su primer impulso fue querer salir corriendo de ahí. Se arrastró por el suelo, evitando las balas y esquivando los trozos de vidrio. Cuando estuvo lejos de la pelea se unió a una multitud de pasajeros que corrían asustados hacia la salida.

Al estar en el exterior fue hacia la carretera, sin saber que hacer. No tenía dinero para un taxi y todavía seguía sin saber en que país estaba. En ese instante un grupo de autos comenzó a rodearla, Eri al darse cuenta corrió. Los autos no parecían ser de la policia, pero igual sentía el requisito de correr hasta que los autos le impidieron el paso.

Un hombre con lentes de sol bajó del auto frente a ella, junto a dos hombres más que la capturaron en contra de su voluntad.

—¿Usted es Erika Irasuegui? —Cuestionó el hombre con gafas de sol.

Eri le escupió en la cara, como consecuencia los hombres que la agarraban le golpearon el estómago y la sostuvieron con más brusquedad.

—¿No le enseñaron modales a la niña bonita? —El hombre se limpió la saliva con un pañuelo, cabía resaltar que tenía un acento particular.

—¡Suéltenme! —Exigió Eri, forcejeando.

—¿Y a dónde irás? No muy lejos, pues eres la señorita más buscada por el gobierno de su país.

—¡¿Y qué me asegura que estaré mejor con ustedes?!

—Entonces recomiendo que empieces a rezar. —El hombre sonrió acomodándose los lentes. —Metanla al auto.

Le pusieron un saco en la cabeza y la metieron obligada al auto. Un hombre se sentó al lado de ella con el trabajo de apuntarle con una pistola en la cabeza para que no se moviera. Eri rompió en llanto dentro del saco, sentía que iba hacia el matadero. Pero su terror aumentó cuando escuchó sirenas de policía detrás de ella.

—Ring, Ring... ¿Qué hubo? ¿Con quién hablo? —Pronunció el hombre con la gafas de sol, parecía ser el líder. —¡La puta guardia nacional!

—¡Hay que salir de la ciudad!

—¿Está loco? ¡Apenas salgamos se abrirán fuego contra nosotros! En cambio si nos quedamos...

—¡Me vale una mierda! —Exclamó el líder. —¡Sea ciudad o sea carretera, hay que despistarlos!

El auto se movía con movimientos descontrolados que la hacían perder el equilibrio. Era desesperante escuchar tanto caos y no poder actuar o siquiera verlo.

—¿Do-Dónde estamos...? —Eri se atrevió a preguntar.

—¡Cállate, nosotros hacemos las preguntas! —La regañó el hombre a su lado.

—¡Cierra el orto, Bollo! —Gritó el líder. —Estamos en Colombia, y te pediré el favor de hacer el mayor silencio posible.

—Pe-Pero... —Mejor decidió callarse.

Bollo era el hombre que la apuntaba con una pistola a su lado. Solo escuchaba disparos y gritos que para su mente se escuchaban lejanos e inconclusos. ¿Ciudad o carretera? no sabía nada.

No fue hasta que escuchó un gran choque y sintió golpe tras golpe, luego solo sintió sueño y cerró los ojos...

—¡Irasuegui!

Al escuchar la voz Erika se exaltó al volver al presente y por accidente el vaso de café caliente que se encontraba en su escritorio se derramó sobre sus piernas, quemándola.

—¡Auch! ¡Joder! —Se quejó Eri levantándose de la silla.

—Lo siento, comisario. —Dijo sin importancia la mujer que la sacó del trance.

—¡¿Qué diablos haces en mi oficina?! —Exclamó la comisario con su típico mal carácter, limpiando el derrame con una servilleta.

—Estaba buscándote, vi la puerta abierta, entre y tu... —Dejó la Fiscal al aire. Aunque después decidió hablar, de todos modos sería reprendida por la comisario. —Estabas en tu mundo.

Eri solo la vio con malos ojos, y con un gruñido se sentó en su escritorio.

—¿Qué pasa, fiscal? ¿Siguen los problemas con los bajos presupuestos? ¿O algún otro policía idiota rompió la cafetera? —Cuestionó Eri de mala gana.

Riéndose, la fiscal se sentó en la silla frente al escritorio de la comisario, en su uniforme tenia una placa con su nombre: S. Morao.

Al sentarse Susana hizo una mueca de dolor. Ya hacía como un mes que tuvo un accidente durante una emboscada, causándole una lesión de la columna vertebral. Aunque ya estaba mejor que antes, le seguía doliendo con el más mínimo movimiento.

—No, desde el incidente con Gutiérrez ninguno a vuelto a tocar la cafetera. —La fiscal rió por un momento, pero después su expresión se puso sería. —Murió otra estudiante, del College Monseñor. Es la quinta en estos dos meses.

—¿Otra más? ¿Dónde la encontraron?

—En su propio colegio, las pistas apuntan a que se lanzó desde el segundo piso, muriendo en la caída. —Susana le mostró un archivo con documentos. Eri lo abrió con el ceño fruncido. —Su nombre era Yorgelis Ramos, dejó a sus padres y a tres hermanos menores.

—No es solo su expediente, es el de las demás víctimas. —Comentó Eri sacando los cinco expedientes. —¿Ahora te das cuenta de la gravedad del caso?

—Es un patrón, eso lo supimos a partir de la tercera víctima. Lo que no sabíamos es que sería un patrón tan veloz...

—Hay una mafia involucrada, estoy segura.

—Yo no lo estaría tanto. Muchos concluyen con que puede ser otro juego de moda entre los adolescentes...

—Si es así, ¿Por qué no lo han descubierto hasta ahora?

—Por eso lo tomamos como una amenaza real. —Susana respiró y se recostó en la silla. —Quiero que te encargues del caso, comisario. Con la condición de que no seas impulsiva...

—Es increíble su incompetencia. Es tan sencillo como saber que hay una mafia detrás... —Eri se quedó en silencio al ver en el expediente de Yorgelis el testimonio de su madre.

—Espero que esto te mantenga entretenida, no quiero que te involucres en las investigaciones de la Masacre de Fráncfort. —Susana hablaba pero Eri la ignoraba.

—Su familia afirma que fue asesinada, que es imposible que se haya suicidado. Yorgelis era una chica alegre que siempre les contaba todo. Lo mismo dice en el expediente de María Santaella, hasta tenía novio. —Eri se puso a pensar. —Hay alguien involucrado en estos crimenes, porque si, es un crimen. No un simple juego de adolescentes, y tal vez Yorgelis Ramos se tiró del segundo piso de su colegio bajo la influencia de otras personas...

—Nadie mejor que tú para resolver este caso. Confío en ti, comisario. —Finalizó Susana, esforzándose para levantarse.

—Tanta confianza como para ponerme condiciones... —Murmuró Eri resentida.

Susana rió unos segundos ante el comentario.

—Tienes que entender que hay castigos peores para los criminales que la muerte, Erika. —Resaltó la fiscal. —¿Sabes a cuántas personas asesinaste en Fráncfort? Sea por las razones que sea, tuviste que enfrentarlos con moderación.

—Ellos no merecen ser castigados, ellos merecen desaparecer. —Contestó cortante.

—Como sea, me retiró. —Bufó Susana sin querer extender ese conflicto. Se dirigió a la salida. —Te dejo el cargo de la organización, estaré de reposo.

—Ajá. —Habló indiferente, sin desviar su atención de los expedientes. —Salúdame a Viridiana.

La fiscal sonrió ante lo último dicho, quizá Erika tuviese un corazón de piedra, pero a veces dejaba salir un lado dulce. La fiscal y la comisario tenían una relación cercana luego de tantos años combatiendo el crimen juntas.

Eri se quedó estudiando y analizando cada detalle de los expedientes. Ningún crimen era perfecto, siempre había un cabo suelto del cual podía aferrarse y llegar a la cima de la verdad.

Para ella era increíble pensar que hace 7 años atrás era una niña que maltrataron sin piedad por cuerpos de la mafia, y ahora, ella era la mayor pesadilla de cualquier criminal.

Después de que su padre la vendiera, cada noche juraba sin falta que algún día tendría el poder de verlos sufrir a todos. Lo único que le agradeció a esos miserables mafiosos fue que gracias a ellos descubrió su vocación: ser policía.

Eri tenía el propósito de cambiar el mundo y deshacerse de todos los criminales, y eso la llevo a ser comisario del Cuerpo Contra el Crimen Organizado. Su odio hacia los criminales era tan grande que más de una vez se metió en problemas.

Bueno, eso quedó claro en la Masacre de Fráncfort, en la que Eri dio la orden de matar a toda persona que tuviese un arma en su mano. ¿Dónde estaba el problema? Pues que la mayoría de los armados no eran sicarios, sino civiles que intentaban defenderse.

Pero aun asi, Eri no debía tener poder sobre la vida ajena. Fuesen malos o no.

Aunque para Eri, desde que una persona tomaba un arma por primera vez con fines de maldad, merecía morir. Ellos eran simple escoria podrida que no debían seguir en el mundo, la cárcel era un simple chiste.

Ahora Erika tenía el poder, a costa del cariño de su familia y de vivir una vida normal. Ella no iba a permitir que ningún ladrón, asesino o criminal arruinará su paz...

—¡Comisario!

Un oficial tocó la puerta de su oficina.

—¿¡Qué!?

—Hay alguien en el teléfono, quieren hablar con usted. —Informó el policía.

—¿Quién molesta a esta hora? —Exclamó fastidiada.

—La policía cibernética.

Eri frunció el ceño ante eso, ¿Por qué la llamaba la policía cibernética? Extrañada, la llamada fue pasada a su teléfono y de inmediato contestó.

—¿Aló? —El rostro confundido de Eri pasó a ser de sorpresa mezclado con enojo. —...¿¡QUÉ MAKAR HIZO QUÉ!?

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