CAPÍTULO 1.
Era un día más en la vida de Sarah Burrows. A sus 27 años era una de las mejores agentes del FBI. Poco se sabía de su vida privada. Lo único que es de público conocimiento, es que deseaba ser detective en homicidios y la única manera de ganarse ese puesto era cazando al mafioso más buscado en Estados Unidos. Se hacía llamar Liam Savrinn. Pero ese no era más que un nombre ficticio y ella lo sabía bien. La realidad es que este hombre era el criminal más buscado en la historia de los Estados Unidos. Comenzó su carrera criminal siendo apenas un joven de 18 años. Ahora debería estar pisando los 30. A pesar de estar tras su rastro desde hace años, nadie ha podido dar con su paradero, ya que él cubría muy bien sus huellas. Por eso, Sarah sabía de sobra que era la oportunidad perfecta para conseguir un ascenso.
Como cada día, Sarah se levantaba a las 6 a.m. Desayunaba, luego salía a correr, se duchaba y luego de vestirse tomaba las llaves de su clásico Mustang, el cual había sido herencia de su padre, un gran fanático de los autos clásicos, y partió rumbo a la oficina.
Para el mundo, hoy era un día más. Pero no para Sarah. Era seis de marzo. Otro año más se cumplía desde que el amor de su vida la había dejado. Habían estado juntos desde la secundaria. Sarah tenía apenas 15 años. Tres años después, Michael había desaparecido sin dejar siquiera un rastro. Ella lo había buscado por todos lados, incluso en su antigua casa. Michael vivía solo con su abuela. Ella era la única familia que él tenía. Su padre había muerto hacía apenas unos meses de un ataque al corazón o algo así. Su abuela no sabía qué había pasado con su nieto. Si no que sabía lo mismo que el resto. Mike no había quedado bien después de la muerte de su padre y finalmente, de un día para otro, huyó… Huyó sin despedirse de nadie y sin siquiera dejar una carta… Ella no lo entendía. Como alguien que ama de esa manera se va sin decir adiós… Sin decir a donde fue… Sarah se había hecho muy compañera de la abuela de Michael, ella esperaba que, algún día, simplemente él regrese, pero no lo hizo… Cinco años después, la mujer falleció. Era una mujer de aproximadamente setenta años. Pero hace tiempo venía luchando contra una enfermedad silenciosa que la fue consumiendo de a poco. El día de la muerte de la Señora Morrison, Sarah pensó que quizás Mike regresaría… Era su abuela después de todo… La persona que lo crio. Ya que su padre se la pasaba haciendo viajes de negocios. Pero no fue así… El chico jamás regresó… Y aquel día, desaparecieron también las esperanzas de Sarah. Durante esos cinco años, ella lo buscó, incluso la policía. Aunque por algún motivo ellos no hacían nada… Sarah estudiaba en la academia de agentes, por lo que sabía reconocer cuando alguien no quería hacer su trabajo…
Lo resumimos así: Michael Morrison estaba desaparecido. No había rastros de él. Incluso todo registro de que alguna persona con ese nombre había existido había sido borrado. Solo había un Michael Morrison en los registros. Su padre: Michael Morrison Sr. Todo era extraño. Pero, por su bien, Sarah decidió seguir adelante.
Fue una larga lucha. Psicólogos, psiquiatras, pastillas… Todo eso había pasado por su vida… Desde el día en que Michael la dejó, ella entró en una profunda depresión y le costó mucho tiempo salir adelante. Por eso mismo, ella intentaba estar ocupada y no pensar más en él. Pero aun después de casi diez años, ella no podía olvidarlo. Ni siquiera fue capaz de tener una relación que durará más de dos noches de pasión.
Sarah aparcó su coche en el subterráneo de las instalaciones del Buro y luego de bajar se dirigió al ascensor. Marcó el tercer piso y esperó pacientemente llegar a su estación. Nuevamente recordó la fecha. Seis de marzo. Sacudió su cabeza cuando oyó el tintineo que le informaba que había llegado a su destino.
Se dirigió a su cubículo y dejó sus cosas. Encendió el computador y vio a Bradley entrando a su oficina con dos cafés. Bradley era su mejor amigo… Su incondicional… Se conocieron en la Academia y desde ahí fueron inseparables. El chico tomó asiento frente a ella, ofreciéndole el vaso, el cual ella aceptó amablemente en silencio.
—Seis de marzo. —Exclamó él.
—Seis de marzo. —Afirmó Sarah.
—Es increíble como se puede amar a una persona durante tantos años, aun sin saber qué fue de él. —dijo Bradley.
—No quiero hablar de eso ahora. —Exclamó Sarah. —Solo quiero enfocarme en el caso de Savrinn.
—¿Qué tienes hasta ahora? —preguntó Bradley cambiando rotundamente de tema.
Sarah se puso de pie y se dirigió hacia la pared de la oficina donde tenía su mapa conceptual y comenzó a señalar y a leer en voz alta para poner al tanto a su amigo.
—Liam Savrinn. —Empezó Sarah. —Edad: aproximadamente treinta años. Se sabe que es el jefe criminal más buscado, comenzó su carrera criminal hace diez años… Probablemente, tendría entre dieciocho a veinte años. Se lo acusa principalmente por terrorismo y lavado de dinero… Le enfrenta una cadena perpetua y posiblemente la ejecución… No tenemos mucho… Solo que tuvo tratos con otros jefes peligrosos. No sabemos dónde se esconde, con quienes trabaja, si es hombre o mujer…
—¿A qué te refieres? —preguntó Brad.
—No creerás que Liam Savrinn es su verdadero nombre, verdad?
—¿Y por qué no? —dijo Brad. —Tal vez buscas en la dirección equivocada.
—De Liam Savrinn no tenemos nada. —Dijo ella. —Solo una partida de nacimiento y de ahí en más no hay nada hasta hace diez años… No hay datos de escuelas, hospitales, internados… Es como si Liam hubiera nacido y salido a la vida hace apenas diez años.
—Mjm. —dijo Brad, pensativo. —Extraño.
—Sí… Lo es… Pero lamentablemente tengo solo eso… Y no sé por dónde empezar. Benjamín me entregó un archivo con toda la información. Son solo dos hojas. No hay fotos, nada… Liam Savrinn no existe.
—Como Michael. —dijo Brad.
—¿Qué dices? —preguntó Sarah.
—Solo digo que Liam cubre bien sus rastros. —Dijo. —¿No crees que tenga relación con la desaparición de Mike?
—No lo creo. —dijo Sarah. —No hay nada que los vincule. Tampoco hay una razón para que el jefe de la mafia quiera desaparecer a un simple chico universitario de pueblo. Mike no se metía con nadie. Ni siquiera en la escuela. Le gustaba pasar desapercibido.
—Lo sé. —dijo Brad. —Solo era una suposición.
En ese momento, fueron interrumpidos por Victoria, la compañera de Sarah. Aunque eran buenas compañeras, no hacía tanto tiempo que se conocían, por lo que no llegaban a tener una amistad. Victoria ingresó al FBI apenas unos días después de que ingresara Sarah. Ella vivía en Quantico. Pero decidió que quería buscar su futuro trabajando con los peces gordos en Los Ángeles.
—Sarah, el jefe quiere vernos. —Dijo ella. —A los tres.
—Te refieres a nosotros tres? —preguntó Bradley confundido.
—Sí… A los tres. —Dijo Victoria quitándole importancia con una seña de hombros.
Los tres se dirigieron al quinto piso, donde se encontraba la oficina de su jefe. Benjamin Franklin. No, no tenía ningún parentesco con el expresidente. Solo sus nombres coinciden. Al llegar, se comunicaron con la secretaria y debieron esperar unos minutos para que los atendiera. Finalmente, entraron a la oficina.
—Buenos días. —Exclamó Benjamín.
—¿Nos necesitaba, jefe? —preguntó Sarah.
—Sarah… Sé que te di una misión importante. —Exclamó Ben. —Es por eso que estarás a cargo. Te daré la opción de formar un equipo con los mejores agentes. Los que tú consideres. Quiero a Liam Savrinn lo más pronto posible. Solo tienes una oportunidad. No la desperdicies.
—Entiendo Señor. —Dijo ella. Mientras Bradley y Victoria cruzaban miradas sin entender qué hacían ahí.
—En cuanto a ustedes dos. —dijo Benjamín. —Serán la base del equipo. Tienes a tus dos compañeros para servirte y puedes elegir otros, cuando así lo dispongas… Mientras tanto te pido discreción en el caso. No sabemos quién es Liam Savrinn. Por lo que te pido que uses a los demás agentes solo cuando sea estrictamente necesario.
—Comprendo Jefe. —dijo Sarah.
—Te daré algo más. —Exclamó. —Ha llegado una nueva pista. Un nuevo recluso, quien afirma haber hecho tratos con Savrinn.
—Y de quién se trata? —preguntó Sarah.
—John Di Magio.
—Habla de… ¿Ese John Di Magio? —preguntó Bradley.
El jefe asintió.
—Eso es… Perfecto. —Exclamó Sarah. —Dígame… ¿Qué debo hacer?
—Reúnete con él. —dijo Benjamín. —Te daré la libertad para hacer tu trabajo, pero deberás informarte de cada avance o retroceso. TODO. Absolutamente, todo, pasará antes por mí. ¿Entendido?
—Sí jefe. —Exclamaron los presentes.
—Jefe. —Hablo Victoria. —¿Puedo preguntar por qué nos da el caso a nosotros?
—Porque nadie más lo quiere tomar. —Dijo Ben.
Por supuesto que nadie quería ponerse en el radar del jefe de la mafia.
CAPÍTULO 2.
Ese día, Sarah hizo todos los preparativos para conseguir una entrevista con John Di Magio. Sabía que no era para nada fácil. Era un asesino en serie. Un criminal. Pero Sarah sabía que si quería avanzar en el caso, debía reunirse con ese hombre como sea.
Así que, al otro día, muy temprano, dejó a sus compañeros buscando cualquier información que pudiera encontrar acerca de Savrinn, aunque sabía que era poco probable, necesitaba agotar todas las fuentes de información. Mientras tanto, ella se dirigía a la Correccional de Los Ángeles. Estaba a aproximadamente una hora de allí.
Al llegar, pasó por todas las revisiones de la entrada y fue escoltada por los agentes hacia la recepción. En el camino podía ver a los prisioneros en sus horas de patio, algunos se veían asustados, otros calmados y otros sacan su lado más psicópata.
Sarah se sintió incómoda allí, pero intentó calmarse. Después de todo, iba acompañada de dos agentes de policía.
Una vez en la recepción, ella fue sometida a otro cacheo y después se acercó para hablar con la persona a cargo.
—Disculpe, soy la Agente Burrows, del FBI, estoy aquí para hablar con John Di Magio.
—Lo siento, Señorita, no creo que eso sea posible. —Exclamó el policía.
—No me está entendiendo. —Dijo ella. —Necesito verlo ahora.
—El Señor Di Magio está detenido en una celda de castigo.
—Quiero hablar con el Alcaide. —Exclamó ella.
—La comunicaré en unos minutos. —Dijo el hombre frustrado. Odiaba tener que soportar a los arrogantes agentes federales. Estuvo hablando unos minutos por la línea hasta que finalmente colgó y volvió a hablar. —Señorita Burrows, puede pasar. Los agentes la escoltaron hasta la oficina.
—Perfecto. —Exclamó ella.
Después de caminar un corto trayecto, había llegado a la oficina del director de la prisión. Su secretaria fue la persona que se encargó de anunciarla y minutos después vio salir de allí a un detenido que logró reconocer, pero no sabía de donde. El hombre asintió con la cabeza a modo de saludo y siguió caminando. Luego ella ingresó a la oficina del jefe. Aunque la imagen de ese hombre no dejaba de inquietarla.
—Buenos días, Agente Burrows. —Exclamó el hombre. —Me informaron que le urgía hablar conmigo.
—Buenos días, Señor. —preguntó ella, ya que no sabía su nombre.
—Disculpe. —Dijo extendiendo la mano. —Mi nombre es Henry… Henry Oxford. —Exclamó el hombre de aproximadamente sesenta años, algo bajo, rechoncho y con un predominante bigote que lucía igual de canoso que su cabello.
—Gusto en conocerlo, Señor Oxford. —Dijo ella, devolviéndole el saludo.
—Dígame… ¿Qué la trae por acá, Señorita Burrows?
—Esperaba que me deje concretar una reunión con el Señor Di Magio. —Dijo ella. —Es de suma importancia y creo que no debo advertirle acerca de la urgencia.
—El Sr. Di Magio se encuentra recluido. Me temo que no será posible.
—Señor Oxford. —Exclamó ella. —No quiero tener que llamar a mi superior.
—¿Por qué es tan urgente hablar con Di Magio, Agente?
—Es testigo de un caso clasificado que pone en riesgo la seguridad del gobierno de Estados Unidos. —Dijo ella, sabiendo que esas palabras siempre funcionaban.
—Entiendo. —Dijo Oxford.
—Entonces… —dijo ella. —Supongo que no querrá ser cómplice por los crímenes que puedan llegar a cometer si no me deja hablar con el prisionero. Entienda que la palabra de ese reo es fundamental para detener cualquier conspiración.
Henry suspiró. Le gustaba lo que veía en la agente. Le recordaba a él cuando era joven.
—Está bien. —Dijo. —Llamaré para que preparen al prisionero y podrá pasar a verlo. Pero entienda que debo dejar un guardia en la puerta. Por su seguridad.
—No se preocupe. —Exclamó ella. —Lo entiendo. Y no me llevará demasiado tiempo.
El hombre asintió y luego fue escoltada por los mismos guardias hacia una habitación. Ella tomó asiento y los hombres se quedaron junto a la puerta. Unos minutos después, la puerta se abrió y uno de ellos anunció la llegada de John Di Magio. El hombre venía vestido con un traje naranja y llevaba unas esposas de manos y pies.
—Vaya, Scott. —Exclamó John dirigiéndose al guardia. —No me habías dicho que mi visita era tan bella. De lo contrario hubiera vestido diferente.
—Cállate John. —Exclamó el tal Scott. —Señorita, estaremos afuera. Tiene diez minutos. Sin contacto corporal.
—Gracias. —Dijo ella.
—Señor Di Magio. —Exclamó Sarah. —Por favor tome asiento.
—Veo que sabe quién soy. —Dijo él. —Pero debo decirle que me encuentro en desventaja. Ya que no sé quién es usted.
—Sarah Burrows. —Exclamó.
—¿Y qué la trae por aquí, Señorita Burrows?
—Sé que usted testificó que conoce al Sr. Savrinn.
—Tal vez. —Dijo Di Magio.
—Quiero saber todo lo que sepa de él. —Exclamó Sarah.
—Y crees que te lo diré todo a ti… ¿Por qué? —Dijo el hombre, desafiante.
—No tiene nada que perder, Sr. Di Magio.
—Tal vez. —Dijo él. —Pero si algo aprendes en la cárcel es que no debes decir nada sin obtener nada a cambio. ¿Entiendes? Dar y recibir.
—Le diré algo. —Exclamó Sarah. —Si me dice todo sobre Savrinn me encargaré de pedir que tengan consideración con usted aquí dentro. ¿Qué cargos enfrenta, Sr. Di Magio? Abuso, asesinato, robo… ¿Sabe lo que le pasa a alguien como usted aquí? —Dijo ella haciendo una mueca pensativa. —No estará siempre en una celda aislada, en algún momento deberá salir. Y debo decir que vi sus miradas allá afuera. Hambrientos porque llegue un criminal como usted, de su nivel… Creo que se divertirán mucho con usted. Sabe… He sabido que aquí dentro está un viejo amigo suyo. ¿Cómo se llamaba?… Ah sí… D’amico. —Exclamó Sarah y la sonrisa que permaneció en el rostro de John hasta este momento se borró de repente. —Creo que estará feliz de verlo. Pero… Si me dice todo lo que sabe, puedo encargarme de que los guardias tengan cierto trato “preferencial” con usted… De lo contrario… —Sarah chasqueó la lengua. —Les diré que hagan lo posible para que D’amico y tú sean compañeros de celda. ¿Qué dices, John?
Di Magio sonrió.
—Me sorprendes, Agente. —Dijo él. —Sabes… Cuando te vi aquí en la sala, pensé que te asustarías al tener enfrente a una persona como yo… Pero después de hablar contigo, me di cuenta de que eres muy valiente…
—El tiempo corre, Sr. Di Magio. Solo me quedan dos minutos para hablar con usted y no querrá que me vaya con las manos vacías.
El hombre suspiró.
—Conocí a Savrinn hace un tiempo. —Dijo él. —Al menos eso dijo él… ¿Entiende? No puedo confirmar que haya sido él, ya que nadie conoce su identidad. Era un hombre alto, de aproximadamente un metro noventa, delgado, vestía de traje, su cabello era corto, ojos azules… No lo sé. —Dijo John.
—Algo más? ¿Tatuajes tal vez?
—No podía verlos por su vestimenta. —Dijo él. —Pero creo que probablemente tenga en sus brazos. Logre ver algo cuando miro su reloj.
—Muy bien. —dijo Sarah. —¿Qué hay de… lo que hablaron? ¿Negocios? ¿Algún otro dato?
—Nos reunimos para realizar una transacción. —Dijo John. —Savrinn me consiguió armas. Yo las pagué. Solo eso. No hablamos sobre otra cosa.
—¿Dónde están esas armas? —preguntó Sarah.
—Probablemente en los depósitos de evidencias. —dijo Di Magio. —Todo eso fue secuestrado por el FBI cuando me detuvieron.
—¿Puede decirme qué armas eran? —preguntó Sarah.
—Lo normal. —Dijo él. — Una nueve mm.
—¿Solo esa? —pregunto. —Pensé que hablábamos de un contenedor.
—Solo necesitaba una. —Dijo John.
—Bien. —dijo Sarah. —Eso es todo.
—Me temo que sí. —Dijo Di Magio.
Sarah lo observó durante unos minutos buscando algún indicio de engaño, pero no lo encontró. El hombre le había dicho todo lo que sabía.
—Señorita. —Dijo el agente de policía. —Es hora de regresar al interno a su celda.
—Está bien, Scott. —dijo Sarah. —Ya terminé con él.
—John. —Dijo el guardia. —Ponte de pie para escoltarte.
—Scott. —dijo Sarah. —Asegúrate de cuidar del detenido. Es un testigo importante para una causa federal ahora. ¿Entiendes? Necesito que su vida sea protegida por el momento. Esta tarde solicitaré una orden para el alcaide.
—Claro, Señorita Burrows. Me encargaré de eso.
Sarah asintió y observó a John. Dejándole en claro de que estaban a mano y de que ella tenía palabra.
—Sarah. —Dijo el prisionero. La chica al verlo detuvo sus pasos y se giró para mirarlo. —Ojalá pudieras visitarme… Algunas veces… Aunque entendería si no quieres.
—Lo pensaré. —Dijo ella. En el fondo sabía que el hombre estaba solo. Era un criminal y sabía que no debía tenerle compasión, pero en sus años trabajando en el FBI había visto demasiadas cosas. El hombre estaba pagando por su condena. Pero en este momento, Sarah solo podía pensar en atrapar a Savrinn.
CAPÍTULO 3.
Eran las once de la mañana cuando Sarah regresó a la oficina, ingresó y se sentó en su sillón. Suspiro. Estaba cansada, pero aunque sea había conseguido algo. Bradley y Victoria estaban trabajando en la investigación aún, así que ella decidió ir al área de evidencias, el cual estaba en el subsuelo, un piso más arriba que el estacionamiento. Al llegar, mostró su identificación y pidió que le mostraran la evidencia del caso Di Magio. El agente la alcanzó muy amablemente y la dejó sola para que busque lo necesario.
Sarah abrió la caja y allí había ropa, fotografías, mapas con algunos caminos marcados. Sarah suponía que era su plan de acción o algo por el estilo. También un cuchillo, su billetera y finalmente el arma que John le había dicho. El mismo estaba dentro de una bolsa de plástico, para no contaminar sus huellas, por lo que Sarah la tomó con cuidado de no entorpecer las pistas.
Salió de la oficina y le dijo al guardia que necesitaba llevarse el arma para realizar unas pruebas de balística. Debió completar algunos formularios y finalmente pudo salir de la oficina con el arma.
Luego se dirigió al segundo piso, al área de balística. Allí vio a Jared, un hombre de aproximadamente treinta y tres años, que desde el día en que conoció a Sarah se quedó prendado por ella y siempre que tenía la oportunidad la invitaba a salir, aunque sin respuestas positivas de su parte.
—Hola Jared. —dijo Sarah. —Te traigo trabajo. —Dijo entregando el arma.
—Bonita. —Exclamó el hombre, sonriendo. —¿Qué tienes ahí?
—El arma de John Di Magio. —Dijo ella, dejando a Jared con la boca abierta. —¿Crees que puedas analizarla para mí?
—Que… ¿Qué haces con eso? —dijo él.
—Estoy investigando un caso que posiblemente esté relacionado con el hombre. —dijo Sarah sin dar demasiadas explicaciones. —Necesito que rastrees el número de serie y si existe algún antecedente en tu sistema que esté relacionada. Cualquier cosa que me lleve a algún dato acerca de la procedencia de esta cosa.
—Muy bien. —Dijo él. —Te llamaré en cuanto tenga algo.
—Gracias Jared. —Dijo ella.
—¿Aceptarás mi invitación a salir algún día? —preguntó Jared.
—Tal vez. —Dijo Sarah sonriendo, aunque tenía muchas ganas de desistir de su invitación, sabía que era un caso perdido.
—¿Este viernes tal vez? —preguntó él.
—Ya veremos. —dijo Sarah. —Debo irme Jared. Avísame cuando tengas los resultados.
Sarah regresó a su cubículo y tomó sus pertenencias. Decidió que se tomara el resto del día. Estaba demasiado cansada y el caso estaba estancado hasta no tener más información. Por lo tanto, regresaría mañana.
******
En algún lugar…
—Ella me vio. —Exclamó el hombre hablando en el teléfono.
—¿De quién hablas? – preguntó Liam Savrinn, mientras encendía un cigarro.
—Sarah Burrows. —Dijo el hombre. Del otro lado de la línea reinaba el silencio. —¿Estás ahí? —pregunto.
—Si… —Dijo él. — ¿Te reconoció?
—No. —Dijo el hombre.
—Entonces cálmate. —Dijo él. —Ella no te recordará.
—¿Hasta cuando, Liam?
—Pronto. —Suspiro. —Muy pronto.
*********
Esa noche, Sarah no pudo dormir. Por alguna razón, el hombre que salía de la oficina del director de la prisión se le hacía conocido. Tal vez estaba loca, no lo sabía. Quizás solo lo había visto alguna vez en un canal de televisión o posiblemente haya visto su expediente. Pero creía que era otra cosa, que lo conocía de otra parte. Pero, ¿de dónde?
La alarma sonó a las seis de la mañana y Sarah se levantó de la cama, hizo su rutina diaria y luego se dirigió a la oficina. Al entrar, encontró sobre su escritorio una nota. Estaba doblada en cuatro pedazos. Sarah observó hacia todos lados, pero no vio nada extraño. La observo durante unos minutos sin saber qué hacer. Le parecía extraño y por alguna razón, se le erizó la piel.
Finalmente, tomó coraje y desdobló la nota. La frase era simple. “Sé que estás detrás de mí. Que empiece el juego. L.S.”. Sarah se sintió descompuesta, palideció cuando terminó de leer la nota y su respiración se agitó. Liam Savrinn sabía que ella lo estaba buscando y probablemente su vida corría peligro. El problema era que solo ella, sus dos compañeros, Benjamín y John Di Magio sabían acerca de la investigación. Sarah pensó en que probablemente fue Di Magio quien informó de su visita, pero eso era difícil. Di Magio estaba aislado en una cárcel de máxima seguridad. Pensó en los guardias que la escoltaron ayer. Pero la verdad era que nadie sabía lo que ella había hablado con el prisionero. Lo único que se le ocurrió a Sarah fue que tal vez el hombre se lo había dicho a un guardia, pero era estúpido. ¿Por qué arriesgaría su vida? Si Savrinn sabía que Di Magio le habló sobre él, probablemente lo asesinaría. No podía confiar en nadie. Por lo que decidió guardar la nota y no decirle a nadie lo que había recibido. Tal vez solo a Bradley. Pero lo reflexionaría bien.
En ese momento, Bradley y Victoria aparecieron en la oficina de Sarah para informar que por más de que hayan agotado todas las fuentes, aún no tenían nada que los lleve a Savrinn. Sarah les dijo que obtuvo una pista de su reunión con Di Magio. Pero no les diría de qué se trata hasta tener un resultado. Quería darles algo sólido. Aunque la verdad es que no confiaba en nadie. Sarah investigaba a Savrinn desde hace un mes y jamás tuvo problemas, pero desde que recibió órdenes de formar un equipo, comenzó a recibir cartas de su blanco. Estaba en una encrucijada. ¿En quién confiar? ¿Acaso alguno de sus compañeros del Buró era un soplón? Las cosas se ponían cada vez más difíciles para Sarah y el día recién empezaba.
Ella no dejaba de pensar en la nota que había recibido. Acaso era realmente Savrinn quien la había escrito? ¿O era alguien jugando una broma? No era secreto su obsesión por resolver ese caso, pero el hecho de que Benjamín la haya puesto al frente, era confidencial. Sarah pensó en Bradley. Él sería incapaz de traicionarla… También pensaba en Victoria… Si bien no eran amigas, siempre había sido su compañera en cada misión.
Este era, sin dudas, el caso más importante que ella había tenido que enfrentar. Es decir, un asesino en serie deja un rastro a través de sus víctimas, pero Savrinn era un criminal valioso. Negocios sucios, lo acusaban de asesinar al hermano del presidente; lo cual era juzgado como un acto terrorista, tráfico de armas, lavado de dinero… Sin dudas, Liam tenía un prontuario delictivo impresionante, sumado a que no dejaba absolutamente ninguna pista sobre su verdadera identidad.
Sarah reaccionó. Tal vez podría llegar a Savrinn volviendo a analizar el caso del hermano del presidente. Ángel Philips. Fue entonces cuando se apresuró a salir de su oficina hacia la sala de archivos. Busco entre los ficheros la letra P. Había demasiados. Finalmente, encontró lo que buscaba… Philips, Ángel S. Era lo que necesitaba.
Sarah regresó a su oficina con la documentación en mano y una vez allí, comenzó a leer.
Ángel Philips tendría más o menos treinta y cinco años cuando fue asesinado a sangre fría hace menos de un año por un grupo de mercenarios en una emboscada. El autor intelectual del crimen era Liam Savrinn quien, como ya sabemos, nadie conocía. Sin embargo, había alguien procesado por ese crimen: Harry Talbet. Sarah recordó que conocía a un Harry Talbet y se frunció el ceño en señal de confusión. El Harry Talbet que ella conocía era compañero de clases de Michael. Pero no lo veía desde que terminó la preparatoria, por lo que no tenía idea de como lucía ahora.
Siguió revisando el contenido de la documentación y decidió buscar en la base de datos, el nombre del supuesto asesino. No tardaron en aparecer por lo menos cinco personas con el mismo nombre. Comenzó a observar uno por uno. El primero ya había fallecido hace más de veinte años, el segundo era un adolescente que vivía a las afueras de Kansas, el tercero y el cuarto eran padre e hijo, ambos eran de Gran Bretaña y habían llegado al país hacía menos de seis meses, el último fue el que llamó su atención.
Sarah pensó dónde lo había visto, hasta que finalmente lo recordó. Era el hombre que vio saliendo de la oficina del alcaide de la Correccional, ayer.
El expediente de Ángel Philips era delgado, no había mucho para decir de su muerte. Había un culpable en la cárcel y el caso se había cerrado. Era extraño. Pero lo que más le sorprendió, fue ver el expediente de Talbet. Además de la acusación por el asesinato del presidente, no tenía ningún antecedente. Había estudiado ingeniería y vivía cómodamente en un pent house en Montreal, Canadá. ¿Por qué una persona así arruinaría todo por asesinar al hermano del presidente de los Estados Unidos? Y además, ¿por qué regresar al país después de tanto tiempo para cometer un asesinato? Definitivamente era extraño. Sarah estaba decidida, llamaría a Henry y pediría que la deje hablar con Talbet. Si alguien podía ayudarla en este caso era él.
—Toc, toc. —Golpeó Bradley.
—Hola Brad. —Exclamó ella.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Trabajo en el caso. Busco una conexión, evidencias… Algo. —Dijo ella mientras se ponía de pie y colgaba una nota adhesiva de color en el mapa conceptual.
—¿Tienes algo? —preguntó él.
Sarah asintió. No podía ocultarle información. Después de todo era parte de su equipo.
—Busco una conexión en el asesinato del hermano del presidente. —Dijo ella. —Tengo algo… Iré a verificarlo mañana.
—Puedo acompañarte si quieres. —dijo Bradley.
Sarah respondió con otra pregunta. Aún no quería darle una afirmación o negación a su mejor amigo.
—¿Han encontrado algo? —preguntó.
—Nada. —dijo Bradley. —Es como si Liam Savrinn no existiera más allá de las leyendas. —Dijo sonriendo.
Sarah rio.
—¿Quieres ir por unas cervezas? —Dijo viendo el reloj. —Ya son las seis.
—Es increíble cómo pasa el tiempo. —Dijo ella. —Está bien, tomaré mis cosas y nos iremos.
Bradley asintió y salió de la oficina para esperarla. Sarah tomó su chaqueta, su bolso y observó la oficina con detenimiento. Por primera vez sabía qué hacer, tomó sus llaves y cerró la puerta.
—Sarah Burrows cerrando su oficina con llave. —Dijo él.
—Si… No quiero que alguien entorpezca mi investigación.
Bradley asintió, pero no se quedó tranquilo. Decidió que se lo preguntaría más tarde.
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