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Secretos Del Corazón

Siempre protegida

Azul, era una niña que vivía con su madre y su abuelita, pese a no tener a su papá con ella ha crecido feliz gracias a todos los cuidados y cariño que las dos mujeres se han encargado de brindarle. Una tarde en la que la niña regresaba del colegio, se detuvo antes de abrir la puerta de la casa y oyó una charla entre su madre y su abuela que la dejó con muchas dudas.

-Debes decirle- decía la abuela de la niña.

-No puedo, mamá. Eso sería ponerla en peligro, si esa mujer se llega a enterar es capaz de hacerle daño - le respondió su hija consternada.

-Entonces diceló a él- sugirió la mujer mayor.

-No lo sé, es muy arriesgado. Sé que ella está buscándome.

-Con más razón, él debe saberlo.- insistió su madre.

-Ok, mamá. Cuando salga del trabajo voy a buscarlo y le voy a decir...- Las palabras de la mujer fueron interrumpidas con la entrada de la niña, que pensaba que las dos mujeres no iban a cortar su charla, pero se equivocó por que su madre al verla, le dio un beso y se despidió marchándose para ir a trabajar.

Tan solo dos horas después, un oficial de policía tocó la puerta y cuando Ana la abuela de Azul, abrió les dio la triste noticia de que su madre había tenido un accidente y había perdido la vida en él.

Desde ese momento la niña quedó sumida en la tristeza, siendo su única familia su abuela. La pequeña de tan solo ocho años se vio sumida en la tristeza y su vida se volvió monótona. Meses después, una tarde en la que regresaba del colegio notó que en la calle, frente a su casa había un vehículo desconocido, caminó con rapidez, entró y se sorprendió al ver sentado en el sofá de la sala a un hombre alto, de cabello rubio y ojos oscuros muy parecidos a los suyos. Justamente cuando pensaba pasar de largo, su abuela ingresó con dos tazas de té.

-¡Oh, cariño!- exclamó la anciana-¿ ya estás de regreso?- la niña afirmó con un movimiento de su cabeza- Ven, que quiero presentarte a alguien- le dijo estirando su mano hacia la niña quien la tomó sin dudar- Nena, el es el señor Sam Lewis, era amigo de tu mamá y ha venido ayudarnos.

Refirió la mujer y la niña ladeo la cabeza observando con detenimiento al hombre frente a ella, quien sin ningún tipo de dudas le sonrió y estiró su mano.

-Hola, pequeña- le dijo- soy Sam.

-Hola,- respondió ella-¿de verdad eras amigo de mamá?- preguntó la niña con intriga.

-Lo era- respondió él con tristeza, guardándose un gran secreto.

La abuela de la niña le explicó que Sam, iría seguido a visitarlas, que era una promesa que él le habia hecho a su madre. Así, la muchacha fue creciendo, y luego de aquel día, siempre, exactamente dos veces por semana Sam Lewis se aparecía en el pueblo y las visitaba, a veces le traía regalos, otras simplemente la llevaba a dar un paseo. Pero para la niña lo más emocionante y lo que le causó mayor alegría fue que en una de sus tantas visitas, cuando ella tenía ya diez años, Sam se apareció en la puerta del colegio, acompañado de un niño, el chico era unos años mayor que Azul, se le notaba que era tan educado como Sam.

-Hola, Azul- dijo Sam acariciando su cabello, ella no dejaba de ver al niño al lado del hombre- Te presento a Adrián- le dijo- mi hijo.

-Hola- dijo Adrián.

-Hola- respondió ella sonriendo- ¿que vamos a hacer hoy?- preguntó.

-Bueno...- respondió Sam- ¿que les parece si celebramos este encuentro con unos ricos helados?

-¡Sí, si, helado!- dijeron ambos niños y Sam tomando de la mano a los niños, se encaminó hacia la heladería del lugar.

Horas después Sam se hallaba en casa de la abuela de la niña tomando un refresco, y ambos observaban a los dos niños jugar en el jardín llenos de alegría.

-¿Le vas a decir?- preguntó Ana, la abuela de Azul.

-Tengo pensado hacerlo- respondió Sam- él es quien se va a encargar de cuidarla si yo no llegara a estar.

-Entiendo- dijo la mujer- pero...¿tu esposa?

-Sarah no tiene por qué entrometerse, demasiado daño ya le ha hecho- respondió ofuscado el hombre.

La niña fue creciendo en un ambiente sumamente tranquilo y feliz, a veces el señor Lewis solía traer consigo a Adrián, su hijo, con el cual la niña entabló una bella amistad.

Ya en su adolescencia, Azul disfrutaba aún más de las visitas del señor Sam y su hijo. Adrián era muy protector con ella, y la muchacha lo sentía como un hermano mayor.

Cierto día, cuando Azul ya tenía quince años, la muchacha esperaba con ansias la visita del hombre y su hijo, ese día Sam le había prometido que le daría una gran sorpresa, la mañana pasó, la tarde pasó, la noche pasó, el día completo se fue de sus manos, pero simplemente ellos nunca llegaron.

Aproximadamente dos meses después y tras insistirle mucho a su abuela, esta estuvo averiguando hasta tener noticias del hombre. Y lamentablemente no eran buenas, el señor Sam había fallecido exactamente una semana después de su última visita a Azul.

Al conocer aquella noticia, a la muchacha la invadió la tristeza, sentía como si hubiese perdido mucho más que a una persona que la quería. El hombre se había convertido en la fihura paterna que nunca tuvo, Ana, su abuela intentó darle consuelo, pero ella se sintió muy triste durante varios días.

Una tarde en la que salía del colegio, notó que las muchachas del lugar, estaban muy alborotadas.

-¿Qué les pasará a estas niñas?- se preguntó- Seguramente han visto a algún chico nuevo.

Sin darle demasiada importancia al asunto, continuó caminando hasta llegar a la puerta del colegio, cuando lo hizo lo vió. Allí afuera, apoyado en el capó de su automóvil se hallaba Adrián , el hijo de Sam, su amigo, esperando por ella, sin detenerse a pensar si estba bien o mal, Azul corrió al encuentro del muchacho. Por instinto se arrojó a los brazos de él, siendo recibida de la mejor manera, Azul lloró en brazos de Adrián y él se hizo cómplice de la tristeza de la muchacha. Podía comprender los sentimientos que ella tenía, sabía perfectamente como su padre se había esforzado por cuidar de ella.

-¿Y ahora que?- preguntó la muchacha mientras estaban sentados en la misma pastelería a la que él padre de Adrián solía llevarlos.

-Seguimos adelante- afirmó él- papá ya no está, pero yo voy a seguir viniendo a verte- continuó por que sin estar muy seguro de las razones, él sentía que era su obligación continuar con la tarea de su padre.

-¿De verdad? ¿Vas a seguir viniendo?- indagó ella con los ojos empañados por las lágrimas.

-Por supuesto, creo que mi padre así lo querría- respondió él y agregó- además a mi me encanta visitarte, saber de tí, estar contigo, eres como mi pequeña hermana.

Las lágrimas se Azul se mezclaron con su sonrisa, y luego de que ella se tranquilizara ambos fueron a dar una vuelta por el pueblo, tal como hacían con el señor Sam. Finalmente, Adrián se despidió de la muchacha haciéndole la promesa de seguir visitándola. Ella se sintió feliz.

De esa manera, Adrián continuó visitando a la muchacha que su padre había estado protegiendo por años, algunas veces le llevaba regalos, otras salían a pasear, pero siempre conversaban de todo con mucha familiaridad.

Los meses fueron pasando y Azul era nuevamente feliz, su abuelita la amaba, y Adrián no se olvidaba de ella, regularmente la visitaba y compartían juntos bellos momentos, momentos que ambos disfrutaban al máximo.

Un chico encantador

La familia Storm, era una típica familia que amaba compartir momentos juntos, cada uno de esos momentos eran plasmados en sendas fotografías para ser recordados cuando fuera necesario.

Jackson, era un niño sumamente feliz, sus padres eran la pareja ideal, el sueño de cualquier niño, eran dulces, cariñosos, comprensivos, con su hijo. Por el solo hecho de ser el único hijo de la familia, el chico tenía todo lo que se le podía ocurrir y más también.

A pesar de eso, Jackson era un niño muy sencillo, no le gustaba ostentar de lo que sus padres tenían, no le gustaba destacar en nada más que en sus estudios. Terminó el colegio secundario con un promedio de diez, siendo el orgullo de sus padres y abuelos.

Durante ese periodo escolar, Jackson además de ser uno de los más inteligentes de su clase, era también uno de los más guapos y deseados por las muchachas. Y no era para menos, el chico era alto, tenía todos los músculos de su cuerpo muy bien definidos y como para completar el paquete, era pelirrojo y de ojos claros. Siempre se destacaba su presencia adonde sea que fuera, eso dejando de lado el hecho de que la familia de Jackson era dueña de una importante riqueza.

A todas las chicas de su edad y también mayores se les antojaba lo encantador que era el pelirrojo, siempre amable con todas, y nunca portandose como un patán o haciendo uso de sus atributos para conseguirse alguna chica. Es más en todo el tiempo en que duró su estadía en el colegio secundario, Jackson jamás tuvo una novia. Cosa que en el futuro cambiaría de manera absoluta y radical.

Cuando llegó el momento de ir a la universidad, Jackson le pidió a sus padres que lo enviaran a otro lugar a estudiar, quería aprovechar al máximo las ventajas de ser medianamente rico, sus padres aceptaron y cuando el año lectivo comenzó el pelirrojo se encontró en una nueva ciudad y siendo un completo desconocido para todos, cosa que para él era más que genial, pues no tendría que andar lidiando con nadie que quisiera ser su amigo, amiga o novia solamente por saber quienes eran sus padres. Él se encargaría de mantener en secreto su identidad, para lograrlo se había anotado en el lugar donde cursaría sus estudios con el apellido materno, por lo tanto mientras durarán sus estudios ya no sería Jackson Storm, sino Jackson Parker.

Los días universitarios comenzaron muy tranquilos, consiguió hacerse de varios amigos en el lugar, a medida que pasaban los años esos amigos iban demostrando que tan leal eran, y poco a poco su círculo íntimo de amistades se redujo a dos o tres personas.

Jackson era uno de los chicos más guapos de su grupo, junto a él siempre se destacaba Adrián Lewis, el único heredero de la Corporación Lewis, cuyo padre tenía a su cargo muchas empresas de diferentes rubros. Las cuales en el futuro serían dirigidas por el muchacho que se convertiría en su mejor amigo.

En esos días también conoció a Annia, una morocha con inteligencia y cuerpo de infarto, a la cual no dudó en comenzar a conocer, luego de unas cuantas salidas y tras comprobar que la chica aparte de hermosa, era sensata y desinteresada decidió contarle cuál era su apellido paterno luego de un año de relación, durante la cual ella se había mostrado sencilla, cariñosa, amable. Haciendo que él desistiera de ocultarle su identidad.

Al principio la muchacha se comportó de una manera tranquila, no cambió en casi nada, pero semanas antes de su graduación la chica se hallaba viendo un catálogo de joyas online y como si no fuese nada importante le mostró a Jackson una joya, muy bella por cierto e insinuó su deseo por tener algo así.

El muchacho hizo caso omiso a sus palabras, pensando que a todas las mujeres les gustaban las joyas bellas.

-Jackson, cariño- decía Annia mientras acariciaba el pecho del pelirrojo, quien se hallaba recostado en el sofá- ¿Vas a darme lo que te pedí?- preguntó haciendo alusión a una petición que le había hecho mientras hacían el amor.

-¿A qué te refieres?- indago el enderezando su cuerpo.

-¿Cómo, a qué?- dijo la muchacha haciendo un mohín- mi regalo por nuestra graduación- respondió, él la miró ladeando la cabeza-¿recuerdas la joya que te mostré?- el muchacho asintió y tras un largo suspiro se llevó una mano a la cabeza, se puso de pie, rebuscó su ropa y sus zapatos, para luego de vestirse caminar hacia la puerta completamente decepcionado de la chica que había sido su novia durante los últimos dos años.

Annia, era preciosa, eso era innegable, morocha, de ojos claros, nariz pequeña, cuerpo de infarto, perfectamente proporcionado, pero por lo que el muchacho no había podido notar antes fue que era demasiado interesada por las joyas caras. Eso precisamente era lo que la muchacha le había pedido de regalo por su graduación, una gargantilla con pequeñas incrustaciones de diamantes y zafiros.

-¿Jackson?¿Adonde vas?- dijo la muchacha sorprendida al ver que el muchacho caminaba hacia la puerta, luego de vestirse.

-Lejos de ti, muñeca- respondió él, sin siquiera darse la vuelta, alzando su mano en señal de despedida.

-¡Maldición!- exclamó la muchacha sumamente ofuscada al darse cuenta de que era muy probable que hubiera perdido su gran oportunidad.

Jackson regresó a la residencia donde ocupaba un cuarto, Adrián al verlo llegar no pudo evitar interesarse en lo que le ocurría al verlo sentarse en su silla lleno de fastidio.

-¿Que pasó?- indagó.

-Annia- respondió él.

-¿Qué pasó con Annia?- preguntó Adrián.

-Que, finalmente resultó ser bastante interesada- respondió el pelirrojo.

-¡Rayos!- exclamó Adrián sentándose a su lado y negando con la cabeza.

-¿Ya decidiste que vas a hacer?- preguntó Adrián a Jackson el último día de clases.

-Nop. Sinceramente, no quiero trabajar donde mi padre, pero tampoco es como que quisiera vivir eternamente vacacionando- respondió el muchacho.

-¡Ya sé!-exclamó Adrián- Ven a trabajar conmigo- Jackson lo miró algo confundido- Papá quiere que comience a trabajar en la corporación y para hacerlo voy a necesitar a alguien de mi absoluta confianza- agregó- ¿Y quién mejor que tú, para ese puesto?

-¿Hablas en serio?- indagó él muchacho

-Por supuesto, ¿qué dices?- respondió Adrián.

Jackson llevó su mano a la barbilla, reflexionó acerca de sus posibilidades, lo que quería y lo que no. Hasta que finalmente decidió aceptar la propuesta de su mejor amigo.

-Ok, acepto- dijo- ¡pero no te vayas a poner tacaño con mi sueldo!- agregó y ambos muchachos rieron al unísono.

Luego de su graduación, Jackson Storm trabajaría como asistente personal de Adrián Lewis.

Una mentira piadosa

Los días de Azul comenzaron a tener un nuevo color, luego de su reencuentro con Adrián.

 El muchacho, al igual a como hacía su padre antes de morir la visitaba semana por medio, a veces salían a pasear, al parque, a la heladería, otras veces iban de pícnic, pero lo que más le gustaba a la muchacha era esa complicidad que tenían, lo sentía como a un hermano mayor y eso era mucho para ella, teniendo en cuenta que su única familia era Ana su abuela.

Una tarde en la que Adrián estaba esperando a Azul fuera del colegio, como hacía cada vez que la visitaba. Un grupo de chicas pasaron a su lado, lo observaban y sonreían, esa actitud no era extraña para él, debido a que su apariencia era bastante llamativa.

-¿Ya vieron? ¿Se dieron cuenta de que ese sujeto viene a buscar a Azul, seguido?. Seguramente se está revolcándo con él, es la unica explicación para que alguien así la busque...- decía una de las muchachas a pocos metros de él.

-¡Sí, es una zorra!- exclamaba otra.

-Como sea, zorra o no, ese bombón se ve muy rico.- expresó otra.

Entonces Adrián arqueando una ceja, comprendió que esas chicas estaban comenzando un rumor demasiado malintencionado, así que sin dudarlo y con toda la intención de frenar cualquier rumor se acercó hasta donde se hallaba el grupo.

Las muchachas se sorprendieron al verlo acercándose.

-¡Viene hacia acá!- dijo una de ellas.

-Hola- dijo él.

-Hola- dijeron las tres chicas al mismo tiempo, con nerviosismo.

-No pude evitar oírlas, niñas- dijo- Y quería quitarles las dudas.

-¡Oh, no! No es necesario- dijo una de ellas.

-Yo creo que sí- afirmó él- Solamente para que sepan Azul y yo somos hermanos.

Las muchachas abrieron los ojos sorprendidas.

-Y para que no se les olvide, niñas- agregó siendo algo despectivo con ellas- Estoy aquí para defenderla de quien sea necesario.

-¡No, no! Nosotras no...- balbuceó una de las chicas y en ese momento apareció Azul junto a ellos.

-¡Adrián!- exclamó la muchacha y detuvo sus pasos al ver la cara de las chicas junto a él- ¿Ocurre algo?- indagó.

-No- respondió Adrián- Solamente estaba charlando con tus amigas, hermanita. ¿Nos vamos?

Azul hizo un gesto afirmativo, y tras despedirse de las muchachas ambos se fueron caminando hacia el auto.

-¿Qué fue eso?- preguntó la muchacha mientras prendía el cinturón de seguridad.

-¿Qué cosa?- dijo él.

-¿Hermanita?- indagó arqueando una ceja.

-Una mentira piadosa- respondió él.

-Ah- dijo ella desconcertada, entonces el muchacho le contó lo ocurrido con sus compañeras del colegio

-¡Esas víboras venenosas!- exclamó la muchacha ofuscada, Adrián le tomó la mano para tranquilizarla, ella lo miró y le sonrió con ternura.

Esa tarde los dos pasearon por el pueblo, y antes de dejar a la muchacha en casa de su abuela Adrián le prometió regresar para festejar su cumpleaños que sería dos semanas después.

Adrián y Azul habían forjado una amistad única a lo largo de los años, siempre encontrando momentos de alegría y complicidad juntos. Sam el padre de Adrián había sido el encargado de presentarlos y lograr de esa manera que ambos fueran parte de la vida del otro.

Era un soleado sábado por la tarde, ese día la muchacha cumpliría dieciséis años, Adrián llamó a Azul para pedirle que se uniera a él en el parque local. Azul aceptó emocionada, siempre disfrutaba de la compañía de su amigo y le encantaba pasar tiempo al aire libre.

Adrián estaba esperando en un banco junto al estanque, sonriendo cuando vio a Azul acercarse corriendo con una cesta de picnic en la mano.

-¡Hola, Adrián!-exclamó Azul, con su rostro radiante de felicidad, no era para menos, ya que era su cumpleaños.

-Hola, Azul- respondió Adrián con entusiasmo, extendiendo los brazos para darle un gran abrazo- ¡Feliz cumpleaños!- le dijo mientras la hacía girar en el aire como si fuera una niña pequeña.

Azul sonrió ampliamente mientras se sentaban en la hierba verde. Desplegaron la manta de picnic y comenzaron a disfrutar de las delicias que Adrián había traído. Rieron mientras compartían anécdotas y comentarios divertidos sobre las personas que paseaban a su alrededor.

Mientras saboreaban su postre favorito, que por una gran coincidencia era el mismo que le gustaba al padre del muchacho, Adrián no pudo evitar mirar a Azul con cariño.

-Azul, eres una persona tan increíble. Me alegra tanto tener a alguien como tú en mi vida, eres muy importante para mi- le dijo con ternura.

Azul se sonrojó, sintiéndose completamente feliz por tener a alguien que apreciaba su compañía.

-Gracias, Adrián, eres una de las personas más especiales que he conocido. Me siento afortunada de tener tu amistad- respondió Azul emocionada. -Desde que nos conocimos, y aún más desde que tu papá se marchó, has sido mi apoyo incondicional, siempre dispuesto a escucharme y comprenderme- dijo apenada la muchacha ante el recuerdo de Sam.

Adrián asintió con una sonrisa.

-Y tú también has sido un apoyo invaluable para mí, Azul. Nuestros momentos juntos son como un rayo de luz en mi vida, Soy muy feliz de que mi padre te haya incluido en nuestras vidas- le dijo Adrián secando una lágrima que corría por la mejilla de Azul.

Mientras el sol se ponía lentamente sobre el horizonte, los dos amigos comenzaron a recordar todas las aventuras y travesuras que habían vivido juntos a lo largo de los años. Recordaron risas compartidas, secretos confiados y momentos de alegría pura.

-Mira, Adrián- dijo Azul señalando a lo lejos,-recuerdas cuando escalamos

aquel enorme árbol en el bosque? Fue una de las mayores aventuras que vivimos juntos- Adrián asintió con una risa.

-¡Claro que lo recuerdo! Fue increíble cómo logramos llegar hasta la cima y disfrutar de esa vista espectacular. Estábamos tan llenos de emoción y adrenalina.

Azul suspiró, mirando a Adrián con nostalgia.

-Sí, y en ese momento, nunca imaginé que algún día ...tu padre ya no estaría con nosotros y mucho menos que te portarías tan bien conmigo- afirmó la muchacha, Adrián se puso de pie.

-¿Adónde vas?- preguntó ella al verlo alejándose.

-¡Espérame aquí!- le dijo él, y ella lo observó mezclándose entre las personas.

Unos minutos después, él regresó trayendo en sus manos una caja, se la extendió a Azul...

-¿Y esto?- preguntó ella.

-¿Es tu cumpleaños, no?- indagó él.

-Sí, pero...-dijo ella y él le interrumpió.

-Ábrelo- ordenó, ella obedeció y sus ojos se aguaron al sacar de la caja un riquísimo pastel, cuya inscripción decía "Te quiero, princesa".

La muchacha no pudo evitar sentir nostalgia, al recordar que el padre de Adrián solía llamarla así.

-¿Qué pasa? ¿No te gusta ese sabor?- indagó con preocupación él.

-Sí, sí me gusta- respondió ella secándose las lágrimas- Es solo que tu papá solía llamarme así.

-¿Princesa?- indagó él, ella hizo un gesto afirmativo- ¡Genial! Por qué a partir de hoy vas a ser mi princesa- afirmó, ella le sonrió con mucho cariño.

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