En el caos de concreto que es Nueva York, soy Alex, un estudiante de secundaria con inclinaciones ocultistas. En el instituto, mi aura sombría me convierte en el blanco de risas y miradas inquisitivas. En esta jungla de adolescentes, mi único compañero real es Belfegor, un demonio con un aire relajado y encantador, como si fuera el estudiante más despreocupado del aula.
La mañana se desliza como un sueño nebuloso mientras los pasillos del instituto parecen más estrechos cada día, como si se cerraran a mi paso. Mis compañeros se pierden en sus pequeños mundos, mientras yo, con mi mochila cargada de libros místicos, intento ser invisible. Pero en este entorno, la invisibilidad no es algo que puedas comprar en la tienda del barrio.
Belfegor se materializa a mi lado.
—Alex, ¿has visto esto? —murmura, señalando un graffiti en la pared. Un pentagrama mal dibujado—. A alguien le gusta jugar con fuego.
Lo dice con la misma indiferencia que tendría al hablar de la pizza de la cafetería.
—Esto es nuestro territorio —agrego, esquivando un grupo de chicos que ríen como hienas—. O debería serlo.
Mis clases transcurren como una letanía. Mis profesores no tienen ni idea de las fuerzas que se mueven en sus aulas. Pero yo sí. La magia antigua fluye en mis venas, como una corriente subterránea que busca la superficie. Belfegor murmura en mi oído, sus palabras un susurro tentador.
—Venganza, Alex. Está en el menú del día.
En la cafetería, mi bandeja llena de ensalada y papas fritas se ve más patética que nunca. Belfegor, en su forma etérea, se desliza sobre la mesa.
—Sabes que eso no es comida real, ¿verdad? ¿Por qué no te unes a la diversión? Hagamos de este lugar nuestro parque de atracciones personal.
Me sumerjo en un monólogo interno. "La venganza es un plato que se sirve frío, pero ¿y si no quiero un plato frío? ¿Y si quiero uno caliente, humeante, que queme desde el primer bocado?". Mis dedos tamborilean sobre la mesa, sopesando las posibilidades.
En el laboratorio de química, mientras la profesora divaga sobre reacciones y elementos, mis pensamientos viajan a otro plano. Belfegor, como si leyera mi mente, comenta: —Alex, si piensas demasiado en la venganza, podrías perderte la diversión del camino.
—¿Diversión? —respondo en un susurro apenas audible—. ¿Tú crees que esto es un juego?
Al salir de clase, me cruzo con Marc, el matón del instituto. Sus ojos se clavan en mí como cuchillos afilados. Belfegor ríe a mi lado.
—Es hora, Alex. Demos un espectáculo.
Mi monólogo interno se vuelve un torbellino. "¿Venganza o contención? ¿Soy el héroe de mi propia historia o el villano que siempre temí ser?". Mis pasos se vuelven más decididos mientras camino hacia el gimnasio, donde sé que encontraré a Marc y su pandilla.
El enfrentamiento es tenso, como un juego de póker donde las cartas están marcadas. Belfegor y yo tejemos un hechizo sutil, una marioneta en nuestras manos. Marc, una vez el depredador, ahora parece un títere desorientado. Pero, ¿a qué costo?
La noche cae sobre la ciudad. Mi reflejo en los cristales de los rascacielos me devuelve una mirada inescrutable. Belfegor se asoma desde la oscuridad, su sonrisa un eco de satisfacción.
En el silencio que sigue a la tormenta, un monólogo final resuena en mi mente. "Gané, pero ¿a qué precio? ¿Controlé la magia o ella me controló a mí? ¿Quién soy realmente en este juego de sombras y luces?".
La ciudad de Nueva York se extiende ante mí, un escenario de misterios por descubrir. La historia apenas comienza, y en la penumbra de la noche, las respuestas aguardan, esquivas como las sombras que danzan en los callejones.
—¿Qué hiciste, Alex? —la voz de Belfegor ronda en mi mente, su tono ahora más serio, como un maestro evaluando a su aprendiz.
"Lo que tenía que hacer", respondo en mi pensamiento. Mi mirada se pierde en el horizonte urbano, las luces de la ciudad destellando como luciérnagas distantes. "Pero siento que algo se desató. Algo que no puedo controlar".
—La magia siempre tiene su precio, chaval. ¿No te dije que no jugaras con fuego si no estás dispuesto a quemarte? —Belfegor aparece a mi lado, su forma etérea toma contorno frente a la luna. Su rostro, usualmente relajado, ahora muestra una sombra de preocupación.
"¿Quemarme? ¿Acaso la venganza siempre tiene que ser un incendio incontrolable?", me pregunto, pero las respuestas parecen esquivar mi mente como sombras danzantes.
Al día siguiente en el instituto, el murmullo fluye como un río entre los estudiantes. Marc y su pandilla, una vez intimidantes, ahora parecen más humanos, vulnerables. Pero mi victoria tiene un sabor agridulce.
—¿Viste eso, Alex? —susurra Belfegor, señalando a una chica solitaria en la cafetería. Su rostro está empapado en lágrimas, ajena al mundo que la rodea.
"¿Qué tiene que ver conmigo?", pregunto mentalmente, pero Belfegor ya se desliza hacia ella. "No puedes salvar a todos", me advierto, pero mi mirada sigue sus movimientos.
Belfegor, con una habilidad magnética para el consuelo, murmura palabras que no alcanzo a escuchar. La chica levanta la vista, una chispa de reconocimiento en sus ojos. Y en ese momento, veo una conexión más allá de la magia. Una conexión humana.
Los días se suceden como capítulos en un libro. Belfegor y yo exploramos las grietas de mi poder, las consecuencias de mis elecciones. Cada hechizo tejido es un hilo en el tapiz de nuestra existencia enredada. Pero a medida que avanzamos, las sombras se disipan, revelando verdades ocultas.
—Estás cambiando, Alex. ¿Lo sientes? —pregunta Belfegor, su mirada analítica.
"Sí", respondo. "La venganza me llevó a un camino inesperado. Pero aún hay preguntas, misterios que no he desentrañado".
—La magia no responde todas las preguntas, chaval. Algunas respuestas están más allá de nuestro alcance —dice Belfegor, su voz resonando como el susurro del viento en un bosque encantado.
La tarde se tiñe de tonos anaranjados mientras paseo por Central Park. La ciudad bulliciosa se desvanece, y por un momento, la naturaleza reclama su espacio. Belfegor camina a mi lado, sus pasos ligeros como los de un adolescente despreocupado.
—¿Por qué elegiste este camino, Alex? —pregunta, como si las respuestas estuvieran escondidas en las hojas caídas del otoño.
"La venganza parecía el camino más directo", reflexiono. "Pero ahora veo que hay más en juego. La magia, las relaciones, la propia esencia de quién soy".
—El viaje apenas comienza, chaval. Y en cada paso, encontrarás más de lo que buscas y menos de lo que esperas —Belfegor sonríe, pero su mirada se pierde en la distancia, como si vislumbrara un futuro incierto.
La noche cae sobre la ciudad, pero esta vez no trae consigo solo sombras. Hay luces que parpadean como estrellas fugaces, promesas de descubrimientos y redenciones. Belfegor y yo, dos almas en simbiosis, enfrentamos un futuro incierto, donde la magia y la realidad se entrelazan en un baile eterno.
En la penumbra de Central Park, rodeados por la melodía de la ciudad que nunca duerme, continuamos nuestro viaje, sabiendo que en cada página de esta historia, la tinta de nuestras decisiones dejará su marca indeleble.
Las puertas de mi hogar se abren con un suspiro familiar, como si la estructura misma exhalara resignación ante mi entrada. Mi madre, con sus ojos cansados pero cálidos, me saluda desde la cocina. "¿Cómo fue tu día, Alex?"
"Lo de siempre", respondo, tratando de esbozar una sonrisa. Belfegor, invisible para los ojos mundanos, flota a mi lado con su eterna actitud relajada.
—¿Vas a salir con tus amigos esta noche? —pregunta mi madre, pero su mirada ya conoce la respuesta. Desde que la sombra de Belfegor se hizo parte de mi vida, la palabra "amigos" tomó un significado diferente.
"Quizás", respondo vagamente, y me retiro a mi habitación. Belfegor se desplaza tras de mí, su risa flotando en el aire. "Tu madre es una joya, Alex. ¿Cuánto más piensas ocultarle?"
Mi reflejo en el espejo revela un rostro de facciones marcadas, ojos profundos que guardan más secretos de los que estoy dispuesto a admitir. Mi obsesión por la limpieza se manifiesta en el orden meticuloso de mi habitación, cada objeto en su lugar, cada rincón sin polvo. Como si la magia pudiera florecer solo en un entorno impecable.
La puerta se abre de nuevo, esta vez es mi padre. "¿Cómo va todo, hijo?" Su voz ronca resuena en la habitación.
"Bien, papá", respondo mientras él observa la meticulosa disposición de mis pertenencias. Su mirada busca algo más, pero la magia no es algo que se pueda ver a simple vista. "Solo tratando de navegar por el instituto".
—Recuerda que puedes contarnos cualquier cosa, Alex. Si hay algo en tu mente, estamos aquí para ti —dice, su tono mezcla de cariño y preocupación. Pero ¿cómo explicarle la verdad, la extraña dualidad que se cierne sobre mi existencia?
Mi monólogo interno resuena: "¿Cómo contarles que la magia fluye en mis venas, que mi amigo invisible es un demonio con cara de adolescente despreocupado? ¿Cómo enfrentar sus miradas de desconcierto y temor?".
La cena transcurre en un silencio tenso. Belfegor se acomoda en una silla invisible, su presencia solo perceptible para mí. Observo mi plato, una ensalada meticulosamente preparada, sin rastro de grasas o alimentos procesados. Mi dieta, como mi vida, sigue un orden preciso.
—Alex, deberías comer algo más que ensalada —comenta mi madre, su preocupación aflorando en sus ojos.
"La pureza es clave", murmuro en mi pensamiento, pero opto por una respuesta más mundana. "Solo estoy cuidando mi salud, mamá".
La noche avanza, y con ella, mi necesidad de aclarar las sombras que rodean mi existencia. Belfegor y yo nos sumergimos en mis libros ocultistas, buscando respuestas en páginas escritas hace siglos. Pero cada palabra parece ser un enigma más que una revelación.
—¿Crees que encontrarás respuestas en esos libros polvorientos? —pregunta Belfegor, su esencia vibrando en la habitación.
"Cualquier pista es valiosa", respondo. La necesidad de entender mi propia naturaleza me consume, como un fuego que arde en lo más profundo de mi ser.
Los días se convierten en semanas, y mi obsesión por la limpieza se intensifica. Cada hoja de papel en mi escritorio, cada rincón de mi habitación, todo debe estar en perfecto orden. Como si la pureza de mi entorno pudiera purificar mi propia esencia.
Mi madre, desconcertada por mi compulsión, intenta comprender. "Alex, la vida no es solo orden y limpieza. A veces, necesitas dejar que las cosas fluyan".
Pero mi monólogo interno resuena con insistencia. "El orden es mi refugio, la única constante en un mundo donde la magia y la realidad se entrelazan. ¿Cómo puedo permitir el caos cuando mi propia existencia es un enigma?"
Una tarde, mientras limpio cada superficie con meticulosidad, la respuesta parece flotar en el aire. Belfegor, siempre presente, murmura: "La pureza no está en las apariencias, Alex. Está en el equilibrio. En aceptar la dualidad que yace en tu interior".
Y en ese momento, entre la fragancia de los productos de limpieza y el silencio de la tarde, la revelación se presenta como un destello de luz. La verdad no reside en la negación de la oscuridad, sino en la comprensión y aceptación de todas las facetas de mi ser.
La noche cae sobre Nueva York, pero esta vez, no hay sombras que temer. Belfegor y yo nos sumergimos en la ciudad, dispuestos a explorar no solo sus calles, sino también los recovecos de mi propia alma. La magia y la realidad se entrelazan en un baile eterno, y yo, en el centro del escenario, estoy listo para descubrir cada misterio, cada secreto que aguarda en la penumbra de mi existencia.
La ciudad de Nueva York se despierta en un torbellino de luces y sombras mientras me aventuro por sus calles, mi mente inmersa en la reflexión. ¿Cuál es el sentido de la vida cuando la magia y la realidad se entrelazan como hilos en un tapiz cósmico? Cadenas de filosofías antiguas se entrelazan en mi mente, como si buscaran la clave de un enigma insondable.
En la penumbra de la noche, mi monólogo interno resuena. "La realidad es solo la máscara que vestimos para enfrentar el desconcierto del universo. La magia, un eco de verdades más profundas que se ocultan en las sombras. ¿Quiénes somos en este juego de máscaras y enigmas?"
El instituto, siempre un teatro de la existencia adolescente, me recibe con sus murmullos y risas. En el aula, mi asiento es mi propio rincón, donde observo el flujo constante de la realidad mundana. La maestra habla, pero mi mente se sumerge en abismos de pensamientos abstractos.
—Alex, ¿puedo hablarte un momento? —la voz de Rachel, una de las chicas que ha intentado descifrar la cerradura de mi indiferencia, interrumpe mi divagación filosófica.
Mi mirada, siempre enigmática, se encuentra con la suya. "Hablar", pienso, "una forma de comunicación que nunca ha dejado de confundirme".
—He notado que siempre estás solo, y pensé que tal vez podríamos conocernos mejor —dice Rachel, su sonrisa buscando abrir una puerta en la muralla que construí a mi alrededor.
Mi monólogo interno se intensifica. "Conocernos mejor, una ilusión de conexión en este vasto universo. ¿Acaso alguien puede conocer verdaderamente a otro cuando la esencia misma de la realidad es efímera y escurridiza?"
—Lo siento, Rachel, pero mi mundo es algo complicado —respondo con frialdad, mi mirada penetrante sin titubear.
La expresión de Rachel oscila entre la determinación y la desconcertante mezcla de fascinación y miedo. "Complicado", murmura para sí misma, como si intentara descifrar las capas de enigma que me envuelven.
Mi mente, como una brújula perdida, vuelve a sus cadenas de reflexiones. "La vida es un juego de sombras, donde cada movimiento es una danza entre la realidad y la ilusión. Conectar con otros seres en esta travesía es como intentar atrapar estrellas fugaces: hermoso, pero efímero".
Rachel se retira, su intento de acercamiento desvanecido en la marea de mi indiferencia. Pero mientras la observo alejarse, una pregunta persiste en mi mente: ¿Es la crueldad de mi desinterés una armadura o una prisión?
El día avanza en una sucesión de clases y encuentros superficiales. En cada interacción, mi mente flota en esferas abstractas, preguntándose sobre los límites de la realidad y la ilusión. El instituto, un microcosmos de la existencia, parece danzar en un equilibrio precario entre la trivialidad y la profundidad.
Belfegor, siempre presente aunque invisible, murmura en mi oído. "La realidad es un lienzo en blanco, Alex. Puedes pintarla con las sombras de tus elecciones o la luz de tu comprensión. ¿Qué eliges?"
La tarde cae sobre Nueva York, su paisaje urbano transformándose en un caleidoscopio de luces y sombras. Mi mente, estoica como siempre, se pierde en el horizonte, donde el crepúsculo revela secretos que solo las sombras pueden guardar.
En mi habitación, rodeado por la quietud de la noche, reflexiono sobre el día. Las máscaras que usamos en el teatro de la vida, las conexiones efímeras y la búsqueda constante de significado. La magia y la realidad, dos caras de una moneda eterna.
La ciudad se sumerge en el silencio, pero mi mente, como un río inagotable de pensamientos, sigue fluyendo. ¿Quién soy en este vasto universo? ¿Cómo descifrar el enigma de la existencia cuando la realidad misma es un misterio sin fin?
La noche se despliega, las estrellas titilan sobre Nueva York, y yo, en mi búsqueda interminable, me sumerjo en la oscuridad de mis propios pensamientos, donde las sombras revelan verdades más profundas de las que la realidad se atreve a mostrar.
La noche avanza en su manto oscuro, y mi habitación se convierte en un refugio de pensamientos. Belfegor, siempre intrigado por la dualidad de mi existencia, flota en el aire con una sonrisa burlona.
—Alex, amigo mío, ¿alguna vez has pensado en hacer cosas normales? Masturbarte, fumar... esas pequeñas exquisiteces mundanas —su tono perezoso y sus ojos llenos de chispa revelan su naturaleza demoníaca.
Mi respuesta es un suspiro casi imperceptible. "La normalidad es una ilusión que el mundo abraza", reflexiono. "Las sombras y las luces bailan en un juego eterno, y yo, un observador en los márgenes, no necesito las banalidades mundanas".
—Oh, Alex, siempre tan serio. Tal vez deberías probar algo nuevo, solo por diversión —Belfegor comenta con una risa que resuena en las paredes. Pero mi determinación se mantiene inquebrantable.
La rutina del instituto se repite como un mantra, pero esta vez, la atmósfera está cargada de un aura inusual. Rumores y miradas furtivas se entrelazan en un telar de murmullos.
—Has oído sobre Sarah, ¿verdad? —comenta un compañero en un susurro cargado de preocupación mientras cruzamos los pasillos.
Mi monólogo interno se activa. "Sarah, una pieza más en este juego intrincado. ¿Qué secretos oculta la realidad detrás de su mirada?"
La noticia de la extraña conducta de Sarah se propaga como un incendio invisible. En las aulas, los maestros intercambian miradas inquietas. Belfegor murmura a mi lado, su interés perverso picando mi curiosidad.
—¿No te intriga, Alex? —su voz es un susurro que serpentea en mi mente. "¿Qué fuerza oculta ha tomado posesión de ella? ¿Es acaso un demonio que busca su anfitrión humano?"
"La posesión es solo otro acto en el teatro de la realidad", respondo, aunque mi mirada busca más allá de la fachada de normalidad que todos intentan mantener.
En el aula, las miradas de los estudiantes y maestros convergen en Sarah, como si un manto invisible la envolviera en una presencia siniestra. Las sombras danzan en su mirada, y mi curiosidad se despierta como una llama antigua.
—Alex, ¿sabes algo sobre lo que le está pasando a Sarah? —me pregunta Rachel, su voz temblorosa buscando respuestas en mis ojos enigmáticos.
"No más de lo que flota en el aire", respondo, pero mi mente, siempre alerta, ya teje hilos de especulación. ¿Una posesión demoníaca o simplemente los estragos de la realidad fracturada?
Belfegor, el eterno bromista, comenta con su tono burlón: "Tal vez deberíamos prestarle nuestras habilidades mágicas. Podríamos hacer una contribución al espectáculo".
"No somos guardianes de la normalidad, Belfegor", respondo, mi voz firme aunque la intriga se agita en mi interior.
La jornada escolar se desvanece en la penumbra de la tarde, pero la sombra de Sarah persiste. En mi mente, las preguntas se multiplican como estrellas en el firmamento. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de su tormento? ¿Es solo una manifestación de la mente humana o hay algo más oscuro en juego?
La ciudad de Nueva York, siempre vibrante, guarda sus secretos bajo las luces parpadeantes de la noche. Belfegor y yo nos aventuramos en las sombras, decididos a explorar el enigma que se cierne sobre Sarah, donde la magia y la realidad convergen en una danza inquietante.
La oscuridad se ciñe, pero en su abrazo, encuentro una peculiar calma. La noche, testigo silencioso de secretos y misterios, se abre ante nosotros. Y en la encrucijada entre lo real y lo sobrenatural, mi mente, siempre estoica, se prepara para desentrañar las sombras que acechan en los recovecos más profundos de la existencia humana.
...Y yo me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos tenía diez diademas, y sobre las cabezas de ella, nombres de blasfemia. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies eran como de oso, y su boca, como boca de león....
...—Apocalipsis 13....
Caminando por el puente, me encuentro con Sarah, parada en la barandilla, mirando fijamente el abismo. Mi corazón se acelera, y mi mente trata de entender el porqué de esta escena.
—Sarah, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué estás aquí? —mi voz, usualmente fría, tiembla ante la gravedad de la situación.
—Alex, no hay nada aquí para mí. La vida es demasiado dolorosa —responde, su voz quebrándose con el peso de la desesperación.
Intento persuadirla, mis palabras flotan en el aire como un intento desesperado por aferrarme a su raciocinio.
—No puedes hacer esto. La vida puede ser dura, pero también hay belleza en la oscuridad. Debes encontrar tu luz, Sarah.
Ella mira hacia abajo, su determinación inquebrantable.
—Ya no queda luz, Alex. Solo sombras.
Mis pensamientos se agitan, buscando desesperadamente las palabras correctas.
—No estás sola. Puedes superar esto. Hay ayuda disponible.
—He perdido a todos, Alex. La soledad me devora —confiesa, su mirada vacía reflejando un dolor que va más allá de las palabras.
Mi mente, acostumbrada a lidiar con lo sobrenatural, se encuentra en terreno desconocido. Pero algo en mí se niega a aceptar la pérdida.
—Aún hay personas que te quieren, que te apoyarán. No dejes que la oscuridad te consuma.
—¿Por qué te importa? —pregunta, su tono mezcla de incredulidad y desesperanza.
—No lo sé, pero quiero que vivas, Sarah. No permitiré que te rindas —mi voz suena más fuerte, como si estuviera desafiando a las sombras que la envuelven.
Ella vacila, una batalla interna reflejada en sus ojos.
—No hay vuelta atrás, Alex. Mi vida es un abismo sin fin.
—Tal vez no haya vuelta atrás, pero siempre hay un camino por delante. Cuéntame, háblame de tu dolor. No tienes que enfrentarlo sola —mi desesperación se mezcla con una extraña determinación.
Sarah, casi como si necesitara desahogarse, comienza a compartir su historia. No hay posesiones demoníacas, solo la abrumadora carga de la vida.
—Perdí a mi familia, mis amigos, todo. La tristeza se volvió insoportable. Mi mente se agita, intentando encontrar palabras que puedan cambiar su destino.
—La vida puede ser cruel, pero también puede ser sorprendente. Debes darle otra oportunidad. Sarah se aparta de la barandilla, su mirada se desvía. Pero el abismo sigue llamándola.
—No sé si puedo.
—Podemos encontrar ayuda juntos. No estás sola en esto, Sarah —insisto, sintiendo una conexión inexplicable con su dolor.
Finalmente, ella me mira con ojos llenos de agotamiento.
—Ya es demasiado tarde.
En un instante que parece eterno, Sarah se suelta de la barandilla y se lanza al vacío. Mis manos se extienden, pero no puedo detenerla. El abismo la reclama, y yo me quedo atrás, impotente ante la realidad que se despliega ante mí.
La desesperación se apodera de mí mientras marco frenéticamente el número de emergencia. Las palabras salen de mi boca como un eco hueco en la noche, pero sé en lo más profundo de mi ser que un cuerpo destrozado en el suelo tiene pocas posibilidades de volver a la vida.
—¡Por favor, tienen que venir rápido! —mi voz suena temblorosa, desesperada.
Belfegor, testigo mudo de la tragedia, suspira con un pesar que rara vez le veo mostrar. —Lo siento, Alex. A veces, incluso la magia tiene límites.
—¡Límites! —exclamo, mi ira mezclándose con la impotencia.
—¡Tienes que hacer algo! ¡Devuélvele la vida!
El demonio, por primera vez, muestra un atisbo de pesar.
—Hay cosas que ni siquiera la magia puede revertir. La muerte es una de ellas.
Mientras espero una ambulancia que nunca llega, la multitud se congrega alrededor del cuerpo inerte. Personas insensibles toman fotos con sus teléfonos, sumergiéndose en el morboso espectáculo de una vida que se apagó. La frialdad de la escena me golpea con una realidad brutal.
Los minutos se estiran como horas, pero la ayuda no llega. El ruido de las sirenas que esperaba se disuelve en el murmullo de la multitud. ¿Dónde están cuando más se necesitan? Belfegor, usualmente sarcástico, murmura con amargura:
—La indiferencia humana puede ser más mortífera que cualquier hechizo. Me vuelvo hacia él con ojos llenos de rabia.
—¿Y ahora qué, Belfegor? ¿Dejamos que esto simplemente suceda?
El demonio, sin mostrar remordimiento, responde:
—No podemos cambiar lo inevitable. La muerte es parte de la vida, aunque a veces nos parezca injusta.
Mientras observo el cuerpo de Sarah, la realidad me golpea con una crudeza inesperada. La magia, que solía ser mi refugio, se desvanece ante la inevitable certeza de la muerte.
La multitud, ajena al dolor que se despliega, murmura entre sí. La indiferencia de aquellos que rodean el cuerpo sin vida de Sarah me sume en una profunda decepción hacia la humanidad. Belfegor, ahora más reflexivo, comenta:
—A veces, Alex, la magia no puede cambiar la naturaleza humana. La insensibilidad, el morbo, son tan intrínsecos como la vida y la muerte.
Me quedo en silencio, observando el triste espectáculo que se desarrolla ante mis ojos. La ambulancia finalmente llega, pero su llegada solo resuena como un eco tardío en la noche.
Al llegar a casa, mi madre, usualmente ajena a mis asuntos ocultos, nota el peso en mi mirada. Por primera vez, veo una vulnerabilidad humana en ella, nacida de la empatía maternal.
—¿Qué pasó, Alex? —pregunta, su voz suave, tratando de abrazar mi dolor.
Mi resistencia se desvanece, y comparto la tragedia de Sarah. Sus ojos reflejan la compasión y el dolor compartido. Por un momento, la barrera que mantenía mi magia en secreto parece menos impenetrable.
Esa noche, en mi habitación, siento una extraña mezcla de consuelo y desesperación. La oscuridad parece haberse apoderado de mi corazón, alejándolo de la luz que mi madre intenta ofrecer. ¿De qué sirve la empatía en un mundo tan frío?
Al día siguiente, en el instituto, me encuentro con un abusador, un matón que ha hecho la vida de otros un infierno. La rabia bullendo en mis venas, decido tomar medidas. La magia, siempre en segundo plano, ahora se desata sin restricciones.
—¡Detente! —grito, mi voz cargada de una ira que parece incontenible.
Mis palabras, impulsadas por la magia, golpean al abusador como un viento invisible. Se tambalea, aterrado por una fuerza que no puede comprender. Pero no me detengo ahí. Mi poder, liberado de sus cadenas, se manifiesta en formas que nunca había explorado.
El chico aterrado escapa, dejando tras de sí un rastro de humillación y miedo. Pero la reacción de los demás es tan predecible como decepcionante. Nadie cree en la magia, y mi actuación solo parece más un truco.
La noticia se esparce por el instituto, pero las risas y los murmullos indican que mi demostración de poder es percibida como una simple payasada. Nadie puede creer que la magia sea real.
En la soledad de mi habitación, reflexiono sobre mi decisión. La magia, que una vez fue mi refugio, ahora se siente como una maldición. Mi corazón, endurecido por la pérdida de Sarah, parece alejarse de cualquier destello de luz. ¿Para qué ocultar mi magia si, al final del día, la realidad insensible de este mundo prevalece?
La ciudad sigue su curso, indiferente a mis luchas internas. Entre sombras y luces, me encuentro en una encrucijada, cuestionando el propósito de mi magia en un mundo que parece rechazar cualquier atisbo de lo extraordinario.
Rodeado por la oscuridad emocional, mi madre intenta deshacer las sombras que me invaden.
— Alex, debes hablar. No puedes cargar con esto solo —dice su voz llena de preocupación.
Mi respuesta es un silencio recalcitrante, una barrera que coloco para mantenerla a distancia. ¿Cómo podría explicarle la amargura que devora mi interior?
En el instituto, las miradas burlonas persisten. Se propaga la noticia de mi "truco mágico" como un incendio forestal y mis compañeros, ajenos a mi conflicto interno, disfrutan de mi humillación.
En un oscuro rincón del pasillo, una voz sarcástica se eleva por encima de las risas. Es Belfegor, mi amigo demonio, que se revela con su peculiar sentido del humor.
— ¿Ves, Alex? Intentaste ser algo más, pero sigues siendo solo un espectáculo para ellos —apunta.
La ira hierve en mi interior, pero mi respuesta es un susurro frígido: —Déjame en paz.
La oscuridad me arropa con más fuerza y mi mirada se vuelve distante como si estuviera sintonizando una frecuencia desconocida para el mundo que me rodea.
En la siguiente clase, un chico se acerca con una sonrisa mordaz. Es el mismo que solía atormentar a otros, pero esta vez su actitud parece aún más desafiante.
— ¿Piensas que tu pequeño truco mágico te hace especial? — escupe las palabras con desprecio.
Mi paciencia, ya desgastada, cede ante la tormenta de mis emociones. La magia fluye fuera de mi control consciente y palabras afiladas brotan de mi boca.
— ¿Cómo te atreves a juzgarme? —mi voz resuena con una intensidad que ni yo esperaba.
El chico se echa atrás, ahora asustado. Pero el público que observa no ve más que un enfrentamiento verbal. Mis palabras no logran alterar la percepción de la realidad que tienen.
En la tranquilidad de mi habitación, la culpa se entremezcla con la amargura. ¿Qué estoy haciendo? ¿Es este el camino que quiero seguir?
Mi madre, al notar mi inquietud, intenta acercarse nuevamente. Esta vez, mi barrera emocional muestra fisuras.
— Alex, sé que estás atravesando una etapa difícil. Pero no debes permitir que la oscuridad te consuma — sus ojos reflejan una mezcla de amor y preocupación auténtica.
Mis palabras son un susurro apenas perceptible: — Ya no sé quién soy, madre.
La ciudad, con sus luces que parpadean en la noche, parece un espejo de mi propia dualidad. Entre sombras y luces, me encuentro perdido en un laberinto de emociones, cuestionando la verdadera naturaleza de la magia que recorre mis venas.
Con el transcurrir de los días, la oscuridad dentro de mí parece expandirse como una sombra insaciable. El instituto se convierte en un escenario donde las risas y los murmullos persisten, alimentando la burla que me envuelve. Mi madre, luz en mi vida, se transforma en una figura preocupada que intenta penetrar la barricada que he levantado.
—Alex, no puedes enfrentar esto solo. Necesitas ayuda —insiste con compasión latente en su voz.
No obstante, mi respuesta continúa siendo el silencio, un murmullo opaco que se entremezcla con la tormenta emocional interna. ¿Cómo explicarle la creciente amargura que nubla mi visión?
En el instituto, la confrontación con el acosador se repite. La magia se desborda, una tormenta propiciada por mi ira reprimida. Palabras afiladas y misteriosas brotan de mis labios, envolviendo al chico en una espiral de confusión y miedo. Esta vez, su escape es más rápido, pero la multitud que observa solo ve un peculiar espectáculo, incapaz de comprender la magia que plumo a su vista.
La voz de Belfegor se superpone al eco de mis palabras mágicas. —¿Crees que esto cambiará algo, Alex? Sigues siendo un forastero en este mundo.
La pregunta reverbera en mi mente, pero la búsqueda de respuestas se diluye entre la indiferencia que me rodea. En mi habitación, el pesar de las acciones pasadas se hace evidente. ¿Qué estoy intentando alcanzar? ¿Mitigará este acto de venganza mágica mi sufrimiento o solo intensificará mi aislamiento?
La semana siguiente en el instituto se convierte en un desfile de miradas condescendientes y risas sofocadas. Mi madre, ajenas a la magnitud de mi conflicto interno, intenta consolarme otra vez.
—Alex, comprendo que estás herido, pero no puedes continuar por este camino —sus palabras, aunque impregnadas de amor, no hallan eco.
En el aula, las miradas de mis compañeros me atraviesan como agujas invisibles. La magia, que en algún momento consideré una extensión única de mi ser, ahora se siente como una maldición. La dualidad entre sombras y luces se vuelve más pronunciada.
Un día, mientras camino por los pasillos, una figura se cruza en mi camino. Es Sarah, no físicamente, pero su presencia se manifiesta en mi mente como un eco doloroso.
—¿Venganza, Alex? ¿Es eso lo que buscas? —su voz resuena como un susurro etéreo.
Me tenso, confrontado por los fantasmas de mi pasado. —No es asunto tuyo —le espeto.
—Todos cargamos con nuestras penas, pero la venganza solo perpetúa el ciclo de dolor —la imagen de Sarah se desvanece, dejándome solo con mis pensamientos tumultuosos.
La semana siguiente en el instituto se torna aún más lúgubre. La multitud murmura, las risas se intensifican, pero mi determinación de enfrentar la oscuridad permanece inalterable.
Una tarde, mientras contemplo el atardecer desde mi ventana, mi madre entra en mi habitación. Sus ojos, reflejando una mezcla de amor y preocupación, buscan los míos.
—Alex, esto no puede continuar así. Necesitas ayuda, y yo estaré aquí para apoyarte —sus palabras son como un bálsamo, pero mi corazón sigue siendo una fortaleza inaccesible.
La ciudad nocturna se extiende ante mí, un mosaico de sombras y luces. En la encrucijada de mi propia existencia, me confronto con la desagradable verdad de que la magia, por muy poderosa que sea, no puede cambiar la naturaleza humana ni llenar el vacío que la pérdida ha dejado en mi interior. Entre sombras y luces, continúo mi incierto camino, preguntándome si algún día hallaré la luz que tanto anhelo.
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